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Capítulo 3. Estrella.


«Estrella»


Sonreí cuando escuché a mi pequeña hija reír con alegría, justo unos segundos antes de verla. Estrella estaba a unos metros del estanque y Arus se encontraba de pie frente a ella, utilizando su magia.

Tres caballos alados hechos con agua galopaban alrededor de ellos, agitando sus alas con fuerza para poder ganar velocidad. Eran transparentes y se podía ver a través de sus cuerpos, al mismo tiempo, estaban tan bien detallados que casi parecían reales.

En el rostro de Estrella no cabía la emoción y Arus se veía complacido por eso, así que comenzó a lucirse haciendo que los caballos saltaran, volaran y se sumergieran en el estanque cristalino como delfines antes de volver a la tierra y galopar alrededor de mi hija.

Ella alzaba sus manos cada vez que uno le pasaba lo suficiente cerca, provocando que gruesas gotas de aguas se desprendieran y comenzarán a flotar a su alrededor, suspendidas en el aire. Estrella amaba el agua, seguro por eso estaba encantada con el espectáculo.

Arus alzó sus ojos al percatarse de mi presencia, me saludó inclinando su cabeza e hizo que los caballos hicieran un par de acrobacias más antes de sumergirse de nuevo en el estanque y desaparecer por completo.

—Más —pidió mi pequeña, mirando muy atentamente el estanque y esperando que los caballos volvieran a salir.

Arus me señaló.

—Mira quién llegó.

—¡Papi!

Al verme, Estrella se olvidó de los caballos y corrió hacia mis brazos. Volvió a reír cuando la alcé en el aire, escuchar esa risa era música para mis oídos.

—Hola princesa —la saludé, acercándola a mí para darle un sonoro beso en su mejilla—. Te extrañé.

La senté sobre mi brazo para que quedara a la altura de mi rostro y ella apretó mis mejillas con sus manitas.

—Mío —respondió, esa era su nueva palabra favorita.

Yo asentí.

—Siempre tuyo —le prometí.

Esas palabras tenían un significado especial, porque eran la promesa que Ada y yo siempre nos hicimos el uno al otro. Ahora mi hija también era parte de ella, claro que Estrella aún no entendía ese trasfondo, pero algún día lo haría.

—Gracias por cuidarla —dije cuando Arus se acercó a nosotros—. A los tres, en realidad. Espero que se hayan comportado.

—Siempre es un placer para mí —aseguró.

Quedaba muy poco de ese Arus frío y calculador que yo conocí cuando fui parte de su corte. Ada logró ablandarlo como nunca nadie lo había hecho y ahora el hombre lucía tan feliz que era irreconocible, aunque también porque cambió físicamente: su cabello dejó de ser rubio para convertirse en un gris platinado y su rostro y manos ahora estaban surcados de arrugas. Aún así, seguía conservando su poder y era considerado una de las hadas más fuertes de Féryco. Mi esposa heredó su magia, por eso ella también era tan poderosa.

Estrella señaló a Arus, abriendo y cerrando su manita.

—El abuelo Arus —afirmé.

Técnicamente era su bisabuelo, pero esa era una palabra algo complicada de decir para sus dos añitos.

—Lolo Arus —repitió Estrella con una sonrisa.

Bueno, tal vez abuelo también.

—Despídete de tu lolo —le dije agitando la mano para que ella me imitara.

—Adiós lolo.

Arus sonrió encantado y se inclinó para besar su frente, Estrella le respondió besando la palma de su mano y lanzando besos al aire. Yo era el típico papá que pensaba que su hija era la niña más hermosa del mundo, pero si Estrella no lo era al menos tendría que estar muy cerca de serlo.

Y cómo no iba a serlo si salió a la mamá; los idénticos rizos de color pelirrojo, la piel crema, la misma carita risueña, las pestañas largas y espesas, los labios naturalmente rojos. La única diferencia entre ellas era que Estrella heredó los hipnotizantes ojos plateados de Arus.

—¿Necesitas ayuda en algo? —la pregunta me distrajo lo suficiente como para dejar de observar a mi pequeña.

—¿Respecto a la tormenta? —asintió—. No, lo tenemos bajo control.

—Sé que es así —añadió— pero si necesitas algo ya sabes en donde encontrarme.

—Claro —aseguré—. Te veré mañana, es la hora del baño.

—Suerte con eso —rio.

Le dediqué una sonrisa torcida antes de desaparecer.

Cuando llegué a la habitación de los niños, no me sorprendió ver que Ada tenía todo bajo control. Ella estaba desvistiendo a Alen mientras que Noah ya estaba en la regadera, con el vapor escapando por la puerta entreabierta. Le sacó la playera por la cabeza y los rizos de nuestro hijo se despeinaron, dándole un aspecto gracioso.

—¡Mami!

La cara de Ada se iluminó al escucharla, incluso Alen sonrió al ver a Estrella. Tanto Ada como yo estábamos encantados con la manera en la que nuestros hijos recibieron a su hermanita. La adoraban. No podía explicarse de otra manera, se notaba que Estrella tendría dos hermanos mayores sobreprotectores, pero que siempre la cuidarían.

Dejé a mi hija en el suelo, con cada día que pasaba se estaba poniendo más pesada. Ella corrió hacia su mamá y la rodeó con sus bracitos, jalándole un poco el cabello con el movimiento. A Ada no le importó.

—Mi niña preciosa —le dijo apretando sus mejillas—. ¿Te divertiste hoy?

—¡Sí!

—Estrella solo reía y reía —informó Alen.

—¿Y tú no? —quiso saber Ada.

—También —admitió—, pero ella más.

—¡Más! —repitió Estrella—. Quiedo más magia.

—Mañana. Ya es hora de bañarse y dormir. —Ella miró hacia la puerta del baño—. ¿Todo bien, Noah?

—Sí mamá.

—¿Por qué no bañas a Estrella en nuestra habitación? —sugerí—. Yo me encargaré de los niños.

Ada me miró con agradecimiento y abrazó a nuestra hija.

—¿Oíste eso? —le dijo, pasando una mano por los pequeños rizos pelirrojos—. Tú y yo tomaremos un delicioso y relajante baño, ¿quieres elegir un juguete?

—¡Sí!

Estrella se emocionó de inmediato, derritiendo nuestros corazones con su ternura. Escogió su sirena favorita y se aferró a ella como si su vida dependiera de ello. Noah salió del baño en ese momento y saludó a su hermana revolviendo su cabello.

—Hola enana.

—No le digas así —lo regañé por enésima vez.

Noah se apartó el húmedo cabello de los ojos y me sonrió traviesamente, ese niño era cosa seria.

—Es de cariño —se justificó—. Mira lo bajita que es.

A pesar de su burla, el amor hacia su hermana era evidente en sus ojos, solo que a Noah le gustaba ocultarlo para no perder su fama de travieso e irreverente, ¿qué pensaría Eira de él si se enteraba de que su primo favorito se estaba comportando?

Apreté mis labios para no sonreír.

—La pijama, Noah —ordenó Ada.

—Ya voy, mamá —respondió con ese tonito de voz que ya se le estaba haciendo costumbre.

Ada decidió ignorarlo y tomó la mano de Estrella.

—Papá me avisará si se portan mal —les advirtió.

Le guiñé uno de mis ojos y ella lo hizo de vuelta, nadie podría negar que Ada y yo hacíamos un gran equipo.

Alen quería bañarse solo, igual que Noah, así que Ada y yo le estábamos dando esa libertad. Lo ayudé a terminar de desvestirse y lo supervisé, mientras le recordaba todas las partes de su cuerpo que tenía que limpiar y le enseñaba cuando notaba que lo podía hacer mejor.

Lavamos juntos su cabello, ya que era la parte que más le costaba trabajo y con eso dimos por finalizada la hora del baño.

El cuarto de mis hijos era uno de los más grandes que había en el palacio, incluso más que el de Ada y yo, así que las tres camitas cabían perfectamente y todavía tenían espacio de sobra.

Noah y Alen nunca tuvieron problema alguno con dormir juntos, de hecho se compenetraban muy bien y siempre se hacían compañía el uno al otro. Estrella se unió a la ecuación hace relativamente poco y también fue bien recibida por sus hermanos. Aunque a Ada y a mí nos costó trabajo aceptar la transición, al mismo tiempo nos tranquilizó la manera en la que ellos reaccionaron. Sobre todo Noah, que estaba muy al pendiente de la pequeña.

Al parecer nuestros hijos se adaptaban a los cambios mucho más fácil y rápido que nosotros.

Con las pijamas ya puestas, los ayudé a secar su cabello con magia y les di de cenar en la cama, mientras ellos me platicaban todo lo que hicieron durante el día. Cuando terminaron, Alen fue el primero en bostezar y cerrar sus ojitos.

—Buenas noches, papá —murmuró.

Me incliné para darle un largo beso en su frente, mientras lo arropaba en la cama.

—Buenas noches, hijo. Te quiero.

—Yo te quiero mucho, mucho más.

Me separé y miré a Noah.

—¿Me dejarás darte un beso de las buenas noches?

Él arrugó la nariz pero también sonrió, así que no estaba seguro de si la idea le agradó o no. Cuando me acerqué no me lo impidió, así que me senté en la orilla de su cama y peiné su cabello hacia atrás para poder mirarlo a los ojos.

—Yo ya soy grande, papá.

Sonreí al escucharlo.

—Claro que lo eres Noah —le di la razón—, pero a los papás nos gusta demostrar nuestro amor con besos, no lo hacemos para avergonzarte.

—¿Por eso mamá y tú se besan?

—Porque nos amamos —afirmé.

—¿Y nos aman? ¿A los tres?

Suspiré.

—Con todo nuestro ser.

—Yo también los amo —confesó— y a mis hermanos.

—Lo sabemos. —Me incliné para darle un rápido pero suave beso en la frente—. Dulce sueños, hijo.

Apagué la luz, pero dejé una pequeña lámpara encendida para que no se quedaran a oscuras por completo. Noah cerró sus ojos antes de que yo desapareciera.



Les presento a Estrella Rey. Ahora sí, la familia está completa. ❤️

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