Capítulo 33. Hoy y siempre.
«Hoy y siempre»
Caelum
Apenas había logrado concentrarme durante todo el día. La mitad de la audiencia había estado soñando despierto, pensando en Estrella. Los recuerdos del día anterior parecían un sueño y una pesadilla, simultáneamente. No entendía cómo me permití a mí mismo descontrolarme de esa manera, cómo ella me lo permitió, pero tampoco estaba arrepentido de nada.
Aún percibía su sabor en mi lengua y su esencia en mi nariz. Aún la veía, sudada y ruborizada sobre su trono. Por mí. Por mi boca. Aún sentía el terciopelo suave y arrugado como un anillo en su estómago. Aún recordaba el roce de sus pantorrillas sobre mis hombros, las filosas uñas en mi cuero cabelludo, mis dedos envueltos en su calor...
—Hoy has estado muy callado, Caelum —observó Bell.
Miré a los ocho arcángeles que se encontraban sentados en la mesa redonda del salón de guerra, el que utilizábamos para tener reuniones más privadas. Éramos solo nueve porque los dioses seguían analizando a quién elegir para sustituir a Dimitri... o si valía la pena elegir a alguien más.
Después de todo, un nuevo miembro del Concejo solo sería un nuevo objetivo para el asesino, quienquiera que fuese.
—Es de sabios no mencionar nada cuando no se tiene algo inteligente para aportar —respondí fríamente.
Eran estos ocho arcángeles frente a mí los culpables de que Estrella hubiera entrado en pánico anoche, de que se castigara a sí misma por el terror de poner a nuestros hijos en peligro solo por querernos, desearnos... amarnos. Tal vez yo debería ahorrarnos problemas y matar a los ocho restantes, aunque eso implicara mi propia muerte.
Los rostros de Evan y Cielo enfriaron mis impulsos asesinos, también seguía teniendo muy presentes sus ojos anhelantes dirigidos hacia mí antes de pedir su deseo de cumpleaños. El corazón se me hizo puño, pero ninguna de aquellas emociones estaban reflejadas en mi rostro; ni el deseo o la furia, mucho menos la tristeza.
El Concejo solo miraba a un arcángel frío y aburrido sentado en su mesa. Sin embargo, tras mi respuesta filosa y astuta, tampoco se atrevieron a cuestionarme más. También solían ser inteligentes.
Me guardé mi propio suspiro y presté más atención a la reunión solo porque no quería despertar sospechas de que algo sucedía conmigo. Después de todo, ¿qué problemas podría tener un ángel con arresto domiciliario?
Sobre la mesa había un mapa tridimensional que representaba las misiones activas en la Tierra y a los miles de ángeles que se encontraban en ella, siguiendo las indicaciones de los dioses al pie de la letra. Cuando éramos ascendidos a arcángeles, dejábamos de salir a misiones para encargarnos de su supervisión. Ése se convertía en nuestro máximo deber.
Aunque no todos los ángeles de alas blancas salían a misiones puesto que estaban divididos en dos categorías: los exploradores y los guardianes. Los primeros, eran quienes se entrenaban para bajar a la Tierra y proteger a los humanos. Los guardianes, como Malik, estaban destinados a quedarse en Paradwyse para proteger al reino y sus reyes: el Concejo al que solo podías acceder por elección de los dioses.
La reunión terminó una vez que verificamos que las misiones se encontraban en curso y estables, con mínimos problemas que ya habían sido solucionados por los exploradores. Habían mandado muchos reportes al respecto que debíamos verificar, por lo que nos dividimos los papeles y cada quien se marchó por su cuenta para poderlos revisar con calma.
Cassida y Malik ya me esperaban cuando llegué a mi montaña para realizar el traslado. Dejé los papeles sobre la mesa, decidiendo que los revisaría más tarde. Necesitaba estar en Féryco ya, averiguar qué había sucedido con Estrella, así que ignoré los usuales coqueteos de Cass y la apuré a realizar el hechizo.
Me miró con una cara de pocos amigos, pero no le di ninguna explicación. Todavía no. De todas formas, la diosa no era estúpida. Ella sabía perfectamente quién era la verdadera dueña de mi corazón.
Encontré a mis hijos sentados en la mesa de la cocina, devorando su comida con entusiasmo. Tuve que reprimir una carcajada cuando me saludaron con la boca llena y sus palabras fueron casi inentendibles. Sin embargo, no fue Estrella quien llamó la atención de los mellizos, sino su abuela.
