Capítulo 55 (I). Hogar, dulce hogar.
«Hogar, dulce hogar»
Parte I
Un mes después.
Al abrir mis ojos, encontré el rostro de Ada frente a mí. Ella estaba despierta y rápidamente colocó un índice sobre sus labios para indicarme que guardara silencio. Me tomó algunos segundos recordar que no estábamos en nuestra habitación, sino en un campamento improvisado que habíamos construído la noche pasada en el oasis. Ada apartó su dedo y me sonrió.
«Buen día, mi rey»
«Buenos días, preciosa»
«¿Preciosa?» —bufó—. «Estoy recién levantada y con el cabello enredado»
«Aún así estás preciosa» —le coqueteé.
«Creo que a tu edad ya necesitas lentes» —bromeó, acariciando mi mandíbula.
«¿Me estás diciendo viejo, de nuevo?»
«Te estoy diciendo ciego»
Envolví mis brazos en su cintura para acercarla a mí lo más silenciosamente posible.
«Aún greñuda y recién levantada estas preciosa. Hasta un ciego podría verlo»
«Aww» —se mofó—. «Tremendo lobo se nos puso sentimental»
Rodé mis ojos.
«Eso me pasa por decirte cumplidos»
Como aún tenía mi mandíbula sujeta, le fue fácil jalarme hacia ella y regalarme un beso húmedo, con todo y lengua. Suspiré sobre su boca cuando fue mucho más corto de lo que creí.
«Esa fue mi manera de decirte gracias» —explicó.
«Preciosa, preciosa, preciosa»
«Tampoco abuses»
«¿Cómo dormiste?»
«Fatal. Eira se las arregló para patearme toda la noche»
«Yo definitivamente extrañé nuestra cama»
«Creo que ya estamos algo viejos para las pijamadas»
«¿Tengo que recordarte de quién fue la maravillosa idea?»
Ella hizo un puchero con sus labios y me dieron ganas de morderlos, pero me contuve.
«Se lo debíamos a Jared y Flora. Además, la siguiente será nuestro turno» —añadió traviesa.
«Ya la estoy saboreando»
«¿Qué fantasía haremos? ¿La tuya o la mía?»
Una sonrisa perversa me nació del alma.
«¿Por qué no las dos?»
«¿Qué?» —Sus ojos se ampliaron con sorpresa.
«Imagínalo. Tú con los ojos vendados en un lugar público»
Ada tragó saliva.
«Estás jugando»
«Tal vez. O tal vez no»
Un crujido de ropa se escuchó a espaldas de Ada y los dos nos quedamos quietos, esperando a ver si alguien había despertado, pero el silencio se hizo de nuevo. Me alcé sobre mi brazo para alcanzar a ver a los niños y sonreí ante la escena. Todos estaban enredados con todos, unos bocarriba y otros bocabajo.
«No puedo creer que sigan durmiendo. Este campamento es tan incómodo»
«Anoche se acostaron tarde escuchando tus historias» —me recordó.
Ada había querido enseñarles como era un campamento típico de la Tierra, en medio de la intemperie —el oasis era suficiente— con fogatas, bombones quemados y leyendas de medianoche. Para darle crédito, a los niños les había fascinado la experiencia. Si esto fuera una competencia de pijamadas Ada y yo les habríamos ganado a Flora y Jared, pero era mejor no darle una idea como esa a mi esposa.
«¿Cuánto tiempo crees que tengamos antes de que despierten?»
«No mucho, ¿por qué?»
«Quiero besarte de nuevo»
La miré y la encontré sonriendo, así que volví a recostarme de lado para que quedáramos frente a frente. Solo fueron besos inocentes y para nada fogosos porque los niños estaban, literal, a un lado de nosotros, pero fueron suficientes para que Ada y yo nos olvidáramos de la terrible noche y nos pusiéramos muy de buenas esa mañana.
Una de sus manos se coló por debajo de mi playera y las yemas de sus dedos recorrieron suavemente los caminos de las cicatrices que estaban marcadas en mi espalda. Siempre que lo hacía parecía un agradecimiento silencioso, por haber soportado toda esa pesadilla con tal de mantenerlos a salvo.
Y el hecho de que yo le permitiera hacerlo era un gran paso para los dos.
Nos separamos con cautela cuando escuchamos un segundo crujido de ropa, esa vez más alargado.
—¿Mami?
«Estrella» —dijimos al unísono. Ada se apartó de mí para sentarse dentro del campamento, entonces pude ver a nuestra pequeña y adorable hija tallándose los ojos con sus puñitos, mientras bostezaba.
—Hola, mi amor. —Ada se acercó a ella para intentar aplacar la maraña pelirroja que era su cabello, pero se rindió al notar que no tenía arreglo—. ¿Aún estás cansada?
—Pipi —dijo moviendo sus piernitas.
—¿Quieres que la lleve?
—Yo me encargo —dijo cargando a nuestra hija—. Será mejor que despiertes a los niños, para llevarlos a desayunar.
—De acuerdo.
Ada desapareció. Me incliné para agitar el hombro de Noah ligeramente, ya que él era el más cercano a mí.
—Noah, Eira —los llamé— Alen, Jamie. Es hora de despertar.
Me tomó un rato hacer que los cuatro volvieran en sí, pero en cuanto estuvieron más despabilados y recordaron la noche anterior, se emocionaron de nuevo y la energía volvió poco a poco, hasta que las risas y las pláticas inundaron nuestro campamento.
—Hay que cambiarse y desayunar —avisé.
—¿Podemos desayunar en las praderas? —pidió Noah.
—¡Sí! —apoyó Eira—. ¡Por favor tío Ezra!
—Me parece una idea excelente. —Les di el gusto y ellos festejaron, aunque añadí—: Pero primero tenemos que recoger el campamento. —Noah hizo una mueca dramática y Alen lo imitó de una manera tan graciosa que me hizo reir—. Entre más rápido lo hagamos, más pronto nos iremos.
Obviamente yo recogí casi todo, pero como también quería infundir un poco de responsabilidad en mis hijos —y porque no, también en mis sobrinos— les di tareas sencillas a cada uno y acordes a su edad. Los cuatro las cumplieron con creces y eso me hizo sentir muy orgulloso. Hubiéramos podido hacerlas en un par de segundos con magia, pero no quería que se malacostumbraran tanto como para volverse unos holgazanes.
En cuanto dejamos el oasis tal y como lo habíamos encontrado, llevé a los cuatro a la habitación para que pudieran escoger sus ropas. Ada estaba ahí con nuestra hija, ambas ya vestidas y listas. Mi esposa se había puesto un overol short de mezclilla con una blusa blanca y Estrella se veía adorable vestida con un romper rojo de olanes en cada una de sus piernas. Tenía su cabello recogido en una pequeña cola de caballo y un gran moño rojo que combinaba con todo su atuendo.
Literalmente suspiré al verla.
Ada le terminó de poner los zapatos y la dejó en el suelo. Mi hija corrió hacia mí para saludarme efusivamente, pero después se volvió hacia los otros cuatro niños y se olvidó rápidamente de mí. Creo que no estaba acostumbrada a tanto relajo y eso alimentaba su curiosidad.
—¿Tanto tiempo te tomó despertarlos? —se burló Ada.
—Recogimos el campamento sin magia —le conté orgulloso.
—¿Y te obedecieron?
—Creo que soy su tío favorito —le dije en broma. Ella sonrió, pero me dio una rápida nalgada acusadora.
—En tus sueños.
—Les prometí que si me ayudaban desayunaríamos en las praderas —confesé.
—Ah, chantaje. Ahí está el Ezra que conozco.
Una sonrisilla malvada se formó en su rostro, así que fue mi turno de nalguearla.
—Que exagerada. —Ella agitó su cabeza con diversión.
—Ve a cambiarte, yo los supervisaré —dijo guiñando uno de sus ojos.
Con los niños vestidos y peinados —Ada le había hecho a Eira una hermosa trenza francesa con flores reales y la niña estaba tan feliz que presumía su cabello a cualquiera que se atravesara en su camino— pasamos el resto de la mañana en las praderas. Desayunamos, jugamos, descansamos. Comimos y seguimos jugando.
Eira y Jamie estaban encantados con la forma lobuna de Noah, así que hicimos varias carreras entre nosotros mientras Eira montaba en el lomo de mi hijo y Alen junto con Jamie en el mío. Corrimos y aullamos por las praderas, dejándonos llevar por la adrenalina de nuestro lobos.
Cuando me cansé, volví a mi forma humana y dejé que los tres niños siguieran jugueteando con Noah el lobito, no sin antes advertirles que no se alejaran de nuestra vista. Era cierto que había luchado con todo mi ser para que Féryco estuviera a salvo y en paz, pero de todas formas aún me ponía algo nervioso perderlos de vista. Seguiría trabajando en ello, no podía estar paranoico todo el tiempo.
El último mes había sido largo y difícil para todos: vivimos nuestros propios lutos. Organizamos más funerales. Ayudamos hasta que el último herido se marchó del palacio. Reconstruímos nuestro hogar. Visitamos a nuestro pueblo. Consolamos a los desconsolados. Agradecimos a los guerreros valientes. Reforzamos la seguridad en nuestra corte. Y todo esto requirió de muchas reuniones y noches en vela.
Además, Ada y yo también tuvimos que encontrar tiempo y espacio para nosotros y nuestra familia. En asegurarnos de que Estrella estuviera realmente bien después de lo que Caelum hizo por ella. En ayudar a Noah y Alen a procesar todo lo que vieron, escucharon y sintieron. Nos obligamos a comer y sobreponer nuestro peso. A entrenar y recuperar nuestros músculos. A querernos en los momentos buenos y apoyarnos en las crisis que llegamos a tener. En las pesadillas que nos acechaban en la noche.
En lo personal, lo que más trabajo me costó fue volver a acostumbrarme a la oscuridad sin temor a pensar que estaba de nuevo en la caverna. En cambio, Ada tuvo problemas con pegar el ojo toda la noche. Seguido se despertaba en plena madrugada con ataques de pánico que solo se calmaban hasta que entendía que no se encontraba sola en la cama. Yo estaba con ella.
Nuestros miedos cada vez eran más esporádicos. Ella y yo ya nos estábamos acostumbrando a las cicatrices visibles e invisibles con las que las brujas nos habían marcado. No las negábamos ni las repudiábamos, simplemente estábamos aprendiendo a vivir con ellas. Y estábamos sanando poco a poco, juntos.
Ahora Ada y yo éramos mucho más fuertes que cuando todo eso comenzó, al menos emocionalmente hablando.
Estrella caminaba tranquilamente junto a Ada, recogiendo todas las flores de colores que sus bracitos le permitían. Su mamá la ayudaba con otro bonche de gerberas.
—Creo que son sus favoritas —dijo Ada al notar mi mirada—. Deberías ver su emoción cada vez que encuentra una nueva. —Como mandado a pedir, Estrella chilló con felicidad cuanto se encontró con una gerbera tan roja como su cabello y el romper que traía puesto—. Te lo dije.
—Mami otra flor... —Estrella frunció su ceño, insegura.
—¿Qué color es, hija? —la animó Ada.
—Esss... ¿roja?
—Muy bien, Estrella —la felicitó—. ¿No crees que ya tienes suficientes flores?
—Mía.
—Todas estas son tuyas, deja algunas para las praderas.
—Mía —repitió.
—¿Qué harás con todas esas flores? —le pregunté divertido.
—Un vestido —respondió muy segura.
—¿Tú solita?
—¡Sí!
—¿Nos dejas ayudarte?
—Mmmmm... okay —accedió.
Nos sentamos juntos en el césped y deshojamos las gerberas con mucha delicadeza. Después, hice que los suaves pétalos se pegaran en su romper para simular una corta falda que le cayó hasta las rodillas. Estrella quedó maravillada y corrió hacia Eira para presumirle su nueva adquisición. Dio vueltas y todo, como una auténtica modelo.
Ada suspiró y ese fue un sonido lleno de amor. La abracé por los hombros para acercarla a mí y besar su mejilla.
—Gracias al bosque que los ángeles me debían un favor, ¿eh? —meditó.
—Nunca dejaré de estar agradecido por eso —coincidí. Ada aprovechó nuestro momento a solas para evaluarme.
—¿Has sentido algo? ¿Respecto a su magia?
Le había contado a Ada lo que Estrella hizo cuando Moll le puso el dije negro y como logró quitárselo ella sola antes de ser envenenada. Desde entonces ambos estábamos muy atentos a cualquier otro indicio de magia.
—Hasta ahora no, pero tengo los ojos bien abiertos —la tranquilicé.
—Gracias.
Ella se giró con la clara intención de besarme pero antes de que nuestros labios se tocaran, alguien apareció frente a nosotros y nos hizo sobresaltar. Loan soltó una risita al notarlo.
—Parece que alguien tiene la conciencia sucia.
—El que lo huele debajo lo tiene.
La respuesta de Ada fue mordaz. Y me hizo reír.
—¿Necesitas algo? —pregunté y mi esposa se enroscó en mi cuello como si fuera un chango.
