Capítulo 46. El sonido de la muerte.
«El sonido de la muerte»
Ada se quedó en el bosque para llevar a cabo una improvisada asamblea junto con su hermano. Los reyes de Sunforest estaban furiosos con las brujas y dispuestos a acabar con ellas, que se metieran con Enid e intentaran matarla fue la gota que derramó el vaso. Flora, Joham y Amira se quedaron con ellos para apoyarlos mientras que Dandelion y Samara fueron a verificar que su hijo y Enid estuvieran bien, además de ponerlos al tanto de lo que estaba por suceder.
Arus y yo nos marchamos a Féryco para alistar a todos. Aparecimos en el círculo de piedras, donde normalmente llevábamos a cabo las reuniones importantes. Con un pensamiento llamé a mi corte y a Elof para declarar oficialmente la guerra en contra de las brujas. Ninguno de ellos pareció sorprendido al respecto, solo ansiosos.
Repartí actividades importantes para cada uno. Arus, Elof, Frey y Loui serían los encargados de reunir a nuestro ejército para dar rienda suelta al plan de la batalla. Loan, Nia y Clío reunirían en el fondo de los túneles a todos los niños y hadas que no participarían en la guerra, para esconderlos y también protegerlos.
Mi hermano me informó que mis hijos estaban en el palacio, protegidos en su habitación por un comité de hadas que mi esposa había organizado antes de marcharse a Sunforest para su reunión. Yo iría por ellos para dejarlos a salvo en los túneles y después unirme al ejército de hadas sumado al de Sunforest, el cuál no debía tardar mucho más.
Cuando todos supieron lo que tenían que hacer, Arus se acercó a mí antes de que me marchara. Las arrugas en su rostro estaban tensas y llenas de preocupación, pero sus ojos centellearon con orgullo.
—Ezra. —Arus colocó una mano en mi hombro y lo apretó con suficiente fuerza. Decidí no decir nada y escucharlo primero—. Quiero que sepas que cuando te elegí como mi heredero, nunca imaginé que tendrías que enfrentarte a una guerra como esta. Sin embargo, lo has hecho con la frente en alto y una fortaleza sorprendente. Por eso estoy seguro de que, a donde quieras que vayas tú, ese resultará ser el mejor hogar para todos nosotros. Féryco no es un lugar. Féryco no son estas praderas. Féryco es su gente, sus reyes y sus tradiciones. Féryco eres tú, Ezra.
—¿Qué estás queriendo decir, Arus? —pregunté, algo confundido por la dirección de sus palabras.
—Lo que quiero decir es que si algo sale mal, si llegáramos a perder este lugar... aún así no perderíamos realmente si nos mantenemos unidos. Si Ada y tú permanecen juntos y junto a nosotros, tendremos un hogar a donde quiera que vayamos. Así que lucha hoy con valentía y con todo tu corazón, pero hazlo por tu familia y por tu reino, no por este lugar.
Tragué saliva.
—Gracias Arus, te juro que lo haré. Te juro que los protegeré.
—No tengo ninguna duda al respecto y es un honor para mí luchar a tu lado. —Arus soltó mi hombro y se inclinó ligeramente frente a mí—. Te veré en la batalla.
Asentí y le dediqué una mirada de agradecimiento antes de desaparecer en medio del atardecer, sin saber si ese sería el último que vería en esas praderas.
La habitación de mis hijos estaba vacía. Y eso no hubiera resultado tan aterrador de no ser por el desorden y las camas volteadas que me encontré al llegar. Mi corazón golpeó con violencia dentro de mi pecho al caer en la cuenta de que algo había ido mal. Muy mal.
Moría por gritar sus nombres desesperadamente, pero el instinto me llevó a cerrar la boca y analizar la situación. Era obvio que las brujas se habían adelantado para obtener una ventaja sobre nosotros ¿pero dónde podrían tenerlos? ¿Y dónde estaba el comité de hadas que se supone los estaban protegiendo?
