Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 80. Reencuentro.




«Reencuentro»

El tónico de Aiden no silenció el dolor, pero adormeció mis pensamientos ansiosos y calmó la sensación física de que el corazón me estallaría en cualquier momento, regalándome un pequeño respiro que me ayudó a serenarme lo suficiente.

Este duelo sería largo y cansado, pero, en esta ocasión, yo no era la única asumiendo una pérdida devastadora. Después de los últimos días, he comprendido que los niños experimentan el dolor de una manera muy diferente que los adultos, pero eso no significa que ellos sufran menos.

No es fácil ser la madre de dos pequeños que acaban de perder a un padre que apenas estaban conociendo. Tampoco sé muy bien cómo debería manejarlo a partir de ahora.

No he ocultado mi tristeza frente a Evan y Cielo. No sería justo que lo hiciera, puesto que mis hijos también están tristes y, si me descubren encubriendo mis sentimientos, ellos podrían pensar que expresar sus emociones —sobre todo su tristeza— es algo malo.

Sin embargo, existía una línea muy delgada entre demostrar mi tristeza y desmoronarme frente a mis hijos. Y lo segundo simplemente no podía suceder. Justo ahora, soy el único padre que les queda. Soy su ejemplo a seguir. Soy su lugar seguro y la única que puede ayudarlos a afrontar esta pérdida de la forma más sana posible.

Así que, además de lidiar con mis propias emociones, la pérdida de mi esposo y un posible embarazo, no puedo olvidar que debo mantenerme entera por el bien de mis hijos.

Afortunadamente, no estoy sola.

Y no me refiero solo a mis padres, quienes decidieron quedarse en Sunforest para terminar de hablar con el resto de la familia y tranquilizarlos. O a mis hermanos, quienes han asumido por completo las responsabilidades del reino para darme el tiempo que necesito.

Decidí permanecer en silencio al encontrar a los niños en el oasis, junto a Malik. Ninguno notó mi presencia, así que solo crucé mis brazos y recargué uno de mis hombros en las pérgolas que se encuentran justo al centro del jardín. El ángel de alas blancas trajo consigo una enorme caja y los mellizos parecían curiosos y emocionados al examinar su interior, ambos subidos sobre una de las mesas de piedra que normalmente usamos durante los picnics.

La escena me arrancó una sonrisa inesperada, pero muy sincera. Tal vez era imposible proteger a los niños de la pérdida y el dolor, pero ellos tampoco estaban solos en medio de esta tragedia.

Mi sonrisa creció al escuchar que Malik les contaba historias de Paradwyse donde Caelum era el protagonista y los niños le prestaban muchísima atención. Después de una larga plática logré que tanto Evan como Cielo comprendieran que la muerte de su padre era irreversible, pero eso no significaba que estaba prohibido mantenerlo vivo a través de los recuerdos.

    —¿Alguna vez te confesé que Caelum era mi ejemplo a seguir?

No pude evitar sobresaltarme. Si yo fui silenciosa como un gato, Tadeus se acercó a nosotros sigiloso como una pantera. El arcángel me dedicó una sonrisa de disculpa al notar que casi me causa un infarto.

    —¿Su ejemplo a seguir? —repetí, prestando atención a sus palabras.

    —Era uno de los arcángeles más poderosos del Concejo. El favorito de los Siete. Y el más bondadoso de todos. Antes de que mis alas fueran doradas, lo único que yo deseaba era ser como él. Seguía cada uno de sus pasos. Fue un gran honor que me ofrecieran convertirme en su reemplazo, aunque yo sabía que nunca estaría a su altura.

    —Cuanto más grande sea la altura más dolorosa será la caída —advertí—. No lo olvides.

Tadeus ladeó su cabeza.

    —¿Estás bien?

    —No del todo. —Malik nos ojeó rápidamente, para demostrar que nos había escuchado y era consciente de nuestra presencia. Sin embargo, siguió entreteniendo a Evan y Cielo—. ¿Te mandó Kaly?

    —No. —Arqueé una sola ceja y él continuó—: Me mandaron los Seis. Traigo noticias.

    —¿Buenas o malas? —pregunté con cansancio.

    —Quieren mantener a Evan y Cielo a salvo —lo dijo suavemente, como si intentara excusarlos por su comportamiento.

    —Solo por su estúpida leyenda —bufé.

Malik apretó los labios para contener una carcajada, pero Tadeus prefirió ignorar mi comentario.

    —Han asignado a un ángel guardián para los niños —avisó—, para que los proteja e instruya mientras se encuentren en Féryco.

Presioné una de mis sienes con mis dedos al recordar otra cosa por la que debía preocuparme: cuando Evan y Cielo cumplieran la mayoría de edad, los dioses tendrían todo el derecho de poner sus garras sobre ellos a cambio de toda esta protección.

Agité mi cabeza para no abrumarme, ya tendría tiempo para pensar cómo resolver eso.

    —Por favor, dime que el guardián eres tú —imploré con un gemido de angustia.

Tadeus soltó una risita.

    —¿Quisieras que fuera yo?

Sonó bastante sorprendido.

    —Me caes mejor que cualquier otro idiota del Concejo.

    —Auch.

    —En realidad es un cumplido.

