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Capítulo 55. Cuando el sol surfea sobre las olas.




«Cuando el sol surfea sobre las olas»

Estrella

El agua del mar estaba fresca, pero sentirla cubriendo mis pies me dio una calma que no pensé que pudiera sentir cerca del agua. Otra cosa que tenía que agradecerle a mi esposo y que, tal vez, nunca podría recompensarle.

Respiré hondo, aire cálido y con sabor a agua salada como mis lágrimas, eso era lo que compartíamos el mar y yo en ese momento. El mismo viento secó mis mejillas y me devolvió un poco de compostura.

Caelum estaba aquí, eso era lo único que necesitaba para unir de nuevo los miles de fragmentos en los que me había convertido la noche anterior.

Los recuerdos eran borrosos y llenos de neblina. Mi transformación fue un lío de confusión en el que corrí sin sentido ni destino, solo deseando sentir músculos adoloridos, huesos pesados y un corazón tan exhausto que me impidiera seguir sintiendo. Una carrera que me desconectara del dolor y me ayudara a olvidar. Pero conforme las horas pasaron fue más difícil ignorar la verdad: Evan y Cielo podían liberar a su padre, pero los pondríamos en un terrible peligro al hacerlo. ¿Qué sucedía si los perdíamos a manos del Concejo o de los Siete? ¿Qué sería de Caelum y yo sin ellos?

Estaríamos rotos para siempre.

No era una opción, nunca lo fue, y eso solo me devolvía al principio de la espiral: a un esposo atrapado en su condena hasta el día de mi muerte.

Tal vez Enid tenía razón, tal vez las pocas horas compartidas ya eran suficiente y buscar más era tentar a un destino que nunca había estado a mi favor. Al menos, no tratándose de Caelum y yo.

Pero eso no lo volvía más fácil.

Regresé a Féryco mareada e igual de atormentada. Lo busqué con desesperación, necesitando disculparme por habernos gritado e insultado. O tal vez solo necesitando verlo, pero me di cuenta de lo tarde que era cuando encontré a los mellizos metidos en sus respectivas camas y profundamente dormidos. Estaba segura de que él se había marchado porque yo así se lo ordené.

Evan y Cielo están en el ático, vete después de que los metas a la cama.

Sintiéndome extrañamente vacía, me dirigí a mi habitación como un acto reflejo, incluso sabiendo que la maraña de mis pensamientos no me dejarían conciliar el sueño. Me detuve en seco al percibir las flores junto a mi cama, gerberas de distintos colores que me recordaron al claro de un mundo perdido y a una mágica boda secreta.

Yo te elijo, Cael. Hoy y siempre

Acaricié los pétalos de una flor y le sonreí a la soledad que me rodeaba, porque Caelum había encontrado la manera de estar presente aun cuando yo prácticamente lo había corrido injustamente. Había encontrado la manera de permanecer aun con la condena que buscaba mantenernos separados. Y había encontrado la forma de disculparse aun sin palabras.

Él no estaba enojado conmigo, parecieron susurrar las flores. Él me entendía y siempre lo haría.

Miré por encima de mi hombro, con los pies hundidos en la arena mojada y ayudando a sentirme más firme que nunca. Caelum distraía a los mellizos con promesas de castillos, murallas y altas torres que construirían con algo tan fino y engañoso como la arena, pero sus ojos estaban muy atentos a mí con miradas furtivas.

Sonrió de lado al notar que ya no lloraba e inclinó su cabeza en una invitación para unirme a ellos. Caminé en silencio y me dejé caer de rodillas sobre los límites del área de construcción que Evan y Cielo ya habían determinado, utilizando las conchas de colores terrosos que las olas arrastraron a la orilla y que ellos recogieron con emoción.

Cielo me entregó una pala morada que me quedaba corta, ella tenía una rosa que combinaba con su traje de baño fosforescente. Evan y Caelum estaban aplanando la arena húmeda que habían echado sobre las cubetas y sentí como mi cuerpo se relajó lentamente al absorber la dinámica.

Caelum lo notó y se relajó de vuelta. Me puse a gatas para alcanzarlo con un beso en la boca, un saludo y un agradecimiento. Estiró sus alas durante un momento y luego las dejó caer sobre la arena, a cada lado, como sábanas de plumas doradas descansando sobre un lecho cálido.

Me separé y le sonreí.

—Gracias por las flores.

Su mirada fue intensa, no bajo la seducción y el salvajismo que procedían a un beso profundo, sino con algo más hondo y puro. Mágico.

—Te amo con el alma, Estrella. Siempre lo haré.

Yo lo sabía, pero era la rectificación que necesitaba escuchar en ese momento. A pesar de la pérdida de esperanza que implicó el día anterior, a pesar de habernos gritado y dejado llevar por la desesperación, a pesar de las condenas y amenazas y los años de lejanía, nuestro amor estaba tan vivo e intacto como cuando nació en el Edén.

—Papi, ¿qué significa amar con el alma? —preguntó Cielo con curiosidad.

Evan también lo miró, atento a la respuesta. Volví a mi lugar silenciosamente y comencé a cavar en la arena, dejando que él se encargara de eso.

—Todos tenemos un alma, Cielo —explicó su padre—. Y es poderosa. Es nuestra esencia y la fuerza de nuestro corazón. Amar con el alma significa amar más allá de todo. Amar más allá de tu cuerpo. Amar más allá de tu mente. Amar más allá de tu fuerza. Amar más allá de tus miedos. Amar más allá de cada una de tus células. Amar más allá de los latidos de tu corazón. Es amar con todo lo que eres.

Tragué saliva. Siempre había imaginado el significado de aquello, pero escucharlo de su propia boca me movió con la fuerza de una ola que te toma desprevenida. Los mellizos se miraron el uno al otro, ojos azules y plateados brillando como si acabaran de descubrir un valioso secreto.

—¿Nosotros también podemos amar con el alma? —cuestionó Evan.

—Todos podemos —afirmó mi ángel—. Solo hace falta la persona correcta para descubrirlo.

—¿Como mamá? —susurró Cielo, emocionada por la respuesta.

Caelum sonrió con cariño y me miró al momento de reafirmarlo. Sentí que me derretía sobre la arena con esos colores iridiscentes sobre mí.

—Como mamá —aseguró con un aire soñador.

La enorme bañera que mis padres construyeron en la habitación principal era una de mis cosas favoritas de la casa en la playa. Se parecía a la que tenían en Féryco, solo que esta se encontraba dentro de la recámara y no en el baño, junto a la enorme ventana con vista al mar para volverla más romántica si es que eso era posible.

Nadie se atrevía a utilizarla cuando veníamos con ellos, puesto que la finalidad de aquella bañera era bastante obvia para quienes conocían a mis padres y su empalagoso vínculo de almas gemelas. Pero en días como hoy, cuando ellos se quedaban en casa, era perfecta para tomar un baño de burbujas y desconectarte de todo.

Me hubiera encantado que Caelum se bañara conmigo, pero él se quedó preparando la cena para los dos niños que ladraban de hambre después del largo y divertido día. Y cuando intenté ayudarle a mi esposo en la cocina, me puso una copa de vino rosado en la mano y me invitó a tomar un baño mientras él se encargaba de todo.

Todavía se me antojaba extraño tener ese tipo de ayuda y no sentirme culpable por tomar unos minutos para mí, pero estaba segura de que esa había sido su intención. Él siempre intentaba darme este tipo de espacios y descansos.

Sorbí un trago de vino y apoyé mi cabeza sobre el borde de la bañera, disfrutando el agua caliente antes de que se enfriara. Los recuerdos del día me tenían sumergida en paz: después de terminar el castillo de arena de tres pisos —Caelum hizo trampa y utilizó un poco de su magia— los mellizos y él se sumergieron en el agua para nadar entre las olas tranquilas.

Me dejaron un ratito sola para sacarme el vestido y absorber todos los rayos de sol que pude, pero Caelum no tardó mucho más que eso en volver por mí y cubrir mi cuerpo con el suyo.

Solté un grito ahogado al sentirlo.

—¡Estás empapado! —le reclamé.

Me atrapó en el círculo de sus brazos y se puso de pie para arrastrarme junto con él. Encontré soporte abrazando mis brazos a su cuello y mis piernas a su cadera.

—Evan y Cielo quieren que nades con nosotros, yo solo obedezco órdenes.

Reí y grité cuando una ola fría rompió en mi espalda, mas eso no lo desestabilizó y continuó su camino.

—Bájame, Caelum —pedí—. Yo sola puedo entrar al mar. Solo tenías que pedirlo.

No me perdí el destello de su sonrisa traviesa cuando decidió "obedecerme" arrojándome al agua sin previo aviso. Me hundí los primeros segundos antes de patalear para romper la superficie y buscarlo con una mirada asesina. Evan y Cielo reían a mandíbula batiente, los dos flotando cerca de él. Solo eso me relajó.

Mis hijos habían aprendido a nadar de pequeños y ahora se movían como sirenas en el agua, persiguiéndose el uno al otro. Caelum se acercó a mí y rehuí a sus labios cuando entendí que buscaba besarme.

—¿En serio estás enojada? —preguntó, visiblemente muy divertido con la situación.

—No te mereces un beso —afirmé.

Él espió a los niños, asegurándose de que estuvieran lo suficiente entretenidos para escucharnos.

—¿Y por lo de hace rato? ¿Estás mejor?

Lo dejé atrapar mi cuerpo y acercarme de nuevo a él para que me ayudara a flotar, esa vez mi agarre alrededor de su cuello fue más suave.

—Lo estoy —aseguré—. ¿Qué hay de ti?

Asintió levemente.

—Hablaremos sobre eso cuando volvamos a Féryco, ¿trato hecho?

Le agradecí con un beso por no arruinar la magia del lugar.

—Trato hecho.

—Pensé que no me merecía tus besos.

—Este sí —jugué, dándole otro—. Y este.

Él ronroneó.

—No me hagas quitarte este traje de baño frente a nuestros hijos.

—Ya no estamos solos en el mundo como para nadar desnudos —le recordé.

—Una verdadera pena —se lamentó.

—Tal vez más tarde —sugerí coqueta—, hay una gran bañera con vista al mar en la habitación principal. Tus alas cabrán a la perfección.

—Mmm —aprobó—. Eso no suena nada mal.

—Vienen Evan y Cielo —advertí.

Nuestro abrazo se deshizo y jugamos el resto de la tarde con ellos, a veces nadando, a veces en la playa. Ni siquiera el corte que Cielo se hizo en la planta del pie al pisar una concha filosa arruinó la tarde, puesto que Evan la curó casi de inmediato y sin costarle ningún esfuerzo.

Caelum y yo nos miramos con orgullo al ver el fruto de nuestro entrenamiento, mientras consolábamos el llanto de Cielo por el susto de haber visto tanta sangre, el cual aminoró solo con el abrazo que le dio Evan.
Él le prometió a su hermana al oído que siempre estaría ahí para protegerla. Caelum y yo casi nos echamos a llorar al escucharlo, completamente conmovidos.

Cuando el sol comenzó a ponerse, los cuatro estábamos exhaustos y los niños refunfuñaron con que tenían hambre. Caelum les prometió preparar manjares exquisitos si iban a bañarse y ellos obedecieron de inmediato.

—Deberíamos ir con ellos —dije, nerviosa como siempre que los perdía de vista durante mucho rato.

Él me cargó para llevarme en dirección contraria, de nuevo hacia el mar.

—Ya les hemos enseñado a bañarse solos, ¿recuerdas?

—Sí, pero siempre nos quedamos a supervisarlos —refuté.

—Dales tu voto de confianza esta vez.

—¿Qué pasa si se resbalan y se desnucan?

—No lo harán —negó cansinamente—. Tú viste como Evan cuidó hoy a Cielo, ellos saben tener cuidado y protegerse el uno al otro.

—Pero los accidentes pasan...

—Estrella —me regañó.

—¿Qué?

—Mira a tu alrededor y date cuenta de lo que te estás perdiendo por no vivir el presente. Conmigo.

Ya estábamos de nuevo dentro del agua y pasando las olas. Suspiré muy bajito al apartar la vista de la casa y mirar hacia el horizonte. Las capas del cielo estaban pintadas con distintos colores, empezando por el azul y terminando con un rosa anaranjado al final del océano, ahí donde el sol se escondía rápidamente. El mar parecía más plateado que azul por la inminente noche que lo estaba alcanzando, pero el atardecer se reflejaba en un halo destellante que parecía perseguirnos dentro del agua. Allá a donde fuéramos, el sol reflejado nos seguía.

—Es hermoso —reconocí.

—Quiero mostrarte algo —dijo, señalando el sol—. ¿Ves como se pierde de vista cuando las olas vienen?

Era cierto. Parecía que el sol surfeaba sobre la cresta de las olas y el mar se tragaba por completo al atardecer cuando las ondas de agua nos alcanzaban. Pero una vez que la ola nos pasaba para morir en la playa, el mar se quedaba quieto y plano por valiosos segundos en donde todos los colores dejaban de ser escondidos. Y brillaban.

—Sí —confirmé.

—Así somos tú y yo —declaró.

Lo miré.

—¿Cómo?

—Cuando una ola venga hacia ti puede que pierdas de vista el atardecer, pero eso no significa que este no siga allí. Detrás de cada ola lo encontrarás, siempre.

Un palpito dulce y cálido atravesó mi corazón al entender su metáfora.

—¿Y qué pasa cuando el sol se esconde y ya no encuentro el atardecer?

—Mañana volverá a salir. Y al día siguiente. Y el día siguiente a ese. El sol siempre volverá por ti.

Me abracé a él, sujetándolo de la nuca para facilitar el encuentro de nuestras bocas. Sentí sus brazos estrecharme por debajo del agua y nuestros pechos colisionar porque no queríamos ni un centímetro de separación entre nosotros. Y me besó y me besó mientras el atardecer se fundía con el mar y el sol continuaba surfeando sobre las olas hasta desaparecer por completo.


Caelum y Estrella siendo Caelum y Estrella ❤️
¿Sabían lo que amar con el alma significaba?

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