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Capítulo 63. Corazones fríos.




«Corazones fríos»

Ese Edén era un mundo completamente distinto al que yo había conocido, ni siquiera se parecía a la ilusión que tuve cuando me arrojaron al otro lado después de muerta. Mientras planeaba para alejarme del sol y descender, pude verlo todo: la falta de color y de vida.

Todo era gris y marrón, incluso el cielo. Aún se trataba del último paisaje que Caelum creó —la pradera para nuestra boda— solo que el río se encontraba seco, el aire rancio y el pastizal crecido y chamuscado. Y ahí, en medio de ese paraíso sin vida, estaba nuestra casita.

El aleteo de mis alas cubrió el de mi corazón y solo entonces me di cuenta de que no estaba lista para este lugar. Mucho menos para encontrarlo así. Volé hasta mi refugio y recuperé mi forma humana cuando aterricé sobre el porche. Ese porche en el que nos habíamos besado, bailado y hecho el amor a la luz de las estrellas, quién sabe cuántas veces.

Hacía frío, el sol no calentaba y una extraña neblina rodeaba la casa. Cubría casi por completo el establo de Kalon, destrozado por la última pelea que se suscitó ahí, cuando mi esposo se arrodilló para suplicar por mi vida y Forcas me lo arrebató sin piedad.

Me estremecí. Un ala cálida se posó sobre mi espalda.

—¿Qué sucedió aquí? —pregunté.

—Atrapado en Paradwyse, Caelum no pudo seguir cuidando de este mundo —informó Malik.

Apreté mis puños a cada costado. Otra cosa que el Concejo nos arrebató: nuestro hogar. Los vestigios de cada sueño me golpearon con fuerza y lo recordé, pidiéndome que nos quedáramos para siempre en ese pequeño paraíso que era solo de nosotros. Prometiéndome que haría habitaciones para que mis padres y hermanos me visitaran cada que quisieran. Que seríamos felices ahí, juntos.

Y por un momento lo vi, frente a mis ojos, con sus alas intactas. Sonriéndome. Llenando la casa de color. Creando la recámara de nuestros hijos tras enterarse de que yo estaba embarazada. Enseñándoles a tocar el piano en esa preciosa sala de música con una vista exquisita. Corriendo y jugando libremente por todos los mundos que Caelum hubiera creado para nosotros: soleados y lluviosos, llenos de hierba y de nieve, montañas y acantilados, ríos y mares, bosques y desiertos...

Llevé mi mano al diamante de estrella que colgaba sobre mi cuello y se me escapó una respiración entrecortada, por el anhelo a la vida que jamás existiría.

—¿Estrella? —susurró Noah.

Parpadeé varias veces, eliminando las lágrimas que estuvieron a punto de formarse.

—Solo necesito un minuto —pedí, débilmente.

El ala de Malik me ayudó a estabilizarme.

—¿Dónde está la daga?

—En mi habitación.

—Nos adelantaremos —sugirió Alen—. Inspeccionaremos la casa.

—No percibo su esencia, ¿tú? —pregunté, alzando mi rostro para alcanzar a ver a Malik.

—No, pero este es su mundo y bien podría ocultarse. No nos confiemos.

—Yo primero —acotó papá, entrando a la casa de mis sueños que ahora, más bien, pertenecía a mis pesadillas. Los demás siguieron sus pasos.

Respiré hondo, siguiendo el ritmo de mi pulso. Malik se quedó a mi lado.

—Gracias —expresé— por arriesgarte y quedarte conmigo.

—Él así lo hubiera querido.

—Lo que te dijo en las praderas no fue cierto, lo sabes ¿verdad? Él te quería como a un hermano.

—Y él te amaba —devolvió—. También lo sabes, ¿verdad?

—Claro que lo sé —resolví, siguiendo a mi familia.

Por dentro, la casa estaba deteriorada y bañada en polvo, pero se mantenía en pie. Todo estaba tal y como lo habíamos dejado: las tazas de té sobre la mesa, llenas de moho; las cortinas polvorientas abiertas; el sofá chueco después de nuestro último encuentro.

Subí las escaleras en silencio, incapaz de analizar nada más, y me detuve junto a la puerta cerrada de mi cuarto, pero con la vista clavada en la habitación de enfrente.

Malik se recargó en la pared y se cruzó de brazos, dándome espacio.

Di un paso sin pensar realmente lo que estaba haciendo y observé la cama sin tender, más mi vestido de bodas sobre el suelo. Me agaché para recogerlo con manos temblorosas y tragué aire seco que me supo a polvo y me picó la garganta. La tela estaba ligeramente amarillenta y algo raída, pero nada de eso importó y me abracé a él como una niña a su peluche favorito.

—La casa está despejada —dijo mamá de pronto, apareciendo por el pasillo junto al resto de mi familia—. ¿Eso es lo que creo que es?

Lo extendí para que lo mirara y sus ojos azules se cristalizaron un poco. Papá hizo un sonido estrangulado, como si algo le doliera.

—No es tan elaborado como el tuyo, pero yo lo hice —confesé.

Acortó la distancia entre nosotras para acariciar mi cabello dulcemente.

—Estoy segura de que luciste preciosa, hija.

—Creo que ha sido uno de los días más felices de mi vida —le compartí.

Papá también se acercó para abrazarme y, por encima de su hombro, alcancé a ver que Noah pateó unas esposas sobre el suelo para esconderlas debajo de la cama. Alen tosió para ocultar el sonido.

Me ruboricé al tener un flashback y recordar nuestra noche de bodas: yo esposada al cabecero de la cama. Mis hermanos lo notaron.

«Espero que haya sido consensuado, hermanita, o yo mismo lo mataré» —comentó Noah.

Si él supiera qué uso le había dado yo a las cadenas que teníamos en las mazmorras...

«Caelum jamás me hubiera hecho algo que yo no quisiera» —lo tranquilicé.

«No sé si debería preocuparme o aliviarme por eso» —rezongó.

«Viste unas esposas en nuestro cuarto y supiste exactamente para qué eran, no te hagas el inocente ahora»

Noah ocultó su sonrisa.

—Como decía —continuó mamá—, la casa está despejada pero no deberíamos demorarnos.

Asentí, de acuerdo con ella, y crucé el pasillo para ir a la que fue mi habitación. Malik ya estaba a mi lado de nuevo, como un fiel guardaespaldas.

—¿Por qué Caelum te regaló la daga de Rho? —indagó.

—Porque yo le tenía miedo al principio. Me la dio para que me sintiera más segura.

—¿Funcionó?

—Ciertamente fue una prueba de confianza —acepté, buscando la tabla floja donde la escondí. La madera rechinó bajo mis pies y me hinqué, utilizando mis uñas para desencajar el rectángulo.

Solté un jadeo cuando lo logré, el hueco estaba vacío y la daga brillaba por su ausencia.

Evan y Cielo estaban vestidos de blanco, para que combinara con la pureza de sus alas y toda la atención cayera sobre ellos. Sus atuendos se entretejían con delicados hilos dorados en las costuras, tan delgados que apenas se percibían por sí solos, pero suficientes para que el color blanco resplandeciera aún más.

Me tomé un minuto para observarlos, con el corazón apretado dentro de mi pecho. Sus alas eran pequeñas, acordes a su altura y edad, pero no por eso resultaban menos preciosas. El cabello azabache contra todo ese blanco parecía un tesoro oscuro; sedoso y liviano.

—¿Nos vemos bien? —preguntó Cielo, parpadeando.

Todos volvimos desesperanzados del Edén al no haber encontrado la daga de Rhosand. Caelum la tenía, de eso estaba segura. También debió recordar que me proporcionó una arma letal para acabar con él. Y se nos adelantó.

Eso no puso en pausa el resto de mis planes, todo lo contrario. Yo necesitaba con desesperación sacar a mis hijos de la línea de fuego y llevarlos a algún lugar donde estuvieran lejos y a salvo de él. Paradwyse era el único que se me ocurría.

Aún no les hablaba a los mellizos con la verdad, simplemente les había dicho que papá se encontraba en problemas y que debíamos visitar a otros ángeles para "ayudarlo". Cielo parecía preocupada por caerles bien a los amigos de su papá, como ella los llamó.

Le sonreí para intentar aliviarla.

—Solo les falta un detalle —dije, hablándoles con suavidad—. Un regalo de papá.

Los ojos de mis niños brillaron con emoción.

—¿Qué es? —preguntó Evan.

Cogí la aureola de oro y gemas que Caelum me había regalado, sugiriendo que yo le encontraría el uso adecuado. Nuestros hijos eran ángeles y debían lucir como tales, así que era más que obvio a quienes pertenecía ese regalo. Más temprano, papá me ayudó a crear una aureola gemela, tal y como hizo con la corona de Alen el día de nuestra coronación. Así que ahora eran dos, una para cada mellizo. Las coloqué sobre sus cabezas y los aros se ajustaron en tamaño y forma, resplandeciendo con vida propia sobre sus cabelleras negras.

Me tragué el nudo de mi garganta.

—Ahora sí están listos y se ven... como los hijos de su padre.

Esa era la intención, que el Concejo los reconociera con tan solo verlos. Que no existiera ninguna duda de este milagro que el universo nos concedió hace más de seis años. Que yo no estaba intentando engañarlos.

Cielo agitó sus alas, todavía parecía curiosa por ese nuevo peso en su espalda.

—¿Cuando papá vuelva me enseñará a volar?

Respiré hondo, varias veces.

—Cuando volvamos aquí, a casa, yo misma te enseñaré a volar. —Le pellizqué la nariz con cariño, para hacerla sonreír—. ¿Están listos para hacer este viaje?

Ambos asintieron con entusiasmo. Le había pedido a mi familia un momento a solas mientras nos arreglábamos, para hablar con ellos sobre lo que sucedió en la playa y después. Ellos lo comprendieron, parecían tan felices de que "nada malo me había sucedido" que se olvidaron de todo su miedo.

Después hablaría con ellos sobre Caelum. Justo ahora los necesitaba así, enteros y enfocados.

Mi hija suspiró cuando tomé mi propia corona de cuarzos y la coloqué sobre mi cabello recogido en una diadema de trenza. Había elegido mi vestido con mucho cuidado, un azul crepúsculo entrecruzado con paneles de tela, formal, delicado y con un aire guerrero. Mi espada colgaba de mi cadera, como toque final.

No cometería el mismo error de la vez anterior: presentarme frente al Concejo en mi insulsa ropa de entrenamiento y con un aspecto que, claramente, buscaba más problemas de los que podría resolver. Tadeus me lo advirtió en aquella ocasión, yo no ganaría nada retándolos.

Ahora, yo me presentaría a ellos como su igual y les demostraría que estaba a su altura. Una reina fuerte junto a dos príncipes ángeles, tan poderosos como lo fue su padre. Quería su respeto, sí, pero también su miedo. Quería que lo pensaran dos veces antes de hacer algo en contra nuestra. Porque si esto no salía bien y ellos se rehusaban a ayudarme, se arrepentirían por el resto de su existencia.

Fue un juramento silencioso.

Sonreí cuando me reuní con mis padres y los encontré tan elegantes como nosotros, tal y como se los pedí. Ambos vestían a juego, con un color plata digno de la realeza y que deslumbraba a cualquiera que los mirara. Solo ellos y Malik me acompañarían al reino de los ángeles. Aunque no les encantó la idea de dejarme ir sin ellos, Noah y Alen comprendieron que esta vez su lugar estaba aquí, con nuestro reino.

Ellos y la corte debían mantenerse atentos, por si Caelum decidía volver justo durante nuestra ausencia. Aiden y Enid ya se habían marchado de regreso a Sunforest, para advertir a Eira y que también se mantuviera alerta.

