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Capítulo 31. Tormenta de lágrimas.



«Tormenta de lágrimas»

Estrella

Fue como un destello de luz que se expandió por mi cuerpo y me dejó ciega, llenándome milímetro a milímetro de placer, de una manera tan abrumadora que la ola se convirtió en un maremoto que fue imposible de controlar.

Literalmente.

Caelum maldijo en voz alta.

Mis piernas se aflojaron y lo empujé para que se detuviera, porque no iba a soportar ni un segundo más su toque en esa parte que ahora se encontraba tan sensible. Mi espalda se arqueó al recibir varios espasmos que me hicieron colapsar de lleno... y después me encogí en un capullo, intentando recuperar la respiración.

Inhalé y exhalé al ritmo de mi corazón desenfrenado, la única señal de que seguía dentro de mi pecho y no se me salió junto a ese estadillo. No me quejé cuando Caelum me tomó en brazos para acomodarme en su regazo, principalmente porque no recordaba cómo hablar. Apartó la corona de mi cabello enredado y sus manos acariciaron mi nuca sudorosa, esa vez con ternura y cariño, invitándome a relajarme de nuevo. Pasaron varios minutos antes de que mis uñas y colmillos volvieran a su estado natural, solo entonces abrí los ojos de nuevo.

Caelum me miraba con orgullo y desfachatez, así que le di un ligero golpe en su pecho para que no se le subieran los humos a la cabeza.

—No fue para tanto —resoplé, mintiendo descaradamente.

—Ella, empapaste tu trono... y parte del piso. Y mi boca —señaló—. ¿Tengo que explicarte cómo?

Parpadeé por la sorpresa cuando me di cuenta que era cierto. Dioses santísimos, yo jamás había logrado acabar de esa manera... ni siquiera con el Caelum del pasado.

—¿Otra primera vez conmigo? —adivinó al notar mi asombro.

—Deberíamos volver a la fiesta —intenté evadirlo y me congelé cuando comprendí mis propias palabras.

¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Nos estarían buscando? ¿Cómo iba a volver tranquilamente a la fiesta de mis hijos después de lo que hice? ¿Cómo iba a mirar a Elias a la cara? Y lo peor de todo, ¿qué haría el Concejo con nosotros si llegaba a enterarse de este desliz? ¿Qué harían con Evan y Cielo?

Caelum aflojó su abrazo cuando se dio cuenta de todas las cosas que comenzaron a pasar por mi mente.

—Estrella...

—¿Qué hemos hecho? —pregunté en voz alta, apartándome de él.

Solo en ese momento me di cuenta de que seguía prácticamente desnuda. Coloqué mis tirantes en su lugar y acomodé el vestido para que volviera a cubrirme, las piernas me temblaron cuando me puse de pie. ¿Qué diablos habíamos hecho?

—Estrella —repitió, tomando mi rostro a la fuerza para recuperar mi atención—. Tienes miedo, lo entiendo...

—No —lo corté—. Es evidente que no lo entiendes o no hubieras provocado todo esto.

El rostro del ángel se ensombreció.

—No lo provoqué solo yo —reclamó.

—¡Tú empezaste!

—¡Porque no eres feliz! ¿Cuándo vas a aceptarlo de una maldita vez? ¡No eres ni la mitad de feliz de lo que llegaste a ser conmigo! Por eso no quieres casarte y por eso me dejaste meterme entre tus piernas como si fueras mi banquete y de nadie más...

Lo callé con una bofetada y no supe de dónde saqué la fuerza necesaria para voltearle al rostro... o si le dolió más a él que a mí. Acuné mi muñeca ante la punzada de dolor que me atravesó, pero le mostré los dientes para no dejarme ver tan debilucha. Su cara volvió a mí muy lentamente, llena de líneas tensas y furiosas.

—¡Esto va más allá de mi felicidad o de mi relación con Elias! —reclamé—. Tú y yo tenemos prohibido estar juntos, Caelum. El maldito Concejo de Paradwyse así lo ha decretado y si somos lo suficiente estúpidos como para retarlos... Si llamamos su atención con esto y ellos descubren a nuestros hijos...

