Capítulo 48. El cazador de las luces del norte.
«El cazador de las luces del norte»
Estrella
La sonrisa de mi rostro era imborrable. Aún suspiraba cada vez que observaba lo que quedaba de la nieve, la cual ya se estaba derritiendo lentamente. No había sido ni de cerca como la nevada que Caelum creó en el Edén, pero fue la primera vez que hubo nieve en Féryco y fue perfecto gracias a mi esposo y mis hijos.
Para ser la primera vez, Evan y Cielo nos sorprendieron creando copos de nieve durante una hora entera. Se detuvieron solo porque terminaron agotados por la suma del día, los juegos y la magia. Me aguanté una carcajada cuando Caelum los abrazó apenas dieron su primer bostezo y anunció que los llevaría a la cama como si no quedara otro remedio.
—Me parece que tus hijos nos han robado el espectáculo, hermanita —bromeó Noah cuando me acerqué a ellos para despedirme.
—Estuvieron geniales, ¿no? —presumí como toda una madre orgullosa.
—Fue muy impresionante —coincidió mamá con una sonrisa cariñosa.
Me acerqué a ella y le di un emotivo abrazo que la sorprendió durante algunos segundos, pero casi enseguida me envolvió en sus brazos utilizando la misma fuerza que yo.
—Gracias mamá. Tú sabes porqué.
Suspiró en mi oído, fue un sonido muy dulce viniendo de ella.
—Te amo, hija.
—Yo también te amo —coincidí, besando su mejilla con amor.
—¿Y Caelum? —preguntó papá cuando también lo abracé.
—Se fue a acostar a los niños.
—¿Solo? —apostilló Noah con cierta maldad.
—Aunque no lo creas —lo defendí—, los niños ya le hacen más caso que a mí.
—Es un buen papá —declaró mamá guiñando uno de sus ojos azules, era la segunda vez que me decía algo parecido así que debía ser muy en serio.
—Será mejor que vaya a ayudarlo —mentí.
A estas alturas sabía que Caelum podía perfectamente solo con los niños, pero los utilicé de excusa porque no quería que fuera tan obvio que estaba desesperada por estar a solas con él. La nieve fría literalmente se había derretido al tocar mi piel ardiendo, tanto por sus palabras como por sus caricias. El frío también fue un alivio y me terminó calmando lo suficiente, pero solo por un rato.
—Buenas noches, hija. —Papá besó mi frente—. Y feliz solsticio.
—Feliz solsticio familia —me despedí de todos, aún presumiendo mi sonrisa imborrable.
Aparecí directamente en mi habitación y reí cuando encontré a Caelum desparramado en mi cama, con las alas extendidas y las manos despreocupadamente cruzadas debajo de su nuca.
—¿Ya están dormidos?
—Los dos —confirmó con una sonrisa de ángel altanero.
—Eso fue rápido —lo felicité, yendo de largo hacia mi closet aun cuando sus ojos galácticos eran una clara invitación para unirme a él en la cama.
Pero me tomé un momento para quitarme la corona de cuarzos que ya me había cansado y la guardé en su compartimiento con mucho cuidado, sobé mi cabello y me miré casi por inercia al pasar junto a mi espejo. Estaba verificando que todo estuviera en su lugar cuando mi ángel me abrazó por detrás y sus cálidos brazos envolvieron mi cintura. Le sonreí a su reflejo y él mordisqueó mi oreja con una suavidad delirante.
—No estarás pensando en quitarte este vestido, ¿verdad?
—¿Prefieres hacerlo tú?
—Cuento con ello.
Volví a reír
—¿Y qué estás esperando?
—Tengo algo para ti —confesó.
—¿Otra sorpresa? —pregunté incrédula y a través del espejo lo vi sacar algo brillante de su bolsillo.
Sin decir nada colocó la delicada cadena de plata alrededor de mi cuello y sentí sus dedos rozar mi nuca al abrocharla, un familiar diamante en forma de estrella se posó en mi piel, justo a la altura de mis clavículas. Contuve la respiración al reconocerlo.
—¿Es el de mi anillo?
—Esperaba que lo aceptaras de nuevo, pero le hice una mejoría para que siempre pudieras usarlo y llevarlo contigo. Pensé que un collar sería mucho más discreto que un anillo, pero el significado es el mismo. —Giró mis caderas para tenerme frente a él y mirarme directamente a los ojos—. Hoy y siempre, Ella.
Me puse de puntitas para alcanzar a abrazar su cuello con mis brazos y obligarlo a inclinarse, acercando nuestros rostros.
—Hoy y siempre, Cael. —Sellé nuestro juramento con un beso—. Me encanta tu idea, muchas gracias por devolvérmelo.
—Me alegra que lo tengas de vuelta. Las estrellas te quedan bien, mi vida.
—Tú y tus fetiches —bromeé, separándome de él para deshacer mis trenzas y poder recoger mi cabello—. Por cierto, ¿qué te pareció el solsticio?
—Estuviste espléndida —respondió sin dudar.
—Mmm... qué esposo tan adulador tengo.
—Lo digo muy en serio, nunca había estado en una celebración parecida.
—¿Qué acostumbras hacer durante el solsticio? —curioseé.
Él cruzó sus brazos y recargó su cadera en uno de los cajones, tenía sus alas plegadas en la espalda para poder caber en mi closet.
—Me gusta estar solo.
—¿Solo? —repetí—. Eso suena triste.
—No lo es —aseguró—. Estar solo no es sinónimo de tristeza, supongo que lo aprendes cuando vives tanto tiempo.
—¿Qué aprendes?
—A estar conmigo mismo. —Me regaló una sonrisa tranquila al decirlo—. Suelo ir a mi lugar favorito en la Tierra y simplemente disfrutarlo todo: mis pensamientos, mi paz, mi silencio.
—¿Y cuál es tu lugar favorito en la Tierra?
Caelum me miró con ternura.
—Veo que tus preguntas infinitas han vuelto a escena.
—No me tienes que responder si es algo privado —aclaré, puesto que tampoco quería presionarlo.
—¿Qué dices si mejor te lo muestro? Estoy seguro de que te encantará.
—¿Compartirías tu lugar conmigo?
—Tú compartiste tu solsticio conmigo.
—Te lo dije el otro día: este es tu hogar, tienes derecho a ser parte de nuestras celebraciones si así tú lo quieres.
—Y te amo aún más por eso —declaró, extendiendo solo una de sus alas para atraparme con ella y acercarme de nuevo a su cuerpo—. ¿Tu magia está muy cansada?
—Algo, ¿por qué?
—Hará frío —avisó—. Mucho.
—Puedo encender mi fuego otro rato, no es para tanto —lo tranquilicé.
—O tal vez podríamos encontrar otra manera de calentarnos —propuso picarón.
—Tampoco me voy a negar a eso.
Él tomó mi mano y nuestros dedos se entrelazaron. Había una chispa juguetona en esos universos atrapados en sus ojos, los cuales se me antojaban tan tentadores como siempre. Ahora sabía que demostraban todo el poder contenido de un ángel, pero también acechaba un misterio único que solo pertenecía a Caelum, como si cientos de secretos que ni siquiera él conocía estuvieran escondidos en lo más profundo de ellos.
—¿Lista?
—¿Para ti? Siempre.
Me estremecí violentamente cuando el palacio desapareció y un segundo después estuvimos rodeados por un paisaje invernal, oscuro por la insondable noche y blanco por la brillante nieve, un equilibrio recóndito escondido entre montañas, hileras de pinos y lagos congelados.
Solo una palabra hizo eco por mi mente: hermoso.
El fuego corrió por mis venas dulcemente, como un trago de vino calentándome de adentro hacia afuera. Mi esposo esperó, pasando una mano por mi espalda hasta que dejé de temblar.
—¿En dónde estamos? —miré a mi alrededor.
Caelum sopesó su respuesta.
—¿En alguna parte de Alaska?
—¿Alaska? —repetí, sin saber realmente a qué se refería. Era una noche despejada y llena de estrellas que se reflejaban en todos lados. No estaba nevando, pero un manto blanco cubría kilómetros y kilómetros alrededor—. ¿No se te congelan las alas?
Mi ángel rugió una carcajada y halos de luz plateada se reflejaron en el movimiento de su brillante cabello ébano, era como si las estrellas tuvieran más vida propia en esta parte del mundo.
—¿Esa es tu única preocupación?
La nieve a mis pies ya se estaba derritiendo por el calor que emanaba de mi cuerpo, pero él no tenía fuego para calentarse como yo. Aproveché que nuestras manos continuaban unidas para compartirle parte de mi magia y me dedicó una miradita llena de cariño.
—Si te da un resfriado, ¿cómo se lo explicarás al Concejo?
—Tengo mis maneras de entrar en calor.
—¿Debo preguntar?
—No seas malpensada —chistó, leyéndome la mente—. Además, los ángeles no nos resfríamos.
—Presumido —le saqué la lengua con afán y él se inclinó, rápido y ágil como un gato, para pasar la punta de la suya por la mía. Un gemido vibró por todo mi cuerpo y afloró por mi garganta con un sonido leve y tembloroso. Su ala, tan fuerte como un roble, me sostuvo cuando las rodillas amenazaron con fallarme.
—Me encanta tomarte por sorpresa. Y tu lengua está muy caliente.
Ni idea de qué tenía que ver una cosa con la otra.
—No solo mi lengua —le hice saber, conteniendo la respiración.
—Así me gusta —aprobó, con ojos vivaces y llenos de deseo.
Inspeccioné a mi alrededor, pero tampoco es que hubiera muchas opciones para enredarnos, a no ser que quisiéramos hacerlo sobre un lago congelado o contra un pino que nos bañaría de nieve en cuanto Caelum se enterrara dentro de mí.
—¿Por qué te gusta venir a Alaska? —investigué.
Lucía hermoso y arcano, pero no me quedaba claro por qué mi ángel elegiría un sitio tan helado para estar completamente solo durante el solsticio de invierno.
—Me gusta cazar las luces del norte —confesó, repasando el cabello de mi coleta y terminando en mi espalda. Sus dedos estaban fríos—. Es un lugar solitario, así que no me preocupa que me vean volar.
—¿Luces? —repetí, mirando el cielo—. ¿Te refieres a las estrellas?
Su sonrisa me hizo estremecer, esa vez no fue por el frío.
—Tú eres la única estrella que me interesa cazar.
Esa aura de peligro con sabor a Caelum era interesante, porque se sentía como si una parte oscura de él despertara de pronto pero, al mismo tiempo, sabía que él nunca me haría daño de ninguna forma. Solo por eso, el peligro se me antojaba como una nueva aventura y tal vez esta ocasión se convertiría en una.
Me excité. Lo notó.
—Tú eres el único cazador por el que me dejaría someter —exhalé, soltando un vaho blanco por la boca.
Su sonrisa fogosa bien podría causar un deshielo a nuestro alrededor.
—Buena respuesta —concedió. Me mordí el labio por la expectación y esos ojos universo bajaron más, para observar mis dientes y mi boca.
—Soy yo u hoy hay mucha tensión sexual entre nosotros —susurré, casi débil y febril por el intenso deseo que subía como una marea por mi cuerpo.
—Tú eres la que decidió no utilizar ropa interior el día de hoy —me acusó.
—Pensé que te gustaría.
—Oh, me ha fascinado —confirmó, para mi deleite.
Respiré, tratando de recuperar la concentración.
—Explícame lo de las luces.
Caelum me cargó en volandas y si no grité fue solo porque ya estaba acostumbrada a él manejándome como más se le antojara. Acunó mis piernas por encima de su brazo y me maravillé con la firmeza de sus músculos contra mi hombro derecho. A esa cercanía podía ver claramente los tendones de su cuello, los huecos de sus clavículas, las líneas de sus hombros. Sus alas se extendieron a lo ancho y supe lo que venía incluso antes de que me avisara.
—Ya lo entenderás.
Saltó y un movimiento potente de alas nos arrojó al cielo de golpe, sumergiéndonos en el mar color plata y azul marino que se encontraba sobre nuestras cabezas. Sentí la seguridad de sus brazos y el viento que sus alas provocaban, pero no fue el vuelo tranquilo y amistoso que mi ángel solía tener conmigo.
No, esta vez fue algo salvaje. Fue un ángel adueñándose de su cielo. Fue un cazador buscando a su presa. Giraba y volaba, en espirales con sabor a libertad. El paisaje se convirtió en un borrón blanco y me tomó por sorpresa el espanto y la liberación que sentí, casi al mismo tiempo. Lo único que atiné a hacer fue abrazarme a él, incapaz siquiera de soltar un grito de terror o de emoción.
—¡Ahí hay una! —gritó tan fuerte que lo escuché por encima del viento—. No te la pierdas, Estrella.
Quise preguntarle de qué diablos estaba hablando, pero no hizo falta cuando seguí la dirección de su mirada y la vi: una luz verde y luminosa cruzando el cielo. Caelum disminuyó la velocidad lo suficiente para poder contemplarla: era de un verde suave con tintes turquesas, dibujándose en el cielo nocturno como una acuarela en un lienzo. Fue fugaz, también. Desapareció tan rápido como se formó.
