Capítulo 32. Esa es mi chica.
«Esa es mi chica»
Respirar dolía. Todo dolía. Ni siquiera me atrevía a mover un solo dedo para no aumentar esa agonía. Las risas de Morwan y Moll aún reverberaban dentro de mi cuerpo, metiéndose debajo de mi piel, abierta y sangrante.
—¿Te rindes?
Me tomé un minuto entero para responder, intentando controlar el dolor que impregnaba mi voz.
—No.
Débil y sin fuerzas, pero la palabra estaba clara. Ellas continuaban sin ganar.
—Por muy divertido que esto sea para Moll, estás agotando mi paciencia, majestad.
Tosí sangre, medio ahogándome con ella. Las costillas me dolieron al hacerlo y comprendí que tal vez tenía una o dos rotas. Respiré con dificultad.
—No —repetí.
Morwan se agachó para quedar a la altura de mi rostro y esos ojos plateados, tan parecidos y distintos a los de Estrella al mismo tiempo, me atravesaron como dagas filosas.
—¿Quién te dio agua?
Me tensé y a pesar de que puse todo mi esfuerzo en no mirar hacia la esquina en la que se encontraba Clío, mi reacción fue toda la evidencia que ellas necesitaron. Y la respuesta era obvia, también.
Morwan se puso de pie nuevamente y cuando me atreví a mirar, descubrí que Moll ya tenía atrapada a Clío con sus garras y la obligaba a acercarse a mí, mientras ella luchaba desesperadamente por soltarse.
—Déjala —supliqué.
—Ah. —Morwan pareció complacida—. Hasta que te dignas a suplicar, pero ella tiene que aprender su lección.
Con un movimiento rápido de sus garras negras, Moll desgarró la blusa de Clío y la empujó hacia el suelo, justo frente a mí. Su rostro estaba aterrorizado y solo eso bastó para que yo reuniera fuerzas suficiente como para moverme, pero las cadenas se tensaron y quedé varios centímetros lejos de ella.
—¡DÉJALA! —rugí al percatarme de que Moll se le acercaba por atrás.
Los ojos de Morwan resplandecieron con comprensión.
—Así que todo este tiempo hemos estado torturando a la persona equivocada. No te importa sacrificarte a ti mismo, Ezra Rey, pero cuando se trata de alguien más...
Moll alzó su brazo, el látigo de cuero bailó en el aire y Clío se encogió al escuchar el susurro del arma en contra del viento.
—¿Te rindes? —tanteó Morwan.
Por primera vez la palabra se atoró en mi garganta, Clío alzó su rostro al notarlo y la advertencia que había en sus ojos me dejó helado, pude ver que ella nunca me perdonaría si yo respondía sí.
Perdón. Perdón. Perdón.
Ella cerró sus ojos una vez, como si comprendiera.
—No... —jadeé. La respuesta sonó vil y horrible en mis labios.
Clío gritó, su dulce voz desgarrada por el dolor. Mis uñas se enterraron en el suelo cuando vi como el látigo se hundía en su piel y dejaba una profunda línea roja. Maldije en voz alta y antes de que ella pudiera recuperarse de los temblores, un segundo golpe atravesó su espalda, pintando una cruz tan roja como rubíes.
Las cadenas repiquetearon con sorna, burlándose de mí por no poder soltarme para proteger a Clío con mi cuerpo. Ella se dejó caer, solo con sus hombros subiendo y bajando al ritmo de su respiración.
—La valentía de tu corte es sorprendente —aceptó Morwan— pero me pregunto si tu respuesta seguiría siendo la misma si fuera Ada la que estuviera aquí, recibiendo esos latigazos por ti.
El estómago se me retorció y Morwan sonrió al percatarse de mi reacción.
—¿Y si fuera alguno de tus hijos? —continuó.
Rugí tan fuerte que las paredes de la cueva temblaron y la laguna azul se agitó de un lado a otro. Morwan y Moll intercambiaron una mirada.
—No sé cómo no lo pensamos antes.
Clío solo se encogió y se abrazó a sí misma, seguro pensando que estábamos perdidos.
—Si les pones una mano encima a cualquiera de ellos...
—No estás en posición de amenazarme, majestad.
Ni siquiera me dejaron replicar antes de que tomaran a Clío y se largaran, dejándome solo.
El miedo me mantuvo consciente, atento a cualquier ruido o señal de movimiento que me indicara que ellas habían vuelto. No tenía idea de porqué se llevaron a Clío, bien podía ser para que no volviera a ayudarme, bien para utilizarla y tenderle una trampa a Ada. O para cazar a mis hijos.
Mi corazón golpeaba fuerte contra mi caja torácica, esperando. Hasta la espera era una tortura. Las eternas horas en el silencio y la oscuridad fueron un verdadero martirio. Apenas podía respirar mientras pensaba a toda marcha, ¿qué haría si ellas aparecían con Ada en sus garras? ¿Con el valiente Noah? ¿Con el dulce Alen? ¿Con la inocente Estrella?
Todo estaría perdido, les diría que sí inmediatamente.
Contuve la respiración cuando escuché sus gritos y mi vista giró hacia el lugar donde provenían. En un principio no entendí ni lo que sucedía ni lo que decían, al menos hasta que Moll trastabilló y cayó al suelo, sujetándose el estómago. La mano manchada de rojo.
Clío, quien volvía a estar envuelta por una máscara fría e imperturbable, se alejó de las brujas para no estorbar, mientras Morwan hacía aparecer vendas, pociones y curaba a su compañera, soltando blasfemias de vez en cuando.
Me quedé en silencio, mirando a Clío cuando estaba seguro de que las brujas no me veían y esperando alguna señal de su parte, pero algo le habían hecho a mi amiga, porque de nuevo no había indicios de ella. Seguramente, reforzaron el collar de alguna manera.
Así que esperé, creando teorías dentro de mi cabeza sobre lo que había sucedido y mi corazón se calmó lentamente al comprenderlo: Moll estaba herida, ni rastro de mi familia. Sonreí.
Esa es mi chica.
Morwan debió percibir mi sonrisa porque cuando por fin pudo controlar la hemorragia de la otra horripilante bruja, sus ojos se clavaron en mí como alfileres. Desde su lugar, solo bastó que alzara su mano para que el shock eléctrico me recorriera y mi cuerpo se convulsionara sin piedad.
Jadeé cuando por fin se detuvo y vagamente comprendí que Morwan ya estaba frente a mí.
—Supongo que te alegrará saber que tu familia está bien protegida.
—Mucho —la provoqué, sabiendo que me ganaría otra descarga eléctrica solo por eso.
Mi cuerpo se convulsionó de nuevo. Fuertemente. Dolorosamente. Cuando volvió a liberarme, tenía la frente perlada de sudor y todas mis extremidades se encontraban tan entumecidas que no las podía mover. Tampoco logré hablar de nuevo, así que me dejé caer sobre la piedra fría con los ojos cerrados, bailando en el borde de la pérdida de la consciencia.
Escuché sus pasos alejarse, tal vez creyendo que me había desmayado. Se acercó a Moll y habló en susurros que alcancé a escuchar gracias al eco de la caverna.
—No puedes acompañarme así, tendrás que quedarte aquí.
Moll gruñó.
—No te atrevas a dejarme.
—Te lo mereces —espetó Morwan duramente—. Te advertí que en Sunforest estarían preparados y que tuvieras cuidado.
—No pensé que Ada fuera a aparecer tan rápido.
—Está claro que ella llevaba semanas esperándonos... y Enid también. Es demasiado arriesgado volverlo a intentar.
Semanas, pensé para mí mismo junto con un escalofrío.
—Esa nieta tuya es una astilla en el trasero.
—Me encargaré de ella, pero primero lo primero. Espérame aquí, yo iré con la gran bruja.
—Si no hay más remedio —resopló—. ¿Crees que nos ayudará?
—La engañaré para que lo haga —se limitó a decir—. No sé cuanto tiempo me lleve, así que sé paciente.
—Esta es nuestra última opción, Morwan. Si no encontramos la manera de convertirlo en la llave, tendremos que matarlo antes de que él nos mate a nosotras.
—Lo sé —respondió la bruja sombríamente, antes de desaparecer.
Tener a Moll en la caverna durante los siguientes días no fue agradable. La bruja se la pasaba quejándose, soltando blasfemias e insultando a Clío cuando ella, obedientemente, le hacía las curaciones y cambiaba sus vendas.
Me mantuve lo más callado e invisible que me fue posible, tanto que apenas me atrevía a moverme para no llamar la atención de la bruja, sobre todo porque no hubo tortura alguna en esos días. No porque se apiadaron de mí, sino porque Moll tenía que permanecer en reposo para que no se le abriera la herida y Morwan continuaba desaparecida. Sea cual fuese la razón, mi cuerpo lo agradeció silenciosamente.
La última conversación entre Morwan y Moll se repetía dentro de mi cabeza continuamente, intentando encontrar un significado, pero no tenía idea de quién era la gran bruja ni qué querrían de ella. Lo único que estaba claro era que si ellas no conseguían lo que buscaban, me matarían.
El pensamiento no me infundió miedo.
Cuando Moll se aburría y recordaba mi presencia, se burlaba de mí y me provocaba. Entonces yo tenía que apretar los dientes para ignorar cada uno de sus insultos y me calmaba a mí mismo recordando la herida que mi esposa le había hecho y la mantenía tirada sobre la cueva como un vil saco de mierda.
Me dolía pensar que Ada y yo no volveríamos a vernos nunca más, hubiera dado lo que fuera por ver su cara una última vez, probar sus labios y recordarle lo mucho que la amaba. Lo mucho que la deseaba. Lo mucho que la extrañaba. Pero cuando veía a Moll, herida y convaleciente, también me tranqulizaba... porque sabía que Ada estaría bien. Y mis hijos a salvo con ella.
Si mis cálculos no me fallaban, Morwan volvió de 3 a 4 días después, justo cuando la herida de Moll había finalizado de cicatrizar gracias al apestoso ungüento verde que Clío le ponía todos los días. Alcé la barbilla con curiosidad cuando vi a la bruja de cabello dorado aparecer frente a su compañera.
—Me alegra verificar que sigues con vida —dijo a modo de saludo.
—Casi me muero de aburrimiento —respondió Moll.
Morwan rió severamente.
—Puedo imaginarlo.
Ella la ignoró.
—¿Lo conseguiste?
—Si. Lo robé.
Evalué a Morwan, intentando encontrar aquello que había robado, pero la bruja no traía nada consigo.
—¿Podremos hacerlo?
—Estoy segura de ello —respondió convencida. —Si has recuperado tus energías, lo haremos ahora. No hay tiempo que perder, si la gran bruja se da cuenta que lo tenemos...
—Estoy como nueva —aseguró Moll y cuando las dos brujas giraron sus rostros hacia mí, con la misma avaricia destellando en sus ojos, supe que aquello no sería nada bueno.
Morwan se acercó primero, Moll la siguió como una sombra. No bajé la vista, no escondí el rostro, no les demostré miedo.
—Tengo algo para ti —anunció la primera y una copa negra apareció entre sus dedos huesudos. Me la ofreció.
—Estás demente si crees que volveré a tomar algo que tú me ofrezcas.
—Es el antídoto —explicó secamente—. Tómalo y serás capaz de morir.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué?
—Tú decides si quieres quedarte aquí encerrado para siempre y nunca pudrirte, o ponerle fin a todo.
Miré la copa con anhelo, en verdad quería que todo ese dolor acabara. Morwan no dejó escapar aquello.
—Tómalo y serás libre.
Lo hice, agarré la copa y me la tomé de un trago. Esa vez no me ahogué con espuma negra, pero sentí como un calor extraño recorrió mis venas con lentitud, antes de desaparecer. Tiré la copa al suelo y me preparé para lo que venía, la tortura que, tal vez, sería la última.
Suspiré aliviado, sólo tenía que aguantar un poco más.
—Supongo que está de más preguntarte si te rindes.
—Supones bien —acerté.
—De acuerdo.
Un movimiento de sus manos y las cadenas negras se tensaron, obligándome a quedar acostado bocarriba y con las extremidades tan tensas como mis ataduras. Jadeé ante el dolor de mis brazos y piernas, entonces, Morwan se puso de cuclillas a mi lado y del bolsillo de su túnica sacó lo que había robado.
Me dedicó una sonrisa despiadada mientras me mostraba el grueso libro de cuero negro ya desgastado. Lo acarició como si fuera la piel de uno de sus amantes, satisfecha al notar que mis ojos no podían apartarse de él.
—Este... es el etter —explicó a pesar de que no me molesté en preguntar—, el libro de los hechizos prohibidos. Existe uno que es capaz de romperte de adentro hacia fuera, es el que utilizaremos contigo. Dicen que está prohibido porque el dolor que siente la víctima es tan insoportable que los vuelve locos.
Una gota de sudor frío bajó de mi cuero cabelludo hasta mi sien, Morwan se inclinó para recogerla con la punta de su lengua y saborearla.
—Sabes a miedo —susurró en mi oído.
El estómago se me revolvió, pero llevaba semanas vacío y a esas alturas era imposible vomitar algo.
—¿Por qué quieres romperme? — La voz apenas me salió.
—Porque quiero quedarme con una parte de tu cuerpo. Lo demás, ya no me sirve.
—Morwan —advirtió Moll.
La bruja asintió, recuperando la concentración, y colocó el libro sobre mi pecho. Pasó la lengua por sus colmillos antes de comenzar a cantar:
Nos vocamus forza,
nos vocamus magicae,
hoc corpus abrumpere,
hoc anima intermissum...
Hubo un momento de silencio dentro de mi cuerpo, tan denso que mi corazón se detuvo durante un segundo antes de que comenzara a latir desenfrenado. Entonces, el dolor nubló mi mente, desconectándome de las siguientes palabras de la bruja, convirtiendo sus rostros en una bruma.
El cántico siguió y conforme Morwan lo recitaba más fuerte, yo me sentía arder por dentro. Mis partículas se comprimían antes de separarse y mis gritos en agonía me desgarraban la garganta, los pulmones, el alma...
Los grilletes se clavaron en mis muñecas y tobillos mientras mi cuerpo se retorcía intentando escapar de ese tormento, pero Morwan no se detuvo y cuando sus últimas palabras flotaron por la caverna como si fuera una orden envuelta en sombras negras, lo sentí. Sentí como el interior de mi cuerpo se abría, se agrietaba con líneas irregulares recorriendo desde la punta de mis pies hasta la cabeza.
Entonces, me rompí con un crujido mientras mi boca se abría en un grito mudo que representaba el silencio de mi cuerpo, mutilado en el interior.
FIN
No se crean, no es cierto. Guarden sus picos y palas, no me quemen viva por favor jaja.
¿Les han gustado los últimos capítulos? ¿O han sido demasiado para ustedes? ¿Qué creen que sucederá ahora?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro