━ 𝐈𝐗: Instinto de supervivencia
•─────── CAPÍTULO IX ───────•
INSTINTO DE SUPERVIVENCIA
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ABRIÓ LOS OJOS CON ESFUERZO. Su visión desenfocada la instó a parpadear varias veces seguidas, hasta que finalmente fue capaz de distinguir lo que parecía ser un techo conformado por vigas de madera. Sentía frío y calor al mismo tiempo, además de una sensación de entumecimiento que se adhería a sus músculos como un manto invisible. Notó una repentina sequedad en la garganta, junto con una desagradable pastosidad en la boca. La bruma de la inconsciencia le pesaba en los párpados, como si una parte de ella se negara a despertar del todo.
Con una fina capa de sudor perlando su frente y sus sienes, alzó ligeramente la cabeza. Se encontraba postrada en una cama, con un par de pieles cubriéndola de cintura para abajo. Su cuerpo ya no lucía su habitual atuendo de escudera, sino un sencillo camisón de lino que no le resultaba en absoluto familiar. Le sorprendió ver que sus manos —aunque llenas de cortes y magulladuras— estaban limpias, sin el más mínimo rastro de barro o sangre. La piel de sus brazos también estaba libre de suciedad, al igual que la de su rostro.
Una lluvia de imágenes tuvo lugar ante sus ojos. Pequeños fragmentos de lo que había ocurrido en el campo de batalla desfilaron por su mente, provocándole una molesta punción en las sienes. Astrid había muerto a manos de Lagertha, quien no lo había dudado a la hora de atravesarla con su espada. Y ella se había batido en duelo con un úlfheðinn que la había dejado muy malherida... Hasta el punto de que le había pedido a Ubbe que la dejaran atrás para que tanto él como Drasil tuvieran la oportunidad de salvarse.
Los sucesos posteriores a ese momento, al instante en que tuvo que despedirse de a quien consideraba su otra mitad, eran bastante difusos. Recordaba el dolor causado por sus heridas, especialmente por aquella que le había infligido el Guerrero de Odín en la parte superior del abdomen, justo debajo de las costillas. Recordaba la sangre manar y abandonar su cuerpo en un abundante río carmesí. Recordaba cómo las lágrimas habían descendido sin control alguno por sus macilentas mejillas mientras les dedicaba un último pensamiento a su abuela y al hombre que, inesperadamente, le había robado el corazón. Y recordaba el momento exacto en que había sentido el peso de aquel cadáver sobre ella; el mismo que la había ayudado a pasar desapercibida para los beligerantes del bando contrario que se habían encargado de buscar supervivientes y rematar a todos aquellos que no pertenecían a su ejército.
Sus dedos se deslizaron por su vientre plano hasta el punto exacto en el que aquel úlfheðinn le había clavado su propia hacha. Aspiró una trémula bocanada de aire, sintiendo una dolorosa punzada allá donde la presión de lo que supuso sería un vendaje se ceñía sobre la herida.
Con una bola de nervios apiñándose en la boca de su estómago, echó un vistazo rápido a su alrededor, en un vano intento por reconocer la alcoba en la que se encontraba. La luz del sol se colaba por la única ventana con la que contaba la dependencia, iluminándola tenuemente. Además del lecho sobre el que estaba tumbada, había una mesita auxiliar a su derecha, una silla de madera labrada justo debajo del ventanuco y un baúl de proporciones considerables en la pared opuesta.
Jadeó al darse cuenta de que no sabía dónde estaba.
Su mente se había convertido en una maraña de pensamientos brumosos e inconexos, por lo que no tenía ni la menor idea de cómo había llegado hasta allí. Obviamente, alguien la había sacado del campo de batalla. Pero ¿quién? ¿Quién en su sano juicio se atrevería a hacer algo así, a ayudar a una guerrera moribunda del bando perdedor? Por un momento, la esperanza creció ácida en su corazón, haciendo que tanteara la posibilidad de que algún semblante familiar entrase por aquella puerta. Pero, tras ese mísero segundo de ingenuidad, la realidad le arañó la garganta como esquirlas de hielo.
Ignorando el insufrible dolor que aguijoneaba su abdomen —y que aumentaba con cada movimiento—, apartó las mantas que la habían ayudado a mantenerse caliente e intentó incorporarse sobre el colchón. Como consecuencia de ello, el aire abandonó sus pulmones y un exabrupto se escabulló de sus agrietados labios. Estaba afónica, como si no hubiera empleado su voz durante mucho tiempo. Se llevó una mano a la garganta y otra al vientre, allá donde la presión de la venda empezaba a volverse insoportable. Necesitaba agua, y también respuestas.
Cerró la boca con tanta fuerza que sus labios se convirtieron en una fina línea blanquecina. La tensión se apoderó de su mandíbula y su cuello, y fue ahí cuando se armó de valor para desplazarse hacia la orilla de la cama e intentar ponerse en pie. El dolor que provenía de su abdomen la hizo sollozar y amagó con arrancarle varias lágrimas que ella logró contener a duras penas. Nunca se había sentido así, tan incapacitada. Sus movimientos eran torpes y poco precisos, como si hasta el más mínimo gesto le supusiera un enorme esfuerzo. Apenas tenía fuerza en las manos, y temía que con sus piernas ocurriera lo mismo.
Usó la mesita como punto de apoyo para poder levantarse. Sus piernas temblaron bajo la falda del camisón, amenazando con hacerla perder el equilibrio. Por suerte para ella, no fue el caso. Sus uñas se hundieron en la superficie de madera y sus pies descalzos se arrastraron por el frío suelo para dejar atrás aquel incómodo jergón. Cerró los ojos y respiró hondo, aún aferrada a la mesa como si su vida dependiera de ello. El vendaje había dejado de hincarse en torno a su vientre, aunque la herida seguía palpitando como si gozara de vida propia.
Cuando, instantes después, volvió a abrir los ojos, estos se desviaron rápidamente hacia la ventana. Sus manos temblorosas abandonaron la mesita auxiliar para poder buscar apoyo en la pared. Primero dio un paso, luego otro, y otro más. Volviendo a comprimir la mandíbula con fuerza, avanzó hacia el ventanuco. Fue cauta a la hora de asomarse a él, asegurándose de que no hubiera nadie en el exterior. Sus iris pardos divisaron un manto de árboles altos y matorrales espesos, aunque el follaje era demasiado denso como para intentar ver más allá.
¿Se encontraba en un bosque, entonces?
Con cierta torpeza, giró sobre sus talones para poder examinar de nuevo el interior del aposento. El baúl acaparó toda su atención, de modo que se aproximó a él, renqueante. Sus manos no abandonaron en ningún momento la pared, que también estaba compuesta por tablas de madera oscura y veteada. Por su diseño y ubicación, todo parecía apuntar a que se encontraba en una especie de cabaña.
Cuando finalmente llegó a su destino, se dio cuenta de que tendría que agacharse para poder abrir el arcón y descubrir su contenido. Primero se mentalizó, obligándose a realizar una serie de movimientos previos para comprobar si sería capaz de hacer lo que tenía en mente. Después, cuando decidió que ya no podía postergarlo más, comenzó a descender lentamente. Primero apoyó una rodilla en el suelo, luego la otra... Las lágrimas que había contenido hacía escasos minutos resbalaron sin previo aviso por sus mejillas, aunque no demoró en secárselas con el dorso de la mano.
Se mordió el labio inferior con tanta fuerza que un pequeño hilo de sangre se escurrió por su barbilla. Trató de mantenerse lo más recta posible, pero el dolor era demasiado intenso y sofocante. Sintió la imperiosa necesidad de levantarse el camisón y arrancarse la venda, aunque se contuvo. Lo último que necesitaba en aquellos momentos era sufrir una nueva hemorragia.
Su visión volvió a enturbiarse. Estaba mareada y las arcadas que contraían las paredes de su garganta eran tan violentas que amagaban con hacerla vomitar. Cerró los ojos y tragó saliva varias veces, en un intento desesperado por recomponerse. Se mantuvo así durante un par de minutos que se le hicieron eternos, luchando contra el dolor y las náuseas. Poco a poco —y gracias a los Æsir y a los Vanir— la quemazón que sentía en el abdomen fue disminuyendo, al igual que la sensación de vértigo.
Solo entonces se atrevió a abrir los ojos.
Un sudor frío recorrió su espina dorsal, provocando que la tela del camisón se adhiriera a la parte baja de su espalda. Pestañeó en repetidas ocasiones e inspiró profundamente por la nariz, con todo su cuerpo sumido en un tembleque constante. Cuando las ganas de vomitar desaparecieron y las náuseas dejaron de vapulear su estómago como serpientes furiosas, condujo ambas manos a la tapa del baúl para poder abrirlo. El desasosiego hizo presa de ella cuando, tras registrar el interior del arcón, no encontró nada lo suficientemente afilado ni contundente con lo que poder defenderse.
Solo había ropa.
De hombre, para ser más precisos.
Gimoteó al ser consciente de que estaba indefensa y a merced de quienquiera que se hallase al otro lado de la puerta. Bien podría romper la silla para poder hacerse con una pata astillada, pero no contaba con las energías suficientes para ello. Por no mencionar que tampoco le convenía hacer ruido, puesto que así al menos podría contar con la ventaja de que no supieran que había despertado.
Sin pensárselo dos veces, recuperó la verticalidad como buenamente pudo. Un nuevo latigazo de dolor la dejó sin aliento, aunque, gracias a los dioses, en aquella ocasión no se mareó ni le entraron ganas de vomitar. De nuevo, forzó a sus entumecidas piernas a que se pusieran en movimiento. Sus pasos, lentos y algo descoordinados, la llevaron hasta la puerta, a la cual se apegó para poder escuchar a través de ella. Aguantó la respiración durante unos segundos y, al no captar ningún sonido al otro lado del umbral, expulsó por la nariz todo el aire que había estado conteniendo.
No parecía haber nadie.
Sus pulsaciones se dispararon ante la idea que empezaba a formarse dentro de su mente, pero hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para no dejarse dominar por el miedo. El sudor acristalaba sus rasgos y hacía que su cabello se le pegara a la frente y al cuello. Temblaba. Seguía temblando como un maldito alfiler, como una hoja suspendida en una corriente de aire. Pese a que sentía fuego por dentro, le castañeaban los dientes a causa del frío helador que adormecía sus extremidades.
Se pasó la lengua pastosa por los labios cortados y, luego de respirar hondo, condujo su mano dominante al picaporte de la puerta. Fue sumamente cuidadosa a la hora de abrirla, haciéndolo despacio para provocar el menor ruido posible. Las bisagras chirriaron y la lámina de madera gimió al ser arrastrada por el suelo. Pero, más allá de eso, no se produjo ningún otro sonido lo suficientemente estridente como para alertar a nadie. O eso quería pensar.
Con el corazón latiéndole desbocado bajo las costillas, la muchacha asomó la cabeza con precaución. Sus orbes pardos se movieron de forma errática de un lado a otro, escrutando el interior de lo que claramente era una cabaña. Una zona común, compuesta por el área destinada a la cocina y una pequeña sala de estar, se abrió paso frente a ella. Localizó dos puertas más: una a su izquierda y otra que supuso debía ser la entrada principal.
Se aventuró a dar un par de pasos al frente, adentrándose en aquella nueva estancia. No parecía haber nadie, aunque no le pasó desapercibido el pequeño fuego que ardía en el hogar. Fuera quien fuese la persona que viviera allí, no debía de andar muy lejos. Puede que hasta incluso se encontrara en la habitación contigua.
La simple idea de que aquello fuera así le produjo un escalofrío.
Con los nervios a flor de piel, la joven avanzó un poco más, acercándose a la gran mesa rectangular que se erguía frente a ella. Algunas de las tablas que conformaban el suelo crujieron bajo su peso, lo que la hizo apretar los dientes. No demoró en buscar apoyo en la superficie de madera, dado que aquella maldita herida le dolía demasiado; tanto que hasta el simple hecho de mantenerse erguida le estaba suponiendo todo un desafío. Estaba convencida de que tenía fiebre, de ahí los sudores fríos y la tiritona constante. Aunque no se permitió pensar demasiado en ello. En su lugar, se dispuso nuevamente a buscar algo con lo que poder defenderse en caso de toparse con una cara desconocida.
En la mesa no había nada, más allá de una jarra con lo que parecía ser agua y un par de vasos de cuerno. La sequedad que se había apoderado de su boca y su garganta pareció hacerse más intensa y notoria ante aquella imagen. Estaba tan sedienta que no se lo pensó dos veces antes de aferrar uno de los recipientes y verter en su interior el contenido de la jarra. Bebió uno, dos y hasta tres vasos, cerrando los ojos en el proceso y dejando que varios hilos de aquel líquido transparente se deslizaran por su mentón y su mandíbula.
Depositó el recipiente en la superficie rectangular y se secó las comisuras de los labios con la manga del camisón. Sus ojos volvieron a saltar de un lado a otro, analizando hasta el más mínimo detalle con minuciosidad. Fue en la zona que actuaba de cocina donde avistó otra mesa —mucho más pequeña que la del comedor— sobre la que había varios platos y cuencos, media docena de cucharones y un cuchillo de despiece. Su mirada centelleó debido a ello, ansiando sentir el reconfortante tacto de aquella arma entre sus dedos.
Con aquella idea en mente, echó de nuevo a andar.
El suelo volvió a crujir ante la presión que ejercían sus pies descalzos sobre las tablas de madera, aunque en aquella ocasión no le importó lo más mínimo. No ahora que tenía un objetivo claro. Necesitaba hacerse con aquel cuchillo y descubrir dónde diantres estaba y con quién.
Sus dedos estuvieron a punto de rozar el borde de la mesita, pero fue entonces cuando un ruido la sobresaltó. A su espalda, la puerta de entrada se abrió de par en par, permitiendo que un haz de luz dorada penetrara en el interior de la cabaña. La skjaldmö dio un ligero respingo y giró sobre sus talones, tan rápido que sus heridas se resintieron y un nuevo vahído hizo que se tambaleara.
El miedo hizo presa de ella cuando, en su campo de visión, irrumpió una figura alta y corpulenta. Contuvo el aliento de manera inconsciente, como si así pudiera hacerse invisible frente a aquella presencia que acababa de cruzar el umbral. Estaba tan nerviosa y asustada que no podía pensar con claridad. Ni siquiera era capaz de moverse, como si su cuerpo hubiera dejado de pertenecerle. Una vocecita en su cabeza no dejaba de repetirle —o más bien gritarle— que cogiera el cuchillo de despiece y aprovechase aquellos instantes de confusión por parte del recién llegado para contar con algo de ventaja... Pero todo cuanto pudo hacer fue permanecer inmóvil.
Se había quedado en blanco.
Sin saber qué hacer ni cómo reaccionar.
Pese a que lo tenía de perfil y a contraluz, pudo apreciar cómo el desconocido se tensaba al percatarse de que la puerta que conducía a la alcoba en la que había despertado estaba abierta. La muchacha reculó como un animal enjaulado, provocando que sus caderas chocaran contra la mesa. Sus ojos se abrieron de par en par cuando otros increíblemente claros se posaron en ella, alertados por el ruido generado por los platos y los cucharones al caer al suelo. Y entonces... Entonces algo se activó en lo más profundo de su ser. Algo lo suficientemente poderoso e incontrolable como para que el miedo y la ansiedad quedaran relegados a un discreto segundo plano.
El instinto de supervivencia.
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· INFORMACIÓN ·
— ೖ୭ Fecha de publicación: 22/09/2024
— ೖ୭ Número de palabras: 2653
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· NOTA DE LA AUTORA ·
¡Hola, vikingos y valquirias!
¡AY, AY, AY! QUE NUESTRA BEBITA HA REGRESADO. ¡Eivør, querida! No te imaginas lo mucho que te hemos echado de menos T_T Pero, gracias a Odín, ya la tenemos de vuelta. No en las mejores condiciones, eso sí, pero tampoco nos podemos poner exigentes xP Aish, decidme, ¿os habéis emocionado tanto como yo al volver a leer sobre ella? =')
El caso es que Eiv está muy confundida y desorientada. Eso de despertar en un lugar que no conoces... Nope, no debe molar nada ^^' Y encima la pobre está que no puede ni moverse por culpa de la herida del abdomen >.< ¿Creéis que su reacción es exagerada o que hace bien en desconfiar y tomar precauciones? Porque sí, la han ayudado y se han ocupado de sus heridas, pero nunca se sabe u.u
Por cierto, no me odiéis mucho por haber cortado el capítulo en la mejor parte xD Tengo que mantener la intriga y generar expectación, jajaja. Además, así podemos teorizar todo lo que queramos (͡° ͜ʖ ͡°)
¿Qué creéis que ocurrirá ahora que el desconocido ha regresado a la cabaña y ha pillado a Eivør in fraganti? ¿Realmente nuestra bebita está a salvo? ¿O estoy jugando (una vez más) con vuestros corazoncitos? Y la pregunta que más nos interesa en estos momentos: de todos los OCs que aparecen en el apartado de «Personajes», ¿quién diríais que es el hombre que aparece al final del cap.? Os leo uwu
Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo y que hayáis disfrutado la lectura. Si es así, por favor, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)
Besos ^3^
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