Capítulo 26. Estrellas de avena.
«Estrellas de avena»
Después de tomar una larga ducha que todos necesitábamos, bajamos a la cocina para desayunar juntos. Los niños, recién bañados y cambiados, entraron como un torbellino lleno de energía y me pregunté qué sucedería una vez que obtuvieran más combustible.
Me detuve en seco al ver a Loan y el alivio de verificar que estaba bien se entremezcló con la confusión de no encontrarlo en su lugar. Él llevó una taza a sus labios y me miró por encima de ella, adivinando mis pensamientos.
«Estaba a punto de subir para informarte. Enid se presentó a primera hora en la celda de Frey, ya está trabajando con él»
«¿Está sola?» —pregunté preocupado.
Negó.
«Loui y Nia están con ella»
«Bien» —asentí más clamado—. «Gracias»
Loan sonrió cuando mis hijos se acercaron a él y lo saludaron con entusiasmo, así que aproveché para poner a Ada al corriente y con un gesto ella me indicó que me había escuchado.
—¿Qué hay de desayunar? —preguntó Noah—. Estoy hambriento.
—Una deliciosa avena —respondió Loan, sentando a Estrella en sus piernas para poder saludarla.
—Puaj —respondió Noah, arrugando la nariz.
—Puaj —lo imitaron Alen y Estrella.
—¿Qué quieres desayunar, Noah? Puedo preparártelo —ofreció Loan.
—Mmm —pensó Noah y yo sabía que nada bueno saldría de eso—. ¡Chocolate!
Bingo. Al escuchar a su hermano, el rostro de Estrella se iluminó.
—Quiedo pocholate.
Hace poco nuestra pequeña hija había probado un bocado de pastel de chocolate preparado por Amira y le gustó tanto que los siguientes tres días lloró sin cansancio pidiendo más. Desde entonces, cada vez que recordaba esa golosina todos estábamos en serios problemas.
Ada decidió tomar el control de la situación y abrió dos sillas en la barra para que nuestros hijos se sentaran en ella. Noah lo hizo sin problema, pero Alen necesitó ayuda porque su asiento estaba un poco más alto de lo normal. Me acerqué para cargarlo y sentarlo junto a su hermano mayor, justo cuando Ada servía dos platos de avena frente a ellos.
—La avena es rica y nutritiva —les dijo al ver sus rostros— y no vamos a desperdiciar la comida que ya hicieron para nosotros, ¿entendido?
—Pero... —Noah intentó replicar.
—Sin peros —lo cortó—. Sabes que los dulces no son un desayuno, papá y yo te lo hemos repetido incansablemente. Ahora, come.
Noah refunfuñó en voz baja, pero obedeció a su madre y comenzó a comer. Alen lo imitó enseguida. Si su hermano mayor lo hacía, entonces él también. Aquí el problema sería Estrella.
—Ve a descansar —le sugerí a Loan al adivinar la batalla que se avecinaba. Había sido una larga noche para él.
Captó la indirecta y se puso de pie, entregándome a mi hija.
—Si me necesitas...
—Te lo haré saber —prometí.
—Gracias Loan —dijo Ada, acercándose a nosotros con un tercer plato de avena—, por cuidar de Frey.
Él nos sonrió y agitó los cabellos de Noah y Alen antes de marcharse, haciéndolos soltar una risita. Ocupé la silla que mi hermano acababa de liberar y senté a Estrella sobre la barra, frente a mí. El pequeño jumper azul que Ada le había puesto la hacía ver adorable, pero sus labios fruncidos y su nariz arrugada eran una clara señal de que no estaba contenta.
Cuando Ada acercó una cucharada de avena a su boca, ella giró el rostro hacia el lado contrario.
—¡Quiedo pocholate! —gritó enfurecida.
—No hay chocolate, mi amor —respondió Ada con cansancio.
Estrella cruzó sus bracitos y pataleó con fuerza.
—¡Pocholate! —repitió.
—Estrella —intervine— no vamos a pelear contigo. Si tienes hambre y quieres desayunar, será avena. El chocolate no es un desayuno saludable.
Los temblorosos labios de nuestra bebé nos anunciaron lo que venía y antes de lo pensado, Estrella estalló en un berrinche convertido en llanto, con auténticas lágrimas manipuladoras rodando por sus mejillas hasta mojar su jumper.
Ada se rindió y dejó el pequeño plato con avena sobre la barra.
—Déjala ir, ahora no va a querer desayunar nada —se lamentó.
—Tengo una idea, mamá.
Noah se encaramó en la barra y pude ver en el rostro de Ada que estaba a punto de retarlo por hacer eso, pero su curiosidad ganó y decidió callarse. Nuestro hijo tomó el plato de avena e hizo un par de movimientos con su mano, utilizando su magia. Ada y yo nos miramos con interés, preguntándonos en silencio qué era lo que Noah estaba haciendo. Cuando terminó, se sentó junto a Estrella y la llamó tocando varias veces su hombro.
—Estrellita —le dijo—, mira lo que te hice.
Mi hija no paró de llorar, pero bajó el volumen considerablemente al ver el plato de avena con curiosidad. Mi esposa y yo también nos inclinamos para contemplarlo, Noah había creado varias estrellas con las misma avena. Ada sonrió con ternura al verlas.
—Ves —continuó el mayor, señalando las figuras—. Son como tú, estrellas bonitas y brillantes.
Movió el plato de un lado al otro y las estrellas de avena centellearon gracias al polen dorado que las endulzaba. Estrella detuvo su llanto y apreció su desayuno con nuevos ojos.
—Etrellas bonitas —repitió mucho más tranquila
Ada aprovechó para secar las lágrimas con la manga de su vestido y Estrella hipó una vez, sin separar la vista del desayuno.
—¿Quieres probar una? —la tentó Noah—. Están muy ricas.
—Si —respondió de inmediato.
Noah tomó el pico de una estrella con la cuchara y la llevó a la boca de su hermana. Ella la aceptó y saboreó con gusto. De hecho, a nuestra pequeña le encantaba la avena con plátano y polen, simplemente su berrinche por el chocolate le impedía recordarlo.
—Más —pidió.
Ada le quitó a Noah el plato, pero le regaló un beso tronador en la mejilla después de hacerlo.
—Gracias Noah —lo felicitó—. Ahora, termina tu desayuno.
Obediente, Noah volvió a su lugar y Estrella no chistó cuando Ada continuó dándole de comer. Aproveché ese momento de paz y silencio para volver a evaluar a mi hijo mayor con más atención. De alguna forma, la energía de Noah se había vuelto tan brillante como la de Ada y ahora un aura dorada se cernía alrededor de él, cegándome cuando intentaba visualizarla.
«Tenías razón» —dijo Ada dentro de mi mente—. «Yo también siento algo diferente en Noah»
«¿Hablamos hoy con él?» —propuse.
«Definitivamente» —aceptó.
Sin más contratiempos, Estrella logró acabarse casi todo su desayuno antes de volver a rechazarlo, esa vez porque estaba satisfecha.
—¿Te gustó? —le pregunté limpiando de su boca los restos de avena
—Si —respondió lamiéndose los labios.
—¿Ves como era fácil desayunar sin hacer berrinche, princesa lloroncita? Saliste igual de melodramática que tu madre —bromeé.
—¡Oye! —Ada me empujó el hombro suavemente—. Yo no soy melodramática.
—¿Me vas a decir que lo sacó de mí? —alcé una sola ceja, retándola.
Mi esposa volteó sus ojos con tanto dramatismo que eso no le ayudó a defenderse, pero ella sabía que yo solo la estaba molestando, así que tomó los platos vacíos de los niños y se puso de pie para lavarlos.
Arus entró a la cocina en ese instante y Estrella saltó de emoción al verlo.
—¡Lolo Arus!
La bajé de la barra para que pudiera correr a los brazos extendidos de su bisabuelo y mi corazón se ensanchó al ver como él la llenaba de mimos. Alen y Noah también se acercaron a él, hablando al mismo tiempo a un ritmo tan rápido que era imposible entenderles. Aún así, Arus los escuchó con muchísima atención.
Ada puso un plato de avena frente a mí y se sentó a mi lado con el suyo. Ella y yo desayunamos rápidamente, aprovechando que los niños estaban distraídos.
—¿No son tiernos? —preguntó mirando a Arus lidiando con los niños—. Hace 10 años ni siquiera lo habría imaginado así.
—No —coincidí—. Desde que llegaste a su vida, has logrado que Arus cambie muchísimo. De hecho, me atrevo a decir que has cambiado la vida de todos, incluyendo la mía.
—Debe ser por lo melodramática...
Solté una carcajada al escucharla y la miré con tanto cariño que seguro parecí un bobo enamorado. Ada se percató de eso y se inclinó para darme un rápido beso en la barbilla, con un ligero roce de dientes que me hizo contener un suspiro.
Carraspeé y volví a mirar al frente, justo a tiempo para no perderme el espectáculo de Arus creando un mini dragón azul cobalto con brillantes alas plateadas. Era casi del tamaño de un perrito mediano e incluso tenía la lengua de fuera, lo que lo hacía parecer amigable. Mis hijos corearon un "wow" al mismo tiempo y rieron cuando el dragón les dio un rápido lengüetazo a los tres, luego corrió para que lo persiguieran.
Arus rió al verlos entretenidos y se acercó a nosotros, quienes habíamos quedado un poco impresionados por la hazaña.
—Tú sí que sabes entretenerlos, abuelo —comentó Ada—. ¿Dónde estabas hace unos 10 minutos?
—Escondiéndome —se mofó—. El llanto de Estrella se escuchó por todo el palacio.
—Quería desayunar chocolate —le contó.
Arus sonrió.
—Me recuerda a cierta señorita que ama las trufas de chocolate.
—Pero no me ves desayunándolas, ¿verdad? —se defendió.
«Excepto aquella mañana» —le recordé mentalmente—, «cuando lamí chocolate de tu cuerpo desnudo y luego tú lo hiciste conmigo. Fue un desayuno exquisito»
Ada se atragantó con la cucharada de avena que acababa de comer y yo le di palmaditas en la espalda, escondiendo mi sonrisa.
—¿Estás bien? —le preguntó Arus.
—Sí, solo se me fue por otro lado. —Aunque no logró ocultar del todo sus mejillas sonrosadas, así que se puso de pie—. Te serviré un plato de avena.
Arus le agradeció y se sentó frente a nosotros.
—¿Hablaste con Joham y Jared anoche?
Ada se tensó. No la vi, pero lo sentí en mi cuerpo.
—Sí, pero no sobre la trampa —respondió un tanto más seria.
—¿Cuándo se los dirás?
—No se los diré.
Arus no pudo evitar suspirar.
—Supongo que es tu decisión.
—Te agradeceré que la respetes —dijo colocando un plato hondo frente a él.
—No me dejas otra opción.
—Por favor, Arus —Ada suavizó su voz—. Si se los digo, pelearemos. Y justo ahora no tengo energía para pelear.
—Es tu decisión —repitió él—, solo no olvides que ahora Féryco y Sunforest tienen una alianza formal. Al menos, Jared tiene derecho a saberlo.
Ada asintió, aunque en su rostro se notaba que no quería continuar con el tema.
—Lo pensaré.
—Arus, necesitamos un favor —intervine para ayudar a Ada discretamente—. ¿Podrías vigilar a Alen y Estrella un rato? Queremos hablar con Noah.
—Ah sí —comentó misterioso, echándole una ojeada a su bisnieto—. También lo he sentido.
Ada se enderezó y lo miró con atención.
—¿Su magia? —bajó la voz, aunque no era necesario. Nuestros niños seguían hipnotizados por el dragón y no nos prestaban atención.
Arus se giró hacia ella, una afirmación podía verse en sus ojos.
—Parece que tu hijo será tan poderoso como tú.
Ada mordió su labio con fuerza y casi pude adivinar sus pensamientos llenos de preocupación.
—No sé si eso debería alegrarme o asustarme... —fue lo único que dijo en respuesta.
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