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16. Olas

"Me encontré en un mar en el que las olas de alegría y dolor chocaban entre sí" Naguib Mahfouz.

La vida adulta apestaba. Los niños que sueñan con crecer y ser grandes no tienen idea del tesoro que están desvalorizando.
Ser niño, incluso en una familia estricta, o desobligada, es un centenar de veces mejor que ser independiente y tener que lidiar con las responsabilidades adultas.

Luis recuerda casualmente sus vacaciones de la niñez, todas esas veces que estuvo frente a la inmensidad del océano desde la aparente seguridad de una playa, mientras se sienta en la piedra lisa y suave de un pequeño acantilado, justo frente al mar, años más tarde, en sus veinte.

Y no, no son vacaciones. Está en un trabajo de campo, algo que probablemente tomará la mitad del verano, junto a un grupo de la universidad. Su trabajo se centra en crear publicidad sobre la concientización por el océano y la vida marina.

Luis toma una pequeña roca suelta en su mano y la hace saltar un par de veces mientras mira el agua, reflejando los colores cálidos del cielo al atardecer. Es tarde, siempre es relativamente tarde cuando se pone el sol en verano, y Luis sabe que debe volver a la pequeña ciudad para reunirse con el grupo en la cena, pero realmente no está ansioso por ello.
Aprieta la piedra en su mano brevemente antes de lanzarla a la marea alta frente a él, dónde rebota unas tres veces antes de desaparecer.

Nunca tuvo un amor particular por el océano. Cuando era niño, tenía algo más que el saludable miedo a las mareas cambiantes, y jamás se internaba más allá cuando el agua le superaba la cintura.
No nada muy bien, es más como solo flotar, por lo que solía pasar sus vacaciones saltando entre las pequeñas olas que rompían sobre la arena, caminando de un extremo a otro de las playas y recogiendo baratijas bonitas, como caparazones y conchas.

Aún así, guarda recuerdos maravillosos de esta playa. La casona justo detrás de él pertenece a su familia materna. El lugar favorito de su abuela materna, donde pasó la mayor parte de su vida.
La casona ahora se alquila a turistas y viajeros, pero Luis pudo apartarla para sí mismo una vez que supo la dirección de su trabajo de campo. Así que no estaba compartiendo un hotel de paso con sus compañeros de trabajo. No es que le importara. Eran compañeros, no amigos.

Luis mira hacia el cielo unos momentos más. Las primeras estrellas ya se destacan en el cielo rojo, naranja y púrpura; el sol es un semicírculo amarillo que se deshace cada vez más en un charlo de luz, justo en la línea del horizonte, dónde solo hay mar, formaciones rocosas no lo suficientemente grandes para considerarse más acantilados y atisbos de islotes lejanos.

El chico suspira, mirando su reloj a prueba de agua, y se levanta para caminar los diez metros que lo separan de la puerta trasera de la casona.
Si mañana bajaba la marea, tal vez podría bajar por el camino bifurcado, casi tallado en el lateral del pequeño acantilado, y pisar aquella nostálgica playa, donde pasó tantos veranos.

Por ahora, va a cenar algo y regresar para desmayarse en la cama por unas buenas ocho horas como mínimo.

~∆~

Pasan dos días antes de que la marea baje lo suficiente como para dejar la playa al descubierto.

Es domingo, lo que significa que el trabajo real empieza mañana. Por ahora, sus compañeros están turisteando el lugar. Luis no necesita eso, conoce la pequeña ciudad de casi toda la vida, así que aprovecha el tiempo para abastecer su nevera y alacenas -lo que significa adquirir tanto cereal y fideos instantáneos como sea decentemente posible-
Hay gente que lo reconoce como el nieto de su abuela y lo saluda en su camino. Gente que ha vivido toda su vida en esta pequeña ciudad. Luis no reconoce a algunos de ellos, pero eso no evita el sentimiento de nostalgia.

Así que, una vez que las compras fueron acomodadas, Luis se quita la camiseta y aplica protector solar en sus hombros y cara antes de salir por la puerta trasera.
No tiene intenciones de meterse al mar, por lo que no se preocupa en cambiar sus bermudas por un traje de baño.

El camino hacia la pequeña playa privada es tan anodino que Luis nunca ha sabido si fue hecho por personas o si es una de las pequeñas maravillas de la propia naturaleza. Los 'escalones' al costado del pequeño acantilado son irregulares, con pequeños pedruscos aquí y allá, y arenilla suelta, pero están casi equitativamente distanciados y distribuidos, lo suficiente como para que incluso niños o gente mayor pueda bajar si muchas dificultades, siempre que pise con cuidado y mire donde pone los pies.

Luis baja sin un rasguño. Han sido años bajando esos peldaños.

Finalmente llega a la ensenada, es una saliente casi perfectamente semicircular, limitada en la izquierda por las rocas sobresalientes del acantilado, aunque no tan altas, y a la derecha por más grandes rocas separadas, tapizadas con musgo y algas en su base. La abuela siempre le dijo que era una mala idea treparlas, porque las plantas las hacían resbalosas, pero atraen mucha variedad de peces a la orilla poco profunda, lo suficiente para que sus colores sean distinguibles en el agua cristalina contra la arena blanca.
Y justo en el centro, a unos cinco metros de la orilla, hay una roca que se alza, al menos, dos metros y medio.

Esa roca es la razón por la que nunca nadie ha hecho clavados desde el acantilado superior con la marea alta.

Luis camina hacia la orilla, donde la arena es más oscura por el agua que va y viene. Las suaves olas le mojan los pies metidos en chanclas anaranjadas, y esparcen arena y sal por igual entre sus dedos. Él cierra los ojos y respira profundamente, justo bajo el suave sol de la mañana, que pronto se volverá inclemente, y acariciado por la brisa marina, hay pájaros trinando en la distancia... Es un apreciado momento de paz.

