
Capítulo extra. Mi mejor sueño.
Advertencia de contenido:
Antes de leer, es importante que sepan que este capítulo contiene escenas explícitas de sexo anal, lo cual podría ser un tema sensible para algunas lectoras. Si no tienes tolerancia con este tema o simplemente no estás de humor para leer algo así, mi recomendación es que no lo hagas. No es relevante para la historia, así que no te preocupes, no te estarás perdiendo de ningún dato importante.
El tema se aborda con delicadeza y cuidado, sin embargo, esta escritora no recomienda ni promueve de ninguna manera esta práctica. Simplemente, comparte sus experiencias y aprendizajes a través de la escritura.
Para quienes quieran a leerlo, ¡disfrútenlo!
__________________________________
«Mi mejor sueño»
Respiré hondo, conectando con mi cuerpo.
El yoga nunca fue parte estricta de mi entrenamiento, pero mamá lo practicaba muy seguido. Lo aprendió en su adolescencia, durante su estadía en la Tierra, pero más tarde descubrió que era una herramienta que la ayudaba a controlar sus emociones y su magia.
Me encantaba encontrarla en la praderas haciendo vinyasas, sumergida en una burbuja de paz que había aprendido a crear para sí misma. A veces, papá decidía acompañarla para serenar su mente, pero en su mayoría era una práctica solo para ella.
Hasta que le pedí que me enseñara. Desde entonces, se convirtió en algo de madre e hija.
Mi corazón latió con fuerza al recordarla, extrañaba mucho a mi mamá.
Exhalé lentamente, cambiando de posición y regresando a perro mirando hacia abajo. Flexioné ligeramente mis piernas, primero una y luego otra, para aceptar el estiramiento. Aproveché ese "descanso" para mirar a mi izquierda y supervisar a Caelum.
Mi ángel estaba desparramado sobre el césped, con las manos en la nuca y viendo descaradamente mi trasero. Resoplé y me hinqué para darle un zape en la cabeza.
—¡Ni siquiera lo estás intentando! —lo acusé—. Dijiste que esta semana yo podía enseñarte algo nuevo a ti.
Lo cierto es que ya llevábamos más de cuatro meses en el Edén y se nos estaban agotando las ideas para las lecciones, así que mi ángel me dio vía libre con tal de mantenerme ocupada.
—Y me encantaría aprender —aseguró Caelum con un tonito inocente—, pero no puedo concentrarme si contoneas el trasero en mis narices de esa manera.
Resoplé intentando demostrar enfado, pero solo salió diversión.
—¡No lo hago a propósito! Así es el yoga.
—No me estoy quejando —aclaró con una sonrisa pícara.
—Eres un ángel descarado.
—¿Por admirar tu trasero? —me provocó.
—¿Vas a intentarlo o no? —cuestioné, volviendo a mi posición inicial.
—¿También quieres admirar el mío?
Me rendí ante eso y decidí ignorarlo. Cuando Caelum estaba en su modo travieso era imposible domarlo, lo confirmé algunos segundos después: sus alas me aprisionaron para arrastrarme de vuelta a él y acomodarme sobre su cuerpo, aún tendido en el césped. Su pecho se encontraba cálido por el sol.
—¿Estás enojada? —investigó, evaluando mi rostro.
—Yo pongo atención en tus lecciones —le reclamé en respuesta, aunque la verdad no estaba tan enfadada.
—Mmm —pronunció. Sentí en la piel la vibración de ese sonido—. Ciertamente eres una alumna ejemplar, es difícil estar a la altura.
Chasqueé con la lengua.
—No me adules solo para salirte con la tuya.
El peso de su mano cayó sobre mi nuca para obligarme a inclinarme aún más hacia su rostro, mas me resistí a besar esa boca tentadora.
—¿Y si dejamos el yoga para más tarde? —sugirió, mirando mis labios con desesperación—. Te juro que en este momento no puedo concentrarme.
—Mmm. —Fue mi turno de ronronear—. ¿Entonces qué prefieres hacer?
Su otra mano se posó en mi espalda, sobre la parte desnuda que el top de ejercicio y los leggins ajustados no cubrían. Sus dedos dibujaron círculos en mi piel que me hicieron morderme el labio inferior.
—Mía —declaró—. Prefiero hacerte mía.
—¿Ah sí? —murmuré, lo suficiente bajito para que mi voz sonara sexy.
Sus uñas arañaron mis costillas.
—Te propongo un trato: hagamos una pausa y, más tarde, tendrás toda mi atención para las lecciones de yoga.
Le regalé una de mis mejores sonrisas.
—¿Y qué gano yo con ese trato?
Mis manos ascendieron por su pecho, muy lentamente. Nuestras respiraciones se aceleraron.
—Mi boca. Mi lengua. Mis dientes. Mis dedos. Mi pene...
Lo besé para callarlo, dejando que el resto de sus promesas se convirtieran en un misterio. Con las rodillas apoyadas a cada lado de su cuerpo, quedé inclinada y sometida por su mano en mi nuca, la cual no escatimó en fuerza una vez que me rendí ante él.
—¿Eso es un sí? —murmuró, arreglándoselas para no separarse del todo de mi boca y permitirme huir.
Reí sobre sus labios, mostrándome juguetona.
—Solo si me prometes que por la tarde te concentrarás.
—Hecho.
Él hubiera accedido a cualquier cosa con tal de que no nos detuviéramos, aunque ahora yo tampoco lo quería. No cuando sus manos bajaron hasta mi trasero y lo amasó de una manera tan ruda que me arrancó suspiros de placer.
Lo besé de nuevo. Despeiné su cabello. Acaricié sus hombros. Jugué con sus plumas. Exploré sus abdominales. Y me extrañé porque, en lugar de enloquecerse como yo, él decidió quedarse apretando mis nalgas.
No era que no me gustara, pero mi ángel solía adorar cada rincón de mi cuerpo y esto se me antojaba atípico.
Un deliberado empuje me pegó a su vientre y gemí al sentir esa dureza que ya era familiar para mí. Me separé de su boca para mirarlo, con un montón de diabluras en los ojos.
—¿Tan rápido? Ni siquiera te he tocado.
—Me excita tu trasero —confesó, dándome una palmadita en ambas nalgas, enteramente a su disposición.
Mi sangre rugió y se aceleró.
—¿Eso es un halago?
