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Capítulo 78. La única estrella del reino.




«La única estrella del reino»

Me sentía tan emocionalmente agotada, que parecía que habían pasado días y no horas desde mi encuentro con los príncipes infernales. Esos tatuajes de estrella no se olvidarían fácilmente por ninguno de los que estuvimos presentes durante ese juramento de vida, tampoco las reverencias que los demonios me dedicaron cuando fueron desatados y escoltados de vuelta al infierno.

Uno de los ángeles guardianes volvió a Paradwyse con mi espada, como un ofrecimiento de paz por parte de Asmodeo.

Sin embargo, en ese momento mis pensamientos ya estaban muy lejos de demonios, dioses y leyendas, puesto que habíamos elegido esa noche para llevar a cabo el funeral de Caelum.

Una marea de sentimientos contradictorios me embargaba: una parte de mí solo quería que todo esto se acabara para poder volver a casa con mi familia y lamer mis heridas en soledad. Otra, solo quería detener el tiempo y alargar esta última despedida lo más posible.

Pero el tiempo continuó corriendo y la noche sin estrellas cayó sobre Paradwyse. Acordé a la situación, me puse un vestido hecho de plumas negras para honrar la muerte de mi ángel de una manera simbólica. No se parecía en nada al ostentoso atuendo con el que Caelum me vistió en el infierno, este era delicado y mucho más hermoso.

Curiosamente, la oscuridad a mi alrededor parecía fundirse con mi vestimenta. Esa noche tampoco flotaban los arcoiris nocturnos, habían desaparecido debido a la enorme pira que ahora estaba fuera del templo de los Siete, al pie de las escaleras. La tradición en Paradwyse era quemar los cuerpos de sus ángeles y, aunque Caelum ya no tenía sus alas, nadie se atrevió a negarle la despedida convencional que se merecía.

En ese ritual el fuego debía ser la única luz y la guía para el espíritu. Y aunque aún no se encendía, no podía apartar mi vista de la hoguera, ni siquiera cuando la sólida presencia de Malik apareció a mi lado.

Un apoyo silencioso. Un acompañamiento genuino.

    —Parece adecuado —cavilé en voz alta.

Malik me observó de reojo, tal vez eran las primeras palabras que lograba decir en horas. No lo recordaba.

    —¿El qué?

    —Un reino sin estrellas, oscuro y lúgubre. Parece adecuado para ser un mundo en el que ya no se encuentra Caelum.

Malik tomó mi mano y la apretó con cariño.

    —¿Sabes qué hubiera respondido él a eso?

La curiosidad me dio la fuerza suficiente como para voltear a verlo.

    —¿Qué? —susurré.

    —Parece adecuado que la reina de las estrellas las haya hecho explotar todas.

Logró arrancarme una pequeña sonrisa, triste y rota. Él pellizcó mi barbilla en respuesta, con cariño.

No hubo tiempo para más palabras, puesto que las seis figuras místicas de los dioses por fin hicieron acto de presencia. Solo ellos faltaban para dar inicio a la ceremonia. El Concejo y los ángeles de alas blancas ya se encontraban ahí, tanto en la isla como volando alrededor. Mi familia también.

Kaly me ubicó de inmediato, con una interrogante en su mirada. Asentí en silencio y de manera taciturna, fue lo único que necesitaron confirmar antes de desaparecer tras las puertas del templo.

Miré a Evan y Cielo por encima de mi hombro y les hice una seña para indicarles que era el momento de acercarse. Mis hijos lo hicieron en silencio y me tomaron de la mano al llegar a cada lado mío.

    —¿Están listos?

Horas antes habíamos hablado de esto, de lo que conllevaba un funeral y una última despedida. Era, probablemente, la conversación más difícil que hasta ahora había tenido con mis hijos. Ni siquiera la presencia de mis padres la hizo más ligera.

Evan y Cielo aún tenían los ojos brillantes por las lágrimas, pero asintieron con valor.

Así, juntos, seguimos a los dioses. Pasamos las puertas y las columnas hasta llegar al altar. No fue necesario mirar hacia atrás para saber que mis padres, Malik y Tadeus nos acompañaban, pero manteniendo una distancia prudente para darnos el espacio que necesitábamos.

Los dioses se encontraban rectos e inmutables frente al altar, donde el cuerpo de Caelum seguía descansando, ahora vestido con una túnica dorada que seguro hubiera combinado con sus alas de haberlas tenido.

Ninguno dijo nada mientras nos acercábamos a él.

    —Papi —musitó Cielo al reconocer el cuerpo.

Un escalofrío desagradable me recorrió la espalda al escuchar la tristeza de su voz. Cielo no esperaba una respuesta, o al menos sabía que no la obtendría, pero eso no significaba que no la anhelara.

Mi mano temblorosa acarició su cabeza, era el único consuelo que podía darle en ese momento.

Dejé que se acercaran al altar, a su ritmo y tiempo. Los dioses se limitaron a mirarlos en silencio pero Evan y Cielo ni siquiera parecieron percibirlo. Su atención estaba por completo en el cuerpo de Caelum. Se veían perdidos y desconsolados.

    —¿Hay algo que quieran decirle a papá? —los ayudé.

    —¿Él nos escucha? —preguntó Evan, confundido.

    —Los escucha —prometí, deseando que fuera cierto—. Aunque no esté aquí, siempre los escuchará.

Cielo ladeó su cabeza.

    —Te amamos con el alma, papi.

Tuve que cerrar mis ojos un momento, saboreando el dolor del recuerdo; aquella conversación en la playa que ahora parecía a años luz de distancia.

    —Eso fue perfecto, Cielo —se me quebró la voz.

Evan alzó su cabeza para contemplarme con unos ojitos muy perspicaces y yo estaba tan cansada de fingir ser fuerte frente a todos, que le permití ver mi dolor. No iba a ocultárselo a ellos, tampoco. No quería que pensaran que eran los únicos afectados por la ausencia de Caelum. En medio de este dolor estábamos juntos, los tres. Siempre lo estaríamos.

    —¿Estás segura de que no podemos curarlo? —insistió mi hijo.

No era la primera vez que me hacía esa pregunta, surgió durante nuestra plática más temprano y fue muy difícil hacerles entender que esto iba más allá de los poderes de cualquiera. Y que no debían sentirse culpables por ello.

Pero tenerlo ahí, frente a nosotros...

Me obligué a tragar saliva antes de responder:

    —Ya no hay nada que podamos hacer, Evan. Estamos aquí para despedirnos, ¿recuerdas?

Él miró de nuevo hacia el altar.

    —Adiós papá —susurró—. Yo cuidaré a mamá y a mi hermana, no te preocupes.

No me pasó desprevenida la triste sonrisa de Kaly, aunque ninguno de los dioses se atrevió a interrumpirnos. Malik me dijo que los Seis habían otorgado su bendición a Caelum para que él pudiera cruzar al otro lado y por fin descansar en paz, así que también estaban en esta ceremonia para despedirlo. A su manera.

Su presencia no lo hizo más fácil, tampoco encontré las palabras adecuadas para expresarlas en voz alta frente a todos. Había tanto que quedó por decirnos y ahora ni siquiera podía abrir la boca, porque todos mis pensamientos parecían muy íntimos como para compartirlos con los demás.

Así que no me quedó otra opción más que acercarme a él y contemplar su rostro, tan pálido como nunca. Hundí mis dedos en su cabello y lo peiné hacia arriba, como tantas veces lo hice antes, cuando estábamos juntos y no queríamos salir de la cama.

El dolor de verlo muerto era indescriptible. Me presionaba las entrañas de una manera que me dejaba agotada y sin aire. Y que —aunque nunca me atrevería a admitirlo en voz alta por el bien de mis hijos, mi familia y mi reino— me hacía desear querer estar inmóvil a su lado.

Dejar de sentir.

¿Cómo iba a poder recuperarme de esto?

La presión subió por mi garganta sin previo aviso y apenas tuve tiempo de girarme y caer de rodillas sobre el suelo, para vomitar lo poco que había logrado comer y un montón de bilis. Los ojos se me llenaron de lágrimas por el esfuerzo, pero también por el miedo.

Alguien recogió mi cabello para despejar mi rostro y, cuando terminé, hizo desaparecer con su magia todo el desastre. Limpié mi boca con el dorso de mi mano y no oculté el pánico cuando miré a mi madre a los ojos, quien se había agachado junto a mí.

    «Mantén la calma»

Su mirada serena fue lo suficiente contagiosa para centrarme, por lo que dejé que me ayudara a ponerme de nuevo sobre mis pies. Solo entonces noté que todos los dioses me observaban con recelo.

    —Estrella se encuentra bajo mucho estrés —intervino mi madre, aunque la excusa sonó débil.

Ninguno respondió nada y sus miradas comenzaron a ponerme nerviosa, así que me aclaré la garganta e hice una mueca de desagrado por el sabor de la bilis que quedó en mi boca.

    —Continuemos con el funeral —pedí.

Fue Oryon quien se apiadó de mí y se movió entre nosotros para romper la tensión. Hizo flotar a Caelum, para separarlo del altar y mantenerlo suspendido. Después, el cuerpo de mi esposo se desplazó en el aire y recorrió el camino del templo para llegar hacia afuera.

Mamá acarició mi espalda e incitó a moverme, así que lo seguimos en una pequeña procesión que terminó en la pira que construyeron para Caelum y donde posaron su cuerpo sobre la madera plana. Ángeles y arcángeles se acercaron para llenarlo de plumas blancas y doradas que lo cubrieron como un manto; una despedida de sus compañeros y amigos.

Cielo y Evan materializaron sus alas para imitar a los ángeles y dejar sus propias plumas para su padre; me enternecí al notar que eran las más pequeñas de todas. Malik fue el último en depositar la suya, justo a la altura de su corazón.

Cuando la quietud cayó de nuevo, Kaly se acercó a la pira y se inclinó para besar la frente de Caelum.

    —Yo te elegí y te bauticé, mi Caelum. Y, el día de hoy, te dejo ir. Gracias por haber aceptado y servirnos fielmente durante más de un milenio. Deseo que encuentres la paz y sabiduría que necesitas en el otro lado. —Suspiró—. Y que tu alma siga siendo pura a donde sea que vayas.

Kaly dio un paso hacia atrás y fue toda la señal que Rhosand necesitó para alzar sus manos.

    —Espera...

Me sorprendió la palabra que salió de mi boca y el paso que di al frente, con una mano alzada, como si quisiera detener a la diosa. No lo sabía, no sabía que necesitaba hacer esto, pero ahora estaba muy claro.

    —¿Estrella? —susurró mamá con cautela, como si hubiera estado esperando que yo enloqueciera y me rehusara a llevar a cabo esto, pero esa no era mi intención.

    —Quiero hacerlo yo —expliqué.

Rhosand bajó sus manos lentamente y volvió a su lugar, dedicándome una mirada alentadora. Parecía que confiaba en mí para hacerlo, así que puse una mano sobre mi corazón y sentí cómo todo mi fuego se reunía, cómo ponía en él todo mi amor. Y mi tristeza. Y mi fuerza. Y mi magia. Y mi ser.

    —Requiem in pace, Caelum Rey —susurré la despedida tradicional de Féryco.

Porque tal vez Kaly lo había bautizado, pero estando casados mi ángel aceptó mi apellido y, esta noche, el mundo también se estaba despidiendo de un Rey.

Y quería que todos lo supieran.

La llama de mi fuego plateado nació de la madera y rodeó su cuerpo en un santiamén. Las plumas que lo cubrían fueron las primeras en quemarse y arrojar cenizas al aire, después, muy lentamente, él se consumió en mi magia.

Pudieron ser horas o minutos los que estuve de pie, frente a él, viendo cómo el amor de mi vida se desvaneció y finalmente me dejó sola. Cómo su cuerpo, la única cosa a la que todavía podía aferrarme, se disolvió. Apenas fui consciente de que caí de rodillas, llorando silenciosamente, y que tal vez abracé a Evan y Cielo con más fuerza de la necesaria. Tal vez les hice daño, pero ninguno se apartó de mis brazos mientras esa despedida se marcaba para siempre en nuestros corazones.

Cuando mi fuego por fin se acabó, no quedaba nada más que cenizas. Ni sus ojos. Ni su boca. Ni su cabello. Ni sus sonrisas. Ni sus caricias. Nada. Nada.

Solo había un vacío que me aplastaba el alma.

    —Estrella...

No supe por qué, pero estuve a punto de decirle a Malik que me dejara en paz. Realmente era el peor momento para intentar consolarme y decirme que todo estaría bien. Porque no era cierto, nada volvería a estar bien. Nunca. Porque él estaba muerto y yo lo había matado...

    —¡Estrella! —Él sujetó mi rostro para obtener mi atención—. Mira.

Tuve que parpadear varias veces para despejar mis ojos y poder ver lo que él señalaba. Y sollocé con fuerza porque ahí, en el cielo de Paradwyse, justo a la altura de la pira y donde el humo del fuego ascendió hasta perderse, había una pequeña estrella plateada que antes del funeral no se encontraba ahí.

La única estrella del reino. Y la primera en nacer sobre nuestras cabezas y no a nuestros pies.

Malik lloraba y sonreía, al mismo tiempo.

    —Es él —aseguró.

Porque en este mundo las estrellas eran magia y Caelum acababa de demostrarlo. Y una partecita de él siempre estaría aquí, iluminando su reino, hasta que volviera a apagarse.

Mi corazón se estremeció cuando escuché que mamá comenzó a cantar. Al mirar sobre mi hombro, la encontré llorando y mirando la estrella. Papá la abrazaba y también lloraba. La canción fue hermosa porque habló sobre el amor que nunca se va.

Hace mucho que no la escuchaba cantar así... aunque recuerdo que de niña me encantaba.

Y, de pronto, me sentí fuerte de nuevo. No como una sensación que me inundó y erradicó el vacío que me consumía, más bien como un rayito de esperanza que me ayudó a entrar en calor y me susurró al oído que, si me lo proponía, todo estaría bien.

Yo no estaba sola. Nunca lo estaría.

Dejé que Tadeus juntara las cenizas de Caelum para colocarlo en una hermosa urna de mármol que después llevamos a las catacumbas sagradas que se encontraban bajo el templo de los Siete. Eran inmensas, llenos de pasillos y escaleras que también estaban construídos con piedra luna y le daban un aspecto muy... espiritual y luminoso. No era para nada tétrico, como imaginé que sería al escuchar la palabra catacumba.

Tadeus nos guio hacia un recinto especial donde solo ponían a los arcángeles del Concejo. Incluso, el arco de la entrada tenía dos alas doradas y elegantes. Los mellizos lucían asombrados y mis padres no se quedaron atrás.

    —Podrán visitarlo siempre que quieran —anunció Tadeus a los niños—. Yo los traeré siempre que me lo pidan. A ti también, Estrella.

    —Gracias —murmuré.

El arcángel le entregó la urna a Malik y fue él quien colocó a Caelum en uno de los nichos vacíos que estaban al fondo. Siendo honesta, era un lugar bonito y muy adecuado para alguien que fue un ángel.

Una parte de mí sintió paz al comprenderlo, ahora estaba lista para volver a Féryco.

Los pegasos que nos llevarían de vuelta a nuestro hogar ya estaban arriba, esperando por nosotros afuera del templo. Me dolía la cabeza por el llanto y el cansancio, así que era un verdadero alivio volver a casa.

Mis padres me ayudaron a montar a Evan y Cielo en un pegaso, por lo que ellos subieron al segundo. Pero antes de que yo pudiera montar tras mis hijos, Oryn me tomó del codo y me acercó al círculo donde los dioses esperaban.

¿Ahora qué?

    —Estaremos al pendiente de tu embarazo, Estrella Rey —la diosa fue al grano.

Desvié la vista para mirar a Kaly con incertidumbre.

    —Dijiste que era muy pronto para saberlo —le reclamé.

    —Lo es —confirmó la diosa—. Justo por esa razón estaremos al pendiente.

Respiré hondo para no perder la paciencia.

    —No quisiera ser grosera, sus excelencias, pero en caso de estar embarazada eso no sería de su incumbencia —me defendí.

Arawn se cruzó de brazos.

    —¿No has entendido que las criaturas entre Caelum y tú no son normales? No podemos tomarnos esto a la ligera.

    —Caelum ya no era un arcángel cuando...

No fui capaz de terminar la frase, tampoco quería recordarlo.

    —Justo es eso lo que nos preocupa —recalcó Oryn, tan estratégica como siempre—. Creaste dos niños con todo lo bueno de Caelum. Si también creas otro con todo lo malo del mismo ser, podrías generar una antítesis. Sería una catástrofe.

    —Si yo tuviera otro bebé, él o ella no sería malo —reclamé con enojo.

    —Sería mitad demonio —rebatió la diosa sin piedad—. La magia infernal estará en su ADN. Ese niño pondrá en peligro a Evan y Cielo... y no lo permitiremos.

Abrí la boca pero olvidé lo que iba a decir cuando comprendí a fondo el reclamo de Oryn.

    —¿Niño? —repetí pasmada—. ¿Cómo estás tan segura de que será un niño?

Nadie respondió, pero no hizo falta. La verdad estaba frente a mis ojos.

    —Han soñado con otro niño, ¿verdad? Por eso están enloqueciendo con esto. —Tragué saliva al caer en cuenta de la realidad—. ¿Él es malo?

Rhosand suspiró, pero no se atrevió a mirarme a los ojos.

    —Es muy reciente —confesó—. Aún no comprendemos del todo ese sueño.

   —Pero podemos advertirte algo, Estrella Rey —continuó Oryn, la diosa de la guerra que seguramente estaba interviniendo para detener una—. Si estás embarazada, Kaly detendrá ese embarazo antes de que sea demasiado tarde.

Caminé hacia atrás, horrorizada, como si alejarme de ellos pudiera borrar esas últimas palabras. Choqué con alguien y comprendí que se trataba de Malik cuando me envolvió en un ala blanca, como si buscara protegerme. Al segundo siguiente, mi padre se atravesó entre los dioses y yo, gruñendo como una fiera.

    —Aléjate de mi hija.

Ninguno de los Seis le tomó importancia a la amenaza. Oryn pasó de él y continuó mirándome a mí.

    —Kaly te visitará en Féryco para supervisarte. No te molestes en esconderte, te encontraremos.

No sabía qué decir, no encontraba las palabras...

    —Vámonos —urgió mi madre llegando a mi lado.

Malik me soltó para que ella pudiera guiarme hacia el pegaso donde se encontraban los mellizos, porque yo estaba catatónica. Mi padre les gruñó a los dioses una última vez antes de seguirnos.

    —Malik, Tadeus —escuché a Arawn llamarlos—. Escóltenlos a Féryco, asegúrense de que los mellizos lleguen a salvo.

Qué ironía, teníamos la protección de los dioses y, al mismo tiempo, esos seres podrían condenarnos si querían. Si no hacíamos las cosas a su modo. Si no los complacíamos...

Tal vez nunca debí matar a Caelum. Tal vez debí dejar que mi esposo quemara todo Paradwyse, pero ya era muy tarde para ello.

Espero que esta haya sido la despedida que necesitaban para poder dejar ir a Caelum. ❤️‍🩹

Comenta con este emoji si crees que Estrella está embarazada de Caemonio y esto se va a descontrolar 👀

Solo faltan dos caps para el final

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