—Es nuestro día libre —hizo un puchero—. Hoy Ezra es mío. Y solo mío.
—Pues yo te veo compartiéndolo con otros cinco chiquillos —se burló, provocando que Ada le sacara la lengua. Para mi sorpresa, en lugar de responder al reto Loan sonrió con ternura—. No vengo a interrumpir su día libre, lo tienen más que merecido. Solo quería saber a qué hora quieres que recoja a tus padres.
—Dijeron que estarían listos a las seis.
—Hecho.
—¿Seguro que no te molesta?
—Para nada. Les extenderé una invitación hasta mañana por si quieren quedarse a dormir después de la danza, ¿está bien?
—Me parece perfecto —agradeció. Loan guiñó uno de sus ojos ónix antes de volver a esfumarse.
Había olvidado que los padres adoptivos de Ada vendrían hoy, al mismo tiempo me reconfortó saber que mi esposa los había invitado a esa noche especial: nuestra primera danza oficial desde la tormenta que mandaron las brujas, aquella con la que todo comenzó.
Inevitablemente la diversión y nuestras tradiciones pasaron a segundo plano durante todo este tiempo, pero Ada y yo decidimos que ya era hora de retomarlas. De alguna manera nos ayudarían a sanar. Así que habíamos organizado una gran danza que se llevaría a cabo esa noche, durante la puesta de sol y hasta que nos cansáramos de ver las estrellas.
Ada invitó a toda su familia, tanto forestnianos como humanos. Y si alguien del bosque también quería asistir con mucho gusto Joham les extendería una invitación. A falta de Arus, él tenía oficialmente permiso para hacerlo.
—Hace mucho que no veo a Julio y Sara —mencioné.
—Ellos también estarán felices de verte.
Los padres de Ada sabían a grandes rasgos lo sucedido, Ada tuvo que explícarselos cuando les prohibió venir a verla después de mi secuestro. Dijo que fue para mantenerlos a salvo, pero todos sabíamos que también fue para que ellos no se pusieran histéricos al ver a Ada tan consumida.
Ahora estaba seguro de que ella los invitó porque su aspecto había mejorado mucho en el último mes, a pesar de que aún se veía ojerosa y delgada, también estaba más sana y resplandeciente. Las costillas ya no se le notaban debajo de la piel y la curva de sus caderas había vuelto. Sus pechos también eran ligeramente más grandes.
Yo no me quedaba atrás; ya no tenía las mejillas hundidas ni la piel en los huesos. Y lo mejor de todo es que mi tez ahora lucía tostada y colorida de nuevo. Ese Ezra pálido que no me gustaba nada había desaparecido.
Salí de mis cavilaciones cuando los niños se acercaron corriendo a nosotros, tan emocionados que hablaron al mismo tiempo y no les entendí ni pío.
—¿Qué? —parpadeé, confundido.
—¿Qué si podemos ir a ver a las sirenas? —pidió Eira, rebozando de energía.
—¡Sirenas! —repitió Estrella con excitación.
Miré a Ada y ella pareció estar pensando lo mismo que yo, ¿esos cinco niños nunca se cansarán?
—Vamos a ver a las sirenas —aceptó con una sonrisa—. «Espero que Jared y Flora en verdad lo estén disfrutando»
No pude evitar reír al escucharla.
«Nosotros lo hicimos» —le recordé.
Bajamos juntos al río, jugamos con las sirenas y sorpresivamente fue la parte más divertida de nuestro día. Ada y yo nos convertimos en dos niños salpicando a todos con ayuda de nuestra magia y riendo sin parar mientras intentábamos atraparlos en la parte baja del río.
El vestido de pétalos de Estrella se deshizo pero nuestra pequeña estaba tan feliz que no pareció importarle, mucho menos cuando las sirenas trajeron collares de conchas para todos y los niños se aferraron a sus regalos como si fueran tesoros.
Eira tenía una colección de ellos en Sunforest, le encantaba visitar a las sirenas desde que era una bebé y en cada ocasión le habían obsequiado uno.
Terminamos todos tan empapados que Ada tuvo que cortar la diversión para mandarnos a tomar un baño e incluso yo renegué para hacerla enojar, pero en cuanto me lanzó una de sus mejores miradas asesinas yo mismo me encargué de sacar a todos los niños del río y mandarlos a bañar.
Decidí dividir el capítulo en dos partes porque resultó más largo de lo que pensé.
Hasta ahora, ¿les está gustando? Publicaré la segunda parte a medio día (de México)
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