Capítulo 53
Capítulo 53
Abigail
Ahogada en mi propio llanto durante todo el trayecto hasta el hospital, me cuestiono por haberme convertido en la caja fuerte que soy ahora, trato con cada fibra de mi ser de no expresar lo que realmente siento, aunque mis energías se están agotando.
Hasta el muro mejor construido, puede verse erosionado con las tempestades del tiempo. Tengo la posibilidad de repararlo y vivir encerrada dentro de mí, ocultándome en mí misma, de lo que soy y lo que siento, solo por temor a cómo puedan recibirlo los demás, pero ya se terminó, he quedado al descubierto, aunque quizás soy la única que cree haber estado oculta todo este tiempo.
Mi mente se revuelca en sí misma, pienso en las posibilidades, pienso en que es posible que sea tarde para liberarme, pero mi corazón desecha esa posibilidad, él tiene la esperanza de soltarlo todo y de que realmente estoy a tiempo.
Arribamos al hospital donde fue trasladado Jordan. Entramos por la puerta de urgencias de manera estrepitosa, corriendo hacia la enfermera que está en el recibidor.
—Estamos buscando un paciente que fue ingresado aquí —esboza Jaden en medio de su respiración sofocada. Yo trato de secar las lágrimas y parecer un poco calmada. Supongo que no logro y las gotas están en todos lados—. Su nombre es Jordan King.
—Un minuto por favor —la chica sonríe. ¿Por qué rayos sonríe? ¡Estamos en emergencias! ¡Dios, que falta de tacto!
—Señor, veo un ingreso de hace 15 minutos. Todavía no tengo información precisa sobre el paciente. Tienen que quedarse en la sala de espera para mantenerse atentos a las novedades —vuelve a sonreír. Me dan ganas de estrellarle la cara contra la mesa a ver si se le quita lo risueña. Giro los ojos para contenerme. Jaden me toma de la mano, pero me resisto.
—Ven, no podemos quedarnos aquí. Vamos a la sala a esperar —dice en tono conciliador. Me dejo llevar por él y cruzamos la puerta hacia la sala de espera. No hay muchas personas allí, solo un par de señoras conversando ávidamente.
Espero.
Espero.
Miro el reloj que está frente a mí una y otra vez, pero los minutos parecen demasiado largos. Espero unos minutos más. Pierdo el control y me pongo de pie. Doy vueltas alrededor de las sillas y Jaden ya ni siquiera me observa. Sabe que no estoy en mis cabales, incluso yo lo sé.
Veo una camilla trasladarse al fondo del pasillo. Tengo la impresión de que es él. No pierdo nada verificando.
—Jaden, voy al tocador. Vuelvo en seguida —camino en dirección hacia el baño y luego hago un ligero desvío hasta el fondo.
Un par de enfermeras caminan distraídas con unos papeles en mano y no se percatan de mi presencia. Abro despacio la puerta por donde vi entrar la camilla. No hay nadie a la vista. Camino un poco más hacia dentro, pero antes de acercarme para abrir la puerta que tengo enfrente, ésta se abre de golpe.
—Señorita, no puede estar aquí esta zona es exclusiva para el personal autorizado —dice el doctor que viene con una tablilla con información.
—Soy estudiante —balbuceo—. Estoy aquí como observadora.
—¿Y dónde están tus ajuares? —me mira extrañado—. Allí, en aquel cajón hay batas estériles. Puedes tomar. Pero solo puedes observar a través del vidrio. No puedes pasar dentro —solo asiento, él sonríe y se aleja. Busco en el cajón y me deslizo dentro de una de las batas quirúrgicas. Abro la puerta despacio y me encuentro con otro pasillo que va únicamente en dirección izquierda. Camino despacio, para que no se percaten de mi presencia.
Me encuentro con una gran ventana de vidrio, igual a aquellas que ponen en las salas de bebés para que los familiares conozcan las nuevas criaturas, la única diferencia es que, en la de los bebés se presencia el milagro de la vida, pero aquí estoy ante el enigma misterioso, que es la muerte. Mis ojos se inundan en llanto cuando veo a los doctores untando en gel las planchas del desfribilador.
