
Capítulo 30. La ola perfecta.
«La ola perfecta»
El resto de la tarde pasó en un abrir y cerrar de ojos, dándole la bienvenida a un cielo oscuro repleto de estrellas. Atiborrada de pastel y vino, yo me encontraba prácticamente en las nubes, disfrutando de un ratito de paz porque los mellizos estaban muy entretenidos con Caelum aprendiendo a tocar sus nuevas guitarras. Hasta ahora los sonidos no tenían pies ni cabeza y eso me arrancaba varias sonrisas... y algunas muecas.
—Algo me dice que los siguientes días serán muy ruidosos —le dije a Elias, muy bajito para que los diablillos no me escucharan.
Él no lo negó.
—Tal vez también deberíamos escaparnos. —Reí en voz alta al escuchar la propuesta, aunque muy en el fondo sabía que yo jamás podría hacer algo parecido—. ¿Adivina qué? —agregó meloso.
—¿Qué?
—El cumpleaños de los mellizos está a punto de terminar. —Señaló la noche sobre nuestras cabezas.
—Lo sé —respondí con cuidado, imaginando la dirección de aquella conversación.
—¿Ahora sí estás lista para ponerle una fecha a nuestra boda?
Tomé un largo trago de vino.
—Algo me dice que ya tienes una en mente —presentí, mirándolo a los ojos.
—¿Qué te parece el siguiente fin de semana? —decidió ir al grano.
Ni siquiera me atreví a parpadear.
—¿Quieres que organicemos nuestra boda en siete días? —pregunté incrédula.
—Puede ser algo sencillo e íntimo.
Mi primera boda fue sencilla e íntima. Y perfecta. No pude evitar recordarla y entristecerme un poco.
—¿Podemos platicarlo más tarde?
Él acarició mi pierna descubierta por debajo de la mesa.
—Pensé que más tarde teníamos otros planes.
—Podemos hacer las dos cosas al mismo tiempo —le guiñé un ojo.
—No lo creo, nena. Este vestido está causando estragos en mí, lo último que quiero hacer contigo esta noche es hablar. Prueba, tal vez, con gritar.
—Entonces lo hablamos otro día —zanjé, un tanto más cortante.
Mi novio frunció el ceño con disgusto.
—¿Qué te detiene, Estrella?
—Elias...
—Dame una buena razón, porque estoy cansado de tus excusas.
Resoplé con frustración, no era posible que estuviéramos peleando de nuevo.
—Pues a mí tampoco me hace gracia la manera en la que me presionas, ¿qué más da si somos esposos mañana o dentro de un año?
—Exacto, ¿qué más da si nos casamos el siguiente fin de semana? —reformuló.
—Vaya, ¡qué romántico! —exclamé con ironía.
—¿Quieres que sea romántico? —me retó. Y no me gustó la manera en que lo hizo.
—Elias —advertí con suavidad cuando se puso de pie y me arrastró consigo, tomándome del codo.
Tensé los labios cuando agarró una copa de cristal y llamó la atención de todos al provocar un tintineo con un tenedor de plata. Incluso las guitarras de Evan y Cielo se quedaron en silencio.
Elias les sonrió ampliamente a todos al obtener su atención.
—Si me lo permiten, me gustaría aprovechar esta hermosa velada para hacerle una propuesta romántica a mi prometida frente a todos ustedes. —La sangre me rugió en los oídos, me hirvió en las venas. Él se limitó a tomar mis manos y arrodillarse frente a mí—. Te amo, Estrella. Amo a tus hijos. Y amo a tu familia. Mi único deseo es ser parte de ustedes, de ti. Y no puedo esperar un minuto más para convertirme en tu esposo, el único hombre en tu vida. —Besó mis manos temblorosas—. ¿Quisieras casarte conmigo el próximo fin de semana?
Hubo algunas exclamaciones en voz baja, pero no me atreví a apartar la vista de ese Elias arrodillado frente a mí. Las velas flotantes iluminaban su cabello rubio, haciéndolo ver muy guapo, pero yo buscaba algo más. Buscaba a mi mejor amigo entre esas facciones, la persona que yo amaba y que me había hecho sentir de nuevo; amar de nuevo, incluso estando rota.
Pero él no estaba. Y aunque había elegido sus palabras con sumo cuidado y no dudaba que fueran ciertas, esa no fue una propuesta romántica, él solo estaba marcando su territorio frente a Caelum. Y yo no era un objeto que se podía mear para que otros machos se mantuvieran apartados de mí, mucho menos frente a mi familia y mis hijos.
—Tengo que pensarlo —respondí después de lo que parecieron horas.
Silencio total. De reojo noté que Caelum me miró discretamente, pero yo sentí como si su mirada pesara una tonelada. No se la devolví.
Elias se puso de pie lentamente, muy lentamente. Había sombras y dolor en sus ojos, por un momento estuve a punto de acobardarme y acceder a su propuesta, pero me detuve. Lo hecho, hecho estaba.
Le di un corto beso en la boca para suavizar las cosas, para que la tensión disminuyera y la fiesta continuara. Lo último que quería era arruinar lo que quedaba del cumpleaños de los mellizos.
—¿Podemos hablarlo más tarde? —repetí.
Esa vez él asintió en silencio, aunque aún se notaba tenso. Noah se acercó a él con una copa en la mano.
—Me gustaría discutir contigo algunas cosas sobre la corte, ¿tienes un minuto? —se dirigió a él.
No hablábamos de trabajo durante las fiestas, pero entendí que mi hermano mayor solo buscaba distraer a Elias y ofrecerme a mí un momento para tranquilizarme. Le dediqué una sincera mirada de agradecimiento y me escabullí de ahí, porque sentía que me estaba ahogando con las expectativas silenciosas de mi novio y las miradas de todos sobre mí.
—Estrella... —susurró mamá cuando pasé junto a ellos, con algo parecido a la preocupación.
—No ahora —pedí. Y papá la detuvo para que no me siguiera.
Me acerqué a los únicos que me darían paz en ese momento, a esos ojitos azules y plateados que me miraban con confusión. Me senté de piernas cruzadas sobre el césped pensando a toda velocidad que decirles para justificar ese extraño momento, pero Caelum salió a mi rescate antes de que yo abriera la boca.
—¿Por qué no le enseñan a mamá lo que han aprendido? —sugirió.
No hubo palabra o mirada alguna que delatara su pensar acerca de lo que acababa de suceder, él simplemente parecía enfocado en los niños con su típico autocontrol de ángel.
El ruido desafinado de las guitarras se escuchó de nuevo, haciéndome sonreír de una manera más relajada y sincera. Se notaba que no habían aprendido absolutamente nada en el corto tiempo que llevaban practicando, pero al menos se veían tiernos y graciosos intentándolo. Y estaba segura de que Caelum estaba fascinado con eso, en vista de que yo les enseñé a tocar el piano era justo que él tuviera la oportunidad de instruirlos con las guitarras.
—¿No quieres enseñarme también a mí? —pregunté, mirando los instrumentos con anhelo.
Sonrió con una ternura que hace mucho no me dedicaba.
—¿En serio quieres? —parecía un poquito sorprendido por la petición.
—Sabes que siempre estoy dispuesta a aprender algo nuevo.
Caelum me guiñó uno de sus ojos coloridos.
—Será mi placer —accedió contento—. Te prometo que encontraré tiempo para hacerlo.
Tiempo, justo lo que él y yo teníamos contado. No supe cómo sentirme respecto a eso, pero no fue lindo.
Caelum no quiso marcharse antes de que el cumpleaños de nuestros pequeños terminara oficialmente y eso no sucedió sino hasta que toda el azúcar consumida en ese día por fin salió del sistema de los mellizos. Fui testigo de cómo lucharon contra su sueño porque ninguno quería que ese día acabara, pero la energía terminó por agotarse tarde que temprano y sus bostezos se hicieron presentes.
En el oasis ya solo quedaban la mayoría de los adultos terminándose lo que quedaba del vino. Eira, Aleph, Jamie y Dyane habían vuelto a Sunforest hace rato, llevándose a sus respectivos niños completamente exhaustos. Una hora antes Aura también se marchó con Alba y Ava, dejando a Noah atrás solo porque mi hermano seguía platicando con Elias. De vez en cuando los espiaba, intentando averiguar el humor de mi novio. Sabía que nos esperaba una larga charla en cuanto los niños se acostaran, solo por eso él no se había marchado.
—Puedo encargarme de llevarlos a la cama —comentó Caelum, siguiendo la dirección de mi mirada— si tienes algo más que resolver.
—No, te acompaño. Quiero darles las buenas noches, lo demás puede esperar.
Me puse de pie para cargar a Cielo y él lo hizo con Evan. Se despidieron con la mano de sus abuelos y tíos y ellos lo hicieron de vuelta, deseándoles los últimos buenos deseos.
—Ya vuelvo —avisé a mis padres, porque eran los más cercanos y también tenían un ojo bien puesto en mí. Suspiré para mí misma, esta sería una larga noche.
Entre Caelum y yo cambiamos a los mellizos y los arropamos en tiempo récord. A pesar del cansancio ambos sonreían tranquilamente, sobre todo porque era su padre quien les contaría el cuento de esa noche.
—Hoy fue un día emocionante, ¿se divirtieron?
—Mucho —afirmó Evan, acurrucándose en la cama junto a su hermana.
—¿Y les gustaron sus regalos? —terció Caelum
—Sí, gracias papá —murmuró nuestra hija, con una alegría imborrable.
El ángel sonrió con un misterio inusual en él.
—He dejado el mejor para el final —anunció.
Hice un conteo mental: las alas, espadas, caramelos, pinturas y guitarras. Era cierto, según la promesa que había hecho aún faltaba un misterioso regalo. Los mellizos ampliaron sus cansados ojos una pizca, atentos a esas palabras prometedoras. La curiosidad también me picó, así que me quité los zapatos y me senté en la cama junto a ellos.
Muy tranquilamente, Caelum apareció un libro rectangular forrado con cuero negro sobre su regazo. No tenía letras en su cubierta, solo estrellas salpicadas de plata que brillaban como las reales.
—¿Qué es? —preguntó Cielo reluciendo de curiosidad, probablemente yo estaba igual que ella.
—En vista de que les fascinan los cuentos para dormir he creado unos muy especiales.
—¿Creado? —repetí confusa—. No sabía que escribías.
—Escribir este libro fue fácil, domino muy bien el tema.
Lo abrió para mostrar la primera página y los tres soltamos una exclamación ahogada. Las imágenes de las hojas... estaban vivas, se movían. Sobre el papel crema brillaban letras de oro que contaban la historia y a un costado, una pequeña niña pelirroja sonreía ampliamente mientras iba montada en un lobo plateado.
Abrí la boca desmesuradamente, pero no fui capaz de emitir ni un sonido. Cielo ladeó su cabeza, examinando la imagen en movimiento.
—¿Es mamá? —adivinó.
—¡Y el abuelo! —Evan reconoció al lobo.
—Así es —confirmó el ángel.
—¿Có... cómo? —tartamudeé, subiendo la vista del libro hacia él.
Caelum alzó una sola de sus comisuras, de manera traviesa.
—Como hacemos todo, Estrella: magia.
—Pero... —Me atreví a acariciar la imagen, por muy viva que parecía aún se sentía rugosa como el pergamino—. ¿Cómo?
Debí parecer una tonta, porque esa era la única pregunta que lograba emitir.
—Son mis recuerdos, los he plasmado con magia y he narrado las historias junto a ellos. Por supuesto, no son todos, o este libro sería del triple de su tamaño. O más.
¡Santos dioses! ¿Caelum había creado un libro sobre mí? ¿Para nuestros niños? Cubrí mi boca con una sola mano, conmovida.
—¿Nos contarás historias sobre mamá? —la emoción de Evan fue evidente.
En respuesta, Caelum pasó varias páginas hasta encontrar lo que estaba buscando.
—Este es mi favorito —avisó—. ¿Quieren escucharlo?
Esa noche, mi ángel guardián les relató a nuestros hijos la primera vez que me transformé en una loba y corrí por las praderas junto a papá y mis hermanos. Era extraño ver el momento a través de los ojos de Caelum, en parte porque yo no recordaba tantos detalles como los que él mencionó. Más bien yo recordaba las sensaciones, el viento, la libertad... Pero ahí estaba yo, en un libro, convirtiéndome en una loba pequeñita con mis padres y hermanos festejando junto a mí.
Caelum decidió relatar un segundo cuento para que los mellizos terminaran de sucumbir al sueño, pero en esa ocasión apenas y presté atención a las palabras. Mis ojos estaban clavados en él, observando sus labios moverse, la curva de su boca adaptándose a las palabras que recitaba en voz baja y suave, pero tan varonil como siempre.
El cabello negro que le combinaba con la noche seguía corto y lo único que querían hacer mis dedos era recordar la textura, la sensación de pasar mis yemas por entre sus hebras, aunque fuera solo una vez. Apreté mis manos en puños para reprimir el deseo y volví a mirar el libro, cayendo en la cuenta de algo que hasta entonces había estado negando: la historia entre Caelum y yo no comenzó en el Edén, sino mucho antes. Él... ese ángel estuvo a mi lado durante toda mi vida y su ausencia durante los últimos años solo se debió a que lo arrancaron de mis brazos. Lo forzaron a estar lejos de mí, de nosotros, y aun así ese no había sido el final. Nuestra historia tampoco acabó en el Edén, ¿o sí?
¿Cuál sería el final del libro? ¿Cuál sería el último cuento?
—¿En qué piensas? —susurró.
Parpadeé varias veces y volví a la realidad, cayendo en cuenta que ahora el único sonido era la respiración acompasada de los mellizos. Me puse de pie con cuidado de no despertarlos y tomé el libro, tan hermoso y misterioso, para colocarlo sobre el buró. No me atreví a abrirlo de nuevo.
—Ella.
No me di cuenta de que se había acercado hasta que sentí su aliento en mi nuca. Me giré con sorpresa, pero sus manos en mis hombros me prohibieron echarme hacia atrás, me atraparon frente a él. Eran tan grandes y cálidas como las recordaba.
—Cael... —no supe si fue una advertencia o una súplica.
Él me observó con avidez, buscando algo.
—Me miraste.
Arrugué mi frente al escucharlo.
—Pues claro, no soy ciega. Te he mirado cientos de veces antes...
—No así, no como hace un momento —me interrumpió—. No como ahora.
Desvié mi mirada, tal vez eso solo confirmó lo que yo trataba de negar. Sus siguientes palabras fueron apenas susurros, pero las escuché claramente:
—Nunca me opuse a tu relación no porque no te siguiera queriendo, sino porque tú lo elegiste a él y yo estoy apostando por tu felicidad antes que la mía, Ella. —Mi apodo en ese tono de voz fue una caricia que puso mi mundo a temblar—. Pero si vuelves a mirarme como lo hiciste hoy... Si me entero de que tú sigues sintiendo algo por mí como yo por ti...
Mi mirada se elevó en automático y encontrarme con esos ojos color universo devorados por la oscuridad al estar completamente dilatados, fue como recibir un impacto justo en el corazón. Centímetros más abajo, la curva de su boca era tan tentadora como cualquier chocolate que se me hubiera cruzado en la vida.
Sin dejar de soltar mis hombros para que yo no pudiera apartarme, Caelum se cerró sobre mí y el aire escapó de mis pulmones al tenerlo tan cerca, su boca a tan solo centímetros.
—Los niños... —me excusé temblorosamente.
Bajó sus manos hasta sujetar firmemente mis codos y jalarme hacia él con fuerza, para que yo no pudiera forcejear contra su desaparición. Sentí un tirón en mi estómago que nos llevó hacia abajo y, después de parpadear dos veces para acostumbrar mi vista a esa nueva oscuridad, reconocí entre las sombras al salón del trono.
—¿Qué hacemos aquí?
Apenas terminó mi pregunta, Caelum me giró y me estampó con fuerza contra la enorme puerta de madera principal, la cual era del doble de su tamaño. Solo fui capaz de emitir un sonido ahogado cuando sentí su cuerpo presionarse contra el mío para mantenerme quieta. El aire se endureció a nuestro alrededor, tan denso que me sería imposible desaparecer y moverme entre sus partículas. Mi viento despertó para hacerle frente a esa muralla y él lo mandó a dormir de nuevo con un simple golpe de sus alas.
—Ahora que estamos muy lejos de los niños, ¿cuál será tu excusa?
Entre su voz, agarre, fuerza y poder me tenían intimidada... y no necesariamente de la manera mala. El punto entre mis piernas comenzaba a derretirse como un helado puesto al sol, podía sentirlo.
