Día 8. En realidad me brinqué la palabra de hoy, pero ¿quién se fija? 😆 Hoy les vengo trayendo y manejando algo con los bichines guapísimos, favoritos de todos los tiempos.

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Milo dejó escapar un sonoro suspiro de aburrimiento en un vano intento por llamar la atención de su amigo que, a pesar de todos sus esfuerzos, no apartaba la vista del libro que en ese momento leía.

Volvió a ver a Camus sumergido en su lectura, ignorando el monumental fastidio que provocaba en Milo, quien, miró con una sonrisa traviesa un cuaderno que descansaba en la mesita que estaba a lado del sofá en el que descansaba. Cortó una hoja con malicia y comenzó a lanzar diminutas bolitas de papel que se enredaban en el cabello de Camus.

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—Me aburro —informó Kardia por milésima vez.

—Kardia —trató de sonar paciente Shion —sólo llevamos aquí quince minutos.

—Ya sé, pero me aburro.

Shion simplemente negó y se dispuso a terminar de preparar su caña de pescar, cuando oyó a su compañero lanzar otro gran suspiro de aburrimiento. Cerró los ojos tratando de mantener la calma.

—¿Falta mucho? —preguntó Kardia llamando la atención de Shion.

—No hemos ni comenzado, por eso Degel te dijo que dejaras venir a Manigoldo, tiene más paciencia y pericia en estos menesteres que tú —respondió exasperado. Kardia hizo un puchero.

—Sí, pero no quería dejarte a solas con él.

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Le gustaba lanzar piedras al río, recordó Gestalt cuando vio pequeñas ondas formarse en el agua por los guijarros que un oculto Ecarlete dejaba caer al río. Esa era su forma de decirle que, a pesar de estar molesto con él, quería ser encontrado. Gestalt se sentó donde intuía se encontraba su compañero.

—Tardaste mucho —reprochó Ecarlete.

—No sabía qué querías ser encontrado— respondió.

Ecarlete volvió a lanzar un guijarro al agua y se hizo presente mirándolo con reproche.

—Gestalt —pronunció serio —yo siempre quiero ser encontrado por ti —el aludido no pudo evitar sonreír.