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Prólogo.




«Prólogo»
Caelum

Estrella se encontraba en Paradwyse.

Y no solo eso, mi esposa también estaba arriesgando su vida en una estúpida prueba para salvarme. Mis manos, pies y alas estaban atados y yo nunca me había sentido tan impotente como en ese momento. Además, la cadena perpetua secaba mi magia celestial, dejándome aún más débil e indefenso. Estando así yo no podía hacer nada para ayudarla y aquello me estaba matando lentamente.

Hacía rato que Estrella no salía a respirar y sus hermanos caminaban de lado a lado en la orilla de la laguna, nerviosos y acechantes. Ninguno había ocultado su entera sorpresa al enterarse de que su hermana menor sabía nadar, pero de todas formas cualquiera de los dos parecía dispuesto a zambullirse en caso de que algo se complicara y solo eso me daba un ápice de tranquilidad.

Ahora que mi esposa se encontraba bajo el agua, alguno de los arcángeles había levantado el hechizo que me impedía hablar. Era demasiado tarde, de todas formas. Yo ya no podía advertirle que la llave que buscaba era nada más y menos que una pluma dorada proveniente de mis alas. Mi Ella era inteligente, pero el tiempo que le dieron para la prueba también era una burla. Y yo no tenía idea de si lograría resolver el acertijo a tiempo.

Estrella apareció en ese momento y el silencio en el estrado fue tan pesado que sentí que me aplastaba. Miró el reloj de arena con pánico y entonces lo supe: no lo lograría. Sus ojos plateados se posaron en mí, tristes y llenos de dolor. Lo hubiera dado todo solo para poder consolarla en ese momento, pero lo único que atiné a hacer fue negar con mi cabeza para indicarle silenciosamente que nada de esto era su culpa. La prueba no me importaba, mi libertad tampoco. Lo único que yo quería era que estuviera a salvo, así tuviera que sacrificar una vida a su lado.

Eso era lo que yo había hecho en el Edén: entregarme a cambio de ella.

Mi pequeña era tan terca que se sumergió de nuevo, reacia a darse por vencida. Duró otro buen rato sin salir a respirar mientras los últimos granos de arena se despedían dentro de ese inmenso reloj. Me puse nervioso, ella tenía que salir de ahí ahora.

Entonces, el agua explotó.

La laguna se dividió en dos olas que se alzaron hacia los lados. El Concejo jadeó y los hermanos Rey se echaron hacia atrás, completamente pasmados por lo que estaba sucediendo... o tal vez por la magia que irradiaba su hermana en medio de ese espectáculo.

Estrella estaba al centro de la laguna, tan empapada que el cabello pelirrojo se le pegaba en las mejillas pálidas. El hermoso vestido de plumas que se había puesto combinaba con el suelo tapizado de plumas blancas y la hacía parecer un ángel sin alas. Pero lo más impresionante de la escena, era el agua que sostenía a cada lado suyo, en dos enormes paredes cristalinas que casi tocaban el techo.

Nadie dijo absolutamente nada y ella se limitó a extender su mano derecha para revelar la pluma dorada. Mi corazón se detuvo al verla, justo cuando ella apretaba su puño para hacer explotar el reloj de arena que los arcángeles habían creado para retarla. Cristal, arena y metal volaron en mil pedacitos, nadie hizo nada para detenerlo.

En un parpadeo Estrella se transportó hacia arriba, hacia mí. Fue cuando comprendí que no era del todo ella. Su rostro estaba vacío y sus ojos ausentes, algo en sus pupilas plateadas parecía haber cobrado vida, una magia muy extraña e inusual que la estaba dominando por completo.

Si ya no tenía mi magia, ¿ahora que mierda había dentro de ella?

Estrella me extendió mi pluma y yo acuné mis manos para recibirla, en cuanto la llave hizo contacto con mi piel mis ataduras se aflojaron sin oponer resistencia. Mi magia volvió a mí de golpe y el poder que tanto había extrañado bailó dentro de mis venas, esperando por salir a jugar. Me puse de pie y las cadenas cayeron al suelo. Estiré mis alas para desentumecerlas, al mismo tiempo que evaluaba a mi esposa con mucho cuidado. Su rostro frío y duro no me dio ni una pista de lo que estaba a punto de suceder, así que realmente me sorprendí cuando la magia volvió a estallar frente a mí y un inesperado ataque cayó sobre Forcas.

