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━ 𝐕𝐈𝐈: La huida

N. de la A.: cuando veáis la almohadilla (#), reproducid el vídeo que he enlazado al presente capítulo y seguid leyendo. De este modo lograréis una mayor inmersión y gozaréis de una mejor experiencia.

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── CAPÍTULO VII ────

LA HUIDA

───────⪻•⪼───────

( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        FINALMENTE HABÍAN ACEPTADO la propuesta de Heahmund, accediendo a ir a Inglaterra para solicitarle asilo al rey Æthelwulf. Tras la inesperada visita de Rollo, quien les había ofrecido un salvoconducto a Frankia —movido por el aprecio que todavía les profesaba a su sobrino y a su excuñada—, se había convocado un nuevo thing con el objetivo de tomar una decisión respecto a su futuro como proscritos. El propio duque normando les había advertido de que, más pronto que tarde, tendría que revelarles a Ivar y a Hvitserk dónde había estado y con quiénes. Aunque les había dado su palabra de que lo retrasaría lo máximo posible para así brindarles la oportunidad de huir lejos del páramo.

Si bien la decisión no había sido unánime, dado que algunos miembros del grupo no consideraban prudente buscar refugio en las tierras que tantas veces habían saqueado en los últimos años, la inmensa mayoría había votado a favor del plan urdido por el obispo cristiano. Incluso Björn había secundado la moción, consciente de que no podían correr el riesgo de quedarse en Noruega o buscar refugio en Suecia o Dinamarca. No cuando habían puesto precio a sus cabezas y cualquiera podría traicionarlos en pos de sus propios intereses.

Así pues, luego de dar por finalizada la asamblea, todos se habían dispuesto a recoger sus escasas pertenencias y a preparar los caballos para partir. Necesitaban un barco, además de provisiones para las largas jornadas que tenían por delante en alta mar. Sin embargo, conseguirlos en Kattegat no era viable. De ahí que su única opción fuera acudir a Vestfold —que no quedaba muy lejos de su posición actual— y robar un drakkar.

Antes de marcharse por donde había venido, solo y con la promesa de no volver a cruzarse en sus caminos nunca más, Rollo les había comentado que Harald se había instalado temporalmente en Kattegat para poder disfrutar de las celebraciones por su reciente victoria en la guerra civil. Lo que significaba que Tamdrup, capital del reino de Cabello Hermoso, se encontraba desprotegida. Estando la mayoría de sus guerreros en Kattegat, comiendo y bebiendo hasta hartarse, no les supondría ningún esfuerzo infiltrarse en la ciudad ballenera, acceder al muelle y hacerse con uno de los navíos.

Con aquella estrategia en mente, el grupo se había desplazado hacia Vestfold en menos de un día a paso apresurado. Habían arribado a Tamdrup cuando la luna se alzaba gloriosa en el cielo estrellado, lo que les había permitido moverse por la capital sin llamar la atención de ninguno de sus habitantes, quienes, a esas horas de la noche, estarían descansando en la comodidad de sus hogares.

Sigilosos como sombras, se habían dividido en dos grupos para no perder más tiempo del necesario: mientras unos iban al embarcadero con el objetivo de hacerse con un drakkar, los otros se encargaban de sustraer algunos víveres. Ya se habían abastecido de todo lo necesario antes de abandonar Kattegat, pero, ahora que debían enfrentarse a una travesía en barco, debían conseguir más suministros a como diera lugar.

Tal y como habían previsto en base a las afirmaciones de Rollo, no les resultó muy complicado birlar una de las tantas embarcaciones que había atracadas en el muelle. Las defensas de Tamdrup eran mínimas, puesto que la mayoría de sus guerreros y escuderas se encontraban en Kattegat, festejando por todo lo alto su triunfo en aquella guerra civil que había segado incontables vidas. De ahí que solo se encontraran con un par de guardias en el embarcadero, de quienes se deshicieron de manera rápida y silenciosa.

Drasil lo presenció todo desde su posición, oculta en la oscuridad junto a su madre, Lagertha, Heahmund, Ealdian, Guðrun, Torvi y los niños. Con el corazón latiéndole desbocado bajo las costillas, observó cómo Björn y Ubbe se abalanzaban sobre aquellos dos pobres desgraciados —que habían tenido la mala fortuna de estar en el lugar y el momento equivocados— y les rebanaban la garganta con sus cuchillos, impidiendo así que pudieran dar la voz de alarma. Poco después, los Ragnarsson les hicieron una señal para que se acercaran. Y, en tanto esperaban a que los demás hicieran acto de presencia con las provisiones que necesitaban, se dispusieron a preparar el navío para así adelantar trabajo y poder partir lo antes posible.

En total conformaban una tripulación de dieciséis personas —sin contar a Hali y a Asa, claro está—, por lo que eran más que suficientes para manejar un drakkar de pequeñas dimensiones. De hecho, al ser una única embarcación, cabía la posibilidad de que llegaran a Inglaterra en menos de dos lunas. Tal vez en una y media si el viento y las corrientes marinas jugaban a su favor.

Si bien la hija de La Imbatible no pudo ayudar a subir al barco los suministros de los que se habían provisto en Kattegat debido a sus lesiones, se mantuvo junto a sus jóvenes sobrinos en todo momento para evitar que perdieran la calma e hicieran algún ruido que pudiera dejarlos al descubierto. Sabía lo confuso —y hasta incluso aterrador— que estaba siendo todo aquello para Hali y Asa, de modo que no se separó de su lado mientras los demás ultimaban los preparativos para el embarco.

Gracias a los Æsir y a los Vanir, el resto de sus compañeros no demoró en aparecer. Aunque con malas noticias, eso sí. Apenas habían conseguido algo de comida y agua que habían hurtado de una taberna cercana, lo que significaba que tendrían que hacer una parada en territorio danés para adquirir más víveres.

Tan solo cuando Drasil pisó los tablones de madera que conformaban la cubierta del drakkar, haciéndolos crujir bajo la suela de sus botas, se permitió suspirar de alivio. Si bien era cierto que habían sido raudos y veloces, había llegado a temer en más de una ocasión que algún vecino los viera y alertase de su presencia en el muelle. Aunque, por suerte para ellos, no habían sufrido ningún contratiempo más allá de la escasez de recursos para un viaje en alta mar. No obstante, y a pesar de ello, la muchacha no se permitió bajar la guardia hasta que todos sus camaradas subieron a bordo y pusieron el navío en marcha.

Les aguardaban varias semanas turnándose para remar y pilotar la embarcación, aunque lo preferían antes que quedarse en Noruega y correr el riesgo de ser atrapados por el enemigo. Porque, pese a que no confiaban del todo en que Æthelwulf fuera a ofrecerles su protección a cambio de sus dotes como guerreros, no les quedaba más remedio que aferrarse a esa esperanza y encomendarse a sus deidades para que aquella travesía no supusiera su sentencia de muerte.

Con aquel pensamiento persiguiéndola como una sombra, y mientras el drakkar se alejaba más y más de la costa, Drasil no pudo evitar preguntarse si algún día serían libres de regresar a su hogar sin tener que temer por sus vidas y las de aquellos a los que amaban.

Hacía por lo menos una hora que habían dejado atrás las costas de Noruega. Herryk, quien era el que más experiencia poseía a la hora de manejar un drakkar, se había ofrecido a pilotarlo, razón por la cual se encontraba en la popa del barco, controlando la caña del timón para que no se desviaran del rumbo. Los demás miembros de la tripulación se habían dispersado por la cubierta, a fin de dormir un poco para tratar de recuperar energías. Los únicos que, aparentemente, se mantenían despiertos —aparte de Herryk, claro está— eran Björn y Ubbe.

Los dos Ragnarsson permanecían sentados en la cubierta, con las piernas flexionadas y la espalda apoyada en la borda. Apenas habían entablado conversación desde que se habían acomodado en aquella parte del navío, aunque el silencio que los acompañaba no era tenso ni incómodo.

Ubbe miró hacia arriba y observó el millar de estrellas que centelleaban en el oscuro terciopelo que los sobrevolaba. Hacía una noche preciosa, de esas que te dejaban sin aliento y encogían tu corazón. El cielo estaba despejado, sin una sola nube que augurara tormenta, y la luna brillaba esplendorosa en lo alto, engalanada con su hermoso traje de plata. Por puro instinto, el primogénito de Ragnar y Aslaug le lanzó una plegaria a Thor para que aquel tiempo tan favorable se mantuviera durante el resto del viaje. Si bien el misseri de invierno estaba a punto de llegar a su fin, aún no se encontraban en la época más propicia para realizar expediciones por alta mar.

Sus iris celestes, aquellos que había tenido la suerte de heredar de su progenitor, recorrieron minuciosamente las inmediaciones del drakkar. Contempló los cuerpos recostados de sus compañeros, el cómo parecían haber caído rendidos al cansancio que llevaban arrastrando desde hacía varios días. Hasta que se detuvo en una figura en particular: la de Drasil. Esta le daba la espalda, pero el suave vaivén de su respiración le hizo saber que ella también había encontrado algo de paz en medio de tanta agitación e incertidumbre.

