Capítulo 51
Capítulo 51
Jordan
Estamos en medio del tránsito, atascados en una fila de vehículos, interminable. Llevamos más de 10 minutos en el mismo lugar, es posible que solo hayamos avanzado unos cinco centímetros en todo este tiempo.
—Señor, ¿falta mucho para llegar al NH? —pregunto. No puedo seguir atrapado aquí y perder valiosos minutos de mi tiempo. No tengo intención de enfriar la furia.
—Solo falta doblar en la siguiente esquina y verá el edificio —acto seguido, bajo del auto y cierro la puerta de un portazo. Escucha el rugido desesperado de la bocina y recuerdo pagar al taxi. Corro, tan rápido como si de eso dependiera mi vida. Al doblar a la derecha, visualizo de inmediato el imponente edificio.
Estoy a unos cien metros de distancia. Aumento la velocidad y en menos de lo que esperé, estoy en la explanada del gran hotel, donde los autos esperan a ser aparcados por el valet parking. Troto hasta la entrada y un seguridad, demasiado amable para mi gusto, me detiene.
—Disculpe, señor. ¿En qué podemos ayudarle? —no respondo, porque no sé que demonios decir. Estoy sudado, acalorado, el sol todavía me molesta en los ojos, estoy sofocado, no por la caminata. La adrenalina me ha descontrolado la respiración.
—Tengo que entrar —mis ojos atrapan la imagen como una fotografía. Patrick viene sosteniendo dos mujeres, una a cada lado. Inmediatamente reconozco a Katherine. La otra es una pelirroja impresionante y de maquillaje espeso. Los tres vienen sumidos entre carcajadas. Katherine alcanza a verme, y con un autocontrol que no es característico de ella, trata de desviar su mirada de mí, para que sus acompañantes no se enteren. Me alejo de la entrada cuando noto a través del vidrio la inminente salida de ellos. Me alejo un poco de la puerta y espero.
Están en la entrada. La mirada de White es molesta. Está gritándole algo al portero, quien se aleja de inmediato para cumplir su orden, supongo.
Ahora a o nunca.
Esta es mi oportunidad.
Camino hasta la entrada frente a ellos. Inmediatamente él me reconoce y Katherine muestra su cara de preocupación. Pero no me importa. La cara de Patrick es épica. No está sonriendo como usualmente lo hace.
Está más bien sorprendido y confundido. Como si no hayase explicación del porqué estoy frente a él.
—¿Acaso pensaste en algún momento que te salvarías de mí? —digo con los dientes apretados.
—En este momento no tengo ganas de juegos. Si no lo ves, estoy ocupado con estás dos bellezas. Quizás quieras acompañarnos. O no. Seguro no eres lo suficientemente hombre para estos monumentos —se ríe y mira ambas chicas, incitándolas a reír junto a él.
—Es posible, pero de lo que estoy seguro es que tú no tienes los cojones para enfrentarte a mí. ¿Qué pensaría tu mami si supiera que parió a una gallina? —él se acerca a mí despacio. Estamos uno frente al otro. Justo como estuvimos ayer, mirándonos a los ojos, está provocado. Sus ojos se han oscurecido y se tornan rojos. Las respiraciones se unen en una sola y me asquea su cercanía. Juro que muero por escupirle.
—¿Qué esperas? demuestra que no eres nada de eso. Que no eres un cagón cualquiera. Dile al mundo porqué tienes ese título. Yo también quiero probarte —ríe casi encima de mi rostro.
—Quítate de encima, basura —suelta, lanzo el primer golpe contra su cara. No aguanta la presión y lanza el primer puño que cae sobre mi mandíbula, que cruje al llegar. El movimiento de sus nudillos contra mi cara, me empuja hacia atrás y golpeo mi cabeza contra el asfalto, siento como el concreto raspa la carne de mi antebrazo y veo restos de sangre juntarse con lo negro del suelo y mi herida arde de inmediato. El tumulto empieza a armarse. Me levanto tan rápido como puedo y antes de que White esté realmente lejos, lo arrastro hacia mí por el cuello y ambos caemos al suelo.
La pelirroja trata de forcejear y alejarlo de mí, pero un puñetazo en la cabeza de Patrick lo aleja de su cuerpo y sólo un chillido profundo ha salido de su boca. Él está encima de mí. Golpeando sin cesar mi rostro y mantiene presa mis piernas entre las suyas. Su mano derecha se acerca a mi cuello y empieza a apretar. Voy perdiendo la respiración. Mi cerebro necesita oxígeno. Estoy perdiendo la noción de mi alrededor, pero en un descuido él suelta un poco mis piernas, y aprovecho para darle vuelta y chocar su espalda contra el asfalto. Lo arrastro hasta el centro, donde el sol ilumina con mayor intensidad. En esta posición puedo ver el cúmulo de personas que se han formado a nuestro alrededor, como una auténtica pelea en un callejón de Nueva York. Me siento como en casa.
Mis puños aterrizan en sus mejillas y su mandíbula cruje con cada golpe que le propino. La sangre brota a borbotones por su nariz y sé, por experiencia, que se le está dificultando la respiración, quisiera pensar que puede morir ahogado por la sangre, pero no me detengo. Incremento la intensidad. Él agarra mi cuello con sus manos y trata con todas sus fuerzas de dislocarlo.
Presiona su antebrazo contra mi cuello y siento como crepita y el oxigeno deja de viajar a mis pulmones. La sangre en mi cabeza ha dejado de circular. Patrick me suelta y me alejo unos metros para tomar un poco de aire. Un ataque de tos no me deja terminar de disfrutar mi recién adquirida capacidad de respirar.
White está de pie, limpiando el polvo de sus vaqueros y camiseta. Su peor error ha sido darme la espalda. Me pongo de pie y voy justo a su lado y en un intento fallido lanzo un derechazo. Estamos frente a frente y se muestra indignado de ver que esto continúa. Un hook aterriza en el mentón de Patrick. El dolor de mi puño se confunde con el chirrido de su mandíbula y las rayas de sangre que brotan desde su boca, luego de la caída sin medida que dio mi puño sobre su barbilla.
De inmediato trata de recuperarse y ponerme sobre aviso con un par de jabs sin éxito, seguido de un crochet contundente que reposa en el lado izquierdo de mi cabeza, empiezo a disvariar. Un vahído viene hacia mí, pero a pesar de mi visión borrosa, me levanto. Hay un círculo de espectadores aún mayor, alrededor de nosotros, incluso la policía está disfrutando con un par de latas de refresco en mano el espectáculo.
—¡Deténganse! —grita la pelirroja con su marcado acento mexicano—. Estoy segura que ahorita tenemos otra forma de divertirnos.
A regañadientes, me acerco a él y Patrick responde de inmediato con una serie de directos fallidos que esquivo en movimientos casi fugaces, que parecen una danza sincronizada entre ambos. Lo bueno de no tener reglas en este juego, es que puedo utilizar todos mis recursos. Al esquivar uno de sus golpes, lanzo una patada que descansa en un lado de su cabeza. Mi codo golpea su estómago y una ráfaga húmeda cae al suelo desde su boca. Un gancho lo hace tambalear por un momento y es mi oportunidad perfecta para atacar su hígado y el estómago. Una batería de golpes seguidos y sin reposo arremeten contra su pecho, la tos empieza a atacar a mi adversario y uno de mis pies le hacen una mala jugada para que termine doblado en el suelo y dispuesto completamente para mí, por el dolor que le han provocado los golpes en su punto débil, el tronco.
Subo a horcajadas sobre él y mis puños se lanzan casi de manera automática sobre su cabeza que se balancea de un lado a otro con cada uno de los golpes que le propino, sus ojos están hinchados y sangre brota por su nariz, sus labios e incluso por debajo de sus ojos. Siento como ya se ha rendido, su cuerpo dejó de protegerse, está entregado, se ha rendido, pero yo no puedo detenerme, porque si lo hago, puede que él se levante y sea él quien me mate a mí, pero para eso tiene que morir primero, como el mal nacido, megalómano, todopoderoso, maniático del control que es él.