Si existía un mensaje para nosotros, casi podría apostar que estaría en el vestíbulo, para que fuera la primera cosa que viera cualquiera que entrara al palacio. Con un parpadeo me dirigí a ese lugar y el estómago se me revolvió en cuanto aparecí de nuevo.
Olí la sangre incluso antes de verla, aunque el rojo escarlata que inundaba el suelo no me pasó desapercibido unos segundos después. Frente a mí había cinco lobos en diferentes posiciones, pero todos muertos. Su sangre estaba fresca, indicando que no había pasado mucho tiempo desde esa carnicería.
No había rastro de mis hijos.
Me percaté del camino de sangre que me guiaba hacia las escaleras y luego desaparecía por el ala derecha. Lo seguí en silencio, sin atreverme a mirar los cuerpos de los lobos cuando pasé por su lado. Ya habría tiempo para demostrar toda la tristeza que sentía por sus muertes, pero en ese momento tenía que permanecer entero y alerta.
La sangre me siguió guiando por los pasillos hasta detenerme frente a las puertas cerradas del salón del trono. Ahí estaba el cuerpo de un sexto lobo, seguramente el que habían arrastrado para crear el camino de sangre y guiarnos a algo que probablemente sería una trampa. Engaño o no, si mis hijos estaban al otro lado yo iba a cruzar esas puertas sin dudarlo. Y las brujas lo sabían.
Me agaché un momento para cerrar los ojos vidriosos del lobo muerto que yacía a mis pies y cuando volví a alzarme, afiancé un escudo a mi cuerpo y utilicé una potente ráfaga de viento para abrir las enormes puertas.
Entré con largas zancadas y un rostro feroz. No me detuve hasta llegar frente al estrado donde estaban los tronos, tampoco ataqué hasta poder evaluar la situación. Sentada sobre el trono de Ada y con las piernas alzadas por encima de uno de los reposabrazos, estaba Moll, tan vieja y oscura como siempre. Su sonrisa de autosuficiencia se veía amarilla por sus dientes podridos y sus dos manos estaban manchadas de sangre hasta los codos. Arqueó sus cejas al verme, o lo que quedaban de ellas.
—Esto sí que es una sorpresa —dijo recorriéndome de pies a cabeza—, se supone que era la perra pelirroja quien vendría corriendo a rescatar a sus hijos. Y tú deberías estar muerto, junto con Enid.
—Lamentarás saber que los dos sobrevivimos —informé, mirando hacia mi trono. Noah estaba sentado en él, atado de pies a cabeza para que no pudiera moverse y con una gruesa mordaza cubriendo su boca.
—A Morwan no le gustará enterarse de ello, puede que se desquite con tu esposa por eso.
No me molesté en mirar a Moll ni caí en sus provocaciones, toda mi atención estaba en Noah aunque aún no me atrevía a dar un paso hacia él. No hasta que averiguase en que clase de peligro estaban Alen y Estrella y como podía rescatarlos a todos.
—¿Dónde está Morwan?
Una explosión hizo retumbar el suelo y Noah miró hacia la ventanas, como si alcanzara a ver lo que estaba sucediendo en las praderas.
—Supongo que eso responderá tu pregunta —espetó Moll con una sonrisa—. Ni siquiera nosotras habíamos planeado una sincronización tan perfecta.
Entonces, era un hecho que el ejército de brujas por fin había llegado a Féryco. Di un paso hacia adelante y Moll bajó los pies al suelo, atenta a mis movimientos. Levantó un índice para indicarme que me detuviera. Al percatarse de eso por el rabillo del ojo, Noah volvió su atención a mí.
«¿Estás herido?» —Él no respondió—. «¿Noah?»
—No puede escucharte —se deleitó Moll al darse cuenta de lo que estaba intentando hacer.
—¿Por qué no?
—¿Recuerdas el brazalete que reprimió tus poderes?
—Como olvidarlo —ironicé, buscando discretamente el rastro de algún brazalete parecido en el tobillo de mi hijo.
—Bueno, teníamos varios de ellos. Nuestra intención era ponérselo a cualquier hada que se atravesara en nuestro camino para dejarlos indefensos, pero Morwan y yo comprendimos que eso sería bastante lento y complicado. Así que se nos ocurrió convertirlos en polvo para que las partículas hicieran el trabajo más rápido. Lamentablemente no tiene el mismo efecto permanente que los brazaletes, pero logra dormir la magia el tiempo suficiente como para poder masacralos. ¿Viste que bien funcionó con las hadas que protegían a tus hijos? En cuanto los tocó, quedaron atrapados en su forma lobuna, no pudieron transformarse de nuevo ni utilizar su magia. —Me tensé cuando Moll estiró su brazo para acariciar el cabello de Noah. Él intentó apartarse, pero sus ataduras se lo impidieron—. Y mira que bien funcionó con tu primogénito.
—No lo toques —la amenacé. Ella me ignoró y siguió como si yo no hubiera hablado.
—Me pregunto si Morwan ya lo habrá rociado sobre tu ejército... y sobre tu esposa.
El miedo cayó sobre mí cuando comprendí su plan y miré en dirección hacia la batalla que se estaría llevando a cabo en las praderas. Si ellos se quedaban sin magia...
«¡Arus!» —No hubo respuesta—. «¿Papá?» «Frey» «Loui»
—Por lo visto ya lo hizo —dijo Moll complacida, leyendo las expresiones de mi rostro.
Tragué saliva, intentando deshacer el nudo de mi garganta.
«¿Ada?» —El silencio me llenó de terror—. «¿Loan?»
«¿Qué sucede?» —respondió mi hermano. Eso quería decir que al menos en los túneles estaban a salvo. Por ahora.
«Tenemos problemas» —avisé de inmediato—. «Las brujas pueden inmunizar nuestra magia. Haz un escudo sólido y no dejes que ningún polvo los toque. Protégelos, Loan»
«¿Los demás lo saben?»
«No logro comunicarme con nadie más»
«Iré arriba a ayudarlos»
«Te necesito en los túneles»
«¿Dónde estás tú?»
«En el palacio. Moll tiene a mis hijos»
«¡Mierda, Ezra! Déjame ayudarte»
«Te necesito en los túneles. Ni se te ocurra desobedecerme, eso va también para Nia y Clío» —repetí antes de cortar la comunicación o Moll se daría cuenta—. ¿En dónde están Alen y Estrella? —Me dirigí a la bruja.
—Me sorprende que aún no los hayas visto.
Fruncí mi ceño y me percaté de que Noah miraba intencionalmente hacia arriba. Seguí la dirección de sus ojos y los encontré, encerrados en una especie de burbuja gigante que flotaba en el techo, por encima de nuestras cabezas. Estrella lloraba a lágrima suelta pero yo no podía escucharla, solo ver su lágrimas corriendo por sus sonrosadas mejillas. Alen la abrazaba intentando calmarla y protegerla, pero él se veía tan asustado como ella.
Cuando bajé la vista de nuevo, me encontré a Moll de pie con tres collares negros en su mano. Me tensé al reconocer los dijes con polvo oscuro de hada dentro de ellos.
—No...
Di un paso más hacia ella y Moll se colocó a un lado de Noah. Mi hijo mayor miró el collar y después a mí, con el miedo impregnado en sus ojos. Corrí hacia él y me estrellé con fuerza contra una muralla invisible que me impidió alcanzarlo, muy parecida a la que Clío me encerró aquella vez que me secuestró. Moll rió con unas frías carcajadas que me transportaron a la caverna, a cada uno de los latigazos que me dio mientras se reía de la misma manera. Sentí como la sangre me hirvió por dentro y estampé mis dos puños contra la pared que me separaba de mis hijos.
