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Capítulo 57. Te amo con el alma.




«Te amo con el alma»
Estrella

Seguía soñando cuando un grito me despertó abruptamente, devolviéndome a la realidad de golpe. Abrí los ojos y me quedé quieta en medio de la oscuridad: aún era de noche y el agotamiento de mi cuerpo fue un indicador de que no había descansado lo suficiente, pero aquello dejó de importar cuando un segundo grito cruzó el aire.

Esa vez lo reconocí.

    —Cielo...

Un pálpito de miedo me tensó todo el cuerpo y no tardé más que eso en saltar de la cama y correr hasta la habitación donde los mellizos dormían: vacía. Me faltó el aire al encontrar las camas destendidas, pero ni rastro de mis niños. Miré a mi alrededor, asegurándome de repasar todos los rincones en donde pudieran estar escondidos.

Ellos no estaban.

    —¿Niños? —Mi voz se escuchó más débil de lo que pretendía y supe que la situación me estaba sobrepasando. Mi miedo más grande estaba cobrando vida—. «¡Dónde están!»

    —¡MAMÁ!

El grito de Cielo estuvo impregnado de terror y eso casi me destrozó, pero me esforcé para mantener la concentración y bajé las escaleras gritando sus nombres. La planta baja también estaba vacía, pero la voz de mi hija no se había escuchado lejana. Crucé la terraza y corrí hacia la playa, sin darme cuenta que acababa de entrar a un bloque de oscuridad que me dejó ciega. No se veía absolutamente nada y eso solo podía ser cosa de magia, tal vez ellos habían perdido el control de sus poderes...

    —¡Cielo! ¡Evan! —grité aterrada.

    —¡Mamiiiii!

Me giré hacia donde provino la voz y corrí de nuevo, pero algo golpeó mi estómago y me mandó de vuelta hacia atrás. Me estrellé contra los escalones de madera de la terraza y grité cuando mi tobillo se dobló de una manera que no debía considerarse normal.

Lo apoyé para saber si estaba roto o si podía correr de nuevo, pero un segundo golpe en mi nuca me hizo desparramarme sobre la arena antes incluso de que lograra ponerme de pie. Miré a cada lado, intentando ver algo más allá de la oscuridad pero fue imposible. La negrura era pétrea e insondable.

Giré sobre mí misma y gruñí cuando un ramalazo de dolor atravesó mi tobillo. Sudé al ignorarlo y todas mis fuerzas se encargaron de sostenerme. Tal vez tenía un esguince, pero esa era la última de mis preocupaciones en ese momento.

El tercer golpe me dio de lleno en la cara y fue como un latigazo que me cegó de dolor. Otro en mis costillas me hizo perder el aire y caer de rodillas. Un último en mi espalda me obligó a encorvarme y encajar las uñas en la arena.

    —Así me gusta verte, arrodillada ante mí.

No reconocí la voz, pero se asemejó a una melodía oscura y una amenaza. Algo feménino y despiadado. Ella me veía, pero yo seguía envuelta en sombras y completamente cegada. Estaba en una clara desventaja.

    —¿Quién eres? —pregunté a la nada.

Un golpe en mi mejilla me volteó la cara, sentí la sangre caliente resbalar por mi quijada y el sabor metálico en la boca. Rugí de enojo y mis colmillos se alargaron en automático, buscando despedazar algo. A alguien.

    —Me parece un insulto que ni siquiera lo sepas.

Controlé mi respiración errática para no mostrar debilidad ante lo desconocido.

    —¿Cómo? Si ni siquiera te muestras ante mí —escupí.

    —No pensé que fueras tan débil como para quedar atrapada tan fácil. Algunos piensan que la reina de Féryco debería ser más poderosa.

    —¿Atrapada en qué?

    —La noche, por supuesto.

Resoplé, no tenía tiempo de adivinanzas.

    —¿Dónde están mis hijos?

Cielo gritó en ese momento y yo me eché hacia adelante, pero una especie de tentáculo rodeó mi cuello y presionó hasta cortar mi respiración. La debilidad al ser asfixiada me abrumó rápidamente.

    —¿Eso responde tu pregunta? —No pude emitir otro sonido que no fuera el de ahogo. Evan también gritó—. Los tengo yo.

    —¿Mami? —clamó Cielo—. Tengo miedo, mami. Ayúdanos.

Fue más de lo que pude soportar, el miedo de perder a mis hijos me superó tanto que toda mi magia estalló en una onda de fuego plateado que se tragó la oscuridad. El tentáculo me soltó y las sombras se esparcieron al ser iluminadas por llamaradas que mandé hacia todos lados.

Más tentáculos negros aparecieron de la nada para contenerme. Tensé mis manos y los quemé en un parpadeo. La playa apareció alrededor mío y me puse de pie, ignorando el dolor de mi tobillo.

Ella estaba frente a mí, al pie del mar. Era un ser que en cualquier otro momento podría considerarse hermoso: piel blanca como la luna, cabello negro como la noche, ojos violetas y duros como amatistas. En ese momento resultaba más espeluznante que nada, tal vez por el cabello hecho humo y alzado en tentáculos negros que se retorcían como serpientes. Evan y Cielo pataleaban en el aire, prisioneros de esos tentáculos: manos, pies y cuellos atados.

Mi fuego explotó de nuevo, pero la noche pareció fundirse con ella y formó un escudo que desvió mi ataque. Un temible rictus se formó en su rostro, dejando más que claro que no había ni un ápice de bondad en ella.

    —¿Eres una bruja?

Ojos filosos como dagas me escrutaron con altanería.

    —Soy la diosa de la noche.

Contuve el aire.

    —¿Cassida?

Un brillo de orgullo nació en sus ojos.

    —Entonces sí sabes sobre mí.

La confusión me golpeó y ella pareció disfrutarlo.

    —¿Sucedió algo con Caelum?

    —¿Además de haber perdido la cordura por alguien que no está a su altura?

Cielo lloraba a lágrima suelta y eso no me dejaba concentrarme del todo. Evan luchaba contra sus ataduras, intentando alcanzar a su hermana, pero Cassida los tenía bien sujetos por encima de su cabeza.

    —Suelta a mis hijos —ordené.

    —¿O qué?

Ataqué con mi fuego y no me sorprendí cuando la diosa lo desvió de nuevo, pero aquello solo fue una distracción para que no se diera cuenta de que comencé a llamar a toda la fuerza del mar. Una gran ola creció a la lejanía, lista para atacarla por la espalda.

Debía continuar distrayéndola.

    —¿Qué es lo que quieres, Cassida? —siseé con odio.

Resopló con una risa cruel.

    —Quiero recuperar a mi arcángel.

Nada de eso tenía sentido.

    —Si quieres a Caelum, ¿por qué lo ayudaste con su condena? ¿Por qué trasladarla todos los días para que pueda venir a verme?

    —¿De qué otra forma me ganaría su confianza, hada tonta?

El agua venía hacia nosotras con fuerza, aunque no estaba del todo segura si una diosa podía ahogarse. No era tan estúpida como para pensar que yo sola podría matar a una de los Siete, mi mejor apuesta era crear caos para recuperar a Evan y Cielo e ir por refuerzos.

    —¿Y secuestrar a sus hijos no arruinará esa confianza? —señalé.

Cassida me dedicó una torva sonrisa.

    —Solo los tomé como rehenes para distraerte...

    —¡Cuidado mamá! —gritó Evan, pero fue demasiado tarde.

Algo me atravesó el estómago, de atrás hacia adelante. Rompió huesos, órganos y piel como si estuvieran hechos de papel. El dolor llegó dos segundos después, pero tan solo pude abrir la boca en un grito mudo. La ola que había creado con mi magia se desvaneció en el aire, mucho antes de alcanzar su objetivo.

Cielo chilló. Evan sollozó. Fue lo último que percibí antes de atreverme a mirar hacia abajo, hacia la punta filosa y manchada de rojo que sobresalía por encima de mi ombligo, ¿una espada?

Intenté respirar pero la bilis me quemó la garganta y me arqueé para vomitar. No era bilis, era sangre. Chorros de sangre saliendo por mi boca. Retiraron la espalda limpiamente y esa vez el dolor fue inmediato, arrancándome un grito agonizante.

Las rodillas me fallaron, pero alguien me sostuvo del codo para que no cayera al suelo. Una boca se pegó a mi oído y susurró:

    —Me la debías, zorra.

Forcas. Esa era la maldita voz de Forcas.

Incrédula, giré el rostro para encontrarme con mi némesis. Sus ojos de colores brillaban con una locura intrascendente y solo atiné a escupirle la sangre que tenía en la boca, con todo el odio que fui capaz de reunir.

Me soltó con un sonido de asco y caí sobre la arena, sujetando mi estómago. La sangre salía a borbotones y sentí pánico ante la debilidad que envolvió a mi cuerpo. No podía morir sin poner a mis hijos a salvo, pero mi mirada ya se nublaba y no estaba segura de cuánto tiempo más podría mantener la conciencia.

Forcas me maldijo de nuevo, pero pasó de largo para acercarse a Cassida. No se me escapó la mirada cómplice que compartieron.

El arcángel tiró la espada a los pies de la diosa.

    —He cumplido mi parte del trato. Quiero a los niños.

    —No... —farfullé. Cassida sonrió con una falsa dulzura, pero liberó a los mellizos como si ya no le sirvieran para nada—. Corran —ordené.

Me llené de impotencia cuando Evan y Cielo corrieron hacia mí, seguro para intentar curarme, pero Forcas los agarró de los cabellos y los arrastró hacia atrás. Ellos chillaron de dolor y yo comencé a llorar con desesperación.

    —Por favor, por favor, por favor... no les hagan daño.

Un ataque de tos me impidió seguir suplicando y se llevó lo que quedaba de mis fuerzas. Me desvanecí sobre la arena, mareada y derrotada. Ellos me ignoraron.

