Capítulo 47. Regalo de solsticio.
Regalo de solsticio
Caelum
—¿Querías hablar conmigo?
Ada apareció de la nada, cruzada de brazos y con un vestido tan espléndido como siempre. ¿Cómo supo de mi llegada y que justo en ese momento la estaba buscando? Solo los dioses lo sabrían.
Miré por encima de mi hombro solo para constatar que Estrella continuara ocupada con Elias y me volví de nuevo hacia la poderosa ex reina de Féryco. No quería que mi esposa se enterara de esta conversación, aún no.
—Sí —confirmé.
Ada me indicó que la siguiera con un simple movimiento de su barbilla y aceleré el paso para andar colina abajo junto a ella, mezclándonos entre la multitud que las fogatas de fuego mágico atraían. No estaba seguro de si era mi imaginación o si las llamas realmente crecían algunos centímetros cuando Ada pasaba a su lado, como si el fuego también la reconociera y la saludara.
—¿Y bien? —continuó—. ¿Qué es eso tan importante que tenías que decirme?
Aproveché el día de ayer, mientras todos estaban ocupados decorando el pino del palacio, para llamarla mente a mente y pedirle si podíamos hablar, porque yo necesitaba algo de ella.
—No es nada malo —aclaré.
—Sin duda me tienes intrigada desde ayer. Si querías hablar con alguien más paciente debiste elegir a mi esposo.
Reí, no pude evitarlo.
—Te eligiría a ti una y mil veces, Ada.
Ella frunció el ceño y aquella imagen contrariada me recordó a la apasionada adolescente que estaba dispuesta a quemar el mundo entero solo por proteger a su familia. A qué corazón tan más vivo y ardiente nos habíamos encomendado los ángeles...
—¿Eso qué quiere decir?
—Que te elegí una vez, en tiempos desesperados, y te elegiría de nuevo. No pondría mi existencia en otras manos que no fueran tuyas.
Ada parpadeó un par de veces más antes de comprender.
—¿Te refieres a la profecía?
Asentí de nuevo.
—Tu valentía fue admirable —le reconocí—. Deberíamos decírtelo más seguido.
—¿No fue por eso que salvaste a Estrella? —me retó—. Para pagar la deuda que me debían y años después volver para arrancarme a mi hija de mis brazos sin ningún remordimiento.
—No tenía dobles intenciones cuando decidí salvar a Estrella —aclaré—. Lo hice porque no soportaba verte perder a alguien más.
—¿Qué sabes tú de todo lo que yo perdí? —cuestionó dolida.
—Más de lo que imaginas. —Ada apretó los labios y miró al frente, su silencio me dijo que estaba más afectada de lo que quería aparentar—. Incluso hubo un momento en el que pensamos que Azael ganaría, el verdadero terror corrió por Paradwyse cuando te marchaste al infierno y aún no estabas lista.
—Pues gracias por avisarme —ironizó—, fueron de mucha ayuda ahí sentaditos en sus tronos de cristal.
Sonreí con tristeza.
—Nuestros dioses crearon la profecía y nosotros teníamos prohibido intervenir. Los ángeles no lo sabíamos, que tu hermano era la respuesta...
Ada se estremeció.
—No debieron meter a Jared en eso —gruñó.
—No dependía de nosotros, ni de nuestros dioses. Fue el precio que él tuvo que pagar por amarte de la manera en la que te ama.
Ada se detuvo de golpe y se giró para enfrentarme. Yo la imité, mucho más calmado que ella.
—¿A dónde quieres llegar con todo esto?
—Estuve ahí —confesé— cuando volviste a Sunforest con tu hermano en brazos. Vi tu dolor con mis propios ojos. Vi tu tristeza y vi tu poder cuando invocaste la nieve por accidente. Fui enviado solo para asegurarme de que estuvieras bien, viva y comprobar que no te encontraras bajo el control de Azael. Y me quedé ahí, contigo, hasta que te desmayaste después de tanto llorar.
Ada se puso lívida.
—¿Por qué?
Esa era una pregunta que me había hecho a mí mismo muchas veces antes.
—No lo sé... creo que no quería que estuvieras sola —suspiré hondo—. Fue una de las razones por las que insistí en salvar a Estrella, no soportaba verte pasar por todo eso de nuevo. No cuando ya habías sacrificado lo suficiente.
—Ya nos conocías a todos, ¿verdad? —entendió de pronto—. Cuando fuiste a Féryco para salvar a Estrella ya nos conocías a todos.
Me tragué mi sonrisa solo porque no quería que la malinterpretara y se pusiera furiosa de golpe.
—No formalmente —expliqué—, pero sí. Fingí que era la primera vez que nos veíamos para no causar desconfianza y que me permitieras curar a Estrella, pero vengo siguiendo a tu familia desde que Amira Rey llegó a Sunforest. Ella también fue muy valiente.
Ada pasó saliva con dificultad, pude verlo en el movimiento de su garganta.
—¿Por qué me dices todo esto justo ahora?
—Porque quiero hacerte una petición que tal vez resulte difícil para ti y quiero que sepas que si respondes que no, está bien. Lo entenderé perfectamente.
—No vas a pedirme casarte con Estrella, ¿o sí? —Fue mi turno de palidecer—. Porque, de nuevo, hubieras elegido a mi esposo para eso. Lo creas o no, hay menos probabilidades de que él te arranque las alas.
—Es una petición más sencilla —la evadí.
Ella pasó una mano por su cabello, como si intentara tranquilizarse a sí misma.
—¿De qué se trata?
—Estrella ama la nieve —le conté—. Y, si tú me lo permites, me gustaría regalarle un blanco solsticio de invierno. Solo por esta ocasión.
Ada me miró con desconfianza.
—Estrella no ama la nieve —refutó mordazmente—. Nunca ha nevado en Féryco, así que ni siquiera ha visto una nevada.
—Yo se la mostré —confesé—. Vi con mis propios ojos su emoción cuando nevó en el Edén.
Un rápido parpadeo de ojos azules demostró su sorpresa.
—¿Cómo se la mostraste? —preguntó incrédula.
—Puedo crear los paisajes que yo quiera en mi mundo, ¿no te lo contó?
Ada rehuyó a mi mirada.
—Ella no habla mucho sobre el Edén —musitó distraídamente—. ¿De verdad ama la nieve?
La madre de Estrella parecía sentirse fuera de lugar, como si le afectara gravemente descubrir que no lo sabía todo sobre su hija.
—Parecía una niña de cinco años jugando con los copos de nieve —relaté—. ¿Te gustaría verla por ti misma?
Ada ladeó su cabeza, calculando cada una de mis palabras.
—¿Por qué piensas que necesitas mi permiso para esto? —sacó a relucir su curiosidad.
—Estrella me contó que odias la nieve —la miré con intención—. Y después de lo que te conté puedo entender el porqué, por eso quería preguntarte primero.
—¿Eres capaz de invocar una nevada en Féryco?
Sonreí con cariño.
—Planeaba pedirle ayuda a Evan y Cielo. Ya sabes, como parte de su entrenamiento.
Para mi sorpresa, Ada también sonrió y no se molestó en ocultarlo.
—Eres bueno entrenándolos.
—¿Es eso un cumplido? —consulté, alzando mis cejas para demostrar mi sorpresa. Era el primero que recibía viniendo de ella.
—Tal vez —se limitó a decir, tan misteriosa como siempre—. Es muy dulce de tu parte querer sorprender a mi hija de esta manera, pero lo es aún más que me tomes a consideración para no hacerme pasar un mal rato. Tienes mi permiso, Caelum. Un poco de nieve no le hará daño a nadie, de hecho, me gustaría mucho dejar esa otra experiencia atrás y reemplazarla con nuevos recuerdos.
—Gracias Ada —exhalé aliviado, puesto que no estaba muy seguro de cómo resultaría esta conversación.
Ella me miró a los ojos y la barrera invisible que siempre hubo entre nosotros pareció desmoronarse en ese momento; la reina del fuego acababa de bajar la guardia con el arcángel perdidamente enamorado de su hija.
—¿Puedo hacerte una pregunta que tal vez me haga sonar como una madre entrometida?
—¿Cuál? —accedí.
—¿Cómo fue el Edén? ¿Por qué casi no habla sobre eso? ¿Por qué no nos contó sobre la nieve? ¿Qué otras cosas no sabemos? —Respiró hondo de golpe, obligándose a detener algo que parecía ser un vómito verbal—. Lo siento, fue más de una.
No eran preguntas para mí, me di cuenta, pero me gustó que tuviera la confianza de compartirlas conmigo. Esto se me antojaba como un gran avance entre ella y yo.
—Fuimos inmensamente felices en el Edén —le abrí mi corazón—, pero no sé porqué no habla sobre ello. Tal vez porque todo pareció un sueño, tal vez porque nuestra separación lo volvió doloroso... Deberías preguntarle a ella, ¿lo has hecho?
Ada cruzó sus brazos pero no pareció a la defensiva, simplemente se notaba que le costaba abrirse con esto.
—Nunca tuve la valentía —admitió—. Una parte de mí siempre ha esperado que ella venga a mí, como en los viejos tiempos.
—Ella te ama, Ada. Estrella siempre te tuvo presente y me dolía verla extrañándote. Ella es tuya y siempre lo será. Esa puerta está abierta, deberías cruzarla si te sientes lejos de ella, te aseguro que serás más que bienvenida.
Ada volvió a mirarme y yo nunca había visto sus ojos azules tan claros como en ese momento, como si por fin me estuviera viendo realmente.
—Ella también te ama —reveló—, y comienzo a entender por qué.
No estaba listo para esto. Es decir, ya sabía que Estrella me amaba y eso no fue ninguna sorpresa, pero no estaba listo para la aceptación de Ada. Me dejó sin palabras y escondió una sonrisa traviesa al notarlo, muy parecida a las que Estrella hacía cuando era pequeña.
—Creo que nunca te agradecí por haberla protegido de Forcas —añadió sutilmente.
—Ella salvó mis alas, yo diría que estamos a mano.
Una de sus comisuras se alzó, marcando una media sonrisa en ese rostro que tanto se parecía al de Estrella, sobre todo cuando ambas se relajaban.
«¿Todo está bien?»
Alcé mi rostro por inercia al escuchar su voz dentro de mi cabeza, buscándola entre las hadas que continuaban andando de fogata en fogata a nuestro alrededor. Estrella ya no estaba con Elias, ahora caminaba junto a sus hermanos colina abajo y en dirección a la hoguera más cercana, una que bailaba con llamas rojas y naranjas de puntas azules y mágicas.
Me arrancó una sonrisa con tan solo verla de nuevo: parecía una diosa enfundada en ese vestido blanco opaco de estilo griego. Solo dos tiras de tela plisada cubrían su torso, la anchura perfecta para cada uno de sus senos... o la mayor parte de ellos, al menos, puesto que al centro el inicio de una generosa curva quedaba al descubierto; tentadora pero elegante a la vez.
De sus senos a su cintura había un camino de delgadas ramificaciones doradas adornadas con diminutas hojas, casi adaptando el estilo de una delicada enredadera que envolvía su cuerpo. El resto de la tela plisada caía siguiendo la línea de sus caderas hasta alcanzar sus tobillos en un final vaporoso. Como si no fuera suficiente, el vestido remataba con dos aberturas en cada una de sus piernas, mostrando la piel color crema de medio muslo hacia abajo, ni un solo centímetro estaba a la imaginación y cuando caminaba sus piernas quedaban expuestas casi en su totalidad...
«¿Caelum?» —me llamó, devolviéndome a la realidad—. «Por favor, dime que no estás peleando con mamá»
Me aguanté una carcajada.
«Voy a ignorar la poca fe que nos tienes»
«Es el solsticio de invierno, no quiero problemas» —me amenazó tan seriamente que resultó chistoso.
«Solo estaba preguntando por Evan y Cielo» —mentí y su rostro se relajó de inmediato—. «¿Tú estabas peleando con tu ex novio?» —aventuré con curiosidad, aunque ella no parecía molesta con Elias.
Incluso de lejos pude ver el movimiento de sus hombros acompañando un suspiro.
«Te cuento luego» —No sonó como una evasiva, así que decidí no insistir con el tema y dejar que ella me lo contara cuando estuviera lista—. «Creo que los niños están cerca del río, jugando con sus amigos, pero hace un rato que no los veo»
«Yo los busco, tú sigue en lo tuyo»
Estrella sonrió con una naturalidad impresionante cuando alcanzaron la fogata y las hadas ahí reunidas los recibieron con cálidos saludos. Su corona de cuarzos resplandeció con colores parecidos a los de mis ojos cuando la luz de la hoguera le dio de lleno y las miradas de las hadas casi brillaron al ver a su reina: la fuerza, poder y belleza que derrochaba sin siquiera esforzarse.
Ada soltó una risita que casi me hace sonrojar.
—Así me miraba Ezra cuando éramos jóvenes —comentó al aire y me obligué a apartar las vista de Estrella para concentrarme de nuevo en ella.
—Tengo mucha suerte de tenerla —manifesté.
—Muchísima —confirmó con otra sonrisa traviesa y peligrosa, dando algunos pasos hacia atrás para continuar con su camino—. Suerte con tu regalo, Caelum. Avísame si me necesitas, soy experta creando nevadas.
Me atreví a devolverle la sonrisa ante su sarcasmo.
—Gracias —le dije de corazón.
Ella lo entendió e inclinó su cabeza para aceptar mis palabras antes de marcharse, seguramente buscando disfrutar ese mágico solsticio de invierno.
Encontré a Evan y Cielo cerca del río —tal y como Estrella sugirió— jugando con sus espadas de goma y riendo a carcajadas junto a otros niños hadas. Se entusiasmaron cuando me acerqué a ellos y les conté sobre mi sorpresa para mamá, accediendo a ayudarme casi de inmediato. Ambos escucharon mis cuidadosas instrucciones con mucha atención e intercambiamos sonrisas cómplices cuando creamos juntos nuestro plan. Deposité mi entera confianza en mis hijos, sabiendo que habían sacado la tenacidad y astucia de su madre. Estaba seguro de que ellos lo lograrían.
Tal vez yo no podía acceder al cien por ciento a los poderes con los que me bendijo Rhosand, ese parecía ser un talento reservado para las hadas, pero tampoco me quedaría atrás. Iba a utilizar lo que estaba en mis manos para hacer esa sorpresa aún más especial.
Lo único que los niños estaban esperando era mi señal.
El solsticio de invierno continuó con leyendas, fogatas, canciones, banquetes, rituales, risas y magia, mucha magia. Estrella y sus hermanos estaban tan ocupados que apenas veíamos destellos de ellos yendo de aquí para allá, por lo que aproveché para convivir con mis dos pequeños en nuestro primer solsticio juntos.
Las hadas se notaban felices y la excitación aumentó cuando el atardecer comenzó a caer. No tardé en enterarme de la razón: los reyes de Féryco siempre finalizaban los solsticios con un espectáculo. Eso sería interesante de ver.
Cuando Noah, Alen y Estrella se reunieron de nuevo con el sol descendiendo lentamente tras las colinas y coloreando el cielo de un naranja suave que parecía bañado en acuarela, las hadas formaron un círculo alrededor de sus gobernantes.
Subí a Evan sobre mis hombros cuando me lo pidió y también cargué a Cielo para que pudieran ver mejor, los ojos plateados de mi hija miraban a Estrella con emoción y algo más... algo parecido a un amor profundo. ¿Cómo no amarla? Estrella era alguien muy, muy especial.
Tal vez fue casualidad o tal vez presintió la mirada de Cielo, pero justo en ese momento Estrella miró en nuestra dirección y una gran sonrisa se dibujó en su rostro. Agitó su mano para saludarnos, Evan y Cielo le correspondieron inmediatamente y de manera muy entusiasta, haciéndola reír suavemente.
—La magia de mamá es bonita —comentó Cielo—. Me gusta.
—Tu magia también es bonita, hija.
La sonrisa de Cielo fue muy dulce, pero se distrajo de nuestra conversación cuando su tío, Noah, comenzó a hablar: el emotivo discurso final del día y las palabras que dieron pie al cierre del solsticio. Y en cuanto el rey de Féryco pronunció su última frase, la magia comenzó.
Una exhalación colectiva recorrió a las hadas cuando lobos hechos de fuego nacieron de las fogatas y comenzaron a correr por las praderas, dejando una estela de calor a su paso. Los ojos miel de Noah ardieron cuando estiró los brazos para controlar a sus creaciones, quienes zigzaguearon entre la multitud para llevar su calor y luz a todo el reino. Todos parecían encantados con ellos.
Un lobo considerablemente más pequeño dio vueltas a nuestro alrededor, arrancando sinceras exclamaciones de asombro de Evan y Cielo. Era naranja y rojo con chispas azules y violetas, algo único de ver.
Noah sonrió satisfecho y dio un paso hacia atrás, entregando el protagonismo a Estrella. El cambio fue rápido y cuando ella abrió las manos para dejar sus palmas expuestas, el fuego estalló en mil partículas que quedaron flotando a nuestro alrededor.
Supe inmediatamente de dónde había sacado la idea, puesto que esa escena era similar a cuando la encontré en medio de la lluvia congelada que ella misma provocó. El asombro fue reemplazado por un limpio silencio que recorrió las praderas, las hadas simplemente se quedaron mudas y expectantes... esperando a que algo mágico sucediera.
Estrella cerró los ojos.
Un murmullo de excitación comenzó a nacer cuando las pequeñas partículas crecieron algunos centímetros y el fuego se transformó con un destello de naranja a plata, solo entonces lo comprendí: Estrella había creado delicadas estrellas de fuego plateado, miles y miles, flotando y titilando a nuestro alrededor.
Mi esposa abrió sus ojos para contemplar lo que había logrado y la escena me robó un suspiro al verla ahí, con su vestido blanco y su espléndida corona de cuarzos, iluminada por pequeñas estrellas al alcance de nuestra mano. Hermosa no era suficiente para describirla, ella era mucho más. Era una estrella con todo el significado que eso conllevaba: era luz y calor; brillante y única; explosión y energía; un sueño y un deseo.
«Te amo» —le mandé mi pensamiento, improvisado pero sincero.
Ella sonrió al recibirlo.
«Lo sé»
El misterio en sus ojos fue una pista de que aquello no había acabado, así que ella miró a su alrededor una última vez antes de realizar una floritura suave con ambas manos, casi como si estuviera dirigiendo una orquesta de estrellas y una canción que solo ella podía escuchar.
El fuego la obedeció y salió disparado hacia todos lados, creando una simulación de miles de estrellas fugaces danzando a nuestro alrededor. A las hadas les encantó, incluyendo a Evan y Cielo que escaparon de mis brazos para correr por las praderas y perseguirlas. Estrella se concentró para que el espectáculo permaneciera durante algunos minutos más antes de dar un paso atrás y entregar la batuta de la magia a su otro hermano: Alen.
El segundo rey tenía una sonrisa enorme cuando dio un paso al frente, una vuelta de cuerpo completo y extendió con fuerza sus dos brazos hacia el cielo. El fuego salió disparado hacia arriba y, al alcanzar una altura adecuada, explotó en miles de colores, iluminando la noche que a esas alturas ya había caído.
El firmamento se llenó de fuegos artificiales únicos que dieron por finalizado el espectáculo de magia y el solsticio de invierno. Las hadas vitorearon con frenesí y los tres reyes se dieron un fuerte y emotivo abrazo: el final perfecto.
—¡Eso fue increíble! —exclamó Evan con un salto de emoción.
—¿Listos para hacerlo mejor? —propuse.
Cielo soltó un gritito muy gracioso.
—¿Ahora?
Miré a Estrella, aún de pie al centro y con la cabeza echada hacia atrás para admirar los últimos vestigios de magia adornando el cielo. Tal vez yo no podía crear una nevada como la que Ada o mis hijos tenían el poder de invocar, pero utilicé lo que tenía —esa bendición de Rho— para crear el copo de nieve perfecto y dejé que flotara hasta que cayó sobre la frente de mi esposa.
La vi parpadear con sorpresa. Tocó su frente, como si no pudiera creerlo, y enseguida examinó el cielo con confusión, buscando los indicios de una tormenta que en realidad no existía.
—Ahora —indiqué a mis niños.
Evan tomó a Cielo de la mano y no necesitaron más de un par de minutos para lograr que la nieve apareciera de forma mágica. Invocar una tormenta era demasiado peligroso para unos niños de seis años que apenas estaban en entrenamiento, pero confiaba en que ellos podrían crear los copos de nieve y dejarlos caer simulando una nevada.
Y lo lograron.
Los reyes se miraron y solo eso bastó para comprender que ninguno tenía que ver con eso, mientras la nieve alcanzaba las praderas y comenzaba a cubrir todo de blanco. Entonces, Estrella lo sospechó...
Movió sus ojos como loca hasta encontrar a Evan y Cielo, pero estaba pálida y algo asustada. Con un parpadeo se materializó frente a ellos y agitó sus manos para indicarles que pararan, así que aparecí a su lado y abracé su cintura para acercarla a mí y poder susurrar:
—Esto no es una travesura de los niños, yo les pedí que lo hicieran.
Su mirada se amplió con horror.
—¿Estás loco? Si mamá se entera va a asesinarte...
—¿Por qué no le echas un vistazo a tu madre? —inquirí.
Frunció su ceño y miró a su alrededor, reacia. La ayudé señalando justo el lugar donde Ezra le daba vueltas a Ada bajo la nieve, mientras ella sonreía y reía. A Estrella se le desencajó la mandíbula con solo verla.
—¿Pero...? ¿Cómo? —tartamudeó. Acto seguido entrecerró los ojos y me miró con sospecha—. Tú...
—Culpable —le sonreí con astucia.
—Por eso estabas hablando con ella hace rato —entendió todo—. ¿Qué le dijiste?
Me encogí de hombros.
—Solo le pedí su permiso para darte esta sorpresa: es mi regalo de solsticio para ti.
—No te creo, no pudo haber sido tan fácil. Mamá odia la nieve.
—Puedo ser muy convincente. —Ella golpeó suavemente mi pecho, exigiendo la verdad y no evasivas—. De acuerdo, le conté que tú amaste la nieve cuando te la mostré. Y creo que Ada jamás se permitiría odiar algo que tú amas.
Una mirada plateada y suspicaz.
—¿Eso te incluye a ti?
Sonreí una vez más.
—Tal vez. Creo que ella y yo hemos avanzado —presumí.
—Caelum, Caelum —canturreó—. Estás lleno de sorpresas.
—¿Te gustó la sorpresa, mami? —nos interrumpió Cielo.
Estrella se volvió hacia ellos.
—Me ha fascinado, niños.
—¿Podemos seguir? —preguntó Evan.
—Solo un rato —indiqué— o van a agotarse.
—Iremos a mostrarle a nuestros amigos —indicó antes de echarse a correr y Cielo lo siguió de inmediato, provocándonos algunas risas.
Estrella aprovechó la ausencia de nuestros pequeños para dedicarme una mirada intensa y yo apenas logré soportar la combinación de esos ojos junto con ese vestido. Su cabello pelirrojo era una mezcla de rizos con trenzas y los copos de nieve aterrizaban sobre ella con suavidad.
—Te amo.
—Lo sé —la imité, acariciando de su cabello hasta su mejilla.
—No puedo creer que hayas hecho nevar por mí —dijo, acercándose de nuevo, hipnotizada por la nieve y mis caricias. Tal vez los dos estábamos recordando aquella nevada en el Edén en la que habíamos estado juntos por primera vez...
Y no habíamos salido de la cama durante los siguientes días.
—Haría cualquier cosa por ti —le recordé, acariciando el desnudo centro de su espalda con mi otra mano. Ella se estremeció—. ¿Tienes frío? —la provoqué, mirando intencionalmente la poca tela del vestido que la cubría.
—No, mi fuego tiene rato encendido, de lo contrario ya me hubiera dado una hipotermia.
Aun así envolví mis alas a su alrededor, fingiendo que quería mantenerla cálida cuando en realidad lo que yo deseaba era calentarla. Oculta de la vista de todos, mi mano siguió su camino hasta la curva de su trasero. Ella respiró hondo y bajó sus ojos hasta mi boca, con hambre.
—Este ha sido un vestido interesante —comenté, dando un ligero apretón antes de llevar mi mano al frente y jugar con una de las aberturas para descubrir toda su pierna derecha. Ella incluso flexionó un poco su rodilla para mostrar más piel y tentarme.
—¿Ah sí? —aleteó sus pestañas—. ¿Por qué?
Subí un solo dedo y acaricié el centro de sus senos. Su piel estaba cálida, demostrando que su magia seguía funcionando a la perfección.
—Porque me gusta y, al mismo tiempo, solo tengo ganas de arrancártelo.
—Oh, pobre ángel confundido —se mofó.
Volví a su pierna y acaricié su muslo, ni siquiera sabía en qué parte querían permanecer mis manos, pero ella estaba encantada por esa atención.
—¿Es este mi regalo de solsticio?
—Si lo fuera, ¿qué harías? —me provocó.
—Te besaría —le seguí el juego—, pero no en la boca. Aprovecharía esta abertura para hincarme, tomar tu tobillo y besarlo muy lentamente. Y continuaría subiendo, siguiendo el camino de tu pierna hasta tus muslos.
Giré mi mano hacia la cara interna de su muslo, para acariciar con mis yemas esa parte tan sensible. Ella abrió ligeramente las piernas, pero no subí más.
—¿Ajá? —emitió, con la respiración un tanto más errática.
—Y luego, tal vez, te quitaría la ropa interior.
Su sonrisa fue perversa.
—¿Y qué pasa si no traigo ropa interior?
Me quedé de una pieza.
—Estás jugando.
—Compruébalo.
Lo dijo tan segura que mi mano no dudó en acortar esos pocos centímetros y un sorpresivo gemido salió de mi garganta al no encontrar ningún obstáculo para alcanzar esa cálida humedad. Estrella mordió su labio para no emitir ningún sonido ante el toque superficial de mis dedos.
—Oh, pequeña hada tramposa —la acusé al notar que me la había volteado y quien terminó con una calentura de los mil demonios fui yo.
Ella rio y se separó un paso para alejarse de mis manos traviesas que solo querían continuar tocándola.
—Este es mi regalo de solsticio —dijo, acomodándose el vestido para no causar sospechas—. Y será todo tuyo en cuanto los niños se vayan a dormir.
Después desapareció, dejándome solo y agitado en medio de la nieve.
Feliz San Valentín 💘
Esta es la conversación entre Ada y Caelum que no sabían que necesitaban, pero lo hacían. ¿Les gustó?
Después nos pusimos un poco cursis porque San Valentín. 😍 Espero que lo hayan disfrutado.
¿Ya hace falta cap hot? Nos vemos el domingo, no saben lo que se viene 🔥
Les dejo el vestido de Estrella
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro