[ O11 ⚊ Boda ]
Todo estaba listo.
Los preparativos, la decoración en la iglesia y los adornos para la merecida celebración después de la boda, con todo lo que muchos plebeyos desearían: desde el licor más costoso del mundo para más de doscientas personas, hasta la comida más exquisita preparada por los mejores chefs extranjeros.
Todo tenía que ser perfecto para el tan ansiado momento.
Los señores Park caminaban de un lado a otro, ansiosos, verificando que todo estuviera en orden, a pesar de que ya lo estaba, manteniendo a todo el servicio bajo alta presión.
En cambio, la linda Chae Young era la encargada de que su hermano luciera más hermoso de lo que ya era para su día.
Para el inicio de su infierno.
—¿Cómo me veo? —preguntó Jimin al verse en el espejo. Se veía bonito, demasiado, a decir verdad, con su traje completamente blanco a la medida, moldeando a la perfección su fina y delicada silueta. Su cabello corto y rubio estaba rizado, con una preciosa corona de flores blancas combinadas con rosa palo que reposaba en su cabeza. No tenía ninguna clase de maquillaje en su rostro, más que un humectante en sus labios, pues había decidido tener una imagen natural para su esposo.
—Hoy día mi JungKookie no se sentirá avergonzado por mí —pensó con inocencia mientras seguía viendo su reflejo en el cristal.
—Te ves hermosa, cariño, aunque no entiendo por qué no quisiste el vestido blanco estilo princesa que mamá había mandado hacer con tanto esmero para ti por su diseñador de París, ni el maquillaje. Aunque sea aplícate un poco de sombra en tus ojos, Jiminie —dijo Chae Young viendo el rostro de su hermano por el espejo. Su hermano de por sí era precioso, pero se veía demasiado simple para una ocasión tan importante.
Era un matrimonio, no un funeral.
—¿Entonces no te gusta? —soltó Jimin con voz apagada.
—No es que no me guste, cariño —se acercó a darle un cálido abrazo—. Tú, así te pongas las ropas más sucias y rotas, y sin ninguna clase de maquillaje en tu bello rostro, te seguirías viendo igual de hermosa que siempre —dejó en claro, tratando de subirle un poco el ánimo.
—A JungKookie no le gusta que me vista de chica, y mucho menos que use maquillaje —confesó, y Chae Young lo soltó lentamente para volver a observarlo. No pudo evitar que sus ojos reflejaran un deje de tristeza al ver a su hermano menor en una posición tan lamentable.
Ella, al menos cuando la comprometieron, hubo chispa entre su esposo y ella, pero Jimin...
—¿Estás seguro de que te quieres casar con él, Jiminie? —preguntó. Ya no estaban sus padres para guardar sus verdaderos pensamientos—. Estás consciente de que JungKook no te quiere —no quería sonar dura con sus palabras, pero era algo que incluso Jimin sabía.
—Lo sé —respondió dolido.
—¿Entonces por qué te quieres casar con él?
—Porque lo amo, y sé que él algún día también lo hará —su mirada reflejaba mucha tristeza también por su amor no correspondido, pero aun así se sentía seguro de sus palabras—. JungKook se fijará en mí y verá que hemos nacido para estar juntos.
Chae Young escuchó atentamente, analizando cada una de sus palabras, dándose cuenta de que el único ilusionado era su hermano, pues JungKook tenía otros horizontes en los que no incluía a Jimin.
Pero no quiso comentar nada de sus verdaderos pensamientos. Después de todo, no podía hacer mucho. Jimin y JungKook se casarían les gustase o no a quien fuese, incluso a los involucrados.
—Señoritas, su señora madre dijo que ya es hora —anunció una sirvienta tras la puerta.
Jimin sonrió emocionado. El momento que siempre esperó había llegado.
El sonido del piano se escuchaba en cada rincón de la iglesia más grande de la ciudad. Todos los refinados invitados yacían en sus respectivos asientos en espera de la prácticamente novia, ya que sería entregado por su padre como una chica al novio que estaba en el altar esperándolo.
El motivo de esto tenía sin cuidado a la mayoría de ellos. Lo único que querían era tener una buena imagen frente a la familia Park y la familia Jeon con sus presencias, para un futuro en el cual llegasen a necesitar de ellos y otros que ya se estaban beneficiando.
JungKook estaba desesperado, mirando cualquier parte de la iglesia sin darle mucha importancia a la entrada de aquella. Era obvio que no estaba emocionado para nada con esto, lo único que quería era que terminara toda esta obra de teatro e irse a su casa de una vez por todas.
A él simplemente le daba igual si Jimin llegaba o no. A decir verdad, en este instante se encontraba rogando a todos los santos que reposaban en cada rincón de la iglesia para que le realizaran el milagro de que Jimin no llegara.
Cuando el pianista cambió la melodía a la típica nota de entrada de la novia, se dio cuenta de que lo de los santos era un disparate. Ninguno de ellos hacía milagros; solo eran un par de muñecos elaborados por las manos pecadoras del hombre que solo servían para ser adornos. Si fuera lo contrario, Jimin no habría llegado.
No le quedó otra opción que ver la gran puerta donde Jimin ingresaba junto a su padre con los brazos entrelazados. Ambos caminaban con una sonrisa resplandeciente en sus rostros mientras se dirigían hacia él.
Era mucha la diferencia en sus expresiones; el rostro de JungKook no reflejaba ninguna gota de felicidad.
—Te hago entrega de uno de mis más preciados tesoros, JungKook —el señor Park entregó la mano de su hijo, y él la tomó mientras hacía una leve reverencia. No tenía opciones.
El señor Park fue a sentarse junto a su familia, con la de su futuro yerno. Todos estaban bastante contentos.
Jimin aún seguía con su sonrisa resplandeciente en su precioso rostro. Su imagen era mucho más fresca y tranquila a diferencia de cuando se estaba alistando en la mañana. En estos últimos días, antes de este gran momento, estuvo lleno de inseguridades y miedo, pero todo esto terminó al ver que JungKook lo estaba esperando en el altar.
Al fin se iba a casar con aquel hombre que robó sus sueños e ilusiones más de una vez.
—Queridos hermanos —comenzó la ceremonia el sacerdote—. Estamos reunidos en este día tan especial para dar inicio a una nueva unión llena de prosperidad, donde dos almas se unirán como una sola y el amor florecerá según lo vayan cosechando ambos con el tiempo.
La mirada de los novios estaba en el sacerdote.
JungKook escuchaba con aburrimiento cada palabra dicha por el hombre de sotana, pues el sacerdote estaba diciendo un poco de cosas que él no sentía, sin contar que tuvo unas inmensas ganas de reírse al escuchar la palabra "amor".
Amor es lo que menos sentía; desprecio, odio, ira eran las palabras correctas para describir sus verdaderos sentimientos.
En cambio, Jimin sonreía ingenuamente a cada palabra dicha. Era tanta la diferencia entre ambos.
—Ahora, para comenzar con esta unión, repite después de mí, hijo —miró a JungKook, quien asintió con una sonrisa ladina en sus labios. Le parecía tan divertido todo esto.
Todo esto era tan malditamente ridículo.
—Yo, Jeon JungKook, te quiero a ti como mi legítima esposa y me entrego a ti. Prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida —repitió cada una de las palabras dichas, viendo a los ojos a Jimin, cambiando cada palabra en sus pensamientos.
Yo, Jeon JungKook, te maldigo a ti como mi esposo y jamás, pero jamás me entregaré a ti. Prometo hacer de tu vida un verdadero infierno, siempre, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi miserable vida. Eso lo juro.
—Ahora tú, hijo mío, repite después de mí —miró a Jimin.
—Yo, Park Jimin, te quiero a ti como mi legítimo esposo y me entrego a ti. Prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida —repitió con una sonrisa en sus labios.
Los minutos transcurrían con cada palabra llena de bendiciones y de buenos deseos del sacerdote. Intercambiaron anillos y escucharon más palabras del hombre de sotana.
—Y lo que hoy se ha unido, que no lo separe el hombre. Pueden besarse —terminó de decir el sacerdote.
JungKook observó unos segundos los labios de Jimin, luego sus ojos, los cuales brillaban de felicidad. Ese brillo en ellos le repugnaba, porque él no era feliz.
Se acercó con un nudo en la garganta y en la boca del estómago. Dolía hacer algo con lo que no estaba de acuerdo, pero no le quedó otra. Estampó sus labios con los de Jimin sin realizar ningún movimiento, solo los mantuvo juntos, cual beso de niños de un año los juntaba con inocencia.
Los familiares de ambos los veían fijamente embelesados desde su lugar. Al fin habían logrado lo que tanto habían deseado: que sus hijos se unieran y estar todos juntos como una sola familia.
JungKook fue el primero en separarse, esquivando su rostro del de Jimin para mirar a los invitados, quienes aplaudían por el momento, y sobre todo a aquellos seres que se hacían llamar sus padres.
—Estoy muy feliz, JungKookie —escuchó decir a Jimin mientras sentía cómo entrelazaba sus brazos emocionado.
—Sí, sé feliz mientras puedas. Vamos a ver si de ahora en adelante vas a seguir feliz —sonrió para sus adentros.
Ambos caminaron por la pasarela hasta la salida, seguidos por todos.
—Felicidades —sus padres los felicitaron una vez afuera del templo sagrado con una sonrisa en sus labios.
Cómo quería borrarlas.
Y lo haría. Todo era cuestión de tiempo, pero lo haría, y comenzaría por donde más les dolía: Jimin.
El sufrimiento de él sería lo que se las borraría. De eso se encargaría personalmente.
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