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Capítulo 35. Soñando.




«Soñando»

Caelum

Podría tener a Estrella, completamente desnuda y recostada sobre mi pecho, por el resto de mi inmortalidad y jamás me aburriría. Ni de ella. O de su aroma. O de su cuerpo.

Mi único pesar en ese momento era la noche cada vez más profunda que se veía a través de la ventana. Hacía un rato que sus caricias se habían quedado quietas y su respiración se me antojaba tan tranquila que pensé ya estaba dormida, pero cuando intenté levantarme para cargarla y llevarla a su habitación, ella alzó su rostro y me miró. Tan solo me miró.

—Es tarde —hizo eco de mis pensamientos.

—Lo sé —me limité a responder.

—¿Qué sucederá ahora?

—¿Qué quieres que suceda?

Ella besó mi pecho, justo en las líneas de mis tatuajes.

—No sé bien cómo, pero haremos que esto funcione.

—Por supuesto que lo haremos —coincidí, aunque después de esto yo no sabía muy bien cómo haría para separarme de ella cada noche. Sería una tortura.

Mi esposa lo leyó en mis ojos.

—Una vez te dije que lucharíamos contra aquellos que no nos quisieran juntos —me recordó—. Lo haremos, Caelum. No permitiremos que el Concejo, ni nadie, vuelva a separarnos.

—Ni que pongan las manos sobre nuestros hijos —agregué.

Su mirada se volvió fiera. No estaba seguro de que causó esta nueva determinación, pero me gustó.

—Si se atreven, será lo último que hagan.

Sonreí con orgullo.

—Esa es mi esposa —celebré, acariciando su mejilla. Ella cerró los ojos para recibirla.

—Te extrañé —se le quebró la voz—. Te extrañé tanto que pensé que no iba a soportarlo. Cuando Forcas... Cuando tú...

Ese último momento en el Edén flotó entre nosotros como un recuerdo fantasma. Ella gritando mi nombre mientras yo me entregaba a Forcas para mantenerla a salvo era un sonido que jamás había olvidado a través de los años, aún me atormentaba en sueños.

Abrió sus ojos brillantes, por la plata y por las lágrimas contenidas. Derribaron lo que quedaba de mis defensas.

—Fuiste a Paradwyse por mí —musité.

Yo había estado tan furioso en su momento que no tuve oportunidad de decirle lo mucho que aquello significó para mí. La valentía de Estrella era algo que nunca dejaba de sorprenderme, pero cuando ella apareció en medio de ese estrado para abogar por mí...

—Y me gritaste por hacerlo —refunfuñó de manera encantadora—. No creas que me he olvidado de eso.

—Oh, lo volvería hacer —tuve que admitir—. Casi me da un infarto con solo verte ahí.

—Debe ser por la edad, anciano. —Jugó con mi cabello mientras lo decía, como si buscara alguna cana en él incluso cuando eso era imposible.

Mi cuerpo inmortal estaba congelado en el tiempo. Y siempre lo estaría, a diferencia de ella que durante estos años había crecido. Su cabello estaba más largo, su rostro más perfilado, su cuerpo ligeramente más curveado, sus ojos más maduros.

Era mi Estrella y aun así no era la misma. Aquello no me disgustaba.

—Creo que acabo de demostrarte que mi edad no tiene nada que ver —enfaticé con una ligera nalgada que la hizo saltar sobre mí.

—Mejor no hagas eso —acusó, controlando su respiración para no demostrar lo mucho que le había afectado. Ella siempre era tan receptiva cuando estaba conmigo—. O no te dejaré marcharte de Féryco por el resto de la noche.

Le sonreí con tristeza.

—No es una de tus mejores amenazas, ni de cerca.

Ella rio con tanta soltura que el sonido pareció volar a través de la ventana y bañar las praderas. Después, se inclinó para besarme.

—Te amo —repitió, sobre mi boca—. Y volvería ir a Paradwyse por ti, sin dudarlo.

La abracé con fuerza y ella se escondió en mi cuello, su aliento cálido golpeó mi piel.

—Nunca pude agradecerte por haber salvado mis alas. —Al escucharme, sus manos pasaron por las hileras de plumas doradas que estaban a su alcance, para constatar que eran reales y que ella lo había logrado—. Fuiste la más valiente por tan siquiera intentarlo y la más inteligente por haberlo logrado. Sin ti, yo no estaría aquí.

—Si a esas vamos, yo tampoco —suspiró—. Solo desearía que todo hubiera terminado diferente.

—Yo también —coincidí.

Aún dolía no haber estado presente durante el embarazo de Estrella... o en el nacimiento de mis hijos. Y ni hablar de haberme perdido esos primeros cinco años de mis pequeños, no haber estado aquí para ayudarlos y protegerlos. Protegerla a ella.

Tomó mi rostro, obligándome a mirarla para devolverme al presente.

—No pienses en eso.

Una de mis comisuras subió, en el intento de una sonrisa.

—¿Cómo puedes saber lo que estoy pensando?

—Te conozco, Cael. No te tortures con esos pensamientos, no ahora que estás aquí. Y que día con día te arriesgas a venir para cumplir tus promesas hacia nuestros niños.

—También te lo prometí a ti, que te ayudaría a protegerlos.

—Lo sé. —Su mirada se suavizó—. Lo sé.

Evalué su rostro con cuidado.

—¿Quieres hablar sobre algo? —investigué.

—¿Cómo qué?

—Como tu miedo a volver a quedar embarazada —tanteé.

Parpadeó varias veces antes de enderezarse y sentarse sobre el sillón. La seguí, procurando no tocarla por si ella estaba exigiendo algún espacio nuevo entre nosotros.

—No es ningún miedo —negó—. Pero es cierto que no quiero más hijos, dos es suficiente para mí. Fue una de las razones por las que Elias y yo terminamos.

Presté más atención, tratando de no demostrar demasiado asombro.

—¿En serio?

—Nos queríamos mucho —aclaró, aunque me daba la sensación de que lo estaba haciendo más para sí misma—, es solo que estábamos sacrificando muchos sueños con tal de estar juntos. Él quería ser papá, yo no quería más hijos. Eso es algo que a la larga no puede ignorarse, ¿sabes?

—Lamento si volví todo aún más complicado —sentí la necesidad de disculparme, sobre todo por la mirada rota y atormentada que ayer nació de sus ojos tras la pelea en el oasis.

Ella giró su rostro lo suficiente para mirar hacia las praderas bañadas en noche y luz de estrellas, mismas que se reflejaron en sus ojos plateados. Sin embargo, esa vez también había paz aflorando de ellos. Muy sutil, pero ahí estaba.

—En todo caso, la responsabilidad fue de ambos.

Acaricié su cabello tentativamente y me relajé de nuevo cuando no me apartó.

—Lo que dije ayer no fue del todo cierto —aclaré—. Sé que también eras feliz con él, fue por eso que no me permití intervenir en tu relación, pero cuando te replanteaste tu boda frente a todos...

—Otra cosa que no podía ignorar por más que lo intenté. —Una débil sonrisa—. Él quería casarse conmigo, pero yo ya estoy casada con alguien más. Alguien a quien sigo amando.

Un nudo nació en mi garganta al recordar nuestra mágica boda.

—Se lo dije —agregó. Mi silencio fue toda la sorpresa que demostré—. Fue una decisión difícil de tomar, pero al final le dije sobre nuestra boda. Solo así él iba a comprenderlo todo.

—¿Y lo comprendió? —curioseé.

Asintió una sola vez.

—Mucho mejor de lo que yo me merecía.

—No te castigues con esto, por favor.

—Si quisiera castigarme no estaría aquí, contigo. No me estaría permitiendo soñar de nuevo.

—¿Eso estamos haciendo? —Sonreí—. ¿Soñando?

Me devolvió la sonrisa.

—Recuperando los sueños que teníamos en el Edén. —Tomó mi mano para entrelazarla con la de ella—. Juntos.

Me incliné para besar su frente.

—Juntos —prometí—. Y contra todos.

Ella se abrazó a mi cuello y me besó para demostrar lo mucho que le gustaron mis palabras.

—Lamento que Forcas arruinara nuestra boda —me lamenté, recordando todos los planes que yo tenía para celebrar ese momento juntos y que quedaron arruinados. Todas las horas que iba a dedicar para adorar su cuerpo durante nuestras primeras semanas como esposos...

—Fue la boda perfecta —dijo, para mi deleite.

—¿Cuál fue tu parte favorita? —quise saber.

Ladeó su cabeza, pensativa.

—Todo... Es difícil escoger una parte favorita.

—Compláceme.

—Bueno —dudó con timidez—. Si tuviera que escoger definitivamente sería mi canción, la que creaste y tocaste para mí ese día. Muchas veces traté de recordarla para replicarla, pero me fue imposible.

Una lenta sonrisa se estiró en mi boca.

—¿Te gustaría escucharla?

—¿La recuerdas? —enderezó la espalda y tragó saliva.

—Jamás la olvidaría —respondí, casi ofendido por su incredulidad—. La hice especialmente para ti.

—Me encantaría escucharla —admitió con un hilo de voz.

—Me encantaría interpretarla para ti —coincidí, poniéndome de pie para dirigirme hacia el piano.

Ella no me siguió y yo no la presioné. La dejé en el sofá, abrazando sus rodillas y muy atenta a mí. Parecía nerviosa pero emocionada y le sonreí cuando tomé asiento frente al instrumento, para tranquilizarla.

Me concentré en el piano para no cometer ninguna falla. Recordaba la canción que había creado a base de todos los sentimientos que ella causaba en mí, pero hace mucho que no la practicaba y debía concentrarme para que fuera perfecta.

Mis dedos se movieron y las notas cobraron vida, la melodía invisible se alzó en el ático, tal y como nació en mi cabeza hace ya tantos años. Toqué y toqué, sin detenerme. Encontrando mi ritmo y fluyendo a través de él. Respirando las sensaciones que la música evocó. Solo volví a alzar la vista cuando el final se avecinaba y me enternecí al encontrar su rostro bañado en lágrimas. Ella también estaba sintiendo el amor que inspiró todo esto.

El silencio volvió, pero no estuvo lleno de soledad ni miedo. Fue un silencio donde nuestras miradas se conectaron y nuestros corazones se sincronizaron.

—¿Quieres escucharla otra vez? —ofrecí.

Su respuesta fue ponerse de pie y más que mostrarme su cuerpo desnudo, se estaba mostrando toda ella. La vulnerabilidad en su mirada y la transparencia de sus ojos vidriosos. Cada centímetro de ella expuesto al mundo, a mí. Yo amaba todos y cada uno de ellos, tanto los visibles como invisibles.

Sin embargo, se desplazó como una predadora. Sigilosa, territorial y lenta, muy lenta. Cada paso era silencioso pero seguro, como una reina loba recorriendo su territorio. Dejando su estela a lavanda y magia a sus espaldas.

Cuando llegó a mí, las lágrimas ya estaban secas. Y cuando se sentó sobre mi regazo, entendí la razón. Su piel ardía, como si el fuego de uno de sus elementos estuviera muy vivo debajo de ella.

—Estás, literalmente, muy caliente —anuncié, recorriéndola toda con mis manos.

—También de la otra manera —exhaló, haciendo su cadera danzar sobre mí.

Con esa imagen y esa posición, poco necesitaba yo para despertar de nuevo, pero la manera en la que me ayudó se sintió muy bien.

—¿No te he dejado satisfecha, mi vida? —fingí estar escandalizado.

—Conociéndote, sé que puedes mejorarlo —me provocó con un susurro.

Si existía el fuego plateado, todo se encontraba atrapado en sus ojos. A través de ellos se veía que esa Estrella traviesa estaba despertando. Y yo estaba listo para jugar de nuevo.

Me incliné hacia delante. Mi boca y mi lengua atendieron sus pechos, los cuales —yo había descubierto— eran puntos casi tan sensibles como su cuello. Los soniditos que soltó me gustaron, me encendieron. Sonaron delicados pero calientes. Aumentaron cuando ella se acomodó mejor para clavarse en mí, de una sola vez.

Gemimos al mismo tiempo y aproveché que en esa ocasión la tenía frente a frente para besarla sin piedad. Ella solo se separó de mis besos cuando necesitó más y los movimientos de su cadera se volvieron tan frenéticos que inevitablemente nuestras bocas se desfasaron y nuestros jadeos nos impidieron concentrarnos en nuestros labios.

De vez en cuando superábamos el placer para mirarnos... para sonreírnos y besarnos una vez, antes de recuperar el ritmo.

—Me encanta como te mueves —la elogié, porque realmente se estaba esforzando en montarme como hace mucho que no lo hacía. A ratos brincando con ímpetu, otros bailando de atrás hacia adelante.

Mi voz estrangulada también fue una súplica y un aviso, de que estaba acabando con todas mis defensas rápidamente.

—Aguanta... un poco más —jadeó—. Solo un poco.

No me quedé quieto, toqué y besé todo rincón que la ayudara a aumentar su placer. Y su oído recibió todo los pensamientos que estaba causando en mí, tanto sucios como románticos. Su respiración cada vez más errática era la mejor señal que alguien me pudiera dar en ese momento.

Y la imagen que me regaló a continuación sería difícil de olvidar: con una mano se aferró a mi nuca, con la otra se inclinó hacia atrás para apoyarse del piano y tomar fuerza. Ojos salvajes, senos saltarines, colmillos tentadores y piel brillante por el sudor.

Mi esposa. Estaba soñando, tocando, danzando y haciendo el amor con mi esposa, de nuevo. Después de tantos años. Después de luchar incansablemente contra mi condena para volver a ella...

Si esto no era entera felicidad, no sabía qué se le igualaría.

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