—¿Dónde dejaron sus modales, niños? —Ada alzó una de sus cejas pelirrojas—. Es de mala educación hablar con la boca llena.
Ellos tragaron su bocado y sonrieron, aleteando sus pestañas para parecer inocentes. Ezra apretó los labios para no sonreír y demostrar que había caído redondo en sus encantos.
Intenté ocultar mi decepción cuando descubrí que la esencia de Estrella no se encontraba en Féryco, tampoco pude encontrar su rastro. La inquietud debió reflejarse en mi rostro, porque Ada me miró de reojo y dijo:
—No está aquí.
Fue una advertencia tranquila, aun así no se veía tan contenta con mi presencia. No supe si interpretarlo como una mala señal, ¿qué habría sucedido después de que me marché?
—¿Dónde está? —no pude evitar preguntar.
Ada tensó los labios, pero Ezra colocó una mano en su hombro y apretó suavemente, como si fuera una fórmula mágica para tranquilizarla. Ella no dijo nada después de eso, en cambio, Ezra me observó con algo parecido a la comprensión.
—Dale tiempo —fue lo único que dijo.
Era, probablemente, un consejo amable. Asentí para aceptarlo, tampoco me interesaba poner a prueba a su esposa, no después de la pelea que ocasioné anoche.
—¿Cómo están, niños? —los saludé, percatándome de que ambos tenían el cabello húmedo. Sus abuelos también, de hecho.
—Bien —respondió Evan con una sonrisa brillante.
—¿Estuvieron nadando? —Cielo asintió—. ¿Con las sirenas?
—No, en la cascada de Sunforest.
—Suena divertido —les sonreí, sentándome a su lado—. ¿Qué quieren hacer hoy?
—¿Vamos a entrenar? —investigó Evan.
—Sin mamá, no.
—¿Vamos a volar? —propuso Cielo.
—No con esta lluvia. —Podía escucharla fácilmente a través de las paredes del palacio—, pero podemos seguir practicando con las guitarras ¿qué dicen?
A ellos les encantó la idea. Por el rabillo del ojo, alcancé a ver que Ezra le hizo una seña a Ada para marcharse. Me relajé de inmediato al comprender que nos dejarían solos.
Ambos se pusieron de pie.
—Nosotros los acostaremos —indicó Ada, con una pizca de desafío.
—Está bien.
Últimamente Estrella me dejaba ser parte de ese momento, pero no tenía caso discutir con su madre.
—Avísanos cuando tengas que marcharte —agregó Ezra, al mismo tiempo que sutilmente empujaba a su esposa hacia la salida.
—Lo haré.
Ni Ada ni Ezra se dieron cuenta de que en realidad no me marché tras dejarles a los niños. Había perfeccionado mi escudo invisible después de que Estrella me descubrió en el solsticio de verano, ahora era más sólido para también poder ocultar mi aroma.
De todas formas era inteligente mantener mi distancia, sobre todo porque nunca había que ser lo suficiente estúpido como para subestimar a Ada, la reina del fuego.
Me quedé junto a la puerta, recargado en la pared y con los brazos cruzados, viendo con una sonrisa como los niños les relataban a su abuelos lo bien que se la habían pasado conmigo mientras ellos les ponían la pijama.
Me encantaba enseñarles cosas nuevas a Evan y Cielo, ser parte de su crecimiento. Ninguno de los dos dejaban de sorprenderme. Eran muy astutos y estaban llenos de vitalidad, ya fuera que se tratara de juegos, entrenamientos o lecciones nuevas. Me llenaban de amor con cada una de sus sonrisas. Con cada una de sus miradas.
También me gustó descubrir lo dulce que Ada era con ellos ahora que no tenía que preocuparse por lanzarme miradas asesinas. La madre de Estrella era completamente otra sin mi presencia, se comportaba tierna, dócil y amorosa al bajar la guardia. Se notaba que, a pesar de ser en parte míos, los amaba incondicionalmente.
No me molestaba que yo no fuera de su agrado. Al contrario, la entendía a la perfección. A lo largo de los años fui testigo de su sufrimiento, desde la separación de su familia, las guerras que tuvo que enfrentar desde muy joven, el asesinato de su hermano, el secuestro de su esposo y el envenenamiento de su hija, por mencionar solo algunas. Muchas de esas situaciones habían resultado ser nuestra culpa.
