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Capítulo 1. Féryco.




«Féryco»





Féryco.

Mi hogar.

Y mi reino.

De pie sobre el círculo de piedras gigantes en la cima de la colina más alta, podía verlo absolutamente todo. Las praderas envueltas en colores cálidos se extendían a mis pies y el río plateado serpenteando camino abajo, hasta alcanzar el enorme palacio hecho de oro y plata.

En un día normal todo solía estar tranquilo mientras las hadas paseaban bajo el dulce sol para disfrutar el calor de sus rayos. El pasto suave y las flores silvestres se bañaban con el color dorado por su luz, al mismo tiempo que se mecían tranquilamente con las ligeras ráfagas de aire.

Sin embargo, en esa ocasión no podríamos contemplar uno de esos mágicos atardeceres, ni de sumergirnos en la paz que contagiaban. Se avecinaba una gran tormenta. En el horizonte el cielo negro avanzaba hacia nosotros sin detenerse, cubriendo los últimos rayos del sol y dejando que las sombras cayeran sobre el paisaje.

Crucé mis brazos sobre mi pecho mientras examinaba las gigantescas nubes oscuras, hace mucho que no teníamos una tormenta de esa magnitud y estaba un poco preocupado. Por esa razón ordené a mi corte —y a todas las hadas que estuvieran dispuestas a ayudar— colocar hechizos de protección por las praderas, sobre todo alrededor del río. Los hogares de mi gente estaban bajo tierra y si este se desbordaba, resultaría catastrófico.

Mi pecho vibró y a pesar de que la tormenta aún estaba lejos, pude sentir las impresionantes ráfagas de viento que se estaban creando. Era uno de los beneficios de ser un hada que dominaba los cuatro elementos de la naturaleza; tierra, agua, aire y fuego se encontraban en mi magia y dentro de mi ser. Gracias a eso podía sentirlo.

Mi poder era bastante respetable y nadie lo podía negar, fue una de las razones por las que Arus —el antiguo rey de Féryco— me escogió como su sucesor después de que su hijo rechazara el trono. Sí, yo también era un hada. Y era el rey de todas ellas.

Alcé mis brazos y cerré mis ojos, dejando fluir mi magia para que se extendiera por todo Féryco como un escudo protector. Tal vez podría sostenerlo durante toda la noche, aunque eso me dejara agotado.

El aire sopló y echó mi cabello cenizo hacia atrás. Abrí los ojos de nuevo y con un salto controlado bajé de la enorme roca para caer sobre el césped y dirigirme hacia el río, con la intención de evaluar el trabajo que estaban haciendo en él.

Me detuve a medio camino al encontrarme con un grupo de hadas pequeñas rodeando a un hada mayor y escuchando muy atentamente la historia que les estaba contando. Los niños se veían fascinados y sonreí al verlos, recordando a mis propios hijos.

Una de las tradiciones de Féryco era que las hadas más experimentadas siempre buscaban transmitir sus conocimientos a las más pequeñas, y enseñarles todo lo que sabían. Por eso éramos una especie que había prosperado tanto a lo largo de los milenios, estábamos unidos, en sintonía y nos apoyábamos mutuamente. No por nada teníamos una responsabilidad tan enorme como ser los guardianes de la magia y del bosque que nacía en ella, conocido como Sunforest.

—Hola Nereo —me dirigí al hada que estaba narrando la historia.

Los niños alzaron su cabeza con emoción al escuchar mi voz.

—¡Rey Ezra! —chillaron al unísono.

Alcé mi mano para saludarlos a todos y ellos me miraron como si fuera una celebridad. Viví en la Tierra el tiempo suficiente como para reconocer esos chispeantes ojos llenos de emoción.

—Majestad —respondió Nereo haciendo una ligera inclinación con su cabeza—. Los niños querían escuchar una historia de este viejo.

—Tus historias son maravillosas —concordé— pero tal vez es hora de que continúen bajo tierra.

Nereo alzó sus ojos y observó el cielo con curiosidad.

—Ah —exhaló—, veo que se acerca rápidamente.

Asentí.

—Me sentiré más tranquilo si se van ahora.

Nereo me calmó con una sonrisa.

—Por supuesto —aceptó y le hizo una seña a los pequeños para que lo siguieran—. Vamos niños, ya escucharon al rey.

Obedientes, ellos lo siguieron y yo no me demoré más en continuar mi camino. Loan, mi hermano menor, me recibió al llegar al río. Sus oscuros ojos me regresaron una mirada tranquila, así que supuse que no recibiría malas noticias.

—¿Está controlado?

Asintió.

—Hemos creado hechizos por todas partes, estamos listos para la tormenta.

Solté el aire y automáticamente escondí mis manos en los bolsillos de mi pantalón. Mi hermano me observó.

—Estás preocupado. —Noté que no fue una pregunta.

—Un poco —admití sin dar muchos detalles—, hace mucho que no teníamos una tormenta de esta magnitud.

—Saldrá bien —me tranquilizó.

Incliné la cabeza para darle la razón, sin mencionar nada acerca de ese extraño presentimiento que me estaba dominando. Por el momento, eso me lo guardaría para mí.

Loan me examinó, pero o no encontró nada o decidió guardar silencio. A pesar de que él era cuatro años menor que yo ahora casi parecíamos gemelos, aunque las expresiones de su rostro siempre fueron mucho más suaves que las mías. También nos diferenciaban los ojos; él se quedó con los misteriosos negros de Elof —nuestro padre— mientras que yo heredé los color miel de Estrella, nuestra fallecida y muy querida madre. De ahí en más, ambos teníamos el mismo cabello cenizo, la piel bronceada y las facciones similares.

—Quiero ver al resto de la corte en el palacio —pedí.

Loan volvió a asentir.

—Les avisaré.

—Los estaré esperando.

Me giré para desaparecer y llegar mágicamente al vestíbulo del palacio, con la intención de andar el resto del camino para poder aclarar mi cabeza. Subí a paso tranquilo la escalera de mármol blanco y granito, la cual se dividía en dos. Viré hacia el lado derecho y pasé de largo la biblioteca real, atravesando varios pasillos que —para cualquiera que no viviera ahí— eran un laberinto.

No tardé más de algunos minutos en llegar al lugar que estaba buscando. Entré al salón del trono y el eco de mis pasos resonó por la estancia vacía. Era inmensa, una de las más grandes del palacio. Antiguos reyes la construyeron así con la intención de mostrar su poder y ser imponentes, actualmente la utilizábamos para tener privacidad en reuniones importantes.

Era una sala rectangular, con las paredes llenas de cientos de retratos de los gobernantes más importantes de Féryco, adornados con ornamentos dorados y columnas tan blancas como el suelo y techo. El mármol recién pulido brillaba, tanto así que se podía ver el reflejo de los dos tronos de marfil que estaban al fondo, ambos con cojinería blanca y dorada.

Me senté en el mío y coloqué uno de mis tobillos sobre mi pierna izquierda, mientras observaba las sillas vacías que rodeaban a los tronos en un semicírculo perfecto y pasaba una mano por mi mandíbula, acariciando la incipiente barba de mi rostro.

Mi corte apareció frente a mis ojos, uno por uno. En Féryco, una corte real era la familia que tú elegías para acompañarte durante tu reinado, normalmente formada por algunas de las hadas más poderosas que dominaban los cuatro elementos, aunque ese no era un requisito estrictamente necesario. Sus principales funciones eran aconsejar y proteger, sin importar qué.

La mía estaba conformada por seis hadas de mi entera confianza, cinco que Arus había escogido y entrenado él mismo. Incluso yo fui parte de su corte durante muchos años, antes de que decidiera elegirme como su heredero. El sexto era Loan, decidí incluirlo cuando comprendí que no existía nadie más leal a mí, que mi propio hermano.

Ellos hicieron una breve reverencia, pero yo fruncí mi ceño al notar que solo había cinco hadas frente a mis ojos. Rápidamente identifiqué al ausente.

—¿En dónde está Carwyn? —pregunté en voz alta.

Loui, Frey, Nia, Clío y Loan se miraron entre ellos, esperando encontrar la respuesta en el rostro de sus compañeros.

—No lo hemos visto —admitió Frey.

—¿Desde cuándo?

—Esta mañana me dijo que iría a la Tierra —respondió Clío— parece que no ha regresado.

Me relajé en mi asiento al escuchar la explicación. Si él seguía en la Tierra, seguramente por eso no escuchó mi llamado.

—Hablaré con él después —me limité a responder y con una seña les indiqué que tomaran asiento.

Las hadas ocuparon las sillas más cercanas a los tronos en completo silencio y pasé mis ojos por ellos, notando lo cansados que se veían. Había sido un arduo día para todos.

—¿Nuestra hermosa reina no nos acompañará el día de hoy?

Miré a Loui y me contuve de rodar mis ojos, porque sabía que ese no sería el comportamiento de un rey. Él era una de las hadas más descaradas que jamás había conocido y me tenía un poquito de rencor porque, hace años, Arus me escogió a mí para llevar a cabo la misión de proteger a Ada Rey, la princesa de Sunforest que fue escondida en la Tierra para poder mantenerla a salvo.

Por alguna razón que yo desconocía, Loui le había suplicado a Arus que le diera el trabajo y cuando se enteró de que fui yo quien lo obtuvo, se molestó muchísimo. En ese momento a mí me dio igual, aunque ahora lo agradecía infinitamente, ya que aquella princesita se convirtió en mi esposa y ahora gobierna junto a mí. Incluso cuando también es la reina de Sunforest.

Los que conocen a Ada, saben que ella es perfectamente capaz de gobernar dos reinos al mismo tiempo.

—Ada se encuentra en Sunforest —expliqué—, tenía que resolver un par de pendientes.

Loui chasqueó su lengua y se recargó en el respaldo de la butaca, claramente decepcionado. Desvió sus ojos zafiro y con una mano se echó el cabello blanco hacia atrás, para despejar su frente. Su piel crema solo acentuaba el color de su pelo, haciendo que pareciera el más iluminado de los cinco. Él era un par de años más joven que yo.

Solté un suspiro ligero. A pesar de su evidente descaro, Ada y yo habíamos decidido conservarlo en nuestra corte, ya que era uno de los mejores cazadores y su olfato era insuperable. Su lealtad hacia Féryco, también... y eso valía mucho, aunque en ocasiones su actitud no fuera la mejor.

—No quiero quitarles mucho tiempo —fui al grano, para darles a entender que comprendía lo cansados que estaban—. Solo necesito los detalles más importantes de los hechizos que hicieron para poder evaluar si es necesario crear más.

Fue Frey quien comenzó a hablar, completamente opuesto al físico de Loui. Él siempre parecía ser el más misterioso y reservado de todos, incluso más que yo. Su aspecto era oscuro gracias a la combinación de sus ojos negros con su cabello azul marino como la noche.

Cuando terminó de hablar, asentí y miré a Nia para indicarle que era la siguiente. A pesar de que ella era mi ex novia, ahora nuestra relación era puramente profesional, en parte gracias al pequeño incidente que tuvimos cuando recién conoció a Ada. Digamos que tuve que dejarle muy en claro quién era parte de mi pasado y quién mi futuro. Después de eso no tardó mucho en terminar aceptándolo.

No era que Nia no fuera bonita, de hecho, su cabello magenta y su piel morena eran muy llamativos de una manera exótica. Eso más las marcadas curvas de su cuerpo eran un deleite para cualquier hombre y yo disfruté mucho de cada uno de nuestros encuentros. Sin embargo, fue Ada quien resultó ser mi alma gemela y no hubo nada que yo pudiera hacer para evitarlo.

Como si ese último pensamiento la hubiera invocado, las puertas del salón se abrieron y mi esposa las atravesó con una elegancia digna de apreciar. Mi corazón amenazó con salirse de mi pecho al verla en ese vestido turquesa con flores bordadas y listones de terciopelo. La recorrí con los ojos, de arriba a abajo, de pies a cabeza. Cuando sus ojos azules me encontraron, me guiñó uno con su típica picardía.

—¿Me extrañaron? —preguntó, saludando a la corte y pasando entre ellos para alcanzar su trono, a mi lado.

Antes de sentarse se inclinó para besar rápidamente mi mejilla, sin importarle que todos nos estuvieran viendo. Sonreí, porque esos cariñitos siempre serían bienvenidos por mi parte.

«Mucho» —respondí telepáticamente, para que solo ella me escuchara.

«También yo» —dijo de la misma manera—. Perdón por la tardanza —añadió en voz alta— ¿qué acabo de interrumpir?

—Ellos me estaban informando sobre las protecciones que hemos puesto en las praderas por la tormenta que se avecina —le informé suavemente.

—Bien —asintió cruzando una pierna sobre la otra—. Continuemos, entonces.

Loan y Loui nos dieron sus respectivos reportes y fue Clío quien finalizó. Siempre me había gustado la tranquilidad que emanaba de ella y esa no fue la excepción, así que agradecí internamente que fuera la última en hablar porque me contagió su calma.

Clío debió notar el efecto que tuvo en mí, porque apartó su cabello castaño dorado y me sonrió dulcemente con ese rostro salpicado de pecas. Sus ojos caoba se mantuvieron tan tranquilos como ella. Me encantaba que alguien de mi corte lograra emitir esa paz.

—Excelente —aprobé todo lo que acababan de decirme—. Me parece que estamos cubiertos.

Era cierto. Ahora lo único que quedaba era esperar a que la tormenta llegara y nuestra magia resistiera.






He aquí el vestido de Ada ❤

¿Qué tal el primer capítulo de Féryco? ¿Qué se siente estar dentro de la cabeza de Ezra? Escribirlo fue un reto, sobre todo después del libro de Ada porque son dos personalidades muuuy distintas, pero estoy muy feliz con el resultado y siento que las ayudará a comprenderlo mejor.

Ya me contarán si es así ;)

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