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Capítulo extra. Bruja roba sueños.




«Bruja roba sueños»

AIDEN. PARTE VII.

Entré a Féryco sin ningún problema y me dirigí directo al oasis. La busqué tranquilamente, dejando que la caminata y ese breve momento a solas calmaran mi acelerado corazón.

Los jardínes del palacio eran enormes, así que me tomó tiempo encontrarla. Al final, me dejé guiar por el auténtico aroma a jazmines y cuando di vuelta en una de las fuentes la vi, hincada sobre la tierra y de espaldas a mí.

Me detuve en seco al reconocerla y un ligero jadeo escapó de mis labios, lo suficiente fuerte como para que ella lo escuchara y mirara por encima de su hombro. Sus cejas se arquearon al verme, pero no dijo nada. Solo se puso de pie lentamente y se giró en mi dirección. Ninguno de los dos nos acercamos al otro.

—Estás vestida de blanco —fue lo primero que logré decir.

Ella se miró, como si no lo supiera y quisiera comprobarlo. Traía puesto un corto vestido con botones hasta el final, de mangas largas pero ligeras. Se encontraba descalza y eso era casi tan raro como verla de blanco. Sus pies estaban llenos de tierra, así como sus rodillas y sus manos.

—Tal vez no fue mi mejor idea —dijo rascándose la nariz, provocando que su punta también quedara negra y con tierra. Tuve que reprimir una sonrisa al ver eso.

—Me gusta —admití. Era algo novedoso verla de esa manera, pero para nada desagradable.

Ella se sonrojó rápidamente y yo aún no estaba acostumbrado a ese lado tan humano, aunque esos ojos gris pálido y el cabello rubio sin brillar no dejaban de recordármelo.

—Estaba plantando mis flores —me contó, probablemente en un intento de aligerar el ambiente.

—¿Flores? —repetí interesado. Esa era información nueva—. No sabía que te gustaba plantar flores.

    —No me gustaba —dijo jugando con sus dedos y haciendo una mueca al ver sus uñas negras por la mugre—, pero tuve que buscar pasatiempos nuevos. Ya sabes, algo que hacer ahora que no puedo matar demonios.

La sonrisa que me arrancó fue sincera, no pude evitarlo. Me acerqué algunos pasos tranquilamente, los suficientes para acortar la distancia, pero aún así dándonos espacio. Ella los aceptó.

    —¿Puedo verlas? —Se giró un cuarto de vuelta para señalar los jazmines blancos que estaban a su espalda. Me sorprendió ver que no eran pocos—. Has estado ocupada.

—Me relaja —explicó—, aunque me han ayudado con un poco de magia para que crezcan así de grandes. Y rápido.

La nostalgia se reflejó en su rostro y fácilmente pude adivinar que Enid extrañaba la magia.

—¿Qué otros nuevos pasatiempos tienes? —pregunté para distraerla y di un paso más hacia ella, que no dejó escapar.

—Paso mucho tiempo en la biblioteca, leyendo. Ayudo a Ezra y Ada con los niños. Clío me está enseñando tocar el arpa. —Su voz bajó de volumen cuando notó que me acerqué otro paso y quedé justo frente a ella.

—Y ahora te vistes de blanco —agregué.

—Eso no es un pasatiempo.

—Pero es algo nuevo, ¿por qué?

Se encogió de hombros.

—Estoy intentando dejar a la bruja atrás.

—¿Y cómo vas con eso?

—No ha sido fácil.

—¿Hay algo en lo que pueda ayudarte?

Ella dio un pequeño paso hacia atrás.

—¿Qué haces aquí? La danza es en las praderas. —A pesar de su retroceso, el tono de su voz fue amable.

—No vine a la danza. Vine contigo. Te di el espacio que me pediste, ahora es momento de que tú y yo hablemos, ¿quieres?

Enid pasó su cabello por detrás de su oreja en algo que pudo parecer un gesto nervioso, pero asintió y tuve que tragarme mi sorpresa para no demostrarla.

    —He estado pensando mucho en ti durante los últimos días —confesó.

    —¿Ah sí? ¿Puedo saber esos pensamientos?

—Algunos eran más bien recuerdos —sonrió con una picardía que combinó a la perfección con esas mejillas sonrosadas. Me tomó por completo desprevenido.

—Interesante —murmuré.

—Eres alguien muy especial para mí, Aiden. Lo supe cada día de los últimos años y nunca te lo dije porque sabía que si lo hacía, te crearías esperanza sobre nosotros. Una esperanza que yo no podía darte. —Bajó la vista para acariciar los pétalos de un jazmín—. Lo siento si te lastimé.

—Lo siento si te presioné.

—Todo lo contrario. Sé que haberme dado este mes no debió ser fácil para ti, pero te agradezco por haberlo hecho. Necesitaba encontrarme de nuevo a mí misma en medio de todo este caos y tenía que hacerlo yo sola.

—¿Y qué has encontrado, Enid? —pregunté con curiosidad.

Ella respiró hondo.

—Por fin he entendido porque antes yo no era feliz —respondió con voz baja pero clara—, estaba renunciando a muchas cosas sin que me diera cuenta. Entre ellas estabas tú. Aún así, quiero que sepas que no renuncié a mi magia por ti. Solo eres una pequeña parte de la ecuación.

—¿Quieres explicarme toda la ecuación?

Estaba sorprendido por la facilidad con la que ella estaba hablando, pero no lo mencioné para que no se echara para atrás. Eso me ayudó a entender que Enid no solo era distinta en apariencia, mi brujita también había cambiado emocionalmente.

—Mis padres murieron cuando yo era una niña, se mataron entre ellos —confesó tan tranquilamente que me asombró. Ella lo notó—. Las relaciones entre brujos son complicadas, hay demasiada arrogancia de por medio y muy poco amor. Se supone que Morwan me crió, aunque fue Medea quien realmente estuvo atenta a mí. No como una madre, simplemente como alguien que no deja morir de hambre a una niña.

    »Así que me marché en la primera oportunidad que tuve. A pesar de eso, las brujas antiguas eran lo más parecido que yo tenía a una familia y las seguía frecuentando, sobre todo cuando cumplí la edad suficiente para que me otorgaran mi misión de proteger a la Tierra.

»La acepté porque era lo único que tenía. Esa era yo, Aiden. Alguien sin un hogar, una familia y sin amor. Aprendí a vivir con eso. Me volví poderosa gracias al legado de Morwan y ese poder fue lo único que llenó ese hueco. Y entonces me enamoré por primera vez.

»Fue un humano... y fue hace demasiado tiempo, así que no entraré en detalles que no necesitas saber. Amarme lo destruyó a la larga. La ansiedad cuando él creció y yo no casi lo lleva a la locura. Y eso me destruyó a mí, porque cuando murió lo hizo sin una familia, sin hijos ni nietos. Murió solo conmigo sosteniendo su mano y hasta ese momento me di cuenta de lo egoísta que fui con él...

»Yo debí dejarlo ir. Y cuando tú... No iba a cometer el mismo error dos veces, Aiden. Yo quería que tú siguieras adelante y fueras feliz, aunque eso significara que lo serías sin mí.

—A eso te referías con que me liberaste —comprendí por fin.

Ella asintió.

—Y no tienes idea de lo mucho que me costó hacerlo.

—¿Y ahora?

—Ahora soy humana y quiero todo lo que nunca me permití tener. Quiero un lugar al que pueda llamar hogar. Quiero vivir el amor. Quiero crecer y envejecer. Aiden... —Me miró a los ojos y ese gris brillaba lleno de ilusión—. Quiero ser mamá.

Me atraganté con mi propia saliva y ella soltó una risita, tal vez porque era exactamente la reacción que esperaba.

—¿Qué?

—No necesariamente contigo —dijo en un intento de tranquilizarme—. Simplemente es uno de mis nuevos sueños. Nunca me atreví a tener hijos porque no quería que solo fueran una solución a mi soledad. Tampoco quería que pasaran por todo lo que yo pasé. Antes no era una opción para mí, pero no te voy a negar que cada vez que veo a los niños de Ada o Jared me derrito por dentro. Quiero los míos.

    »Tardé en darme cuenta, pero esa es la ecuación completa: un hogar, amor, familia, hijos. Todo eso valía la pena a cambio de mi magia. Y, por supuesto, tú también lo vales. Así que si quieres unirte a la ecuación y que compartamos nuestros sueños juntos, eres más que bienvenido.

—¿Por qué no me lo habías dicho? —pregunté pasmado.

—Estaba buscando la valentía para hacerlo. Es decir, te agradezco infinitamente por el espacio y tiempo que me diste, pero tampoco sabía si me estabas esperando o si ya había perdido mi oportunidad. Ada insistía en que hablara contigo y lo averiguara, pero una parte de mí tenía mucho miedo de ser rechazada. Lo siento, aún no me acostumbro a toda esta sensibilidad humana. Es tan nueva para mí...

Sujeté sus mejillas para que dejara de parlotear y utilicé la manga de mi camisa para limpiar la tierra de su nariz.

—Enid, quiero ser tu hogar. Tu familia. Tu amor. Tu todo. —Ella sonrió de manera adorable—. Quiero ser el papá de tus hijos. Humana o bruja siempre lo quise, no entiendo cómo es que aún no lo tienes claro...

—Te advertí que soy difícil —se defendió—. Y ya que estamos, también estoy un poco loca. Aún estás a tiempo de arrepentirte.

La jalé hacia mí para poder besarla. Reímos porque yo tuve que agacharme y ella ponerse de puntitas para alcanzarnos mutuamente. Sus labios eran tal y como los recordaba, así que me tomé mi tiempo para degustarlos lentamente, para probarlos con la punta de mi lengua, para presionar mis dientes con suavidad. Ella soltó un suspiro envuelto en ternura cuando me separé.

—¿Te parece que quiero arrepentirme? —la tenté. Enid subió sus manos para entrelazarlas detrás de mi nuca.

—Te extrañé —reconoció—. Demasiado.

—Y yo a ti.

—Perdón por haber huído tanto.

—Siempre supe que eras una bruja escurridiza. —Me agaché para tomar el pliegue de sus rodillas y ayudarla a subir hasta mi cadera. Ella se enroscó a mi cuerpo con familiaridad, logrando que nuestros rostros quedaran a la misma altura—. Y siempre supe que serías mía.

Esa vez, ella me besó y lo hizo con mucha más urgencia que la primera vez. Sus manos pasaron por las hebras de mi cabello para desordenar mis rizos mientras nuestras lenguas vencían las barreras entre nosotros y se enredaban la una con la otra. Disfrutamos largos minutos del baile en nuestras bocas antes de que ella se separara para tomar aire.

—¿Me perdonas? —insistió, con la boca roja e hinchada por los besos. Apreté suavemente ese jugoso labio inferior y lo jalé hacia conmigo hasta que se soltó de nuevo.

—Te perdono.

La abracé con fuerza y di tres vueltas junto con ella en ese oasis lleno de sueños y amor. Ella rió y esa voz humana me pareció aún más melodiosa que la de la bruja. Me detuve. Se detuvo. Deslizó sus manos hasta mis mejillas e hizo una mueca graciosa.

—Lo siento, te estoy llenando de tierra —susurró acariciando mi barbilla—. Pero, si te interesa, arriba tengo una tina enorme en donde estoy segura de que los dos cabemos perfectamente.

—Mmm —ronroneé—, tentador.

—¿Vamos? —propuso coqueta—. Prometo dejarte muy limpio.

—Me gustas sucia.

Volvió a reír con el doble sentido de mis palabras y sujetó mi barbilla para regalarme un beso profundo que tuvo eco en mi entrepierna.

—Sucio será, entonces.

—No tienes idea de las ganas que te tengo —suspiré— ¿pero sabes de qué otra cosa tengo ganas?

Su sonrisa se volvió peligrosa.

—Cuéntamelo —pidió—, estoy de humor para complacerte.

—Quiero una primera cita contigo. Real. En público. —Enid reaccionó con sorpresa, parpadeando repetidas veces—. Quiero que todos conozcan a mi chica y, tal vez, presentarte oficialmente a mis padres.

—¿Una cita? —repitió.

—Escuché que hay una danza muy cerca de aquí —fingí inocencia—. ¿Te gustaría ser mi compañera?

—Me encantaría —aceptó con una sonrisa deslumbrante.

—¿Dónde está tu habitación? —Me dio las indicaciones que necesitaba y aparecí justo frente a la puerta de madera blanca. Ella desenroscó sus piernas de mi cadera y yo me incliné para dejarla en el suelo—. Pasaré por ti en una hora, ¿está bien?

—¿No quieres pasar?

—Si entro contigo, no volveremos a salir hasta la próxima semana.

Ella arqueó sus cejas con diversión.

—Estás bromeando —aseguró.

Di un paso más para acorralarla en contra de la puerta y dejé que mi índice bailara por los botones de su vestido blanco. Ella respiró profundo y aproveché el movimiento para acariciar la cima de sus pechos por encima de la ropa.

—Hace años que no estoy dentro de ti, Enid —murmuré con sensualidad—. Así que no bromeo cuando digo que la próxima vez me tomaré mi tiempo contigo.

—Muero porque lo hagas —dijo con una voz ronca que me hizo sonreír.

—Nuestra cita primero —le recordé con un casto beso en la boca—. Vendré por ti en una hora.

—Estaré lista —prometió.

Me bañé en tiempo récord y sequé mis rizos con magia para que estuvieran lo más presentables posible, aunque sabía que a Enid le encantaba pasar sus manos por ellos y probablemente terminarían igual de desordenados que siempre. Tampoco importaba.

Mi corazón no estaba tranquilo, sino emocionado. Tenía que admitir que había ido a Féryco un tanto resignado, preparado para el momento en el que Enid me mandara a freir espárragos de nuevo. Ahora entendía que la visita de Ada no había sido casualidad... o una especie de chantaje para convencerme de ir a la danza. Ella realmente notó la mejoría y el cambio en Enid, entendiendo que bastaba un simple empujón para que las cosas terminaran por arreglarse.

Tendría que encontrar una manera de agradecerle a mi amiga.

Me puse uno de mis mejores trajes negros, junto con un chaleco ajustado de diseños dorados para resaltar mis ojos amarillos. Anudé un moño a mi cuello como toque final y me vi una vez al espejo para aprobar mi apariencia.

Exactamente una hora después de haberla dejado en la puerta de su habitación, toqué tres veces para anunciarle que estaba de vuelta.

—¡Ya voy! —me avisó.

Me quedé de pie, sosteniendo el ramo de jazmines y rosas blancas que había juntado en Sunforest para ella. No se hizo esperar demasiado, pero cuando por fin abrió la puerta casi dejo caer las flores al verla.

—Dioses —exclamé, pasando saliva con dificultad—, estás vestida de negro otra vez.

Enid sonrió, quedándose quieta para que yo pudiera apreciarla a mi antojo. Traía un vestido largo y negro con un hermoso escote ilusión que terminaba en V a la derecha de su ombligo. Ahí donde finalizaba el escote comenzaba la abertura de su pierna, la cual parecía kilométrica porque estaba mostrando demasiado. Las mangas eran elegantemente largas y la suave tela tenía pequeños diamantes incrustados en ella. Parecía que estaba vestida con el manto de una noche estrellada.

—Estás encantadora, Enid —exhalé todo el aire que estaba reteniendo—. ¿Acaso estabas preparada para nuestra cita?

—Claro que no —rió—. Ada lo trajo para mí esta mañana, intentando convencerme de que fuera a la danza con ellos. Me lo dejó por si cambiaba de opinión. —Definitivamente tendría que mandarle una caja de trufas a Ada como agradecimiento, junto con una botella de un muy buen vino—. ¿Son para mí?

Me había olvidado por completo de las flores, así que agradecí que me lo recordara. Le ofrecí el ramo y ella las olfateó al recibirlas, sus mejillas se sonrojaron de nuevo.

—Gracias —me dijo junto con un beso corto—. Las pondré en mi cómoda.

Enid entró en su habitación y de inmediato hice que un delicado florero de cristal apareciera sobre la cómoda que estaba posicionada junto a la gran cama. Ella acomodó sus flores mientras mis ojos recorrían el cuarto desde mi lugar, deteniéndome en el enorme ventanal que estaba frente a su cama, el cual iniciaba en el suelo y terminaba en el techo. Al pie de ella había un banco que simulaba ser un sofá, repleto de cojines grises y blancos que creaban un rincón acogedor. Fácilmente la pude imaginar leyendo en ese lugar, hasta quedarse dormida con el libro abierto sobre su estómago.

—¿Nos vamos?

Escucharla cerca de mí me hizo reaccionar de nuevo. Y cuando volví a verla fui recibido por una enorme y encantadora sonrisa. Le ofrecí mi mano y ella la tomó con gusto, así nos esfumamos juntos.

Ya era de noche, así que la danza estaba rodeada de enormes fogatas que iluminaban el centro de las piedras. Ahí, las hadas saltaban, flotaban y danzaban con el sonido de tambores, flautas y arpas en el fondo. No solté la mano de Enid, así que nos adentramos a ese mágico baile unidos.

No fue difícil encontrar a nuestra familia. Ellos estaban justo en el centro, disfrutando del apogeo de la danza y el hechizo de la música. Bailaban y reían en un cuadro tan hermoso que me quedé quieto tan solo un momento, observándolos en silencio.

Mamá y papá. Joham y Amira. Jared y Flora. Noah y Eira. Incluso Julio y Sara estaban ahí, esta última bailando con Alen. Ada estaba junto a ella, dando vueltas elegantes con Jamie. Ezra a su lado, meciéndose suavemente con Estrella en brazos, como si estuviera bailando un dulce vals con su hija de dos años.

Estrella se recargó en su hombro y él acarició su espalda mientras daba una vuelta lenta y le decía cosas al oído. Eso hizo que se percatara de mi presencia a medio giro. Debió avisarle a Ada telepáticamente, porque una respiración después la pelirroja se giró hacia mí.

—¡Aiden! —Su sonrisa fue enorme—. Viniste. Y muy bien acompañado, por lo que veo.

Solté la mano de Enid para envolver su cintura y empujarla junto conmigo. Las palabras de Ada lograron que todos los demás nos prestaran atención y miraran con curiosidad. Jared prácticamente dejó caer la mandíbula al vernos.

—¿Cómo lo hiciste? —le reclamó a su hermana—. ¿Cómo es que siempre logras salirte con la tuya?

—Me debes una pijamada extra. —Guiñó uno de sus ojos azules.

—Mentirosa, nunca apostamos nada.

—La próxima vez lo haré.

Ezra rió y negó con la cabeza, sin dejar de bailar con su hija. Al ver a Estrella en sus brazos fácilmente pude imaginarme de la misma manera, pero cargando a una pequeña rubia de ojos grises. Mi corazón latió con tanta fuerza que dolió.

Jared rodó sus ojos ante el comentario de su hermana, pero volvió a nosotros y le dedicó una enorme sonrisa a mi chica.

—Estás hermosa, Enid.

—Gracias Jared.

—¿Hay algo que quieran decirnos? —preguntó Ada, alzando sus cejas una sola vez.

—Me gustaría presentarles a mi novia —anuncié, besando a Enid en su sien—. Esta vez es en serio.

Ella se inclinó hacia mí y colocó una de sus manos en mi estómago, pude ver que jugó nerviosamente con los botones de mi chaleco. Un segundo después, entendí la razón. Mamá y papá acababan de separarse del grupo para acercarse a nosotros.

—Nunca me había sentido tan feliz de conocer a una de las novias de Aiden —dijo mamá, acariciando la mejilla de Enid.

—Mamá —me quejé, porque ese comentario no me hacía quedar nada bien.

—Lo que Sam quiere decir —intervino papá al escuchar mi queja— es que, aunque ya eras parte de esta familia, estamos encantados con que ahora sea más... oficial. Bienvenida, Enid.

—Gracias —respondió mi novia, tímidamente.

—Creo que nunca lograré acostumbrarme a ti siendo tímida —comentó Ada, mirándola con sorna.

—Déjala en paz —advertí con tranquilidad. Ella rio.

—Toda tuya, Aiden —dijo girándose de nuevo hacia Jamie—. ¿Me concedes otro baile, adorable sobrino?

Jamie aceptó encantado.

Poco a poco y tras intercambiar unas cuantas palabras más, todos volvieron a lo suyo. Así que Enid y yo nos relajamos, concentrándonos en nosotros. Tomé su cintura y ella colocó sus manos en mis hombros, aprovechando la música lenta que sonaba en ese momento.

—Así que novia, ¿eh? —cuestionó en voz baja, aunque con calma.

—Se me salió. —Sonreí con inocencia—. ¿Debí preguntarte primero?

—Solo me tomó por sorpresa.

—Enid, ¿quieres ser mi novia?

—Oh, cállate. —Ella volteó sus ojos y rio, al mismo tiempo—. La pregunta está de sobra.

—Tal vez. —Moví una de mis manos hacia su espalda para presionarla más en contra mía. Secretamente, ese vestido me estaba volviendo loco—. O tal vez no. ¿Te das cuenta que fue aquí donde comenzó todo? ¿Hace diez años?

Sus ojos se ampliaron con sorpresa.

—Es cierto —recordó—, justo aquí nos besamos por primera vez.

—Así que, tal vez, es el lugar y momento indicado para hacerte esta pregunta: ¿Quieres ser mi novia? —insistí. Esa vez ella me miró con dulzura.

—Sí —respondió sin dudar.

—¿Quieres ser mi esposa?

—Sí.

—¿Quieres ser la madre de mis hijos?

—Sí.

—¿Vas a decirme que sí a todo en este momento?

—Sí.

Sonreí.

—¿Quieres bailar conmigo?

—Sí.

—¿Y después ir a tu habitación y tener sexo salvaje?

—Mmm —dudó con cierta malicia—, no sé si sea buena idea tener sexo en nuestra primera cita.

—No me digas —le seguí el juego—. ¿Así que aceptas ser mi esposa en la primera cita, pero crees que tener sexo sería ir demasiado rápido?

—Tal vez deberíamos guardarnos hasta después de la boda —continuó bromeando.

—Quiero verte intentándolo —la reté—. ¿Es una falta de respeto si te pregunto tu edad en la primera cita?

—Te asustarás cuando te enteres de que tengo más de 300 años. Soy una anciana —se burló.

—No luces como una anciana, mi vida. A eso me refiero.

—Hum —pensó seriamente—. Calculo que este cuerpo podría tener alrededor de 22 o 23 años humanos, más o menos.

—Así que, técnicamente, soy 6 o 7 años mayor que tú. Eso me convierte a mí en el anciano.

—Tienes 29 años, no 89 —contradijo—. Y los años de mi cuerpo no cuentan, creeme que soy mucho más vieja que tú.

—Tal vez no deberíamos pensar mucho en eso.

—Estoy de acuerdo.

—Aunque te aseguro que Amira querrá saber si en tu próximo pastel de cumpleaños pondrá 24 velitas o 324.

Enid soltó una carcajada tan sincera que me hizo reír también, aunque decidimos no hablar más del tema y disfrutar el resto de la noche bailando. Fue increíble lo rápido que pasó el tiempo. En algún punto Ada y Jared llevaron a los niños a acostar, pero regresaron y aprovecharon la ausencia de sus pequeños para disfrutar a sus parejas con bailes más íntimos.

La música cambió a diferentes ritmos durante el resto de la noche y no se detuvo hasta que el cielo comenzó a aclararse, anunciando que el amanecer estaba próximo. Mamá, papá, Joham, Amira, Julio y Sara, habían desertado hace tiempo, así que cuando la danza acabó solo quedábamos Jared, Flora, Ada, Ezra, Enid y yo.

Ada abrazó a su hermano para despedirse de él.

—Gracias por haber venido.

—Me encantan estas danzas —admitió Jared— pero me encanta más que ustedes y Féryco estén bien. No vuelvan a sacarnos un susto como ese.

—Estaremos bien —prometió ella. Ezra la abrazó por detrás en cuanto se separó de Jared.

—¿Quieren quedarse en el palacio? —ofreció él—. Así no tendrán que mover a los niños.

—Las habitaciones aquí son hermosas —los animó Enid.

—Siempre y cuando sea en una muy lejos de la de ustedes —bromeó—. No tengo ganas de escuchar a mi hermana gemir.

Flora le dio un suave golpe en el estómago, pero Ada y Ezra solo rieron.

—No te preocupes —lo tranquilizó—. Te daremos una habitación bien lejos. Sé lo que estas danzas suelen ocasionar cuando se bailan en pareja y no quiero escucharte a ti gemir.

Así que era eso, con razón mi corazón estaba latiendo a mil por hora y sentía mi sangre hirviendo. Miré a Enid discretamente, intentando averiguar si ella se encontraba en el mismo estado que yo.

En cambio, Jared miró a Flora con una mirada descarada.

—Deberíamos venir más seguido a estas danzas, amor.

—Jared, compórtate —respondió Flora, roja hasta las orejas.

—Tal vez Enid y yo deberíamos adelantarnos —comuniqué, tomando de la mano a mi rubia—. Esta charla se está saliendo de control.

Ada me dedicó una sonrisa malévola.

—No se preocupen —se dirigió a Jared y Flora—. También les daré una habitación lejana a la de estos dos. Se nota que esta noche lo harán como conejos.

—¡Ada! —la regañé—. Ya ni siquiera es de noche.

—Entendiste mi punto.

Jalé a Enid hacia mí para rodearla con mis brazos.

—Buenas noches. O días. —Me despedí de ellos—. Nos vemos después.

—Probablemente dentro de una semana —bromeó Enid y me hizo reír, antes de que desaparecieramos.

La dejé en la puerta de su habitación, justo donde la había recogido. Ella se recargó en la madera y me miró con una sonrisa. Tomé su mano y la llevé hasta mi boca, para besar su dorso con cariño.

—Fue una primera cita encantadora —me agradeció.

—No podría estar más de acuerdo contigo, ¿puedo darte un beso de las buenas noches?

—Los besos no se piden, Aiden. Se dan.

Me acerqué un paso para pegarme a su cuerpo y sentí como mi sangre se convirtió en lava ante el contacto. Aún así le di un beso lento y suave que nos dejó a los dos suspirando.

—¿Quieres pasar? —me ofreció con una sensualidad que casi me sofocó.

—Pensé que no querías tener sexo en nuestra primera cita —jugué, siguiéndole la corriente.

—Bueno, cuando se tiene la primera cita después de diez años, las reglas pueden cambiar un poquito.

—Sinceramente, estoy harto de las reglas.

—Yo también.

Enid sujetó mi nuca para guiarme hasta su boca y ni siquiera tuvo que molestarse en abrir la puerta para que yo nos llevara dentro. Aparecí al pie de la ventana, frente a ese cómodo sillón adherido a ella que yo había visto antes y en el que, secretamente, también me había imaginado todas las posiciones sexuales que podríamos hacer en él.

Me separé para mirarla y su silueta en contra del rosado amanecer que se vislumbraba a través de la ventana, me dejó sin aire. Era como ver la noche y el día en el mismo cuadro. Y verla vestida de negro era como estar en casa de nuevo después de un largo viaje.

—Eres hermosa —dije dándole un piquito antes de tomar sus caderas y girarla, para que me diera la espalda—. Súbete al sillón.

Ella no me retó por ser el primero en tomar el control, sino que me complació y alzó su vestido para hincarse sobre el sillón y quedar justo frente a la ventana. Era lo suficiente grande como para que cupiéramos los dos, así que me acomodé tras ella y coloqué mis manos sobre sus hombros. Sentí como se elevaron cuando tomó una profunda respiración.

—¿Puedes ver lo mismo que yo?

—¿A qué te refieres?

—Tu reflejo.

Los ojos de Enid revolotearon y entonces pude ver que encontró su reflejo oscuro y brillante en la ventana, haciendo contraste con el precioso amanecer del otro lado. Subió un poco más su mirada y entonces me miró, justo arriba de su rostro.

—¿Puedes ver lo hermosa que eres?

Ella sonrió.

—Puedo ver lo guapo que estás tú.

Dejé caer mi mano derecha hacia el frente, recorriendo con mis yemas su clavícula y la curva de su seno, hasta encontrar el camino de su escote en V. Su piel se erizó justo por donde pasaba, pero me detuve un momento en su vientre y mi dedo índice giró alrededor de su ombligo.

—Mírate —la incité—, me has vuelto loco toda la noche y quiero que comprendas por qué.

Con mi mano izquierda, aparté su cabello rubio para dejar expuesto su cuello y mis labios besaron la sensible piel de su garganta, concentrándome en los puntos que, como yo ya sabía, eran su debilidad.

Un suspiro que no llegó a ser un gemido escapó de sus labios, así que mi mano derecha se activó nuevamente y continuó bajando, esta vez por su muslo desnudo gracias a la abertura del vestido. Cuando llegué a su rodilla, giré mi mano para alcanzar la cara interna de su pierna y recorrí el camino de vuelta hacia arriba, hasta que mis yemas quedaron a centímetros de su ropa interior.

Ella se removió ante eso y sin querer pegó su trasero a mi entrepierna, sintiendo mi dureza. El gemido que solté cimbró en la piel de su cuello. La sentí tragar saliva y su pulso se aceleró justo debajo de mis labios.

—¿Quieres ver como te toco?

—Aiden... Diablos, claro que quiero.

—En ese caso, no apartes la vista.

Mi mano izquierda corrió la tela del vestido que aún cubría su otra pierna, haciendo que la tela quedara abierta a cada uno de sus costados y su centro descubierto. A través de su reflejo, pude ver como sus ojos bajaron para mirarse a sí misma.

—Abre más las piernas, brujita.

—Ya no soy una bruja —logró decir con la voz temblorosa.

—Tú siempre serás mi bruja.

Giró su rostro hacia la izquierda para alcanzar a mirarme y yo la recibí con un beso que profundicé gracias a mi lengua. La sentí temblar contra mi espalda, así que no esperé más y con uno de mis dedos aparté su ropa interior para poder tocarla.

Enid se estremeció y cortó el beso de golpe para volver la vista a su reflejo, a los tortuosos círculos que yo estaba dibujando sobre ella. El gemido que llevaba rato queriendo escuchar por fin salió desde lo más profundo de su garganta, tan encantador como las mejillas afiebradas de su reflejo.

—Me gusta —ronroneó—. Sigue así...

Volvió a agitar sus caderas, no supe si con intención o sin querer, pero mordí su hombro al sentir el roce de su precioso trasero y los pantalones se volvieron un estorbo.

—No pienso parar —la tranquilicé.

Con mi mano libre, busque el cierre de su vestido para abrirlo, aflojar la parte superior y dejar que la tela resbalara por sus hombros. Ella me ayudó a sacarse las mangas para que no nos estorbaran a ninguno de los dos, dejando su torso completamente desnudo. Me deleité con sus pechos respingones y les di certeras caricias por turnos.

—Mira lo preciosa que estás así —susurré a su oído—. Te calienta verte, ¿verdad?

—Como a una estufa.

—Y también te moja —comprobé cuando dos de mis dedos se deslizaron fácilmente dentro de ella. Al sentirme, Enid soltó un suspiro muy agudo.

—Sí.

—Eres adorable cuando haces esos sonidos.

Ella llevó sus manos a cada costado y se sujetó de mis muslos. Sus caderas imitaron el ritmo de mis dedos, dándome entender lo que buscaba y, a la vez, regresándome el placer que le estaba dando. En segundos comencé a suspirar de la misma forma que ella y aceleré los movimientos de mi mano, porque no iba a ser capaz de soportar esa tortura durante más tiempo.

Enid encajó sus uñas en mi pantalón y se arqueó contra mi pecho. Junto con un grito, se contrajo varias veces con todo su ser durante largos y deliciosos segundos, hasta que su cuerpo se aflojó de nuevo y cayó derretida contra mí. Besé su pelo con aroma a jazmines, esperando a que recuperara la respiración.

—Dioses, como te extrañé —habló por fin—. Eso fue delicioso.

Aproveché que se enderezó un poco para desabrochar mi pantalón y regalarme un poco de libertad. Al sentirme, se puso de pie sobre el mismo sillón y jalé su vestido para terminar de desvestirla. Lo mismo hice con su ropa interior y ella dio un paso fuera del círculo para que yo la apartara al suelo.

Cuando estuvo libre volvió a sentarse sobre mis muslos y reanudó el vaivén de sus caderas, esta vez piel contra piel. La sensación fue mágica y me hizo voltear los ojos. Ella se rió y hasta ese momento me di cuenta de que estaba muy atenta a mi reflejo, así que le sonreí de vuelta, comprendiendo porque se había acomodado en la misma posición.

—¿También quieres ver como te hago mía? —adiviné.

Ella mordió su labio inferior y asintió con la cabeza.

—Quiero verlo todo.

Acaricié la piel expuesta, encantado con la suavidad de sus curvas.

—¿Estás tomando protección? —quise saber.

—No —admitió—. No he estado con nadie más, así que no vi la necesidad de tomarla.

Asentí, agradeciendo su honestidad.

—¿Quieres que yo me proteja? —intenté averiguar.

—¿Sinceramente? No me importaría que no lo hicieras.

La imagen de la pequeña rubia de ojos grises que había tenido más temprano hizo que el corazón se me apretara lleno de anhelo.

—¿Estás segura?

—Muy segura... solo si tú también lo estás.

—¿Bromeas? Te has robado mis sueños, Enid. Solo no quiero que te asustes si esto va demasiado rápido.

—¿Rápido? Por Dios, Aiden —rio en voz alta—. ¡Han pasado 10 años! Somos tan rápidos como un par de tortugas.

—¿Por qué no te inclinas un poco más para demostrarte lo contrario, brujita? —sugerí.

Obediente, Enid apoyó sus manos sobre la ventana y alzó su trasero. Yo lo acaricié a la vez que me unía a ella lentamente, para no lastimarla. Ella y yo siempre habíamos sido rudos en el sexo y no sabía si el hecho de ser humana cambiaría las cosas, así que comencé con un ritmo tranquilo pero profundo que pareció gustarle. Al menos, eso dedujé por los leves soniditos que emitió.

—Sabes —susurré—, si tú quisieras puedo construir una habitación como esta en Sunforest, con un ventanal exactamente igual.

—¿Huh? —Enid abrió los ojos entrecerrados y miró mi reflejo.

—También hay una biblioteca donde puedes leer... y hacer otras cosas.

Ella me sonrió.

—La recuerdo muy bien.

—Y hay mucha tierra donde puedes plantar todas las flores que quieras —le dije besando y mordisqueando su oreja—. O puedo hacer un invernadero para ti en la cima del castillo. A Jared y Flora les encantará la idea.

—Aiden, ¿esta es... tu manera de pedirme que me mude contigo?

—¿Quieres? —la miré con mis mejores ojitos de cachorrito.

—Mmm —suspiró—. Es una oferta tentadora, ¿qué más me ofreces?

—Esto —respondí sujetando su cadera y enterrándome con profundidad. Ella rasguñó la ventana al sentirme—, día y noche si tú lo quieres. Esto —añadí girando su cabeza para alcanzar a besarla— todos los días por el resto de mi vida. ¿Qué dices?

—Tonto. No necesito una habitación, o una biblioteca, o un invernadero. Yo solo te quiero a ti.

—¿Eso es un sí?

—Por supuesto que sí.

La besé de nuevo.

—Te quiero, bruja.

—Te quiero, tonto —rio—. Ahora, ¿quieres dejar de hacerlo como si fuera de cristal? Este no es el Aiden que yo conozco.

—Nunca he estado con una humana —me justifiqué.

—Si descubro un límite, te lo diré. Pero vamos, Aiden, estamos conversando tranquilamente. ¿Eso no te dice nada?

—¿Estoy exagerando?

—Un poco, corazón.

—¿Cómo me dijiste?

—No lo repetiré.

—Dilo de nuevo —ordené, acelerando mis movimientos.

—Corazón —susurró.

Esa simple palabra abrió mi pecho y me inyectó una carga de adrenalina pura. Enid era fuerte y tierna al mismo tiempo, pero esa era la primera vez que me llamaba de una forma tan cariñosa como esa. Y la manera en la que yo respondí hizo que por fin los dos nos quedáramos sin aliento y no fuéramos capaces de pronunciar una palabra más durante un largo rato. Inconscientemente me pegué por completo a ella, obligándola a que quedara recargada sobre la ventana, con sus pechos y la mejilla izquierda siendo presionados por el cristal. Su aliento lo empañó ahí donde su respiración lo alcanzaba y sus uñas no tardaron en comenzar a arañarlo de nuevo.

—Detente.

Lo hice de inmediato.

—¿Te lastimé?

—No, todo lo contrario —exhaló, girándose para quedar frente a mí y regalarme una fiera mirada—. Necesito más.

Se sentó sobre mí y me besó con una pasión sorprendente, mientras sus manos separaban los botones de mi chaleco. Tal vez la humana no era tan rápida como la bruja, pero sí igual de ágil. La ayudé arrancándome el chaleco y ella terminó de desfajar mi camisa. Se separó de mis labios para poder pasarla por encima de mi cabeza.

—Recuéstate —ordenó.

La obedecí y me giré para quedar recostado sobre los cojines, con ella sobre mí. Sus manos se engancharon a mi pantalón y boxers al mismo tiempo, para bajarlos de un solo tirón. Di un par de patadas para ayudarla a deshacerme de ellos y en cuanto estuve libre Enid se volvió a acomodar sobre mí.

Un escalofrío recorrió mi espalda cuando descendió mezclando besos y mordidas por toda mi piel. Se entretuvo un buen rato en mi abdomen y su lengua me hizo sentir maravillas. Me removí cuando llegó a mi erección y repitió todo el proceso.

«Esa lengua no ha cambiado en absoluto» —la felicité.

Me regaló otro minuto de tal delicia antes de volver a subir y acomodarse sobre mí. Cerró los ojos y sonrió cuando estuvimos unidos de nuevo, arrancándome el aliento ante esa imagen tan sensual. La dejé moverse a su antojo sin separar mi vista de ella, de su cabello rubio agitándose de lado a lado, el vaivén de sus senos o las expresiones de su rostro. Con magia o sin magia Enid era hermosa. Única. Excepcional. Apenas podía soportar verla y ni hablar de todo lo que mi avivado corazón estaba sintiendo por esa mujer. Era una sensación tan poderosa que no pude evitar compartirlo con ella.

—Te amo —le dije—. ¿Cuando tendré el... placer de verte vestida de blanco otra vez?

Abrió sus ojos y me observó, maravillada por la declaración y la propuesta oculta entre mis palabras. Se recargó sobre mi pecho para alcanzar mi boca y mi cadera respondió al mismo ritmo que ella estaba marcando. Más fuerte. Más rápido. Más unidos.

—Te amo —respondió y su declaración fue la cosa más sexy y tierna que jamás escuché en mi vida—. Pronto. En nuestra boda —selló su promesa en con un beso apasionado.

Y de alguna manera todo tuvo sentido y encajó a la perfección, porque yo nunca me había sentido de esta manera con absolutamente nadie. Ni siquiera con Ada.

Porque tal vez Ada fue mi primer amor, pero yo quería que Enid fuera el último.

FIN

Gracias por haber acompañado a Ainid en esta mini aventura, de todo corazón espero que les hayan gustado estos capítulos extras para conocer lo más importante de su historia. ❤️

Les dejo el vestido blanco de Enid

Y el negro

¿Cuál les gustó más?

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