El enfado titubeó en los ojos de Caelum, pero ni siquiera eso me hizo morderme la lengua.

—Si ponemos a Evan y Cielo en peligro nunca nos lo perdonaré —finalicé.

—¿Entonces qué? —cuestionó abatido—. ¿Vas a casarte con él?

Respiré hondo e intenté disimular el desastre de mi cabello peinándolo con mis manos.

—Solo si él quiere casarse conmigo después de esto —ironicé.

—¿Vas a decírselo?

—Lo he traicionado —mascullé, sintiéndome horrible conmigo misma—. Por supuesto que voy a decírselo, pero lo haré sola. Ahora volveremos a la fiesta y fingiremos que nada ha sucedido aquí, te despedirás de todos tranquilamente para que nadie sospeche nada y más tarde yo hablaré con Elias, ¿entendido?

Caelum ladeó su cabeza en un frío gesto de asentimiento.

—Como ordenes, majestad. —Señaló con la barbilla el trono—. ¿Quieres que me encargue de esto o lo prefieres así para el recuerdo?

Puse mis ojos en blanco.

—Déjalo reluciente —ordené, tomando mi corona para devolverla a su lugar con magia. Sin que yo le dijera nada, él desapareció sus alas de oro después de limpiar mi trono con un chasquido. Me di un último vistazo para comprobar que todo estuviera en su lugar antes de volver al oasis.

Todavía había risas y música en los jardines del palacio. Al parecer, mamá estaba en medio de una anécdota graciosa cuando volvimos, porque Jared, Flora, Aiden y Enid se desternillaban de risa en sus lugares. Papá y Loan también reían, aunque de una manera más tranquila. El abuelo Joham agitaba su cabeza con diversión y la abuela Amira se cubría la boca para ocultar su sonrisa. Elof, Ayla, Noah, Alen, Nathan y Elias también eran parte del círculo, el último me miró enseguida en cuanto se percató de mi presencia, pero no dijo nada. Me pregunté si la culpabilidad estaría cincelada en mi rostro.

Al verme, mamá interrumpió la mímica de lo que fuera que estaba contando para invitarnos al círculo.

—Hoy fue uno de esos días en los que no se quieren dormir, ¿eh?

Fue un comentario al aire y sin absoluta maldad para intentar justificar nuestra tardanza, así que mantuve mi rostro inexpresivo.

—Caelum les regaló un libro de cuentos maravilloso —respondí. Eso no era mentira, aunque tampoco toda la verdad—. Lo hubiéramos leído todo esta noche de haber podido, ¿qué hacen?

—Oh, solo pasando un rato en familia para finalizar el día. ¿Quieres unirte?

Miré a Elias de nuevo, ahora esa propuesta me parecía un momento muy lejano pero él todavía debía encontrarse alterado por eso. Y en vista de los recientes acontecimientos lo mejor era que no alargáramos más el asunto y nos sentáramos a hablar de una buena vez. Aunque... necesitaba una última copa de vino antes de hacerlo, para infundirme valor.

—Estoy cansada. —Bueno, eso tampoco era mentira. Mi cuerpo estaba tan liberado y satisfecho que lo único que me pedía era una siesta para reponerse de aquel asalto inolvidable. Ni idea de cómo seguía en pie.

—¿Qué hay de ti, Caelum? —ofreció Alen inocentemente—. ¿Quieres quedarte? ¿Tal vez tocar otra canción?

Mamá y papá miraron al ángel con curiosidad, pero él agitó su cabeza negativamente. Justo como yo esperaba que hiciera.

—Solo vine por mi guitarra y a despedirme, debo volver a Paradwyse.

—Tal vez otro día —agregó la abuela Amira como si lo lamentara.

Caelum fingió una sonrisa por cortesía.

—Tal vez...

Pasé de largo a mi familia para servirme una última copa, Elias aprovechó para ponerse de pie tranquilamente —tal vez demasiado— y seguirme en silencio. El vino que me serví podría considerarse inapropiado, pero el largo trago que bajó por mi garganta me calentó la sangre, regalándome un poco de la seguridad que necesitaba. Elias acarició mi espalda.

—¿Estás bien? —no me atreví a mirarlo los ojos y fingí que hundía mi atención en el vino rosado que estaba en mi mano.

—¿Podemos hablar? —inquirí.

Asintió.

—No esperaba menos. Yo... —inhaló una vez, acercándose un paso más a mí para hablar en voz baja—. Lo lamento, si sirve de algo.

—Yo también —susurré, sintiendo un doloroso nudo en la garganta.

Esto no debería ser así, él y yo no deberíamos lastimarnos de esta manera. Su mano subió y bajó por mi espalda, en una caricia que pudo ser conciliadora y que me animó a alzar el rostro.

Nos contemplamos en silencio, midiendo lo rotos que cada uno estaba por sus propios demonios y, a pesar de todo, sus ojos hacia mí seguían siendo dulces. Reprimí las lágrimas y acaricié su mejilla con una mano.

—Hay algo que tengo que decirte —confesé con voz temblorosa— pero no aquí.

Su mano se congeló y durante un segundo pensé que era por el miedo que percibió en mis palabras, pero salté cuando la palma se deslizó más abajo, abarcando parte de mi trasero.

—Elias —lo regañé, él no solía comportarse tan descarado frente a mi familia y eso me desconcertó, pero entonces vi sus ojos...

Y, dioses, esos ojos no estaban ni cerca de la lujuria. Logró atemorizarme con una sola mirada.

—¿No vestías ropa interior esta mañana?

Abrí la boca y los ojos al mismo tiempo, pero me quedé muda. Santísima mierda de los ángeles, ¿cómo diantres me había olvidado de ese pequeño detalle? Mi reacción fue todo lo que necesitó para que su semblante terminara de hundirse en una ira devastadora.

—¿En serio, Estrella? —alzó la voz, agarrándome de los codos con una fuerza que él nunca había utilizado conmigo—. ¿Es eso lo que tienes qué decirme? ¡Explícate en este momento!

—Elias —supliqué.

—¿Qué hiciste? —rugió, sacudiéndome en sus brazos.

El aturdimiento no me dejaba razonar qué debía hacer a continuación, pero el estómago se me fue a los pies al descubrir que Caelum aún no se marchaba del oasis. Y cuando vi al arcángel aparecer detrás de Elias con una expresión mortífera, milenaria y peligrosa lo único que pude hacer fue ponerme a temblar.

—No... —murmuré con un hilo de voz.

—Suéltala.

Esa no era la voz dulce con la que solía dirigirse a Evan y Cielo. O la tímida que de vez en cuando utilizaba ante mi familia. Era el sonido de un guerrero poderoso e intimidante, alguien que te rompería todos los huesos si lo hacías enojar un ápice.

Elias se tensó al escucharlo, pero casi enseguida mostró los dientes y se giró hecho un energúmeno hacia el ángel, el cual le sacaba tantos centímetros como a mí. Ninguno de los dos se acobardó cuando quedaron frente a frente.

—Si vuelvo a ver que le pones un dedo encima, voy a arrancarte las manos —amenazó Caelum.

Una risa fría por parte de Elias me hizo comprender el silencio que reinaba en el oasis. Las risas y anécdotas se habían apagado y ahora todos estaban de pie, muy atentos a esa nueva situación. Todos los ojos clavados en los rivales que se fulminaban entre ellos con miradas asesinas.

—Yo podría decirte a ti lo mismo —escupió mi novio con rabia—. ¿No sabes respetar lo ajeno?

La respiración de Caelum ni siquiera se alteró ante la acusación.

—Ella es más mía que tuya —decretó con una sonrisa altanera—. Y siempre lo será.

—¡Caelum! —grité, pero demasiado tarde.

El comentario había dado justo en la llaga y Elias se abalanzó sobre él, a puñetazos envueltos en sus garras de lobo. El arcángel los esquivó todos con una velocidad impresionante y respondió con un gancho que acertó en la mandíbula de mi novio y lo derrumbó sobre el césped.

—¡Elias!

Tapé mi boca con ambas manos al ver que él escupía sangre, pero aquello no hizo que se rindiera y volvió a ponerse de pie. Caelum no retrocedió.

—No quiero lastimarte, niño —advirtió—. Más.

Elias rugió, era el sonido de un lobo herido pero furioso.

—Eso debiste pensarlo antes de meterte con mi prometida, ¿qué parte de vamos a casarnos no te quedó clara?

El ángel sonrió con maldad.

—¿Y a ti no te quedó claro que hoy ella no te dio un sí?

Alen y Noah lo alcanzaron justo cuando Elias se lanzaba de nuevo sobre él, lo sujetaron de los brazos con fuerza y lo arrastraron hacia atrás, lejos de la pelea. Papá y Loan también intervinieron para mantener a Caelum en su lugar, a pesar de que él se quedó inquietantemente ínmovil.

—¿Qué está pasando aquí? —exigió mamá con palabras duras.

—¿Por qué no se lo preguntas a tu hija? —protestó Elias, sumido en rabia.

Las cejas de mamá se arquearon con sorpresa, no supe si por la insinuación o por la manera en la que le habló, pero lo observó detenidamente. Después a Caelum. Por último a mí. La comprensión brilló en sus ojos azules al percatarse de la culpabilidad reflejada en mi cara, una clara reprimenda se reflejó en la suya.

—No voy a tolerar esto en mi hogar —advirtió a los tres—. Lo que sea que haya sucedido lo resuelven como adultos y no a los golpes como bestias.

Elias se sacudió para que mis hermanos lo soltaran y noté que ellos lo hicieron con cautela, como si estuvieran esperando que en cualquier momento se abalanzara de nuevo sobre el arcángel. Mi familia no temía por Caelum, eso me quedaba claro, más bien estaban interviniendo para que Elias no se lastimara a sí mismo intentando ponerse a la altura del ángel guerrero.

Pero era el corazón roto de mi novio el que más pesaba y yo no tenía idea de cómo repararlo o qué decir para solucionarlo.

Elias se giró hacia mí, sin piedad.

—¿Me traicionaste o no? —exigió.

—Sí —confesé sin acobardarme, porque no había manera de que ahora esta conversación fuera privada o pasara desapercibida.

Todo se acababa de ir a la mierda, los ojos vidriosos de Elias y el silencio sepulcral de mi familia lo confirmaron.

—No fue su culpa —intervino Caelum en voz baja pero clara—. Yo inicié todo.

—Y si ella no se negó, es tan culpable como tú —bufó Elias.

Tenía razón.

—Lo lamento —me disculpé—. Sé que no es suficiente, pero lo lamento.

Él arrugó la frente y me miró con un enojo que nunca antes había visto en esos ojos dulces. Temblé, ¿fui yo quien lo convirtió en esto?

—La solución está en tus manos, Estrella —dijo, muy despacio—. Está claro que tienes que elegir a uno de los dos.

Mis ojos se ampliaron.

—Yo... yo no... —titubeé.

Miré al uno y al otro, estupefacta. Caelum agachó la mirada al darse cuenta de mi dilema.

—Ella es tuya —manifestó, aunque lo hizo entredientes—. Me lo dejó claro hace algunos minutos y eso era lo que quería hablar contigo. Estrella y yo tenemos prohibido estar juntos, así que ella es tuya. Esto fue un error. Yo... no volveré a entrometerme. Tampoco intervendré en su boda.

Incluso cuando yo soy su esposo, fueron las palabras que no dijo pero que flotaron entre nosotros.

Elias lo miró como si no le creyera, pero yo... a mí me sorprendió el dolor que sentí al escucharlo. Estaba muy consciente de que Caelum solo repetía mi discurso anterior, de que lo hacía por mí y por nuestros hijos, pero no por eso dolió menos.

¿Caelum o Elias? ¿Elias o Caelum? ¿Era una tonta por amarlos a ambos?

—Yo no soy de nadie —anuncié casi sin pensarlo, pero al decirlo en voz alta caí en cuenta de lo cierto que era. Decidí concentrarme en Elias al enfatizar mis siguientes palabras—: Y si van a ponerme a elegir ambos saldrán perdiendo, porque siempre elegiré a Evan y Cielo por encima de cualquier cosa. Por encima de ustedes. Y de mí.

Por un momento, nadie se atrevió a decir nada. Las palabras se asentaron lentamente sobre todos, entendieron el sacrificio que yo estaba sugiriendo, el amor al que estaba renunciando. Elias se quedó pasmado, él no esperaba que existiera una tercera opción en la que ninguno de los dos estuviera contemplado dentro de mi vida. Dio un paso hacia mí y fue papá quien se movió para interceptarlo, siempre protegiéndome.

—Me parece que ha sido suficiente por hoy —su voz fue más una orden que cualquier otra cosa, esa que solía utilizar cuando gobernaba—. Es tarde. Caelum debe marcharse, tú necesitas aclarar tu mente y Estrella necesita descansar antes de tomar cualquier decisión. No lograrán nada si la siguen presionando.

Sumó una mirada de advertencia para Caelum que el ángel recibió sin queja alguna y tras una última ojeada en mi dirección, se marchó de Féryco sin decir nada más. Elias hizo lo propio un minuto después, también sin despedirse.

En silencio, el resto de mi familia siguió sus pasos, dándome la privacidad que necesitaba pero no me había atrevido a pedir. Solo papá, mamá, Noah y Alen se quedaron atrás, los cuatro con un semblante lleno de preocupación.

No los merecía, no cuando yo había causado toda esta discordia. No cuando el amor se me antojaba como un veneno que me quemaba y destruía todo a su paso.

Observé las palmas de mis manos, como si pudiera ver todo lo que se estaba desmoronando a través de ellas y que me era imposible seguir sosteniendo. No podía más. No quería más.

Cuando las apreté en dos puños, un relámpago cruzó el cielo y un trueno le siguió segundos después, retumbando a lo largo y ancho de Féryco. Mis piernas temblorosas por fin se vencieron y caí de rodillas sobre el césped, sollozando al mismo ritmo y volumen que el trueno viajando por el espacio.

Manos cálidas contrarrestaron el viento helado que azotó en el oasis sin previo aviso. Y cuando las gotas de lluvia comenzaron a bañar el exterior al mismo ritmo que las lágrimas salían de mis ojos... comprendí que era yo. Que mis elementos estaban desatados y que la tormenta dentro de mi corazón se estaba reflejando en nuestras praderas, sin piedad.

Sin control.

El aroma a pino cálido me ayudó a entender que era papá quien me había sostenido en sus brazos para consolarme. Él mismo nos transportó dentro del palacio, para resguardarnos de la sorpresiva tormenta. Mamá, Noah y Alen se hincaron sobre el mármol frío junto a nosotros, cada uno regalándome caricias suaves que me incitaban a calmarme, pero mi llanto era desgarrador, interminable y muy, muy doloroso.

Un beso con aroma a fresas estuvo acompañado de un cálido fuego dorado que no quemaba, una pequeña llama que se me metió por debajo de la piel y se anidó en mi corazón, luchando por calentarme de nuevo. Ayudándome a encontrar la luz dentro de mí.

—Llora, princesa —me alentó mamá—. Llora todo lo que quieras, nosotros estamos aquí para contenerte. Estamos aquí para controlar tu tormenta.

Sentí un profundo agradecimiento al escuchar aquellas palabras, porque yo ya no tenía fuerzas para reprimir nada más. Así que, esa noche, me permití llorar hasta el cansancio sin dejar de ser protegida por sus brazos.

Féryco lloró conmigo.


Y así es cómo oficialmente esto ha explotado 💣
¿Qué opinan de este cap?

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