—Carajo que lo es —afirmó, apretando deliciosamente.
La sensación me transformó, no me enfadaba de su tacto. Todo lo contrario, aquello comenzó a excitarme de una manera novedosa.
—Creo que hoy tienes un fetiche con mi trasero —comenté con curiosidad—. Nunca, nadie, me lo ha manoseado tanto como tú en este momento.
Sus dientes recorrieron mi mandíbula, erizándome la piel.
—Es un pecado que nadie haya apreciado estas lindas nalgas como yo.
Reí y desperté mi lengua para darle un beso muy húmedo, tanto como él me estaba dejando entre mis piernas con sus exquisitos apretones. No sabía que unas simples caricias en mi trasero podían sentirse tan bien, nadie lo había explorado tanto como para descubrirlo.
Metí mi mano por debajo del elástico de su pants para alcanzarlo. Mi ángel estaba duro y más que listo, mojado en la punta. Gimió cuando fue rodeado por mis dedos y comencé a devolverle el placer, de arriba a abajo.
Ambos comenzamos a mecernos siguiendo las caricias del otro, hasta que un hormigueo extraño me sacudió toda la columna vertebral después de que sus dedos se abrieron espacio por entre mis nalgas. La delgada tela de los leggings impidió un contacto directo, pero aun así se sintió demasiado real. Me dejó quieta y abrumada.
Caelum también se detuvo.
—Lo siento —se apresuró a disculparse.
Sus dedos se apartaron de esa parte inexplorada y pestañeé varias veces, volviendo de un extraño trance.
—¿Es eso lo que quieres? —quise saber.
No era la primera vez que tocábamos el tema sobre el sexo anal. Caelum no se anduvo con rodeos ni medias tintas, quiso saberlo todo sobre mí durante nuestra primera semana volviéndonos sexualmente activos. No en un sentido posesivo o chismoso, sino para conocer mis límites. Para saber hasta qué punto podíamos experimentar, qué cosas quería probar y, sobre todo, cuáles eran las líneas inquebrantables.
Con esa apertura y facilidad de comunicación que siempre lo había caracterizado, no me costó trabajo confesarle que nunca había practicado sexo anal y que tampoco me sentía lista para hacerlo.
Él respetó mi decisión y durante esos meses no insistió más con el tema.
—No, Ella —dijo con una voz cariñosa que me incitó a relajarme—. Solo me dejé llevar. Perdóname si te incomodé.
—Es que... —dudé, tratando de poner en orden mis pensamientos.
Caelum jaló mi labio para que dejara de morderlo, antes de que me hiciera daño.
—¿Qué pasa? —preguntó pacientemente.
—Es que no fue incómodo —me sinceré—. Fue extraño, pero me gustó.
Él se quedó mudo durante un rato, fui testigo de cómo la cautela bañó sus ojos.
—¿Qué te gustó? —intentó comprender.
Me ruboricé, lo cual también fue extraño. Caelum y yo solíamos ser muy abiertos y sinceros en estas conversaciones, pero aquella sensación me había sacado de juego. ¿Cómo es que algo para lo que no estaba lista y, siendo sincera, tampoco me había llamado la atención hasta ahora, se había sentido taaan bien?
—¿Ella? —insistió.
—Lo que hiciste —murmuré, apenada.
Examinó mi rostro, tratando de descifrarlo.
—¿Entonces qué es lo que te tiene tan incómoda?
—No lo sé —admití, confundida—. Tal vez que fue sorpresivo.
—¿Fue sorpresivo que te gustara?
—Sí.
Él pasó un dedo por esa línea prohibida, como si estuviera probándome. Me estremecí de expectación y mi ángel evaluó ese gesto.
—Aquí —indicó, meneando su dedo— hay muchas terminaciones nerviosas. Es normal que una caricia te haya gustado, no significa que tengas que hacer nada que no quieras.
—¿Puedes hacerla otra vez? —pedí.
Caelum exhaló de golpe.
—¿Estás segura?
—Sí.
Sus ojos se llenaron de excitación y entonces lo supe sin necesidad de que me lo dijera: eso era algo que él quería hacer. Sabía que lo había hecho anteriormente, pero no tenía idea de que tuviera ese deseo latente conmigo.
Me excita tu trasero. Una parte de mí se sintió poderosa.
Sus dedos me exploraron de nuevo, aun por encima de la ropa, y entrecerré los ojos al sentir exactamente el mismo hormigueo. Esa vez lo estaba esperando, así que pude concentrarme de lleno en la sensación. Era distinta pero... placentera. Muy placentera.
—Que rico —salió de mis labios.
Caelum casi se atragantó con mis palabras.
—¿Puedo hacerlo sin ropa? —preguntó con voz estrangulada.
Volvió a tomarme con la guardia baja.
—No lo sé.
Él suspiró, deteniendo sus caricias y tomándome de la cadera para poder sentarse sobre el césped y mantenerme en su regazo.
—Hablemos claro —pidió.
—No estoy tratando de confundirte...
—Lo sé. —Sonrió de manera tranquilizadora—. Noto que la confundida eres tú.
Se me escapó una risita nerviosa.
—Tal vez un poco.
—¿Me dejas ayudarte a aclarar tu mente?
—De acuerdo —accedí sin dudar.
—¿Te gustó que te acariciara aquí?
Comenzó con una pregunta fácil, puesto que ambos ya sabíamos la respuesta.
—Sí.
—¿Te gustaría explorar más?
—Sí —admití.
—¿Qué tan lejos quieres llegar?
—¿Qué tan lejos podemos llegar?
—Tú pones los límites, Ella. Una vez me dijiste que no te sentías lista para esto, ¿tu respuesta ha cambiado?
Volví a morder mi labio inferior, insegura.
—¿Va a dolerme?
Él acarició mis brazos.
—Prometo hacerlo muy placentero para ti. Y si duele o te sientes incómoda, nos detendremos enseguida. Tampoco necesitamos llegar tan lejos si no te sientes segura, podemos probar con caricias y besos.
—¿Besos?
Caelum relamió sus labios.
—He fantaseado con tener mi cara entre tus nalgas —confesó con la respiración irregular. El cuerpo entero se me calentó de golpe—. Y dejarte con las piernas temblando.
Me removí sobre su regazo, gimió cuando rocé su erección.
—No lo sé —repetí.
—Dímelo —pidió—. ¿Qué es lo que te hace dudar?