Uno de los doctores presiona contra el pecho desnudo de Jordan el resucitador.
Se miran entre sí y repiten la acción.
Hablan entre sí y repiten la acción.
Nada pasa.
Mi corazón está en un hilo.
Mi alma se despide de mí poco a poco.
Quizás yo también necesite algo de esa descarga eléctrica.
Repiten otra vez.
En esta ocasión no soy lo suficientemente fuerte para mantenerme en pie y seguir mirando lo que sigue. Mis miembros se desvanecen y sólo siento el golpe de mi cráneo contra la fría cerámica del piso inerte.
***
Siento el frío contra mi mejilla. Me siento desorientada y algo dolorida. Me toma unos segundos incorporarme. Un pensamiento borrascoso pasa por mí y recuerdo el hecho por el que estoy aquí.
Jordan.
Estaba mirando a Jordan por la ventana. De inmediato me pongo de pie, pero ya no está nadie en la sala donde solían estar. La puerta está abierta, así que entro. Todo está intacto. Como si nadie hubiese estado allí. No tengo idea de cuanto tiempo estuve allí desmayada. Una enfermera de ojos claros y cabello rubio platino se acerca a mí.
—¿Es usted la señora King? —me turba el apelativo, pero respondo de forma afirmativa—. Venga sígame.
Caminamos por un largo pasillo de paredes grises, con muchas puertas en cada lado, al fondo logro divisar una puerta, la cual parece ser nuestro destino. Los pasos parecen ser eternos, pareciera que llevamos horas caminando, me siento cansada. La enfermera abre la puerta para que yo pueda pasar. Enciende las luces y se va. El lugar es totalmente blanco, desde el techo hasta la cerámica del piso. Una luz resplandeciente, inunda todo el espacio, me doy la vuelta y encuentro frente a mí una camilla justo en el centro del lugar. Hay alguien allí acostado.
Tengo miedo de aercarme y enterarme quién está allí, pero tomo valor y camino. Repito para mis adentros una y otra vez que el cuerpo que está allí, no es el de Jordan. Confío en que ella se haya equivocado de paciente. Estoy justo al lado de la camilla. Tomo el borde de la sábana que cubre el cuerpo, y con manos temblorosas e inseguras, despacio, casi en un movimiento eterno levanto la manta. Unos mechones dorados me horrorizan la tanda. Mi corazón se va consumido en un suspiro, y vuelvo a cubrir lo que acabo de ver. Me ahogo en llanto y cubro mi boca para suprimir los gritos de dolor. Descubro el cuerpo hasta la cintura. Está desnudo. Perfecto. Su cuerpo brilla en medio de todo el esplendor.
Dorado, brillante.
Algo celeste para mis ojos. Me arrodillo y quedo justo con mi cabeza sobre la cama. Nuestras cabezas están juntas. Acaricio con mi mano su mejilla y siento su barba raspar mis dedos. Siento esa familiar sensación de impotencia invadir mi cuerpo.
—Jordan, perdóname por ser una estúpida. Por no decirlo antes, por alejarme tanto de mí misma, de nosotros todo este tiempo. Ya es tarde, pero donde quiera que estés, quiero que sepas que esto que siento es real, y que todos los días de mi vida, me voy a arrepentir por no haberlo aceptado a tiempo. Lo siento. Lo siento tanto, pero merezco este dolor, merezco ser una fracasada, porque tengo miedo, porque no puedo gritar lo que soy y lo que siento. Lo merezco —mi llanto moja su cara y la lágrima rueda hasta su pecho, del lado de su corazón me levanto y le doy besos, rápidos y agitados por el rostro, en su boca, sabiendo que son los últimos, que nunca volveré a ver esos labios, ni mi ser se estremecerá al oír su voz. Lo voy a extrañar. Volví a caer en el juego del amor y perdí. Otra vez.
***
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