    —Mátalos cuando termines de divertirte con ellos —escuché. Temblé ante la orden—. Y recuerda que me hiciste un juramento, Forcas. Nadie puede enterarse que participé en tu escape.

    —¿Ni que querías que mate a Estrella? —ironizó.

    —Su sangre está en tus manos, no en las mías.

    —Muy conveniente para ti cuando vayas a consolar a Caelum porque el amor de su vida fue asesinada.

    —Cuando vuelva conmigo, no tardará en olvidarse de ella —chistó—. Ahora lárgate.

Hubo silencio después de eso, yo ni siquiera podía alzar mi cabeza para comprobar que el arcángel había obedecido, pero la ausencia del llanto de mis hijos me dijo todo lo que necesitaba saber. Y me destrozó el corazón.

Les había fallado, no pude protegerlos cuando más me necesitaron.

Fueron sus uñas puntiagudas las que se clavaron en mi mandíbula para obligarme a mirarla a los ojos.

    —Fuiste tú... —susurré—. Tú mataste a los arcángeles del Concejo, tú querías la llave para liberar a Forcas... para que él me matara sin que nadie sospeche de ti.

La diosa de la noche se rio en mi cara.

    —Un gusto haberte conocido, Estrella Rey. Espero que hayas aprendido que a mí nadie me quita lo que es mío.

Tosí más sangre.

    —Él... él jamás lo será.

Chasqueó la lengua.

    —Supongo que no estarás aquí para averiguarlo —se mofó, antes de fundirse con la noche y desaparecer frente a mis ojos.

Me dejó sola para morir, pero esos minutos finales podían ser la diferencia para Evan y Cielo. Si yo lograba avisar a alguien, a quien fuera, que ellos estaban en peligro...

Me encontraba tan lejos de mi familia que mis mensajes telepáticos se perderían antes de llegar a su destino, así que cerré mis ojos con fuerza y reuní lo poco que quedaba de mi magia, la cual se estaba escapando de mis manos a la par que mi vida.

Esta era mi única oportunidad, tenía que lograrlo.

Mi transportación fue descuidada y peligrosa, la magia me arrojó en una habitación en penumbra y aunque intenté mantenerme en pie, mi cuerpo colapsó y golpeó contra una cómoda de madera. Me mallugué la cabeza antes de estamparme contra el suelo. Me sofoqué y no logré gritar, pero el ruido pareció ser suficiente para despertar a mis padres.

La luz se encendió, ladeé el rostro cuando lastimó mis ojos.

    —¿Qué fue...? —Hubo una pausa helada—. ¡Estrella!

La vista se me nublaba a ratos, pero fui muy consciente de los fuertes brazos de mi padre alzándome del suelo para colocarme sobre la cama. Las sábanas olían a ellos: a pino y fresas. No pude encontrar mejor lugar para morir, a pesar de que no podía mirar a ninguno con claridad y tampoco entendía todas las palabras que me decían.

    —¡Trae a Aiden! —gritó mamá con tanta desesperación que eso no se pudo ignorar—. ¡RÁPIDO EZRA! ¡VE POR ÉL!

Una figura desapareció.

    —Mamá...

Sus manos acunaron mi rostro, pero no sentí su calor. Todo estaba tan frío...

    —Tranquila hija —me consoló—. Vas a estar bien.

    —Él... —Apenas podía respirar, o el aire ya no llenaba mis pulmones o estos ya no funcionaban—. Él... se los llevó.

    —¿Quién? —Me obligó a ladear el rostro y entonces la encontré, sentada a mi lado. Sentí paz al pensar que sus ojos azules serían lo último que vería, incluso cuando en ese momento estaban aterrorizados—. ¿Quién te hizo esto? —insistió.

    —Forcas. —Tosí más sangre, manché las manos de mi madre—. Tiene... a los niños. Dile a Caelum. Sálvalos.

Furia y pánico cruzó por su mirada, pero debió darse cuenta de algo más porque comenzó a sacudirme con fuerza. Gruesas lágrimas rodaban a tropel por sus mejillas.

    —No te duermas, Estrella —imploró—. Aiden ya viene, mantente despierta. Quédate conmigo.

    —Te amo... con el alma —susurré.

Ella me sacudió con más fuerza.

    —¡No te atrevas a morirte en mis brazos! —me regañó.

Eso fue lo último que le escuché decir. Después, todo se puso frío y oscuro...

Espero que disfrutaran la calma del capítulo pasado, porque eso se acabó y a partir de este capítulo comienza a construirse el final de Féryco 3. ¿Están listas? 👀

¿Ahora la portada por fin tomó sentido? 💔

¿Cómo se sienten con la revelación del asesino de ángeles?

Las que sospechaban de Cassida, ¿qué opinan de que la diosa por fin hizo su revelación?

Por obvias razones el próximo domingo tendremos cap narrado por nuestro ángel. ¿Qué creen que sucederá cuando Caelum se entere de la muerte de su esposa?

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