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Capítulo 8. La noche perfecta.


«La noche perfecta»


Cerré mis ojos y recargué mi cabeza en el borde de la bañera de cristal que estaba adherida al suelo, simulando un pequeño jacuzzi. Ada utilizó su fuego para calentar el agua sin quemarnos vivos, los últimos años se había vuelto muy buena controlando su magia... y pensar que cuando tenía dieciocho ella solita congeló a Sunforest por accidente.

—Te ves mucho más relajado —tanteó.

—Lo estoy... gracias a ti.

—Ha sido un placer... literalmente.

Sonreí al escucharla.

—El placer también ha sido mío.

Ada estaba sentada frente a mí y aprovechó la cercanía para acariciar mi pantorrilla con la punta de sus pies.

—¿Quieres? —Abrí los ojos para averiguar a qué se refería y la encontré sirviendo el vino de moras en una copa de cristal.

—Sí —acepté.

Ella dejó la botella a un lado y se acercó a mí hasta quedar sentada sobre mis piernas, yo la recibí con gusto. Su cabello estaba recogido en un moño improvisado y su cuerpo cubierto por la espuma que flotaba sobre el agua y se adhería a su piel, justo en el inicio de sus pechos. Nuestro baño olía a una combinación de jabón y lavanda, ella se encargó de eso.

Ada tomó un sorbito de vino y se acercó a mi cara para dejarme beber de sus labios, la combinación del líquido frío con su boca caliente casi voló mi mente. Saboreé el vino y su esencia, junto con su aliento y su beso. Apreté sus labios con los míos como sabía que a ella le gustaba y los mordí con la punta de mis dientes. El sonido que soltó fue una vibración que recorrió mi columna vertebral.

—No sé qué hice para merecer alguien tan sexy como tú —susurré contra su boca.

Ada se separó y me miró con incredulidad.

—¿En serio, Ezra?

—Muy en serio.

Ella bebió de la copa y se pasó su trago, mientras una mirada pensativa dominaba sus ojos. Me ofreció el vino y yo la imité, para después dejarlo a nuestro costado, sobre el piso.

Ada exhaló y subió sus manos húmedas para acariciar la línea de mi barba lentamente, mientras me observaba con una mirada llena de amor.

—Eres un rey magnífico —me dijo, sin detener sus caricias—. Un esposo encantador. Un amante espectacular. Un papá increíble. Y un hombre fuerte, atractivo y deslumbrante. Aquí la cuestión es, ¿qué hice yo para merecerte a ti?

Acuné su mejilla con mi mano y la observé con adoración.

—Eres una reina valiente —respondí—. Una esposa bellísima. Una amante seductora. Una mamá maravillosa. Y una mujer sexy, caliente y deliciosa. Me tienes embrujado, Ada. Ese es el quid de la cuestión.

Ella rio.

—Pues ya somos dos, mi rey.

—Te amo.

—Y yo a ti —dijo besando mi hombro.

El roce de nuestros pechos envió una descarga eléctrica a mi vientre, así que necesitaba distraerme un poco o ella amanecería adolorida mañana.

—Cuéntame sobre el entrenamiento de Noah —pedí.

—Hoy logró hacer su primer escudo —respondió emocionada—, debiste verlo.

—¿En serio? —pregunté sorprendido.

—Sí, solo logró mantenerlo unos segundos, pero suficientes para defenderse de Eira y ganar la pelea.

—Ese niño no deja de sorprenderme —admití.

—¿Crees que Alen está listo para unirse a los entrenamientos?

—Sin duda muere por hacerlo.

Ella asintió y tomó un poco de espuma para colocarla suavemente sobre mi rostro, pero en sus ojos pude ver que esa cabecita ya estaba tramando algo.

—¿Qué piensas? —quise saber.

—¿Soy tan obvia? —preguntó, dándole forma a la espuma con sus dedos.

—Te conozco.

—Pensaba que tal vez podríamos encontrar la manera de entrenar a Eira con Noah y a Jamie con Alen.

Eira y Jamie eran sus sobrinos forestnianos, hijos de su único hermano —Jared Rey— y su esposa Flora.

—No me parece una mala idea —acordé.

—Hablaré con Jared mañana, cuando venga a dejar a los niños —avisó—. Tal vez podríamos definir horarios y turnos. A Aiden no le molestará ayudarnos con el entrenamiento cósmico.

—También puedo ayudarte si quieres —me ofrecí.

—Lo sé, pero prefiero que tú te concentres en entrenarlos para controlar sus elementos.

—Creí que habíamos acordado que aún están muy pequeños para entrenar su magia de hada —comenté con cautela—, ni siquiera sabemos todavía si han heredado los cuatro elementos.

Ada suspiró.

—Tú eres su papá y yo soy su mamá.

Rodé mis ojos con diversión.

—¿Y a parte de lo obvio?

—Sabes a qué me refiero, los dos somos poderosos y dudo mucho que ellos no estén destinados a serlo.

—Apenas son unos niños, Ada ¿no crees que los estaríamos saturando con entrenamientos? —Ella lo estaba ocultando muy bien hasta ahora, pero durante un segundo pude ver la preocupación rondando en el fondo de sus ojos. Automáticamente le presté más atención—. ¿Qué te preocupa? —exigí.

—Nada —mintió.

—Ada. —Me enderecé un poco más para que no se escondiera de mi mirada. Ella dejó de jugar con la espuma que estaba colocando en mi rostro—. No me mientas —fue lo único que pedí.

Respiró hondo antes de volver a hablar.

—No quiero que ellos tengan que pasar por todo lo que yo pasé —admitió, agachando la mirada—. Si algo malo pasa, quiero que estén preparados. Que sepan cuidarse y defenderse. Esa podría ser la diferencia entre la vida y la muerte, yo lo aprendí a la mala.

Extendí la mano para alcanzar la copa de vino y ofrecérsela. Ella me miró con agradecimiento y le dio un largo trago, mientras yo pasaba un mechón suelto por detrás de su oreja.

—Nada malo va a pasar —intenté consolarla.

—Tampoco me mientas —reclamó—, tienes días con ese mal presentimiento.

Hice una mueca y también bebí cuando ella me pasó la copa, de nuevo. El vino quemó mi garganta dulcemente.

—Lo siento —se disculpó.

—¿Por?

—Quería distraerte de tus preocupaciones, no añadir más.

—No me voy a romper, Ada. No me ocultes tus miedos.

Ella me miró con una mezcla de admiración y agradecimiento. Se acercó un poco más a mí, dejando centímetros de separación entre nosotros y me besó en la boca para expresar sin palabras todo lo que estaba sintiendo. Fue un beso dulce y agrio, lleno de miedo y amor. La sostuve en mis brazos para que entendiera que yo siempre iba a estar ahí para contenerla. Para ella. Para mis hijos. Para nuestra familia.

Cuando se separó, la espuma que colocó en mi barbilla ahora estaba en sus mejillas y sonrió de una manera tan infantil y espontánea que por un momento vi el rostro de Estrella en ella. ¿Cómo era posible que las dos tuvieran la misma sonrisita?

—Ellos estarán bien —le prometí, quitando la espuma de sus cachetes para que no fuera a lastimarle los ojos.

—Estar aquí, en tus brazos, me hace sentir muy segura —confesó y casi me derrito al escucharla—. Y muy cachonda —añadió con voz ronca.

Reí a carcajadas y me sentí tan joven y despreocupado que por un momento me olvidé de todo.

—Tú siempre estás cachonda —me burlé.

—¿Y tú no? —me retó.

—Con una esposa como tú, ¿cómo no iba a estarlo?

Ella sonrió, encantada con mis palabras.

—Insisto, Ezra Rey, siempre sabes exactamente qué malditas palabras decir.

Alcé mis cejas una y otra vez, orgulloso, pero cuando ella comenzó a pasar sus manos por las líneas de mi cuerpo, noté como su respiración se volvió ligeramente acelerada.

—¿En serio? —pregunté un poquito sorprendido—. ¿Quieres más?

Ella mordió su labio inferior y asintió con una mirada tan sexy que fue un impacto directo a mi entrepierna, pero uno bueno. Ada desnuda, mojada y llena de espuma era otro nivel. Esa noche iba a causarme un paro cardíaco.

—¿Vamos a la cama? —ofrecí.

Ada negó.

—Aún no nos bañamos —protestó y con una floritura de su muñeca hizo que el gel de baño apareciera en su mano.

—Un baño es lo último que tengo en mente en este momento.

—Tú solo relájate y disfruta.

Frotó sus manos con el gel y resbaló sus palmas por mi pecho. Decidí seguir su consejo y volví a recostarme en el borde de la bañera con los ojos cerrados, disfrutando de sus caricias subiendo y bajando por mis brazos, pasando por los nudos de mi cuello, descendiendo por mis pectorales para perderse un buen rato en mi abdomen... dejando lo mejor para el final. Solté un sonido estrangulado cuando sus expertas manos me rodearon.

Después de unos minutos abrí mis ojos de nuevo al sentir como deslizaba una gran cantidad de gel sobre mí, sospechando sus intenciones. Mi respiración también se aceleró.

Ada me soltó, satisfecha con su trabajo —de despertarme y lubricarme— y comenzó a acomodarse sobre mí.

—Con cuidado —dije un poco nervioso.

Ya habíamos tenido antes accidentes en el baño por querer experimentar. Jared casi me mata cuando tuve que llevarla corriendo a Sunforest para que Samara la curara después de que Ada resbalara y se golpeara la cabeza. Toda la sangre que salió de esa pequeña abertura fue impresionante.

No vi ni un atisbo de duda en su rostro mientras ella maniobraba para encontrar la postura perfecta, pero todo estaba tan resbaloso por el gel y la espuma que mis nervios no aminoraron.

—Mejor vamos a la cama —insistí.

—Relájate —dijo apoyando sus manos en mis hombros.

—No quiero que te lastimes otra vez.

—Haz lo que te digo y todo saldrá bien —respiré hondo—. Recuéstate un poco más.

La obedecí con mucho cuidado y sujeté su cadera, no para robarle el control, solo para ayudarla a mantener el equilibro en caso de ser necesario.

—Apoya tus pies en el borde de la bañera —ordenó.

—Me encanta cuando te pones mandona —confesé.

—Lo aprendí de ti —me recordó con una sonrisa.

Me dio un rápido beso en la boca, mientras yo afianzaba las plantas de mis pies al lado contrario lo mejor posible. Asentí y el ángulo la ayudó a posicionarse sobre mí de una mejor manera, aprisionando mis caderas con sus piernas.

—No te muevas —advirtió, colocando sus manos a cada lado de mi cabeza para sostenerse con el borde.

—Dioses, Ada —exclamé al sentir su pecho mojado bajar sobre el mío, mientras se deslizaba fácilmente para tenerme dentro de ella—. Vas a volverme loco.

Un sonido de gusto escapó de sus labios.

—Y tú a mí —logró decir.

Cerró sus ojos un momento, pero después los abrió para mirarme y no perderse una sola de mis expresiones mientras ella subía y bajaba, disfrutando de tener el control esa vez. Aproveché la libertad de mis manos para deslizarlas hasta su trasero y masajearlo con firmeza, mi boca no se quedó atrás y la utilicé para torturar sus pechos.

Me encantó todo, la sensación del agua ya fría refrescando nuestra piel, la fricción de nuestros cuerpos resbaladizos y mojados, la lentitud con la que ella encontró su propia liberación y me llevó a la mía.

Así fue como esa noche se volvió perfecta.



No tienen idea de lo mucho que disfruté escribiendo estas escenas de Ada y Ezra. Me encanta y espero que a ustedes también. <3

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