Era normal que después de tanto, ahora defendiera a su familia con uñas y dientes. Yo no esperaba menos de ella, incluso si se trataba de mí.
Y si yo le hacía daño a su hija de nuevo, ella me quemaría vivo. No tenía ninguna duda al respecto.
Tanto fuego necesitaba un ancla para mantenerse estable y ese era Ezra para ella, sólido como una roca que permanecería hasta en el incendio más voraz. Dos almas gemelas que se habían encontrado en un camino de espinas y habían sobrevivido, juntos. La fuerza del uno era la fuerza del otro.
Hace mil años yo pensé que había encontrado justo eso: un alma gemela. Solo para perderla y tener que dejarla por el resto de la eternidad. A ella y a Nikolay, mi hijo, el niño de mis ojos.
Y ahora... la historia parecía repetirse con una ironía desconcertante.
—¿Nos lees un cuento? —solicitó Cielo, señalando el libro con la cubierta de estrellas que estaba en su buró.
Ada lo tomó con evidente curiosidad.
—¿Este es el que su papá les regaló?
Un extraño cosquilleo me recorrió al escucharla llamarme papá, nunca lo había oído viniendo de ella.
—Sí —confirmó Evan—. Es sobre mamá.
Ada soltó un jadeo al abrirlo.
—Ezra... —susurró.
Su esposo se acercó para mirar por encima de su hombro, sus ojos se abrieron un poco más de la cuenta conforme ella pasó las hojas. Prácticamente toda la infancia de Estrella estaba ilustrada en ese libro, pero me pregunté qué sentirían al verla desde mi perspectiva. ¿Sería extraño para ellos percatarse de que estuve con su hija prácticamente toda su vida? ¿De que la conocía tan bien como a mis propias alas?
Sucedió de un momento a otro. Ezra y Ada alzaron sus cabezas como resortes al sentir la ola de magia recorrer las praderas, descrucé mis brazos y me puse repentinamente ansioso al comprender de quién se trataba.
—Estrella —murmuró Ada, poniéndose de pie.
Ezra la tomó del codo al adivinar sus intenciones y negó discretamente con la cabeza. Si hubo una conversación silenciosa, podría apostar a que él estaba sugiriendo que le dieran espacio.
—Evan y Cielo están esperando su cuento —añadió en voz alta. Ada estuvo de acuerdo.
Era esa mi oportunidad.
Atrapé su esencia en el aire y dejé que mi aparición me llevara hasta ella. Resultó ser el exterior, justo al pie del palacio. Esa vez mi escudo tuvo éxito, puesto que ni me vio ni me percibió.
Me quedé sin aliento al verla en ese vestido de una gasa tan ligera que al estar empapado se transparentaba ligeramente, dejando entrever su piel. Incluso con el cabello rojo pegado descuidadamente en las mejillas se veía hermosa.
No recuperé al aire enseguida porque me percaté de lo que había hecho, de la lluvia congelada a nuestro alrededor. Ese poder inmenso que tenía sobre el agua no dejaba de sorprenderme.
Estrella también parecía curiosa al respecto, observando las gotas frente a ella hasta que hizo explotar una y la brisa le bañó el rostro como si se tratara de polvo de hadas líquido. La sonrisa que esbozó me debilitó las rodillas. Tan, tan hermosa. No existía otra palabra para describir mi vista en este momento.
Di un paso al frente para salir de mi escudo invisible. Aun así, ella no me percibió. Continuó con los ojos cerrados y el amago de su sonrisa.
—Estrella —pronuncié su nombre con una súplica que me fue imposible contener.
Abrió los ojos de golpe.
—Caelum. —Parpadeó seguido, verificando que yo fuera real y no parte de su imaginación—. Es tarde, pensé que ya no estarías aquí.
—Te estaba esperando —admití—. No quería irme sin verte.
Ella jugueteó con las puntas húmedas de su largo cabello, su nerviosismo me confirmó que había intentado evitarme a toda costa.
—¿Por qué? —titubeó.
—Porque quería saber si estás bien.
La manera en la que mordió su labio inferior no fue provocativa, pero despertaron en mí las ganas de morderlo también. Di un paso cauteloso en su dirección, solo para saber si me dejaría acercarme. Ella no retrocedió.
—¿Qué haces bajo la lluvia?
Miró a su alrededor, reprimiendo un suspiro.
—Yo la provoqué, es mi responsabilidad detenerla.
Ladeé mi cabeza, analizando esa nueva información.
—No sabía que podías hacer llover.
—Yo tampoco. —Se encogió de hombros, tratando de parecer indiferente—. ¿Dónde están Evan y Cielo?
—En su cuarto, con tus padres.
Asintió para sí misma.
—¿Qué quieres saber?
—Solo si estás bien después de lo de ayer, no pude dejar de pensar en eso durante todo el día.
Estrella estalló unas cuantas gotas más con su índice mientras pensaba su respuesta.
—No voy a casarme.
Me congelé. No era la respuesta que esperaba.
—¿Por qué no?
—Tú sabes por qué.
Otro paso hacia ella logró que varías gotas se reventaran y mojaran mi piel.
—¿Por mí? —me atreví a preguntar.
Esperaba no ganarme otra bofetada por ello, pero en lugar de molestarse la comisura de su boca subió en media sonrisa.
—Extrañaba tus ratos de arrogancia.
—¿Acabas de admitir que me extrañas? —reformulé, medio jugando y medio en serio.
Ella tronó su lengua, siguiéndome el juego.
—No creo que más de lo que me extrañas tú a mí —me retó.
—Te lo demostré anoche, ¿no?
A pesar de la lluvia fresca flotando a nuestro alrededor, ella se ruborizó.
—En realidad fue Elias quien canceló la boda, en cuanto terminó conmigo —dijo, en un claro intento de cambiar el tema.
—¿Por mi culpa? —esa vez lo pregunté con seriedad.
—No fue culpa de nadie —aclaró suavemente—. Solo teníamos sueños distintos y lo que sucedió ayer me quitó la venda de los ojos.
—¿Eso qué significa?
Me estremecí cuando dio un paso hacía mí y quedamos a una distancia reducida, era tan bajita que tuvo que echar su cabeza hacia atrás para continuar mirándome. Colocó una de sus manos sobre mi pecho, justo donde mi corazón inmortal latía desenfrenado. Tenía los dedos fríos.
—Lo lamento.
Dos palabras que no vi venir.
—Pensé que era yo quien se tenía que disculpar.
—Me di cuenta de que también he roto mis promesas. Y me estoy disculpando por eso.
—¿Qué promesas? —pregunté confundido.
Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro, algo tímida pero no por eso menos bonita.
—Te prometí que te elegiría, hoy y siempre.
Respiré temblorosamente, comprendiendo a qué se refería.
—Los votos de nuestra boda.
Asintió con ligereza.
—Estuve recordándolos —comentó—. Estuve... pensando en ti. No en lo que sucedió ayer, sino antes. Cuando te prometí que te elegiría estaba muy segura de que tú y yo podríamos ir en contra de cualquiera que se pusiera en contra de nosotros.
»Y entonces Forcas te capturó y nos vimos obligados a enfrentar al Concejo. Y yo, Cael, nunca había estado tan aterrada en toda mi vida como cuando creí que perderías tus alas por mi culpa. Y me dije a mí misma que haría y daría cualquier cosa con tal de que tú estuvieras a salvo. Fue cuando la realidad cayó sobre mí: ni siquiera tú y yo, juntos, podríamos contra ellos...
»No cuando te arrancaron tan fácilmente de mis manos.
—No llores, Estrella —supliqué al ver como las lágrimas plateadas rodaban por su rostro—. No soporto verte llorar.
Ella trató de limpiar sus mejillas de por sí húmedas, sin mucho éxito. Mi corazón estaba hecho un puño.
—Y cuando me enteré de que estaba embarazada —siguió—, todo este miedo y dolor se multiplicó. Yo estaba sola, con dos bebés en camino que serían mitad ángeles y mi esposo, el compañero a quien elegí para pasar el resto de mi vida, tenía prohibido estar conmigo. Cada día me mataba lentamente el no saber si volvería a verte.
»Y una parte de mí te esperó, te juro que lo hice. Una parte obstinada e ilusa esperó que hubiera una manera de que a pesar de todo encontráramos la manera de estar juntos, pero... me rendí, Caelum. Me rendí y elegí a alguien más. Rompí mi promesa hacia ti incluso cuando volviste por mí. Y lo siento, pero no tienes idea del terror que me dio elegirte de nuevo porque si vuelvo a perderte... esta vez no sobreviviré, Cael.
Sentí como algo en mi interior se rompió, fue un crujido silencioso pero el dolor se sintió tan real que me costó respirar. Acuné sus mejillas y alcé su rostro con mucho cuidado, con mucho cariño. Ella no escondió su mirada bañada en plata.
—Tú sobrevivirás a mí —decreté.
—El problema es que ya no quiero sobrevivir sin ti —admitió, con la voz quebrada—. Yo te elijo, Cael, hoy y siempre.
La sonrisa que se dibujó en mi rostro también fue temblorosa. Ella me regaló una similar, pero no por ello menos sincera.
—Yo te elijo, Ella —susurré en respuesta—. Hoy y siempre.
—Lo sé, cielo —sollozó con alegría—. Créeme que lo sé.
—Ya no llores, cariño mío —volví a pedir, esa vez secando sus mejillas con mis pulgares.
—Se me ocurre algo que puedes hacer para ayudarme con eso —propuso, inclinando su cabeza hacia atrás para alzar más su boca.
—Con gusto —accedí, agachándome para alcanzar su labios.
Esos labios que el día de ayer no había probado con tanta calma como se merecían.
Estrella sabía a sal. Olía a lluvia fresca y lavanda. Su cuerpo contra el mío se sentía suave como las plumas de mis alas. Su boca era sedosa como el terciopelo. Y su esencia quemaba como una furiosa lluvia de estrellas.
La atraje hacia mí al reconocer todo esto que tanto había extrañado, para darle vueltas y vueltas mientras nos besábamos. Sentía la adrenalina quemarme la sangre.
No supe si fue intencional o un accidente, pero en cuanto nuestras bocas hicieron contacto la lluvia congelada estalló a nuestro alrededor, en miles de partículas que se deshicieron en el aire y nos bañaron mientras girábamos.
Me detuve un minuto para mirar a nuestro alrededor con asombro, que manera tan inteligente y mágica de librarse de una tormenta.
—Nunca dejas de sorprenderme, pequeña hada poderosa —deduje, volviendo a ella y cogiendo sus muslos para subirla a mi altura. La posición resultó tan familiar para ambos que se abrazó a mi cuello y me envolvió la cintura con las piernas, casi por inercia.
Su vestido mojado no dejaba nada a la imaginación, ni un rincón de su cuerpo.
—Quiero que me beses de nuevo.
—Casi me había olvidado lo mandona que eres —me burlé, pero no era en serio.
De hecho estaba muy orgulloso porque las lágrimas realmente se habían detenido y con gusto volvería a besarla con tal de mantenerla así.
—Exclamó el ángel dominante —devolvió, arrancándome una carcajada.
—A veces no puedo evitarlo —confesé, acariciando su mejilla para atraerla a mi boca de nuevo.
Nos dimos un beso lento y profundo, su lengua no tardó mucho en tomar la iniciativa y deslizarse hasta alcanzar la punta de la mía. Hubo un toque tentativo y después viajó más profundo, embriagándome con su aliento. Mi otro brazo, envuelto en su cintura, la apretó con fuerza conforme más me invadía. Hasta que me mordió de improviso, con ganas.
—Ups —susurró traviesamente cuando me separé para acusarla con la mirada.
—Así que quieres jugar sucio —la tenté.
—Contigo, sucio es mi manera favorita —jugueteó, aleteando sus pestañas deliberadamente.
La reacción de mi cuerpo fue instantánea, esa hada me tenía terriblemente embrujado. Espié el cielo, ahora despejado, y las estrellas brillando sobre nuestras cabezas. Ella se dio cuenta de la dirección de mis pensamientos.
—Tienes que irte.
No fue una pregunta. Mordí la punta de su nariz, muy delicadamente para causar más placer que dolor y deshacerme de ese repentino semblante lleno de tristeza.
—No te desharás de mí tan fácilmente —la provoqué—. No hoy, Ella. Te he extrañado con el alma y quiero que vuelvas a ser mía, en todos los sentidos.
Ella se removió en mis brazos, con la respiración ligeramente más acelerada.
—Quiero ser tuya —aceptó junto con una exhalación.
Y esas eran las únicas tres palabras que yo necesitaba escuchar para echar vuelo con ella en mis brazos.
Pregunta seria, ¿se imaginan el delicioso narrado desde el punto de vista de Caelum? 😈
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