    —No dudo que lo sea. —Tadeus me guiñó un ojo, un gesto que solo resaltó la hermosura de ese ángel rubio de alas doradas—. Sin embargo, yo no soy su guardián. Los he convencido de elegir a Malik.

Sentado frente a los mellizos, Malik guardó silencio abruptamente y se quedó congelado por la sorpresa. Él no tenía idea.

    —¿En serio? —pregunté entusiasmada, puesto que tener a Malik en Féryco durante los siguientes años, conviviendo con los niños, no era para nada una mala noticia.

    —En serio —confirmó.

    —¿Cómo los convenciste?

Tadeus se encogió de hombros.

    —Es lo que Caelum hubiera querido —respondió misteriosamente.

    —Gracias —le dije de todo corazón.

Tadeus señaló a Malik con la barbilla, quien seguía sin reaccionar ante Evan y Cielo.

    —Será mejor que vayas a ayudarlo a salir de su estupor —propuso—. Suerte, Estrella Rey.

    —Tadeus —susurré antes de que se alejara, reuniendo la valentía para preguntar—: ¿Sigues estando de mi lado?

Tadeus metió las manos dentro de los bolsillos de sus pantalones bombachos y su expresión se tornó pensativa. Aun así, no me miró a mí mientras deliberaba en silencio, sino a los niños. Los contempló con una emoción que no me atreví a descifrar, aunque, si me hubiera atrevido, probablemente la habría llamado "cariñosa".

Evan y Cielo habían conquistado muchos corazones desde su nacimiento, pero el de Tadeus fue de lejos el más inesperado.

    —Haré todo lo que esté en mis manos para protegerlos —me dijo—, pero sigo siendo miembro del Concejo y respondo a mis dioses...

    —Entiendo —musité—. Ya has hecho suficiente por nosotros, de todas maneras.

Tadeus volvió a concentrarse en mí.

    —Si te interesa, también tengo historias sobre Caelum para contarles.

    —Eso les encantaría —aseguré, presintiendo una alianza discreta y silenciosa escondida en aquel ofrecimiento—. Espero que nos visites pronto.

    —Lo haré —prometió—. Cuídate, ¿sí? Te estaré vigilando.

Asentí seriamente para darle a entender que descifré perfectamente la indirecta: nos estarán vigilando. Tanto el Concejo como los dioses.

    —Lo sé.

El arcángel se marchó con el mismo sigilo con el que llegó. Tomé una respiración honda antes de girarme.

    —¿Qué hacen? —pregunté, subiendo la voz y saliendo por fin de mi escondite.

Malik aún parecía abrumado por la noticia de que acababa de convertirse en el guardián oficial de Evan y Cielo, porque estaba segura que, de corazón, él ya lo era.

    —El tío Malik nos hablaba de papá —respondió Evan con cierta nostalgia.

    —Mira —Cielo señaló la caja—, nos trajo los dibujos que le hicimos para que siempre lo recordemos.

    —Y alguna de sus cosas —añadió Evan—. Dice que cuando seamos mayores podemos tenerlas.

Espié el interior de la caja con curiosidad: además de los dibujos estaba su espada, varias dagas, algunas aureolas elegantes, cinturones y lo que parecía ser un par de capas dobladas.

Malik me miró con incertidumbre.

    —Pensé que les gustaría —intentó explicarse, como si yo fuera a retarlo por algo.

Bueno, tal vez sí debería retarlo por ofrecerles unas dagas filosas a unos niños de seis años. Sin embargo, me gustó el gesto. Me gustó que Evan y Cielo tuvieran pertenencias de Caelum y la oportunidad de decidir si se aferraban a ellas o las dejaban ir.

Sonreí para demostrarle que no estaba molesta.

    —Gracias, Malik.

    «Eres el guardián perfecto» —añadí telepáticamente—. «Bienvenido a Féryco»

El ángel sonrió, mucho más animado.

    —También guardé muchas de sus armaduras favoritas. Tal vez, cuando crezcan, les queden.

Los mellizos se emocionaron y a mí se me encogió el corazón —en el buen sentido— al imaginar a mis hijos vestidos con las armaduras de Caelum. Sería algo épico de ver.

    —¿Cuánto nos falta para crecer? —preguntó Cielo.

No pude evitar abrazarla.

    —Espero que mucho, hija.

Pensé que este día sería mucho más difícil de lo que terminó siendo, pero resultó ser... soportable. O tal vez el tónico del tío Aiden tuvo mucho que ver. No estaba segura, pero me ayudó mucho a estar menos ansiosa y más centrada.

Evan y Cielo no estaban tristes todo el tiempo. Tampoco eran los niños más alegres, conversadores y energéticos que todos conocíamos, pero aún era muy pronto para presionarlos a volver a la normalidad. Noté que tuvieron menos apetito del usual y me hicieron muchas, muchas preguntas sobre Caelum, las cuales respondí lo más honestamente que pude.

Al final, antes de quedarse dormidos, me confesaron que lo extrañaban. Les dije que yo también, pero que era normal extrañar a las personas que amamos.

Tuvieron pesadillas esa noche. Y la siguiente. Y la siguiente. La cuarta noche por fin lograron dormir de corrido. Y así fue como las pesadillas se fueron espaciando poco a poco.

