Capitulo 6
En el majestuoso salón del trono del reino de Elysium, la luz del sol atravesaba los vitrales, proyectando en el suelo mosaicos de colores vibrantes que narraban antiguos relatos de gloria y valentía. En el centro del salón, los reyes de Elysium ocupaban sus tronos, símbolos vivientes de sabiduría y fortaleza. La reina Lyanna, con su cabello dorado recogido en un intrincado peinado, sostenía una expresión de preocupación en su rostro. A su lado, el rey Alden, de porte imponente y una mirada calmada, la observaba con paciencia.
Lyanna: El imperio Mordark ha comenzado a moverse de nuevo, —dijo rompiendo el silencio mientras observaba un mapa extendido sobre una mesa cercana. Su voz, aunque tranquila, dejaba entrever la inquietud en sus palabras—. Siempre han trabajado desde las sombras, pero esta vez siento que su influencia está creciendo más de lo que podemos prever.
Alden asintió lentamente, su mirada fija en el mismo mapa.
Alden: Es cierto, querida. Mordark siempre ha sido astuto, pero no podemos actuar precipitadamente. Necesitamos reunir más información antes de hacer un movimiento.
Lyanna apartó la vista del mapa y miró hacia uno de los vitrales que representaba a una joven guerrera alzando su espada hacia el cielo. Era un recordatorio constante de la valentía que había definido a su linaje, pero también del precio que podía conllevar.
Lyanna: Alden… —dijo, su voz temblando ligeramente—. No puedo evitar preocuparme por Stella. Ella está ahí fuera, lejos de nosotros, enfrentando peligros desconocidos. Y aunque confío en su fortaleza, el mundo no siempre es justo con los nobles de corazón.
Alden se levantó de su trono y se acercó a ella, colocando una mano reconfortante sobre su hombro. Su voz era cálida y firme.
Alden: Entiendo tu preocupación, Lyanna. Stella es nuestra hija, y siempre será nuestra prioridad. Pero debemos recordar algo: ella no está sola.
La reina lo miró, buscando consuelo en sus palabras.
Alden: Entre los cuatro, —continuó viendo a su esposa—, forman un equipo excepcional. Aex es un guerrero formidable, Stella tiene la determinación de un líder, Xerx posee una mente brillante, y Sora...
Alden hizo una pausa, una sonrisa leve curvando sus labios.
Alden: Sora prometió protegerla con su vida. ¿Recuerdas cómo lo dijo aquella vez?
Lyanna asintió, sus labios dibujando una ligera sonrisa al recordar el momento.
Lyanna: "Mientras yo respire, ningún peligro tocará a Stella," —repitió suavemente, casi como si las palabras fueran un conjuro que podía traer paz a su corazón—. Era tan serio... pero sincero.
Alden: Ese joven tiene un espíritu puro, y su vínculo con Stella y los demás es más fuerte de lo que podríamos imaginar. Debemos confiar en ellos, Lyanna. Así como ellos confían el uno en el otro.
Lyanna suspiró profundamente, sintiendo que parte de su carga se aligeraba. Aún preocupada, pero con un renovado sentido de confianza, miró a su esposo con agradecimiento.
Lyanna: Tienes razón. Stella ha crecido mucho, y tiene un grupo de amigos que darían todo por ella, como ella lo haría por ellos.
El sonido de un cuerno resonó en la distancia, interrumpiendo su conversación. Un mensajero entró en la sala con rapidez, arrodillándose frente a los reyes.
Soldado: Mis señores, noticias urgentes. Se ha detectado actividad inusual cerca de las fronteras occidentales. Podría estar relacionado con el imperio Mordark.
Alden intercambió una mirada con Lyanna antes de asentir al mensajero.
Alden: Iniciaremos una reunión con el consejo. Que los generales se preparen para discutir estrategias.
Mientras el mensajero se retiraba, Lyanna miró nuevamente hacia el vitral de la joven guerrera.
Lyanna: Espero que donde sea que esté, Stella recuerde que su fortaleza proviene no solo de su habilidad, sino de las personas que están a su lado.
Alden: Lo hará, —respondió Alden con confianza—. Después de todo, lleva la sangre de Elysium.
La luz del amanecer bañaba la aldea, iluminando los restos de lo que una vez fue una feroz batalla. Aunque aún había escombros en algunos rincones, el aire se sentía diferente, más ligero. Los aldeanos, ahora con sonrisas renovadas, trabajaban juntos para reconstruir sus hogares y su comunidad. Martillos resonaban, tablas se alzaban, y las voces llenas de esperanza llenaban el ambiente.
En una colina cercana, el cuarteto observaba el progreso. Alex, con su gran espada al hombro, mantenía una postura relajada, mientras Stella cruzaba los brazos con una leve sonrisa de satisfacción en su rostro. Xerx, apoyado contra un árbol, ajustaba sus gafas mientras observaba en silencio. Pero quien más destacaba era Sora, cuya expresión irradiaba pura alegría al ver cómo la aldea recobraba su vida.
Sora: Parece que finalmente podrán vivir en paz, —dijo con una sonrisa amplia mientras cruzaba los brazos detrás de la cabeza.
Stella lo miró y asintió, su voz cálida pero firme.
Stella: Todo gracias a nosotros, pero sobre todo a ti. Fuiste el primero en actuar cuando esta aldea más lo necesitaba.
Sora: No lo hubiera logrado sin ustedes, —respondió encogiéndose de hombros con humildad— Somos un equipo, ¿recuerdan?
En ese momento, el alcalde de la aldea, un hombre de avanzada edad con una barba canosa y rostro marcado por los años, se acercó acompañado de algunos aldeanos. Se inclinó ligeramente ante ellos, con una expresión de profunda gratitud.
Alcalde: Jóvenes héroes, no tengo palabras para expresar lo agradecidos que estamos, —dijo su voz cargada de emoción— Arriesgaron sus vidas para salvarnos, y gracias a ustedes, esta aldea puede tener un futuro.
Alex: No fue nada, señor, —respondió rascándose la nuca—. Solo hicimos lo que teníamos que hacer.
Xerx: Aun así, —intervino ajustándose las gafas—, su gratitud es apreciada. Pero asegúrense de reforzar las defensas de la aldea. No podemos garantizar que no vuelva a haber problemas en el futuro.
El alcalde asintió, tomando las palabras de Alex con seriedad. Luego, miró a Sora.
Alcalde: Joven, tus acciones ayer fueron extraordinarias. Se nota que tu corazón está lleno de bondad.
Sora sonrió ampliamente, llevando una mano detrás de su cabeza, algo avergonzado.
Sora: Solo hice lo que sentí que era correcto.
Los aldeanos comenzaron a aplaudir, agradeciendo al cuarteto por todo lo que habían hecho. La emoción del momento llenó el aire, y por un instante, todo parecía estar en su lugar.
Mientras el alcalde y los aldeanos regresaban a sus tareas, el cuarteto se quedó un momento más observando la escena.
Stella: Bueno, —dijo Stella, rompiendo el silencio— Supongo que es hora de seguir adelante. Tenemos un largo camino por recorrer.
Sora: Sí, pero no olvidemos este lugar, —respondió mirando la aldea una última vez—. Es un recordatorio de por qué hacemos lo que hacemos.
Con esas palabras, el grupo comenzó a descender la colina, listos para enfrentarse a los próximos desafíos. Sin embargo, en sus corazones, llevaban la satisfacción de saber que, al menos por ahora, habían devuelto la paz a un rincón del mundo.
El cuarteto estaba a punto de dirigirse hacia el auto para continuar su viaje cuando una pequeña figura corrió hacia ellos desde el centro de la aldea. Era la niña que Sora había salvado durante la batalla contra el Ganymede.
Niña: ¡Señor héroe! —llamó la niña, con una voz dulce pero llena de determinación.
Sora se detuvo en seco y se giró hacia ella, una sonrisa cálida iluminando su rostro. Se agachó para estar a su altura, colocando una mano en su rodilla mientras la miraba con atención.
