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Capítulo 66. Un beso.




«Un beso»

Los siguientes tres días se convirtieron en una rutina bastante extraña. Nuestras reuniones eran con Asmodeo, quien, me di cuenta, estaba instruyendo a Caelum sobre el "funcionamiento" del infierno.

Esta dimensión estaba dividida en varios planos y nosotros nos encontrábamos en el principal. Pero debajo, como un pastel de varios pisos, había más infiernos repartidos entre los siete príncipes infernales. Ellos gobernaban cada uno de sus planos —y a las monstruosas criaturas que habitaban en ellos— pero el rey del infierno gobernaba a los Siete Infernales.

Supuse, sin necesidad de que Caelum me explicara nada, que no era una coincidencia que existieran siete dioses principales y siete príncipes infernales. El universo, de alguna forma, mantenía ese equilibrio.

A Asmodeo no le hacía gracia encontrarme todas las mañanas sentada junto a Caelum, vestida con atuendos atrevidos y acomodada en un segundo trono de diamante negro que mi esposo había creado para mí incluso cuando yo no había tomado ninguna decisión oficial.

Aun así, fingía poner el interés suficiente como para no levantar ninguna sospecha. Escuchaba con atención y hacía expresiones deliberadamente curiosas o pensativas, como si estuviera analizando todo con mucho cuidado. No intervenía a no ser que Caelum me hiciera una pregunta directa o me pidiera mi opinión. Así que Asmodeo se tenía que tragar mi presencia.

Mi sorpresa no fue fingida cuando, el tercer día de reuniones y el cuarto desde mi llegada, Caelum exigió:

    —Quiero conocer al resto de los príncipes, concreta una reunión con todos.

Me quedé hecha una pieza, Asmodeo no parecía encontrarse en un mejor estado.

    —Mi señor —titubeó el demonio—. Ni siquiera Azael se atrevió a juntar a todos los príncipes en un mismo lugar.

Caelum bajó el tono de su voz, con tanto peligro impregnado que me erizó la piel.

    —Yo no soy Azael.

    —Pero, mi señor, él nos visitó a cada uno por separado —insistió Asmodeo—. Para presentarse y ganarse nuestros favores.

    —Y mira qué bien le funcionó —rebatió mi esposo—. Azael hubiera ganado la guerra del infierno de haber tenido la lealtad de los Siete, pero los príncipes solo le mandaron a unos cuántos demonios y lo dejaron solo, deseando que muriera para adueñarse de su trono. Está claro que, después de cada visita, los príncipes infernales se reunieron entre ellos para ponerse en contra de su rey.

Él no acababa de decir eso, ¿o sí? Él no acababa de sugerir algo tan horrible, sabiendo que mi madre hubiera sufrido las consecuencias de todo eso. Y hubiera estado a merced no solo del rey del infierno, sino también de los siete príncipes.

El estómago se me encogió dolorosamente. De pronto, deseé que mamá no volviera a poner un solo pie en el infierno. Que no tuviera que despertar ninguna pesadilla del pasado. Yo tenía que resolver esto antes de que las dos semanas se cumplieran.

Asmodeo permaneció en un silencio tenso.

    —Eso creí —concluyó mi esposo—. Organiza la reunión, esta misma semana.

    —Como usted ordene, mi señor.

Asmodeo hizo una reverencia, demasiado lenta como para ser sincera. Parecía obligar a su cuerpo a inclinarse y este se rehusaba en cada centímetro.

    —Es todo por hoy —lo despidió, con un gesto aburrido.

Asmodeo se marchó apretando los dientes.

Caelum y yo apenas intercambiábamos más que algunas frías e insulsas palabras cordiales en nuestras comidas, pero mayormente permanecíamos en un incómodo silencio. Durante mis ratos libres, cuando él me dejaba tranquila para hacer quién sabe qué, recorría inocentemente el castillo, buscando su habitación o algún lugar donde pudiera estar escondida la daga.

No había tenido éxito y comprendí que no lo lograría a tiempo, mis ratos a solas eran pocos y el castillo enorme. La forma más rápida de tener éxito era... que él me llevara voluntariamente a su dormitorio.

Caelum ya había demostrado su debilidad ante mí. Si yo jugaba con inteligencia, podía aprovecharme de eso para conseguir lo que quería. Solo existía un pequeñísimo problema: el estómago se me revolvía cada vez que pensaba en ello.

Aparté mi vista de la cena para mirarlo, algo que apenas me atrevía a hacer desde que él me acorraló en la cama y me hizo sentir cosas en las que no quería pensar. Masticaba lentamente, como perdido en sus pensamientos, pero no tardó mucho más que eso en darse cuenta de mi atención.

    —¿Tu cena está bien?

    —Sí.

    —¿Entonces qué pasa? —preguntó tranquilamente.

    —¿Por qué quieres conocer a todos los príncipes?

    —Porque necesito tenerlos controlados.

    —¿Y cómo piensas controlarlos?

    —Con miedo.

    —¿Seguro que es eso?

    —¿Para qué piensas tú que quiero conocer a todos los príncipes? —devolvió, intrigado.

    —Para formar un ejército y atacar al Concejo.

Él no lo negó.

    —¿Tú crees que el Concejo no está planeando lo mismo? —me probó.

    —Los ángeles no pueden matarte.

    —Y aun así, encontraron la manera de acabar con Azael. Tengo que estar preparado.

    —¿Vas a decirme que esto solo es prevención?

Hizo el ademán de atajar la mano que tenía sobre la mesa, pero se detuvo a milímetros de alcanzarme.

    —Estrella, no quiero comenzar una guerra. No mientras estés aquí, conmigo.

    —¿Me estás chantajeando?

    —No. Lo que estoy diciendo es que no me interesa la venganza si eso implica ponerte en riesgo a ti y a nuestra familia. Si quiero ganarme a los príncipes es solo para protegernos. Y a nuestros hijos, cuando decidas traerlos.

    —¿Ese es tu plan? —pregunté con incredulidad.

    —¿Esperabas algo más malévolo? —leyó entre líneas.

    —Pues sí —me sinceré.

Él suspiró.

    —Nunca me importó ser rey ni conquistador —me contó— pero mis enemigos, nuestros enemigos, son poderosos. Tengo que estar a la altura de ellos, porque esta vez voy a defender todo lo que es mío.

    —¿Y tenía que ser el infierno? —me quejé—. Estas antorchas verdes me causan migraña.

Caelum parpadeó. Todas las antorchas del comedor adquirieron un tenue fuego azulado con ese simple movimiento.

    —¿Mejor? —Me quedé sin habla—. Debiste decírmelo antes, ¿por eso has estado tan malhumorada?

Por eso y porque mi esposo se convirtió en un demonio.

    —No he estado tan malhumorada —me defendí.

Él me sirvió más vino rojo.

    —Si tú y yo gobernamos el infierno, no solo tendremos los recursos para hacerle frente a Paradwyse. También podemos controlar a los demonios, para evitar que algo como lo que sucedió con tu madre se repita en el futuro. Por eso elegí el infierno, era la opción con más ventajas.

Me evaluó con atención después de soltar sus palabras, mientras yo todavía las procesaba.

    —Piénsalo —insistió—. Como reina del infierno, tendrás el poder para contener el mal. Tú y yo, juntos, exterminaremos cualquier amenaza que surja antes de que se vuelva un problema para otras dimensiones. —¿Me había vuelto loca o su plan no sonaba tan descabellado? —. Y, lo más importante, por fin lograremos estar juntos.

Esa vez sí se permitió tomar mi mano. Estaba tan fría como la última vez que me tocó, pero no me aparté. Si el único deseo de su oscuro corazón era tenerme a mí y él pensaba que ya lo había logrado, ¿eso sería suficiente para que el demonio se fuera a dormir?

    —¿En qué piensas? —preguntó.

    —En lo extraño que te ves sin alas —mentí.

Le arranqué una sonrisa, también liberó mi mano para volver a tomar su tenedor.

    —Si tanto las extrañas, podemos conseguir un disfraz como el tuyo...

Me sonrojé violentamente.

    —No creo que eso sea necesario.

    —¿Ya no te gusta jugar, mi vida?

    —Depende del juego.

    —¿Qué te parece si jugamos al ángel bueno y al malo?

    —¿Y cuál sería yo?

    —Sorpréndeme —me retó, tomando un bocado sensual de su cena.

Caí en la cuenta de que se había abierto justo la puerta que yo necesitaba, así que me aclaré la garganta y pensé una réplica inteligente.

    —¿Aquí? —Miré a mi alrededor con inocencia, agitando mis pestañas sutilmente.

Me di cuenta que él esperaba una evasiva cuando se atragantó con su comida y lo resolvió con dos largos tragos de vino. Sus ojos echaron chispas.

—¿Estás jugando conmigo?

—¿No era eso lo que querías? ¿Jugar?

Resopló con diversión.

—No exactamente —se lamentó.

Tomé aire, hondamente, esperando no arrepentirme de mis siguientes palabras.

    —Me gustaría probar ese beso ahora.

Su cuerpo se quedó muy quieto, pero su respiración se aceleró.

    —¿Es ese tu permiso?

    —Solo un beso —aclaré.

    —¿Por qué ahora? —preguntó con una mirada suspicaz.

    —Porque tu plan me gusta —improvisé—, pero estoy confundida con mis sentimientos respecto a ti. Eres... diferente, ¿cómo sé si también se siente diferente besarte? ¿Estar contigo? ¿Cómo sé si me gusta?

    —¿Y un beso lo resolverá?

    —Tal vez aclare mis sentimientos.

Caelum observó mi boca y, de nuevo, mi pulso se aceleró solo por tener sus ojos clavados en mí. Me quedé muy quieta cuando se puso de pie, solo le bastó empujar mi silla para sacarme de la mesa y tenerme a su alcance.

Aunque no esperaba que también empujara, sin ningún cuidado, el resto de la cena para despejar la mesa. Me tomó de la cintura para sentarme sobre la madera negra y empujó mis rodillas para meter su cuerpo entre mis piernas. Solo pude aferrarme al borde de la mesa, no porque temiera caerme, sino porque necesitaba recordar dónde estaba.

Caelum acunó mis mejillas, con tanta suavidad que el nudo en mi garganta se volvió doloroso. Era difícil no pensar que todo seguía siendo como antes cuando él actuaba tan cariñoso. Tal vez no existía un viejo o un nuevo Caelum. Tal vez, aunque pareciera una locura, seguía siendo el mismo.

Detuve mis pensamientos en seco. Él todavía no me besaba y yo ya estaba delirando. Me recordé a mí misma que ese beso era solo para ganarme su confianza, para que me llevara a su dormitorio en busca de más.

Cosa que yo frenaría, una vez que supiera dónde estaba su habitación.

Me dije a mí misma, una y otra vez, que ese beso no me importaba. Pero mi corazón no estuvo de acuerdo y latió como loco, sobre todo cuando sentí las yemas de sus dedos deslizarse hasta mi cuello.

Incliné mi cabeza hacia arriba, dándole mejor acceso a mi boca.

    —Me parece, mi vida, que esta noche tengo ganas de jugar al ángel malo.

Esas palabras lograron sacarme de mi ensoñación. 

    —¿Qué?

Él se arrodilló ante mí.

    —Olvidaste aclarar dónde querías tu beso.

Tragué saliva.

    —Creí que era obvio.

    —Nunca des nada por hecho —aconsejó, subiendo mis piernas a sus hombros.

El vestido de ese día era corto y no hice nada para impedir que me lo subiera hasta las caderas. Encajé mis uñas en la mesa, una parte de mí luchaba por ponerle un alto a la situación y otra suplicaba por dejarse de llevar.

    —Caelum —imploré.

    —Si quieres recordar todo lo que puedes llegar a sentir cuando estás conmigo, un beso en la boca no es suficiente. —El gemido que emití me tomó por sorpresa y él abrió más mis muslos, observándome sin decoro—. Estás empapando la mesa.

    —¿A quién se le ocurrió subirme a ella? —resollé.

    —¿Dónde más me como mi cena?

Estaba más que claro que esa noche yo era la cena. Bajé mi mirada y me dio una combustión al encontrarlo entre mis piernas. Me sentía vulnerable ante su boca y no me importaba. Él hizo una caricia con su barba, en la parte interna de mi muslo, un área tan sensible que me hizo saltar.

    —¿Puedo? —preguntó.

Alcancé a sentir miedo, porque sabía que no iba a detenerlo. No quería hacerlo.

Alguien llamó a la puerta, Caelum gruñó.

    —¿Sí? —preguntó alzando la voz. Intenté bajarme de un salto y acomodarme la ropa, pero él me inmovilizó sobre la mesa—. No te muevas, en un minuto vuelvo a ti.

Me congelé cuando la puerta se abrió y Asmodeo se asomó tras ella. Palideció ligeramente al entender la escena frente a sus ojos, yo me puse roja como un tomate.

    —Mi señor, lamento interrumpir...

    —Como puedes ver, estoy en medio de algo realmente importante, así que más vale que sea bueno.

    —Se trata de los príncipes, han respondido el mensaje.

El interés de Caelum cambió, lo supe porque aflojó el agarre en mis muslos.

    —¿Todos?

    —Todos —confirmó Asmodeo—. Están esperando una respuesta de su parte.

Mi esposo soltó un suspiro de dolor, pero se puso de pie y me ayudó a bajar de la mesa. Acomodé mi vestido lo más rápido que pude y Caelum me dio una fuerte nalgada que me dejó con la boca abierta.

    —Te debo un beso —fue todo lo que dijo como despedida.

Una vez sola en la cama, comprendí que el demonio había sido más inteligente que yo. Y ese no era mi único problema, porque ni el baño de agua fría había logrado apagar mi calentura. Me sentía incómoda en mi cuerpo, las sábanas me picaban y la sangre me hervía. Tenía puesto el camisón de encaje más ligero que encontré y, aun así, estaba muerta de calor.

Y por más que intentaba tranquilizar mi respiración, esta volvía a acelerarse una y otra vez. No tenía idea de qué hora era, pero la cama ya era un desastre por todas las vueltas que había dado en ella.

Me rendí al comprender que no lograría dormir hasta aliviarme, así que cerré mis ojos y pasé las manos por mi cuerpo. Me había explorado a mí misma muchas veces antes, sobre todo cuando decidí serle fiel a Caelum y no volví a verlo durante los siguientes seis años. Había descubierto muchas cosas sobre mí en ese inter, qué me gustaba y cómo me gustaba, así que metí mis dedos entre mis piernas sin dudar.

Seguí el ritmo de mi respiración, cada vez más rápido conforme esta se aceleraba. Introduje un dedo dentro y de mi boca salió el primer sonido de la noche. Se sintió bien, sobre todo cuando apreté mis pechos con mi mano libre para intensificar el placer.

    —Me parece que esta noche hemos avanzado mucho.

Grité al escuchar su voz e inmediatamente jalé torpemente las sábanas para cubrirme.

    —¿¡Cómo te atreves!? —volví a gritar, identificando su sombra.

Caelum estaba recargado tranquilamente en uno de los postes de la cama, mirándome. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí?

    —No tenía idea de que te encontraría así, aunque tampoco es una queja.

    —¿Y decidiste quedarte calladito? —lo acusé.

    —Pensé que ya habíamos dejado claro que mirar no está prohibido.

Le lancé una almohada.

    —¡Fuera de aquí!

    —¿Se acabó el espectáculo?

Había fingido desconcierto en su voz.

    —Por si no era obvio —refunfuñé.

    —Pero yo no te vi acabar.

    —Porque me interrumpiste en el mejor momento.

Su sombra se movió ligeramente, como si hubiera cambiado el peso de una pierna a otra.

    —Lo siento —se disculpó—. Ese sonidito que hiciste... fue demasiado.

    —Pensaba que estaba sola.

    —Lo he escuchado antes, conmigo.

Eso me descolocó.

    —¿Qué haces en mi cuarto a las...?

    —Dos de la mañana —completó—. Tampoco podía dormir.

    —Así que viniste a mirar.

    —Pensé que estarías dormida.

    —¿Cuántas veces me visitas estando dormida?

    —Todas las noches —respondió sin reparos, como si fuera algo muy normal.

    —¿Qué?

    —Aunque, si te soy sincero, me alegra que hoy estés despierta. —La cama crujió y sentí que el colchón se hundió bajo su peso. Retuve la respiración—. Te debo un beso.

    —Es tarde para un beso —lo evadí.

    —Yo diría que llegué justo a tiempo. —Me empujó para recostarme de nuevo y me arrancó la sábana de las manos—. Estás en tu punto.

    —Caelum...

    —Esta fue tu idea, ¿recuerdas?

    —Tú la retorciste, yo quería un beso en la boca.

Escuché una risita demasiado cerca de mi oído.

    —Está bien, Estrella, te doy la opción de elegir. Dime dónde quieres tu beso y te obedeceré.

Este era el Caelum que yo conocía, aquel que respetaba mis decisiones. Y, para su buena suerte, yo tenía una calentura de los mil demonios.

Utilicé una mano para aferrarme a su cabello y empujé su cabeza hasta colocarla entre mis piernas. Y, tal y como prometió, él obedeció. La sensación de su lengua resbalando de arriba a abajo me hizo temblar. Mi gemido estuvo lleno de alivio y anhelo.

Él, de nuevo, volvió a ser más inteligente que yo. Y me devoró con una lentitud deliberada para volver ese beso eterno. Cerré los ojos, me deshice en la cama y solo me preocupé por disfrutar, sin dejar de jalar su cabello cuando hacía algo que me gustaba, para que lo repitiera. De vez en cuando, su lengua también se deslizaba dentro y fuera, dentro y fuera.

Mi mente se desconectó por completo.

No había ni una maldita diferencia. Era él. Todo era él.

Sentí el hormigueo subir desde las plantas de mis pies hasta mi vientre, el orgasmo saludándome como un viejo amigo. Dije un débil para que no parara y él me sorprendió aferrándose a mis muslos para girar con agilidad. Jadeé y quedé sentada sobre su cara, mirando hacia la cabecera de la cama. Me impulsé con mis manos para enderezarme y entonces sentí la profundidad de su lengua. Me gustó el cambio, me hizo deshacerme sobre él.

Salté tras recibir una inesperada nalgada, una invitación para algo que no comprendí. Golpeó mi otra nalga y la piel me picó antes de calentarse de una manera extraña que no me resultó desagradable. Me incliné un poco, apoyándome en la cama para mantener el equilibrio, y gemí escandalosamente cuando me nalgueó con ambas manos al mismo tiempo.

Entonces lo entendí, él quería que yo imitara ese movimiento sobre su boca. Quería que yo montara su lengua.

Y lo hice, en busca de un orgasmo que ya estaba a la vuelta de la esquina.

    —Sigue —supliqué—. Sigue.

Caelum entendió a lo que me refería y, mientras yo montaba su cara como enloquecida, él continuó dándome azotes. Algunos dulces, otros fuertes, pero cada uno terminaba en ese nudo tenso dentro de mi vientre.

Hasta que exploté. Me vine en su boca, literalmente, con un squirt como el que me causó el día que me devoró sobre mi trono en Féryco. ¿Qué tenía esta lengua mágica que era como abrir una llave?

Temblé minutos enteros, intentando reponerme del asalto, hasta que me sentí con la fuerza suficiente para pasar una pierna fuera y derrumbarme a un costado de la cama. Estaba acalorada, sudorosa y mojada. Caelum debía estar más empapado que yo y no sabía si avergonzarme por ello.

La cama crujió de nuevo y lo sentí buscarme, su boca se pegó a mi oído y su barba, húmeda por mí, raspó mi mejilla.

    —Voy a desaparecer todas las sillas de este castillo, tu trono y cualquier superficie en la que puedas sentarte. A partir de esta noche, solo quiero que te sientes en mi boca.

Respiré penosamente, pero también me sentí atrevida.

    —¿Te gustó que me viniera en tu boca?

    —Eres una sed que nunca podré calmar —susurró. Su dureza presionando contra mi pierna era suficiente prueba de ello—. Me parece que voy a desafiarte y darte un segundo beso.

Antes de que yo pudiera aclararle que no podría con más, él besó mi sien con extremo cariño.

     —¿Esto fue como tu Caelum? —No respondí, pero tampoco me presionó—. Piensa en todo lo que sentiste esta noche, mi vida, y mañana me cuentas.

Todo mi cuerpo se enfrió con su ausencia, lo suficiente como para entender lo mucho que había fracasado mi plan. No solo fui yo la que terminó pidiendo más, sino que todo sucedió en la comodidad de mi habitación y seguía sin saber la ubicación de la suya.

Me sentía bajo un embrujo y mientras mis ojos se cerraban por el cansancio, una discusión flotó en mi mente:

    —Caelum no es un simple demonio, ahora es el rey del infierno. ¿Comprendes lo que eso significa?

    —No soy la primera que se enfrenta al rey del infierno. Tú también lo hiciste, más joven y menos preparada que yo.

    —Pero yo no estaba enamorada de Azael, hay una gran diferencia.

Sí que la había, ahora lo comprendía.

Levante la mano quién nota las diferencias entre el nuevo y viejo Caelum.

No sé si vieron venir que en este libro también conoceremos a los príncipes infernales 😈 ¿están listas para este encuentro?

⚠️ Advertencia ⚠️
El siguiente capítulo se viene fuerte.

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