Capítulo 41. Sentenciado.
«Sentenciado»
Tú tenías razón, Caelum.
Las palabras se repitieron una y otra vez dentro de mi mente. La sombra y Forcas estaban relacionados, lo que significaba que el gusano mató a nuestros compañeros en busca de su libertad. De un momento a otro, dejé de ver el estrado. Fue como si un velo rojo cayera sobre mis ojos y me cegara con una furia cruda.
Iba a matarlo con mis propias manos. Se lo merecía.
Me moví. No supe a dónde, no supe cómo. Solo respondí a mi cuerpo y a mis ganas de matar. Un golpe de mis alas y una ola de magia bastaron para quitarme de encima a quién fuera que buscaba detenerme, pero antes de echarme a volar una piedra invisible me aplastó de nuevo y me tumbó al suelo.
Gruñí, con la mejilla contra el cristal frío y el resto de mi cuerpo inmóvil. Parpadeé varias veces para recuperar la cordura y solo fui consciente de Arawn, de pie frente a su trono prestado y con su brazo extendido hacia mí. Esa vez su magia no buscaba dañarme, tan solo inmovilizarme.
—Quieto —demandó.
Como si pudiera moverme con su magia sobre mí...
—Forcas... —intenté decir.
—No está bajo tu jurisdicción —me interrumpió fríamente—. No me hagas perder la paciencia, Caelum, o yo mismo te condenaré.
—Estoy vivo gracias a él, su excelencia —intervino Tadeus a tiempo, puesto que yo estaba a punto de mostrarle los dientes al dios de la vida y la muerte.
Arawn desplazó sus ojos índigo hacia él y, como si Tadeus lo presintiera, no bajó la barbilla ante el escrutinio del dios.
—Déjalo, Arawn —siseó Cassida. Sus ojos violetas se clavaron en mí antes de añadir—: Caelum no hará nada estúpido, ¿verdad?
«Matar a Forcas no es estúpido» —grazné dentro de su mente.
La mirada de Cassida chispeó con enfado, pero supo como hacerme acobardar.
«¿Crees que Estrella Rey opine lo mismo que tú?»
Dejé de respirar al escuchar el nombre de Estrella, vaya que la diosa de la noche me conocía bien. La furia seguía ahí, pero el recuerdo de mi esposa y mis hijos apagó lentamente el incendio que nacía dentro de mí. Tenía que ser más inteligente que esto.
Me forcé a relajar cada uno de mis músculos, a suavizar mis ojos y mi voz. A normalizar mi respiración. A tragarme mi orgullo. Por ella. Por mi familia.
—Perdón por perder los estribos, sus excelencias. Forcas es un tema delicado para mí, pero jamás iría en contra de las órdenes de mis creadores.
Cassida relajó sus hombros a la vez que la magia de Arawn dejó de aplastarme contra el suelo. Mathus, Ecanus y el ángel de alas blancas que ayudó a Tadeus se pusieron de pie al mismo tiempo que yo, al parecer ellos fueron quienes trataron de detenerme y derribé en mi momento de locura.
Arawn tomó asiento de nuevo y la atención de los Siete volvió hacia Tadeus. Me mantuve de pie a su lado, muy quieto y tan solo escuchando lo que estaba por venir.
Oryn tomó la iniciativa.
—Explícate, Tadeus.
Él, de nuevo, dirigió su cabeza hacia la voz.
—Me encontraba solo en el salón de guerra, trabajando en mis informes, cuando me vi envuelto en sombras. La bestia no tardó mucho en aparecer después de eso, me tomó por sorpresa... lo primero que hizo fue arrancarme los ojos.
Un estremecimiento recorrió el estrado, pero Tadeus no pareció darse cuenta.
»Me fue imposible defenderme después de eso. Además, las sombras también me impidieron comunicarme con el exterior. Estaba atrapado y pensé que me mataría enseguida, pero entonces me ofreció mi vida a cambio de la llave... —respiró hondo, tal vez para armarse de valor—. Yo soy el guardián de la cadena perpetua de Forcas, a mí me tocó proteger la llave.
Se me heló la sangre, esto no podía ser una coincidencia.
—¿Se la diste? —preguntó Oryon, con sus cálidos ojos rubíes casi brillando.
Mi corazón amenazó con salirse de mi pecho.
—No, por eso me torturó. —Tragó saliva—. Nadie escuchó mis gritos.
—Cuando llegué al salón de guerra no se escuchaba ni veía nada, no hasta que también crucé la pared de sombras.
Kaly se abrazó a sí misma.
—Pudo matarlos a los dos.
—Sin duda, yo estaría muerto si Caelum no hubiera llegado a tiempo —aseguró Tadeus.
—Esa cosa no quería matarte hasta obtener la llave, por eso se estaba tomando su tiempo contigo. Tenía toda la noche de ser necesario... —comprendí en voz alta, Tadeus se agitó y sus alas temblaron—. La sombra solo se decidió a matarte cuando yo aparecí, seguramente porque no quería que sobrevivieras y nos revelaras nada sobre esto.
—¿Por qué matar a Remiel y a Dimitri, entonces? —cuestionó Bell, tan pálido como nunca antes lo había visto.
Recordé el estado de los cuerpos de ambos arcángeles.
—Primero los torturó —apunté—. Quiere decir que la sombra no sabía quién era el guardián de la llave, estaba escogiendo sus víctimas al azar. Seguramente no mató a Remiel y Dimitri hasta que ellos confesaron que no eran los guardianes.
—Tal vez lo confesaron solo para que los dejara morir —murmuró Tadeus con tristeza.
Coloqué una de mis manos sobre su hombro, en señal de apoyo.
—Tienes mi entero respeto por haber soportado tanto —exclamé con orgullo a mi sucesor.
—Y tú el mío por haber salvado mi inmortalidad.
—¿Dónde está la llave? —nos interrumpió Arawn.
—Escondida —se limitó a responder Tadeus.
—Nos la darás más tarde. A partir de ahora, los dioses seremos los guardianes de esa maldita llave.
Tadeus no se atrevió a contradecir la orden, pero su confusión era casi palpable. A su lado, Rhosand asintió en acuerdo con su amante.
—No permitiremos que otro de nuestros arcángeles muera por esta causa.
El dios miró al ángel de alas blancas que continuaba en el estrado, el pobre casi estaba petrificado al ser testigo de todo este drama.
—Ve a la prisión, quiero a Forcas en este estrado lo más pronto posible. Utilicen a los centinelas que sean necesarios para traerlo. —Mis alas se tensaron al escuchar la orden y aquello no le pasó desapercibido al dios, quien me miró de manera evaluadora—. ¿Debo pedir que te saquen de aquí, Caelum?
—Me comportaré —juré de inmediato.
Arawn solo asintió.
—Consíderalo una disculpa por haber dudado de ti, no me hagas arrepentirme de ello.
A su lado, Rho mostró una pequeña y discreta sonrisa. La diosa de la naturaleza tenía el corazón más enorme y bondadoso que yo jamás había conocido, lo que la invitaba a creer en las pequeñas causas. Y a creer en mí. Ella era una de mis favoritas justo por esa razón, tanto así que consideré seriamente si debía acudir a ella para suplicarle que me ayudara con mi condena.
Al final, elegí a Cassida porque la diosa de la noche tenía mayor tendencia a saltarse las reglas que ningún otro. Y, también, porque la cercanía entre Rhosand y Arawn me causó desconfianza. Confiaba en que Cass guardaría mi secreto, pero nunca estuve seguro respecto a Rho.
El centinela salió volando de inmediato ante la orden de Arawn y el silencio se hizo de nuevo. Kaly aprovechó lo que parecía una breve pausa para ponerse de pie y bajar del estrado, en dirección a Tadeus.
Se posicionó ante él y le tomó el rostro con manos suaves, evaluando con sus ojos turquesa todo aquello que nosotros no podíamos ver. Acarició sus mejillas con los pulgares y subió hasta la venda que cubría sus ojos.
—¿Cómo te sientes? —consultó.
Tadeus alzó más su cabeza, empapándose con la seguridad y dulzura de esa voz.
—Podría estar peor.
Kaly lo miró como si Tadeus fuera un hijo suyo y ella una madre desconsolada. Ella siempre había actuado de manera maternal con nosotros, por ello nunca había surgido nada sexual entre ella y yo.
—¿Volveré a ver? —se atrevió a preguntar Tadeus.
Kaly se inclinó para besar sus ojos por encima de la venda.
—No necesitas tus ojos para ver, Tadeus —susurró con cariño—. Pero debido a tu valentía y fortaleza tienes mi bendición para sanar. Que sea lo que los Siete quieran.
A Tadeus le tembló la voz y yo apreté más su hombro, porque aún no me atrevía a soltarlo.
—Gracias, su excelencia —susurró.
Ella volvió a besar sus ojos y un nudo se formó en mi garganta al ser testigo de todo el amor que Kaly nos tenía... Esperaba, de todo corazón, que fuéramos merecedores de ello.
La tensión en el estrado era palpable mientras esperábamos por Forcas. Aún no sabía cómo sentirme respecto a este inesperado encuentro, muchos pensamientos daban vueltas en mi cabeza y solo uno tenía sentido: Forcas estaba buscando ser libre, seguramente para vengarse de mí y de Estrella.
Mi instinto me lo dijo durante todo este tiempo, pero no entendía cómo había llegado tan lejos. Sobre todo cuando, día tras día, yo me había asegurado de que siguiera pudriéndose en su celda.
Caminé de lado a lado sobre el estrado, esperando. Cassida siguió cada uno de mis pasos pero no se atrevió a retarme de nuevo, no cuando ella —más que ningún otro— comprendía mi nerviosismo ante aquella situación.
Solo me quedé quieto cuando los pasos en la escalera de cristal interrumpieron el silencio. Un minuto después, Forcas cruzó la cortina de plumas y la luz de cristal iluminó su rostro demacrado.
Lo acompañaban seis centinelas: dos al frente, dos a su espalda y dos sujetándolo de cada brazo. Su expresión era fría y llena de aburrición, pero la tensión tiró de su mandíbula cuando reconoció a los Siete, inmóviles sobre los tronos de cristal.
Sus ojos, universales y extrañamente opacos, recorrieron a cada uno de los dioses con temor, empezando por Rhosand y terminando en Cassida. Tuvo la inteligencia de no decir nada mientras los centinelas lo acercaban a ellos, pero agachó la mirada cuando pasó junto al Concejo para quedar al alcance de los Siete.
Ni una mirada de burla dirigida hacia mí, parecía que ni siquiera había notado mi presencia.
—Sus excelencias —musitó, inclinando la espalda durante los siete minutos obligatorios.
El eco de la cadena perpetua rebotó en el techo y las paredes, multiplicándose como campanillas en el viento. Tadeus se tensó y dirigió la barbilla hacia el sonido, hacia Forcas, como si pudiera verlo vestido solo con su túnica raída.
La piel pálida estaba casi lechosa y con una apariencia enfermiza, pero seguía sin perder músculo ni peso. El largo cabello color ocre le cubrió parte del rostro cuando agachó por completo la cabeza. Aún con los tobillos, muñecas y alas atadas —y sin una pizca de magia debido a la cadena perpetua— los centinelas no se movieron de sus posiciones.
—Míranos, Forcas —exigió Arawn con una voz que denotaba su descontento.
Y Forcas lo miró, con un rostro ilegible.
—¿Sabes por qué estás aquí?
—No.
Sin titubear, sin demostrar nada más que fría indiferencia. Sus alas aprisionadas lucían tensas, pero tenía los brazos flojos y atados frente a él, unidos solo por los grilletes dorados.
—Ha habido un ataque hacia nuestro Concejo.
Los Siete estaban muy atentos a cada gesto o movimiento, a pesar del acuerdo silencioso de dejar que Arawn manejara la situación como mejor creyera conveniente. Forcas solo arqueó sus cejas.
—¿Y yo qué tengo que ver con eso, su excelencia? He permanecido encerrado los últimos seis años —se excusó.
Me pregunté si Arawn habría detectado el desafío de su voz.
—El arcángel que fue atacado sobrevivió.
Forcas se quedó inmóvil, apenas respirando.
—¿Enhorabuena?
Arawn se puso de pie y Forcas cayó de rodillas, jadeando. Me dio la impresión de que el dios de la vida y la muerte no iba a aceptar una insolencia más.
—Hemos descubierto que el atacante buscaba la llave de tu cadena perpetua. —Forcas se mantuvo en silencio—. ¿No tienes nada que decir en tu defensa?
—Yo estaba encerrado —insistió—. Yo no lo hice.
Arawn se puso de pie y presionó más, hasta que Forcas se doblegó y su barbilla casi tocó el suelo de cristal. Esa vez, ni siquiera Rho se atrevió a pedir clemencia.
—¿Vamos a fingir que todo esto fue una coincidencia? —Forcas gimió, un sonido impregnado de dolor—. Han muerto dos de nuestros arcángeles por esta causa y el tercero apenas sobrevivió, la criatura que los asesinó a sangre fría buscaba liberarte. Quiero saber por qué.
Forcas respiró pesadamente cuando la magia de Arawn se detuvo, pero ninguno de los miembros del Concejo nos movimos mientras veíamos al arcángel que alguna vez fue nuestro compañero, temblando sobre el suelo.
—Yo no los maté —gruñó.
—Sé que no, o en este momento serías un vil demonio por cometer semejante atrocidad, pero esa cosa asesinó en tu lugar ¿o no?
Oryn no se perdía palabra ni gesto alguno, examinaba todo ávidamente. El resto de los Siete también estaban tensos e inusualmente callados.
Arawn camino de lado a lado, los pasos de piedra resonaron contra el cristal y el sonido fue lo único que se escuchó durante los siguientes segundos. Nadie sabíamos qué esperaba, pero todos estábamos seguros de que el mismísimo dios de la muerte acababa de emerger en su totalidad.
Forcas se atrevió a alzar la vista, intentando averiguar qué era lo que el dios estaba tramando.
—Sigo esperando tu respuesta —amenazó.
Los huesos de Forcas crujieron cuando la piedra invisible cayó de nuevo sobre el arcángel y ninguno de los Siete se apiadó de él. La magia de nuestros creadores nunca dejaba de sorprenderme: el poder, la fuerza, la magnitud... Era la unión de los Siete lo que nos creó a cada uno de nosotros, era su esencia la que nos daba vida y era majestuosa, incomparable.
Cassida, la diosa de la noche, manejaba el poder de todas las sombras que existían en el universo. Leucos, el dios del día, era dueño de toda la luz: tanto la que iluminaba como la que quemaba. Kaly, la diosa de la sanación, tenía el poder de curar. Y cada sanador de la tercera dimensión estaba bendecido por ella.
Oryon y Oryn, el dios del amor y la diosa de la guerra, tenían el poder de la transformación. No como las hadas que podían cambiar su forma, sino como un poder crudo que alteraba todo a su alrededor. Eran capaces de transformar las cosas buenas en malas, y las cosas malas en buenas. Podían mutar del amor a la guerra, y de la guerra al amor. Ellos se encargaban de mantener ese equilibrio en el universo, por eso eran mellizos.
Rhosand, la diosa de la naturaleza, dominaba la fuerza de los cuatro elementos: tierra, aire, agua y fuego. Y las hadas solían ser su más grande orgullo, ya que tenían muchas cosas en común, además de su bendición.
Arawn, el dios de la vida y la muerte, no solo tenía todo el poder sobre el otro lado. No solo creaba vida y terminaba con ella, también poseía una telekinesis brutal que podría aplastarte todos los huesos en un parpadeo.
Ellos eran la razón de que los ojos de los ángeles fueran de colores: violetas por las sombras, dorados por la luz, turquesas por la sanación, rosas por el amor, rojos por la guerra, esmeraldas por la naturaleza e índigos por la vida y la muerte.
La esencia de los Siete dioses se reflejaba en nuestros ojos porque ellos nos crearon y, con ello, crearon Paradwyse y lo ataron a nuestra magia celestial: una nueva magia.
Por supuesto, no teníamos tal cual la magnitud de sus poderes ni podíamos lograr todo lo que ellos hacían, pero no por ello éramos menos poderosos que cualquier otro ser. Aunque nunca más que nuestros creadores.
Por eso nadie tenía duda alguna de que Forcas estaba metido en un gran lío con el peso de la magia de Arawn sobre él. Y tampoco me sorprendía que el dios de la vida y la muerte fuera el elegido para torturarlo sin piedad. Una parte de mí reconocía la fuerza de Forcas, puesto que aguantó hora tras hora los ataques que buscaban quebrarlo, la telekinesis que amenazaba con aplastarlo.
Al final, cuando la luz del amanecer ya se estaba asomando por el tragaluz del estrado, Forcas le suplicó a Arawn que parara. El arcángel estaba lívido y bañado en sudor, tan débil que hace un par de horas había desistido a intentar ponerse de pie después de cada ataque.
Yo estaba tan tenso por la incertidumbre de a dónde iría a parar todo esto, que ya me dolían los músculos y las alas. El resto del Concejo no parecía encontrarse en una situación diferente.
—Si quieres que pare solo tienes que decir la verdad —le recordó Arawn.
—No sé cómo la criatura entró a Paradwyse —graznó Forcas con los ojos vidriosos—. Tampoco sé cómo burló a los guardias. Me encontró en mi celda, creo que se alimenta del miedo y la desesperación, por eso me visitaba.
Arawn se quedó muy quieto al recibir esa nueva información y Rhosand clavó sus hermosos ojos esmeralda en él, buscando algo. Oryon y Oryn también se miraron, tal vez comunicándose telepáticamente. A mi lado, Tadeus casi dejó de respirar.
Por primera vez en ese rato, Arawn volvió su cabeza para consultar a Rho con una mirada. La diosa de la naturaleza asintió suavemente, como si fuera una señal de apoyo.
—Júralo. —Arawn se puso de pie de nuevo—. Júralo por tus alas.
Miré a Forcas con cierto asombro. Un juramento hacia un dios no se tomaba a la ligera y el arcángel no estaba demostrando cobardía.
—Juro por mis alas y ante mis creadores que yo no invoqué a esa criatura. Tengo seis años con la cadena perpetua, no hubiera podido aunque quisiera.
Sus alas no se quemaron, cosa que hubiera sucedido enseguida de haber sido una mentira. En cambio, un nuevo tatuaje negro se entremezcló con los viejos, a la altura de su clavícula. Los Siete se tomaron un momento para analizar el nuevo juramento.
—¿Y entonces por qué buscaba tu llave? —aún había peligro en la voz de Arawn.
—Porque le pedí que me liberara.
—¿A cambio de qué?
—De Estrella Rey.
Me puse de pie sin pensarlo, fue un impulso incontrolable que nació al escuchar el nombre de mi esposa. Las sombras de Cass respondieron como víboras y me apresaron las piernas y brazos para impedir que me fuera sobre Forcas. Aún no estaba seguro de si aquello fue un favor.
—Explícate —rugí con locura.
Arawn me miró, después a Forcas. Decidió permanecer en silencio, tan solo evaluándonos.
—La criatura buscaba a Estrella Rey y sabía que yo había intentado cazarla hace seis años. Como no puede entrar a Féryco sin invitación, me ofreció mi libertad a cambio de mis servicios. Dije que sí, no me importó sacrificar a Estrella Rey a cambio de mi llave, todo lo contrario.
—Eres un bastardo —escupió Tadeus con un odio impresionante.
Gruñí para demostrar que estaba de acuerdo. Forcas no se molestó en mirarnos, toda su atención estaba en Arawn.
—¿Qué quería la criatura de Estrella Rey? —cuestionó Oryn.
—No me lo dijo y yo no pregunté.
Los Siete se quedaron en silencio, seguro comunicándose mentalmente entre ellos. Cassida no se atrevió a aflojar mis ataduras mientras deliberaban.
—La criatura está muerta —informó Arawn con una voz helada—. Al igual que tu única esperanza para huir.
Forcas tensó los labios, pero la poca sabiduría que le quedaba lo incitó a permanecer callado. El sudor le corría por la sien y le humedecía el cabello enmarañado, la única señal de su nerviosismo.
—El problema es... —Arawn bajó de la tarima para quedar a la altura de Forcas, solo una mirada de esos ojos azules bastó para que el arcángel se retorciera en su lugar. Los huesos se me estremecieron al escuchar el dolor impregnado en su voz—. Que en busca de tu libertad esa criatura mató a nuestros arcángeles e hirió gravemente a otro. ¿Cómo vas a pagar por eso, Forcas?
—Yo... —titubeó—. Yo no le dije que los matara.
—Y aun así lo hizo porque necesitaba tu llave, así que los Siete te culpamos por ello.
Forcas se quedó inmóvil.
—¿Arrancarán mis alas? —dijo con un hilo de voz.
—¿Y darte libertad como demonio? —ironizó Cassida desde su lugar—. No te la pondremos tan fácil, Forcas.
La gratitud que sentí por Cass en ese momento fue enorme. Ella sabía... sabía que Forcas siendo demonio solo pondría a mi familia en grave peligro. Él tenía que continuar encerrado, esa era la única manera.
—Tadeus —lo llamó Leucos—. ¿De cuánto era la cadena perpetua de Forcas?
—Un siglo —respondió el arcángel.
Los Siete se miraron de nuevo, en otro intercambio silencioso que no duró más de dos minutos. Kaly suspiró con dolor, pero no detuvo a Arawn cuando el dios pronunció su decreto:
—A partir de este momento tu cadena perpetua será eterna, Forcas. Seguirás cargando tus alas como el recordatorio del ángel que fuiste, pero en vista de los pecados que has cometido jamás podrás usarlas de nuevo. Permanecerás encerrado por tiempo indefinido, meditando sobre el camino que has elegido y pagando por la sangre que ahora está en tus manos. Solo cuando los dioses hayamos decidido que fue suficiente, solo entonces aceptaremos tu deserción y te permitiremos continuar tu camino hacia el otro lado. Y no será pronto.
Forcas se quedó inmóvil y no supe si no dijo nada porque se había quedado sin palabras o porque temía provocar a Arawn. Yo mismo me encontraba tan petrificado que las sombras de Cass se retiraron lentamente, presintiendo que no me movería de mi lugar. No después de lo que acababa de suceder: Estrella, mis hijos y los hijos de mis hijos estarían a salvo para siempre. Forcas jamás volvería a ser una amenaza para ellos.
Arawn se dio la vuelta y volvió a sentarse sobre su trono prestado, la piedra contrastando contra el cristal de manera exótica.
—Esta es nuestra sentencia y es irrevocable —decretó.
—Que sea lo que los Siete quieran —respondimos los arcángeles al unísono.
—Sus excelencias... —suplicó Forcas.
—Eres una deshonra para Paradwyse, Forcas —escupió Arawn, frío y aburrido—. Llévenselo.
Forcas ni siquiera se molestó en forcejear cuando los centinelas se acercaron para ponerlo de pie. Parecía aturdido y sumido en sus pensamientos, ciertamente esa era una sentencia que yo no le deseaba a nadie. Una cosa era ya no tener alas... y otra muy diferente tenerlas y no poder volverlas a usar.
Nadie dijo nada hasta que el arcángel sentenciado desapareció tras la cortina de plumas blancas y salió del estrado.
—¿Qué sucederá con Estrella Rey? —preguntó Tadeus, ganándome solo por segundos.
—Caelum ha matado a la criatura —puntualizó Oryon—. La reina de Féryco no podría estar más a salvo gracias a él.
Rhosand sonrió.
—¿Qué sería de Estrella Rey sin ti, Caelum? —cuestionó con la dulzura que la caracterizaba.
—Ustedes me eligieron para proteger a los inocentes —les recordé intencionalmente.
Kaly miró a Tadeus, aunque él no se dio cuenta debido a la venda en sus ojos que aún no terminaban de regenerarse.
—Bien hecho, Caelum —me felicitó la diosa de la sanación con algo parecido al orgullo.
—¿Qué sucede si hay más criaturas? —me atreví a preguntar—. Tal vez no pueden entrar a Féryco, pero ya demostraron que pueden colarse a Paradwyse. Son un peligro.
Arawn miró a la diosa de la guerra, seguro de que una nueva estrategia ya se estaba maquinando en su mente.
—¿Oryn?
La susodicha se puso de pie en todo su esplendor.
—Tú y Leucos vayan por la llave de la cadena perpetua de Forcas, la sacaremos de Paradwyse para evitar que esta historia se repita. Kaly se quedará con Tadeus para asegurarse de que esté sanando correctamente. Oryon, Cassida, Rhosand y yo inspeccionaremos el reino y reforzaremos los hechizos de protección, sobre todo en la celda de Forcas. El Concejo viene con nosotros, así que será un día ocupado para todos. Nos marcharemos al anochecer.
Ni un alma se atrevió a contradecirla.
Estoy muy orgullosa de todas las teorías que se formaron a partir del cap pasado, así que espero que este les haya dado más pistas y las ayude a esclarecer las cosas. 😎
Sé que lo de Estrella ya no fue una sorpresa porque les solté el spoiler el lunes por instagram, pero ahora que leyeron todo el contexto, ¿qué opinan? ¿Quién quiere a Estrella y para qué?
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