Capítulo 37. Partida de ajedrez.
«Partida de ajedrez»
Una pesadilla me sacudió de tal manera que cuando desperté, las sábanas de la cama estaban pegadas a mi cuerpo empapado de sudor frío. Tenía la respiración acelerada por los gritos que había dado y descubrí a Ada agitando mis hombros para intentar devolverme a la realidad.
—Ezra. —La escuché jadear—. Solo es un sueño, estás a salvo.
Moví mis brazos y mis piernas, solo para constatar que estaba libre de las cadenas que me aprisionaron el último mes. Gemí de alivio al comprender que así era.
—Ezra —repitió Ada.
Aparté sus manos de mi cuerpo sin detenerme a pensar si estaba siendo demasiado brusco, pero a pesar de haber despertado sentía como la oscuridad a mi alrededor me oprimía hasta dejarme sin aire. No podía respirar. Tenía que salir de ahí.
Salté de la cama ignorando sus llamados y mis pies me llevaron hasta las puertas de cristal de nuestro balcón. Las abrí y apoyé mis temblorosos brazos en el barandal. Luz. La luz de las estrellas iluminaba ese pequeño espacio y las praderas a mis pies, ayudándome a escapar de la oscuridad.
Miré a mi reino dormido, dejando que la paz de la noche calmara mi ritmo cardiaco. El aire entraba de nuevo a mis pulmones. Inhalé. Exhalé. Una y otra vez. Despacio. No estaba en la caverna. No estaba encadenado. Estaba en mi hogar.
Empujé una brisa hacia mi cara para refrescar mi piel y cerré los ojos, tomándome mi tiempo para disfrutarla. Escuché claramente como Ada se deslizó fuera de la cama, pero se detuvo en la entrada del balcón para darme mi espacio. Sin embargo, el lazo despertó en ese momento, seguro para evaluarme. Por lo tanto, yo sentí toda la preocupación que bullía en su pecho.
Y la culpabilidad me golpeó.
—Lo siento.
Ella terminó por acercarse al escuchar mis palabras. Fingiendo estar mucho más tranquila de lo que en realidad se sentía, se recargó en el barandal y también miró hacia las praderas.
—¿Por qué lo sientes? No es tu culpa.
—Tal vez lo es.
Entonces, ella sí me miró y la percibí evaluando mi rostro.
—¿Qué quieres decir?
—Soportar toda esa tortura no sirvió de nada. De todas formas, ahora ellas pueden entrar gracias a mí. Les he fallado a todos.
Su mano se colocó sobre la mía y su pulgar hizo lentos círculos sobre mi dorso, intentando relajarme.
—Eso no es tu culpa. No había nada que pudieras hacer contra ese hechizo, ninguno de nosotros hubiéramos podido.
No sabía qué responder, así que decidí quedarme callado y fue inevitable recordar cómo había terminado la reunión de esa tarde. Todos los preparativos de los que nos tendríamos que encargar a partir de mañana para poder estar prevenidos ante el inminente ataque de las brujas. La ansiedad nos recorría a todos al no saber cuándo sucedería, ¿qué estarían esperando? ¿por qué no habían venido ya?
No dejarían pasar mucho tiempo, no cuando yo todavía estaba así de débil y consumido. Eso era una ventaja para ellas.
Ada se percató de mi desasosiego, ella no había bloqueado el lazo de nuevo.
—¿Quieres... quieres hablar de eso?
—No en realidad.
—¿Sobre tu pesadilla?
—Tampoco.
—¿Quieres volver a la cama?
Me estremecí con tan solo recordar la negrura que rodeaba la habitación.
—No.
Ella se dio media vuelta, pensé que se rendiría y me dejaría solo, pero se limitó a recargar sus caderas sobre el barandal y alzó la cabeza para mirar el cielo repleto de estrellas. Sus ojos azules estaban más oscuros que de costumbre por el reflejo de la noche y mi mirada penetrante la hizo volver a mí.
—¿Quieres hacer algo que no implique hablar?
Alcé una sola ceja.
—¿Cómo que?
Ella encogió uno de sus hombros, sus ojos se deslizaron hasta alcanzar los míos y me atrapó en esa trampa mortal que despedían.
—¿Una partida de ajedrez? —sugirió con ironía. Casi se dibuja una sonrisa en mi rostro. Casi. Ella debió presentirla, porque tomó el borde de su camisón de satén y se lo sacó por la cabeza para aventarlo al suelo. Después se señaló a sí misma—. O algo más divertido.
Recorrí su cuerpo sin apuro, observando que solo unas braguitas negras de corte bajo la cubrían. Sus pechos quedaron al aire y se tensaron cuando mi viento se meció sobre ellos, tan suavemente que asemejó una caricia.
—Soy tuya... —susurró.
Las palabras correctas en el momento oportuno, la promesa que siempre nos hicimos saliendo a flote, susurrándonos que nos dejáramos llevar. Con un paso me cerré sobre ella, acorralándola entre mi cuerpo y el barandal.
—Eres mía —afirmé, haciendo que el viento rodara por sus piernas mientras mis manos pasaban por la base de sus pechos.
Ella se arqueó un poquito, invitándome a ahuecarlos con las palmas, pero decidí bajar para sentir las costillas que sobresalían por debajo de la piel. La sensación no me gustó.
—Estás tan delgada —me lamenté.
Su dedo índice recorrió mi pecho hasta mi ombligo, yo solo me había puesto unos boxers para dormir... o intentar dormir.
—Mira quien lo dice —dijo poniéndose de puntitas para besar mi cuello.
—¿Por qué? —intenté averiguar.
—Dijiste que no querías hablar —me recordó gentilmente.
—Sobre mí —aclaré.
Ella negó y su largo cabello le hizo cosquillas a mi estómago.
—Yo tampoco quiero hablar.
Subió su boca y con una mano en mi nuca me guió hasta ella, impidiéndome decir otra cosa. Su beso fue tan rápido y profundo que no tardé en olvidarme de la mayoría de mis preocupaciones. Me concentré en ella. En su calor. En su olor. Mis manos la complacieron y por fin subieron para amasar sus pechos, primero suavemente y después con más fuerza. Ella gimió en mi boca.
Mi entrepierna se acalambró al escucharla y ella volvió a gemir al sentir el eco en su cuerpo. Mis manos bajaron por sus costados hasta curvarse en su trasero y la apreté hacia mí, para que también me sintiera físicamente.
Sonrió complacida y su traviesa mano se metió entre nosotros, para juguetear con el bulto que presionaba contra su vientre. Me separé de su boca para respirar, pero me moví por el largo de su mandíbula hasta alcanzar su oído izquierdo y contonearlo con la punta de mi lengua. Sentí como los dedos de sus pies se curvaron y la imité, casi en un acto reflejo.
El lazo era increíble en ese momento, porque sentir el placer que mi pareja estaba recibiendo, más el placer que mi pareja me estaba dando, al mismo tiempo, era maravilloso. De otro mundo.
Mordí el lóbulo de su oreja y el goce que Ada sintió ante eso golpeó mi vientre, así que lo hice otra vez. Las piernas le temblaron, aunque tal vez se debía a lo que sus caricias en mí estaban provocando en ella. De todas formas la tomé de la cintura para cargarla y sentarla al borde del barandal.
—Sujétate bien de mí —le advertí.
—No te preocupes —exhaló, amarrando sus piernas alrededor de mi cintura—. Si caigo te arrastraré conmigo.
—Que bromista.
—Estoy hablando muy en serio.
—Que bueno que sabemos flotar, entonces.
—¿Quieres hacerlo flotando? —bromeó.
—Estamos hablando de nuevo.
—Tú empezaste.
Le sonreí, al mismo tiempo que le soltaba una nalgadita de sorpresa. Ella se mordió el labio inferior e intentó apretar sus muslos al recibirla, pero mi cuerpo entre sus piernas se lo impidió.
—Levántate un poco.
Ada se aferró a mis hombros para poder alzar sus caderas y yo cogí las tiras de su ropa interior para arrastrarla hacia abajo. Se las quité lentamente, mientras repartía besos en sus muslos, pantorrillas y tobillos. Ella tuvo que aferrarse con fuerza al barandal para mantenerse lo más quieta posible. Cuando por fin la retiré, sus ojos estaban tan encendidos que ahora el reflejo de las estrellas parecía arder dentro de ellos.
Me encantaba verla así.
Apuntó hacia mis boxers con su barbilla, así que me los quité obediente. Sonrió complacida y me recorrió con una mirada llena de fuego... y yo sentí como los restos de la oscura pesadilla que seguían aferrados a mi alma, se quemaban al recibir esa mirada. Ella los quemaba con su luz.
Me acerqué y sujeté su rostro. Pasé mi pulgar por sus labios, de un lado a otro, y sentí las cosquillas debajo de su sensible piel. Ella abrió la boca para morder la punta de mi dedo con sus dientes y solo con eso logró traspasar todo su fuego hacia mis venas.
Bajé mis manos para empujar sus muslos hacia los lados contrarios y soplé con mi boca sobre la suya. Mi aliento se convirtió en una brisa cálida que se arremolinó un instante en sus labios, para después bajar por el recorrido de su piel, entre sus pechos y por su ombligo hasta llegar a su destino. Contuve un gruñido al sentirlo llegar.
Ada jadeó y echó la cabeza hacia atrás, yo la sujeté a tiempo y enderecé su cuerpo, mientras mi aliento seguía jugando allá abajo sin piedad. Intentó cerrar las piernas de nuevo, pero me metí entre ellas y la obligué a mantenerlas abiertas con mi cadera, mientras su placer también me alcanzaba a mí. Mi respiración se volvió tan irregular como la de ella.
—Ezra —suplicó, volviendo su cabeza y encantándome con esas mejillas sonrosadas que por fin le daban un poco de color a la pálida piel que había tenido todo el día.
La besé en la boca para silenciarla, pero ella se echó hacia atrás. Clavó sus uñas en mi pecho y rasguñó hasta mi espalda, donde las encajó con fuerza para sujetarse. Sentí sus suspiros calentando mi mejilla y no me detuve hasta que alcanzaron un volumen que me complació. Entonces, me sujeté de sus muslos y entré en ella tan lentamente que sentí cada centímetro de su piel. De su calor. De su magia.
Ada gimoteó cuando llegué al final y utilicé la misma velocidad para salir. Sentí sus talones clavarse en mi trasero para empujarme de nuevo hacia ella.
—Por favor, por favor, por fa... ¡ah!
Un ronco sonido escapó de su garganta cuando volví a ella con la fuerza por la que me estaba suplicando. Sus ojos estaban semi-abiertos y perdidos, así que sujeté su mejilla para obligarla a mirarme.
—En serio, sujétate fuerte —ordené.
Ella asintió sin palabras y elevó sus brazos para rodearme el cuello con ellos. Yo subí sus piernas por encima de mis hombros para poder profundizar aún más todo y ella gimió con aprobación.
Después, me sujeté del ancho barandal —una mano a cada lado de su lindo trasero— para comenzar en serio con la partida de ajedrez que nunca en nuestras vidas olvidaríamos.
Los dos nos perdimos por un largo y delicioso momento, hasta que yo volví a abrir mis ojos y la encontré mirándome, no con deseo y pasión —aunque la sombra de aquello también estaba por ahí— sino con tanto amor que me desarmó completamente, como si el hechizo de las brujas se activara y me rompiera de nuevo solo por esos ojos.
Debió leer algo en mi rostro, porque deshizo el abrazo en mi cuello para dedicarme lentas y tranquilizadoras caricias en el nacimiento de mi cabello. No mucho después se aferró con una sola mano a mi nuca y la otra navegó por mi espalda concienzudamente, las yemas de sus dedos recorrieron el camino de mis cicatrices, lento y dulce, provocándome un escalofrío.
No habría dejado que ninguna otra persona se atreviera siquiera a mirar mi espalda, pero a ella le permití explorarme con una intimidad tan intensa que una corriente eléctrica nos estremeció a los dos.
—Te amo —susurró.
El corazón se me encogió, ¿cuándo fue la última vez que la escuché decirlo? ¿Cuándo se lo dije yo de vuelta? No podía recordarlo y eso me alteró de una manera que no pude comprender.
Ada miró hacia otro lado cuando comprendió que yo no iba a responder. Abrí la boca, la cerré de nuevo ¿cómo es que ella podía continuar amando algo tan roto como yo? Su mano seguía en mis cicatrices y su tacto ahora quemaba. De pronto, no quería que me tocara más.
Detuve el movimiento de mis caderas fingiendo que necesitaba recuperarme un poco, ella no se quejó. Muy suavemente bajé sus piernas de mis hombros y la cargué para ayudarla a bajar del balcón. Cuando sus pies tocaron el suelo, la giré ágilmente para que me diera la espalda... y sus manos quedaran lejos de mis cicatrices.
Ada las apoyó en el barandal de granito cuando me pegué a ella. Aparté su cabello para depositar suaves y tiernos besos en su nuca, un suspiro bajo e involuntario escapó de sus labios. La piel se le puso chinita por donde mis manos pasaron, provocando lo mismo en la mía.
Inclinó su cabeza en una súplica silenciosa y mi boca reptó hasta la parte del cuello que ella dejó al descubierto. Besé, lamí y mordí, no necesariamente en ese orden. Cuando nuestras respiraciones volvieron a agitarse enredé mis pies en sus tobillos y los empujé para obligarla a abrir sus piernas.
Pronunció vocales sin orden ni sentido cuando volví a entrar en ella, aún sin dejar de besar su cuello con mi boca y acariciar sus pechos con mis manos. Por encima de su hombro alcancé a ver brillar el diamante de su anillo y, debajo de él, el tatuaje plateado de nuestra boda. Bajé una de mis manos para sostenerla y noté como ella encajó aún más sus uñas en el granito.
Un lenguetazo hizo un camino húmedo de su cuello hasta su oreja, donde apresé su lóbulo y lo jalé hacia mí. Después, pegué mis labios a su oído.
—¿Así te gusta? —le pregunté.
—Sí... —exhaló.
—O así —disminuí la velocidad, pero añadí profundidad y fuerza en cada empujón.
Ella echó su cabeza hacia atrás y se apoyó en mi hombro, con los ojos cerrados. Sus caderas se retorcieron un poco y sentí el calor de su vientre creciendo como una chispa.
—Jaque mate —canturré complacido. Un ronco grito vibró a través de su garganta—. Vas a despertar a todo Féryco con tus gemidos.
—No me importa.
A mí tampoco me importaba, no después de todo el tiempo que llevábamos separados. Y quería demostrarle lo mucho que la había extrañado y necesitado, así que eso no fue rápido y salvaje como nuestro encuentro más temprano. No. Le hice a Ada el amor, dulcemente. Lentamente. El lazo me ayudó a saber cuando ella estaba a punto de estallar y yo retrocedía solo para alargar el momento y volverla loca, para tenerla suplicando de nuevo con mi nombre.
Gimoteó y sollozó, abrumada por todo lo que ambos estábamos sintiendo. Su magia se encendió y su cuerpo brilló con un fuego tenue que no quemaba, pero que sí causaba caricias en mis manos, mi pecho, mi cara. Una luz que me hipnotizó y hasta me ofreció consuelo.
Abrumado comprendí que Ada era luz y yo oscuridad, y tal vez por eso no quería que ese momento acabara nunca, porque en cuanto nos separáramos de nuevo yo me quedaría solo con mis sombras.
—Ezra... no puedo más.
—Yo tampoco —admití.
Tomé sus caderas y pasé una mano por toda su columna, desde su nuca hasta su coxis. Obediente, ella se inclinó un poco más sobre el barandal, apoyando sus codos. La embestí con fuerza y esa vez, no me detuve. Fue como si quisiera darle todo lo que no pude ofrecerle en el último mes...
El último mes que no había pasado con ella...
Abrí mis ojos de golpe al caer en la cuenta de que, también, tenía un mes sin tomarme la pastilla anticonceptiva...
Mierda.
Aquel pensamiento hizo que el orgasmo de Ada me tomara por sorpresa y me arrastrara hacia el mío. Apenas tuve tiempo de reaccionar y como pude salí de ella, dejándome caer sobre su espalda mientras las piernas nos temblaban a ambos y nuestra liberación se alargaba de manera alucinante.
No sé cuánto tiempo necesitamos para recuperar la respiración, pero volví en mí cuando el fuego se apagó y ella giró su cabeza para mirarme por encima de su hombro.
—¿Ezra? —la confusión de su voz me hizo evaluar el desastre que dejé en su espalda. Lo limpié todo con un chasquido mágico.
—Lo lamento, en el último minuto recordé que no me he tomado la pastilla y no creo que este sea un buen momento para tener otro hijo.
Los ojos de Ada se abrieron con miedo y no tuvo que decirme nada para que yo comprendiera que ella tampoco se había tomado la suya. Era comprensible que, después de todo lo que había sucedido, una pastilla fuera la última de sus preocupaciones.
—Esta tarde...
Sí, esta tarde habíamos sido descuidados.
—¿Estás ovulando?
Mordió su labio inferior haciendo un gesto de concentración, calculando en su mente.
—No —respondió por fin— pero aún así...
—Estaremos bien —la tranquilicé—, aún si llegaras a quedar embarazada, estaremos bien.
—¿En verdad lo estaremos? —Al escuchar su tono de voz supe que no se refería a nada de lo que acababa de suceder, pero evitó mi mirada y se enderezó para apartarse de mí—. Buscaré las pastillas...
—Ada. —Tomé su codo para que no se moviera, esos ojos cristalinos no se me habían escapado. Ella no me miró—. ¿Te lastimé?
—No, cariño, por supuesto que no. Lo que pasó fue tan increíble como siempre.
—¿Entonces? ¿Qué sucede?
Sus labios temblaron.
—Te amo —volvió a decir. Yo la solté. Ella miró su brazo, el punto exacto en donde había estado mi mano, después me miró a mí—. Buscaré las pastillas —repitió, sabiendo que esa vez yo no la detendría.
No era que necesitáramos las pastillas en ese momento, lo que pasaba es que ella necesitaba salir de aquí. Así que no la detuve.
Ada se marchó de la habitación y no volvió por el resto de la noche.
¿Ustedes que dicen? ¿El amor de Ada y Ezra sobrevivirá a esto? ¿O ambos están tan rotos que su relación también se romperá?
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