No me dio tiempo de detenerla. Apenas comprendí que lo atacó de esa manera tan despiadada, me giré en redondo hacia el Concejo al imaginar lo que se avecinaba. Todo el esplendor de mi magia se levantó en un escudo que solo resistió a la agresión de los arcángeles gracias a que mi magia llevaba horas dormida y no había gastado ni un gramo de ella. Aun así, fue un golpe fuerte que me dolió hasta la médula e hizo temblar mis huesos.

Los escudos plateados de los príncipes de Féryco se alzaron alrededor de Estrella y yo agradecí en silencio la doble protección. Tadeus, el nuevo miembro del Concejo que había sido elegido por los Dioses para reemplazarme, decidió ponerse de nuestro lado por alguna razón que no me molesté en averiguar. Su ayuda era valiosa y más que bienvenida, por muy poderoso que yo fuera no podía contra todos ellos yo solo.

Tadeus no atacó a sus compañeros, simplemente se limitó a reforzar las paredes de mi escudo y cortar el camino hacia Estrella. Y mi esposa aprovechaba nuestra protección para seguir torturando a Forcas... Me pregunté a mí mismo si ella sería capaz de matarlo. No era que no lo mereciera, pero si Estrella lo lograba pasaría el resto de su vida encerrada en las montañas por asesinato. Ella estaba pisando una línea muy peligrosa

Akriel y Ecanus intentaron alcanzarla, pero Tadeus estaba más cerca de ellos y logró pararlos a tiempo. Magia y colores colisionaron con tanta fuerza que supe que esa lucha no tendría fin. Tadeus debió pensar exactamente lo mismo que yo, porque me miró con exasperación y me gruñó:

    —¡Detenla antes de que esto se vaya a la mierda!

    —Ya se fue a la mierda —refuté. Aun así, le hice una seña para indicarle que se encargara de detener a los arcángeles y me giré de nuevo hacia Estrella.

El mayor de los príncipes me miró con advertencia, pero no me detuvo cuando me acerqué a ella y abracé sus mejillas para obligarla a verme. Un rostro vacío y perdido me devolvió la mirada.

    —Ella —supliqué—. Vuelve. Ven a mí.

Ni siquiera reaccionó a mi voz. Continuó muda y ausente, sin detener su ataque aunque yo intentaba distraerla. Estaba completamente cegada y decidida a matar a Forcas.

    —Eres mejor que esto, mejor que él —traté de convencerla. No había hecho todo esto por ella para que terminara así, no la había cuidado desde los dos años para que la encerraran de por vida—. No vale la pena. Por favor, Ella, detente.

Recuperé el aliento cuando la vi pestañear y respirar hondo, para escapar de su trance. Su cuerpo se aflojó y la atrapé en el aire antes de que cayera al suelo. El ataque se detuvo y al ser liberado, Forcas tosió y escupió el agua con desesperación, pero al menos estaba vivo.

Ella no logró matarlo, aún tenía una oportunidad de salir de esta.

    —Bien hecho, pequeña hada poderosa —la felicité en voz baja.

    —Cael... —susurró con voz ronca. Bien, ella en serio estaba de vuelta. El hecho de que recordara mi apodo era suficiente prueba de ello.

Mi pequeña hada se abrazó a mí con la fuerza que le quedaba, pero no era mucha. Seguro que el descomunal uso de su magia acababa de dejarla agotada. La envolví en mis brazos con mucho cuidado cuando las olas de la laguna cayeron y volvieron a su cauce, en parte porque no quería volver a separarme de ella, en parte porque ahora todos los arcángeles la estaban mirando como si fuera un monstruo.

No sabía cómo, pero no iba a dejar que tocaran uno solo de sus cabellos.

    —¿De dónde salió todo ese poder? —cuestionó uno de los arcángeles más antiguos, se llamaba Mathus.

    —¡¡Asquerosa hada!! —interrumpió Forcas—. ¿Cómo te atreves a atacarme de esa manera?

Forcas dio un paso en nuestra dirección y yo le rugí para que retrocediera, en una amenaza muy seria.

    —Caelum, apártate de ella —me ordenaron.

Estrella hizo todo lo contrario y se aferró aún más a mí, temiendo que yo fuera hacerle caso a los idiotas del Concejo.

    —No —respondí con firmeza.

    —Ha atacado a un arcángel en nuestras narices, no hay nada que puedas hacer para defenderla.

    —Es obvio que Estrella no estaba en sus cinco sentidos —la defendió Tadeus, sorprendiéndome de nuevo. 

    —¿Por eso te has vuelto en contra de tus propios compañeros? —lo retaron. 

    —Yo solo he defendido a una inocente.

    —Una "inocente" que ha atacado a uno de nosotros.

    —Él me atacó primero. —El comentario de Estrella me dejó helado—. Trató de matarme durante la prueba.

Me obligué a apartar la vista del Concejo para mirar a mi esposa, tan pálida y pequeña entre mis brazos. Lucía débil y exhausta, pero había determinación en esos ojos plateados. Ella no estaba mintiendo.

    —¿Qué? —cuestioné, sintiendo la sangre de mis venas convirtiéndose en hielo.

    —No te servirá de nada mentir —intervino Forcas—. Yo no me moví de mi lugar y tengo testigos.

Estrella frunció su ceño y lo acusó con la mirada.

    —Sea lo que sea que hice, ¡tú lo provocaste!

    —Basta —ordenó el Concejo—. No hay pruebas de tal ataque y levantar falsos contra un arcángel es...

    —Oh, tengo pruebas —aclaró mi esposa—. El agua tiene memoria, ¿no lo sabían? Dejen que se las muestre.

Estrella agitó su mano y formó dos figuras de agua que flotaron sobre la laguna: Forcas y ella. Entonces, la voz de él tomó vida y las palabras que le escuché decir hicieron que el hielo se derritiera y mi sangre hirviera. Vi cómo la ahogaba y mataba como un vil cobarde. A mi esposa.

"Muero por ver cómo se escapa la vida de tu mirada. Y muero por ver su rostro quebrado cuando te encuentre muerta. Será un final muy feliz para mí".

Iba arrancarle los ojos, la lengua y el corazón solo por haberse atrevido a decir eso. No iba a quedar ni polvo cuando acabara con él.

    —¡Voy a matarte, hijo de puta!

Mi vista se tornó roja y no fui consciente de la velocidad con la que mi cuerpo se movió hacia mi objetivo, dispuesto a derramar la sangre que hiciera falta. Me importaba una pluma si mis alas se quemaban después de asesinarlo, ese ser no merecía vivir y a mí no me importaba sacrificarme con tal de obtener justicia.

    —¡Cael!

No fue el grito de Estrella el que me detuvo, ni siquiera la desesperación con la que pronunció mi apodo, fue Tadeus quien se atravesó en mi camino y logró detenerme con un golpe de magia proveniente de sus alas.

    —No más peleas, no más justicia por mano propia. Forcas será juzgado como es debido —anunció—. Tú eres libre. Estrella está viva. No lo arruines.

Aún tenía sed de matanza, pero esas palabras lograron que algo de compostura volviera a mí. Me hicieron razonar. Tadeus me miró con aprobación, antes de girarse hacia el maldito de Forcas.

    —Atrápenlo.

Ni siquiera puedo explicar la satisfacción que me embargó al verlo encarcelado en su propia cadena perpetua, tal y como él lo había hecho conmigo.

    —¿En serio elegirán a un hada sobre mí? —reclamó.

    —Los ángeles no matamos a inocentes, Forcas —le recordó Tadeus—. Es una de nuestras reglas más sagradas. Lo tuyo con Estrella Rey ya se volvió personal y eso es muy peligroso. A partir de este momento te prohibimos ponerle un dedo encima.

    —Ella me atacó, debe ser castigada por el atrevimiento.

    —Se ha demostrado que fue en defensa propia y dentro de su descontrol mostró control. Su ataque no tocó a ningún otro arcángel, solo a ti. Lo único que faltaba era comprender la razón de su defensa.

El pánico cruzó por el rostro de Forcas, algo me dijo que el arcángel apenas estaba cayendo en cuenta que acababa de perder.

    —¡No pueden hacerme esto!

    —Serás juzgado por tus actos y bajo las leyes de Paradwyse. Si alguien tiene una objeción es momento de decirla. —Nadie dijo nada. Después de lo que Estrella nos había mostrado, yo hubiera matado al que se atreviera a abrir la boca en su defensa—. Llévenselo —ordenó Tadeus—. Estoy cansado de juicios y audiencias, lo resolveremos otro día.

Solo me relajé cuando los centinelas sacaron a Forcas del estrado. La realidad cayó sobre mí de golpe: Estrella estaba a salvo y había logrado liberarme. Me giré, buscándola con la mirada. Ella aún estaba muy pálida y se notaba que apenas lograba mantenerse en pie, uno de sus hermanos tenía que ayudarla a sostenerse, pero también había alivio y anhelo en esa carita suya.

Di un paso hacia ella, no supe si para abrazarla o besarla, tampoco importó. El aire se endureció de golpe y una pared invisible se formó entre nosotros, impidiéndome alcanzar a mi esposa.

Incrédulo, coloqué mis manos sobre la barrera y cuando esta no cedió, me volví hacia el Concejo

    —Esto no ha acabado —informó uno de los arcángeles, a la vez que volvían a sus asientos.

    —Estrella ganó la prueba, lo acordamos —objetó Tadeus.

    —Acordamos que Caelum sería libre si ella superaba la prueba. El hada nos suplicó que no le arrancáramos las alas, se lo concedimos. Nunca dijimos nada sobre permitirles estar juntos.

Lo entendí de golpe: los muy malditos iban a separarnos y yo había sido un idiota por no haberme dado cuenta antes. No estaba listo para el dolor que sentí, no cuando los últimos seis meses junto a Estrella habían sido tan mágicos, no cuando estaba perdidamente enamorado de esa hada que se robó mi corazón. Me maldije a mí mismo por haberme separado de ella sin siquiera robarle un último beso, por no haber disfrutado ese breve abrazo que nos dimos, por haberle gritado la noche anterior en lugar de decirle lo asustado que estaba por ella y lo mucho que la amaba...

    —Tadeus tiene razón en algo, han sido demasiadas reuniones. Así que hagamos esto rápido. ¿A favor de que Caelum y Estrella continúen por caminos separados?    

Las manos que nos condenaron se alzaron sin un atisbo de duda, todas menos Tadeus.

    —Está decidido —decretó Mathus—. Estrella Rey, hemos sido piadosos contigo. Te hemos declarado inocente y retractado tu sentencia. Y hemos escuchado tu pedido: las alas de Caelum a cambio de todo el dolor por el que ha pasado tu familia. Esperamos que estés agradecida.

    —¿Agradecida? —preguntó con una vocecita débil, pero llena de odio e incredulidad.

Si el arcángel lo notó, decidió ignorarla.

    —A cambio, tenemos una condición. Para que las alas de Caelum continúen intactas, ustedes no volverán a verse. Sea lo que sea que suceda entre mortal e inmortal, se acaba aquí. Y si nos desobedecen... —El arcángel me miró, su amenaza estaba implícita—. La próxima vez no nos tentaremos el corazón, por mucho que supliques.

    »Ah, y otra cosa —le advirtieron—. Hemos rastreado al pegaso que te trajo aquí y sabemos que está en Féryco. Tómalo como un regalo de nuestra parte, una disculpa por lo que te hicimos pasar los últimos seis meses. Sin embargo, tienes prohibido volver a poner un pie en nuestro reino. Usa ese pegaso de nuevo para venir a Paradwyse y lo sacrificaremos.

Estrella le gruñó, tal cual una loba. Yo sabía que ella defendería a Kalon a capa y espada.

    —¿Está claro cada punto o necesitas que te los repita?

    —Los escuché perfectamente —espetó, enseñando los dientes.

    —Bien. En ese caso, tu asilo en Paradwyse ha llegado a su fin.

    —¿Cómo sé que cumplirán su palabra?

    —Oh, tranquila —musitó Tadeus con un tinte de peligro—. Yo me encargaré de que lo hagan.

Estrella me miró y supe que se había rendido, que se estaba despidiendo de mí en silencio. El corazón se me rompió y empujé la pared que nos separaba. Yo la quería. Yo la amaba. Yo iba a rogar por ella si eso era necesario.

    —Por favor —supliqué—, por favor...

Nuestros ojos se conectaron por última vez, pero ni siquiera pude terminar la frase cuando ella desapareció junto a los príncipes de Féryco. Su ausencia me atravesó como una flecha directo al corazón, mi esposa se había esfumado en un segundo y yo ya no sabía cómo iba a sobrevivir sin ella.

Caí de rodillas sobre el suelo de cristal, derrotado. La pared de aire se desvaneció, pero el ser al que yo amaba ya no estaba al otro lado. Ni siquiera pudimos despedirnos...

    —¿Dónde está? —logré preguntar.

    —En Féryco —respondió Mathus—. Si sabes lo que te conviene, Caelum, no volverás a buscarla. Déjala en paz y nosotros también lo haremos.

    —Yo la amo —les hice frente, sin pensar dos veces lo que estaba diciendo. A mi lado, Tadeus me lanzó una discreta mirada de advertencia.

    —Uno de los peores errores que has cometido, sin duda. ¿Cómo vamos a solucionarlo?

Cerré la boca, apenas dándome cuenta que la desaparición de Estrella no era el final de todo esto, ellos aún tenían un as bajo la manga.

    —¿Qué más quieren de mí?

    —Tienes tus alas y tu libertad, tal y como se lo prometimos a la princesa. Eres libre de estar en Paradwyse, pero el Concejo te prohíbe salir del reino. Serás sometido a arresto domiciliario hasta el día de la muerte de Estrella Rey.

    —¿Qué?

    —Sabes que una relación así solo traerá problemas a la larga. En el pasado, tú mismo te has negado a apoyar a mortales e inmortales enamorados, así que te estamos devolviendo el favor. —El arcángel chasqueó sus dedos y una banda dorada apareció en mi tobillo—. Pon un pie fuera de Paradwyse y lo sabremos, tu banda encenderá una alarma e iremos por ti. Cuando te encontremos, cumpliremos la amenaza que le hicimos a la princesa. Y no tendremos más piedad contigo, Caelum, ni siquiera por los viejos tiempos. Sé inteligente y compórtate, solo serán unas pocas décadas, después serás libre de hacer lo que quieras.

¿Yo no volvería a ver a Estrella? ¿Nunca? Sentí que me quedaba sin aire ante la horrible idea.

    —Ustedes no tienen derecho a decidir eso. Ninguno de nosotros lo tenemos, ser arcángeles se nos ha subido a la cabeza y nos ha dado aires de grandeza. No lo merecemos.

    —Tú ya no eres parte del Concejo, así que te recomiendo que cierres la boca —amenazó—. La decisión está tomada, lo único que falta es saber si serás los suficiente estúpido como para desobedecernos de nuevo.

Me tomé el tiempo necesario para dedicarle una mirada mortífera a cada arcángel sentado frente a mí, pero decidí serenarme cuando comprendí que solo yo podría comprarle a Estrella la paz y felicidad que tanto se merecía.

    —A cambio de mi obediencia, ustedes la dejarán vivir en paz —exigí—. Ningún ángel volverá a poner un solo pie en Féryco, sobre todo si se trata de Forcas. —Alcé la cabeza y miré a Ecanus y Akriel—. O alguno de ellos —añadí.

Tadeus siguió la dirección de mis ojos, después me regaló una mirada cómplice.

    —Nos encargaremos de Forcas —prometió—. En cuanto a los arcángeles que estamos aquí presentes, creo que todos podemos comprometernos a dejar a la pobre princesa en paz o nos atendremos a las consecuencias ¿no? —los retó.

Mathus se encogió de hombros, tan indiferente como los otros.

    —Mientras ella se mantenga fuera de nuestro camino, nosotros haremos lo mismo.

    —Si me entero siquiera de que la están espiando, haré que se arrepientan —juré.

    —Tenemos mejores cosas que hacer, Caelum —se burló Mathus.

    —Pues están tan obsesionados con mi vida amorosa que no parece —les gruñí.

    —Insolente mal agradecido... —aulló el arcángel.

    —Será mejor que te vayas, Caelum —indicó Tadeus con cautela.

Me puse de pie lentamente, amenazadoramente, dejando que el aura de mi poder saliera e hiciera temblar el suelo. Recordándoles a todos ellos que, aunque ya no era parte del Concejo, seguía siendo igual de poderoso. Y a ninguno le convenía tenerme como enemigo, no ahora que mis poderes por fin estaban completos de nuevo.

Saboreé el nerviosismo que se reflejó en sus ojos cuando lo sintieron. Antes, me había dejado atrapar y someter para cubrir a Estrella y mantenerla a salvo. Ahora, haría todo lo contrario. Yo me convertiría en la peor pesadilla de los arcángeles y ellos me tendrían tanto miedo que se la pensarían dos veces antes de volverse a meter con mi esposa. Tal vez yo no podía matar a ninguno sin condenarme a mí mismo, pero apenas me dieran una excusa iba a hacerlos sufrir como nunca. Se lo juré en silencio a las estrellas que escuchaban y a los dioses que nos crearon.

Pareció que el Concejo lo entendió, porque todos quedaron mudos cuando por fin me di media vuelta y me marché.

No miré a Malik cuando aterrizó en la punta de una de las montañas flotantes y se sentó a mi lado en el borde del acantilado. Mi vista estaba clavada en el manto de estrellas que flotaba debajo de mis pies, era una noche hermosa.

    —Apestas a melancolía —comentó mi amigo, mirándome de reojo— así que supongo que te has enterado.

    —Todo Paradwyse lo sabe —me excusé.

La noticia de que Estrella Rey ahora era la reina de Féryco, junto a sus hermanos, se había extendido como pólvora por varias dimensiones. La buena nueva había sido inesperada para todos.

Apenas tenía unas cuantas semanas sin verla, pero yo sentía como si hubieran pasado años y cada día se volvía peor: el sonido de su risa se estaba desvaneciendo en mi memoria y ahora me costaba más trabajo evocar su aroma a lavanda.

    —Sé que no te gusta que te lo pregunte pero, ¿estás bien?

    —¿Por qué no habría de estarlo?

    —Tú sabes por qué —musitó.

    —Esto es bueno, significa que ella está dispuesta a seguir adelante —traté de convencerme.

    —¿Quieres que vaya a verla? ¿Que averigüe si está bien? —se ofreció como por millonésima vez.

    —No —me negué.

Solo una vez le había pedido a Malik que fuera a Féryco y solo para que le llevara a mi esposa nuestro piano, esperando que ella entendiera todo lo que no había tenido tiempo de decirle. Él no la contactó ni habló con ella, simplemente dejó el regalo y se marchó silenciosamente.

En ese momento me pareció lo correcto, ya que si no íbamos a volver a vernos yo no quería que ella se creara falsas esperanzas al ver a Malik. Ahora, yo ya no estaba tan seguro.

    «Si alguien bajará a verla, ese seré yo» —le dije mentalmente.

Malik me miró con los ojos como platos.

    «¿Qué mierda estás diciendo?»

    «Necesito verla, solo una vez» —confesé—. «No me importa que ahora sea reina y vaya a quedarse en Féryco por el resto de su vida. Yo solo necesito verla y besarla una última vez»

    «Estás loco, los arcángeles te pondrán las garras encima incluso antes de que pongas un pie en Féryco y entonces sí te arrancarán las alas»

    «Y por eso necesito tu ayuda para burlarlos»

    «Realmente te has vuelto loco»

Miré la banda dorada aferrada a mi tobillo, la cual me mantenía atrapado aquí como a un prisionero, pero las estrellas reflejadas en el metal me dieron esperanza. Yo encontraría la forma de volver a mi Estrella, solo necesitaba tiempo y un fiel aliado.

    «¿Cuento contigo?»

Malik palmeó mi espalda con complicidad.

    «Definitivamente» —accedió con una sonrisa peligrosa—. «Más te vale que tengas un muy buen plan»

Le correspondí la sonrisa.

    «Tengo unas cuantas ideas»

Y si funcionaban... yo volvería a escuchar esa risa, disfrutar ese aroma y ver aquellos ojos tan plateados como las mágicas estrellas de esa noche.

¿Qué les pareció estar dentro de la cabeza de Caelum? ¿Se imaginaron que el Concejo lo apresaría para impedirle ir tras Estrella? ¿Creen que logre liberarse?

Espero que les haya gustado este pequeño adelanto. ♥️ Feliz San Valentín.

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