Capítulo 16. Hola Asmodeo.
«Hola Asmodeo»
Recorrí el atuendo de mi esposa de arriba a abajo, deslumbrado por lo peligrosa que lucía en él. Un pantalón de cuero negro se amoldaba perfectamente a sus piernas, dejando expuesta cada una de sus curvas. En la parte de arriba traía puesta una chaqueta de cashmere con flores metálicas en color oro, la prenda se ajustaba a su cintura reloj de arena y se ampliaba de nuevo para caer con una suave onda sobre sus caderas.
Ada se veía magnifica en esa ropa. Y terrorífica, también.
—Supongo que es tarde para intentar convencerte de que te quedes aquí —concluí con tan solo verla.
Ella ajustó las mangas largas de la chaqueta, en un movimiento simple pero elegante.
—Me pediste un día y te lo di —me recordó.
—Lo sé, pero no pasamos una buena noche.
Después del funeral de Carwyn, ninguno de los dos logramos dormir lo suficiente como para encomendarnos a una misión peligrosa, pero no existía ni un atisbo de duda en el rostro de Ada.
—Y seguiremos sin pegar un ojo si no averiguamos pronto quién está detrás de esto —debatió—. No tienes que venir conmigo si no quieres.
—No te atrevas —la apunté con mi índice—. No me dejarás fuera de esto.
—Entonces, te sugiero que te alistes. Pronto.
—¿Qué haremos con los niños?
Ella arqueó sus cejas.
—No los llevaremos al infierno.
—Por supuesto que no, ¿qué hay de Sunforest?
Ada negó.
—Si tú o yo ponemos un pie en Sunforest sucederán dos cosas —enlistó con sus dedos—. Uno: no nos dejarán marcharnos. O dos: tendremos que llevarlos con nosotros en cuanto comprendan nuestro plan. Ninguna de las dos opciones es viable para mí.
Por supuesto que Ada no volvería a poner a su hermano en peligro. No por ella y menos ahora que Jared tenía una familia que dependía de él y Flora, sin mencionar a su reino. Así que no me quejé de su decisión.
—Le diré a Loan que esté al pendiente de ellos.
Afirmó con la cabeza para aprobar mi idea y comenzó a hacerse una trenza francesa con su cabello pelirrojo. Todo el atuendo de Ada gritaba que esperábamos problemas.
—Que sea discreto con Arus —me pidió— si mi abuelo se entera, estamos muertos incluso antes de poner un pie fuera de este palacio.
—Supongo que esto se acaba de convertir en una misión secreta.
—Siempre lo fue —objetó— solo que tú me descubriste.
Ada sujetó su larga trenza con una liga y aproveché el momento para tomarla de los hombros y girarla hacia mí. Sus ojos azules me traspasaron como filosas dagas.
—¿Estás segura de que te encuentras bien? —quise averiguar una última vez.
Ella suavizó su rostro al percatarse de mi preocupación.
—Tranquilo, Ezra —musitó—. Sabes que hace falta mucho más que un golpe en el pecho para detenerme
—Pero tu corazón...
—Late sano y fuerte, ¿no lo escuchas?
Eso era cierto y escuchar el ritmo de sus latidos fue lo que terminó de convencerme, así que dejé de buscar más excusas y la solté.
—Tú y yo —añadió con una sonrisa mortífera— somos el mejor equipo, es el infierno quien debería preocuparse de que vayamos para allá.
Los poderes de Ada se antojaban tan inmensos y especiales que era la única que podía hacer portales entre dimensiones sin necesidad de ningún otro apoyo mágico que sus palabras.
La palma de su mano se posó suavemente en la pared de nuestra alcoba y sus ojos azules me analizaron, cuestionando en silencio si estaba listo. Loan tenía a los niños y nadie más sabía de nuestra partida, ni siquiera mi corte real. Mi hermano no se puso feliz cuando le expliqué rápidamente lo que los dos reyes de Féryco estaban a punto de hacer, pero tampoco haría nada para detenernos.
Por lo tanto, una vez que estuviéramos fuera de su alcance nadie podría contactarnos hasta nuestro regreso, a no ser que Arus se enfurezca tanto que decida invocar un demonio y fusionarse con él, para seguirle la pista a su nieta y arrastrarla de vuelta a casa.
Era probable que lo hiciera, aunque Arus también solía confiar ciegamente en Ada. Con un poquito de suerte, hoy sería una de esas veces.
Un par de zancadas bastaron para acercarme a mi esposa e incliné mi cabeza en señal de asentimiento. Ada no perdió más tiempo.
—Orbis infernum.
Chispas tan rojas como su cabello saltaron de sus manos y un espejo ovalado se formó ante nosotros, reflejando un par de rostros tan serios que automáticamente los dos apretamos la boca en una delgada y tensionada línea.
El portal creció hasta abarcar casi toda la pared y Ada dio un paso al frente, dispuesta a atravesarlo. Mi brazo se cruzó frente a su estómago para detenerla.
—Yo primero. —No fui capaz de ocultar el nerviosismo en mi voz.
Ella no suavizó su rostro al escucharme, pero en lugar de molestarse conmigo por detenerla de esa manera, extendió su mano izquierda y me la ofreció.
—¿Juntos?
Respiré. Me calmé. Entrelacé mis dedos con los de ella y me llené de la seguridad que emanaba de tenerla a mi lado.
—Juntos —acepté.
Hombro con hombro y mano con mano, Ada y yo avanzamos al mismo tiempo. Nuestros cuerpos se desvanecieron una vez que traspasamos el portal para sumergirnos en la oscuridad que reinaba en el infierno.
—Orbis finite.
El portal se cerró a nuestras espaldas y la poca luz que emanaba desapareció de golpe, dejándonos en penumbra. El aire frío nos hizo estremecer al mismo tiempo y arrugué mi nariz al inhalar ese aroma a podrido que caracterizaba a los demonios.
El infierno estaba dividido en varias dimensiones y nosotros permanecimos en la de Sunforest, porque era la única que conocíamos. Solo que ahí el bosque se sumergía en muerte, con árboles negros y escasos de hojas más un cielo lóbrego.
Un gran castillo negruzco se alzaba imponente frente a nosotros, aunque yo sabía que no era el mismo que pertenecía a Azael, el antiguo rey del infierno. Ada lo había destruído la vez que lo mató.
—Es igual de horrible —murmuró con desagrado, evaluando la estructura.
Me estremecí al recordar la última vez que estuvimos en ese lugar, sin saber si ganaríamos la guerra o pereceríamos en el intento. Esa vez Ada se asemejó a una diosa del fuego envuelta en una fiera llama que lo único que destruyó fue su vestido de boda negro, pero no su cuerpo. Fue un espectáculo... y uno muy bueno.
Ella sola quemó vivo a Azael hasta recuperar al ángel que una vez fue, solo para terminar matándolo tras arrancar su corazón contaminado. Muchos demonios la vieron hacerlo antes de huir cuando lo que quedó del inestable castillo comenzó a caer sobre nosotros. Ada se desplomó y cayó en un largo coma después de eso, pero también sobrevivió y desde entonces el infierno se mantuvo en su lugar, siendo lo suficiente inteligentes como para no volver a desatar la furia de mi esposa.
Justo la misma furia que ahora brillaba en los gélidos ojos de Ada.
Soltó mi mano y su cuerpo se encendió, no con aquella enorme llama que lograba alcanzar cuando se adentraba en el último nivel de su magia, sino con una mucho más sutil. Solo la cantidad justa para demostrar que ella era una amenaza.
En los últimos años había avanzado tanto en el control de su magia que ahora podía lograr aquello sin quemar su ropa o dañar su cuerpo, simplemente afianzando un potente escudo a ella, parecido al que utilizó cuando intentó ocultarme su tercer embarazo.
Su fuego iluminó nuestro camino y tras una mirada cómplice comenzamos a andar hacia el castillo, esperando que Asmodeo se encontrara en él. No logramos avanzar mucho cuando ya estábamos rodeados por cinco demonios mayores, con la piel negra tan podrida que se alcanzaban a ver los huesos a través de ella. Clavaron sus ojos rojos en nosotros y no se movieron ni un centímetro, pero tampoco nos atacaron.
—Exijo ver a su rey —demandó Ada con una voz suavemente peligrosa.
Un demonio hizo ademán de dar un paso hacia ella y lancé mi mejor ráfaga de aire, obligándolo a retroceder. Una muralla de viento se alzó frente a nosotros, para que les quedara claro que yo también era una amenaza y no dejaría que le pusieran un solo dedo encima.
La criatura gruñó. Sonreí en respuesta.
—Escuchaste a mi esposa —apoyé— así que apártense de nuestro camino.
—El rey Asmodeo los está esperando —anunció.
Ada ladeó la cabeza, visiblemente curiosa.
—¿Así que él sabía que vendríamos? Que interesante...
Bastante, de hecho. Si Asmodeo nos estaba esperando solo podía significar dos cosas: efectivamente él tenía algo que ver con la muerte de Carwyn... o Ada y yo éramos lo suficiente predecibles.
«Esto podría ser una trampa» —observé.
Ada apagó su fuego, señal de que estaba a punto de aceptar la invitación.
«Si es una trampa, haré un portal enseguida» —prometió— «pero ya estamos aquí, marcharnos ahora solo lo convertirá en una pérdida de tiempo»
«Alguien tiene que volver» —advertí al comprender que seguiríamos adelante con eso.
«¿Perdón?»
«Si algo le sucede a alguno de los dos, el otro tiene que volver sin mirar atrás. Por Féryco... y por nuestros hijos»
Ada estaba tan cerca de mí que claramente escuché su corazón acelerarse.
«No digas tonterías, los dos volveremos»
«Promételo»
«Ezra» —se quejó con fastidio.
«Ada»
Hubo silencio. Los demonios comenzaron a desesperarse mientras la tensión crecía entre nosotros.
«Lo prometo» —gruñó.
«Hagámoslo»
Ella me miró de reojo y yo me limité a asentir.
—Llévame con él —manifestó en voz alta, volviendo su atención hacia el demonio.
Nos dedicó una súbita sonrisa llena de colmillos e instantes después todo a nuestro alrededor se volvió negro. Por puro reflejo, busqué a Ada a tientas y justo cuando logré rodear su cintura con mi brazo, la luz volvió. Ella y yo nos miramos, intentando controlar nuestra respiración errática. ¿Qué diablos fue eso?
Un vistazo a nuestro alrededor y lo comprendimos; de alguna manera los demonios nos habían mandando al castillo en un cerrar de ojos. Intenté tragar saliva disimuladamente, pero mi boca estaba tan seca que me fue imposible hacerlo.
—¡Pero si es la mismísima llama viviente, bendecida por los ángeles! —dijo una voz a nuestras espaldas.
Ada y yo nos giramos al mismo tiempo y aunque nunca antes lo habíamos visto en persona, no nos quedó duda alguna de que estábamos frente a Asmodeo. Se veía muy diferente a Azael, tal vez porque él no era un ángel caído sino uno de los príncipes originales del infierno.
Su cabello oscuro y su tez morena eran lo más normal en él, puesto que dos cuernos sobresalían de su frente y una larga cola puntiaguda se agitaba a su lado, en un vaivén oscilatorio. Sus labios eran tan delgados que se alcanzaban a ver las puntas de sus colmillos rozándolos. Los pómulos estaban tan hundidos que su cara parecía una calavera, mientras que los ojos rasgados se asemejaba más a los de una serpiente.
Se movieron de arriba a abajo para recorrer a Ada y cuando sonrió con vehemencia, pasó la punta de su bífida lengua por encima de los colmillos. Después, se posaron en mí.
—Hola, Asmodeo —Ada recuperó la compostura.
—Rey Asmodeo —corrigió con una amabilidad distante—. Todo gracias a ti, preciosa.
Solté a Ada, dándole a entender que tenía mi permiso para arrancarle la cabeza después de escuchar como la llamaba preciosa, pero ella se mantuvo quieta y aprovechó para evaluar el lugar donde nos encontrábamos. Parecía un comedor sombrío, sin ventanas y cargado con los colores negro y verde esmeralda.
Asmodeo estaba sentado al final de la larga mesa, en la silla principal. Con una seña nos indicó que nos acercáramos a él y lo hicimos con cuidado, atentos a la más mínima señal de que aquello fuera una trampa y estuviera a punto de desatarse.
—¿A qué debo este placer? —canturreó.
Miré la comida sobre la mesa, había tres platos recién servidos y aún calientes, acompañados de tres copas de plata repletas de vino.
—¿Cómo sabías que vendríamos? —pregunté, señalando los asientos listos para nosotros.
—Una corazonada, ¿se quedan a comer?
—No tenemos tiempo para sentarnos a comer y charlar tranquilamente —rebatió mi esposa.
—Entonces, iré al grano —Asmodeo apoyó la barbilla en su brazo con un gesto de aburrimiento—. Yo no maté a tu hada.
Ambos nos tensamos.
—¿Cómo lo sabes? —insistí.
El demonio volvió a señalar los asientos vacíos, uno a cada lado suyo. Ada y yo nos separamos para ocuparlos en silencio, yo a su izquierda y ella a su derecha, por lo que nosotros quedamos frente a frente.
«No toques nada». —No la miré, para que Asmodeo no sospechara de nuestra silenciosa conversación.
«Ni que fuera tan tonta»
—¿Y bien? —cuestioné secamente.
Él bajó y subió sus hombros, mientras pinchaba una uva del tazón central y se la llevaba a la boca.
—Ya te lo dije, yo no tengo nada que ver en eso, aunque no me desagrada su visita.
Una codiciosa mirada volvió a caer sobre Ada, pero ella no se dejó intimidar por esos ojos serpentinos.
—¿Cómo sabes sobre la muerte de Carwyn? —insistió.
—Oh. —Apreté los puños bajo la mesa cuando Asmodeo fingió sentir pena—. ¿Se llamaba Carwyn?
—Si tú no lo mataste —intervine— ¿al menos sabes quién lo hizo?
Asmodeo tomó su copa de plata para beber tranquilamente y ocultar su gran sonrisa tras ella. Relamió sus labios para saborear hasta la última gota de vino, pero fue tan lento y pasivo que me pregunté —en silencio— si solo estaba jugando con nosotros.
Dejó su copa de nuevo sobre la mesa y se recargó en el respaldo de su asiento, acariciando lentamente su barbilla con las puntas de su garras en un gesto que podría parecer pensativo.
—Esa información —dijo por fin— tiene un precio muy alto.
—¿Lo sabes o no? —gruñó Ada.
—Tal vez —rio—, tal vez no ¿cuánto estás dispuesta a dar para averiguarlo?
Me puse tan recto en mi silla que hasta la espalda me dolió, pero ninguno de los dos terminó con la intensa lucha de miradas que había entre ellos. Mi corazón se detuvo, esperando ansiosamente por la respuesta de Ada.
—¿Cuál es tu precio?
Asmodeo miró el techo, fingiendo que estaba pensando una propuesta interesante a pesar de que resultaba obvio que ya lo tenía todo planeado.
—¿Venderías tu alma al diablo? —sugirió divertido.
Ada no lo negó.
Les dije o no que las cosas se iban a poner interesantes, ¿ahora que creen que sucederá? ¿Asmodeo ha confirmado o negado alguna de sus teorías? ¿Creen que sea el antagonista y lo está fingiendo todo?
Porque ustedes lo pidieron, a partir de la próxima semana vuelven los tres capítulos semanales: espérenlos miércoles, viernes y domingo ;)
Les dejo el atuendo de Ada en este capítulo:
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro