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Capítulo 50. Cadena de placer.




«Cadena de placer»

Caelum

Ayudé a los niños a terminar su campamento en tiempo récord para poder bajar juntos y convivir un rato con la familia antes de que alguien se diera cuenta de que Estrella y yo no estábamos en nuestros cinco sentidos.

La primera media hora todo estuvo bien, aunque secretamente nos notaba a los dos bastante encendidos por la situación. Parecíamos dos adolescentes haciendo algo prohibido y excitante, pero la sensación me gustó. Me hizo sentir joven después de un largo milenio.

Estrella, por otro lado, era mucho más joven que yo, pero no me olvidaba de que se había convertido en mamá soltera a los veinte años y sacrificado un montón de cosas para criar a nuestros pequeños. Siempre me fascinó su madurez, desde que estábamos en el Edén, pero también me gustaba que tomara esta clase de respiros y decisiones alocadas. Ella se merecía probar cosas nuevas y vivir más aventuras, que me incluyera al hacerlo me encantaba.

El licor que tomé sí era poco para mí, puesto que ya estaba acostumbrado a embriagarme copa tras copa con esa sustancia endemoniada, pero era lo suficiente para despertarme y calentar mi sangre sin perderme por completo. Para ella sería más intenso, así que mi prioridad esta primera vez era cuidarla.

Compartimos un postre de calabaza y reímos junto a su familia, resultó ser una reunión muy cálida y una víspera de año hogareña. La segunda media hora, noté que Estrella comenzó a observar todo con muchísima atención.

—¿Estás bien? —susurré en su oído.

Ella giraba y giraba el tenedor que estaba en su mano.

—Todo es tan brillante.

—Está comenzando a hacer efecto —le avisé.

Alzó su cabeza y miró las lámparas de cristal en el techo como si fuera la primera vez que las veía, reprimí una sonrisa al ver el asombro en su rostro.

—Hay tantos colores... —expresó embelesada.

Besé su mejilla.

—¿Nos vamos a casa? —probé.

Mi esposa me miró.

—Woaw. —Colocó sus manos en mis mejillas y las presionó con fuerza, haciendo que mis labios sobresalieran—. Eres tan guapo, los colores en tus ojos son preciosos.

—Gracias, mi vida —le seguí el juego, separando sus manos de mi cara con cuidado para recuperar la movilidad.

Sus risas sin sentido comenzaban a llamar la atención de todos.

—Tú también eres mi vida, ¿quieres bailar conmigo?

—¿Ahora? Ni siquiera hay música.

—¡Tú sabes crear música!

Sonreí.

—¿Quieres ir a nuestro piano? —propuse.

—Me encanta esa idea —accedió de inmediato.

—Vamos a despedirnos de Evan y Cielo —le recordé.

La ayudé a ponerse de pie, pero no tardé en darme cuenta que su equilibrio estaba perfecto y no me necesitaba para nada. Los mellizos se encontraban sentados con sus abuelos, así que nos acercamos a ellos para recordarles que se portaran bien y no hicieran ninguna travesura en nuestra ausencia.

—Y por favor, por favor, por favor no invoquen ninguna tormenta en el invernadero o Enid me asesinará —insistió Estrella.

—No lo haremos, mami —prometió Cielo.

—Cuídense el uno al otro, ¿de acuerdo? —les pedí.

—Sí papá —respondió Evan.

—Y diviértanse mucho en su campamento. —Estrella agitó sus cabellos al mismo tiempo—. Vendré por ustedes a la hora del desayuno.

—Ellos estarán bien, Estrella —terció Eira—. Te prometo que los cuidaré.

Aun así, nos tomamos nuestro tiempo para besarlos y abrazarlos. Solo nos separamos porque Estrella comenzó a reír estrepitosamente por cada cosa que los niños decían y recordé por qué nos estábamos marchando. Ada clavó una mirada de gacela en su hija, mas se abstuvo de comentar algo.

Fue su hermano mayor quien la provocó, como era usual:

—¿La primera en abandonar la velada, hermanita? Qué atrevida te has vuelto.

—Noah... —intercedió Ezra.

—Ignóralo, papá. Caelum y yo tenemos planes.

—De los cuales yo no estoy enterado —aclaré con diversión.

—Ya te dije que es una sorpresa —chistó, despidiéndose de todos con la mano—. Feliz año, familia. Nos vemos en el desayuno.

—La reina ha hablado.

Noah fingió hacer una reverencia y Estrella le sacó la lengua.

—Que te diviertas, hija —le deseó Ada con unos traviesos ojos azules que no me pasaron desapercibidos.

Estrella no pareció darse cuenta y solo me abrazó.

—Llévame a nuestro piano —pidió muy bajito.

Besé su pelo y miré a todos con agradecimiento, antes de desaparecer.

—Feliz año —fue mi única despedida, pero tampoco necesitaba decirse nada más.

Estrella suspiró teatralmente cuando aparecimos en el ático y observó nuestro piano.

—Es tan bonito —aseguró.

—¿Cómo te sientes? —la evalué.

—¡Viva! —exclamó, corriendo hacia el instrumento y jalándome consigo—. Toca para mí, por favor.

—¿Hallelujah?

—¡No!

—¿Por qué no? —ladeé mi cabeza con confusión—. Pensé que esa canción te gustaba.

—Me gusta, pero nuestro amor no está frío ni roto ni es triste. Me rehuso a que ese sea nuestro himno, toca algo bonito, cálido, pasional. ¡Necesitamos un himno nuevo!

Reí con cariño

—Baila para mí —planteé, acercándome a su boca—. Baila bonito, cálido, pasional y crearé un nuevo himno que combine con tu baile.

Ella acompañó su siguiente pestañeo junto con una rápida desaparición y en un segundo se transportó arriba del piano, como si hubiera encontrado el escenario perfecto para llevar a cabo su baile privado. Evalué una vez más su equilibrio antes de decidir si la dejaría continuar con esto, ella ni siquiera se tambaleó.

—Toca para mí, Caelum.

—Baila para mí, Estrella.

Meneó sus caderas de lado a lado, muy suavemente, así que me senté sobre el taburete y comencé con una melodía lenta que acompañó el compás de sus movimientos. Cerró los ojos, disfrutándola y dejándose llevar por la música que ella misma inspiraba. Subió sus brazos y jugó con ellos, movió su cabeza de lado a lado y su cabello flotó en el aire.

Fue cuando noté el efecto del licor en mí y todos los colores atrapados que nunca había visto en su cabello: rojizo, anaranjado, cobre y dorado brillando en esos rizos. Sonrió de una manera endemoniadamente sexy y bajó las manos, repasando su cuerpo por encima de la ropa, así que aceleré la canción.

Ella siguió el ritmo, dando vueltas y vueltas que alzaron su ligero vestido de manera intencional. Se detuvo de espaldas, su trasero haciendo un vaivén al ritmo del cambio de música que creé. Miró por encima de su hombro, seguramente para no perderse mi reacción cuando sus manos encontraron la cremallera de su vestido y comenzaron a bajarla, lenta y sensualmente. La música también se volvió así y contuve la respiración cuando la tela se deslizó por su cuerpo hasta dejarla en ropa interior: un strapple y unas braguitas cacheteras.

Estrella sonrió y mi corazón casi se detuvo por esa sonrisa, porque me demostró toda su confianza al estar semidesnuda ante mí. Estaba a punto de mandar a volar la canción y someterla sobre el piano, una vez más, cuando ella comenzó a bajar lentamente, siguiendo las notas hacia un desenlace seguro, hasta que sus rodillas chocaron contra su escenario y terminó hincada sobre el instrumento.

Su forma era humana, pero casi pude ver a la loba atrapada bajo su piel cuando gateó hacia mí: poder; seguridad; inteligencia; audacia; dominación; una depredadora cazando a su presa.

La canción definitivamente terminó cuando me alcanzó y se las arregló para caer sobre mi regazo. Mis dedos abandonaron las teclas para repasar su cuerpo fervientemente.

—¿Te gustó mi baile?

—Fue muy sexy —la elogié, tratando de besarla con desesperación.

Ella reculó, escapando de mi boca por segundos.

—Creo que es momento de mi propuesta.

Suspiré temblorosamente.

—¿Qué quieres hacer conmigo, Estrella? —indagué.

Pasó las manos por mi cabello, hipnotizada por cada cambio de luz y color que veía, tal y como yo en el de ella.

—Lo pensé mucho, ¿sabes? —murmuró—. ¿Cómo darle la mejor noche a alguien que lo ha hecho todo? Me hiciste quebrar la cabeza.

—No tenía idea de que planeabas algo así...

Ella me calló colocando su índice sobre mis labios.

—Entonces me di cuenta del factor común de todas esas situaciones: te gusta tener el control. —No dije nada, en parte porque su dedo seguía sobre mi boca—. Eres un ángel dominante. Así que lo que quiero hacer contigo, Caelum, es dominarte. Apostaría mi corona a que eso es algo nuevo para ti.

Maldita sea que lo era. Bajó su dedo, tal vez esperando una respuesta de mi parte, pero yo no tenía idea de qué decir. Al notarlo, ella acarició mi barba y se maravilló al descubrir que las sensaciones también eran más intensas. Parpadeó varias veces para concentrarse.

—Si no quieres hacerlo, puedes decírmelo —me animó.

—¿Qué, exactamente, significa dominarme? —investigué antes de tomar ninguna decisión—. Creo que esa es una palabra muy extensa.

—Sé lo que estás pensando, pero no va por ahí. No me interesa humillarte o lastimarte, lo único que quiero es que me cedas el control. Déjame hacerte disfrutar.

—Tú siempre me haces disfrutar.

—Bajo tu control —aclaró—. Déjame hacerte disfrutar bajo el mío, déjame ser la primera que te domine.

Pasé una mano por sus rizos, los colores parecían entremezclarse como ríos de pintura de los que antes no me había percatado. Sus ojos plateados también eran más profundos que nunca, lagunas sin fondo en las que con gusto me ahogaría. Las pecas de sus hombros y al inicio de sus pechos parecían bailar sobre su piel. Era hermosa, cada centímetro de ella.

Me incliné para lamer las pecas bailarinas como si fueran antojables chispas de chocolate y me detuve al alcanzar el diamante en forma de estrella con el que le pedí que se convirtiera en mi esposa. Lo giré entre mis dedos, estaba frío al tacto y me dejé embriagar por el rango de colores que despedía, parecidos a los de su corona de cuarzos.

Yo la había elegido para ser mi esposa en medio de esta inmortalidad insondable por muchas razones, pero la principal de todas era porque su amor me devolvió a la vida en muchas maneras. Me hizo recordar sensaciones que iban más allá de lo físico, sentimientos que ninguna diosa provocó en mí durante más de un milenio. Yo no necesitaba la mejor noche de mi vida cuando, junto a ella, tenía los mejores días. Los mejores besos. Los mejores bailes. Los mejores hijos. El mejor hogar.

Aun así, mis ganas de complacerla no se quedaban atrás. Y si mi mujer quería dominarme yo no arruinaría esa fantasía, mi ego no era tan frágil como para rehusarme a soltar todo el control y entregárselo a ella.

—Haz conmigo lo que quieras, Estrella. —Su sonrisa iluminó todo su rostro—. Y que quede claro que solo por ti me dejaría dominar.

—Voy a sentirme especial —canturreó.

—Más te vale, porque lo eres.

Ella me soltó un beso profundo que apenas me hizo percatarme del cambio en el aire, pero comprobé que ahora estábamos en su habitación al sentir la cama en lugar del taburete. Estuve a punto de girarla y aplastarla contra el edredón, pero me contuve y simplemente dejé mis manos en su cintura, permitiéndole guiar el beso y el ritmo de este. Tenerla pegada a mi cuerpo tan solo en ropa interior no ayudaba mucho.

Tras un minuto, dejó mi boca y tomó una respiración honda.

—Hasta besarte se siente diferente —comentó, acariciando mi nariz con la suya. Se notaba que aún estaba bajo el efecto del licor de los dioses.

—Lo sé —coincidí—. Vas muy bien, estás fluyendo con todo como debe ser.

Ella puso un poco más de distancia entre nosotros para observarme y me forcé a no tomarla de la nuca para llevarla de nuevo hasta mi boca, quería arrancarle el aire de los pulmones solo con un beso.

—Te está costando, ¿verdad? —lo leyó en mis ojos.

—Un poco —admití.

—Esto también es nuevo para mí —compartió sus pensamientos.

—Espero haber sido un gran maestro —bromeé, para aligerar el ambiente.

Aún sentada en mi regazo, ella me dio un piquito de agradecimiento por mi confianza.

—Solo tengo dos reglas para ti.

—Así que reglas, ¿eh? —No pude evitar arquear mis cejas—. Veo que estás dispuesta a volver esto mucho más interesante.

—Lo he planeado todo con mucho cuidado —presumió.

Traté de relajarme, ¿qué tan difícil sería cumplir dos reglas?

—Dímelas —la incité.

—Uno: no puedes tocarme hasta que yo te lo permita.

Me quedé hecho piedra.

—¿¡Qué!?

—Me has oído.

—Esa regla es imposible de cumplir —rezongué—. ¿Cómo me voy a resistir a tocarte?

Señaló con su barbilla hacia el pie de la cama, un aura de misterio envolvía su actitud.

—Para eso son las cadenas.

Seguí la dirección de su mirada, la mandíbula se me desencajó al encontrar una cadena atada a la pata de la cama, la otra punta terminaba en un grillete. Ni siquiera tuve que revisar el resto de las patas para adivinar que había una cadena en cada una.

Estrella tenía planeado inmovilizarme por completo y no supe cómo sentirme al respecto, aquello fue una novedad.

—¿De dónde diablos has sacado cuatro cadenas?

—De las mazmorras —respondió tranquilamente—. Las devolveré mañana, nadie lo notará.

—Claro, porque eso es lo que me preocupa —ironicé.

Ella sonrió con picardía.

—¿Cuántas veces me has atado tú? —devolvió.

—Un arcángel no lleva la cuenta de esas cosas.

—Muchas —resumió—. Dos durante la última semana y media, así que es mi turno de atarte. Tal y como dijiste, has sido un gran maestro.

—Y tú una excelente aprendiz, por lo visto.

—Estarás muy orgulloso de mí —prometió.

Exhalé con resignación.

—¿Cuál es la segunda regla?

—No puedes correrte hasta que yo te lo autorice.

Me quedé mirándola, muy seguro de que en cualquier momento me diría que aquella regla había sido una broma de mal gusto, pero eso no sucedió.

—Ahora estás siendo cruel —determiné—. Yo te hago venirte muchas veces, esto no lo aprendiste de mí.

—Confía en mí, ¿sí?

Hizo uno de esos pucheros a los que yo nunca podría negarme. Estaba condenado, ella siempre conseguiría todo lo que quisiera solo con hacer esa carita.

—Haré lo que pueda —accedí finalmente.

Me besó en recompensa. Y justo cuando mi cuerpo se aflojó por el hechizo de sus labios, aprovechó para empujarme de espaldas a la cama y subirse a horcajadas sobre mí.

Exhalé con fuerza y me quedé acostado, tan solo esperando su próximo movimiento. Me sorprendió sacando la aureola de mi cabeza y coronando su exquisito cabello pelirrojo con ella.

—¿Me la prestas?

—Creo que te queda mejor a ti que a mí —confesé, enamorado de su imagen.

Sus ojos plateados me recorrieron con la hambruna de una loba salvaje. Hizo un movimiento de cadera con el cual nuestros cuerpos encajaron a la perfección, una táctica deliberada para endurecerme más. Manos recorrieron mi pecho y se detuvieron en los botones de mi chaqueta, la lentitud con la que deshizo cada uno fue exasperante.

La diablilla sonrió al notar mi desesperación, fue cuando supe cómo, exactamente, jugaría conmigo. Hubo otro movimiento de cadera inesperado que me hizo inspirar con fuerza y apretar las manos a mis costados, para resistir la tentación de acariciar sus piernas.

Por fin, la chaqueta se abrió. Y suspiré muy bajito pero inundado de placer cuando manos y uñas recorrieron la piel de mi torso desnudo. Siguieron la línea de mi vello hasta alcanzar mi cinturón y desabrocharlo con la misma lentitud. No estaba acostumbrado a esto, lo normal era que me arrancaran la ropa y no que me desvistieran lentamente.

El cinturón desapareció en alguna parte del suelo. Un tercer movimiento de cadera me hizo jalar el edredón y apretarlo entre mis dedos, mi erección ya estaba luchando dolorosamente en contra de mi pantalón y ella lo sabía. La sentía.

Se puso de pie y la seguí con la mirada, desesperado por averiguar sus próximos movimientos. Fue directo a por las botas y las sacó con agilidad.

—Ponte de pie —ordenó sin dulzura alguna. Parpadeé con sorpresa, ese era un tono de voz que jamás había usado conmigo, pero que me incitó a obedecerla.

El suelo estaba frío y eso me calmó de alguna manera. Quedé frente a ella, permitiéndole desabrochar los tres botones de mi pantalón con la misma lentitud que utilizó con la chaqueta. Una vez libres, metió ambas manos en mi trasero y por debajo de la ropa interior, a la vez que besaba mi torso.

Alcé una mano para enredarla en su cabello, la bajé antes de romper la primera maldita regla. Sentí una sonrisa en mi piel.

—Me gustas obediente —me felicitó.

—Disfrútalo mientras puedas.

Estrella bajó, empujando mis boxers y pantalón con caricias a lo largo de mis piernas. Al frente, depositó besos en mi abdomen, ingles y muslos hasta que mi ropa alcanzó mis tobillos y levanté cada uno de mis pies para ayudarla a deshacerse de ellos.

—Quítate tú la chaqueta —pidió—. No quiero lastimar tus alas.

Lo hice. Y cuando la prenda cayó al suelo ella dio un par de pasos hacia atrás para contemplarme, repasando cada línea de mi cuerpo con la mirada. Me quedé quieto, disfrutando del amor con el que me bañaban sus ojos.

—Eres perfecto.

No estaba ni cerca de serlo, pero que ella así lo pensara me hacía sentir especial, así que le devolví una cándida mirada.

—Acuéstate —demandó, utilizando aquella voz mandona de nuevo.

Ahora que estaba desnudo, sabía cuál era el siguiente paso.

—¿Cómo te sientes? —pregunté de nuevo, tirándome de espaldas en la cama. Mantuve mis alas extendidas a cada lado.

—Más centrada —admitió.

—No sé si es buena idea que me encadenes mientras estás bajo los efectos del licor, ¿cómo podré ayudarte si sucede algo?

—No me harás cambiar de opinión —resolvió—. Estira las piernas.

Lo hice, ella me puso los grilletes en los tobillos con sorprendente facilidad.

—¿A cuántos hombres has encadenado a tu cama? —dudé.

—Eres el primero.

—¿Debería sentirme honrado?

Ella rio y subió a la cama, a mi lado.

—Estira tus brazos.

Alcé mi rostro para alcanzar a ver cómo apresaba el derecho, cerró el metal alrededor de mi muñeca y lo selló con magia. Después hizo lo mismo con el izquierdo, mis brazos y piernas permanecieron abiertos en cruz.

—¿Funcionan con un hechizo?

Asintió con la cabeza.

—Cortesía de Enid.

—¿Ella hace esto con Aiden?

—¡No pongas esa imagen en mi cabeza! —se quejó horrorizada—. Después del despertar de los Fénix, nos enseñó el hechizo para los prisioneros.

Sonreí con sorna.

—Me alegra que le encontraras un mejor uso.

Ella agitó su cabeza con evidente diversión, los colores aún brillaban en su cabello y me transportaban a un mundo donde solo estábamos ella, yo y un montón de magia.

—¿Tú cómo estás? —preguntó de vuelta—. Si quieres que esto termine aquí, solo tienes que decirlo.

—¿Y desperdiciar estas cadenas mágicas? —bromeé.

Ella giró alrededor de la cama para ajustarlas y limitar mis movimientos al máximo. La sensación resultó extraña y algo desconcertante, pero no quería que parara. Una nueva faceta de Estrella estaba cobrando vida y me tenía fascinado.

—Luces muy sexy atado a mi cama.

—Cuando quieras podemos intercambiar —ofrecí, alzando la cabeza para alcanzar a verla—. ¿Ahora qué sigue?

—Mmm. —Se miró a sí misma—. Me parece que voy a refrescarme, ese licor me está causando mucho calor.

—¿Perdón? —pregunté incrédulo.

—¿Qué pasa, Cael? —Su fingida inocencia no tuvo precio.

—No estarás sugiriendo dejarme aquí, desnudo y atado, quién sabe cuánto tiempo ¿verdad?

—No entiendo cuál es el problema.

—¿Qué tal si alguien entra?

—En ese caso, ve pensando una explicación para dar.

—Estrella... —advertí.

—Tranquilo, no tardaré —anunció antes de escabullirse al baño y dejarme ahí, atado y con una erección dolorosa clamando por su atención.

Por los dioses, esta sería una larga y torturadora noche... ¿en qué diablos me había metido?

Esto continuaraaá 😏🔥🔥🔥
Ojalá le den mucho amor a este cap, porque ya necesitábamos un respiro y disfruté mucho escribiéndolo, así que espero que también les haya gustado. Sus votos y comentarios son mi mejor recompensa. ❤️

Para quienes no se perdieron el adelanto que lancé en instagram, ¿esto cumplió con sus expectativas? ¿Les gusta la Estrella dominante? ¿Qué creen que sucederá ahora?

Por supuesto que atarlo era la mejor manera de torturar a Caelum, puesto que nuestro ángel nunca puede tener las manos quietas.

Por cierto, levante la mano quien extrañaba el delicioso narrado por Caelum. Si es así, no se pierdan el siguiente cap. 😉

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