Fictober Día 1: Roca
Uno se preguntaría por qué Alfred F. Jones considera una roca su más grande tesoro, claro que lo que nadie sabe es que junto a esa roca hay una preciosa escama de color verde esmeralda, esta con la luz se vuelve una belleza de colores que solo puede pertenecer al joven de corazón tan puro como para enamorar un dragón.
Alfred es un humano común y corriente que vive en el pueblo de un reino que no podía describir como muy pobre o muy rico, su familia se dedica al campo y como varón de la familia le correspondía ayudar a su padre, él lo hacía feliz con tal de ver a su papá descansar un poco y su mamá fuera feliz de tener los alimentos para vivir el día a día y aunque a veces terminará con las uñas hechas trizas y llenas de tierra con solo ver la sonrisa de su hermana y su madre volvía cada día al campo con una mirada llena de decisión, todo para proteger su más grande tesoro: su familia.
Él no tenía riquezas propias y no las deseaba, solo era un chico de 15 años lleno de curiosidad y una forma de ver la vida que era distinta a los demás, mientras otros jóvenes rezongaban de tener que trabajar, pescar o hacer negocios, él disfrutaba entre la hierba del campo, cuidar las plantas o los animales y ser un alma libre entre la naturaleza, hacia lo que quisiera en el campo mientras ayudará y obedeciera la única regla que su padre le había impuesto.
No acercarse a la montaña.
No importará que viera o escuchara, no debía acercarse a la montaña y mucho menos entrar a la cueva que había ahí, era una regla del reino, una que existía por milenios y Alfred no podía evitar sentir curiosidad de lo que podía haber ahí.
Leyendas decían que existía un dragón que había destruido hace cientos de años el reino que existían antes bajo su pueblo, por eso el rey era muy cuidadoso con todo y sobre todo se debía respetar la naturaleza. Era una ley universal, se decía que era un pacto de la madre tierra, el dragón y la línea sanguínea real.
Siempre se preguntó si era verdad, si en esa cueva existía un dragón y si era tan temible como se decía en las historias antiguas.
Un día cuando trataba de atrapar un conejo que había robado una de las zanahorias de su prado, el cual no lo buscaba por la zanahoria más bien era para jugar, se dio cuenta que había rebasado el límite y el piso bajo a sus pies cambio por cimientos de roca que comenzaban a elevarse, había llegado a las faldas de la montaña, estuvo a punto de salir corriendo de regreso al campo cuando escuchó un fuerte aleteo, levantó la vista y se encontró con la vista del estómago de una criatura gigante de color verde, detuvo su sombrero ante la fuerte ráfaga de aire que las alas habían provocado, cayó de bruces al suelo por la fuerza mientras una alocada y nerviosa risa salía de sus labios
¡Era real! Su cuerpo tembló al verlo alejarse con rapidez, iba correr a contarle a su padre pero su curiosidad fue más grande, comenzó a escalar la estructura de roca, poco a poco subiendo.
Al llegar a la cueva prohibida con mucho cuidado y a ciegas se encaminó por la profundidad de esta, hundiéndose en la oscuridad con nerviosismo pero decisión, estaba deseando descubrir que había ahí. Cuando la luz volvió a golpear sus ojos, los tapo para volverse acostumbrar a esta y mitigar el brillo que comenzaba a deslumbrarlo.
Dentro de la cueva había cantidad inimaginable de tesoros, gemas preciosas, joyas y productos hechos de plata y oro, todo de belleza increíble y qué decir del valor de estos, era lo que podría volver la familia de Alfred obscenamente rica, pero al rubio solo le llamó la atención que en la cima de la montaña de oro había pequeños puntos de luz de color verde, se acercó y encontró escamas como de las serpientes pero estas desprendía un color sumamente hermoso: esmeralda que con la luz se volvía como un calidoscopio de colores, sonrió al verla sin embargo la dejó en su lugar y tomó una roca pequeña a la que una de esas escamas parecía haberse fosilizado, la tomó y la guardó en el bolsillo de su pantalón antes de salir corriendo del lugar para contarle a su papá lo que había visto.
Bajó lo más rápido que pudo procurando no caer o provocar un derrumbe en la montaña, corrió por el profundo bosque para poder llegar a la granja, pero justo cuando llego al lago que divide la mitad del bosque, el dragón cayó en un golpe seco, justamente en frente del pequeño de ojos azules, este se quedó estático frente a la gigantes fauces del reptil las cuales liberaban una pequeña cantidad de humo, jura que pudo notar un gran enfado de éste y cuando creyó que lo iba a devorar con su enorme boca, la criatura soltó un bufido y el humo aumento envolviendolo.
