Flor
OS de Hikari. Sigue la línea de Hogar.
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Akefia miraba a su novia, la cual regaba con cariño las plantas de su jardín. Una sonrisa se formó en sus labios sin poder evitarlo, su princesa era hermosa y no solo lo decía por su exterior; Dany era una chica amable, bondadosa y fuerte, ella le había mostrado una nueva forma de ver el mundo, lo había traído de vuelta a la luz.
Cuando los demonios asesinaron a todas las personas de su pueblo menos a él, pensó que jamás podría volver a ser feliz, pero luego había conocido a esa chica en el examen de Cazademonios, su hermosa flor, a su lado no había nada que no pudiera lograr, por eso se había esforzado tanto para convertirse en el Pilar de la serpiente, para poder protegerla. Sabía que ella no era alguien débil, ella también se había esforzado por convertirse en el Pilar flor, para proteger a sus hermanos.
Su princesa era admirable, aun le costaba creer que alguien como ella hubiera aceptado estar con alguien como él.
La pelinegra volteó al sentir una mirada sobre ella. Una dulce sonrisa se pintó en sus labios, pues ya sabía quién era, dejó su regadera en el piso antes de acercarse a su querido novio para depositar un dulce beso en los labios del peliplata, provocando que él rodeara su cintura, abrazándola con fuerza. Hace apenas unos días se había despedido de sus hermanos después de haber acabado su misión, y había extrañado tanto a oji-lila. No es que no extrañara a sus hermanos, porque en verdad lo hacía, y mucho, pero sabía que ahora ellos estaban en su propio camino, y ella no podía hacer otra cosa más ayudarlos cada vez que la necesitaran.
—Te extrañé mucho, princess —murmuró el Pilar serpiente contra los labios. Cada vez que la veía marcharse a una misión sin él, sentía como su corazón se oprimía, pero siempre que la veía volver esa presión desaparecía y lo llenaba de alivio. Ella era una hermosa flor que traía consigo la primavera, haciendo que las flores florezcan a su paso.
—También te extrañe, my King —sonrió con cariño la pelinegra, mientras sus brazos rodeaban el cuello del peliplata.
— ¿Cómo están los pequeñajos? —preguntó divertido, realmente esperaba que el grupo de esos niños estuviera bien, sabía cuánto los apreciaba Dany y, aunque no lo dijera en voz alta, él también se preocupaba por ese grupo de niños.
—Están todos bien. Yugi y Kaito te mandaron saludos, mis hermanos dijeron que más vale que te comportaras conmigo mientras ellos no están —relató divertida —y Hikari-chan... ella sigue durmiendo mucho, pero está bien, sigue siendo igual de dulce.
Akefia notó la preocupación en la voz de la oji-café, sabía del cariño que había desarrollado por esa niña demonio, no solo porque parecía que la bicolor había cautivado al mayor de sus hermanos, sino porque había formado una amistad con Hikari. Ella había sido una de las que había votado a favor de no matar a la bicolor cuando los tres niños habían sido juzgados, incluso se había molestado demasiado con su primo Seto cuando él apuñaló la caja donde estaba Hikari.
Honestamente él tampoco confió en las palabras de esos niños al inicio, él no podía creer que existiera un demonio que quisiera a los humanos y los protegiera en lugar de comerlos, pero esa pequeña oji-plata y Rose les demostraron lo contrario, ganándose el aprecio y confianza de varios pilares, incluido él; aunque el no comer humanos le costaba a la menor el tener que dormir casi todo el tiempo para tener fuerzas, lo cual era bastante triste —Rose encontrará una cura, ya verás mi orquídea —acarició con cariño las hebras oscuras.
—Gracias, Kefi —recargó su cabeza suavemente en el pecho del oji-lila. Akefia siempre la animaba. Sonrió cariñosamente, en verdad se alegraba de tenerlo en su vida.
Akefia sonrió, amaba la sonrisa de su orquídea más que nada en su vida, por eso nuca permitiría que esa sonrisa desapareciera. Él cuidaría siempre de su bella flor.
-***-
Atem miró las marcas de flor en el rostro de Hikari. Lucían como si fueran dos tatuajes pintados en la mejilla izquierda de la bicolor y encima de su ojo derecho, se preguntó cómo se vería la oji-plata sin ellas. No es que ella no se viera linda con ellas, al contrario, se veía bastante tierna; estaba seguro de que, con ellas o sin ellas, Hikari era hermosa.
Sintió a Hikari recostarse en su hombro, adormilada, instantáneamente se sonrojó, sinceramente no sabía bien en qué momento se había terminado fijando en la chica demonio, pero ella lo había terminado cautivando con su amabilidad, su determinación y su bondad.
Él y Yami ayudarían a Kaito y a Yugi a exterminar a la Organización Negra y regresarían su humanidad a la bicolor.
Acarició con ternura el pelo de la menor, recibiendo una sonrisa adormilada a cambio. Sabía que esa no era la personalidad completa de Hikari, pero estaba totalmente seguro de que amaría con todo su corazón a la Hikari humana, así como ya lo hacía con la Hikari demonio.
Porque al igual que las flores que estaban en su rostro hikari había hecho florecer el corazón de Atem
-***-
Las rosas blancas solían ser las favoritas de la madre de Seto, era una de las pocas cosas que recordaba de ella, y era la razón por la que a él le gustaban también esas flores.
Hacía un año que él había sido asignado a vigilar a esa demonio albina mientras ella trabajaba en una cura para los humanos que habían sido convertidos en demonios. Al inicio le había parecido una total estupidez desperdiciar su tiempo vigilando a la albina, no había forma de regresar a los seres humanos después de que se habían convertido en esos monstruos y mucho menos confiar en una de ellos, pero no podía negarse, esa había sido la misión que su líder le había asignado.
Actualmente ya no pensaba así, había aprendido que incluso entre esos seres malvados había algunos que eran dignos de confianza, como esa niña bicolor y Rose. Incluso ahora confiaba en que la de ojos rojos encontraría una cura.
Observó a Rose trabajando en su investigación, usando de ayudante a Kudo. La albina se movía por la habitación con elegancia y habilidad mientras le dictaba notas nuevas al castaño menor, inundando el cuarto con su bella voz. Era impresionante.
Tal vez ahora tenía una razón más para amar las rosas blancas.
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