Sora: ¡Hey! Me alegra verte bien, pequeña. ¿Todo está en orden?
La niña asintió vigorosamente, apretando algo contra su pecho. Luego extendió una pequeña caja de madera hacia Sora, con una mezcla de timidez y orgullo.
Niña: Esto es para ti... —dijo, sus ojos brillando con gratitud—. Es un regalo. Por haberme salvado. Para mí, eres un héroe.
Sora parpadeó, sorprendido, mientras aceptaba la caja cuidadosamente. La abrió con curiosidad, encontrando dentro un pequeño colgante hecho de hilo y cuentas, con un sencillo pero hermoso diseño que representaba un dragón.
Sora: ¿Para mí? —preguntó claramente conmovido—. No tenías que hacerlo.
La niña asintió con fuerza, sus ojos llenos de determinación.
Niño: ¡Quiero ser fuerte como tú algún día! Quiero proteger mi aldea para que nadie más tenga que tener miedo.
Por un momento, el mundo pareció detenerse para Sora. Un recuerdo fugaz cruzó su mente: él mismo, años atrás, sosteniendo un regalo similar de una niña en su propia aldea. Podía sentir la misma emoción y esperanza que aquella niña había transmitido entonces.
Sacudiendo ligeramente la cabeza para volver al presente, Sora sonrió y colocó una mano gentil sobre la cabeza de la niña.
Sora: Si sigues con esa actitud, estoy seguro de que serás increíblemente fuerte algún día. Pero recuerda: las personas más fuertes no son las que pelean más duro... son las que protegen lo que realmente les importa.
La niña sonrió, sus ojos brillando de emoción.
Niña: ¡Prometo hacerlo!
Sora se puso de pie, guardando cuidadosamente el colgante en su bolsillo. Volvió la vista hacia la aldea y luego a sus compañeros, quienes lo observaban con sonrisas cómplices.
Sora: Bueno, chicos, parece que tenemos una fan más en esta aldea, —dijo Sora, frotándose la nuca con una leve risa.
Alex: Tal vez más que una, —comentó cruzando los brazos—. Toda la aldea parece estar encantada contigo.
Stella se acercó, colocando una mano en el hombro de Sora.
Stella: Hiciste un gran trabajo aquí. Eso es algo que no todos pueden lograr.
Xerx: ajustó sus gafas, con una leve sonrisa.
Xerx: Supongo que incluso tú puedes ser inspirador a veces.
Con las palabras de sus amigos resonando en su mente y el regalo de la niña como un recordatorio de su misión, Sora tomó una última mirada a la aldea antes de dirigirse hacia el auto con el resto del grupo. Su viaje continuaba, pero sabía que había dejado una huella importante en este pequeño rincón del mundo.
El cuarteto caminó hacia su vehículo, un resistente auto todoterreno cubierto de polvo del camino y algunas marcas de sus aventuras anteriores. Alex fue el primero en llegar, abriendo la puerta trasera mientras suspiraba con alivio.
Alex: Por fin de nuevo en el auto. —Se dejó caer en el asiento trasero junto a Sora, acomodándose de inmediato con un suspiro más profundo.
Sora lo siguió, lanzándose al asiento al lado de Alex, quien ya parecía listo para un descanso.
Sora: No sé por qué te quejas tanto, Alex. Al menos aquí puedes estirarte y no tienes que pelear con monstruos gigantes.
Alez: Lo que digo es que el auto es un lugar seguro y predecible. Algo que últimamente parece ser un lujo, —replicó con aire de suficiencia mientras miraba a Sora de reojo.
Xerx pasó junto a ellos, quitándose una de las fundas de sus guantes mientras se subía al volante. Ajustó el espejo retrovisor y se giró ligeramente hacia ellos.
Xerx: Si terminan de discutir, tal vez podamos ponernos en marcha. Tenemos un largo camino por delante, y yo no pienso conducir toda la noche.
Stella ocupó el asiento del copiloto, acomodando su espada al lado mientras miraba el mapa desplegado en la guantera.
Stella: Ya lo escucharon, chicos. Tenemos que encontrar un lugar para descansar pronto, pero primero necesitamos cruzar el desfiladero antes de que oscurezca.
Sora se inclinó hacia adelante entre los asientos delanteros, mirando a Stella con una sonrisa despreocupada.
Sora: ¿Desfiladero? ¿Es peligroso o algo así?
Stella asintió, aunque no parecía alarmada.
Stella: No exactamente. Pero las tormentas suelen formarse rápido en esa zona, y no queremos quedar atrapados en una.
Sora: Perfecto, otro desafío para nuestro increíble equipo. —Se dejó caer nuevamente en su asiento, cruzando los brazos detrás de la cabeza con una sonrisa.
Alex sacó un libro de su mochila, aparentemente decidido a ignorar la conversación mientras Xerx arrancaba el motor con un rugido familiar.
Alex: Solo espero que esta vez no tengamos más interrupciones. Sería agradable llegar a nuestro próximo destino sin que algo intente matarnos.
Sora: Eso sería aburrido, Alex, —dijo con una risa.
Alex: Al menos una vez, no estaría mal, —murmuró concentrándose en su lectura.
El auto comenzó a avanzar por el camino polvoriento, dejando atrás la aldea que ahora se reconstruía con esperanza. Mientras el sol comenzaba a bajar en el horizonte, el cuarteto se preparaba para lo que fuera que el próximo tramo de su aventura les deparara.
El auto avanzaba sin prisa pero sin pausa por el polvoriento camino, el sonido del motor llenando el aire mientras el cuarteto disfrutaba de un breve respiro después de su último enfrentamiento.
Alex, como de costumbre, estaba inmerso en la lectura de un libro que había sacado de su mochila, mientras pasaba las páginas meticulosamente. Xerx, concentrado en el volante, mantenía una expresión seria pero relajada, mientras los neumáticos del vehículo levantaban polvo en el camino.
Stella, sentada en el asiento del copiloto, dejó escapar un pequeño suspiro mientras su mirada se perdía en el paisaje que pasaba rápidamente a su lado. Las colinas verdes y los ocasionales bosques creaban un escenario pintoresco, pero su atención se desvió al retrovisor. A través de él, pudo ver a Sora, quien también estaba absorto mirando el paisaje, con una expresión tranquila y reflexiva.
Sin previo aviso, un leve rubor apareció en las mejillas de Stella al recordar las palabras de su madre antes de emprender este viaje: “Confío en que Sora siempre estará allí para ti, después de todo, parece importarle mucho más de lo que dice.” Ese comentario había sido suficiente para hacer que Stella, siempre tan serena, se sintiera incómoda y avergonzada.
Stella: Maldita sea, mamá... —murmuró entre dientes, mirando hacia otro lado rápidamente, intentando ignorar la sensación cálida que subía por su rostro.
Mientras tanto, Sora seguía absorto en su propia contemplación del paisaje. La calma exterior ocultaba un torbellino interno que se había desatado cuando la pequeña niña de la aldea le había dicho que él era su héroe. Sus palabras, simples pero poderosas, habían desencadenado un recuerdo borroso en su mente.
Era un recuerdo de su infancia, uno donde él era quien miraba con admiración a alguien más: una mujer de cabello corto y sonrisa cálida, inclinándose hacia él mientras le decía algo parecido: “La verdadera fortaleza no está en no caer, sino en levantarse una y otra vez, especialmente por aquellos que más lo necesitan.”
Por un momento, Sora cerró los ojos, dejando que esa imagen fugaz se asentara en su mente antes de desvanecerse. Al abrirlos, esbozó una leve sonrisa.
Sora: Supongo que algo de eso quedó en mí, después de todo. —Susurró para sí mismo, sin darse cuenta de que Stella lo observaba nuevamente por el retrovisor.
El viaje continuaba, pero ambos parecían atrapados en sus propios pensamientos, cada uno enfrentándose a recuerdos que les daban fuerza y propósito, sin saber que sus caminos, y sus emociones, estaban más entrelazados de lo que creían.
Sora miró hacia el frente y, rompiendo el silencio que había llenado el vehículo, preguntó con tono casual.
Sora: Oye, ¿puedo encender la radio?
Xerx, sin apartar la vista del camino, simplemente asintió.
Sora giró el botón de la radio, y tras unos segundos de estática, una voz clara y profesional comenzó a resonar en el interior del auto.
"En las noticias de hoy: los reinos de Elysium y Eleare están en la etapa final de su tratado de paz, marcado por el compromiso entre la princesa Celestine de Elysium y el príncipe Alden de Eleare. Se espera que esta unión no solo fortalezca la relación entre ambos reinos, sino que también marque una nueva era de cooperación y prosperidad."
La noticia captó la atención de todos. Xerx arqueó una ceja, Stella se tensó levemente en su asiento.
Xerx: Interesante estrategia política. Aunque me pregunto si esto realmente garantizará la paz o solo será un símbolo vacío.
Stella, aún mirando el paisaje, suspiró y comentó.
Stella: Mi hermana siempre ha sido perfecta para estos escenarios. Es elegante, sabia y tiene una paciencia que yo nunca podría igualar. Si alguien puede manejar algo tan complicado como un tratado de paz, es Celestine.
Sora: Vaya, nunca imaginé que tu hermana se comprometería así. —dijo mirando a Stella con cierta curiosidad. Su tono no tenía burla, solo interés genuino.
—¿Cómo es ella?
Stella giró levemente su cabeza hacia él, esbozando una pequeña sonrisa nostálgica.
Stella: Es la definición de una princesa perfecta. Desde que éramos niñas, siempre fue el modelo a seguir: amable, responsable, y... siempre bajo el foco de atención. Pero supongo que eso es lo que se espera de la primera en la línea al trono.
Alex, que hasta ahora había permanecido callado, se unió a la conversación levantado su mirada a Stella
Alex: ¿Y tú qué? Siempre he pensado que no necesitas compararte con ella. Eres igual de capaz, aunque tu estilo sea diferente.
Stella soltó una breve risa.
Stella: Gracias, Alex. Pero honestamente, me gusta estar fuera de todo ese protocolo real. Viajar con ustedes es mucho más... liberador.
Sora asintió, mientras apoyaba su barbilla en una mano, mirando hacia el frente.
Sora: Supongo que todos tenemos nuestras propias cargas. Aunque debo admitir que me cuesta imaginarte atrapada en un vestido real y esas reuniones interminables.
Stella rodó los ojos, aunque su sonrisa no desapareció.
Stella: Créeme, no es algo que quiero volver a vivir pronto.
Alex finalmente cerró su libro y se acomodó en el asiento trasero.
Alex: Sea como sea, este tratado es algo grande. Si algo saliera mal, podría haber tensiones entre los reinos, o peor. ¿Qué tan confiable es Eleare?
Stella: Eso está por verse. —respondió con un tono más serio.
El grupo quedó pensativo por un momento mientras la radio seguía emitiendo noticias menores. Aunque intentaron relajarse, la sombra de la política y las responsabilidades reales no desaparecieron del todo.
Xerx, mientras mantenía una mano firme en el volante, notó cómo la aguja del indicador de combustible descendía peligrosamente cerca de la línea roja. Frunció el ceño y comentó en voz alta.
Xerx: Estamos casi sin combustible.
El comentario no pasó desapercibido. Alex, que había estado relajado hasta ese momento, se tensó de inmediato, cerrando su libro de golpe mientras un recuerdo nada agradable le cruzaba por la mente.
Alex: No otra vez... —murmuró, llevándose una mano a la frente. Luego, levantó la voz—. ¡Dime que no vamos a quedarnos varados como la última vez, Xerx!
Sora: Por qué tan alarmado?- preguntó confundido donde miró como Alex suspiró pesadamente, ya sintiendo la frustración regresar.
Alex: Nos quedamos en medio de un desierto sin combustible. Y, por supuesto, terminamos empujando este maldito auto durante dos kilómetros hasta la estación más cercana.
Sora: Peleamos contra monstruos y tú te alarma por algo así.
