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Capítulo 52. Rompiste mi cama.




«Rompiste mi cama»

Estrella

Cuando desperté, lo primero que vi fueron sus ojos abiertos y un montón de colores que me robaron el aliento. Recostado a mi lado, él me observaba fijamente.

—¿Cuánto tiempo llevas mirándome así, acosador? —farfullé, abrazando la almohada que tenía bajo mi mejilla.

Los dos estábamos acostados bocabajo y él cubría mi espalda con su ala dorada, tal y como en los viejos tiempos. La caricia de sus plumas en mi desnudez me embargó de un cálido sentimiento de familiaridad.

—Amanecimos juntos después de quién sabe cuántos años, ¿y eso es lo primero que tienes para decirme?

Mi risa fue tan ligera como el aire, libre de preocupaciones.

—Buenos días, mi ángel —dije más melosa—. Despertar junto a ti ha sido el mejor inicio de año que he tenido, por si no era obvio.

—Así está mucho mejor —aceptó, curvando su ala para acunarme con ella y arrástrame hasta su cuerpo. Fui bien recibida por sus labios—. Buenos días, mi vida.

El beso fue tranquilo y perezoso, yo aún me estaba espabilando y volviendo a la realidad. Sentí su mano bajar de mi nuca hasta mi espalda baja y de golpe recordé en qué momento me había desnudado.

Me separé de su boca engatusadora y alcé la cabeza para mirar a mi alrededor. Todo parecía normal, pero mi cabello enmarañado era otra evidencia de aquel flashazo que comenzaba a recordar.

—¿Fue un sueño o realmente rompimos la cama?

Su sonrisa fue diabólica.

—Culpable —confesó—, en mi defensa ya la reparé...

El recuerdo se volvió nítido: mi esposo despertándome en la madrugada con besos traviesos y sus dedos circulando entre mis piernas. Estando tan agotada tardé en entenderlo más de lo que me gustaría admitir, pero sus caricias terminaron despertando mis cinco sentidos y deseos feroces a los que parecía que acababan de echarle fuego.

—¿Estás despierta? —preguntó juguetón.

—No te hagas el bobo —lo acusé—. Tú me has despertado.

—Ahora que soy libre de tus cadenas, ¿en serio piensas que voy a desperdiciar la oportunidad de tocarte entera? —me provocó, besando el inicio de mis pechos—. Fuiste una angelita muy perversa al atarme sabiendo que te vestirías así y yo no podría ponerte ni un solo dedo encima.

Acompañó sus palabras metiendo un dedo largo dentro de mí y bombeando con lentitud. Abrí la boca, exhalando suavemente.

—¿Te gustó? —quise saber.

—Cada minuto —declaró, sumando un segundo dedo a la ecuación. Arqueé mi espalda ligeramente y él aprovechó para atrapar mi pezón, aún dentro del encaje blanco. La sensación fue diferente, pero no menos exquisita. Arrugué las sábanas con la presión de mis dedos.

—¿Es esta tu venganza? —pregunté, pasando saliva.

Succionó y soltó, dejando una punta rosa y sensible.

—¿Por qué querría vengarme después de que me mimaste tanto? Me hiciste sufrir, claro que sí, pero fue para alargar mi placer. No creas que no me di cuenta de tu plan maquiavélico.

Sonreí para mí misma, él me entendía como nadie.

—¿Funcionó?

—Digamos que ahora tengo que ponerme a tu altura para también darte la mejor noche de tu vida.

—Bueno, ya me tienes mojada —señalé, sintiendo el delicioso resbalar de sus dedos. Esperaba que no se detuviera justo ahora.

Él se ladeó para endulzar mi oído con un susurro sexy:

—Dime qué quieres, cómo lo quieres, y te lo cumpliré.

Parpadeé hacia el techo, sintiendo cómo esas palabras aceleraron mi sangre con pasión pura. Ya no sentía los efectos embriagantes del licor, pero esto parecía más poderoso y prometía hacerme ver más de mil estrellas.

Ni siquiera tuve que pensar mucho en mi respuesta.

—Tus alas —decidí—. Quiero que utilices tus alas.

Alzó la cabeza para estudiar mi rostro.

—Lo quieres duro, ¿eh?

La última vez que me mostró lo poderosas que se volvían sus embestidas más el empuje de sus alas, al siguiente día no pude ni sentarme y estuve muy incómoda. Entendía por qué necesitaba escuchar mi confirmación.

—Sí.

—No olvides que tú lo pediste —canturreó travieso.

Me sentí vacía cuando sus dedos me abandonaron, pero él ya estaba planeando algo muy diferente. Saltó al pie de la cama y me jaló de los tobillos hacia su cuerpo, provocándome un gritito de sorpresa. Las sábanas se corrieron junto conmigo, dejando la cama hecha un desastre en el camino.

Me acomodó justo al borde del colchón y me miró desde arriba, de pie y bañado en la oscuridad de la noche que hacía destacar sus alas. Completamente desnudo, cada línea de su cuerpo siendo devorada por mis ojos.

Él apoyó mis tobillos sobre sus hombros y me miró de vuelta, aún vestida con parte de la lencería que había elegido para él. Ni idea de dónde quedó la aureola prestada, las alas o las ligas que mantenían mis medias altas, pero el resto aún lo tenía puesto.

Caelum me arrancó la falda de plumas y la aventó tras él, seguramente para que no nos estorbara. Acto seguido tomó los bordes de mi tanga y también se deshizo de ella rápidamente, dejándome solo en medias y corsé. Se tomó un momento para acariciar el largo de mis piernas envueltas en encaje, antes de inclinarse sobre mi cuerpo para pegar mis rodillas a mi pecho y limitar mi movilidad.

Me besó mientras entraba en mí, aunque no completamente. Solo fue su punta provocándome, mojándome más. Aprovechó la cercanía para pasar sus manos una y otra vez por cada centímetro del corsé, como si estuviera depositando en mí todas las caricias que antes no había podido.

Cuando volvió a enderezarse sus ojos salvajes me lo dijeron todo, así que me preparé. Un cosquilleo nervioso me recorrió, pero ese ángel me tenía tan caliente que no le temí a eso. Tampoco a todo el placer que me haría sentir.

—Alza más tus caderas.

Lo hice y él me ayudó a sostenerme anclándose en mis muslos. Su erección se alineó perfectamente conmigo y sus alas se flexionaron hacia atrás para tomar impulso.

—¿Lista?

Una respiración honda me ayudó a mantenerme centrada.

—Dámelo todo.

Un aleteo dorado provocó una ventisca en mi habitación y el empuje lo ayudó a enterrarse dentro de mí con una potencia descomunal. Grité, con toda la fuerza que mis pulmones permitieron. Mis ojos se llenaron de lágrimas sin que pudiera evitarlo, pero no era esa clase de dolor.

Él me dio un momento para respirar.

—Cuando quieras que pare, paro.

Agité mi cabeza con énfasis.

—Sigue, sigue.

Y lo hizo de nuevo. Fueron espaciadas pero brutales. La posición lo ayudaba a ver todo: mi cuerpo y mi rostro. Mis reacciones. Mis lágrimas. Mis uñas encajadas en el colchón y desgarrando las sábanas. La fuerza de sus dedos en mis muslos deshicieron mis medias y terminó sacándomelas, agradecí la sensación de sus manos calientes en mi piel.

—Más rápido —pedí.

Pareció que era lo que estaba esperando para soltarse por completo: asegurarse de que lo estaba disfrutando y quería más. Giró mis caderas y en medio segundo me encontraba a gatas en la cama, con él detrás de mí.

La ventisca de sus alas refrescó el calor de mi espalda, pero la nueva profundidad que logró en esa posición fue de otro mundo y me puso a sudar de nuevo. Esa vez no hubo ningún respiro, solo embestidas salvajes, una tras otra. Con cada golpe mi cuerpo se recorría hacia adelante y él me siguió, acompañando mis gritos.

Me vencí ante su fuerza y poder, no pude evitarlo. Me desplomé sobre la cama y él asió mi cadera para mantener mi trasero alzado y facilitar la penetración. Mordí la almohada que quedó sobre mi rostro y solo en ese momento me di cuenta de lo mucho que nos habíamos desplazado: desde el final de la cama hasta el inicio de esta.

No supe en qué momento me arrancó el corsé, pero al sentir sus manos aferrándose a mis senos me di cuenta que ya estaba completamente desnuda. Y sentí el aire de sus alas por todos lados, doblegándome para él.

Uno de esos empujes hizo que me fallaran las rodillas y terminé completamente tendida sobre las sábanas y almohadas desgarradas. Él optó por apoyar sus brazos a cada lado de mi cabeza y prácticamente comenzó a volar sobre mí, dejándose caer con fuerza con cada aleteo.

Escuché la cama golpear contra el suelo y sentí a este temblar, pero mi ser estaba en un estado de éxtasis puro y nada de eso importó. Tenía la boca seca de tanto gritar y me estaba hundiendo en un averno de placer del que pensaba que difícilmente volvería a encontrar la salida.

Y el universo se rio en nuestra cara.

Un fuerte crujido detuvo el momento y esa vez grité de conmoción cuando sentí que nos íbamos de lado y de boca al suelo. Caelum me sujetó a tiempo y se alzó en un vuelo que nos dejó suspendidos en el aire, permitiéndonos ver el escenario bajo nosotros: la cama se había vencido por completo del lado derecho, había astillas reventadas por todas partes.

—¿Rompiste... mi cama? —descubrí, más asombrada que molesta.

Mi esposo aterrizó en el suelo, justo frente al desastre. Alcé mi rostro para mirarlo y lo encontré en el mismo estado de shock.

—Por favor, dime que romper tu cama al menos entra en una de las mejores noches de tu vida...

Estallé en carcajadas.

—¡Rompiste mi cama! —le reclamé con diversión, aún no podía creerlo.

—Bueno... —Se encogió de hombros—. ¿De quién fue la maravillosa idea de encadenarme a ella?

—No me culpes a mí de esto —me defendí, sin poder parar de reír.

Rompimos la cama —recalcó el plural—. Estoy seguro de que las cadenas la debilitaron cuando me ataste.

—Ya... claro que estampar la cama contra el suelo una y otra vez no tuvo absolutamente nada que ver.

—Bueno, te recuerdo que tú arañaste mi piano. Yo pensaría que por fin estamos a mano.

—¡No es lo mismo! —resollé—. Yo no dejé el piano inservible.

—La repararé más tarde. —Él me atrapó con sus alas y me besó para finalizar el tema, fue una manera muy inteligente de apagar mis risotadas—. Tú y yo estábamos en medio de algo.

—Ajá, hasta que destruiste mi cama.

Él inspeccionó la habitación.

—¿Quieres averiguar qué tan resistente es el diván? —propuso.

Creo que me quedé dormida después del segundo round porque no me di cuenta en qué momento reparó todo y nos metió a la cama de nuevo, pero le agradecí el detalle. Así podíamos retozar un rato antes de que la inminente despedida llegara, la luz matinal en la ventana era un silencioso indicador de que no faltaba mucho para que tuviera que irse.

—Gracias por la noche más divertida de mi vida —le dije, apresando su nuca con mis dos manos para acercarlo a mi boca y darle un beso.

—¿Solo divertida? —repitió, siguiendo con sus dedos las ondas de mi cabello sobre mi espalda—. La próxima vez tendré que esforzarme más.

Admiré la imagen que hace años no veía: el ángel juguetón con el cabello azabache despeinado, los ojos chiquitos por el sueño pero todo el cuerpo relajado. Esos minutos después de despertar no había ningún rastro de su porte y su fuerza, nunca, como si antes de comenzar el día se permitiera a sí mismo recordar lo que era ser vulnerable.

—¿Habrá una próxima vez? —pregunté con una profunda tristeza.

Su semblante cambió y quise morderme la lengua por arruinarnos ese amanecer único. Sin embargo, él me sorprendió con una repentina sonrisa.

—Iniciaremos cada nuevo año juntos. —Me abrazó al proponerlo para que yo quedara recostada sobre su pecho—. Será nuestra nueva tradición, tener una noche al año solo para nosotros.

Agradecí en silencio su optimismo, porque eso me ayudó a no derrumbarme por completo.

—Me gusta esa tradición —lo alenté.

—Guarda esas cadenas, el próximo año será mi turno.

Me estremecí solo de imaginarme encadenada y a su merced.

—¿Por qué no ahora? —Se quedó en silencio, así que adiviné la dirección de sus pensamientos—. ¿Ya tienes que irte?

Él me hizo piojito, como si buscara relajarme de una manera cariñosa.

—Ojalá no fuera así. Ojalá pudiera quedarme contigo, hacerte el amor por la mañana y después ir a desayunar con nuestros hijos, ser el primero en escuchar cómo les fue en su campamento...

Su voz se apagó lentamente.

No quiero volver a Paradwyse. Nunca me olvidaría de esa frase desesperada.

—Ojalá —musité.

—Pero mira el lado bueno —agregó, recuperándose rápidamente al darse cuenta de la melancolía que cayó sobre nosotros sin que pudiéramos evitarlo—. Ya solo falta medio día para volver a vernos.

Me obligué a sonreír.

—Te amo.

Él ya lo sabía, pero parecía adecuado recordárselo en ese momento de incertidumbre. Vi cómo esas dos palabras despejaron las tormentas de sus ojos y la mirada que me devolvió estuvo llena de electricidad y calor.

—Y yo a ti, mucho —selló sus palabras con un dulce beso de despedida y me tragué un suspiro cuando se puso de pie para buscar su ropa.

No tenía caso seguir en la cama sin él, así que también me paré para darme un largo baño y quitarme de encima todo el sudor de la noche. Fue en mi camino que encontré la aureola que le tomé prestada para completar mi disfraz, la recogí y extendí el aro de oro hacia él.

—Sana y salva —presumí, esperando que no se diera cuenta que acababa de tomarla del suelo y ni siquiera recordaba en qué momento se me había caído. Esperaba que tuviera cada una de sus gemas.

Él sonrió al verla, tal vez por los recuerdos de anoche.

—Quédatela, en serio luce mejor en ti que en mí.

—No soy un ángel, ¿qué voy a hacer yo con una aureola?

—Estoy seguro de que le encontrarás un uso —determinó con una sonrisa mientras se abotonaba la chaqueta blanca. Su porte estaba de vuelta, sus dedos gráciles, espalda recta y alas extendidas no transmitían más que poder y gloria.

—¿No la necesitas?

—Tengo otras.

Resoplé.

—Siempre tan presumido. —Se sentó en la cama para ponerse las botas altas y a mí ni siquiera me afectaba seguir desnuda ante él, tampoco tenía prisa alguna por cubrirme y reprimí una sonrisa cuando lo descubrí espiándome con discreción—. ¿Seguro que no quieres tomar un baño conmigo?

Gruñó.

—No me tientes.

—Tú te lo pierdes.

Él se puso de pie con prisa, supe que si no se marchaba pronto toda esa ropa que acababa de ponerse terminaría de nuevo en el suelo. ¿Qué éramos? ¿Dos adolescentes que no podían controlarse?

—¿Entrenamiento hoy?

Lo medité con cuidado.

—Es año nuevo, ¿y si los dejamos descansar?

—Creo que nos vendría bien, desde el otro día tengo ganas de pintar con Cielo.

—Hecho, mañana volveremos a la realidad.

Se acercó de nuevo para darme un beso rápido.

—Te veo en unas pocas horas, mi vida.

—Se pasarán en un parpadeo —respondí, contagiada por su optimismo.

Me recorrió una última vez, sus ojos despidiéndose con pesar.

—Espero encontrarte con algo de ropa para cuando vuelva.

—¿No te gusto desnuda? —lo provoqué.

—El problema es que me gustas demasiado. —Besó mi nariz con cariño, el ángel salvaje parecía un gatito ronroneando cuando se ponía así de tierno—. Descansa otro rato, anoche casi no te dejé dormir.

—¿Quién necesita dormir teniendo un esposo como tú?

—Haberlo dicho antes de reparar tu cama —se mofó, justo antes de desaparecer por su portal.

Evan y Cielo aún traían puestos sus mamelucos de venado cuando llegué al comedor de Sunforest. Me acerqué a sus lugares para saludarlos, jalando sus astas con cariño y dándoles sonoros besos en las mejillas.

—Buenos días mis angelitos —canté más alto de lo normal, sin poder ocultar mi alegría. El baño me había despertado por completo y dejado como nueva.

—Alguien está muuuuy de buenas —remarcó Noah, molestándome como siempre.

Le di un empujón con mi magia.

«No hagas esas indirectas frente a los niños»

«Pero si yo no he dicho nada malo» —fingió inocencia, así que decidí ignorarlo.

—¿Esos waffles no tienen demasiado chocolate? —pregunté, mirando los platos de mis pequeños.

—Nunca es demasiado chocolate —los defendió mamá.

Ese era uno de los pocos días en los que no había reuniones ni trabajo tanto en Sunforest como en Féryco, así que aprovechábamos para desayunar todos juntos. Aunque nuestra familia había crecido tanto que apenas cabíamos en el comedor.

—¿Cómo se portaron? —pregunté, haciéndome de la vista gorda con el desayuno extra cargado de azúcar.

—Bien —afirmó Evan distraídamente, toda su concentración estaba en chupar cada gramo de chocolate de sus dedos.

Miré a Eira solo para constatarlo, pero mi prima me devolvió una sonrisa y no me dio ninguna queja. Esperaba que no los estuviera solapando, aunque era cierto que los mellizos eran mucho más obedientes desde la llegada de Caelum.

—Siéntate, cariño —me invitó la abuela Amira—. ¿Tienes hambre?

—Estoy famélica —admití, rindiéndome ante el aroma de los waffles. Tal vez yo también abusaría con el chocolate, solo por hoy. Me lo merecía después de todas las calorías quemadas anoche.

—Me pregunto por qué... ¡Auch!

Mi hermano mayor no se esperaba el pisotón que le di por debajo de la mesa.

—Te lo advertí —silbé por lo bajo. Frente a nosotros, mamá y papá apretaban sus labios para no reír.

Decidí concentrarme en mis hijos después de servir mi desayuno.

—Bueno... ¿quién me va a contar todo sobre ese maravilloso campamento que hicieron anoche?

Mis hijos se sumergieron en su relato junto a Asher y Aleix, con las pequeñas Zoe y Alba participando de vez en cuando. Todos los escuchamos con mucha atención y reímos ante algunas de sus ocurrencias.

—¿Y papá? —preguntó Evan en cuanto terminaron su desayuno.

—Vendrá más tarde —respondí, ocultando mi tristeza—. Tenemos tiempo suficiente para que se cambien y se den un baño.

Una mueca chistosa fue indicio suficiente de que el plan no les gustó, pero mi mente ya se encontraba en otro lado.

Observé a Enid, sentada al otro extremo de la mesa junto a Aiden. La despedida entre Caelum y yo había agotado mi paciencia y yo necesitaba saber si la ex bruja logró averiguar algo referente a su condena. Necesitaba aferrarme a cualquier tipo de esperanza, confiar en que mi esposo y yo tendríamos más de una noche al año para estar juntos.

«¿Has logrado averiguar algo?» —pregunté sin poder contenerme.

Enid se tensó y me miró de reojo al escuchar mi pregunta telepática, en parte porque ella no podía responderla de la misma manera. Había cierta cautela en sus ojos grises, pero inclinó ligeramente su cabeza para indicarme que saliéramos del comedor.

—Iré a recoger el campamento y revisar que el invernadero esté en orden —anuncié en voz alta, para no levantar ninguna sospecha.

—Te acompaño —se unió Enid con la misma discreción.

—No se preocupen por eso, yo lo recogeré más tarde —indicó Eira en su papel de excelente anfitriona.

—La idea fue de los mellizos, así que yo lo haré —repuse con tranquilidad—. Solo no los pierdan de vista mientras no estoy y no los dejen comer más chocolate.

Hubo otra mueca por parte de los niños, pero nadie dijo nada más y continuaron en lo suyo, así que Enid y yo logramos escaparnos para subir al invernadero a solas.

Hice una rápida inspección, pero fuera de las colchonetas, sábanas, almohadones y juguetes todo parecía estar en orden. Enid pasó de largo hasta llegar a sus jazmines y los evaluó casi con cariño.

—Lamento molestarte en año nuevo —sentí la necesidad de disculparme.

Ella no me miró, continuó concentrada en sus flores incluso cuando comencé a recoger todo, lo hice con magia para agilizar las cosas.

—No importa —me calmó—. ¿Aún quieres hacer un trato con las brujas?

Mi corazón comenzó a latir con rapidez.

—¿Cuál es el precio? —respondí con otra pregunta.

Ella se giró para hacerme frente.

—No aquí, no tenemos mucho tiempo antes de que alguien sospeche. Iré más tarde a Féryco para que lo hablemos ¿de acuerdo?

Asentí de inmediato.

—Está bien.

Enid me miró de pies a cabeza, pero yo no tenía idea de qué era lo que estaba buscando.

—Te lo preguntaré una última vez, Estrella —habló con mucha seriedad—. ¿Estás segura de querer hacer esto? ¿De arriesgarlo todo?

No quiero volver a Paradwyse. No quiero volver a separarme de ti, ni de ellos. Me volvería loca si esa frase seguía repitiéndose en mi cabeza como un bucle y yo no hacía nada para solucionarla.

—Muy segura —juré, no quería que ella viera ni un rastro de duda por mi parte o se echaría para atrás.

Y yo realmente estaba dispuesta a todo con tal de liberar a mi esposo.

Feliz domingo ✨

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