Seis de la mañana.

En las faldas de un cerro viejo, yermo y pétreo a morir, la bruma se posa sobre decenas de frágiles casuchas mientras dos gallos emiten cantos descontinuados.

Un niño, su padre y un perro, bajan por uno de los tantos senderos de dicho terreno cual "perros sedientos". Cargando baldes, envases y algunos bidones; ellos arriban a un erial polvoriento en donde decenas de personas esperan la llegada del bendito "escarabajo".

Con un sonido ahogado un motor resuena a la distancia.

— ¡Es el escarabajo! —gritan algunos.

Cubierto de óxido como siempre, el escarabajo —un gran camión cisterna—, serpentea por la calzada despilfarrando gotas de agua en el terreno. Frente a los sedientos pueblerinos la cisterna se detiene. El motor deja de rugir, y un hombre; gordo y mofletudo, desciende de la mecánica testa de aquel herrumbroso insecto.

—Medio dólar por litro —proclama—. Tómenlo o déjenlo.

Todos quedan absortos frente a la declaración del hombre. El precio que intenta imponer es irracional. El tirano rasca su cabello y suspira decepcionado. Vuelve a repetir.

— ¿Lo toman o lo dejan?

La multitud reniega, maldice, emite blasfemias y ladra sin cesar. El can que acompaña al crío se une a la batahola, profiriendo incisivos gruñidos que demuestran su osadía.

Como escuchando la barahúnda, dos fornidos pitbull —dos veces más grandes que el gruñidor— emergen de la cabina del conductor.

Estos se posicionan al costado del tirano. Y emiten dos iracundos ladridos que devoran los reclamos del caserío. El perro se queda afónico, el niño retrocede, el padre suelta maldiciones susurrantes. Por último, el tirano monopolista abre la boca:

— ¿Lo toman o lo dejan?

Sin poder hacer nada, los "perros sedientos" se arrastran con sus descoloridos envases a la boquilla del escarabajo.

Ellos pagan lo que pueden; y contemplan como el líquido iridiscente lava sus resecos bidones. Es precioso, para sus marchitos ojos el centelleo del agua reluce más que un diamante.

Llenando envase tras envase, el tirano comienza a llenarse los bolsillos con sucio dinero. Él ríe, sus perros ladran. Pronto llega el turno del padre y su hijo. Ellos sacan varios billetes de sus bolsillos y se lo presentan al "mofletudo". Este libera una sonrisa y eleva su tono.

— ¡Como siempre, mis mejores clientes!

Inmediatamente, litros y litros de agua comienzan a brotar de una grasienta manguera. En cuestión de segundos todos los baldes llegan al tope; son siete en total. Con la transacción completada, el niño toma uno de los bidones, y emprende su tortuosa escalada.

— ¡Ni se te ocurra tirar el agua! —grita el padre desde atrás—. ¡Mis bebés están sedientos! ¡Si lo tiras, no comes!

El niño oye esas duras palabras y camina en silencio. Él no habla, solo escucha. Aun así, una lágrima imaginaria cae por su mejilla, pues no tiene conque llorar. Forzando sus canijos músculos sigue adelante.

Para él la vida es dura. Y el agua un privilegio.

Primero están los bebés de papa —tres voraces cerdos—, después los gallos de pelea, y por último, él. Subiendo la colina como todas las madrugadas, el niño se pregunta si podrá lavarse los dientes, fregar su cabello, o saciar su sed. Los cerdos beben como dipsómanos, y el padre nunca les niega el agua. El pequeño, en su inocencia, se pregunta si los demás niños sueñan con beber.

Si fuera así, tal vez no sería tan malo, concluye.

FIN

Hola, chicos. Tal vez parezca que he desaparecido de wattpad, pero ese no es el caso. Estoy más o menos bien. Tengo varios problemillas que solucionar, y otros dilemas, pero no los abrumaré con eso. Solo quería decir que este relato lo escribí para un concurso. No gané, pero fue divertido. 

Trataré de solucionar mis cosas lo antes posible, para liberarme. La verdad ya tengo el próximo cap de SP bastante avanzado, pero las cosas a veces no fluyen como un desea. Espero poder publicar pronto. ¡Nos leemos!