Stella, mientras tanto, sacó el mapa que llevaban en el compartimento del auto y lo desplegó sobre sus rodillas.
Stella: Tranquilos, no tenemos que empujar nada... al menos por ahora. —Se inclinó ligeramente hacia adelante, siguiendo las marcas del mapa con el dedo—. Según esto, hay una pequeña estación a unos diez minutos de aquí.
Xerc: Diez minutos? —repitió revisando rápidamente el indicador de combustible una vez más. Frunció el ceño- Espero que lleguemos a tiempo. No quiero repetir lo del desierto tampoco.
Alex: Por favor, no más caminatas interminables bajo el sol abrasador.
Sora, aún divertido, se recostó en su asiento con una sonrisa.
Sora: Vamos, ¿qué es lo peor que podría pasar?
Alex: Eso es lo que siempre dices antes de que algo salga mal. —replicó con sarcasmo.
Stella volvió a doblar el mapa y lo guardó en su lugar.
Stella: Deberíamos estar bien. Xerx, mantén un ritmo constante, y llegaremos sin problema.
Xerx: Eso intentaré. —respondió ajustando su agarre en el volante.
Con el aire algo más tenso, el auto continuó su marcha, todos cruzando los dedos para que esta vez el destino no les jugara una mala pasada.
En el corazón del bullicioso pueblo, una multitud se congregaba en torno a una figura central, que irradiaba calma y calidez.
Lunafreya, la hermana mayor de Stella y princesa de Elysium, estaba en plena acción, distribuyendo comida y mantas a los aldeanos necesitados. Su elegante vestido blanco, contrastaba con la sencillez del entorno, pero sus manos trabajaban con la misma dedicación que cualquiera de los voluntarios.
Anciana: Gracias, princesa Lunafreya —dijo tomando con gratitud un paquete de provisiones—. Que los dioses bendigan su bondad.
Lunafreya le dedicó una sonrisa cálida mientras se inclinaba ligeramente en señal de respeto.
Lunafreya: No hay necesidad de agradecerme. Hacer esto es mi deber y mi mayor deseo: que cada rincón del reino pueda sentir alivio y esperanza.
A medida que continuaba ayudando, su escolta personal mantenía una discreta vigilancia. Entre ellos, su dama de compañía, Lyra, una joven de mirada aguda y porte firme, se mantenía cerca, asegurándose de que la multitud no abrumara a la princesa.
Lyra: Su Alteza —le susurró en un tono bajo pero preocupado—, el tiempo se agota. Deberíamos considerar partir pronto para llegar al próximo pueblo antes del anochecer.
Lunafreya asintió con suavidad pero sin apartar la vista de los aldeanos que aún necesitaban su ayuda.
Lunafreya: Lo sé, Lyra, pero no puedo irme aún. Este pueblo ha sufrido demasiado. Solo un poco más, y nos iremos.
Mientras tanto, entre la multitud, algunos niños observaban a Lunafreya con admiración, viéndola casi como una figura celestial. Uno de ellos, un niño pequeño con la ropa algo desgastada, se acercó tímidamente con una flor marchita en la mano.
Niño: Princesa, esto es para usted —dijo con nerviosismo, extendiendo el tallo con sus manos temblorosas.
Lunafreya se agachó hasta quedar a su altura, tomando la flor con cuidado.
Lunafreya: Es un regalo hermoso. Muchas gracias. ¿Cuál es tu nombre?
Ragnar: Rag-Ragnar, su Alteza.
Lunafreya: Ragnar —respondió con una sonrisa luminosa—, esta flor me recuerda la fuerza de este pueblo. Aunque parezca frágil, sigue siendo hermosa, como ustedes.
El niño sonrió tímidamente, y la multitud murmuró palabras de aprobación.
En el horizonte, sin embargo, se alzaban nubes oscuras, presagio de los desafíos que aún aguardaban a Lunafreya y al reino entero. Aunque su compromiso y el tratado de paz parecían pasos hacia un futuro mejor, el camino estaba lejos de ser sencillo.
Continuará.......
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