Capítulo 56. Miradas viejas.
«Miradas viejas»
Estrella
Fueron sus labios los que me devolvieron a la realidad. Abrí los ojos, sin recordar en qué momento me había quedado dormida dentro de la bañera, pero el agua ya estaba fría y mi copa de vino vacía.
Caelum, arrodillado a mi lado, me observó con ternura después de besarme.
—La cena se va a enfriar —anunció.
Me erguí dentro del agua, aún algo atolondrada por el sueño.
—Esa copa de vino sí que me noqueó.
Mi esposo aprovechó la nueva posición para repasar mi cuerpo.
—Se acabaron las burbujas —señaló—. Mala suerte para ti, buena suerte para mí.
Me hizo reir.
—Puedo calentar el agua de nuevo, si quieres tomar ese baño del que hablamos antes.
Sonrió con anhelo, pero me pasó la toalla gris que yo había dejado sobre la cama para secarme.
—Tal vez mañana, se está haciendo tarde y pensé que podríamos cenar en familia antes de irme.
—Bajaré en cinco minutos —prometí.
—Te esperamos en la terraza.
Encontré a mi familia sobre cojines y cobijas que acomodaron en el suelo de la terraza para simular un picnic bajo las estrellas. Evan y Cielo sorbían espaguetis cremosos con aroma a tomate y ajo. El estómago me gruñó y se me hizo agua la boca, apenas notando lo hambrienta que yo también estaba.
Me senté a su lado y cenamos los cuatro juntos, platicando, riendo y finalizando la noche con canciones lentas que Caelum tocó con su guitarra. Fue el sopor de la comida más las suaves melodías lo que hizo que nuestros niños se quedaran dormidos casi de inmediato. Mi esposo y yo los observamos un rato, acariciando sus cabellos tan negros como la noche en la que estábamos envueltos.
—Pobres, quedaron realmente exhaustos —dije al notar que cayeron como piedras y ni siquiera percibían nuestras caricias—. Iré a acostarlos para que estén más cómodos.
—Yo lo hago —se ofreció.
Estaba a punto de señalar que no podría con los dos, cuando él los abrazó y fácilmente acurrucó a un niño sobre cada hombro. Me hizo morderme la lengua.
—¿Qué habitación?
—La segunda puerta a tu derecha subiendo las escaleras. Es la de las literas, a Evan le gusta dormir arriba.
—No me tardo.
Aproveché para recoger y lavar los platos. A mi regreso, no me resistí a tomar la guitarra de mi ángel y sentarme sobre el sofá esquinero que teníamos en el exterior. Crucé las piernas y la acomodé sobre mi regazo, tratando de recordar las notas que Caelum me había enseñado en el solsticio de invierno.
Él no tardó en volver a mí, con una copa de vino en cada mano.
—¿No tienes que irte ya? —pregunté, tomando la que me ofreció.
—En un rato —contestó, sentándose a mi lado—. ¿Qué tocas?
—Nada, solo intentaba recordar.
Tomó un trago de vino antes de dejarlo sobre el suelo y rodearme con sus brazos. Lo imité, comprendiendo sus intenciones y dejando que me guiara con el instrumento. Era muy consciente del calor de su espalda, sus dedos sobre los míos y su aliento en mi oído susurrando el nombre de las notas. Fui incapaz de concentrarme y él lo notó.
—¿Dejamos la lección para otro día? —sugirió.
No esperó a mi respuesta, solo tomó la guitarra y también la dejó sobre el suelo.
—¿Qué tienes en mente justo ahora?
Succionó el lóbulo de mi oreja, arrancándome un suspiro. Aquello fue respuesta suficiente y eché la cabeza hacia atrás, buscando sus labios. El beso fue arrebatador.
Me empujó sobre el sofá y se acomodó sobre mí. El camisón de satén blanco que me puse para dormir era delgado y ligero, perfecto para el clima húmedo de la noche, pero también resultó idóneo para sentir cada línea de su cuerpo sobre el mío.
Gemí cuando su lengua exploró mi boca sin preliminares y me aferré a su nuca, acercándolo más. Nuestros cuerpos encajaron como dos rompecabezas y mordí su labio cuando uno de sus muslos quedó entre mis piernas y me frotó con él.
El camisón se deslizó hasta mi ombligo y el aire cálido de la noche acarició mis piernas enredadas con las suyas. Sentí su dureza a la altura de mi cadera, aumentando con cada frote ansioso que realizábamos. Una de sus manos buscó mi pecho más cercano y el apretón, más el suave roce del satén sobre mi pezón, me hizo arquear la espalda.
Besó la comisura de mi boca y aproveché para reunir una bocanada de aire, sobre todo al sentir que su pulgar rodeó mi sensible punta y acto seguido la apretó junto con su índice, enviando un rayo de placer que me sacudió el vientre.
—Vamos... arriba —solicité.
—Me gusta aquí —dijo, realizando un jaloncito que ardió dulcemente.
El corazón se me disparó y no supe si fue por el miedo o el placer, tal vez una combinación de ambos.
—¿Estás loco? —siseé—. Los niños podrían bajar en cualquier momento.
—Están profundamente dormidos —objetó—. Ni siquiera sintieron cuando los acosté.
—Podrían despertar, nosotros podríamos despertarlos.
—Entonces más te vale no hacer ruido —me advirtió.
—Cael...
Me besó para callarme y se apretó más contra mí, ¿cuándo había sido yo silenciosa tratándose de nosotros? Estaba perdida. Y mojada. La adrenalina del momento me había excitado y por la erección presionando en mi cadera supe que él estaba igual o peor que yo.
Paró el beso y se separó lo suficiente, no hice nada para detenerlo cuando se hincó para retirar mi ropa interior y metió su lengua entre mis piernas. Tapé mi boca con una mano para sofocar mi gemido ante el repentino asalto y con la otra me aferré a su cabello, más para incitarlo a seguir que para obligarlo a parar. Fue algo rápido y despiadado, lo suficiente para encenderme como una mecha y dejarme ardiendo. Cuando volvió a posicionarse sobre mí, supe que ya se había bajado el pantalón al sentir su punta en mi entrada sin ningún obstáculo de por medio.
Tomó la mano que aún cubría mi boca y entrelazó nuestros dedos para posicionarlos juntos por encima de nuestras cabezas. Quedamos cara a cara, rodeados de la noche y con el susurro del mar como música de fondo. Se alcanzaban a ver líneas de estrellas por entre las maderas del techo, recortando la figura de mi ángel y sus alas por completo extendidas, todo su cuerpo listo para hacerme suya.
Separé mis labios ante la lentitud con la que entró en mí, pude sentir cada centímetro expandiéndome dulcemente, su calor llenándome como una tortura. Su rostro se contorsionó al llegar al final y quedar hundido hasta mi fondo, me dio gusto saber que yo no era la única afectada por eso.
Él salió con la misma lentitud y repitió el proceso, por mucho que yo disfrutaba cada embiste deliberadamente lento, no pude evitar espiar por encima de mi cabeza para asegurarme que seguíamos solos y que ningún niño venía bajando por las escaleras en nuestra búsqueda.
Caelum aprovechó que dejé mi cuello expuesto y me besó en ese punto igual de lento, arrebatándome suspiros con esa exquisita combinación de besos en el cuello y estocadas lentas. Mordí mi labio y pasé mis uñas por su espalda, hombros, omoplatos, trasero y muslos. No con fuerza, sino imitando su lentitud y suavidad. Escuché un gemido bajito en mi oído y supe que eso lo volvió loco.
Se irguió de pronto, colocando ambas manos a cada lado de mi cabeza para encontrar soporte con sus brazos por completo extendidos y el nuevo ángulo me ofreció una vista completa de nuestra unión.
—Mira —me incitó, en voz muy baja—. Mira cómo entro en ti. Mira cómo te hago mía, Ella.
Me acaloré con la combinación de sus palabras y la imagen de él entre mis piernas, entrando y saliendo. Me gustó verlo y sentirlo al mismo tiempo. Aproveché para repasar su abdomen, pectorales y hombros, para acariciar cada tatuaje a la vista y beberme su cuerpo con la mirada. Y con la lengua. El sabor del mar estaba en su piel.
Aproveché el espacio para buscar más placer y bajé mi mano para acariciar mi clítoris. Él me miró con aprobación e imprimió más velocidad en los movimientos de su cadera, una sensación intensa me recorrió entera y mordí mi labio con tanta fuerza que seguro me hice daño.
El sofá comenzó a golpear ruidosamente contra la pared y eso ocasionó un segundo disparo a mi corazón.
—Detente —lo regañé.
Él se quedó quieto al comprender mi urgencia y ambos permanecimos en silencio, agudizando el oído para detectar cualquier ruido o movimiento en el piso de arriba. Tras un par de minutos, mi esposo volvió a relajarse y se apoyó sobre sus codos, recuperando la posición del inicio.
—Lento será —anunció.
Una risita afloró de mi pecho.
—¿Tú? —murmuré incrédula—. ¿Ir lento?
Ladeó su rostro, dejando entrever una sonrisa pícara.
—Que ir lento no vaya conmigo no significa que no lo haga bien —respondió en el mismo tono de voz.
Rodeé su cuello con mis brazos, disfrutando de nuestra cercanía. Había algo que se sentía correcto en todo esto, en tener su cuerpo sobre el mío, sintiendo el calor en cada punto donde nuestras pieles hacían contacto.
—Eso quiero verlo —lo reté.
Mi ángel comenzó a moverse de nuevo, balanceando sus caderas con una lentitud exasperante pero sin causar siquiera un rechinido en el sofá. Espié de nuevo por encima de mi cabeza, pero no había movimiento ni ruido dentro de la casa. Sonreí con diversión y él me imitó, ambos embriagados por la adrenalina de no ser descubiertos.
Tras algunos minutos sujetó mi cabeza para que dejara de moverla nerviosamente y solo me concentrara en mirarlo a él. Y me estremecí al notar que la mirada que compartimos fue una de esas miradas viejas que nos dedicamos en el Edén. Por un dulce momento solo fuimos él y yo, Caelum y Estrella. Sin niños. Sin condenas. Sin miedos. Solo dos enamorados encerrados en su frágil burbuja de amor.
Cerré los ojos cuando bajó su cabeza, creyendo que iba a besarme. Pero en lugar de sentir sus labios, fue la punta de su nariz la que recorrió mi mejilla y trazó la línea de mi mandíbula, provocándome. Subió hasta chocar con mi nariz y nuestros labios rozaron una milésima de segundo que me arrancó un suspiro. El vaivén de su cadera no paraba, trabajándome tan lentamente que todo mi interior comenzaba a ponerse muy sensible con cualquier roce.
—Cael —imploré, abriendo mis ojos con un montón de súplicas contenidas.
—Entrelaza tus tobillos detrás de mi espalda —ordenó— y abre tus rodillas hacia los lados contrarios, lo más que puedas.
Lo obedecí, notando que aquello le dio más espacio para maniobrar, pero él se puso aún más creativo y realizó un movimiento de cadera circular que me hizo poner los ojos en blanco. No pude evitar gemir fuerte al ser tomada por sorpresa y mi ángel me besó rápidamente para absorber el sonido.
No lo dejé separarse de nuevo. Formé un candado con el círculo de mis brazos alrededor de su cuello para besarlo profundamente, explorando con mi lengua todos los rincones de su boca. Fue un beso tan húmedo como apetitoso.
Después de un rato se las arregló para apartarse de nuevo y mirar en primera fila todo lo que estaba causando en mí, puesto que de alguna manera sus círculos me estimulaban por dentro y fuera al mismo tiempo. Las piernas me temblaban en medio de una subida de placer que se estaba volviendo insoportable, era diferente a todo lo que jamás había sentido...
Me sentía como si me ahogara en cosquillas.
—¿Qué me haces? —susurré agitada.
—Te lo hago lento —respondió sensualmente—. ¿Te gusta?
—Sí —exhalé, soltando su cuello para poder recorrerlo con mis manos—. No pares.
—¿Aun si los niños vienen? —me provocó.
—No juegues con eso —supliqué—. No ahora.
Su risa vibró entre nosotros.
—Pero si amo jugar contigo.
Reí de vuelta.
—Y yo contigo.
—Y por eso te amo —juró.
Mi corazón se encogió al escucharlo.
—¿Con el alma? —pregunté, conmovida al recordar su conversación con Cielo.
—Con el alma —confirmó con un dulce susurro.
Amar con el alma significa amar más allá de todo.
—Yo también —confesé— te amo con el alma.
Él sonrió, depositando lentos y tiernos besos en mi boca mientras sus estocadas lentas me subieron pausadamente hasta la cima de las estrellas. Mi ángel no se quedó atrás, percibí cómo fue creciendo cada vez más dentro de mí y aunque continuó lento y cuidadoso, también lo noté más profundo. Más hondo. Más lejos.
Me sentí tan llena por él que aquello me causó un corto circuito inesperado y me dejé llevar por la electricidad que me recorrió el cuerpo entero, naciendo de mi vientre hacia afuera.
—Cael, Cael, Cael...
Solo supe que grité porque mi esposo me cubrió la boca con su mano y la presionó con fuerza para ahogar mis gemidos. Me apreté con fuerza a su cuerpo y me sentí desvanecer porque lo que pareció ser un orgasmo lento creció de tal manera y tan rápido que me dejó ciega y temblorosa en milésimas de segundo.
Lo sentí besar mi cuello para acompañar el placer y no supe cuánto duró aquello, pero cuando por fin liberó mi boca de su mano, exhalé con fuerza y me tendí de nuevo sobre el sofá, sudorosa y exhausta.
Él seguía grande y duro, como pocas veces lo había sentido dentro de mí. Me tardé en volver por completo, pero una vez que recuperé la compostura me di cuenta de toda la tensión que bullía de su cuerpo. Acaricié su cabello para animarlo a seguir.
—Termina.
No esperó a que se lo dijera dos veces y los ojos me lagrimearon ante el bombeo porque aún estaba muy sensible, pero me encantó la sensación. Me conectó de nuevo con la electricidad que aún no se marchaba del todo y pensé seriamente que podría desmayarme ahí mismo cuando sus palpitaciones llegaron y terminó dentro de mí.
Ahora le tocó a él ahogar sus gemidos y me besó para lograrlo. Chorritos de calor me llenaron con cada palpitación y empuje, tantos y tan calientes que sentí un segundo estallido, esa vez más leve e incipiente, pero sin duda un ligero y fugaz orgasmo conectado al primero.
Se lo hice saber estampando mis palmas en su trasero y mi ángel mordió mi labio inferior en venganza. Y cuando por fin terminó, se dejó caer sobre mi cuerpo en un momento de debilidad.
Le di besitos en su hombro y acaricié su espalda, porque ese era uno de mis momentos favoritos: cuando no le quedaban fuerzas y el ángel indomable se permitía ser físicamente débil conmigo, seguro y protegido entre mis brazos. Aún se encontraba dentro de mí, aunque considerablemente más blando. Lo sentía resbalar en medio de toda esa húmedad que creamos juntos. Se quedó un rato así, moviéndose lento para sentir lo que habíamos logrado, mientras nos acariciábamos y besábamos cariñosamente.
Se hincó de nuevo cuando recuperó sus fuerzas y por fin salió de mí. De inmediato sentí un abundante hilillo resbalar hasta mi trasero y casi me da una combustión cuando sus ojos se clavaron en mi entrepierna para no perderse ese final.
—¿Disfrutando de la vista?
Él se carcajeó.
—Si fuéramos compatibles, mi vida, tendríamos como diez hijos más.
—No lo digas ni de broma —rebatí con el corazón asustado—. Y no te hagas ilusiones, aunque todavía fuéramos misteriosamente compatibles estamos tomando anticonceptivos.
—No va por ahí —aclaró, metiendo uno de sus dedos para sentir lo que quedó dentro. La invasión me tomó por sorpresa y me hizo arquear la espalda—. Solo es un estúpido pensamiento de macho.
—Dímelo —le incité.
—Con una condición.
—¿Cuál?
—Termina de nuevo.
Parpadeé con sorpresa.
—Tú quieres matarme de placer —lo acusé.
—Te aseguro que te sentirás más viva que nunca —dijo, sumando otro dedo y curveándolo en el punto exacto. Caelum siempre fue bueno para explorarme y su semén dentro de mí me tenía más que lubricada, pero la sensación fue demasiado intensa.
—No —me removí, incómoda—. No puedo.
—¿Qué quieres apostar?
—Santísimo bosque, ten piedad de mí.
Él recogió uno de los cojines y me lo aventó a la cara.
—Muerde esto si no quieres despertar a Evan y Cielo.
Fue una sabia decisión hacerlo, porque entregada a sus dedos me retorcí, gemí y sollocé como loca. Caelum fue tan veloz e implacable que lo único que sentí fue una vibración dentro de mí que me llevó al olvido, su otra mano presionó mi vientre y los temblores de mis piernas fueron incontrolables cuando un tercer orgasmo sorprendentemente rápido arrasó conmigo.
Me quedé sobre el sofá, hecha un ovillo y respirando entrecortadamente. Mi esposo apartó el cojín para observar mi rostro rojo y sudoroso. Parecía encantado con todo lo que había logrado esa noche conmigo sin siquiera haber despertado a nuestros hijos.
—Te lo dije —presumió.
—Por favor, dime que has acabado conmigo.
—Por hoy... —Su promesa fue malvada, pero entonces lo encontré limpiándome y poniéndome las bragas de nuevo. Reí de ternura—. ¿Te llevo a la cama?
—Yo solita puedo —me defendí, pero mis piernas no estuvieron de acuerdo conmigo y me fallaron en cuanto intenté ponerme de pie.
Mi ángel me sujetó a tiempo.
—¿Te he dejado sin poder caminar? —me molestó, con una sonrisa enorme y petulante.
—No es gracioso —refunfuñé.
Besó mi sien y me llevó en volandas a la recámara principal para meterme en la cama tal cual niña chiquita. No resultó molesto en absoluto.
—Hasta mañana, mi vida —se despidió después de arroparme.
—No me has dicho tu "estúpido pensamiento de macho" —le recordé.
Me regaló una sonrisa torcida.
—Más que disfrutar de la vista, estaba disfrutando de verte marcada por mí.
—¿Marcada? —repetí.
—Sí. Significa, de una manera muy carnal, que eres mía. Que cualquier otro macho que se acerqué a ti olerá mi esencia dentro tuyo y sabrá que eres mía.
Puse los ojos en blanco.
—Exclamó el ángel dominante, de nuevo.
—Te dije que era estúpido.
—¿Qué pasa si quiero estar con otro macho? Me estás ahuyentando al ganado —traté de provocarlo.
—Ya hemos hablado sobre eso —me recordó, dando un golpecito en mi nariz—. Si tienes ganas de incluir a alguien en esta relación, solo tienes que decirlo. Eso no implica que dejes de ser mía.
Me ruboricé.
—Es tarde —cambié de tema—. No hagas esperar a Malik.
Él alzó sus cejas.
—¿Hay alguna razón por la que Malik vino a tu mente justo en este momento?
Me ruboricé aún más.
—No digas tonterías. Además, dijiste que no me compartirías con él.
Soltó una risita y se inclinó sobre mi rostro, su simple cercanía me incendió por dentro.
—Y tú me dijiste que tampoco estabas interesada, pero en ese entonces tan solo tenías diecinueve años. Está bien cambiar de opinión y querer experimentar cosas nuevas, Ella. Sabes que siempre puedes confiármelas, ¿verdad? Yo nunca te juzgaré.
—¿Y quién se quedaría con tu condena? —pregunté, para señalar que era una idea imposible.
Él me guiñó un ojo.
—No pasará nada si te escondemos en Paradwyse un par de horas. Mi poder te ocultará.
—¿Debería preocuparme que ya lo tengas planeado?
Mi ángel se tragó su risa y se puso de pie, el típico portal se formó en el techo, pero antes de echarse a volar acarició mi labio inferior con su pulgar. La caricia me electrificó.
—No. —Una aclaración sensual—. Nada está planeado, pero si es algo que tú quieres, te prometo que los dos te mimaremos como te lo mereces.
La boca se me secó al imaginar dos ángeles en mi cama, uno a cada lado mío. Cuatro manos y dos bocas sobre mí.
—Lo pensaré —dije con un hilo de voz.
Mi esposo sonrió complacido.
—Mañana me cuentas.
Esa fue una despedida que me hizo soñar con cosas que nunca antes imaginé.
Pregunta seria: ¿les gustaría cap extra con este trío? 😏😈 Aún no estoy segura de escribirlo, así que dependerá de sus respuestas.
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