Aiden me aconsejó que volver a la rutina que ya conocían les daría mayor seguridad y los ayudaría a retomar sus vidas. Decidí hacerlo gradualmente para no abrumarlos, pero me sorprendí de lo bien que funcionó. Todo era un equilibrio: mantener sus mentes ocupadas pero sus corazones sanando. Hacerlos practicar el piano, pero preguntarles todos los días sobre sus sentimientos. Permitirles estar tristes si así lo sentían, pero también impulsarlos a estar alegres sin necesidad de sentirse culpables. Un poco de entrenamiento y una nueva historia sobre su padre.

Malik me ayudaba muchísimo a lograrlo, sobre todo porque por las tardes, cuando pasaba la hora de la comida y Caelum no llegaba —nunca volvería a llegar— era el momento que más afectaba a los mellizos.

Y entonces Malik entrenaba y jugaba y volaba con ellos.

Evan y Cielo volvieron a inspirarme, verlos sanando y siguiendo adelante me impulsó a hacer lo mismo conmigo. Así que seguí el consejo de Aiden y volví a mi rutina, poco a poco. A la sala de entrenamiento con mis hermanos. A mis reuniones con Eira. A mis rondas en Sunforest. A las asambleas con mi corte.

Incluso dejé de tomar el tónico de Aiden porque sentí que ya no lo necesitaba para lograr pararme de la cama.

Y entonces sucedió. Un fuerte calambre me despertó en la madrugada y descubrí mi pijama manchada de sangre. Llegó mi regla y, con ello, la confirmación de que no estaba embarazada.

Sobé mi vientre hinchado y adolorido mientras trataba de procesar mis sentimientos. No lo logré. Sin importarme la hora, decidí darme un baño para limpiar el desastre entre mis muslos y aliviar el dolor con el agua caliente. Y no sé bien cómo, pero terminé sentada en el suelo de la bañera, sin fuerzas...

Sin poder parar de llorar y abrazando mi cuerpo como si estuviera a punto de hacerse pedazos.

Esa noche sentí cómo se quebró mi cuerpo y mi espíritu. No me di cuenta en qué momento volví a meterme en la cama ni cuando amaneció. Lo único que deseaba era seguir durmiendo por el resto de mi vida, así que odié con todo mi ser que unos murmullos me arrancaran de mi sueño y me devolvieran a la realidad.

Observé a mis hermanos sin expresión alguna y ellos contuvieron la respiración al percatarse de mis ojos hinchados.

    —Faltaste al entrenamiento...

No era un reclamo, solo una frase que explicaba el porqué de su presencia.

Tampoco me importó, me limité a girarme en la cama y volví a cubrirme con el edredón para seguir durmiendo. Puede que fuera egoísta de mi parte, saber que podía perderme de esta manera y que mis hijos estarían bien. Los cuidarían y protegerían, porque en este momento yo no tenía fuerza para hacerlo y tampoco tenía idea de dónde encontrarla.

Volví a despertar al sentir una mano cubriendo mi frente. Era papá, tal vez midiendo mi temperatura. En cuanto abrí los ojos, noté que mamá se sentó en la cama para evaluarme.

    —Has dormido todo el día —explicó.

Cerré los ojos de nuevo, no tenía energía para dar ninguna explicación.

    —Estrella, ¿qué pasó? —insistió.

Suspiré al escuchar que la voz se le quebraba por la angustia. 

    —Tengo la regla —murmuré.

La habitación se sumió en un tenso silencio, pero no volví a abrir los ojos, ni siquiera cuando besó mi frente dulcemente. Tampoco hizo falta decir nada más, esa corta explicación fue suficiente para que me dieran el espacio que tanto necesitaba.

Más tarde alguien se coló en mi cama y me abrazó con fuerza. Reconocí su aroma a vainilla y dejé que mi abuela me apapachara en sus brazos.

    —Me enteré —susurró.

Recordé aquellos días en los que ella se convirtió en mi cómplice en lo que concierne a Caelum, todos los consejos que me dio tras escucharme atentamente y guardar mi secretos. Así que en sus brazos me sentí segura como para admitir:

    —No sé qué me duele más: ser egoísta y estar aliviada de no tener que pasar por todo esto de nuevo sin Caelum, o saber que nunca más tendré la oportunidad de crear un pedacito de él.

La abuela Amira suspiró.

    —No eres egoísta —me calmó—. Esta vez... era más complicado.

    —Él no hubiera sido malo.

No se me pasó la ironía de que estaba defendiendo a un bebé inexistente, pero las palabras de los dioses aún me taladraban la cabeza.

    —Aun así nunca quisiste tener otro hijo —me recordó suavemente.

    —Tampoco quería perder a Caelum... pero sucedió —repliqué.

    —Ese bebé no lo hubiera reemplazado.

Guardé silencio durante algunos minutos, procesando aquella verdad.

    —Tienes razón —admití, acariciando mi abdomen—. Aun así, sin este bebé ahora me siento vacía.

    —¿No será que te sientes vacía por la ausencia de Caelum? —Gemí en voz baja al escucharla y ella recargó su cabeza sobre la mía—. Está bien que te sientas así, Estrella. Sanar no es lineal y tampoco sucederá de la noche a la mañana. Tómate el tiempo que necesites. Y no te sientas culpable por sentirte triste o perdida, tienes el derecho de estarlo y todos te comprendemos. Estaremos aquí para ti en cada etapa del duelo.