—Es que... siento que es un lugar sucio. ¡Por ahí hago popó, Caelum! ¿Cómo voy a dejar que me toques o me beses justo ahí?
Mi ángel soltó una carcajada espontánea que solo me puso más nerviosa.
—¡No te rías de mí! Sin importar lo rico que se sienta, suena a que es... incorrecto.
—No me río de ti —aclaró, sin perder la calma—. Solo me dio risa la manera en la que te expresaste. Lo que piensas, de hecho, es muy común. Sin embargo, hay maneras de cuidar nuestra higiene, de prepararnos para que sea una experiencia grata para los dos. Si te interesa... yo te puedo enseñar.
—Pensé que hoy yo daría la lección.
Ladeó su rostro, claramente divertido por mis ocurrencias.
—Tampoco hay prisa —aclaró para no presionarme.
Caelum nunca me presionaba, aun cuando se notaba que era algo que él deseaba. Y, de alguna extraña manera, eso me hizo desearlo también. Eso y la probadita que me había dado.
—Quiero que me enseñes —pedí—. Ahora.
—¿Segura?
—Nos hacían falta lecciones nuevas por aprender ¿no? —Eché los brazos alrededor de su cuello—. Hay que aprovechar las oportunidades.
Los colores de sus ojos brillaron.
—Te juro que no te arrepentirás de esto.
A pesar de su promesa, estuve a punto de arrepentirme después de la primera lección. Tenía mucha lógica hacer una limpieza profunda para evitarnos sorpresitas durante ese experimento, pero cuando me explicó que tendría que meterme un enema en el culo para, literalmente, lavarlo por dentro, me entró el pánico.
Él se dio cuenta, pero lo empeoró cuando amablemente me sugirió que podría ayudarme a hacerlo para facilitarme las cosas. Lo corrí del baño en ese momento. Sabía que sus intenciones eran buenas y que no le daba pena nada de esto, pero de ninguna manera iba a permitir que Caelum me limpiara la popó del trasero. Todo este proceso parecía algo muy íntimo y personal.
Una vez sola, seguí sus indicaciones al pie de la letra y, aunque fue una sensación extraña, me sorprendió lo sencillo que resultó. El lubricante que me dio antes de marcharse ayudó a que todo fluyera como debía ser. Salí del baño, muy orgullosa de mí misma.
—¿Ahora qué sigue? —pregunté, ávida por saber más.
No estaba segura de si era la excitación por hacer algo nuevo o eran los fogosos ojos de Caelum los que me tenían en este estado electrizante. Él me miró de pies a cabeza, lentamente.
—¿Quieres tomar un baño conmigo? —preguntó coquetamente.
—¿Lo haremos en el baño?
Él se rio, encantado por mi predisposición.
—No, Ella, no es un rapidín que se puede hacer en el baño —dilucidó, acercándose un paso para jugar con mi cabello—. Pero podemos asearnos juntos, quitarnos de encima el sudor y la tierra. Puedo apapacharte y besarte hasta que te relajes.
—¿Necesito estar relajada?
—Mucho —indicó, cargándome para meterme de nuevo en el baño. Hasta el fondo.
Una pared de cristal dividía la regadera mágica del resto del baño, era amplia y no tenía puertas para que sus alas cupieran perfectamente en el gran rectángulo. El agua caía del techo como si fuera lluvia y aún recordaba la primera vez que mi ángel me puso contra el cristal para hacerme suya: él por detrás, aplastando mis senos contra el vidrio frío y con las manos enredadas en mi cabello. Los dos empapados y llenos de jabón.
—¿En qué piensas? —preguntó, notando la lujuria en mis ojos.
Lo besé profundamente y solo supe que llegamos a la regadera porque el agua templada cayó sobre nosotros. Mi gritito de sorpresa fue sincero.
—Aún estamos vestidos —me quejé.
—Eso se puede arreglar.
Caelum me devolvió al suelo, siendo cariñoso y cuidadoso. Recorrió mi cuerpo con las manos y mi boca con la lengua. Sentí que me fusionaba con el agua, que me volvía líquida y me evaporaba, sobre todo cuando se arrodilló y sus labios descendieron por mi cuerpo. Lento. Muy lento.
Primero me quitó los leggins, haciendo más jaloneos de la cuenta porque la tela se pegó a mi piel. Tras lograrlo, se tomó su tiempo para besar mis muslos hasta llegar al hueso de mi cadera, justo en la tira de mi tanga.
Me obligó a girarme y emití un gemidito suave, producto de los besos y las mordidas en mis nalgas. Sus dedos traviesos se deslizaron por mis pantorrillas y la cara interna de mis muslos. Después de un rato, volvieron a subir para deshacerse de mi ropa interior.
Apenas lograba respirar correctamente con su boca sobre mi trasero, porque aquello era un recordatorio de cómo había comenzado todo y en dónde terminaría.
He fantaseado con tener mi cara entre tus nalgas.
Ahora lo comprendía. Ya no me parecía sucio o incorrecto, mi ángel erradicó mis tabúes con sus besos y ahora me tenía ahí, con las rodillas temblorosas y deseando que de verdad metiera su cara entre mis nalgas.
Me incliné un poco, ofreciéndole mi trasero silenciosamente y suplicando para que cumpliera su fantasía.
Escuché una risita acompañar el murmullo del agua.
—¿Ansiosa? —me provocó.
No tenía fuerzas para negarme.
—Mucho.
Para mi decepción, él se puso de pie y volvió a girarme para quedar de nuevo frente a frente. No se le escapó mi seño fruncido.
—Tenemos tiempo —me recordó—. Alza los brazos.
Le obedecí el tiempo suficiente para que me sacara el top de ejercicio y me dejara completamente desnuda. Después ataqué su pants y sus boxers de un solo jalón, para dejarlo en igualdad de condiciones. Quise arrodillarme para provocarlo como él lo hizo conmigo, pero adivinó mis intenciones y me detuvo.
—Si te arrodillas, esto acabara antes de que comience.
Sonreí gustosa. De nuevo me sentí poderosa por tenerlo a mil sin siquiera tocarlo.
—Realmente te gusta mi trasero —canturreé.
—Mucho —me dio la razón.
—Debiste decírmelo antes.
—Antes no estabas lista.
—Qué ángel tan considerado —murmuré, acariciando su abdomen de piedra.
—Qué hada tan sexy —atinó a decir, recorriendo mi cuerpo desnudo como si no se lo supiera ya de memoria.
Todo se volvió aún más resbaloso cuando el jabón entró a escena y Caelum lo esparció con las palmas de sus manos por cada centímetro de mi piel, comenzando por los lugares que ya conocía a la perfección y terminando en ese punto que queríamos explorar.
Gemí cuando su dedo incursionó entre los pliegues de mis nalgas, fue algo muy sútil que se sintió muy poderoso. Me sujeté de sus codos y cerré mis ojos, aceptando sus movimientos suaves. La ola de placer que aquello provocaba se volvió tan intensa que temí no soportarla y eso que él todavía no incursionaba dentro de mí. La yema de su dedo solo dibujaba círculos alrededor del anillo de piel.
—Cael —exhalé, apartándome el cabello mojado del rostro—. Creo que necesito un momento a solas.
La sensación de sus manos apartándose de mi cuerpo fue bastante agridulce.
—¿Estás bien? —preguntó para cerciorarse.
—Eso creo.
—¿Te estoy presionando?
—No, no —aclaré, besando su pecho—. Es solo que todo está resultando muy intenso y si sigues así me vas a freír el cerebro antes de comenzar.
Se relajó de nuevo tras una carcajada.
—Tómate el tiempo que necesites, mi vida. —Cogió mi cara para darme un beso profundo que no hizo más que avivarme el corazón—. Te espero en la cama.
Volví a gemir.
—¿Por qué eso sonó tan sexy? —me quejé.
—Lo será —prometió.
Me dejó sola para darme el espacio que necesitaba y permitirme poner en orden sensaciones y pensamientos. Terminé de bañarme y aproveché para depilarme a conciencia, no porque eso hiciera la diferencia con Caelum, sino porque en esta nueva experiencia yo me sentiría mucho más cómoda sin ningún obstáculo. Una vez que estuve lista y mucho más calmada como para enfrentar todo lo que se venía, me envolví en una toalla y regresé a la habitación.
Casi me puse a babear sobre el suelo cuando encontré a Caelum recostado con los brazos bajo la nuca y solo una toalla gemela a la mía cubriendo su cadera. Mordí mi labio inferior y lo miré con descaro.
Mi ángel sonrió con malicia al percatarse de ello.
—¿Mejor?
Dejé caer la toalla para que dejara ese tonito pretencioso, también ocasioné que la sonrisa se volviera más depredadora.
—Mucho mejor, ¿no te parece?
Caelum ladeó su cabeza en una seña y seguí la dirección de su mirada.
—Traje juguetes.
Mi curiosidad despertó. No era la primera vez que mi ángel traía juguetes a la cama, él me enseñó un paraíso de placer tan solo la primera semana que estuvimos juntos y cogimos como salvajes, pero estos eran diferentes. Nuevos.
—¿Para... atrás? —titubeé.
—¿Tú qué crees? —me provocó.
—¿Todo eso me cabe atrás? —investigué, intentando no acobardarme justo ahora, pero algunos de esos juguetes parecían retadores.
La sonrisa de Caelum se dulcificó. Se puso de pie para alcanzarme y rozó con las yemas de sus dedos mis brazos, hombros y cuello...
—No todos son para hoy, iremos poco a poco —aclaró—. Hoy solo quiero que escojas uno.
Parpadeé con sorpresa.
—¿Yo?
—Tú.
—Pero no sé nada sobre... —Señalé los juguetes y acto seguido mi trasero—. Eso.
—No lo usarás tú, lo haré yo en ti —aclaró—. Solo quiero que escojas el que más te guste y yo me encargaré de hacerte disfrutar.
La sangre ya me estaba hirviendo de nuevo como si fuera lava. Tal vez él lo notó, porque bajó sus dedos a mis caderas, muslos, vientre...
—Escoge —ordenó.
Me empujó hacia la cama y me subí a ella para examinar los juguetes de cerca: eran de todos los tamaños y texturas. Por el rabillo del ojo percibí que él también dejó caer la toalla antes de arrodillarse a mi lado. Acarició mi cabello húmedo y mordisqueó y lamió mi oreja, arrancándome un suspiro muy bajito.
—¿Y bien?
Su aliento cayó sobre mi oído y me hizo estremecer, pero mis ojos no se apartaron de los juguetes que evaluaba silenciosamente. Tomé el más pequeño, un plug de color metálico que terminaba en una punta curva, para sopesar su tamaño. Estaba frío al tacto.
Después evalué el más grande y pesado, alargado y considerablemente más grueso. Tragué saliva y Caelum ronroneó en mi oído.
—Ese se mueve.
Lo devolví a su lugar de inmediato y repasé con la mirada las extrañas formas de los otros. Hubo uno que llamó mi atención, pero por alguna razón tuve que tomarme algunos minutos para encontrar el valor de agarrarlo, minutos en los que mi ángel no dejó de provocarme con caricias que me erizaron la piel.
El juguete era largo, flexible y de color negro, pero de inmediato me gustó la sensación aterciopelada del material con el que estaba hecho. Formado por cinco cuentas de diferentes tamaños que parecían prometer un placer progresivo que me hizo agua la boca. También me gustó porque la primera cuenta era muy pequeña, podría soportar algo así ¿no? Tampoco era necesario probar las cinco de golpe.
No dije nada, pero Caelum adivinó mis pensamientos al notar que ya llevaba rato girándolo entre mis manos y no lo había soltado como si quemara.
—Una elección interesante —murmuró, haciéndose con el juguete.
—¿Por qué?
Alcé la vista a tiempo para encontrarme con su mirada brillante y traviesa.
—Porque este vibra —aclaró.
Toda la saliva se me secó de golpe y no ayudó que Caelum me empujara del hombro para hacerme caer bruscamente sobre mi espalda. Se subió encima y apenas pude soportar esa imagen: el cuerpo de un guerrero, las líneas definidas y la piel con un mapa de tatuajes y cicatrices, las alas grandes y tan extendidas como su erección, la sonrisa malvada y sexy y...
Mis pensamientos se interrumpieron abruptamente al besarme de una manera salvaje y arrebatadora. Eché los brazos alrededor de su cuello y disfrute de cada empuje de su fiera lengua, el aire se atascaba en mis pulmones porque me rehusaba a parar de besarlo.
Pero su boca terminó deslizándose hacia mi mejilla y respiré de nuevo, encontrándome con unos ojos dulcificados que me miraron con mucha atención.
—¿Estás segura?
La pregunta me llevó a un lugar seguro que día tras día se había construído estando entre sus brazos, un lugar donde yo sabía que este ángel nunca me haría daño de ninguna manera.
—Me limpié el culo y escogí un juguete que vibra, ¿tú qué crees? —respondí con una chispa malévola.
Rio contra mi piel, pero se tomó la molestia de agregar.
—Me detendré si lo necesitas, en el momento que lo necesites.
Acaricié su barba, conmovida por una combinación de lujuria y cariño que hasta ahora solo él me había provocado.
—Ya lo sé.
Caelum selló ese momento con un beso en mis labios antes de comenzar a repartir besos lentos por todo mi cuerpo. Era eso algo que me gustaba mucho de él: nunca tenía prisas por dejar de besarme y en cada rincón que encontraba a su paso despertaban sensaciones nuevas y punzadas calientes que derretían mi entrepierna.
Cuando llegó a su destino para abrirme los muslos sin decoro, había satisfacción en sus ojos y tuvo el descaro de relamerse los labios antes de repasarme con su lengua. El cosquilleo me llegó hasta los pezones, de por sí hinchados por sus atenciones anteriores, y me apreté los pechos para intensificar el placer.
Su lengua estaba perezosa, midiendo y tentando. Me abrió más las piernas para tener acceso a cada centímetro y mi cadera se agitó por sí sola, rogando el placer de esa boca. Se me olvidó todo. Cualquier preocupación, angustia o nervio que continuara oculta en mi ser, se desvaneció con cada una de sus lamidas y succiones.
Esa lengua me hizo perder la noción del tiempo.
Mis piernas se pusieron muy rígidas cuando sentí un orgasmo creciendo lentamente. Como pude, me aferré con una mano a su nuca para aplastarlo contra mí y rogarle silenciosamente que me diera más, que me diera el empuje que necesitaba para estallar.
Y él se separó con una sonrisa malvada, el placer cortándose de golpe fue doloroso.
—Cael —jadeé suplicante—. No me dejes así.
—Ponte boca abajo.
Esa orden implacable despejó la bruma de mis pensamientos y me hizo recordar hacia dónde iba realmente esto. El primer asalto solo fue su manera de relajarme, pero a la vez me dejó tan caliente que obedecí de inmediato, me puse en cuatro y alcé mi trasero, ofreciéndoselo sin dudar.
Él acarició mis nalgas, como si me felicitara por mi disposición. Esperaba que eso fuera suficiente para que se apiadara de mí y me ayudara a liberarme.
Se tomó el tiempo de hacer unas cuantas maniobras más. Colocó una almohada bajo mi vientre y empujó mi nuca para que me dejara caer por completo sobre la cama, la elevación hizo que de todas formas mi trasero quedara al aire.
—Así no será tan cansado para ti —explicó, masajeando mis dos nalgas con una brusquedad que no me molestó. Tampoco las pequeñas mordiditas que dio a continuación.
Sentir sus dientes en esa piel sensible casi me causa una combustión severa, la cual creció de manera descomunal cuando sus dos manos empujaron cada mejilla hacia los lados contrarios y me mantuvieron abierta para él.
Me sorprendió el estrepitoso gemido que escapó de mi boca, lleno de puro deseo y anhelo, puesto que mi ángel ni siquiera me estaba tocando y, aun así, la sensación de su mirada, explorando, se sentía casi física. Solté un quejido bajito, porque necesitaba algo y ni siquiera sabía qué. Abrumada era la palabra perfecta para describirme en ese momento.
Y supe que ese algo se avecinaba cuando detecté el aliento de Caelum muy cerca de mí. Contuve la respiración mientras se acercaba y exhalé de golpe al sentirlo ahí, donde nunca nadie me había besado antes.
Su lengua, esa punta húmeda y resbalosa, se convirtió en la primera en lamerme y yo no estaba lista para la sensación electrizante que nació en ese punto y golpeó en mi clítoris como un eco. Me retorcí y él me sujetó para mantenerme quieta, en una orden silenciosa.
Su lengua continuó trabajándome y no pude hacer más que enterrar mi cara en la cama mientras él enterraba la suya en mi trasero, esperando a que mi cuerpo se adaptara a esa sensación cálida y eléctrica. Caelum comenzó suave y sensual y algo que no pude reconocer se esparció lentamente por todo mi cuerpo, algo que se sentía muy bien.
Y, sin previo aviso, ese contacto se transformó en algo rudo y apasionado. La sensación me desgarró por completo e iluminó mis sentidos, al mismo tiempo. Me rompió y reconstruyó. Y fui consciente de cada maldito detalle en ese anillo de piel, de la lengua dando giros y giros. O toqueteando con la punta de arriba a abajo. O lamiendo anchamente cada centímetro inexplorado. Descubriendo terminaciones nerviosas que no tenía idea de que existían.
Fue brutal en todos los sentidos. Un hormigueo novedoso y localizado, un placer distinto que hasta ahora no había experimentado. Me abrió por completo hacia lo desconocido. Me convirtió en algo maleable, tembloroso y jadeante. Por si todo eso no fuera suficiente, los sonidos que emitía Caelum mientras me devoraba eran indicador suficiente de que yo no era la única volviéndome loca. Y me encendieron aún más.
La ausencia de su cara entre mis nalgas me desestabilizó lo suficiente como para lloriquear levemente y suplicar que no se detuviera.
—Por favor —jadeé—. Por favor...
Iba a darme un infarto si no conseguía un orgasmo. Pronto.
Sus dientes rasparon mi hombro y siguieron el camino hacia mi nuca, el beso me erizó la piel y sentir su cuerpo sobre el mío me llenó de una satisfacción casi primitiva. Alcé más mi trasero y lo contoneé, siguiendo los instintos de mi cuerpo. Mordí mi labio al rozar su erección, sorprendida por el deseo de sentirlo dentro de mí, en ese lugar virgen.
Por cómo las cosas se estaban suscitando, me alegraba haber esperado por él. Mi ángel se las estaba arreglando para convertir esta experiencia en algo inolvidable, en el buen sentido.
—Tu trasero es delicioso —susurró en mi oído.
Emití una risa débil, puesto que "delicioso" era un calificativo que nunca pensé que aplicara para mi trasero.
—Lo digo en serio —insistió—. Podría comerte este traserito todo el día y toda la noche, mi vida.
Y yo podría haberle implorado que lo hiciera.
—¿Entonces por qué te detienes? —pregunté febril y sin aliento.
Me hubiera gustado mirarlo, pero su cuerpo me mantuvo apresada contra la cama, una señal de que aún no acababa conmigo.
—¿A caso detecto que te gustó? —preguntó con su tonito travieso, su boca ahora besando mi cuello solo para provocarme.
Suspiré.
—Por favor, Cael.
Creo que nunca antes había sonado tan necesitada como en ese momento, pero mi entrepierna ardía. Quemaba. E incluso sentía mis muslos húmedos porque mi excitación resbalaba por ellos. Y estaba segura de que él podía olerla. Saborearla.
Sentí su sonrisa en mi piel.
—Cómo negarme a tan buenos modales —su voz ronca me hizo estremecer—. Abre la boca.
No me esperaba aquella orden, pero obedecí sin chistar con tal de continuar ese juego y la expectación volvió cuando el juguete que yo misma elegí apareció frente a mi rostro.
No me negué cuando Caelum lo metió a mi boca y cerré mis labios alrededor de la primera cuenta. Era la más pequeña de las cinco que conformaban al vibrador, pero al chuparla con fuerza me di cuenta que no era taaan pequeña como me pareció en un principio.
Los nervios me recorrieron de nuevo, pero no la solté porque sabía que había una pregunta silenciosa en esa acción: ¿Quieres seguir?
Si yo me hubiera negado a aceptar el juguete, Caelum hubiera retrocedido en automático. Y a pesar de los nervios yo sí quería seguir, mi cuerpo lo deseaba con cada fibra. Quería descubrir más sobre esa parte de mi cuerpo.
Así que chupé y salivé hasta que complací a mi ángel y retiró el juguete. Tampoco me moví cuando el peso de su cuerpo desapareció de mi espalda. Me quedé muy quieta, esperando.
—Voy a ponerte lubricante —avisó.
Un segundo después comprendí el porqué de su aviso, ya que salté al sentir su dedo frío repasarme con cuidado. Murmuró una disculpa y continuó con su trabajo, no fue desagradable, solo me costó adaptarme a la sensación resbalosa y a su dedo, explorando y trabajando al mismo tiempo.
Al final, incluso me relajé, por lo que el siguiente movimiento me tomó por completo desprevenida; su dedo entrando solo milímetros y girando con cuidado. Retrocedió casi enseguida y aquella ausencia me hizo soltar un sonido estrangulado.
Lo repitió un par de veces, como si buscara esparcir el lubricante en mi interior. Alcé mi trasero, buscando más contacto con desesperación. Y solté un alarido cuando su dedo fue suplido por una vibración que me puso los ojos en blanco.
—Oh, santísimo bosque —exhalé entre dientes.
La vibración fue intensa y para nada molesta, simplemente abrumadora. Me fundió en la cama como si acabaran de echar fuego sobre mi cuerpo y grité de nuevo al sentir una leve presión; el aviso de una intrusión.
No fue un grito de dolor. Aun así, Caelum retiró el juguete hasta que solo la punta y los ecos de las vibraciones golpearon ese punto. La tensión comenzó a sentirse centímetros más abajo y me removí sobre mi vientre, inquieta. Quería tocarme. Necesitaba tocarme. Y esa sensación solo empeoró con cada finta que mi ángel hizo en mi trasero. Presionaba, tan solo un poco, lo suficiente para provocar placer pero no tanto como para meter la aterciopelada cuenta entera.
Y me descubrí a mí misma deseándolo con impaciencia. Imaginando cómo se sentirían las cinco cuentas dentro mío. Abriéndome. Vibrando. Liberándome.
Me rendí por completo cuando retrocedió una vez más y la punta del juguete solo hizo círculos a mi alrededor. No era suficiente y, cualquier atadura invisible que aún permanecía dentro de mí, se rompió en ese momento. Con fuerza. Y dejó libre a algo salvaje que me fue imposible controlar.
—Más —rugí.
La mano libre de Caelum acarició mi espalda sudada, me apartó el cabello húmedo de la cara.
—Respira —ordenó con una voz tan estrangulada como la mía.
¿Cuánto le afectaría? ¿Manejar ese juguete en mi lugar virgen? ¿Cuánto se estaría conteniendo para ir lento? ¿Para darme justo lo que necesitaba? ¿Para hacerme desear más?
—No puedo —confesé.
Por más que respiraba mis pulmones no se llenaban.
—Respira —repitió.
Me concentré. Tomé todo el aire que pude y al exhalar lentamente, él presionó. Chillé ante la sensación: cada milímetro de mi ano se expandió para recibir el juguete y se cerró de nuevo a su alrededor. Mis ojos se abrieron desmesurados al sentir cómo vibraba dentro de mí.
—Oh, dioses. Oh, dioses.
Caelum se inclinó para besar mi cabello, mi sien... para lamer y morder mi oreja estando medio enloquecido. Todo mi cuerpo se tensó cuando giró el juguete y una descarga eléctrica me recorrió de los pies hasta la punta de la cabeza. No era suficiente.
—Más —rugí.
Más presión. Otra cuenta dentro de mí. Mi cuerpo comenzó a temblar.
—Más.
Él me obedeció y entonces pude percibir una extraña incomodidad. Fui muy consciente de que había tres cuentas vibrantes dentro de mi trasero, abriéndome como nunca. Dilatándome en una zona que nunca había imaginado que se sentiría tan bien. Jadeé, retorciéndome.
—Más...
El tamaño de la cuarta cuenta me causó un escozor que me paralizó un poco. Se me escapó un quejido bajito y me conmovió que Caelum reconociera enseguida que ese sonido no fue de entero placer.
—Nos detendremos aquí —avisó.
Ni siquiera pude asentir, simplemente cerré los ojos y confié en él. Me derrumbé por completo sobre la cama y dejé mi trasero a su merced, mientras seguía acostumbrándome a la sensación de ser invadida.
Caelum dejó quieto el juguete, pero ronroneé como un gatito cuando sentí uno de sus dedos acariciando mi clítoris. El dolor se desvaneció tan rápido como llegó y la ola de placer me cubrió de nuevo, entrecortando mi respiración.
—Mmm.
Aquel sonido de aprobación fue suficiente para que él se pusiera más creativo y contuve la respiración cuando lo sentí subir hasta la entrada de mi vagina. Dos dedos se introdujeron de golpe y arqueé mi espalda para recibirlos gustosa, sobre todo cuando empezaron a bombearme como él ya bien sabía.
No tenía palabras para describir la sensación de tener mis dos orificios llenos, recibiendo placer por ambos, pero todo se magnificó cuando Caelum también me comenzó a bombear con el juguete.
Las cuentas entraron y salieron una y otra vez, con cuidado y lentitud. Al salir, la presión disminuía y al entrar, el placer estallaba. Y sus dedos tampoco se detenían, me sometía por ambos lados y, a cambio, obtuvo un cuerpo tembloroso, sollozante y delirante.
Algo inexplicable se abrió paso en mi interior y golpeó todos mis sentidos. Y ni siquiera reconocí mis gemidos cuando un orgasmo delicioso me recorrió cada terminación nerviosa.
Caelum lo logró: llevarme a un nuevo nivel de placer que hasta ahora no había experimentado. Hubo espasmos en mis piernas que no logré controlar, así que temblé y temblé sobre esa cama, gozando de algo imposible de explicar solo con palabras. Fue un clímax intenso y diferente, muy diferente.
Me encontraba tan embriagada de placer que, podría jurar, estuve a punto de desvanecerme. Floté entre nubes intentando recuperar la respiración y sintiendo los estragos de mi humedad empapando la cama, los ecos de placer palpitando en mi trasero.
—Eso fue...
En algún momento de esa deliciosa experiencia apartó tanto sus dedos como el juguete, pero su boca y manos seguían siendo cariñosas y juguetonas conmigo. Había caricias aquí y allá, besos sutiles cubriendo mi piel, dientes mordisqueando suavemente mis nalgas.
Tal vez yo estaba sufriendo un corto circuito, pero se notaba que él seguía muy encendido.
—¿Mmm? —me incitó a seguir.
Abrí los ojos, ¿en qué momento los había cerrado? Él trepó de nuevo por mi cuerpo para besar dulcemente mi mejilla y examinar mi rostro. La sonrisa que le devolví fue enorme.
—Cada vez que pienso que no puedes ponerme más caliente, te superas a ti mismo, mi ángel.
Siguió depositando besos en el lado izquierdo de mi rostro.
—¿Eso significa que estuvo bien? —preguntó emocionado.
—¿Bien? Eso estuvo delicioso —lo felicité.
No se molestó en ocultar el orgullo de su mirada.
—¿Eso significa que lo repetiremos? —Trató de moderar la voz ronca, pero le fue imposible—. ¿Pronto?
Parpadeé una vez, asimilando la sorpresa de su súplica.
—Pero si no hemos acabado —refuté.
Él recorrió mi cuerpo, tal vez demasiado laxo para el resto de sus planes, y soltó una risita.
—Luces acabada —señaló, entre cariñoso y fogoso—. Podemos detenernos aquí, ya habrá tiempo para seguir.
Me apoyé sobre mis codos para corregir mi postura. Era cierto que aquel fue uno de mis orgasmos más intensos jamás vividos y necesitaba algunos minutos para recuperarme, pero no quería parar. No podría concentrarme o pensar en otra cosa que no fuera el cómo se sentiría él dentro de mí. Solo de imaginarlo, se me aceleraba el pulso de nuevo.
Giré mi cabeza lo suficiente como para alcanzar a verlo.
—Quiero llegar hasta el final —dije, muy segura.
Sus ojos se ampliaron con asombro y deseo.
—¿Quieres? —repitió, como si buscara comprobar si escuchó bien.
—Muchísimo —susurré—. Quiero la experiencia completa.
Caelum exhaló y me observó como si yo fuera lo mejor que le ha pasado en su vida de inmortal, a lo que respondí con una sonrisa pícara y un contoneo de trasero.
—No tienes idea de lo mucho que me gusta escucharte decir eso —murmuró, inclinándose sobre mi espalda para alcanzar mi oído. Un sonidito escapó de mi boca al sentir el roce de su erección contra mis nalgas—. Verte así me la puso muy dura.
Y así de fácil fue calentarme de nuevo y desear aquello con más ganas. Alcé mi trasero de nuevo, tentándolo.
—Este trasero es tuyo, cuando quieras.
Vi lo que esa última frase causó en él: quebró los límites que intentaba poner entre nosotros y su rostro se convirtió en una epifanía salvaje. Me excitó sentir que su cuerpo me cubría; su pecho sobre mi espalda me clavó de nuevo en la cama y atrapó mis piernas entre sus muslos, obligándome a mantenerlas cerradas. La almohada en mi vientre me mantuvo alzada y expuesta a él.
Y pronto me di cuenta que mi ángel no podría esperar más. Me quería. Me deseaba. Y estaba más que dispuesto a cumplir su fantasía. Y yo estaba más que dispuesta a dejarle hacerlo.
—Te haré el amor como nadie te lo ha hecho antes —declaró en mi oído.
Lo único que pude hacer fue abrir mucho mis ojos al sentir la presión de su pene y comprender que aquello no tenía nada que ver con el juguete.
—Oh...
—Mierda —masculló, aún más afectado que yo.
Tal vez esto iba a destrozarnos a ambos, ninguno de los dos seríamos los mismos después de vivir esta experiencia.
Ese fue el último pensamiento cuerdo que logré tener. Después, Caelum presionó más y mi mente se puso en blanco. Solo fui sensaciones, siendo consciente de cada milímetro que entraba dentro de mí. Lento pero sin retroceder.
Fue extraño no sentir resistencia alguna de mi parte, como si el juego previo y toda la lubricación hubieran ayudado bastante. Tampoco podría describirlo como doloroso; más bien, fue una sensación abrasadora que me incomodó y calentó al mismo tiempo.
Caelum debía estar muy atento a cada una de mis reacciones, porque no dejaba de susurrar consejos a mi oído e insistir que continuara relajada y que no dejara de respirar.
Definitivamente mi cuerpo no estaba acostumbrado a ese tipo de dilatación, que escocía y resultaba maravillosa al mismo tiempo.
—Oh —repetí cuando por fin se detuvo y vagamente comprendí que estaba completamente empalada por él en ese lugar que ya no era virgen.
