Capítulo 33
Capítulo 33
Jordan
Parece que la ira de Thor, dios del trueno en la mitología nórdica y germánica, ha desatado su ira y el cielo está cayendo. Me he quedado dormido muy rápido. Siquiera me di cuenta de cuando lo hice. Me tomo unos segundos antes de darme cuenta de que April no está en la cama. Miro alrededor y logro verla parada en el balcón.
Debe haber perdido la cabeza para estar allí, a esta hora y con estas condiciones del clima. Me levanto y camino despacio hasta ella para no sorprenderla, luego es capaz de saltar por el susto. Me pongo justo detrás de ella y pongo hacia atrás el pelo que rodea su cuello y cae sobre sus hombros. Acerco mi rostro hacia ella y me cercioro de que está llorando.
—¿Qué sucede? —pregunto extrañado. ¿Por qué podría estar llorando?
—Nada —sorbe su nariz—. Es que tuve una pesadilla y salí a despejar un poco la mente —mi vista se pierde en el monte verde y el gran acantilado tan cerca de nosotros.
—Ya pasó. Estás aquí y estás bien. No te preocupes. Vamos a entrar. Es peligroso estar parada en este lugar —caminamos de vuelta a la cama y nos acostamos. Todavía su respiración es agitada y siento el miedo en sus ojos. Creo que debo preguntarle que soñó.
—¿Y qué pasó en esa pesadilla? Mi abuela decía que cuando sueñas algo y no quieras que suceda, debes contarlo.
—Patrañas irlandesas. Y disculpa, pero no soy supersticiosa, además si va a pasar, no somos nada ni tú ni yo para detenerlo. Es cosa del destino.
—Bien. Si no quieres contarlo no puedo decir nada.
—No es que no quiera, solo no quiero recordarlo, es distinto.
—Entiendo. Tienes razón. Creo que debemos dormir. Será mejor.
—Sí, buenas noches.
—Que sueñes con los ángeles.
—No precisamente con ángeles, seré algo más original.
(...)
Al otro día me despierto y ya no está, y eso es muy temprano, apenas son las seis de la mañana, pareciera que es tardísimo, pero tenemos la ventaja de días realmente largos en el polo. No quiero molestar, así que mejor salgo a ver si hay condiciones para salir y correr un rato por la vía. Bajo por las escaleras. No hay nada de movimiento en el pasillo. Todos están dormidos. En la recepción está el chico que la atiende dormitando, ni siquiera se percata de mi presencia.
Empujo la puerta y la alarma se dispara. Yo me detengo en seco y solo escucho al chico detrás sacar su arma y estoy seguro que está apuntando hacia mí. Me doy vuelta casi en cámara lenta.
—Tranquilo. Estoy hospedado aquí —digo.
—¿Quieres que te crea? —está molesto, y no sé como un chico tan joven puede engrosar tanto la voz—. ¿Qué traes en el bolsillo? —saco mis manos de los bolsillos delanteros del abrigo y las levanto.
—Nada amigo —él baja el arma.
—¿Cuál es tu nombre? ¿Cómo estás registrado? —demonios. ¿A nombre de quien estará la reservación? —. James Jordan King —él busca en el sistema y levanta el rostro, se dio por vencido.
—Disculpe, señor King. Es solo precaución. Es muy temprano.
—Sí, ya sé, pero necesito salir a correr un rato. ¿Me abriría la puerta?
—Claro —él se levanta con el llavero y me abre la puerta.
—Disculpa amigo —repite.
(...)
A una distancia no muy lejana, diviso las montañas encumbradas de hielo, casi rozando el cielo por su altitud. La temperatura es tan baja que estoy seguro que si no fuese por estar corriendo, moriría congelado, pero quién diría que casi llegando el verano haría tanto frío, pero olvido que estamos peligrosamente cerca del polo norte, con largos y fríos días, sobre todo en esta región. El cielo sigue igual de nublado que anoche, y al parecer no mejorará mucho.
Después de un par de kilómetros, decido retornar antes de que esto se ponga peor. Me regreso tan rápido como puedo. Los ladridos de un perro detienen mi paso, pero no estoy seguro de donde está. Cruzo al otro lado y veo a un cachorro blanco con gris y ojos azules y tristes, cubierto bajo las hojas que cubren el pavimento.
Me acerco a él y no actúa a la defensiva, lo saco de allí y observo que no tiene collar, quizás lo abandonaron. Lo tomo para llevarlo al hotel y lo pongo debajo de mi abrigo. Corro devuelta y ya la puerta hacia la recepción está abierta y otro chico ha entrado a su turno.
—Mira encontré este cachorro en la carretera. Parece que se escapó.
—Decenas de esos perros están en la vía. Seguro la madre se curó luego del parto y abandonó a los cachorros.
—¿Entonces a dónde lo tenemos que llevar?
—Hay un refugio, pero está un poco lejos de aquí, puedes llevarlo allá —él saca un bolígrafo y anota una dirección en un trozo de papel—. Aquí tienes.
—¿Ustedes no me ayudan con eso?
—No tengo conocimiento de eso, pero no te preocupes, puedes subir con él. Somos tolerantes a las mascotas.
—¿Dónde puedo conseguir comida para el perro? Debe estar muriendo de hambre.
—Haré que te llegue un paquete. ¿Cuál es su habitación? —le indico el número y me afirma que en media hora recibiré el alimento.
—Gracias —me retiro subo las escaleras y llegando al cuarto piso veo a April caminando en dirección al ascensor.
—¡April! —mira hacia acá y se acerca inmediatamente me ve.
—¿Qué traes allí? —pregunta al notar el bulto debajo del abrigo.
—Ven, por favor —subo las escaleras, a ella le toma unos segundos alcanzarme. Entro a la habitación y dejo la puerta abierta.
—¡Dios mío! ¡Qué belleza! —alza sus brazos para acariciarlo—. ¿De dónde sacaste este peluchito? Parece de felpa —el perro empieza a lamer su mano.
—Estaba abandonado en la carretera, pero el recepcionista me dijo que sucedía siempre —ella va hasta el baño y regresa con un recipiente con agua.
—Aquí tienes —le pone el agua en una esquina y lo bajo para que pueda beber—. Está muy sediento.
—Quizás me quede con él —le digo.
—¿Lo vas a adoptar? Está muy bien, algo de que hacerte cargo y que te haga compañía.
—Aún no es seguro, tengo que saber si lo han reclamado. Voy a llamar al refugio a ver qué me dicen.
Marco el teléfono que anotó el chico de la recepción, y hablo con las personas del refugio. El encargado me indica que debo llevarlo para verificar las características personalmente y ver si existe algún reporte respecto al cachorro.
—Tengo que ir —le digo a April que se encoge de hombros para preguntar.
—Yo quiero ir y ver los perritos. Podemos ir en el four wheel. ¿Todavía lo tienen disponible?
—Sí, hasta mañana. Vamos luego que traigan la comida. Está hambriento.
—Sí —está acariciando su pelo y pasando sus mano por el hocico—. Es tan tierno y muy cariñoso.
—Ya está tomando fuerza. Tenía mucho frío, casi hipotermia.
Una chica sube con una bolsa de alimento para cachorros y un plato. Le pongo un poco y el perro empieza a devorar las bolitas a la velocidad de la luz. Cuando termina le echo un poco más al plato y vuelve a devorarlo igual de rápido que el primer round. Bajamos hasta el parqueo y tomo rumbo en dirección al refugio.
—¿Estás seguro que sabes llegar?
—No, pero hay un mapa en la guantera. Me vas a guiar.
—Ohhh ¿ahora resulta que soy tu GPS?
—Sí, así que concéntrate.
Tardamos casi dos horas en llegar, y lo peor de todo es que ha sido por dar vueltas, un círculo vicioso, gracias a la experta en mapas que me gasto.
Entramos el lugar que está cercado con mallas ciclónicas y justo en el centro un edificio color gris rodeado por los jardines cubiertos de granizo.
Entramos y la energía se siente, los perros ladrando y aullando. Una mujer robusta está sentada en un escritorio en muy malas condiciones. Le explico la situación y ella rompe a reírse.
—Todos los días nacen decenas de Alaskan Malamute. Si te dijera que lo buscan te mentiría. Estos perros son casi imposible que los adopten aquí. No tenemos cupo para él y tampoco le pertenece a nadie.
—¿Qué podemos hacer entonces? ¿Podemos adoptarlo?
—Se los agradecería la verdad, es una lástima lo que sucede con estos chiquillos, y siempre será bienvenida un alma generosa que los rescate. Solo tendría que tomarlo como nuestro y dárselo a ustedes en adopción.
—Nos vamos en avión, ¿cómo sería el proceso?
—Podríamos enviarlo, pero eso tendría un cargo superior.
—Claro, lo queremos —llenamos el formulario correspondiente y un campo indica el nombre del can.
—¿Cómo le podemos llamar?
—Lo encontraste casi congelado y cuando lo vi parecía una bolita, preciosa y peluda. Yo digo que le llames Snow.
—Snow —rio.
—Me gusta es un nombre muy bonito —terminamos el proceso y dejamos al perro en una jaula aparte donde dice adoptado. Vamos de vuelta al hotel. Y por increíble que parezca, ahora tendré que hacerme cargo de un perro. Un pequeño lobo, blanco con gris y ojos azules, se hará cargo de lo poco que queda en mi departamento, pero la compañía nunca está de más. Quizás sea la pieza que falta en mi rompecabezas.
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