Las lágrimas se agolparon al borde mis ojos.

    —Lo extraño tanto que duele estar despierta —confesé.

El abrazo de la abuela se tornó más fuerte.

    —Entonces te cuidaré mientras duermes. 

El corazón se me encogió tan dolorosamente que, atravesando un momento de locura, pensé que esto no era un sueño. Pero tenía que serlo ¿no? ¿Qué otra explicación habría para encontrarme en el centro de un Edén mágico, verde y lleno de vida?

Me rodeaba una pradera llena de gerberas y me quedé ahí, de pie, con los dedos sobre mi boca y sin poder creerlo. A lo lejos, en la cima lejana de la gran colina frente a mí, estaba nuestra casita.

Nuestro refugio.

Suspiré temblorosamente, intentando absorber todos los detalles que recordaba de ese hermoso paisaje que Caelum creó para el día de nuestra boda, cuando algo suave rozó mi cabeza con una familiaridad desconcertante.

Sonreí incluso antes de alzar la vista. Fue una sonrisa espontánea y sincera porque ya sabía lo que encontraría en ese sueño: una lluvia de plumas doradas.

    —¿Caelum?

Lo busqué frenéticamente, mirando a mi alrededor conforme las plumas descendían. Él siempre aparecía en estos sueños, pero me paralicé de pronto y mi esperanza se marchitó nuevamente al recordar que ahora las cosas eran diferentes.

Porque Caelum ya ni siquiera era un ángel con el poder de crear estos sueños. Ahora él estaba muerto... yo lo maté.

    —Hola Estrella.

Di un respingo junto con una media vuelta y parpadeé varias veces antes de reconocerlo por completo.

    —¿Cael?

Él me sonrió y ese simple gesto se me metió hasta debajo de la piel, porque ahí estaban sus hoyuelos. Y eran inconfundibles.

    —Eres tú —susurré abrumada.

    —Soy yo —confirmó con calma, pero sin acortar la distancia entre nosotros.

Una distancia que yo necesitaba para mirarlo de pies a cabeza una y otra vez, porque frente a mí no estaba el poderoso arcángel del que yo me había enamorado, pero tampoco el demonio que me rompió el corazón.

Caelum nunca pareció más humano que en ese momento; conservaba el cabello negro y la piel tostada, pero su cuerpo no era el mismo. No había señal de sus alas doradas de ángel, tampoco de sus colmillos de demonio. No tenía una altura descomunal ni músculos anchos. Se veía mucho más delgado, aunque atlético y bastante fuerte. Incluso su cara tenía líneas más suaves y menos duras. Parecía menos tenso y más relajado, como si la ausencia de sus tatuajes y juramentos fueran un peso menos que cargar.

Lucía joven, muy joven.

Pero lo que me dejó clavada en mi lugar no fue ninguno de los detalles anteriores, sino sus ojos: no eran los ojos universo de los que me enamoré, ni los ojos rojos sangre que detesté. Caelum tenía los ojos azules.

Azules.

Cubrí mi boca con ambas manos al comprenderlo.

    —Evan no heredó los ojos azules de mamá, nuestro hijo tiene tus ojos...

La sonrisa de Caelum se ensanchó, tan misteriosa y felina como la recordaba.

    —Y nuestra hija tiene los tuyos.

La brecha invisible que había entre nosotros se desvaneció tras esas palabras y corrí hacia él. Y él corrió hacia mí. Y colisionamos en medio de esa pradera, aferrándonos el uno al otro con desesperación y amor.

Yo ya estaba llorando incluso antes de abrazarlo.

    —Te extrañé —declaré—. Te extrañé tanto...

Parecía imposible por la manera en la que nos aferrábamos, pero Caelum logró estrecharme aún más contra su cuerpo.

    —Estoy muy orgulloso de lo fuerte que has sido.

Me deshice en lágrimas al escuchar eso.

    —¿Eres un sueño? ¿O eres real?

Una risita tembló contra mi pecho.

    —¿Cuál sería la diferencia?

    —Que no quiero volver a despertar nunca más —confesé.

Él suspiró en mi oído.

    —Lo sé, por eso estoy aquí.

Caelum se sentó sobre el césped y me acomodó en su regazo, me animé a separarme un poco para poder contemplar su rostro, pero no me atreví a dejar de rodear su cuello con mis brazos por miedo a que se desvaneciera de pronto si me alejaba de él.

    —¿Por eso estás aquí? —repetí sin comprender.

Besó una de mis mejillas y su contacto nunca me pareció tan real como en ese momento. Después utilizó sus pulgares para secar mis lágrimas.

    —Para agradecerte por lo que hiciste —aclaró.

Me obligué a tragar saliva antes de preguntar con un hilo de voz.

    —¿Matarte?

Ladeó su cabeza, sin apartarse ni un segundo de mis ojos. Pude ver el miedo y el dolor cruzar por su mirada.

    —Ojalá lo hubieras hecho antes. —Acarició mi cuello, casi como si lograra acariciar el recuerdo de cuando perdió el control y me estranguló contra la puerta—. Yo... lo siento tanto.

Tomé su mano para entrelazar nuestros dedos.

    —Ese no fuiste tú —aseveré—. Esos últimos días no fuimos nosotros.

Él sonrió lleno de tristeza.

    —Ojalá fuera tan fácil —refutó—. Te puse en un peligro terrible. Te mentí. Te lastimé. Te golpeé. Te obligué...

Puse un dedo sobre su boca para evitar que continuara.

    —Esos no fuimos nosotros —insistí.

Caelum cerró los ojos y presionó su frente contra la mía, la punta de su nariz rozó mi mejilla y entre abrí mis labios para suspirar muy bajito. Esto era irreal, nunca pensé que lo sentiría de nuevo o que tendríamos la oportunidad de volver a abrazarnos.

    —Te amo —susurró. Su aliento cálido acarició mi rostro—. Siempre lo hice. Y siempre lo haré.

Sonreí con tristeza, también sollocé otro poco.

    —¿Con el alma?

Asintió, acariciando su nariz con la mía.

    —Es todo lo que soy ahora —expuso—. Un alma. Y es toda tuya por el resto de la eternidad.

Abrí los ojos y lo encontré mirándome con una intensidad que electrificó mi piel.

    —¿Cael?

Los hoyuelos volvieron a marcarse tras una nueva sonrisa, tan adorables que me dieron ganas de besarlos. Antes de que pudiera inclinarme para alcanzarlos con mis labios, él sujetó mi rostro y acarició mis mejillas, mis pómulos, mis labios, mis párpados...

Sus dedos eran cariñosos pero temblorosos.

—¿Qué sucede?

    —Nada. Todo. Es que... —agitó su cabeza, como si tratara de encontrar las palabras correctas—. Eres tan, tan hermosa.

Me ruboricé como si fuera la primera vez que me lo decía.

    —Tú... luces muy distinto. Aún no me acostumbro a tus ojos —confesé con una timidez que no supe de donde salió.

Su sonrisa se tornó misteriosa.

    —¿Entonces no me recuerdas? ¿Ni un poquito?

Contraje mis cejas con confusión.

    —Por supuesto que te recuerdo. Con alas o sin alas, eres mi Caelum. —Sus manos acariciaron mi pelo, mi cuello, mis hombros. Parecía como si necesitara ese contacto para comprobar que yo también era real—. Nunca te olvidaré.

Él respiró hondo y apoyé mi mejilla en la palma de su mano cuando volvió a sujetarme.

    —Eyleen —suspiró, como un susurro y un deseo—. Soy yo, Evan.

La intensidad de su mirada me hizo sentir como si acabara de contarme un secreto que yo no comprendí.

    —¿Qué?

    —Lo siento. —Volvió a agitar su cabeza—. Te estoy confundiendo, ¿verdad? Es que esto es muy... abrumador.

    —¿Quién es Eyleen?

    —Eyleen... era mi esposa. Mi esposa humana. —Se señaló a sí mismo—. Y este soy yo antes de convertirme en ángel, un recuerdo de mi forma humana.

Lo repasé de nuevo, comprendiendo por qué no había señal alguna de las alas ni los colmillos. Y por qué sus ojos eran distintos.

    —Oh.

    —Resulta que morir tiene sus ventajas: he recordado mi vida anterior. —Tomó mi mano y acarició mis dedos—. Y he comprendido por fin la conexión entre nosotros. Ahora entiendo por qué me sentía atraído a tu familia, por qué insistí en salvarte cuando tenías tan solo dos años, por qué no toleraba verte morir, por qué no pude apartarme de ti y te cuidé los años siguientes, por qué mi magia te eligió y fue compatible contigo, por qué te salvé del Concejo y te escondí en mi mundo, por qué me enamoré perdidamente de ti...

Aunque mi mente estaba aturdida, con cada una de sus palabras comencé a comprender qué era lo que trataba de decirme...

Pero eso era imposible, ¿no?

Sus ojos azules se inundaron de lágrimas al percatarse de mi estupor, así que asintió una y otra vez, tratando de confirmar los pensamientos que no me atreví a decir en voz alta.

    —Te encontré —declaró, subiendo sus manos por mi nuca para meterlas debajo de mi cabello y acercarme a su rostro—. Después de mil años, te encontré de nuevo.

Los labios me temblaron cuando abrí la boca.

    —¿Quién es Eyleen? —repetí sin aire.

    —Tú sabes quién es Eyleen.

Tragué saliva.

    —Necesito que lo digas —pedí—. Necesito escucharte decirlo.

Caelum sonrió con cariño y besó mi mejilla de nuevo. Muy lentamente, su boca se desplazó hasta alcanzar mi oreja.

    —Tú eres Eyleen —susurró—. Tú fuiste Eyleen.

Sollocé de nuevo, abrumada.

    —Eso es una locura.

Caelum rio.

    —Dímelo a mí.

    —¿Estás... estás seguro de lo que dices? —tartamudeé.

Él acarició el pulso palpitante de mi cuello antes de confesar:

    —También recordé mi apellido. —Hizo una pequeña pausa, pero pareció armarse de valor al encontrarse con mis ojos—. Mi nombre era Evan... Evan Rey. Y tú, Estrella, eras mi esposa. Eyleen. Después de todos estos años reencarnaste en la familia que tú y yo creamos cuando éramos humanos. Y, a pesar de todo, logramos encontrarnos de nuevo.

Me eché hacia atrás por la pura impresión, como si la distancia entre nosotros fuera a ayudarme a aclarar el caos que acababa de formarse en mis pensamientos.

    —¿Rey? —repetí, temblando de pies a cabeza—. ¿Eres un Rey?

Caelum ladeó su cabeza con cierta timidez.

    —Lo fui.

    —Santísimos dioses —farfullé, demasiado incrédula como para procesarlo—. Eso quiere decir... ¿Me he acostado con mi tatara tatara abuelo?

Su resoplido se convirtió en una carcajada.

    —De todo lo que te he dicho, ¿en serio eso es lo que más te preocupa?

    —¿¡A ti no!? —reclamé.

Él se acercó de nuevo, lentamente, tal vez temiendo que yo me fuera a echar a correr en cualquier momento. Tal vez lo haría, no estaba segura.

Pero cuando sus manos sujetaron mi rostro, lo único que sentí fue esa fuerte conexión que siempre me arrastró hacia él. Y ese inmenso amor que compartíamos. ¿Era cierto que nuestras almas llevaban tanto tiempo esperando la una por la otra? ¿Que perdí a mi esposo en mi vida pasada y, a cambio, recibí a un ángel en esta?

    —Sé que es demasiado —intentó tranquilizarme.

    —Lo es —coincidí—. Eres un Rey. Soy una Rey. Y me casé contigo.

Me regaló una sonrisa reconfortante.

    —La reencarnación suele funcionar así —explicó—. Es normal que las almas retornen en su mismo círculo para mantener el equilibrio, no dejes que eso te afecte. Hay más de mil años de diferencia entre nosotros y ambos volvimos con cuerpos distintos. Puede que mi apariencia sea similar, pero no olvides que me convertí en un ángel. Me bautizaron de nuevo. Mi cuerpo cambió. Mi esencia cambió. Mi ADN cambió. Así que no. Técnicamente hablando, no te acostaste con tu tatara tatara abuelo.

Dejé escapar una risita, demasiado nerviosa como para parecer natural. 

    —¿Por qué no recordé nada de esto cuando yo morí?

    —Estuviste poco tiempo en el otro lado. Además... recibí algo de ayuda para terminar de poner todas las piezas en su lugar —admitió.

    —¿De quién?

Sonrió con una combinación de tristeza y misterio.

    —Arawn.

Aquella fue una respuesta bastante inesperada.

    —¿Arawn sabía sobre esto?

    —Es más complicado de lo que parece —aclaró—. Y tampoco puedo revelarte mucho sobre esto. Lo entenderás a tu propio ritmo y tiempo, cuando vuelvas a casa. Conmigo. Mientras tanto...

    —Esperarás por mí —adiviné. Los ojos se me humedecieron de nuevo, sentí las lágrimas venir—. Otra vez.

    —Esperaré por ti —confirmó con una sonrisa embelesada—. Todas las vidas que sean necesarias.

    —Es injusto —protesté—. Si lo que dices es cierto, eso significa que esta es la segunda vez que te pierdo. ¿Qué clase de destino cruel estamos viviendo?

Él besó mi hombro, con cariño y amor.

    —Yo lo veo de esta manera —declaró—. Esta es la segunda vez que se me otorga una oportunidad para amarte. Y no me arrepiento de absolutamente nada, en ninguna de mis dos vidas.

Hice un puchero.

    —Para ti es fácil decirlo ahora que recuerdas la primera.

Rio de nuevo, esta vez tan bajito que solo lo escuché porque me abrazó con fuerza.

    —Las almas se encuentran entre sí para crecer. Aprender lecciones valiosas. Transformarse. —Hizo una pequeña pausa antes de continuar—: Tú me transformaste por completo, Estrella. Y ahora es momento de que me dejes ir.

Contrario a sus palabras, me abracé con más fuerza a su cuerpo.

    —¿No volveré a verte? ¿Nunca? —intuí.

Él pasó una de sus manos por mi cabello.

    —Nos volveremos a encontrar —prometió— cuando sea el momento...

    —Sabes que no me refiero a eso —reproché—. No quiero esperar hasta mi muerte. Quiero que te quedes aquí, en mis sueños. Conmigo.

Caelum me miró con pena, como si hubiera estado esperando esas palabras exactas y al mismo tiempo no deseara escucharlas.

    —No volveré —confesó—. Arawn solo me hizo este favor para que tuviéramos la oportunidad de despedirnos, pero no se repetirá.

    —Pero... —traté de protestar.

Él me interrumpió, negando con la cabeza.

    —No me malinterpretes —aclaró—. Si yo fuera un poco más débil y egoísta, me las arreglaría para volver todas las noches.

    —¿Egoísta? —repetí sin comprender.

Soltó un suspiro doloroso.

    —Eso no sería sano para ti.

    —No tomes decisiones por mí —increpé.

    —Estrella...

    —Te necesito, Cael —imploré—. No sé cómo seguir sin ti. Esto... tenerte aquí, ¿cómo puede no ser sano para mí? Lo que dices no tiene sentido.

Observé cómo tragó saliva con mucha dificultad.

    —Mi misión era salvar a mi familia, siempre lo fue. Y la he cumplido. Debo enfrentar lo que sea que ahora sigue. Y tú debes enfrentar tu vida en Féryco, cumplir tu propia misión. Muchas personas aún te necesitan, incluyendo a nuestros hijos. No puedes vivir a base de sueños, Estrella. No sería justo para ti. La realidad te está esperando. Tu familia. Tu reino. Tu próximo amor.

    —¿Quieres que me enamore de nuevo? —cuestioné escandalizada, sintiendo de antemano que aquello era una traición inconmensurable.

Él besó mi coronilla antes de responder:

    —Quiero que vivas. Que ames. Que rías. Lo quiero todo para ti. Cuando me convertí en ángel nunca olvidé que tú... que Eyleen, no lo hizo. El dolor no le permitió avanzar, abrirse de nuevo. Se concentró en Nikolay, nuestro hijo, y lo convirtió en un gran hombre, pero se olvidó de sí misma. No cometas el mismo error, Estrella. Tú y yo... tendremos otra oportunidad. Nos encontraremos otra vez, estoy seguro. Hasta entonces, quiero que disfrutes tu vida. Esta vida. No te rindas, mi Estrella.

Sollocé con fuerza, permitiéndome llorar en sus brazos como una niña pequeña. Y él me consoló como siempre lo hizo, besando sin parar mis mejillas humedecidas.

    —Tú y yo... merecíamos más tiempo.

Caelum rozó mis labios ligeramente.

    —Estoy muy agradecido por ese tiempo, fue mucho más de lo que yo esperaba, mucho más de lo que me atreví a desear. 

    —Fue nuestro destino... por Evan y Cielo.

    —Por Evan y Cielo —coincidió.

    —Gracias por salvarlos, por sacrificar tus alas por ellos.

    —Gracias por tenerlos, aun cuando no estuve a tu lado desde el inicio.

    —Ellos nos eligieron.

    —Lo hicieron —afirmó.

Busqué su mirada y me encontré con los ojos azules de los Rey. Por alguna razón, aquello me transmitió paz.

    —¿Ellos estarán bien? ¿Siendo los príncipes de Paradwyse?

    —Siempre supimos que nacieron para ser especiales. Ahora, tienes el apoyo de los dioses y del Concejo. Te tienen a ti. Y a los Rey. Ellos no podrían estar en mejores manos. Confía en su destino, Estrella. Confía en ellos.

    —No sé cómo lo haré sin ti.

    —Los estaré cuidando siempre, donde sea que esté. Lo prometo.

Asentí con la cabeza, presintiendo que nuestro tiempo prestado estaba llegando a su fin y aún tenía algo muy importante que decirle.

    —Siempre te amaré —juré, colocando mi palma firme sobre su pecho.

    —¿Con el alma? —añadió con una dulce sonrisa que marcó sus hoyuelos.

    —Con el alma. Hoy y siempre.

Mi mano se deslizó hasta su nuca para atraerlo hacia mí. Él se inclinó, obediente, y su boca cubrió la mía con deliberada lentitud. Me besó sin prisas, con movimientos pausados pero profundos. Y mi corazón palpitó con fuerza al recibir uno de esos besos que pensé nunca volvería a sentir.

Arrugué su ropa en un acto reflejo cuando su lengua me invadió, tan hondo que me arrancó un gemido. Percibí una de sus manos en mi cabello, sin escatimar en fuerza y cediendo a la desesperación. La otra sujetó mi pierna para enredarla en su cadera e incrementar el contacto entre nuestros cuerpos.

Aquello hubiera sido algo fiero y romántico si ambos no hubiéramos estado llorando con la misma desesperación con la que nos besábamos.

Su mano se deslizó suave, desde mi pierna hasta mi cintura, y me abrazó con más ternura. Sus dedos acariciaron mi espalda y su lengua repasó mis labios, permitiéndome recuperar la respiración.

No nos separamos. Nos quedamos así, con los ojos cerrados y las frentes unidas, sintiendo nuestros alientos agitados volviendo a la normalidad.

    —Tengo que irme —susurró.

Sin embargo, no se movió ni un centímetro. No dejó de abrazarme ni hizo ademán alguno de separarse de mí. Así que estiré mi cuello y volví a besarlo. Primero el labio inferior. Después el superior. Mi boca temblorosa rozó la suya una vez más y me armé de fuerza para abrir los ojos...

Y contemplarlo por última vez.

    —Te encontraré en la siguiente vida —prometí—. Te encontraré de nuevo y, la próxima vez, tendremos más tiempo. Nos lo merecemos.

Caelum sonrió, lo que ocasionó que más lágrimas se desbordaran por sus mejillas.

    —Te estaré esperando, mi vida.

Me sentí perdida al abrir los ojos de nuevo, porque ya no me encontraba en sus brazos ni en nuestro pequeño paraíso. Estaba en casa, en Féryco, y el único indicio de que ese sueño había sido real eran las lágrimas que empapaban mi rostro y parte de mi pijama.

Puse una mano sobre mi pecho y sentí el frío diamante en forma de estrella que colgaba de mi cuello, mientras recordaba cada detalle de lo que acababa de suceder...

Mi Caelum. Mi ángel. Mi esposo. Mi Rey.

Nunca tuve más razón cuando lo llamé Caelum Rey y le dije que por fin estaba en casa. Él siempre perteneció a nuestra familia. Este siempre fue su hogar.

    —¿Abuela?

Estaba sola en mi habitación y, por el tenue sol que entraba por mi ventana, deduje que no hacía mucho que había amanecido. Si la conocía bien ella estaría en la cocina, preparando uno de sus desayunos hechos a mano y con mucho amor para intentar convencerme de comer algo.

Salté de la cama y corrí sin dudarlo, llorando y riendo al mismo tiempo. Entré como un rayo a la cocina y derrapé al encontrarme con mis padres y el abuelo Joham sentados en la barra, todos con rostros muy serios.

Visualicé su cabello canoso más atrás, tal y como predije, concentrada en lo que fuera que estaba cocinando.

    —¡Abuela!

Pegó un brinco y me buscó con la mirada, no pude evitar sollozar con fuerza al encontrar de nuevo esos ojos azules. Noté que mis padres se inquietaron al descubrir que su hija deprimida ahora corría por el palacio en pijama, descalza y toda llorosa, pero pasé de ellos y abracé a mi abuela con tanta fuerza que la hice perder el equilibrio sin querer.

El abuelo apareció detrás de ella en un parpadeo, atrapándonos a tiempo para evitar un accidente.

    —¿Estrella? —me llamó la abuela con preocupación—. ¿Qué sucede?

Me separé lo suficiente para alcanzar a observarla.

    —Tienes los ojos de Caelum —anuncié.

Ella parpadeó con confusión.

    —¿Qué?

Miré a mis padres por encima de mi hombro.

    —Mamá también. Ambas los tienen. Son azules, el azul de los Rey —sorbí la nariz con fuerza—. Caelum era un Rey, los heredaron de él.

Mi madre se quedó boquiabierta y miró a papá con espanto, como si le estuviera diciendo silenciosamente que su hija menor por fin había enloquecido oficialmente.

No la culpaba. Si estuviera en su lugar, yo hubiera creído lo mismo.

    —Tienen que creerme —supliqué—. Estoy diciendo la verdad.

    —A ver, cariño —dijo la abuela—. ¿Por qué no nos explicas qué sucedió?

    —Lo vi, hablé con él.

Mamá palideció aún más.

    —¿Con Caelum?

    —Fue un sueño pero no fue un sueño.

Papá y mamá intercambiaron otra mirada, esa vez repleta de preocupación. En serio creían que yo había alcanzado un nuevo nivel de locura, así que insistí:

    —Antes de convertirse él era humano, ¿lo recuerdan? Se llamaba Evan, de ahí saqué el nombre para nuestro hijo, pero ahora que está en el otro lado ha recordado su vida antes de ser ángel. Y su apellido. Él era Evan Rey. Caelum es uno de tus antepasados, abuela. Tiene los ojos azules, como ustedes. ¿No lo entienden? Es parte de nuestra familia, siempre lo fue.

Hasta el abuelo Joham lucía pasmado con la noticia.

    —Tienen que creerme —repetí con desesperación.

Todos permanecieron mudos, lo que me hizo pensar que tal vez nadie más estaba listo para esto y que debí guardarme este descubrimiento para mí misma, pero ya era demasiado tarde para eso.

Entonces, la abuela me sonrió con complicidad. Y tomó mi mano para apoyarme.

    —¿Se veía guapo con los ojos azules?

Me reí, sumamente aliviada por ese voto de confianza.

    —Mucho —confirmé, utilizando mi otra mano para limpiar las lágrimas de mis mejillas—. Era como la versión mayor de Evan.

La abuela apretó mi mano.

    —Debió ser lindo verlo de nuevo —aventuró.

Asentí con nostalgia.

    —Él... vino a despedirse. No volverá.

Mamá no necesitó escuchar una palabra más para acercarse a mí y abrazarme con ímpetu. No la aparté, era un abrazo que yo necesitaba.

    —Te creemos, Estrella —dijo en voz alta—. Por supuesto que te creemos, solo necesitamos asimilarlo.

    —Lo sé —suspiré—. Yo también.

    —¿Por qué no nos sentamos y nos cuentas todo con calma?

Me dejé guiar a la mesa y acepté la infusión recién hecha que alguien puso entre mis manos. Le conté a mi familia todo sobre mi encuentro con Caelum y ellos me escucharon con atención.

Decirlo en voz alta fue esclarecedor. Fue como si cada pieza por fin encajara con la siguiente y, ahora que podíamos ver el panorama completo, todo cobraba mucho sentido.

Caelum y yo, nuestras almas, se reconocieron en esta vida. Por eso nos amamos con una intensidad sobrehumana. Por eso las cosas fluyeron entre nosotros como si nos conociéramos de toda la vida. Por eso nos casamos sin pensarlo dos veces. Por eso estar juntos se sentía familiar. Y correcto. Y único. Y especial.

Por eso nos salvamos mutuamente.

Porque nos reencontramos en el tiempo y la distancia.

Porque siempre estuvimos destinados a ser.

Evan y Eyleen. Caelum y Estrella.

No importaban los nombres que tendríamos en nuestra próxima vida, porque estaba segura de que nuestras almas volverían a encontrarse...

Este no era nuestro final.

¿Qué les pareció el final de Féryco?
¿Siempre supieron que Caelum fue un Rey o las sorprendí?

Quiero leer todos sus pensamientos

Los siguientes dos domingos serán para disfrutar de los dos epílogos: el primero de Caelum y el segundo de Estrella. Y con esto, por fin nos despediremos de Féryco. ❤️

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro