Capítulo 69. Sin control.
«Sin control»
La cama rechinó en protesta bajo ese beso y ese manoseo, pero Caelum se desesperó al tener el espacio limitado para maniobrar. Me atrajo hacia sí para cargarme de nuevo, esa vez apretujando mi trasero con más fuerza de la necesaria.
—Esta cama no es suficiente grande para todo lo que quiero hacerte —anunció antes de desaparecer.
De vuelta en su habitación, me arrojó sobre su lecho con tanto ímpetu que reboté sobre las almohadas. Lo jalé de la camisa para que cayera sobre mí y ambos sonreímos en medio de ese beso lleno de adrenalina.
Aquí había espacio de sobra y eso se antojaba prometedor.
Lo desfajé tan rápido como mis manos me lo permitieron y él tiró del cuello para sacársela por la cabeza. Aprecié su pecho liso y sin tatuajes, no sin cierta nostalgia. Recorrí sus brazos y delineé sus hombros, muchísimo menos anchos, pero envueltos en una piel tersa y con músculos firmes que se flexionaron bajo mis dedos. Pasé las manos por toda la extensión de su espalda, extrañando sus plumas suaves, pero explorando a mis anchas los omoplatos a los que nunca había tenido acceso entero. Bajé por sus costados, dibujé las líneas de sus oblicuos y me las arreglé para desabrochar los botones de su pantalón. La prenda no tardó mucho más que eso en desaparecer.
Su lengua entró con profundidad en mi boca y me aferré a su cabello, negro y revuelto, una de las pocas cosas que no habían cambiado. Mi lengua respondió al combate y fue una sensación tan resbalosa y sensual que golpeó directo en mi entrepierna.
Gemí cuando sus dedos se metieron por debajo del boxer para comprobarlo. Él hizo eco del sonido y se separó de mi boca para mirarme, sus ojos rojos estaban tan brillantes que parecían auténticos rubíes.
—Me encanta lo mojada que estás.
Cerré mis ojos, dejando que su masturbación me arrancara el aire. Caelum me trabajó, sin prisas, hasta que estuve más que lista para él. Hace rato que nuestros boxers habían salido del juego, por lo que alcé mis brazos para que también me sacara su playera.
Me contempló, sin ropa y sin barreras, y un suspiro muy bajito escapó de sus labios.
—No tienes idea de cuánto te extrañaba.
Froté su barba, con cariño y amor.
—Demuéstramelo —ordené.
Empujó mis rodillas para abrir aún más mis piernas y no dejó de mirar mis ojos mientras entraba dentro de mí. Hice un sonido de aprobación al sentirme llena y completa, y empujé su trasero hacia mí para asegurarme de que no quedaba ni un solo centímetro fuera, pero estaba bien clavada a él.
Una mano se metió debajo de mi cabello para aferrarse a mis raíces, la otra abrazó mi cintura para atraerme hacia él con cada movimiento de cadera. Me vaciaba y llenaba, una y otra vez, de una manera exquisita.
Giré el rostro cuando besó mi cuello y parpadeé con sorpresa cuando yo misma me devolví la mirada. El gran espejo de cuerpo completo con marco de plata estaba apoyado justo en la pared derecha, reflejando nuestros cuerpos desnudos, uno sobre el otro.
El vaivén de su cadera me hipnotizó. Su trasero se movía en un medio círculo perfecto, y un curioso hoyuelo en una de sus nalgas se ahuecaba con cada embestida que me daba. También contemplé las fibras de los músculos de su espalda, de sus brazos, moviéndose al compás de él.
Caelum no tardó en seguir la dirección de mi mirada para investigar qué era lo que tanto había llamado mi atención. Y sonrió al encontrarse con nuestros reflejos. Incluso se pavoneó, marcando más sus movimientos para que yo me diera cuenta de lo sexy que era cuando me hacía suya.
Lo abracé con mis piernas y él soltó mi cabello para acariciar mis muslos, para alcanzar mi trasero y apretarlo con fuerza, a propósito, para que yo viera como mi piel se estrujaba bajo sus manos. Siguió besando mi cuello, sin apartar su mirada del espejo para no perderse cada una de mis reacciones.
—No sabía que te gustaba tanto mirar —dijo en mi oído.
Ni siquiera yo lo sabía.
—Te ves tan sexy... —confesé.
—¿Yo? —Caelum me abrazó para atraerme hacia él, quedando sentados en la cama sin haber interrumpido nuestra unión—. ¿Ya te miraste a ti misma?
Subió su mano por el arco de mi espalda hasta llegar a mis hombros, donde llevó mi cabello hacia atrás, lentamente, para descubrir mi cuerpo. Besó mi hombro. Lo lamió. Y esa lengua caliente siguió bajando hasta alcanzar mis senos. Verlo chupar y morder mi pezón hizo que se me calentaran hasta las orejas, sus dientes lo jalaban lentamente, provocando dolor, placer y una imagen tan erótica que mis caderas se movieron sobre él en busca de más.
Los atendió durante un largo rato, hasta que se dejó caer de espaldas completamente y la posición me hizo sentir una nueva profundidad.
—¿Quieres ver lo sexy que te ves cuando me montas?
No podía negar que me gustó la imagen. Me hizo sentir poderosa verme arriba de él, sacando los pechos y curvando el trasero. Caelum me acarició toda mientras yo bailaba sobre él, de atrás hacia adelante. Mi esposo tampoco despegaba sus ojos del espejo, disfrutando del espectáculo que le estaba dando.
Estrelló sus manos en mi trasero. Y mi piel era tan blanca que inmediatamente nacieron manchas rojas con la forma de sus dedos. ¿Cómo era posible que eso me pusiera todavía más?
Él, o leía mi mente o lo vio en mis ojos, porque lo hizo una segunda vez. Y otra. Y otra. Fue demasiado. Me dejé caer sobre su pecho, en busca de su boca. Sentía que necesitaba venirme con desesperación y aún no encontraba esa chispa que lo encendiera todo. Él sujetó mi cadera y prácticamente me hizo saltar sobre él, pero nada era suficiente y a mí ya me estaba dando algo. Tal vez se me estaba parando el corazón. Tal vez me daría un infarto si no encontraba mi orgasmo, pronto.
—Necesito más —le dije.
Un ronco gruñido fue mi única respuesta y volvió a tomar el control. Nos giró en la cama, para que ambos quedáramos acostados de lado.
—Dame la espalda —ordenó—. Voy a darte el espectáculo de tu vida.
Lo obedecí, quedando de cara al espejo, y la imagen que me recibió fue hermosa. Detrás de mí, su piel bronceada contrastaba con mi piel blanca. La curva de mi cuerpo encajaba con las líneas del suyo. La imagen se rompió y se convirtió en algo más oscuro cuando tomó mi pierna por debajo de la rodilla y la alzó, dejándola suspendida en el aire.
Me aferré a las sábanas cuando entró en mí, en parte porque la posición me gustó, en parte porque así podía verlo todo. Entrando y saliendo. Entrando y saliendo. Entrando y saliendo. Abrí mi boca y ni me preocupé por censurar todo lo que salió de ella, todos los gemidos, gritos y palabras sucias, los cuales aumentaban con el poder de sus embestidas.
Su otro brazo me tenía abrazada del pecho y de vez en cuando jugaba con ellos, verlo y percibirlo era una experiencia para todos los sentidos. Estaba empapada en sudor y tan mojada que Caelum resbalaba dentro mío con una tremenda facilidad.
Tenía que estar cerca. Tenía que alcanzarlo. Todo mi rostro se convirtió en una máscara de súplica y Caelum me conocía tan bien, que supo exactamente qué hacer.
La mano en mi pecho subió a mi cuello y apretó.
—¿Quieres correrte para mí? —dijo en mi oído.
—Sí —gemí.
—Hazlo —ordenó, apretando de nuevo mi garganta, solo lo suficiente para aumentar mi excitación.
Balbuceé una respuesta inentendible.
—Mantén esta pierna alzada —indicó al soltarme.
Me sujeté yo misma y solté un gritito ahogado cuando su mano libre rodeó mis caderas y sus dedos alcanzaron mi clítoris, sin detener sus estocadas. Mi rostro estaba rojo, hirviendo de calor. Los temblores previos por fin llegaron y mis piernas comenzaron a estremecerse, preparándose para lo que se avecinaba.
—Sí, ahí. Tócame Cael.
Él lamió mi oreja.
—Di mi nombre de nuevo.
—Cael —repetí—. Cael.
Solté mi pierna para encajar mis uñas de nuevo en las sábanas y tiré de ellas, poniendo todo de mí para alcanzar esa chispa que estaba a punto de consumirme.
—Vamos, Ella —me apuró.
—Me... me estoy acercando —logré decir.
—Mmm... —pronunció, mordisqueando mi oreja—. Buena chica. Te ves tan jodidamente sexy en este momento.
Sollocé y me retorcí, esas palabras estaban funcionando tan, pero tan bien.
—Ajá —lo animé a seguir.
—¿Te gusta esto? —me incitó, aumentando la velocidad.
—Mmm... sí —jadeé, con temblorina en todo el cuerpo.
Una risa ronca acarició mi oído.
—¿Te gusta fuerte?
—Sí —exhalé.
—¿Vas a hacer mucho ruido cuando te corras?
—Sí.
—Entonces córrete para mí, mi vida. Quiero escucharte.
—¡Sí!
Siempre es maravilloso alcanzar algo que tanto trabajo costó... y esta no fue la excepción. Le hice justicia a mi nombre y exploté como una supernova que me consumió entera. Y vi un montón de estrellas detrás de mis párpados mientras esa chispa recorría todo mi cuerpo. Y se repetía. Y se repetía. Y se repetía.
Hasta que caí rendida sobre la cama, apenas logrando respirar.
Caelum jaló mi cuerpo para colocarme bocarriba y pegué un grito cuando volvió a entrar en mí, estaba tan sensible que mis ojos se llenaron de lágrimas. Metió sus brazos debajo de mis piernas y las impulsó hasta que las rodillas me llegaron a las orejas, completamente abierta para él.
—Oh, Dioses. Oh, Dioses —sollocé.
Se movía implacable, buscando el tan ansiado orgasmo que había retenido para darme el mío primero. No pude evitar recordar la última vez que lo hicimos, en la playa, cuando él me confesó que le gustaba verme marcada después de venirse dentro de mí...
Y entonces caí en la cuenta, no sin cierto horror, que ahora Caelum era un demonio. Y los mortales sí podían embarazarse de los demonios. Y aunque habíamos estado tomando anticonceptivos, el cuerpo de Caelum había cambiado. Nada nos aseguraba que siguieran surtiendo efecto después de la transformación.
—Caelum. —Golpeé su hombro con desesperación, para que se diera cuenta que en serio lo estaba llamando y no era producto de la pasión del momento—. Caelum, detente.
Él gruñó.
—No termines dentro —ordené.
En esa posición estaba completamente sometida a él y no podía apartarme, ni siquiera moverme para intentar sacarlo.
—¿Me escuchaste?
Él me miró. Y entonces supe que me escuchó. Y que no le importó. Me congelé cuando lo sentí acabar, bien profundo, con varias estocadas finales.
—Oh, Dioses —repetí.
Esa vez no fue debido al placer.
Caelum soltó mis piernas, aún gruñendo como una bestia por su final, y se apartó para dejarse caer sobre la cama hecha un desastre. Rápidamente me puse de pie, en un intento de que su corrida saliera y resbalara por mis muslos, aunque muy en el fondo sabía que eso no serviría de nada.
Hice cuentas: hace dos semanas que tuve la regla. ¿Mi ovulación ya habría terminado?
—Eso fue increíble, Ella —lo escuché decir.
La furia me dominó.
—¡Te dije que no terminaras dentro!
—¿Por qué no?
—Ahora eres un demonio, Caelum. Puedo quedar embarazada otra vez.
Él cruzó sus manos detrás de la nuca.
—¿Y eso es tan terrible?
Me quedé hecha una pieza.
—Lo sabías. Lo hiciste a propósito.
—Si no quieres traer a nuestros hijos, no veo nada de malo con que hagamos más.
—¿Y cuándo pensabas decírmelo?
—Cuando te quedaras embarazada, ¿tal vez?
La realidad me golpeó como una bala. Aquí estaba Caelum, de nuevo, creyendo que era mi dueño. Que podía tomar decisiones sin consultarme. Que podía controlarme a su antojo. Mi ángel nunca me hubiera hecho esto, él siempre me comunicaba las cosas, me pedía mi opinión y respetaba cualquier decisión que yo tomara.
Este Caelum... solo hacía las cosas de acuerdo a su conveniencia. Me quería. Me amaba. Yo le importaba. Y ese era justo el problema. Su corazón oscuro me deseaba a mí, con desesperación, a toda costa. Haría lo que fuera para conservarme, incluso ir en contra de mi voluntad.
Este ya no era un amor sano.
¿Cómo no lo vi desde un principio? ¿Cómo permití que las cosas llegaran tan lejos?
—Por eso no quieres que recupere mi magia —comprendí.
Él arqueó sus cejas, aunque cierta cautela bañó sus ojos.
—¿Mmm?
—No es por miedo, es porque no quieres que salga de aquí. No hay ventanas en este castillo, seguramente la puerta de la entrada está cerrada desde mi llegada. Me has dejado vagar a mi antojo porque sabes que no puedo salir, nunca fue tu intención dejarme ir, sin importar la decisión que yo tomara al respecto.
Él ladeó su cabeza.
—Te lo ofrecí por las buenas, esperaba haberte convencido.
Eso era lo peor, casi lo había logrado.
—No, tú me mentiste. Me chantajeaste. ¿En qué otras cosas no has sido sincero conmigo?
—¿Quieres una lista?
Retrocedí.
—¿Por qué buscaste a los príncipes infernales? Quiero la verdad.
—Necesito un ejército poderoso para acabar con el Concejo.
—Dijiste que no querías vengarte.
—Tenía que ganarme tu confianza.
Reprimí un temblor.
—¿Evan y Cielo?
—Son mis hijos. Y son más poderosos de lo que imaginas, incluso pueden curarse a sí mismos.
—¿Qué?
—Lo descubrí cuando Forcas los secuestró.
Más tarde analizaría esa información.
—¿Para qué quieres a nuestros hijos? —insistí, temiendo la respuesta.
—Son armas. Quien sea que las posea, será difícil de vencer.
Eso era lo único que necesitaba para comprobar que Caelum no era mi Caelum. Él jamás, jamás, hubiera dicho algo así sobre los mellizos. No sobre los niños que amaba con todo su corazón.
—¡No usarás a mis hijos como armas! —rugí.
—Tú te quedarás aquí, a salvo. No te enterarás de nada. —Se sentó sobre la cama para mirarme, con los ojos muy abiertos y el cabello despeinado. En cualquier otra ocasión hubiera sido una expresión muy tierna—. Las siguientes semanas deberás estar muy tranquila o le hará daño al bebé.
Puse una mano sobre mi vientre, rezando a los Dioses para no quedar embarazada de este demonio.
—¿Para eso quieres tener más hijos? ¿Para tener más armas?
—Es obvio que ya no serán como Evan y Cielo, pero confío en que tú y yo podremos crear una raza igual de poderosa.
Que sugiriera que yo no era más que una incubadora de demonios fue demasiado. Cogí la playera del suelo y me vestí, porque necesitaba salir de ahí. Necesitaba estar lejos de él. No fue una sorpresa del todo cuando encontré la puerta cerrada con llave.
—¿Estás disgustada conmigo? —preguntó. Escuché su voz justo a mis espaldas.
—¡Estoy furiosa contigo! —grité, enfrentándolo.
—Pero... —La expresión de su rostro no era del todo fingida, parecía como si de verdad no comprendiera qué había hecho mal—. Tú dijiste que me amabas, aun siendo demonio.
—Que yo te ame no te da derecho a hacer todo esto —señalé—. No te da derecho a encerrarme. O a mentirme. O a tratarme como un objeto. El amor no es así. ¡Tú me lo enseñaste! Me enseñaste que la comunicación entre nosotros era lo más valioso, que cada decisión difícil la tomaríamos juntos, que lo que yo opinara era importante para ti. —Respiré entrecortadamente, conteniendo el dolor de mi pecho—. Y siempre, siempre, me mostraste una salida. Incluso cuando tuvimos que permanecer juntos a la fuerza, nunca me sentí encerrada. Incluso cuando yo quería el divorcio, me ofreciste una salida. Siempre hubo una opción. Siempre respetaste mi libertad, ¡me respetaste a mí! Ese es mi Caelum y tú... tú no eres él.
La expresión en su rostro cambió y, por primera vez, pude ver al demonio debajo de su piel en todo su esplendor. Di un paso hacia atrás, pero fui demasiado lenta. Su mano se cerró en mi cuello y me estrelló contra la puerta. Mis pies se quedaron en puntitas y abrí la boca con desesperación, buscando aire.
—¡Yo soy tu Caelum! —vociferó, encajando sus dedos en mi piel. Me di cuenta que una sola mano tenía la fuerza suficiente para romperme el cuello—. Estoy harto de que me compares, ¡haces que me ponga celoso de mí mismo! ¿No te acabo de demostrar lo bien que cogemos? ¿Lo bien que te puedo hacer sentir? Te conozco, Estrella. Conozco tu cuerpo. Conozco tus expresiones. Conozco tus gemidos. Conozco las palabras que pueden hacerte llegar. Si yo no soy tu Caelum, ¿cómo sé todo esto?
Arañé su muñeca cuando mi vista se nubló. Vi el momento exacto en el que el velo del enojo cayó de sus ojos, porque los amplió, espantado. Me soltó de inmediato y caí de rodillas al suelo, luchando por toser y respirar.
Él se dejó caer frente a mí, rodillas contra rodillas, y colocó sus manos sobre mis hombros temblorosos.
—Lo siento, lo siento, lo siento —se disculpó una y otra vez—. No sé qué me pasó, me hiciste perder el control.
¿Yo lo hice perder el control? ¿Él casi me asfixia y era mi culpa?
—Estrella, ¿me perdonas?
No respondí, no podía. Aún no procesaba que Caelum, quien nunca me había lastimado físicamente, acababa de hacerme esto. Una cosa era apretar ligeramente mi cuello durante el sexo, bajo mi consentimiento, y otra muy diferente atacarme de la manera en la que lo hizo.
Él me abrazó y acarició mi cabeza, como si intentara borrar esos pensamientos.
—Todo está bien —susurró.
No lo aparté solo porque me dio miedo hacerlo enojar de nuevo. Después de todo yo estaba ahí, encerrada con él, sin posibilidad de escapar. Si Caelum perdía el control y se dejaba llevar por el demonio, no quería ni imaginar lo que podría pasar conmigo.
Este cap fácilmente podría ser otro de mis favoritos porque este momento en el que Estrella por fin se quita la venda de los ojos y aprende a diferenciar entre un «amor sano» y un «amor tóxico», es muy importante para el final de la historia y la enseñanza de Caella.
¿Ustedes notan las diferencias? Espero que sí y que así como nuestro ángel nos enseñó lo que es vivir un romance sano, lleno de comunicación, límites, mucha madurez y responsabilidad afectiva, este demonio les enseñe los límites que no se deben cruzar, las manipulaciones en las que no debemos caer y, sobre todo, a identificar una agresión física y no permitir que el agresor nos haga sentir culpables por ello.
El amor entre Caelum y Estrella es el mismo, el sentimiento es igual de fuerte, pero las maneras en las que ese amor se ha demostrado como ángel y demonio es lo que ha sido diferente. Relean los últimos capítulos todas las veces que necesiten hasta que lo noten: que no debemos dejarnos engañar por la máscara, sino atrevernos a mirar lo que hay debajo de ella.
Desde que Estrella puso un pie en el castillo, Caelum deliberadamente le quitó su magia para poder controlarla. Y no se la regresó ni siquiera después de la agresión de Belial, cosa que nuestro ángel jamás hubiera hecho. Todo lo contrario: Caelum ángel la entrenaba e impulsaba, Caelum demonio solo intentó controlarla y poseerla.
Desde un principio todo estuvo mal, pero fue suavizado por esas sonrisitas, miraditas y una dulce palabrería que no vale nada.
Espero nunca lo olviden.
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