Un par de abrazos fue toda despedida que nos permitimos.

Malik le sonrió a los niños, cariñoso como nunca. Contempló las aureolas en sus cabezas y su garganta se movió de arriba a abajo, pasando saliva.

—¿Se acuerdan de mí?

Ambos asintieron con timidez. Después de Forcas, iba a ser difícil que los mellizos confiaran en otro ángel, así que acaricié sus cabezas para hacerles saber que yo estaba con ellos.

—Malik es el mejor amigo de papá. Él los cuidará, así que no se separen de él ¿de acuerdo?

El ángel de alas blancas extendió sus brazos, mostrándose bonachón y amigable.

—Ustedes volarán conmigo, angelitos.

Evan y Cielo se acercaron con pasos lentos, pero lo hicieron y dejaron que Malik los cargara en cada brazo. Él tuvo cuidado de no lastimar sus alas, porque yo les pedí que las tuvieran a la vista hasta que les indicara lo contrario.

—Agárrense fuerte —les avisó.

Mis padres y yo subimos en Kalon, para ir justo detrás de ellos. Acaricié su crin en agradecimiento.

—A Paradwyse, amigo —le pedí.

Él despegó.

Kalon galopó por el aire, tomando más y más altura. Una sacudida y ya galopábamos por el universo, cruzando tantos mundos como estrellas, atravesando la noche hasta el portal final.

Y, de nuevo, ahí estaba Paradwyse: el reino que nunca creí que volvería a ver. Mamá suspiró en mi oído al ver las cascadas de nubes con arcoiris nocturnos en sus crestas. Evan y Cielo soltaron exclamaciones ahogadas cuando Malik se zambulló en ellas para cruzar la frontera. Kalon lo siguió. Al otro lado, aparecieron las montañas flotantes y me di cuenta que mis recuerdos no le habían hecho justicia a la belleza de ese paraíso.

Cielo alzó su brazo, intentando alcanzar más nubes de color melocotón que flotaban sobre nuestra cabeza y contrastaban con el manto oscuro. Las estrellas brillaban a nuestros pies.

A diferencia de la primera vez, ahora yo estaba muy atenta al peligro, así que fui la primera en ver la red mágica que se dirigía directo a mi hija.

Era una de las razones por la que Malik llevaba a mis hijos, yo quería tener las manos libres para defenderlos. Las cinco redes que nos lanzaron se quemaron en el aire, con mi fuego, antes siquiera de tocarnos. Una mirada hosca hizo que los guardianes sobre nuestra cabeza se congelaran, no supe si fue por miedo o sorpresa.

—Quiero ver al Concejo. Ahora —exigí.

Los ángeles de alas blancas me reconocieron. Y palidecieron al ver a mis hijos.

—Te escoltaremos al castillo —fue lo único que dijeron.

De pie frente a la cortina de plumas blancas que nos separaba del estrado, todo parecía tan similar y diferente a como había sido la última vez... solo que al otro lado ya no se encontraba mi esposo. Y yo no estaba ahí para salvarlo.

Pensé en eso durante todo el camino hacia la isla central, sin apartar un solo ojo de los mellizos, quienes parecían emocionados e intimidados por el mundo a su alrededor. Incluso jadearon al ver el imponente castillo de cristal flotando en el aire y Malik les susurró algo al oído que los hizo sonreír.

En esta ocasión, yo estaba en Paradwyse por ellos.

Crucé la cortina, tomando a mis hijos de la mano para que caminaran junto a mí, con sus aureolas y sus delicadas alas expuestas. Al otro lado, no existía más que el silencio, pero cuadré mis hombros y alcé mi barbilla cuando visualicé a los nueve arcángeles, al fondo, sentados en sus tronos de cristal.

Esa vez no me molesté en mirar las gigantes columnas griegas a nuestro alrededor, ni la laguna azul negruzca a mis pies que se veía a través del suelo de cristal, aquella donde había llevado a cabo la estúpida prueba de esos crueles arcángeles. No, esa vez todo el peso de mi mirada estaba sobre ellos. La cálida presencia de Malik y mis padres cubría mi espalda.

Algunos pelaron los ojos, otros se inclinaron hacia delante para ver mejor. Ubiqué al arcángel que necesitaba: Tadeus, sentado junto a un trono de cristal vacío que seguramente había pertenecido a mi esposo. Eso no lo hizo más fácil.

Me detuve bajo la tarima, lo suficiente cerca para que ellos alcanzaran a ver a los mellizos con exactitud, pero lo suficiente lejos para que no les pusieran un solo dedo encima. Los nueve arcángeles no lograban apartar sus ojos tornasol de ellos, eran una mezcla de asombro y horror.

Mis hijos sostuvieron cada mirada recibida y el orgullo hinchó mi pecho.

—Me gustaría decir que es un placer verlos de nuevo —pronuncié, alzando mi voz un decibel— pero si fuera así les estaría mintiendo en sus caras, excelencias.

El resoplo de una risa se escuchó a mis espaldas, eso más mi atrevimiento fue suficiente para atraer la atención de los nueve hacia mí. No había dicho la palabra "excelencias" con el debido respeto, pero ellos continuaron mudos.

—He venido a presentarles a mis hijos —añadí, con el toque justo de amenaza impregnado en mi voz—. Y de Caelum.

—Esto no es posible... —susurró uno de ellos, cubriendo su boca.

—Evan, Cielo.

Tal y como lo habíamos acordado, ellos encendieron su magia en cuanto escucharon mi señal. Mi intención era mostrarles los mismos ojos de colores que ellos tenían, para que se dieran cuenta que esto no era ningún truco. Sin embargo, hasta yo me sorprendí con la ola de magia que nació de cada uno y se expandió por el aire. La isla flotante tembló y los nueve arcángeles se pusieron de pie, pasmados.

«Paradwyse acaba de reconocerlos» —avisó Malik telepáticamente, había un tono de incredulidad en su voz.

«¿Eso qué significa?»

«No estoy seguro, esto nunca había pasado antes»

Por las expresiones del Concejo, ellos tampoco lo sabían.

—¿Qué edad tienen? —preguntó Tadeus.

—Seis años.

—Madre mía —exclamó otro arcángel—. ¿Y ya son así de poderosos?

No dije nada para confirmarlo o negarlo, tampoco hacía falta.

—Son idénticos a él —añadió Tadeus, como si fuera necesario decirlo en voz alta para que todos se dieran cuenta.

—¿Cómo pasó esto? —cuestionó Ecanus, de manera más salvaje.

—Niños —dije suavemente, interrumpiendo ese creciente pánico de manera intencional—, ¿dónde están sus modales? Saluden a los amigos de papá.

Nadie dejó escapar el veneno que impregné en esa palabra, el cual fue contrarrestado cuando Cielo agitó su manita de manera adorable.

—Me llamo Cielo —dijo con su usual timidez.

—Yo soy Evan.

Tadeus exhaló temblorosamente.

—Bienvenidos a Paradwyse. —No me sorprendió que él fuera el único arcángel cordial.

Los mellizos sonrieron, tan sincronizados como siempre. Una de esas sonrisas que se robaban los corazones de todos... pero los corazones frente a nosotros eran más fríos que un glaciar y más duros que los diamantes.

—Si sus excelencias están de acuerdo, Malik los llevará a conocer el resto del castillo mientras nosotros hablamos. —Endurecí mi voz antes de remarcar mis siguientes palabras—: nadie los molestará.

El intercambio silencioso fue bastante obvio. Al final, Tadeus asintió y todos volvieron a sus respectivos tronos. Malik se acercó para tomar a Evan y Cielo, la ausencia de sus manitas me produjo un nerviosismo que no me atreví a reflejar en mi rostro. No era inteligente demostrar hasta qué punto mis hijos eran mi debilidad.

«Aquí dentro estarán seguros» —me tranquilizó mi amigo, adivinando mis pensamientos. —«Los cuidaré»

Incliné mi cabeza para agradecerle.

—Pórtense bien —me despedí, mientras los niños siguieron obedientemente a Malik.

En un mutuo acuerdo, nadie habló hasta que los tres desaparecieron tras la cortina de plumas.

—Tienes muchas agallas para presentarte aquí, de nuevo, cuando te prohibimos poner un pie en nuestro reino —escupió Akriel.

—Gracias —respondí, fingiendo que acababa de recibir un cumplido.

—Y tú tienes muchas agallas al amenazar a mi hija frente a mí.

Mamá y papá aparecieron en la periferia de mi visión, tomados de la mano. No era un acto romántico, sino la demostración del equipo que formaban, una fortaleza imparable. Los arcángeles la observaron con cautela, esa vez nos rehusamos a aceptar las ataduras que inhibían nuestra magia, así que estábamos en igualdad de condiciones.

Y en sus caras se notaba que ninguno había olvidado lo poderosa que era mi madre.

—Queremos una explicación, Estrella Rey —exigió uno de los arcángeles viejos.

—Me embaracé de Caelum cuando su magia celestial todavía habitaba en mí. Al parecer, eso nos hizo compatibles. Ni él ni yo lo sabíamos, me enteré semanas después de haber salvado sus alas, cuando ya estaba de vuelta en Féryco.

Hubo otro minuto de completo silencio.

—¿Sus poderes? —preguntaron.

—Tienen mi magia y la de Caelum —resumí.

La herencia de los dioses continuaría siendo un secreto hasta que el Concejo me demostrara su lealtad.

—Son un peligro —declaró Ecanus—. ¡Una abominación!

Le mostré los dientes.

—Mis hijos no son un peligro, saben controlar su magia. Han sido entrenados por el mismísimo Caelum.

Una exhalación colectiva los recorrió.

—Mentirosa —me acusó Akriel—. Caelum fue condenado a arresto domiciliario hasta el día de tu muerte, él no podía salir de Paradwyse.

Un rictus se formó en mi rostro y la temperatura del estrado descendió unos cuantos grados. El vaho salió de mi boca cuando susurré:

—¿Creen que no lo sé? ¿Creen que no sé que lo condenaron de esa manera cuando me prometieron que sería libre si yo ganaba la prueba a la que me estaban sometiendo? —Varios fruncieron su ceño, pero ninguno se atrevió a temblar ante la ola de frío—. Él los engañó a todos durante meses. Encontró una forma de trasladar su condena para salir de Paradwyse sin que ustedes se dieran cuenta. Así fue cómo se enteró que era padre, así fue cómo los entrenó. Caelum nos visitaba todos los días y regresaba solo para verles la cara y fingir que seguía atrapado, pero este ya no era su hogar. Ni su prisión.

Sus caras de piedra no arruinaron ni de cerca toda la satisfacción que sentí al escupirles la verdad en la cara.

—Mentiras —insistieron—. Es imposible trasladar una condena impuesta por nosotros.

—¿Ni siquiera con la magia de una diosa?

El arcángel que habló se puso blanco como un hueso.

—¿Caelum tenía el favor de una diosa?

—Cassida —la delaté—. Fue ella quien liberó a Caelum, día tras día, por sus propios intereses. Fue ella quien asesinó a los arcángeles en busca de la llave de la cadena perpetua de Forcas. Y fue ella quien lo sacó de prisión, para que fuera tras de mí y me asesinara.

—Esas acusaciones son muy graves.

—Es la verdad.

El Concejo se tomó otro par de minutos para deliberar entre ellos, en silencio.

—¿Cómo hiciste para ocultar a tus hijos todo este tiempo? —preguntó Tadeus con curiosidad.

Suspiré.

—Con mucho trabajo. Sabía que ustedes me los arrebatarían si se enteraban de su existencia.

Ninguno lo negó, ni siquiera hicieron algún gesto para sugerir que mi miedo había sido una locura irracional.

—¿Y entonces qué haces aquí? —agregaron, puesto que mi presencia no tenía sentido para ellos después de esa declaración.

—Saben qué pasó con Caelum, ¿no?

Tadeus asintió con tristeza.

—Acabamos de enterarnos. Él nos noqueó al huir, estuvimos inconscientes un buen rato y despertamos con la noticia de que Forcas está muerto y ahora él...

Se calló abruptamente, evaluándome con decoro.

—Es un demonio —completé—. Lo sé. Estuve ahí. Él mató a Forcas para proteger a nuestros hijos, se sacrificó por ellos.

Los ojos iridiscentes de Tadeus brillaron, conmovidos.

—Siempre fue un arcángel honorable.

Me tragué mis lágrimas.

—Sé que tienen un problema —continué—. Sé que ahora Caelum es una amenaza para ustedes y no pueden matarlo debido al juramento que le hicieron a los Siete, o sus alas se quemarán.

Un arcángel hizo una mueca despectiva.

—¿Caelum te contó todos nuestros secretos mientras compartían cama?

—¿Importa? —lo reté—. Estoy aquí para ofrecerles una solución: voy a matar a Caelum por ustedes.

Los nueves arcángeles se quedaron estáticos, estaba más que claro que eso no lo vieron venir.

—¿Tú? —habló por fin uno de ellos—. Tú no podrías matarlo aunque quisieras.

—Pruébame.

Dudaron ante mi seguridad, pero ellos no sabían que Caelum me había suplicado por su muerte. Esto también lo hacía por él, para darle el descanso que tanto se merecía después de mil años siendo bueno.

—¿Qué quieres a cambio?

Sabía que esta sería mi única oportunidad.

—Quiero inmunidad para Evan y Cielo. Quiero que los reciban aquí y los protejan hasta que todo este asunto se resuelva. Nunca los juzgarán por ser lo que son. Nunca les arrancarán sus alas. Nunca los meterán a prisión ni experimentarán con ellos. Nunca les harán daño de ninguna manera. Y nunca me los quitarán. —Hice una breve pausa—. Tampoco volverán a meterse con mi familia, ni condenarán a Malik por habernos ayudado.

—Pides demasiado.

—Pido lo justo. Voy a arriesgar mi vida para mantener a todos ustedes a salvo, así que es lo mínimo que pueden hacer por mí. Puede ser que a Caelum no le importe el poder y la conquista como sucedió con Azael, pero él me quiere a mí con desesperación... Y no olviden quiénes fueron los que nos separaron durante todos estos años, quiénes lo apartaron de sus hijos por una condena injusta. —Miré a cada uno, culpándolos en silencio—. Pero si creen que el corazón oscuro de Caelum no anhela una venganza en contra del Concejo, entonces no tienen nada que temer. Rechacen el trato, ya veremos quién tiene la razón.

La tensión se sentía en el aire, casi podía ver los cientos de pensamientos silenciosos siendo intercambiados unos con otros. Hubo una mirada extraña por parte de Tadeus y entonces me di cuenta de que los arcángeles estaban ocultando algo.

—¿Qué es lo que no sé? —me atreví a preguntar, mirándolo a él.

—Caelum se encuentra en el infierno —admitió. Los demás lo fulminaron con la mirada, pero a Tadeus no le importó.

A mi lado, papá y mamá contuvieron la respiración. Este repentino giro no les había gustado.

—¿Por qué? —pregunté con mucha cautela.

—Porque nos está retando. Ha quitado a Asmodeo del trono, el demonio prácticamente le cedió su lugar a cambio de su vida, y se ha declarado a sí mismo rey del infierno. No le interesa el poder, como dijiste, solo hacernos revivir una de nuestras peores pesadillas —suspiró con cansancio—. Caelum conoce bien al Concejo, sabe dónde golpear.

—Así que tengo razón —concluí— y la venganza de Caelum ya comenzó.

Eso explicaba por qué no recibí un rotundo "no" a mis peticiones, ellos estaban considerando el riesgo.

—Supongamos que accedemos al trato —sopesó un arcángel—. ¿Cuál es tu plan para matarlo? Más vale que sea bueno, si quieres convencernos.

—Caelum tiene una daga hecha por una diosa, voy a robársela para matarlo.

—¿Y cómo piensas entrar al infierno sin que su rey se dé cuenta?

—Oh, se dará cuenta. Tratándose de mí, él mismo me dejará entrar. Fingiré que estoy de su lado y que quiero gobernar junto a él. Va a recibirme con los brazos abiertos. Cuando confíe en mí, lo traicionaré.

Mamá se movió, dispuesta a interrumpir, pero papá la devolvió firmemente a su lado. Lo que le dijo mentalmente, fuera lo que fuera, funcionó para mantenerla callada. Al menos por el momento.

—¿Y por qué Caelum querría que gobernaras el infierno junto a él? —me cuestionaron—. ¿Por qué confiaría en ti de esa manera?

—Porque todo rey necesita una reina —aclaré—. Y porque yo soy su esposa, así que es mi corona por derecho.

Mi última declaración convirtió a los arcángeles en estatuas, incluso la sorpresa congeló a Tadeus.

—¿Se atrevieron a casarse a nuestras espaldas?

Sonreí con una dulzura venenosa.

—Hace siete años —confirmé, provocándolos—. Su invitación para la boda debió perderse en el camino.

—¡Esto es inaudito! —gritó Ecanus.

—Ahórrense sus sermones. Caelum es un demonio, así que ya no pueden juzgarlo por burlar su condena, haberse casado conmigo o devolverme a la vida. Esto se acabó. Lo único que queda por decidir es si ustedes aceptarán mi trato o no.

—¿Por qué deberíamos aceptar? Con o sin nuestro permiso, pareces dispuesta a matarlo —opinó un arcángel—. Tal vez simplemente deberíamos esperar a que vaya tras de ti y suceda lo inevitable.

Alcé mi barbilla, sin dejarme amedrentar.

—Estoy dispuesta a hacer lo que sea por mis hijos —acepté—. En este momento, ustedes y yo tenemos un enemigo en común, pero si no les interesa hacer una alianza conmigo la jugada cambia. Y entonces somos Caelum y yo quienes tenemos un enemigo en común: ustedes. No crean, ni por un segundo, que no me uniré a él para sacarlos del juego y mantener a mis hijos a salvo.

Nunca había hablado tan en serio en toda mi vida. Por Evan y Cielo, yo lo haría. Me convertiría en la mismísima reina del infierno si me empujaban a ello.

Y el Concejo vio la verdad en mis ojos.

—Se concede el asilo en Paradwyse para los hijos de Caelum —decretó el más viejo. Mis piernas temblaron como gelatina—. Los protegeremos y mantendremos a salvo durante tu ausencia. Juramos, por nuestros dioses y nuestras alas, que el resto de tus peticiones te serán concedidas una vez que cumplas tu parte del trato.

—Mis padres se quedan aquí, con ellos —condicioné.

—Ya lo suponíamos —concedieron—. ¿Tenemos una alianza, Estrella Rey?

Asentí.

—Considérenlo hecho.

En cuanto el trato se selló, el agua que dormía a mis pies cantó y acarició mi oído, como si me diera la bienvenida de nuevo a ese mundo y me deseara suerte en mi nueva misión: la de asesinar a mi esposo.

Les dejo el vestido de Estrella, ¿adivinan qué vestido sigue?

Una parte de mí está muy orgullosa de Estrella porque es alguien completamente diferente a esa Estrella de Féryco 2 que enfrentó al Concejo por primera vez. La cuestión es, ¿creen que logre cumplir su parte del trato? ¿Evan y Cielo realmente estarán a salvo en Paradwyse?

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