Admiró su hermoso cabello rizado, los finos y elegantes músculos de su espalda, la prominente curva de sus caderas... Y por un momento deseó tener el valor suficiente de levantarse y acomodarse a su lado para poder envolverla en sus brazos y susurrarle al oído lo mucho que la amaba.

Pero no podía.

Cada vez que fantaseaba con algo así, una punzada en el pecho le devolvía a la cruda realidad. Aquella en la que su esposa le recordaba con una simple mirada que no lo quería cerca de ella.

#

Tragó saliva, a fin de deshacer el molesto nudo que se había aglutinado en su garganta. La guerra contra sus hermanos no era nada en comparación al dolor que le producía el constante rechazo de la mujer de la que estaba perdidamente enamorado. Volvería a enfrentarse a Ivar y a Hvitserk las veces que hicieran falta si con ello conseguía traer a la antigua Drasil de vuelta.

—La he perdido. —Aquellas palabras salieron como un débil murmullo de sus labios—. La he perdido para siempre —se lamentó sin apartar la vista de la castaña. La situación estaba empezando a sobrepasarle, y con razón.

A su derecha, Piel de Hierro suspiró lánguidamente.

—No, no lo has hecho —rebatió con voz ronca.

El menor cerró las manos en dos puños apretados, sintiéndose el ser más ruin y miserable sobre la faz de Midgard. Los remordimientos por haber abandonado a Eivør en el campo de batalla pesaban cada vez más sobre su conciencia, recordándole que la causa de la infelicidad de su esposa era él mismo.

Espió por el rabillo del ojo a Björn, que permanecía sentado de la misma forma que él, solo que el rubio tenía apoyada la parte posterior de la cabeza en la borda de la embarcación. Estaba pálido y ojeroso, con la mirada brumosa y los hombros caídos en señal de abatimiento. A él también le había afectado la prematura muerte de Eivør, más de lo que estaba dispuesto a demostrar. Ubbe lo sabía bien porque le conocía mejor que nadie y estaba al tanto de que había acabado desarrollando ciertos sentimientos por la skjaldmö, de ahí su reacción al enterarse de la funesta noticia. De hecho, estaba convencido de que, de no haberle detenido, habría regresado al campo de batalla para poder buscar el cuerpo exánime de la mujer que había vuelto a dar sentido a ciertos aspectos de su vida. Aunque ello hubiese supuesto su propia muerte.

—No me dirige la palabra, ni siquiera me mira —volvió a hablar el más joven sin poder disimular un timbre quejumbroso en la voz. Observó de nuevo a Drasil, que se encontraba tumbada junto a Kaia; ambas acurrucadas la una junto a la otra—. Cada vez que intento acercarme a ella se aparta como si fuera la peor de las pestes. Empiezo a pensar que me odia, que el amor que nos llevó a unirnos a ojos de los dioses ya no existe... Al menos por su parte. —Apretó los labios en una fina línea blanquecina, tratando por todos los medios de no perder la compostura. Y es que pronunciar en voz alta aquellas palabras era peor que una puñalada en el corazón.

Piel de Hierro alzó la vista hacia el firmamento.

—Solo necesita tiempo para asimilarlo y pasar el duelo —solventó.

Ubbe negó con la cabeza, con la luz de la luna y las estrellas titilando en sus orbes azules. Tenía la dolorosa certeza de que aquello no sería así, que el resentimiento de la hija de La Imbatible jamás llegaría a desaparecer. Al menos no del todo.

—Lo lamento —dijo al fin, provocando que Björn virase la cabeza hacia él. La confusión no tardó en apoderarse de sus rasgos faciales—. Yo... Lo intenté. De veras que lo hice —prosiguió el primogénito de Ragnar y Aslaug, atropellándose con sus propias palabras—. Mi intención era sacarla de allí, pero la propia Eivør me lo impidió. Ella... Ella me hizo saber que Drasil también estaba herida y que no podría conseguirlo sin mi ayuda. —El mayor volvió la mirada al frente, con la mandíbula comprimida y un brillo delator en sus ojos claros—. Yo no... No quería tener que elegir entre ellas. No cuando salvar a una implicaba dejar morir a la otra. Pero Eivør estaba muy malherida y... Me pidió que salvara a Dras —continuó explicando.

Si bien aquello era algo que ya había contado en su momento, el hecho de volver a sincerarse con Björn —esta vez a solas— hizo que algo se aligerara dentro de su pecho. Había guardado con recelo cómo se sentía, lo mucho que le estaban afectando las consecuencias de sus propios actos. Y, ahora que por fin lo estaba sacando todo, era como si se deshiciera de un par de piedras que no sabía que había estado cargando hasta ese preciso instante. Porque, al fin y al cabo, Drasil no era la única que tenía derecho a odiarle por lo que había hecho, sino que el propio Piel de Hierro también contaba con motivos más que suficientes para hacerlo.

—Lo siento —bisbiseó de nuevo.

Björn apretó tantos los dientes que una molestia punzante recorrió su mandíbula y bajó por su cuello. Ubbe, por otro lado, no pudo reprimirse más y acabó agachando la cabeza para que el rubio no lo viera quebrarse ante aquella tormenta de emociones que se había desatado en su interior.

Contuvo los sollozos que pugnaban por escabullirse de sus agrietados labios, aunque no pudo hacer lo mismo con las lágrimas que se habían agolpado en sus ojos. Así como tampoco fue capaz de refrenar el temblor que se había adueñado de su cuerpo, haciéndole sentir pequeño e insignificante. Era consciente de que, de no haber tomado aquella drástica decisión, ahora mismo Drasil no estaría viva —y puede que él tampoco—, pero aquello no lo hacía más fácil. Ni siquiera le ayudaba a sentirse mínimamente mejor.

—Lo siento tanto... —balbuceó, deseando fervientemente que la hija de La Imbatible pudiera escucharle. Porque aquellas disculpas no iban dirigidas únicamente a su hermano mayor, sino también a ella.

Con el rastro de las lágrimas saladas humedeciendo sus mejillas, Ubbe se encogió sobre sí mismo, justo antes de sentir una mano grande y segura sobre su nuca descubierta. Björn le acarició la cabeza como tantas veces lo había hecho Ragnar en el pasado, retrotrayéndolo a esa época de su vida en la que tan solo era un crío; uno sin apenas problemas ni preocupaciones. Habían pasado tantas cosas desde entonces, tantas desgracias y vicisitudes, que aquellos recuerdos se le antojaban cada vez más lejanos.

—Tan solo hiciste lo que ella misma te pidió. De lo contrario, habríais muerto los tres —musitó el rubio en un tono que dejaba claro que estaba reprimiendo sus emociones—. Ella... Ella jamás se habría perdonado que algo malo os sucediera por intentar salvarla. —Su mirada se detuvo nuevamente en la bóveda celeste, en un intento desesperado por ignorar el lacerante dolor que se había instaurado en su pecho, justo donde se encontraba su corazón—. Quiso proteger a Drasil hasta el final, aunque para ello tuviera que renunciar a su propia vida.

Ubbe tragó saliva, aunque le resultó imposible librarse del nudo que constreñía sus cuerdas vocales, impidiéndole articular nada coherente. Lo que sí pudo hacer, en cambio, fue inclinar su cuerpo hacia Björn, quien no lo dudó a la hora de pasarle un brazo por encima de los hombros.

—Cumpliste su última voluntad, y ya solo por eso te estoy agradecido.

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· INFORMACIÓN ·

— ೖ୭ Fecha de publicación: 11/08/2024

— ೖ୭ Número de palabras: 2764

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· NOTA DE LA AUTORA ·

¡Hola, vikingos y valquirias!

Ay, que nuestros escandinavos han partido ya hacia Inglaterra *o* Recemos a Odín y a todos los dioses del panteón nórdico para que lleguen sanos y salvos a tierras sajonas. ¿Creéis que tendrán un viaje tranquilo? Porque con la mala suerte que están teniendo yo ya me espero cualquier cosa >.<

Confieso que el último párrafo de la primera escena me ha roto el corazón </3 Me duele en el alma ver a Drasil así, tan hundida y destrozada... Pero es lo que toca, jeje. ¿Cómo creéis que será su evolución a lo largo del segundo libro? ¿Tenéis alguna teoría al respecto? Contadme, contadme. Que ya sabéis que adoro leer vuestras conjeturas =P

Aunque ya habéis visto que Dras no es la única que está sufriendo la pérdida de Eivør. Nuestro pobre Ubbe está que no puede más =') La culpa y los remordimientos lo tienen en un sinvivir. De hecho, su escena con Björn ha acabado con la poca estabilidad emocional que me quedaba T_T ¿A vosotros qué os ha parecido? Yo, personalmente, tenía muchas ganas de escribir algo así. Porque considero que, en la serie, la relación de Björn y Ubbe es bastante fría y superficial. Así que creo que era bastante necesario que tuvieran una conversación de este estilo :'3

Que, a todo esto, ¿qué pasará con el Drabbe? ¿Sobrevivirá a esta mala racha o acabará hundiéndose como el Kagertha? Hagan sus apuestas, señoras y señores xP

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo y que hayáis disfrutado la lectura. Si es así, por favor, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

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