—Son auroras boreales, como las de Sunforest —comprendí, embelesada por el efímero espectáculo.
—Son más divertidas —convino Caelum—. A estas hay que perseguirlas.
Se echó a volar de nuevo, siguiendo un río congelado a nuestros pies. Las auroras aparecían y desaparecían en nuestro camino, decenas de ellas arremolinándose y jugando en el aire, algunas más fluorescentes que otras. La manera en la que Caelum persiguió cada una me hizo recordar a Evan, a ese niño travieso y sin preocupaciones; a alguien que no carga una condena ni un reino de ángeles sobre sus hombros. A un ángel libre.
Me impulsé para abrazarme a su cuello y besarlo, empapada con la energía salvaje de su vuelo que despertaba a mi loba interna. Me dieron ganas de aullar, a las estrellas y a las luces del norte, a la nieve y al cielo, pero mi boca decidió hacer algo mucho mejor y se ocupó de él, de sus labios.
Mi esposo se detuvo de golpe y nos dejó flotando con ayuda del susurrar suave de sus alas. Apretó más mis costillas y enterró sus dedos fríos en mis muslos, correspondiendo el beso con la misma desesperación, buscando mi lengua con la suya... hasta el fondo. Me impulsó hacia él y abrí las piernas en el aire, buscando sus caderas para aferrarme a él de la manera en la que tanto me gustaba. Caelum aceptó la nueva posición y apretó mi trasero en un intento desesperado de eliminar cualquier espacio entre nosotros.
No era la primera vez que nos abrazábamos así y, mientras lo besaba, me recordé mucho más joven: antes de ser reina; antes de ser esposa; antes de ser mamá. Recordé a esa Estrella de diecinueve años flotando en el cielo con un ligero vestido de muselina plateada y al ángel de alas doradas invitándome a un baile en las alturas. El corazón se me apretó al rememorarlo todo, lo asustada que yo había estado por la manera tan intensa con la que Caelum me enseñó a amar sin proponérselo.
Qué irónico que ahora yo amara a dos pequeños niños con la misma intensidad y sin una pizca de temor. Pero aquí estaba Caelum, de nuevo, en el cielo y entre mis brazos. Besándome. Amándome. Devorándome. Cuánto habíamos evolucionado desde entonces... y cuánto más nos faltaba por querernos.
Caelum mordió mi labio inferior y se separó lo suficiente para llevarlo consigo, provocándome un pellizco de dolor que rápidamente se convirtió en placer. Me miró mientras lo soltaba lentamente y los estragos de esa provocación tensaron mi vientre. El hecho de no traer ropa interior y estar en contacto directo con su delgado pantalón me estaba deshaciendo lentamente.
Inhalamos al mismo tiempo y miramos a nuestro alrededor al descubrir que nos habíamos detenido justo en el centro de auroras verdes y violetas, arremolinándose y jugando en el aire, ofreciéndonos un baile privado que nos envolvió en magia y luz ondeante.
—Lo entiendo —murmuré, mis ojos volviendo a él—. Entiendo por qué eres el cazador de las luces del norte, entiendo por qué te gusta venir aquí en el solsticio. Es... maravilloso. Gracias por compartirlo conmigo.
Él tomó mi nuca y el peso de su mano sobre mi piel me provocó algo primitivo, pero mi ángel no fue brusco ni mucho menos. Me acercó de nuevo a su rostro, con calma y suavidad, hasta que sus labios cayeron sobre la comisura de mi boca.
—Siempre me gustó mi soledad —dijo, tan bajito que su voz se me antojó como una caricia—, pero este año... me alegra tenerte conmigo. Fue lo único que deseé ferozmente durante los últimos seis años, fue lo único que le pedí a las estrellas noche tras noche: volver a estar contigo.
Besó la lágrima que resbaló por mi mejilla.
—Cael —su apodo fue un anhelo. Y un deseo. Y un sueño. Y una súplica. Y una declaración.
Y él lo entendió todo con esas simples cuatro letras, porque volvió a besarme antes de que pudiera decir nada más y el nudo en mi garganta se disolvió como un terrón de azúcar en la boca cuando sus dedos recorrieron mis hombros, deslizando las tiras de mi vestido para que cayeran hasta mis codos.
El frío se coló por mi fuego y besó la piel recién descubierta, endureciendo mis pezones en un instante. Él los sintió, como diamantes en contra de su pecho. Pareció que se obligó a separarse de mi boca para poder bajar la vista y contemplarlos con una mirada voraz.
—Hermosos —masculló casi para sí mismo, pero logré escucharlo y sentí un intenso cosquilleo en las palmas de mis manos, ¿alguna clase de nervios? ¿O solo expectación?
De todas formas, no necesité responder a eso. Él me empujó hasta que mis piernas se anudaron poco más arriba de su abdomen y mis pechos estuvieron a la altura de su boca. Me mantuvo ahí para que su lengua, dientes y labios se hicieran cargo de la situación, primero uno y luego el otro, pero ninguno desatendido por mucho tiempo.
Enterré mis manos en su cabello negro y eché la cabeza hacia atrás, siendo testigo de las auroras boreales que daban vueltas como la lengua de Caelum alrededor de mis puntas rosadas. Una dolorosa punzada de placer nació de una leve mordida que terminó en mi vientre y me electrificó toda.
—Ah —gemí. El viento se llevó mi voz.
A ratitos, Caelum se separaba para mirar su trabajo y sonreía al comprobar el resultado, a mí cayendo redonda en los encantos de su boca. Otra parte de mi cuerpo rugía desesperadamente por su atención y, como él no se la daba, decidí aferrarme a su nuca solo con una mano y dejar que la otra se perdiera entre mis muslos. Gemí fuerte ante el primer contacto y los ojos de mi esposo siguieron la dirección de mi mano, con un rastro de diversión.
—Solo tenías que pedirlo —acotó.
—Puedo encargarme yo —dije como pude, entre jadeos.
Se escuchó una risita ronca y varonil, y disfrutó de los movimientos de mis dedos durante algunos minutos, antes de afianzar mi muñeca y obligarme a detenerme.
—Cael —me quejé, con la respiración entrecortada.
A él no le importó y a mí se me olvidaron mis siguientes protestas cuando subió mi mano y metió mis dedos a su boca, chupando con fuerza como si de un dulce se tratara. La ola de calor que me invadió ante ese erotismo fue indescriptible.
—Mmm —pronunció, saboreándome.
—Mmm —lo imité, medio embrujada por él.
—Me parece que yo terminaré esto —anunció y sentí como si me quemara viva.
—Por favor —supliqué temblando.
Mi ángel me sujetó con fuerza y voló más arriba, hasta alcanzar una nube lejana de la que yo ni siquiera me había percatado y me recostó en ella, posicionándose sobre mí.
Caelum llegó a explicarme que utilizaba su magia para hacer las nubes más estables y que los mellizos pudieran jugar sobre ellas con seguridad. Aun así, me sorprendió que se sintiera como si acabáramos de recostarnos en un cómodo y mullido sofá. No me hundí ni nada parecido, todo lo contrario.
—¿Sorprendida? —preguntó. Debió leer el asombro en mi rostro.
—Un poco —admití.
—¿Ahora confiarás en mí la próxima vez que nuestros hijos quieran jugar en las nubes?
—Si sobrevivimos a esto, tendrás toda mi confianza.
Chasqueó su lengua, claramente divertido.
—Qué dramática —acusó, tomando mis rodillas por las aberturas de mi vestido y obligándome a abrir las piernas, dejándome expuesta ante él y esa boca que lograba hacer mil maravillas. Hubo cierta aprobación en su mirada—. Propongo que nunca vuelvas a usar ropa interior.
No esperó ninguna respuesta de mi parte. Besó mi tobillo, recreando la escena que me describió en Féryco, y ascendió por el largo de mi pierna hasta llegar a su meta y provocarme con lengüetazos en el centro de mi cuerpo. Después, su boca se hundió por completo con tanto énfasis que arqueé mi espalda y mi cabello se enredó entre la nube. Grité, apenas juntando el aire suficiente para lograrlo.
Él era bueno con su boca, tremendamente bueno, pero por alguna razón yo me sentía inquieta. No podía describir las sensaciones, solo era calor, calor y más calor que me sofocaba. Me consumía. Cada vez más. No podía respirar, necesitaba desahogar de alguna manera todo este placer que estaba recibiendo.
Y tuve una idea inesperada.
—Para —pedí, aunque la palabra apenas fue comprensible.
Caelum lo hizo, más por confusión que por otra cosa.
—¿Por?
—Déjame arriba.
Se negó.
—Aún no termino contigo.
—Confía en mí.
Leyó en mis ojos lo que yo quería hacer, así que giró para recostarse de espaldas y me dejó acomodarme sobre su pecho, pero de manera invertida. Apoyé mis rodillas a la altura de sus hombros, con mucho cuidado de no aplastar sus alas. Él rasgó el cierre de mi vestido para poder arrancarlo mi cuerpo, con tanta destreza que me encontré desnuda con un par de movimientos. Enseguida sujetó mi cadera para acomodarme justo sobre su cara y sentí su cálido aliento cayendo sobre mi humedad.
—Esta nunca ha sido una de nuestras mejores posiciones —comentó, algo risueño al sentir mis dedos desabrochando su pantalón con desesperación.
Era cierto, la probamos un par de veces estando en el Edén pero nunca lográbamos concentrarnos lo suficiente para hacerlo bien y terminábamos enfadándonos rápido.
—Démosle otra oportunidad —sugerí, hipnotizada por la idea de dar y recibir al mismo tiempo—. Hagámoslo divertido. Quien logre hacer acabar al otro primero, gana.
—¿Qué gana? —preguntó, de pronto interesado.
—Lo que el ganador quiera hacer con el otro —propuse.
Incluso estando debajo de mí, encontró la manera de someterme e inmovilizarme sujetándome de las caderas y obligándome a caer sobre su boca. Cerré los ojos y gemí, puesto que la sensación fue diferente y embriagadora, tanto así que tuve que tomarme un minuto entero para recuperarme y volver a abrirlos.
Solo tenía que estirar mi espalda un poco para alcanzarlo, así que lo hice. Me sentí cariñosa y le di un beso en la base, degustándolo con la mirada antes de comérmelo con la boca. Reí cuando su miembro dio un pequeño salto, como si mis labios lo hubieran tomado desprevenido y buscara más. Me buscara a mí. Y a mi boca.
Los dedos de Caelum se clavaron aún más en mis caderas, fríos y largos. Tal vez estaba usando más fuerza de la usual porque la presión me tenía bien inmovilizada sobre su boca. Se notaba que él quería ganar, así que me puse manos a la obra y recorrí con mi lengua todo su largo, de la punta hacia abajo. Lo sentí gemir entre mis piernas, si fue una especie de súplica resultó tentadora y me hizo sentir muy poderosa.
Apoyé mis manos en sus muslos para obtener estabilidad y me incliné para atraparlo con mi boca. Sentí las manos de Caelum aflojarse y, no mucho después, se deslizaron hasta mi espalda, de arriba hacia abajo, para hacerme caricias cariñosas: una especie de agradecimiento y una invitación a seguir.
Él estaba caliente y duro, un ligero sabor salado y nada desagradable para mí me llenó la boca. Subí. Bajé. Repetidas veces, tomando más velocidad. Lo apreté con mucho cuidado, utilizando solamente mis labios y raspándolo con la lengua. Sentí sus piernas temblar y eso me gustó tanto que me atreví a profundizar más, tomándolo casi por completo y respirando por la nariz con cuidado.
Escuché un sonido estrangulado y trémulo, seguido del resonar de una nalgada. Lo solté y eché mi cabeza hacia atrás para dejar salir el grito que sus dos manos provocaron al estrellarse contra mi trasero, al mismo tiempo.
—¡Hey! Eso es trampa —reclamé, bastante agitada.
Caelum calmó su lengua y depositó algunos besos en mis muslos antes de responder:
—No pusiste reglas, en lo que a mí respecta podemos jugar sucio.
—Te haré arrepentirte de tus palabras.
—Y yo te haré acabar como nunca.
Me arrancó una sonrisa que él no vio, pero ambos volvimos al juego casi al mismo tiempo y pusimos en práctica nuestros mejores trucos. La velocidad estuvo de mi lado y esa vez no lo solté, ni siquiera cuando asestó una segunda nalgada para obligarme a separarme de nuevo. Esa vez la estaba esperando, así que cerré los ojos y aguanté, gimiendo a propósito con él dentro de mi boca para que sintiera la vibración del sonido. Alzó las rodillas por acto reflejo y lo sentí temblar una vez más. Esa fue su última nalgada.
A partir de ahí todo dio vueltas. A veces, las sensaciones eran tan fuertes que uno de los dos se veía obligado a tomarse unos minutos y solo disfrutar, era inevitable no desconcentrarse a ratos, pero el juego seguía en pie y ambos queríamos ganar, solo eso nos hacía volver a ello.
Jugué con toda su extensión mientras él se volvía ligeramente más ancho y la quijada se me cansaba inevitablemente, así que decidí apoyarme de mis manos y concentrarme para obtener una buena coordinación.
Supe que algo cambió cuando sentí su respiración pesada y continué por el mismo camino, aumentando la presión y velocidad, el vaivén de mi mano y la presión de mi boca causaron estragos en él. Lo percibí.
—Estrella...
Se separó para clamar mi nombre y se afianzó a mis muslos, esa vez porque necesitaba un soporte o tal vez algo a que aferrarse. Sus suspiros se convirtieron en gemidos, y los gemidos se volvieron gritos ahogados.
—¡Ella! —repitió.
Capté la advertencia, pero no me detuve. No me desagradó la primera y última vez que terminó en mi boca y fue una sorpresa para mí descubrir aquello, así que lo animé con arremetidas profundas a hacerlo de nuevo.
Un grito ronco y bajo acompañó su rendición y me llené del éxtasis de la victoria al sentir su calor llenar mi boca y abrasar mi garganta. Tomé lo que pude, aunque en esa ocasión fue tan abundante que resultó imposible contenerlo todo. Una parte de mí no dejaba de sorprenderse al descubrir que yo podía causar sensaciones y reacciones físicas tan poderosas como las que mi ángel me provocaba a mí, pero me gustó tenerlo temblando debajo de mi cuerpo y terminando largo y tendido.
Durante un rato lo consentí con caricias y besos, tanto en la base como en la punta, hasta que escuché que su respiración se calmó lo suficiente. Solo entonces me enderecé, satisfecha y muy orgullosa de mí misma.
—Gané —declaré pomposamente.
Traté de pasar mi pierna fuera de su cuerpo y jadeé cuando mis caderas fueron inmovilizadas de nuevo con una fuerza sorprendente, para mantenerme quieta y sentada sobre su cara.
—Esto no ha acabado —declaró, encajando su lengua dentro de mí y provocándome escalofríos de placer—. «Te prometí que te haría acabar como nunca y soy un hombre de palabra»
Entrecerré los ojos, borracha de placer. Apoyé mis manos sobre su pecho para ayudarme a mantenerme erguida y lo dejé hacer y deshacer. La punta de su lengua me recorrió, a veces de manera superficial, a veces más profundo. Sus brazos eran un candado en mis muslos y caderas, por lo que apenas me permitían moverme, pero encontré la manera de balancearme ligeramente sobre su boca, buscando más: más fricción, más placer, más locura. Caelum se coordinó conmigo y la sangre rugió en mis oídos cuando aquello provocó una sensación nueva e increíble.
No pude detenerme y él aflojó su agarre para darme más espacio y libertad de movimientos, así que me mantuve bailando sobre su boca mientras mi ángel aprovechaba sus manos libres para buscar otras partes de mi cuerpo: mis muslos, mis nalgas, mi senos, mis brazos, mi abdomen, mi espalda, mi ombligo...
Decir que enloquecí sería poco y aquello solo se magnificó cuando una de sus manos alcanzó mi coleta y la enredó en su palma para jalarla hacia atrás. Sollocé y gemí, siendo obligada a alzar el rostro y mirar las estrellas sintiendo el picor suave en mi cuero cabelludo. La sensación tibia y resbalosa de su lengua me atravesó desde mi ombligo hasta la cabeza. Mi corazón se desbocó. Mi magia rugió. Los ojos se me llenaron de lágrimas y mi cuerpo luchaba entre ser consciente de cada milisegundo de placer o dejarse ir y perderse en esa asfixiante marea.
Me mordí el labio y saboreé la sangre tras sentir un pinchazo de dolor, no tardé en comprender que mis colmillos y garras lobunas habían hecho su aparición, fue entonces cuando supe que estaba perdida.
Todo resultó tan insoportable que me detuve y traté de huir, no de manera consciente, más bien como un acto reflejo por apartarte de algo cuando sabes que te va a consumir viva, como cuando uno huye del fuego porque sabe que se va a quemar.
Así que me eché hacia adelante y respiré hondo, aire frío que me llenó la boca con sabor a nieve, pero Caelum comprendió mi intención y volvió a apresarme. Me jaló y caí sobre su boca, de nuevo. Y esa pequeñísima pausa hizo el segundo asalto aún más intenso, tanto que a todo mi cuerpo le dio temblorina y mi corazón latió tan rápido que cualquiera que lo hubiera escuchado pensaría que yo me encontraba en medio de un infarto.
El punto de tensión en mi vientre se extendió como un agujero negro que me tragó viva. El placer no fue un destello liberador, como sucedió aquella vez en mi trono. En esa ocasión, se sintió como desfallecer. Me cegué por completo y me ahogué en una oscuridad que me invitó a volar fuera de mi cuerpo. Fue una desconexión total que me privó de cualquier cosa y sentido que no fuera una corriente de electricidad tras otra recorriendo mi cuerpo entero. Espasmo tras espasmo, tal vez me vine más de una vez, pero no sabría decirlo.
Y la lengua de Caelum lo volvió eterno, bajando la velocidad poco a poco pero de manera muy consciente para alargar el insoportable placer. Yo no tenía idea de qué eran los ruiditos que yo emitía, pero eran algo que nunca antes me había escuchado hacer.
—Sshhh —lo escuché susurrar, supliendo las lamidas por besos en la cara interna de mis muslos.
No encontré mi voz para responder nada. Lentamente, la oscuridad se desvaneció y pude ver de nuevo la noche azul rey que nos rodeaba, recordándome de golpe que toda esa experiencia se había suscitado sobre una nube. Tampoco es que tuviera fuerzas para preocuparme, me sentía como si me las hubieran consumido todas en un santiamén, así que ahora me encontraba desparramada y vencida sobre el cuerpo de Caelum. Las piernas aún no me paraban de temblar y mi esposo pasó sus dedos por ellas, tratando de relajarme.
—¿Todo bien?
Seguí sin responder, apenas lograba respirar. Sus caricias subieron a mi espalda y fueron muy dulces, apaciguadoras y lentas. Me forcé a encontrar mi voz pérdida.
—Me haces sentir cosas indescriptibles, Cael —exhalé roncamente.
Las yemas de sus dedos rozaron mi espalda baja, con cariño.
—Me parece que habíamos estado subestimando esta posición —respondió.
Una especie de risita cansada afloró por mi boca.
—Esa fue una venganza muy cruel de tu parte —rezongué—. Eres un mal perdedor.
—Yo te escuché disfrutar.
Suspiré y encontré la fuerza para rodar fuera de su cuerpo, caí de espaldas sobre la nube y los dos nos quedamos quietos un rato, tan solo mirando las estrellas y recuperando fuerzas, al menos hasta que el calor del momento se esfumó y noté que mi fuego estaba débil por la suma de todo el día.
—Tengo frío.
Él se movió para quedar a mi costado y envolverme con una de sus alas, agradecí las plumas suaves y calientitas. Apoyé mi mejilla en su hombro y lo abracé, más que lista para los arrumacos.
—No estarás pensando en dormir, ¿verdad? Hoy es la noche más larga del año y aún tengo planes para ti.
—Eso lo hubieras pensado antes de chuparme la energía.
—Ah —rio—. Yo pensé que te chupaba otra cosa.
—Sinvergüenza —mascullé.
Mi ángel me dio un golpecito amistoso en la barbilla.
—Esa boquita tuya también chupó con ganas hoy —me felicitó. Le dediqué una gran y traviesa sonrisa—. ¿Qué vas a querer a cambio de tu victoria?
—Te lo haré saber —respondí misteriosa.
—Te noto muy relajada.
—Lo estoy.
Sentí su dedo índice colarse por la línea entre mis nalgas, haciéndome ampliar los ojos de golpe. Un movimiento circular despertó terminaciones nerviosas que pensé que ya estaban dormidas.
—¿Tan relajada como para esto?
—Tú no tienes llenadera —lo acusé.
Él no detuvo sus círculos y una especie de mareo anhelante me gobernó, no logré ocultar mi respiración inestable.
—¿Eso es un sí?
Me conocía bien, leía las reacciones de mi cuerpo como si fueran las constelaciones del cielo que se sabía de memoria.
—Aquí no. Vamos a la cama, tengo que estar cómoda para esto. Y necesitaremos muuucho lubricante.
Una sonrisa triunfal iluminó su rostro.
—Eres la mejor esposa —declaró antes de abrazarme y reemplazar aquella nube por la cama que ya era nuestra.
Y la noche más larga del año también se volvió una de las más inolvidables.
Quiero que califiquen este cap, del a 1 al 10 qué tan hot les pareció?
¿Quieren más caps así?
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