Quiero con todas mis fuerzas que sufra todo el maldito dolor como si de un camión se tratase que haya pasado sobre él. Que sepa lo que es morir destrozado por el dolor y por la sangre y no poder mover ni un solo miembro para apaciguar el suplicio de morir despacio y angustiado. Por eso no puedo detenerme y sigo golpeando sin sentido su rostro, pero a medida que mis ojos se humedecen, la intensidad va menguando hasta que se convierten en nada. Estoy llorando y no me importa que estén viéndome decenas de personas. Estoy haciendo lo que siempre quise, pero ahora no sé si realmente esto es suficiente, pensé que lo sería, pero no es así, ni siquiera porque estoy encima del hombre que destruyó mi familia y está a mi merced, para hacer con él lo que me plazca, incluso matarlo a golpes si fuera capaz, pero no es suficiente, tampoco es necesario, estos golpes y el dolor que siente mi cuerpo, ni el placer que me produce verlo de esta manera me devolverá a mi familia, ellos no regresarán. Mucho menos estarían felices de saber que estoy encima de un tipo medio muerto, que podría fenecer en cualquier momento y de paso convertirme en otro maldito malhechor, bandido, delincuente y terminar, a diferencia de él, como un bandolero en una cárcel de mala muerte por haber matado al hijo del hombre más importante de Nueva York. El político mejor valorado en la última década. Ese muerto si vale la atención de todos, ese cadáver, ese sólo occiso vale la libertad de un individuo, pero una familia, llena de sueños, esperanzas, asuntos por resolver, personas a quienes llevar hacia el éxito, con todo el deseo de hacer las mejores cosas por ellos mismos y por todos los que lo rodean, personas que verdaderamente tienen el anhelo de echar hacia adelante y hacer que todo aquel que ponga de su parte, sea alguien en la vida, no por lo que tenga en su bolsillo, sino por sus valores, por lo que significan para los demás para los que están a su alrededor, pero esos cuerpos sin vida no valen ni un céntimo, es lo que más me duele y por lo que estoy aquí. Pero éstos execrables seres humanos, no merecen mi libertad, ese buen sabor no quedará en sus bocas, no les daré ese placer. Me levanto despacio, refunfuñando por el dolor y me abro espacio entre los espectadores.
Siento a alguien tocar mi hombro detrás de mí y al darme vuelta me encuentro con los húmedos ojos azules de Katherine.
—¿Adónde vas? —dice preocupada.
—Tengo una pelea a la cuál enfrentarme —contesto sin ganas—. Permiso.
—Tienes que ir a un hospital. No puedes ir a la pelea. No servirá de nada.
—Sí, sirve. Yo doy el frente cuando me comprometo —ella pone obstáculo en mi camino y con toda la paciencia del mundo le pido que me de el paso—. Permiso —le repito. Ella se pone a un lado y un taxi está allí parado. En mi camino el par de guardaespaldas de Patrick, me interceptan. Detienen mi paso y uno sin reparo, se acerca a mí, me pega contra su pecho y siento como una punzada cortante atraviesa mi pelvis. Contengo mi instinto de torcerme del dolor y aguanto.
—Eso es para que sepas, que nadie se mete con los White —retira el arma blanca y la entra en su bolsillo todavía pegado a mí. Camina y yo me alejo, cojeando hacia el taxi allí estacionado.
—Al Arena de Guadalajara, por favor —le pido al taxista en medio de una ráfaga de dolor. Miro la herida y me percato de que ha sido bastante profunda y ya ha mojado mis pantalones con sangre. Presiono mi mano contra ella, saco mi abrigo y lo coloco para evitar que se derrame más sangre. El taxista enciende el auto y emprende el viaje hasta mi destino.
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