—Morwan y yo llegamos a la conclusión de que matarlos no valdría la pena. No cuando tus hijos son producto de dos seres tan poderosos como ustedes. Así que en lugar de eso, los haremos nuestros. Dime, ¿a quién quieres perder primero?
—¡DÉJALOS! —rugí.
Moll tomó un collar y pasó el dije por la cara de Noah.
—¿Al príncipe de Féryco? —continuó. El viento rugió y golpeó la muralla con fuerza, pero no logró penetrarla. Los ojos de Noah se pusieron vidriosos, aún así no agachó el rostro y fulminó a Moll con la mirada—. Este me recuerda a ti. Así me mirabas tú cada vez que iba a torturarte.
La bruja hizo un movimiento con su mano y miré con horror como la burbuja en la que estaban mis otros dos hijos flotó hacia abajo. Se reventó al tocar el suelo y el llanto de Estrella hizo eco por todo el salón, rompiéndome el corazón.
Moll se puso de cuclillas y miró a Alen con atención, quién enterró a Estrella en su pecho aún más. El fuego nació de mis manos y se extendió por toda la pared invisible, intentando quemarla. Las llamas tampoco la traspasaron.
La bruja alzó la barbilla de Alen y lo evaluó como si fuera una mercancía que estaba dispuesta a comprar. Después, volvió su atención a mí.
—¿Quieres que comience con tu segundo hijo?
El fuego se esfumó y en su lugar apareció un enorme lobo de agua que comenzó a arañar el muro con filosas garras que terminaban en picos de hielo. La criatura atacó y desgarró, pero le fue imposible derrumbarlo.
Por fin, los oscuros ojos de Moll se posaron en mi Estrella. La bruja arrugó la nariz al verla, como si la pequeña le causara asco.
—Esta se parece a tu esposa —pronunció con tanto odio que la sangre se me heló—. Si fuera por mí, no nos la quedábamos.
—No te acerques a ella.
Llamé al único elemento que aún no utilizaba y el lobo de agua se convirtió en uno de piedra, el cual comenzó a embestir la muralla una y otra vez, una y otra vez. La sentí temblar bajo mis puños. Moll me miró con interés.
—Las damas primero, entonces.
Cuando Moll empujó a Alen para apartarlo de Estrella y tomar a mi bebé entre sus garras, Noah comenzó a agitarse en contra de sus ataduras. El lobo de piedra embistió con más fuerza y los gritos de mi hija subieron aún más de volumen, incluso cuando eso parecía imposible.
—¡NO! —grité con desesperación—. ¡NO!
Mi pánico aumentó al recordar que Enid ya no tenía sus poderes y si ese collar se cernía alrededor de mi hija, no tenía idea de si podríamos liberarla de nuevo. Con agresividad, la bruja apretó a Estrella contra el suelo y eso me enloqueció a sobremanera. Vi que Moll disfrutó ver mi locura e impotencia y que disfrutó aún más el ver como la indefensa pequeña se retorcía bajo sus manos sin poder huir. Estaba segura de que su parecido a Ada estaba alimentando esas ganas de hacerla sufrir.
Mis elementos se volvieron confusos ante mi demencia. Sentí como los cuatro emergieron al mismo tiempo en una sincronía perfecta. El fuego se volvió azul al combinarse con el agua, verde al fundirse con la tierra y gris al unirse con el aire. Un enorme rayo en espiral hecho con los cuatro colores nació de mi pecho y golpeó con una fuerza increíble a la muralla invisible que me separaba de mis hijos. Sentí como la pared se agrietó. Moll también se percató.
Nunca en toda mi vida había logrado hacer algo parecido, pero justo en ese momento no me iba a detener para examinarlo. Seguí empujando con frenesí y Moll decidió apurarse al entender que estaba logrando vencerla.
Rasguñé con furia al ver como la bruja le puso el collar a mi hija y lo cerró alrededor de su cuello. Estrella se quedó muy quieta al recibirlo y yo apenas pude respirar ante la escena.
—¡ESTRELLA!
Al escuchar su nombre, ella giró su rostro hacia mí. Con solo ver esos ojitos plateados la espiral tomó más fuerza y logró agrietar aún más la pared. Alcancé a notar que algo extraño se movió dentro de sus pupilas, como si la plata de sus ojos se hubiera vuelto de un líquido espeso que se movió y luchó contra un color más oscuro que intentaba dominarla. Moll sonrió con maldad —saboreando ya su victoria— pero antes de que pudiera siquiera volverse a alguno de mis otros hijos, Estrella gritó sin previo aviso. Un alarido que nos hizo cubrirnos los oídos a todos.
Las ventanas del salón del trono se reventaron todas al mismo tiempo. Los cristales de las lámparas de arañas que colgaban del techo también estallaron. Y el dije que Estrella tenía en su cuello explotó, liberando el polvo de hada negro de su prisión. A la vez, liberándola a ella.
Sentí, incrédulo, como la magia de mi hija atacó el otro lado del muro invisible y la combinación de ese golpe certero junto con mi rayo hizo que la pared volara en mil pedazos. La fuerza de la explosión me sacó volando, pero alcancé a girar en el aire para caer sobre el suelo con mis talones.
Moll también estaba incrédula, seguro había pensado que solo mi primogénito podría causar problemas así que decidió únicamente dormir la magia de él. Y no la culpaba, yo tampoco tenía idea de que Estrella podría llegar a hacer algo así.
El grito se detuvo y mi hija se quedó tendida sobre el suelo, algo aturdida. Alcancé a ver como la bruja la miró con más odio que antes y me petrifiqué cuando, tan rápida como un rayo, tomó el polvo oscuro de hada y lo sopló en su nariz y boca. Estrella inhaló una parte y se tragó otra. Después, se quedó muy inmóvil.
Al ver eso, el recuerdo de mi conversación con Medea surgió junto con un escalofrío:
—¿Qué fue exactamente lo que le hicieron a Carwyn? ¿Por qué mi hada se encontraba en ese estado tan horripilante?
—¿No es obvio? Lo envenenamos con el polvo oscuro de hada...
No me di cuenta en qué momento salté hasta que tuve el cuello de Moll entre mis garras de lobo que se habían transformado a medias, apretando tan fuerte que hilos de sangre corrieron hasta esconderse debajo de su ropa negra. Aplasté su tráquea con rabia, odio y un infinito dolor partiéndome por dentro. Estampé su cabeza en contra del piso del mármol con tanta fuerza que este se cuarteó.
—¿Qué mierda has hecho? —le reclamé. Ella abrió su boca, pero no logró emitir ningún sonido además de los penosos jadeos de ahogo—. ¡Pagarás por esto, bruja!
Una lluvia de truenos retumbó por las praderas, rayos azules y plateados golpearon alrededor del palacio sin detenerse. Mi furia era tanta que la naturaleza de mis elementos también estaba desatada y lista para matar.
La magia de Moll me golpeó con fuerza y me obligó a soltarla, pero antes de que huyera yo ya estaba de nuevo en pie, cortándole el camino. Los dos nos dedicamos una mirada peligrosa.
De reojo alcancé a notar que Estrella seguía inmóvil, tan callada como nunca en su vida lo había estado.
Otra tanda de rayos nació del cielo —púrpura por el anochecer que se aproximaba— y golpearon hasta llegar al suelo, iluminando la estancia con la luz que alcanzaba a entrar por los huecos de las ventanas.
Con un movimiento ágil quemé las cuerdas que aprisionaban a Noah, sin dejar de cercar a Moll para que la bruja no se acercara a él al notar su libertad. Mi hijo luchó contra las cuerdas flojas y se arrancó la mordaza de la boca. Ni siquiera tuve que darle ninguna orden antes de que él saltara del trono y se acercara a sus hermanos para protegerlos.
—Aléjense —demandé.
La mandíbula de Moll tembló de puro enojo, pero no hizo ningún otro movimiento. En sus ojos pude ver que quería matarme pero esperaba algo... y yo estaba listo para recibirlo.
Moll lanzó un frasco abierto con las partículas del brazalete para inhibir mi magia, pero yo ya tenía listas las enormes alas de águila que nacieron en mi espalda y con una potente ráfaga de viento se lo devolví a ella.
La bruja gritó. Su magia se apagó. Yo le regalé una temible sonrisa lobuna.
—Me encantaría que tu muerte fuera tan lenta y dolorosa como te la mereces. Lamentablemente, no vales ni mi tiempo.
Uno de los rayos se estrelló contra la pared que estaba detrás de nuestros tronos, provocando un derrumbe que dejó a las praderas expuestas. Cubrí a mis niños con un campo de fuerza para que ningún escombro los dañara y con otra ráfaga de viento empujé a Moll para sacarla del salón del trono.
La bruja cayó por el aire y rodó hasta llegar al césped. Después, se puso de pie a trompicones para correr lejos de mí. Reí fríamente al ver su patético intento por huir y atrapé sus tobillos fácilmente con las raíces del suelo. Eso la hizo tropezar y tragarse la tierra cuando se dio contra el césped con la boca abierta.
Me incliné sobre ella y la jalé de su ropa para poder girarla. Moll me miró con tanto miedo que me tomé un minuto entero para disfrutarlo, después de todo, la bruja tampoco había tenido piedad de mí.
—¿Cómo te gustaría morir, Moll? —ladeé mi rostro y más rayos cayeron a nuestro alrededor para sobresaltarla—. Hay tantas opciones que no puedo decidirme.
—Puedo ser de ayuda... —suplicó la bruja.
—¿Y por qué crees que quiero tu ayuda?
—Puedo ayudarte a matar a Morwan.
Alcé mis cejas.
—¿Es que hay tan poca lealtad entre ustedes? —Fruncí la nariz al comprender lo ciertas que eran mis palabras—. Me das asco.
—Puedo ser tu única oportunidad —insistió.
Volví a reír.
—Mira a tu alrededor, bruja —le aconsejé, señalando hacia sus espaldas—. ¿Crees que mi esposa necesita ayuda para matar a Morwan?
Extrañada, la bruja miró hacia sus espaldas y abrió la boca al percatarse de la enorme columna de fuego que se alzaba hasta alcanzar el cielo nocturno. El fuego se reflejó en sus ojos negros al mismo tiempo que la rendición. Di un paso más hacia ella.
—Parece que, después de todo, Morwan no logró utilizar sus truquitos en Ada. Así que no necesitaremos tu ayuda...
—Por favor...
—¿Por favor qué? ¿Por favor me hago a un lado y te dejo torturarme, dañar a mi familia y amenazar a mi reino? Serás un mensaje, Moll. Uno muy importante para cualquiera que se atreva a amenazar de nuevo a Féryco, porque yo estaré aquí para protegerlos a todos. Así que hasta nunca, bruja.
Le di la espalda con un movimiento grácil y caminé lejos de ella, dirigiéndome de nuevo al palacio. Esa vez, solo un rayo nació del cielo y golpeó justo donde tenía aprisionada a Moll.
El grito de la bruja se mezcló con el retumbar del trueno y el sonido de la muerte flotó por la noche durante largos, largos minutos.
¡Bienvenidas al primer día del maratón!
Comenzó intenso, ¿verdad? No se preocupen, se pondrá más. ¿Cómo se sienten con todo lo que sucedió? ¿La muerte de Moll? ¿El envenenamiento de Estrella? ¿Teorías?
Tal vez hay una bruja menos, pero falta otra. Así que nos vemos mañana.
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