El oji-naranja regresa sobre sus pasos, hacia la sombra que aún proyecta el acantilado. Se tiende sobre su espalda, sintiendo la arena tibia bajo su piel y se cubre el rostro con un brazo, suspirando de satisfacción.

Pronto, se encuentra dormitando.

.

Menos de una hora después, un sonido fuera de lugar lo saca de su ensoñación.
Levemente aturdido, Luis se gira de costado, sintiendo la arena desprenderse de su espalda y cabello mientras usa su brazo previamente libre como almohada. Tararea suavemente cuando el sonido se detiene y no es acompañado por pasos en la arena. Así que lo ignora.

Un minuto después, vuelve a escuchar el sonido, está vez es seguido por otro diferente, mucho más débil, y Luis solo lo escucha porque ahora está un poco más atento, pero es casi imperceptible sobre las olas que mueren en la arena a un par de metros.

Cuando el sonido llega por tercera vez, Luis exhala pesadamente y se obliga a sentarse, sintiendo más arena caer de su espalda, pelo y brazo izquierdo, además de su espalda crujir levemente.
Entonces mira alrededor, para ver si es que gaviotas o pelícanos han llegado para alimentarse de los peces que entran en la cala, porque el sonido es como un chapoteo y esa es la primera explicación que lanza su mente.

Nada.

No hay ni un ave a la vista.

Ni siquiera pequeños Martines pescadores lanzándose de los árboles detrás de él. No hay pelícanos ni gaviotas, ni fragatas ni golondrinas de mar.

Nada.

Pero vuelve a escuchar el sonido.

Es un chapoteo, definitivamente, y está acompañado de una especie de trino o chasquidos muy débiles.
Luis no tiene idea de lo que provocaría un sonido así, pero sí logra darse cuenta de que no proviene del agua frente a él, si no del costado izquierdo, entre las rocas del acantilado que separan la ensenada del resto del mar.

Curioso, Luis se levanta, sacude sus bermudas y su pelo negro medio rizado, de la arena que se adhirió a ellos, y lo que alcanza de su espalda, mientras camina hacia la izquierda, curioso por saber qué tipo de animal podría estar haciendo esos ruidos.

Dicen que la curiosidad mató al gato, pero éste murió sabiendo.

Luis se agarra con sus manos a las rocas medianas, que ya están un metro dentro del agua, miden solo un poco más que él, así que salta, rezando porque su propio chapoteo no espante a lo que está del otro lado, y usa el impulso para asomar su cabeza más allá de las rocas.

Cuando sus ojos encontraron lo que estaba fuera de lugar entre las rocas, Luis casi pierde el equilibrio, evitando por muy poco lo que bien podría haber sido un doloroso golpe de su mandíbula inferior contra la roca.

Pero tiene una muy buena razón.

No todos los días encuentras un delfín rosado, encallado a un lado de tu pequeña playa.

Un. Jodido. Delfín. Rosado.

Luis se siente mareado por un momento, mientras sus pies vuelven a hundirse en la arena mojada.
Los delfines rosados son animales de río, si la memoria no le falla. Sin embargo, Luis recuerda, después de un momento, que justo al otro lado del acantilado debería estar el estuario, donde el río que atraviesa la ciudad desemboca en el mar.

Lo siguiente que su cerebro, gentilmente le recuerda, es que el hermoso delfín rosado no está allí, entre las piedras, retozando por gusto.

La pobre criatura estaba envuelta en una red.

Tratando de centrar su cabeza, Luis piensa en sus opciones. Podría volver a la casa y ver si encuentra un par de tijeras lo suficientemente fuertes para cortar esa cosa, aunque no es seguro que las halle y probablemente pierda mucho tiempo revolviendo en el garaje.
Entonces, mirando alrededor de sus pies, encuentra una piedra relativamente plana y la roza repetidas veces contra las rocas del acantilado, dándole un poco de filo. La analiza un momento y decide que tendrá que ser suficiente.

Con cuidado, se mueve más hacia el agua, hasta las rocas menos altas, y echa un nuevo vistazo al delfín, solo para asegurarse que el ruido de las piedras no lo asustó.
Afortunadamente, la hermosa criatura no parece haberse dado cuenta de nada.

Está desesperado, Luis puede verlo y sentirlo, se retuerce en la red, dejando pequeñas gotas acarminadas en la arena, aquí y allá. Entonces, el oji-naranja se da cuenta que no es solo una red de pesca, hay cosas parecidas a espinas o anzuelos en esa cosa.

Eso no era una red de pesca. Estaba diseñada para atrapar y sofocar a una criatura hasta la muerte.

Incluso más decidido que antes, Luis se escabulle entre las rocas del acantilado para llegar al otro lado. Dos metros más allá, puede ver la desembocadura del río, probablemente el delfín fuese capaz de volver allí una vez que esté libre de la malvada red.

Luis empezó a dar pasos pequeños, sin tener idea de cuán bien, o tan siquiera si, la ecolocalización del delfín funcionaba fuera del agua. Lo último que quería era asustarlo más.

El delfín ya se estaba retorciendo mucho, tratando de obtener algo de holgura entre sus aletas y la red, pero solo seguía haciéndose más daño, clavando más de esos anzuelos -los cuáles, ahora que lo pensaba, ojalá no estuvieran envenenados- abriéndose más heridas y sangrando.
Cuando estaba a medio camino, debió haberse clavado uno en una zona particularmente sensible, o demasiado profundo en la piel, porque soltó un sonido de dolor que hizo que Luis se detuviera en su lugar.

Aunque no fue lo único porque, de pronto, el delfín estaba cambiando.

Luis entró en shock, casi dejando caer la piedra afilada, y paralizado en su lugar.

Allí, frente a sus ojos, estaba sucediendo.
La cola del delfín se alargó considerablemente, pasando de un rosa bebé al tono de rojo más brillante e iridiscente, relucía como si tuviera escamas que reflejaban la luz del sol, pero no estaba del todo seguro en este momento.
La aleta de cola se veía amplia y poderosa, se curvaba de forma elegante y tenía un magnífico degradado a blanco en las puntas.