Ahora pertenecía a mi ángel.
Caelum no se movió, me dio tiempo de descifrar aquella extraña invasión abrasadora, a pesar de que sentía los temblores de su cuerpo por el esfuerzo de contenerse. Su respiración agitada acariciaba mi oído y me gustó encontrarlo tan afectado como yo.
Contraje mis músculos y apreté su erección con mi ano, curiosa ante las sensaciones que aquello podría provocar. Caelum gimió con fuerza y, mientras una de sus manos se quedó sosteniendo mi cadera, la otra cayó sobre la cama, junto a mi cabeza. Sus dedos estrujaron el acolchado.
—Ella —susurró con voz temblorosa—, estás muy apretada.
Respondí con otro gemido cuando me recompensó con una estocada lenta. Un escalofrío de excitación recorrió mi columna y me arqueé contra su pecho cuando el placer sustituyó el escozor. Me contraje de nuevo, esa vez sin querer.
Caelum susurró una charla sucia que causó aún más estragos en mi entrepierna. Me atrevo a decir que nunca me había sentido así de mojada. Sus nudillos ya estaban blancos de lo fuerte que apretaba la colcha.
—No te contengas —lo acusé.
Jadeé cuando enterró su mano en mi cabello y me obligó a alzar la cabeza para fundirnos en un beso muy húmedo. Fue ahí cuando empezó a moverse.
Me aparté de su boca para respirar y gemir ante el novedoso bombeo, pero a él no le importó, simplemente soltó mi cabello y cruzó su brazo por encima de mi pecho para mantenernos unidos mientras las embestidas evolucionaban de ligeras a frenéticas en cuestión de segundos.
Me gustó su descontrol. Me gustó que el miedo y los límites se desvanecieran para dar paso a un goce que me puso los ojos en blanco. Y fue extraño, porque físicamente lo disfruté mucho, pero de alguna manera también lo disfrutaba a él: sus temblores, su sudor, sus palabras sucias, su respiración errática, la manera en la que parecía desmoronarse sobre mí con cada embestida.
Me sentí poderosa solo por ayudarle a cumplir esa fantasía y descubrir lo mucho que mi ángel estaba disfrutando el momento. Y, aunque lo creía imposible, eso me calentó aún más. Casi ni reconocí la voz sexy y melosa que escapó de mí cuando lo provoqué:
—Me gusta lo que haces.
Abrió sus ojos entrecerrados para mirarme con un deseo arrollador, alcancé a notarlo por el rabillo del ojo, puesto que seguía sometida por él, boca abajo.
—¿Sí?
Mordí mi labio inferior como respuesta.
—¿A ti te gusta... tanto como a mí?
—Me encanta —confesó—. Tu trasero... es... maravilloso.
Me embistió en cada pausa y gemí a propósito, en cada una de ellas. El placer era distinto, cada roce se sentía diez veces más potente. No sabía si el sexo anal siempre era así o se debía a que aquellas sensaciones eran nuevas para mí, pero yo estaba en las nubes y Caelum no se quedaba atrás.
Fue un momento muy íntimo y especial que nunca olvidaré, sobre todo ese final, porque yo nunca había escuchado a mi ángel gemir de esa manera cuando terminó dentro de mí en medio de espasmos y embestidas erráticas que no pudo controlar del todo.
Sentir el calor de su corrida fue extraño, porque resultó abundante y volvió todo más húmedo y resbaloso. Y porque noté, no sin cierta sorpresa, que pese haber terminado Caelum no perdió del todo su erección y siguió bastante duro dentro de mí, como si aquello no hubiera sido suficiente.
Y sus embestidas no se detuvieron.
Lo cual, sinceramente, también agradecí porque tras un minuto me asaltó un segundo orgasmo. Y fue más intenso que el primero, tanto que esa vez definitivamente perdí toda la fuerza de mis músculos y me desvanecí por completo.
No supe cuánto tiempo transcurrió después de eso, pero hubo un sonido chistoso que anunció que Caelum por fin salió de mí y, aunque sabía que yo ya no podría con más por ese día, el vacío se sintió extraño y desconcertante.
—Definitivamente esto acaba de convertirse en algo que debemos repetir —susurré con apenas energía—. Pronto.
Caelum se deslizó a mi lado y tomó mi rostro, con manos cariñosas, para acercarme a él y llenarme de besos toda la cara, hasta que me hizo reír.
—Me haces cosquillas.
Depositó el último beso en mi frente y se detuvo para mirarme a los ojos. La mirada que compartimos me puso la piel de gallina, había tantas emociones fluyendo a través de ella...
—Eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.
No pude evitar sonrojarme.
—De haber sabido que te pondrías así de meloso, te hubiera dado mi trasero mucho antes.
Mi ángel rio con soltura y me atrajo hacia él para abrazarme con fuerza.
—No solo por eso —aclaró, aunque ni falta que hacía. Yo solo estaba bromeando—. Eres mi mejor amiga. Mi mejor amante. Mi mejor sueño.
Hubo un silencio después de sus palabras y después...
—Tú también lo eres —confesé, recargándome en su pecho y cerrando los ojos—. Gracias por haber convertido esta experiencia en una de las mejores.
—El placer fue mío —bromeó, acariciando mi espalda pegajosa por el sudor—. ¿Estás cansada?
—Sí —admití.
Él me cargó para ponerse de pie y llevarnos hacia el baño.
—Te limpiaré y después podemos tomar una siesta —ofreció.
No me pareció mala idea, el sudor ya se estaba enfriando en mi cuerpo, pero la húmedad en mi entrepierna y trasero comenzaban a incomodarme. Así que dejé que me metiera bajo el agua de la ducha y que sus manos me limpiaran con un cariño al que ya estaba acostumbrada.
Esa vez, no me detuvo cuando me puse de rodillas y le agradecí por todo con mi boca.
Porque ustedes votaron y quisieron el cap extra para hoy:
¡Feliz Navidad adelantada!
Por ahí les prometí un trío 😈 pero sentí que este primer paso era muy importante antes de que cualquier otra cosa más densa pasara entre estos dos.
Así que... ya saben sobre qué será el próximo cap extra. 😉 En mi IG las mantendré al tanto de la fecha de publicación, mientras tanto, les deseo felices fiestas y les agradezco por haber compartido este año conmigo, con Caella y con Féryco.
Las quiero ❤️
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro