Decapitar
El temblor era incontrolable. En manos y el cuerpo en general.
Su corazón latía tan fuerte que sus oídos estaban llenos de un ruido blanco, y la cabeza le palpitaba con fuerza, sobretodo por las sienes.
Respirar por la boca era casi igual de terrible que hacerlo por la nariz. La sensación cruda e intensa le llenaba tanto el olfato como el gusto, y solo empeoraba su dolor de cabeza, añadiéndole mareos a su terrible malestar.
Y la sangre llenaba cada rincón.
Bajando por su mentón, escurrían un par de gotas acarminadas, producto de la fuerte presión que sus dientes ejercían sobre su labio inferior.
Manchas de sangre oxidada estaban salpicadas por todo el suelo.
Gruesas gotas chorreaban por el filo de las armas, y tomaban un resplandor desagradable a la luz de las antorchas.
El sonido de cuerpos empalmados en lanzas, decapitados por hachas y desmembrados por espadas era asquerosamente espeluznante y perturbador. Aún más lo era el chapoteo húmedo y chisporroteo cuando la sangre y los cuerpos se mezclaban con el oro hirviendo.
Era una pesadilla. Tenía que serlo. Ese infierno no podía ser real.
¿Por qué? ¿Por qué estaba sucediendo todo eso?
¿Por qué...?
~
Siempre había tenido cierta aversión a la sangre después de eso.
La primera vez que se manchó las manos de sangre por su propia cuenta, entró en crisis.
Fue cuando obtuvo su distintiva cicatriz bajo el ojo... y habría sido mucho peor si no hubiera reaccionado lo suficiente para quitarle la daga a ese guardia creído y envalentonado, y clavársela en su costado, entre las costillas.
Después de eso, había corrido, como alma que se lleva el diablo, hasta la fuente de agua más cercana, para lavarse la sangre de las manos. Y, aun así, fue una de sus peores noches en vilo, con diferencia.
Las manos hormigueaban, se sentía como si no cupiera en su propia piel. Tenía la necesidad de frotarlas hasta lastimarse ¡Era desesperante!
Él solo quería...
~
—Mmm ¿amor? —la suave voz adormilada de una mujer lo sacó de la profunda bruma que lo había estado envolviendo, solo para hallarse en medio de una oscuridad a la cual sus ojos lilas no tardaron en acostumbrarse.
Le tomó un momento darse cuenta de que había un techo sobre él, y que no estaba a la intemperie, o dentro de una cueva. Le tomó otros segundos darse cuenta de que estaba semi-cubierto por sábanas delgadas pero suaves y que, además de eso, había otro cuerpo cálido a su lado, la dueña de la voz que lo sacó de sus pesadillas.
— ¿Akefia? ¿Qué pasa, mi rey? —hubo una mano suave acariciando su mejilla, rozando apenas donde estaba su cicatriz, y eso lo hizo temblar — ¿Un mal sueño?
No había dicho ni una sola palabra y ella ya lo había leído como si de un libro se tratase, aunque supuso que algo tendría que ver el hecho de que la estaba apretando entre sus brazos — ¿te hice daño? —no pudo evitar preguntar, aunque no halló en sí mismo la voluntad de soltarla. De algún modo sabía que, si lo hacía, el desagradable hormigueo de sus sueños volvería a él.
Distinguió una sonrisa dulce entre la oscuridad —no te preocupes, no me abrazaste tan fuerte —Abrazar, no apretar, se dio cuenta él, al oír sus palabras. Tan distraído que no notó como ella se acurrucaba más contra su cuerpo, sin dejar de acariciar su mejilla.
Ella, que sabía que sus manos habían hecho correr sangre en múltiples ocasiones, y aun así era feliz cuando él la tocaba.
Ella, que tomaba sus manos, y las entrelazaba con las suyas más pequeñas, suaves, y puras.
Ella... que lo amaba a pesar de todo.
— ¿Qué he hecho, que fue lo suficientemente bueno como para tenerte en mi vida? —soltó sin pensar, ocultando el rostro en la maraña que era el pelo negro de su amada, desordenado y regado en las almohadas, mientras que la abrazaba más contra sí, deleitándose con cada centímetro del cuerpo femenino que encajaba con el de él.
Ella suspiró, sin poder evitarlo, pero sin perder la sonrisa, y se inclinó para esparcir besos en la línea de la clavícula masculina, que era lo que tenía a su alcance desde esa posición.
—Mi amor —ronroneó ella — ¿qué importa lo que tú o yo hayamos hecho, mientras que seamos capaces de hacernos felices de ahora en adelante?
Y, por el momento, esas palabras, y las caricias que derrochaba amor sincero, fueron suficientes para calmarlo.
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