Sin embargo, la parte más sorprendente del cambio probablemente era la de arriba.

Dónde terminaba la cola, aparentemente en equivalente a las caderas, empezaba piel humana. La carne rosa era realmente pálida, más cerca del blanco que cualquier persona albina que Luis hubiera visto. Era lisa y libre de imperfecciones. Subía por un delgado vientre plano y suave, continuando por la zona donde las costillas se marcaban muy ligeramente, y subía por un pecho desnudo con los pectorales ligeramente definidos, aunque lucían suavemente tonificados en lugar del músculo magro que generalmente veías en los hombres deportistas.
Los brazos eran ligeramente fornidos cerca de los hombros, estaban adornados con bandas de oro y eran proporcionales al torso de apariencia humana, pero los dedos terminaban en garras de color carmín.
Un cuello delgado y pálido conducía a un rostro ligeramente redondeado, con mejillas llenas, rojizas por el esfuerzo de sacudirse, labios rojos, una nariz ligeramente pequeña y dos ojos de un increíble color verde claro. Todo eso coronado por un cabello rojo de apariencia espesa y sedosa.

Era, en una palabra, increíble.
En toda la extensión del término.

Luis no podía creer lo que estaba viendo.

Sin embargo, nuevos quejidos de dolor provenientes de la imposible criatura frente a él lo sacan de su shock.

Incluso si esto fuera un loco sueño, o no, el pobrecillo necesitaba ayuda con urgencia.

Viéndolo ahora, Luis adivina qué los retorcijones anteriores fueron un intento de hacer un poco de espacio para sus brazos, porque muy seguramente esas garras podían destrozar la cuerda fácilmente, sin embargo, no parece haber dado ningún resultado, incluso si su torso es más pequeño ahora, sus brazos están atrapados entre las cuerdas con púas que se incrustan en su piel, y apenas puede mover las manos.

Algo en lo más recóndito de su mente le grita que corra, cuando el ya-no-delfín se retuerce hasta conseguir un pequeño giro y solo logra lastimarse más, a juzgar por el siseo de dolor, que dejó a la vista una dentadura ligeramente afilada.
Pero el sonido lo hace estremecer hasta los huesos, y sabe que nunca podrá vivir consigo mismo si se da la vuelta y huye como si no hubiera visto nada.

Entonces, rogando infantilmente porque la criatura se sintiera más como Ariel y no como el Rey Tritón, Luis continúa caminando hacia él.

Está a tan solo un metro de distancia cuando la criatura levanta la cabeza y lo miró fijamente a los ojos. Tan brillantes como las esmeraldas más claras que jamás haya visto, con pupilas ligeramente alargadas, estrechas por el dolor y el desespero, dejaron a Luis nuevamente congelado.
El hermoso tritón atrapado frente a él no esperó para gruñir, una amenaza para que no se acerque más si alguna vez ha visto/escuchado una, junto con todos los dientes afilados expuestos a él.

Luis tragó saliva con dificultad, sintiendo la boca tan seca como la arena fuera del alcance de las olas. Se pregunta cómo va a manejar esto.


Decide simplemente levantar las manos, enseñando la piedra intencionalmente.
El tritón no deja de gruñir hasta que Luis baja el cuerpo y se arrodilla, para estar al mismo nivel.

La criatura de pelo rojo relaja la mandíbula, hasta que sus labios vuelven a cubrir los dientes, y el sonido es solo un retumbar en su pecho y los ojos salvajes pasan a lucir más cautelosos y curiosos.
Los ojos verdes, obviamente inteligentes, están conscientes hasta del más pequeño detalle de Luis, y lo sabe. El tritón no está nada feliz con su situación y menos con el humano cerca de él.

Luis se asegura de acercarse despacio, con la mano que sostiene la piedra a la vista, tratando de asegurarle a la hermosa criatura que no tiene intenciones de lastimarlo y, con suerte, que no es el dueño de la red que lo hiere.

Cuando está cerca de agarrar una sección de la cuerda, cerca del nacimiento de la cola roja, el siseo se intensifica.

—V-voy a tratar de cortarla —Luis lucha para que su voz salga lo suficientemente firme. Sorprendentemente, lo consigue mejor de lo que esperaría —empezaré lejos de las púas, no quiero que se claven más profundo.

El siseo vuelve a disminuir, mientras los astutos ojos verdes lo miran con sospecha. La aleta de cola se agita, haciendo un nuevo chapoteo. No está tan enredada como el resto de su cuerpo, y Luis sabe que es una advertencia, un golpe de eso probablemente pueda darle una conmoción cerebral.

Entonces, enganchando un trozo de cuerda sin púa entre sus dedos, Luis desliza la roca, asegurándose de no rozar lo piel de la criatura legendaria y empieza a rozar, con la esperanza de que el filo rústico sea lo suficiente para cortar la soga mojada.

Toma un poco de esfuerzo pero, de hecho, consigue cortar la soga, así que sigue adelante, subiendo por el torso.
Sus manos dejan de temblar una vez que se da cuenta que lo está haciendo bien, aunque también ayuda el hecho de que la hermosa criatura ha dejado de sisearle. Ahora, lo único que escucha -además de su propia respiración agitada- son las olas y el ocasional chapoteo de la cola roja.
Sin embargo, a medida que sube, irremediablemente alcanza la parte de la red que está equipada con las púas curvas, que se clavan en la perfecta piel del tritón y hacen gotear la sangre.

Ahora, esto es un nuevo nivel de dificultad. Luis sabe que, si hace un mal movimiento y lastima más al tritón, es bastante factible que tenga un encuentro cercano con esos dientes antes de que incluso pueda reaccionar.

La primera que encuentra, está incrustada en su antebrazo, justo por debajo de la parte interna del codo. Está clavada hacia arriba y gotea sangre espesa hacia la arena.
Sabiendo que no se puede evitar, Luis deja la roca a medio afilar en el suelo, mientras busca nuevamente los magníficos ojos verdes de la criatura, esperanzado de advertir lo que planea hacer.

La criatura le dio una mirada plana, echando un vistazo muy rápido a la mano que se acercó al anzuelo y volviendo a ver los ojos anaranjados de Luis antes de cerrar los suyos en, lo que aprenda ser, aceptación.

Sabiendo que es lo mejor que va a obtener, Luis agarra la parte roma del anzuelo entre sus dedos, ignorando deliberadamente la sangre densa que mancha inmediatamente sus dedos, y se prepara para sacarlo.
Desliza la pieza de tortura en un movimiento curvo, tratando de hacer el menor daño posible, hasta que se da cuenta que la punta está más enganchada; le da una mirada de disculpa am tritón, y tira de la púa, retrocediendo inmediatamente por si acaso.

Necesita todos sus dedos intactos si va a terminar de quitar esa red.

El tritón se sacude con un nuevo chapoteo furioso, mientras sisea de dolor. Intenta forzar sus brazos una vez más contra la red, pero aún no tiene la suficientemente movilidad para hacerlo por su cuenta.

—Deja de moverte, vas a lastimarte más —Luis, nerviosamente, trató de calmarlo.

El tritón le dio una mirada fea al pelinegro. Luis se pregunta por un momento si es capaz de hablar (él parece entenderlo de todos modos) mientras casi puede oír las palabras en su cabeza. Ponte en mi lugar y ve si estás quieto, idiota.

Decidido a terminar lo que empezó, Luis corta otro trozo de cuerda y finalmente llega a, lo que podría ser, el anzuelo más problemático. Está clavado justo junto a la clavícula del tritón, y ha hecho fluir un pequeño río de sangre hasta la arena, además de tener la carne alrededor inflamada.

No solo es el hecho de que está en una zona muy dolorosa, o que esté la posibilidad de que haya alcanzado el hueso... también está peligrosamente cerca de los dientes afilados.

Pero, de nuevo, Luis no puede evitarlo. Así que busca su mirada con la del tritón nuevamente mientras agarra la púa ofensiva... y tira, con la esperanza de sacarla en un único jalón.

La mirada plana del tritón regresa al par de ojos salvaje que vio en un primer momento, junto con un profundo gruñido de dolor. La cola salpicó fuertemente contra las olas, haciendo que incluso la arena las rodillas de Luis vibrara... no es que se diera cuenta de ello cuando el tritón giró la cabeza y le clavó los dientes en el antebrazo, mientras la púa culpable cae a la arena, llevándose un poco más de la red que no tenía púas o que lo se había clavado profundamente en la piel.

Luis, en shock por el dolor que apenas se registra, es incapaz de moverse. Sus ojos naranja, conmocionados y rápidamente llenos de lágrimas, encuentran los ojos verdes en pánico ciego del tritón.
En el fondo de su mente aturdida, Luis sabe que la criatura no lo atacó por otra cosa que no fuera una reacción instintiva al dolor, incluso nota, mientras el dolor agudo se registra y las lágrimas caen por sus mejillas, que los dientes afilados no están tan profundo en su piel como debería, es más como una mordida de advertencia, pero, maldita sea ¡Duele!

En el segundo siguiente, los ojos verdes se esclarecen, y Luis está recibiendo la misma mirada de reconocimiento que antes. La criatura se ve arrepentida, aún con su antebrazo aferrado en su boca y, tenso, empieza a emitir un suave trino, nada como los siseos o gruñidos de antes.

El retumbar y las vibraciones empiezan a adormecer el brazo herido de Luis. Pero una vez que el shock inicial se desliza, él mismo empieza a temblar.

No está seguro de qué hacer ahora.

Solo sabe que quiere irse de allí y atender su herida.

La sensación de adormecimiento se extendió más allá del codo, mezclándose con el dolor punzante, mientras ellos se miran a los ojos. Después de lo que parece una eternidad, el tritón afloja la mandíbula y retira cuidadosamente los dientes afilados de la carne herida.

Luis se estremece con más fuerza, pero antes de que pueda hacer cualquier movimiento -como ponerse en pie y correr de vuelta a casa, por ejemplo- el tritón extiende su brazo finalmente libre y le agarra la mano, impidiendo que mueva el brazo mientras empieza a lamer despacio las hendiduras de su mordida y la sangre que ha empezado a brotar.
El oji-naranja nota que el apretón en su mano es firme, da la impresión de que el tritón es mucho más fuerte de lo que aparentan sus brazos exentos de musculatura, sin embargo, pronto es acompañado por la caricia reconfortante de la parte blanda del pulgar sobre la mano del moreno. Lógicamente, Luis sabe que hay una garra allí, recuerda haber visto rojo carmesí afilado en las puntas de sus dedos, pero no hay ni un solo toque de nada filoso contra su piel mientras la criatura mítica continúa lamiendo su herida hasta que, poco a poco, deja de sangrar.

Una vez parece satisfecho con su trabajo, el tritón retrocede un poco, y suelta la mano de Luis para poder destrozar la maldita red que tantos problemas le ha causado.
Púas ensangrentadas, y más sangre caen de sus heridas, pero no parece importarle mientras desgarra el artículo ofensivo.

Dudando si pasar sus dedos por las heridas que ya no sangran, pero aún son claramente visibles en su brazo, Luis apenas registra los deshechos de cuerda arrojada a un lado.
Sólo el chapoteo y el sonido de arrastre a través de la arena lo alertan para levantar la cabeza, justo cuando el tritón se ha impulsado a pocos centímetros de él.

El tritón lo mira con ojos grandes, brillantes y cautelosos, con los labios rojos aún manchados de sangre, su sangre.
Luis está paralizado entre admirarlo completamente, y buscar la fuerza en sus piernas para levantarse y correr de vuelta a la casona sobre el acantilado.