Cuando el humo se disipó, frente al joven apareció cayendo de rodillas un chico con una complexión muy similar a la suya, cabellera rubia como el trigo, su piel blanca solo era perturbada con las mismas escamas que encontró en la cueva y en el dragón, tardo un instante en conectar sus pensamientos y darse cuenta que aquel chico era la temida bestia. Se acercó pero la voz del otro resonó.
—No te acerques, humano. —El chico respiró con dificultad usando su mano para levantarse con dificultad, tanta que en uno o dos momentos sus piernas parecían que no aguantarían su peso, se distrajo en mirarlo no por el hecho de que estuviera desnudo más bien le llamo la curiosidad las escamas que rodeaban su piel, sin embargo quedó hipnotizado cuando los ojos verdes como pastizales lo miraron con rencor juzgandolo, dio un salto en su lugar cuando este hablo con una voz reseca como si no hubiera hablado en décadas.—¡Has robado algo de mi guarida!
El pueblerino tembló nervioso y avergonzado en su sitio, sentía que esos ojos le robarían el alma y jamás podría recuperarla.
—¿Acaso no has escuchado que de la cueva de un dragón está estrictamente prohibido tomar algo? —soltó con el dragón con contenida molestia y sarcasmo, no había pulverizado a ese humano porque antes de su molestia estaba la propia curiosidad de saber quién se había atrevido a romper una gran ley, pero jamás admitirá que de cierta forma estaba ahí porque había obtenido la oportunidad de hablar con alguien después de centenares de años solo.
—Yo lo siento, señor Dragón —Logró al fin soltar el chico de pueblo, su voz algo temerosa temblaba pero sonaba completamente honesto —Le devuelvo lo que tomé —con cuidado sacó la roca que reposaba en su bolsillo.
— ¿Una roca? — El dragón estaba a punto de devorarlo si esto era una burda broma, pero podía oler el arrepentimiento en el chico. Dejó que se acercara y tomó la roca rodeándola con sus largas uñas, la olfateó con cuidado para asegurarse si era su esencia la que estaba impregnada pero bastó con ver la escama fosilizada para saberlo. — No te muevas —Soltó con voz firme antes de acercarse al chico tomando sus hombros, acercó su nariz al cuello y lo olfateo con suavidad —Estás limpio.
El chico dragón sonrió, lleva mucho que no percibía el aroma de la honestidad, tomó la mano del joven y de un movimiento rápido clavó su uña en la palma de una forma indolora para el humano, probó la sangre dándose cuenta de la pureza en el corazón del chico.
—Quédatela —La bestia sonrió de lado mostrando uno de sus colmillos, Alfred supo que estaba bien por lo cual envolvió la mano en la roca que el otro deposito con cuidado en su mano— Dime tú nombre. —ordenó con voz amable
—Alfred—Soltó con la voz bajita, pero se recompuso rápidamente al saber que no tenía que temer — Alfred F. jones.
—Bueno Alfred, puedes quedartela — el chico suspiro dejando que nuevamente humo comenzara a rodearlo —mantén esa pureza en tu corazón —su voz sonó como si fuera doble, la fina de un humano y la fiera del dragón.
—¡Espera! —El hibrido disipo el humo con el aliento mirando con duda al chico que lo detuvo —¿Puedo volver a visitar tu cueva? No pienso tomar nada...solo quiero hablar contigo, seguro tiene mucho que contar señor dragón.
—Arthur —sonrió al ver la duda en el rostro del menor —Mi nombre es Arthur, al menos debes saber mi nombre si me visitaras seguido.
El joven humano sonrió abiertamente haciendo que los ojos verdes de la bestia relucieran, un extraño palpitar resonara en su pecho, sintió como la sangre subió a las mejillas y trato de disipar las sensaciones con una tos nerviosa
—Toma — acercó su mano a su brazo y con cuidado arrancó una escama de su piel, dejándola con cuidado en la palma del otro. —llévala contigo cuando me visites, así sabré que eres tú.
El dragón le dedicó una sonrisa antes de volver a dejar que el humo lo rodeara, Alfred se alejó un poco y miró cómo el chico iba cambiando a la gran bestia que había visto antes, río moviendo su mano en señal de despedida cuando éste emprendió el vuelo y cuando estuvo solo llevo la escama a su pecho mirándola sonriendo al pensar en su aventura de mañana visitando al hibrido.
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