La hermosa criatura suelta un nuevo sonido, algo que se oye suave, pero también suena un poco como una pregunta. Luis no sabe que responder, un aturdido '¿Eh?' es lo único que sale de su garganta.
La criatura le da una mirada frustrada antes de levantar una mano hacia la parte posterior de la cabeza de Luis, a la vez que se eleva sobre el nacimiento de su cola.

Lo siguiente que Luis registra es el sabor del mar y la sangre mezclándose en su boca, junto con la presión más suave y dulce que jamás ha sentido contra sus labios.
A su cerebro le toma unos segundos ponerse al día, pero sí... el tritón lo está besando.

Es solo una cuestión de tres o cuatro segundos, pero Luis siente como si él mismo estuviera sumergido en el fondo del mar, como si muchas burbujas bailarán a su alrededor y las olas envolvieran su cuerpo completamente. Se siente ligero como una pluma y lleno de energía.

La sensación desaparece demasiado pronto, todo a la vez, mareándolo y haciendo que su cabeza se moviera instintivamente hacia adelante, persiguiendo la sensación antes de darse cuenta de lo que hacía.

El tritón ahora le está dando una mirada burlona, mientras desliza su cuerpo hacia atrás.

—Gracias —dice la criatura, con una voz suave y un poco tímida, que apenas puede considerarse masculina, más como si fuera un niño, pero es absolutamente encantadora, si le preguntan a Luis.

En el segundo siguiente, la criatura se desliza por la arena de vuelta al agua en solo un borrón rojo y blanco, y un fuerte chapoteo.

Lo último que Luis ve, mientras logra ponerse en pie, es la aleta ondulada al final de la cola asomarse sobre el agua para un último chapoteo, antes de que el magnífico ser desaparezca de su vista mar adentro.

Luis se estabiliza, y huye de vuelta a la casa.
Sube corriendo, casi sin mirar, los escalones al costado del acantilado y, una vez dentro de la casa, se desliza hasta el piso, con la espalda apoyada en la puerta trasera. Está jadeando, mientras acuna su brazo herido contra su pecho. Su corazón late a todo lo que da, y no sabe exactamente a qué se debe, si al dolor remanente, el alivio, el asombro o la incredulidad.

Probablemente una mezcla de todo eso.

Luego de un momento, Luis se levanta y camina en busca de un botiquín, mientras el sonido de las olas aún resuena en sus oídos.
Todo lo que quiere es desinfectar y vendar su brazo, luego tirarse en la cama y perder la consciencia hasta que algo -probablemente el hambre- lo despierte y comenzar de nuevo ese día de locos.

~∆~

Es un poco molesto, pero Luis se las arregla para despistar a sus compañeros de trabajo sobre la herida en su brazo. Tiene que poner vendas limpias e innecesarias en su brazo sano, y fingir que es solo una extravagante elección de moda; recibe miradas raras y extrañadas, pero nadie lo cuestiona realmente.

El trabajo es suficiente para mantener su mente ocupada... los primeros días, de todos modos.

Han estado recorriendo cada rincón de la isla, tomando fotografías y vídeos de la vida silvestre. Entrevistando a viejos pescadores y naturistas que se esmeran por mantener las playas limpias, a trabajadores en el sector del turismo y a una pareja de biólogos marinos que casual y afortunadamente estaban haciendo una investigación en la zona.

Luis se ha obligado a no pensar en la locura del domingo -es miércoles y no ha vuelto ni una sola vez a la playa- aunque no puede mantener el tema fuera de su mente por mucho tiempo. La herida en su brazo es un recordatorio constante de que no lo soñó ni lo alucinó. Sin embargo, la herida en sí misma es un enigma, está sanando sorprendente y ridículamente rápido.
No había tenido que preocuparse porque la sangre se filtrara en los vendajes, nunca había vuelto a sangrar; los tejidos se habían curado rápidamente, rellenando las picaduras de aquellos dientes afilados y, si seguía cómo iba, probablemente para el domingo ya no tuviera ni las cicatrices.

~∆~

Para el viernes, no pudo evitarlo.

Había pequeñas partes del trabajo que eran realmente estresantes, entonces, Luis agarró con refresco de naranja, con mucho hielo, y salió al patio trasero de la casa.

La marea estaba alta de nuevo, así que simplemente se sentaría en el acantilado bajo una gran sombrilla de playa -porque tomaba suficiente sol durante el trabajo de campo, muchas gracias- y se relajaría.

Y así lo hizo. Se refugió del sol mientras tomaba su bebida fría con una bolsa de papas fritas y luego se tendió de espaldas en la manta que había colocado sobre la roca tibia. El calor amortiguado haciendo pequeñas maravillas en su espalda tensa mientras sus oídos se deleitan con el ritmo suave de las olas rompiendo contra la roca a solo un par de metros.

Pequeños placeres de la vida.

Sin un siseó o chapoteo.

...

Hasta que, de pronto, lo hubo.

Un suave chapoteo hizo que Luis se sentara como un resorte, recogiendo las piernas más cerca de su cuerpo y acunando su brazo marcado.

No había rojo a la vista en ningún lado.

Luis no sabía si estaba aliviado o decepcionado por eso.

Entonces, lo notó.

Había un pez agitándose cerca suyo en el acantilado. Era más grande lo que, estaba casi seguro, vería tan cerca de la orilla, y tenía un coloreado vibrante y hermoso.
Luis mira al pez durante unos segundos, parpadeando como un búho, antes de gatear hacia él.

Se pregunta qué tienen las criaturas del mar con terminar en situaciones precarias cerca de ese acantilado mientras levanta al pobre animal en sus manos y se acerca al borde de la roca para deslizarlo de vuelta al agua, descartando el pez como uno que seguramente se había agitado lo suficientemente como para escapar del pico de algún ave.

—Ahí vas, amiguito. Ten más cuidado —murmura para sí mismo, viendo al pez desaparecer en el agua.

Luis asiente, contento de haber salvado al pez de asfixiarse antes de volver a tumbarse otro rato.

En efecto, no hay apariciones místicas ese día.

~∆~

De nuevo

Luis bajó el sábado por la mañana a desayunar en el acantilado, porque la marea seguía alta, y había nubes esponjosas en el suelo que cubrían el sol inclemente.
Tomó su cereal, viendo el vaivén de las olas, y algunas aves flotando a poca distancia.

Solo había cerrado sus ojos unos cinco minutos, tal vez, cuando escuchó un chapoteo cercano.

¿Esas eran carpas?

¿Qué carajos? ¿No eran peces de agua dulce?

Luis mira la distancia hasta la desembocadura del río con ojos cautelosos, sin embargo, se apresura a casa para conseguir un balde medio lleno de agua y regresa para meter al par de peces koi antes de llevarlos hasta el río y liberarlos no tan cerca del mar.

Un escalofrío recorre al oji-naranja después de devolver al par de peces, pero lo ignora y regresa al acantilado para recoger sus cosas.

~∆~

Continúa durante la siguiente semana.

A veces, Luis va al acantilado por las mañanas, antes del trabajo, otros días pasa durante el atardecer. Pero siempre encuentra algo. Un pez colorido, un cangrejo azul, un caparazón reluciente, una ostra abierta con una perla en ella.

Todo eso, Luis lo ignora, como cosas que el mar trae y lleva al azar, y peces desorientados. Devuelve los animales al agua y se encoge de hombros ante las baratijas que no estarán allí al día siguiente.

~∆~

No es hasta el domingo de su segunda semana allí que sucede.

La marea había bajado finalmente, lo que significa que en los siguientes días trabajarían en los manglares que estaban al otro lado del estuario, y en los islotes vecinos.

Luis decidió volver a la playa y tomar una siesta a la sombra del acantilado, antes del almuerzo, preguntándose distraídamente si la marea baja significa que pararían o aumentarían las cosas que arrojaría el mar.

Casi ha sacado al tritón-no-delfín de su mente.

Al menos, de su mente consciente.
Porque siempre despierta con su imagen en la cabeza, de sueños dónde está en el agua y la hermosa criatura nada a su alrededor, permitiéndole apreciar cada detalle de su cola; de esos brillantes ojos verde claro a solo centímetros de los suyos, atravesándole el alma a la vez que esconden todos los secretos del mar... de la sensación suave y sedosa de labios rojos presionados contra los suyos.

Sacudiendo bruscamente la cabeza, Luis trata de sacar esos pensamientos mientras se recuesta sobre el plástico que ha traído esta vez para evitar llenarse de arena.
La última vez, en su prisa, hizo un desastre en la casa y no quiere tener que meterse al agua para limpiarse antes de volver, sabiendo lo que acecha lejos de la orilla cristalina.

Después de un rato, logra dejar su mente en blanco y empieza a dormitar entre el suave calor de la mañana, la brisa fresca que proviene de mar adentro, y el suave sonido rítmico de las olas.
Estando allí, disfrutando de ese pequeño momento a solas con la naturaleza, piensa que el trabajo no es tan malo.

Hasta que una voz irrumpe en el momento.

— ¿Qué debo darte? —de algún modo sonaba familiar, pero diferente al mismo tiempo. Más firme de lo que recordaba su mente, y con un toque de molestia, o cansancio, quizás.

Luis se levantó en una posición sentada, tenso como la cuerda de un arco y miró a su alrededor, sin encontrar nada.
Después de unos segundos, un chapoteo lo hizo mirar hacia la roca que se alzaba en medio de la cala, allí se enroscó la larga cola roja del tritón, mientras este levantaba su cuerpo sobre la parte superior, apoyándose en sus brazos.

Mientras que Luis se quedó allí, congelado, observando a la magnífica criatura. Los ojos verdes brillantes le devolvieron una mirada que era una mezcla de fastidio y curiosidad.

— ¿Por qué sigues rechazando mis ofrendas?

El moreno lo miró sin entender. Los ojos tan ensanchados como un ciervo ante los faros de una camioneta, atrapados por la manera en que la luz del sol hacía casi resplandecer su cola y crea destellos de colores, pasando desde el rojo, por el rosa, hasta el blanco — ¿O-ofrendas? —consigue decir, probablemente luciendo como un idiota, pero no tiene tiempo ni las suficientes neuronas funcionando para darse cuenta. Su mirada sube de la cola enroscada en la roca para ver el torso pálido y desnudo de la criatura dónde, se da cuenta, no hay ni una sola marca, cicatriz o imperfección que recuerde el fatídico encuentro con la red de púas.

—Sí.

—... ¿Hablas de los peces?

—Sí, entre otras cosas —los brillantes ojos verdes ruedan —Por qué. Sigues. Rechazándolas —pronuncia despacio, enfatizando una sílaba en cada palabra, como si estuviera hablando con un niño pequeño.

Luis sentía que estaban teniendo dos conversaciones diferentes —yo... ah... ¿No me di cuenta? —sacude su cabeza, tratando de volver a funcionar como una persona común y corriente... Tampoco es que cualquier persona pudiera funcionar correctamente con un hermoso, brillante y obviamente depredador, ser como ese en frente — ¿Por-por qué habría de recogerlos?

El tritón frunce el ceño hacia él —estoy en deuda contigo por tu ayuda el otro día con esa maldita red. Debo pagarla con una ofrenda que demuestre mi gratitud, pero sigues rechazándolas.

Oh. Ohhhh... Así que eso era —yo, eh ¿Lo siento? No lo sabía —sus dedos juegan distraídamente con el plástico bajo su cuerpo —recogeré el próximo para que puedas-

—No —lo interrumpe el pelirrojo, su cola dando un ligero chapoteo —tiene que ser algo que realmente quieras o aprecies. De otro modo, no cuenta.

Luis se toma un momento para procesar la nueva información —algo que quiera o aprecie... ¿E intentaste darme peces? —murmuró un poco más bajo.

Las orejas, en las que no se había fijado anteriormente, se agitaron un poco. Estaban en la misma posición que las orejas humanas, pero eran más anchas y puntiagudas, y parecían moverse hacia adelante y hacia atrás con facilidad —ha funcionado antes —reniega la criatura, desviando la mirada.

Luis se pregunta, distraídamente, a qué tan antes se refería el tritón, o qué tipo de gente era quien había recibido sus ofrendas.

La cabeza pelirroja se sacude levemente —como sea, regresaré mañana. No aceptes mi oferta a menos que sea suficiente ¿Me has entendido? —frunce ligeramente en su dirección. Luis asintió exageradamente con la cabeza antes de que la expresión de la hermosa criatura se relajara — ¿Cómo está tu brazo?

Deteniéndose en seco, Luis bajó la vista a su brazo, a pesar de saber que estaba completamente sano y sin ninguna marca, como si nunca hubiera pasado nada —está como nuevo, no te preocupes —lo movió en alto, enseñándolo a la criatura.

Pero este no lo miró realmente, solamente afirma con la cabeza y desenrosca su cola de la roca.

—Uh, estaré aquí temprano antes del trabajo —avisó, como una última ocurrencia.

Todo lo que recibe en respuesta, es un coletazo rojo y blanco que levantó una pequeña ola antes de desaparecer en el agua.

~∆~

La mañana siguiente, Luis bajó a la playa cómo había prometido.

No vio al hermoso tritón pero se encontró mirando un brazalete que debía ser realmente antiguo, de plata quizás, o de un acero inoxidable muy bueno, adornado con aguamarinas y piezas de jade pulido.
Era objetivamente hermoso, pero Luis no tenía un uso para ello, no usaba joyería extravagante y venderlo probablemente traería más problemas que ganancias así que, con una disculpa silenciosa, dejó el brazalete dónde estaba y tomó su desayuno antes de volver a casa a terminar de prepararse para el trabajo.

.

Ese día se dirigieron a los manglares, aprovechando que tenían la marea más baja de todo el tiempo que llevaban allí.

El grupo de trabajo se separó para fotografiar los mangles rojos que formaban el manglar, y la variedad de fauna que vivían en el ecosistema.

Luis se movió por el borde más cercano a estuario -luchando contra sus botas impermeable, que se atascaban en el suelo fangoso de vez en cuando- apreciando la vista de la desembocadura del río y, más allá, del acantilado dónde estaba la casona.

Si tomó algunas fotos solo para él, nadie lo sabría.

— ¿Qué estás haciendo?

Y si saltó al oír la voz ya conocida, bueno, nadie más lo sabría tampoco.

Luis se voltea hacia el río. Las corrientes poco cristalinas, dada la cercanía del lugar en que se mezclaba con el agua salada del mar, ocultaban de mejor manera el rojo brillante de la cola, mientras el tritón solo se asomaba más allá de la cintura.

Al menos, piensa el humano, no parece molesto de que no haya aceptado su oferta de nuevo.

—Yo, uh, estoy trabajando —levanta la compleja cámara profesional que tenía en manos, asegurada en su persona con una gruesa correa que pasaba alrededor de su cuello. Cuando los ojos verdes siguieron dándole una mirada curiosa, elabora más —tomamos fotografías y vídeos del lugar para ayudar a que más personas se concienticen sobre cuidar el medio ambiente —inmediatamente se da una palmada en la cara mentalmente ¿Sabía siquiera el tritón lo que eran las fotografías o los vídeos?

La mítica criatura lanza un trino que se oye más burlón que otra cosa —son muy pocos los humanos que se interesan en sus ecosistemas —resopla —criaturas tontas. Agotan sus recursos más rápido de lo que pueden recuperarse.

Luis hace una mueca, sin saber qué decir a eso — ¿Qué estás haciendo tú aquí? Hay muchas personas alrededor, alguien más podría verte —advierte, caminando hacia el borde del río. La criatura permanecía casi en la mitad del mismo, dónde el agua era más profunda.

Las orejas como pequeñas aletas se mueven a la vez que el tritón emite pequeños chasquidos —no hay otros suficientemente cerca. Los escucharé si se acercan —descarta —sobre tu pregunta, estaba patrullando.

— ¿Patrullando?

La cabeza pelirroja se balancea en un asentamiento —en esta época es necesario que patrulle los límites de mi territorio todos los dos. Esta parte del río es muy preciada ya que conecta con el mar.

Luis ladea un poco la cabeza. Hay tantas preguntas después de esa respuesta — ¿Qué tan grande es tu territorio?

El pecho pálido del tritón se infla ligeramente mientras lanza una sonrisa — sigue un poco más allá por el río —señala en la dirección contraria al mar —y se extiende mucho, mucho más allá de la cala en que nos conocimos. No estoy seguro de cómo los humanos miden sus distancias pero es basto —la criatura parece orgullosa y Luis no sabe cómo indagar más, tomando en cuenta que no está familiarizado con muchos sistemas de medición él mismo.

El moreno decide preguntar otra cosa, pero las orejas en movimiento del tritón llaman su atención. La criatura mira más allá de su hombro y lanza un siseo antes de deslizarse más abajo en el agua — ¿Se acercan?

El tritón asintió, pero se detiene antes de desaparecer en el agua, mirando a Luis sobre su hombro —una advertencia justa. No te acerques a los muelles después del atardecer —le da una mirada plana y luego desaparece en el agua con el acostumbrado chapoteo, antes de que Luis pudiera lanzar el consecuente 'por qué'.

—Ah. Aquí estás —lo sorprende una compañera de trabajo, después de un minuto —date prisa, ya podemos irnos de este barrial.

Luis le da un último vistazo al agua —... Sí, ya voy.

~∆~

—He estado pensando en algo desde ayer —Luis mira el amanecer desde la playa al día siguiente. El tritón está enroscado sobre la roca de nuevo, y también mira hacia el horizonte, pero una de sus orejas está inclinada hacia atrás, demostrando que pone atención al humano.

— ¿Hn? —trinó en respuesta.

—Varias cosas, en realidad —admite más para sí mismo —cuando dijiste que 'en esta época' necesitabas patrullar todos los días... ¿A qué te refieres? —dibuja figuras al azar en la arena sin dejar de mirar la espalda de la hermosa criatura, tiene una especie de aleta dorsal que parecía más seda reluciente a cualquier otra cosa, roja como su cola —como ¿Hay más tiburones o medusas o algo así?

La punta blanquecina de la cola se balancea suavemente, provocando una pequeña ola que llega hasta los pies de Luis, a diferencia del resto —algo así —trina suavemente —primero, dime —él lo mira por encima del hombro, con una expresión plana — ¿Por qué no te metes al agua como el resto de los humanos? —Luis se sobresalta ligeramente en su lugar —todos los humanos vienen a las orillas de este lugar a nadar ¿Por qué no lo haces como los demás?

Luis recoge un poco las piernas y coloca sus brazos sobre sus rodillas —yo... no nado bien —confiesa después de un momento. ¿Qué más da? Si el hermoso tritón tuviera algún interés en arrastrarlo mar adentro, no importaría si supiera nadar o no, con esa magnífica y poderosa cola, seguro que ni el mejor nadador podría escapar de él —así que prefiero, simplemente, quedarme cerca de la orilla.

—Hn —el tritón vuelve a hacer ese suave trino —entonces ¿No se debe a que estabas asustado de mí y los míos? —la expresión suave se convierte en una sonrisa divertida.

— ¿Qu-? Yo... ¡No es así! —y no se trabó porque fuera cierto. Es que la manera en que la luz del sol naciente se refleja en los brillantes ojos verdes del tritón es simplemente distractora.

—Oh ¿No lo es? —la sonrisa de la magnífica criatura se ensancha ligeramente, dejando ver los dientes afilados. Luis sufre un escalofrío involuntario y se lleva una mano al brazo que había sido herido —a decir verdad, una de mis amigas dio a luz no hace mucho —ahora, eso atrae su absoluta atención —las crías atraen más tiburones, orcas, a veces incluso otros machos solitarios o nómadas, así que tenemos que asegurarnos que no se acerquen mientras mi amiga se recupera y su cría crece lo suficiente para entender que sus padres le dicen que no se aleje sola por una buena razón.

Luis absorbe esta nueva información a la vez que admira la hermosa, suave y cariñosa expresión en el rostro pálido del tritón.

—Felicidades a tu amiga por su bebé.

El tritón resopla, tal vez por el uso de una palabra diferente para referirse a la descendencia de su amiga, o porque a una sirena no me interesaría los buenos deseos de un humano al azar con el que su amigo tiene algún tipo de deuda. Luis no lo sabe, y elige no pensar en ello.

— ¿Qué más? —continúa el tritón.

— ¿Eh? —Luis parpadea como un búho por un momento, antes de darse cuenta de lo que habla —oh, sí, eh. Tienes... ¿Tienes un nombre?

La criatura arquea una ceja, manteniendo el silencio por un momento, lo cual -no podía negarlo- puso a Luis ligeramente nervioso —puedes llamarme Kenta.

El corazón de Luis se acelera ligeramente cuando finalmente obtiene un nombre para referirse al tritón —Kenta —no se da cuenta, pero sonríe.

El teléfono del pelinegro suena, recordándole que tiene que reunirse con su grupo para otro día de trabajo. Kenta ya parecía saber que esa era su señal para irse, porque desenrosca la cola de la roca.

— ¡Mi nombre es Luis! —exclama antes de que la hermosa criatura regrese al agua.

~∆~

Dos días después de esa encantadora mañana en que finalmente le puso nombre a la magnífica que ha estado viendo, Luis se encontró mirando el mar desde un lugar diferente a la pequeña playa escondida de su casa, recordando las palabras de Kenta "No te acerques a los muelles después del atardecer" ... precisamente en un muelle del paseo marítimo, mientras el sol cae.

No es que estuviera intentando desafiar deliberadamente las palabras de Kenta.
Había un festival al que todo su grupo planeó ir. Había sido divertido, sí, pero ahora había mucha más gente llegando de pueblos y ciudades vecinas, y Luis simplemente necesitaba alejarse y tomar un poco de aire.

Resultó que la pasarela de madera era uno de los pocos lugares solitarios.

O eso pensaba, hasta que las pisadas descoordinadas de un hombre más pesado se acercaron hacia él.

Luis voltea y encuentra a un hombre usando un sombrero de fieltro y una gabardina oscura sobre la ropa, a juego con botas impermeables.

O cojea o está borracho, piensa Luis, mientras trata de irse sin mirar al hombre o llamar su atención.

No le funciona muy bien.

El tipo parece reconocerlo. No se le hace extraño cuando menciona a su abuela, ha pasado antes que personas lo saludan y él no los recuerda porque era demasiado pequeño cuando paseaba con ella.
Sin embargo, se vuelve incómodo rápidamente, el tipo incluso se ofrece a darle un aventón a casa.

Luis lo sabe mejor que tomarle la palabra a una persona que no conoce, y mucho menos subirse al vehículo de alguien alcoholizado, así que se niega.

El tipo es insistente.

Escucha algunos chapoteos en el fondo, entre las olas que rompen, la música del festival, y las personas animadas.
Se siente más incómodo a cada momento.
Afortunadamente, algunos de sus compañeros lo encuentran y lo arrastran con ellos, ignorando al hombre presumiblemente borracho y dejándolo solo en el muelle.

—Ten cuidado, hombre. Este puede ser un lugar tranquilo, pero en todas partes hay gente mal de la cabeza —le dice alguno de ellos. Luis no está seguro de quién, solo quiere irse a casa y eso es lo que hace.

Ni él ni sus compañeros escuchan los chapoteos furiosos, seguidos por magníficos cantos gemelos, tampoco el sonido de algo pesado cayendo al agua.

...

Continua en el día 18

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