—Caelum —susurré con una voz ronca que debí controlar, pero me fue imposible—. Suéltame.
—No.
Él rara vez no hacía lo que yo le pedía y eso también me tenía desconcertada.
—¿Por qué no?
—Porque lo que dices no está conectado con lo que deseas.
—¿Y cómo sabes tú lo que yo deseo?
La sonrisa que esbozó gritaba peligro por todas partes.
—Porque me estás mirando de nuevo como si quisieras comerme.
Un golpe de calor se acunó en mis mejillas, estaba segura de que el ángel podría percatarse de mi sonrojo incluso con las sombras protegiéndonos, su vista de depredador era condenadamente mejor que la mía.
—No es cierto —negué, porque no sabía qué más hacer.
—¿Me quieres?
—Caelum... —advertí.
—Dime que no me quieres y te suelto —pidió—. Júrame que no me amas y me iré.
Abrí la boca pero lo cierto era que ni pude mentirle, ni quería que se fuera. Estaba cansada, muy cansada de guardar todo lo que sentía por ese ángel en la parte más oscura de mi corazón. Ya no me quedaban fuerzas para reprimirlo ni un segundo más.
Y Caelum lo leyó en mis ojos.
Se movió tan rápido que no detuve esa boca en su encuentro con la mía, no cuando habían pasado tantos años sin probarse. El primer contacto se sintió irreal, como si estuviéramos sumergidos en un sueño y todas las sensaciones fueran efímeras. Él dejó libres mis brazos para enterrar sus manos en mi cabello y presionarme más contra sus labios; suaves, cálidos, húmedos.
Un sonido de placer emergió desde lo más profundo de mi garganta. Él respondió con uno similar.
Poco a poco fui reconociendo las sensaciones que me embargaban, saliendo del sueño para ser muy consciente de la realidad. Caelum sabía a vino blanco de jazmín. Olía a madera dulce y naturaleza. Su cuerpo contra el mío se sentía duro como un diamante en bruto. Su boca era suave como las nubes. Y su esencia quemaba como el sol.
El apasionado beso contra la puerta se cortó de golpe y mi respiración se volvió tan errática que cada vez que tomaba aire mi pecho rozaba con el suyo. Nos miramos sin prisas y me deleité con sus brillantes ojos de colores, las galaxias girando alrededor de sus pupilas como huracanes vistos desde arriba.
Sus alas doradas se curvaron lo suficiente para ocultarnos del mundo, o al menos así me sentí en la cuna de sus alas, brazos y boca. Una de sus manos se deslizó hasta mi mejilla y la otra recorrió el camino de mis costillas hasta alcanzar mi cintura. Me estremecí al sentir sus dientes en el lóbulo de mi oreja, mordiendo y jalando con la presión justa.
Una combinación de su nombre y un gemido escapó de mis labios antes de que pudiera evitarlo. Su aliento acarició el arco de mi oreja, sin darme tregua.
—¿Por qué no dijiste que sí?
Mi mente nublada logró escuchar las palabras, mas no comprenderlas.
—¿Huh?
—A tu boda —especificó, jugueteando con su lengua en el centro de mi oreja.
Sentí que las piernas estaban a punto de fallarme.
—Estás arruinando el momento —murmuré afligida, recordando a Elias de golpe.
—Necesito saberlo.
La poca consciencia que logré recuperar me hizo empujar su pecho, intentando apartarlo de mí. Él se movió voluntariamente y me regaló algunos centímetros de separación entre nosotros.
—Suéltame —repetí.
—Primero responde.
Forcejeé en contra de su agarre y cuando él me sometió fácilmente, supe que necesitaba toda mi fuerza lobuna para terminar con esto. Mis uñas y colmillos crecieron simultáneamente cuando comenzó mi transformación, pero el ángel lo vio venir y su ancha mano apretó mi cuello en un gesto dominante.
—No —me cortó.
Y mi transformación se detuvo, como si mi cuerpo buscara obedecerlo. Eso no había sido cosa de magia, me di cuenta. Era algo mucho más íntimo. Su mano no me lastimaba ni me impedía respirar, pero tenerla rodeando mi garganta me había debilitado de una manera sorprendente, demostrando lo mucho que me gustaba estar a su merced.
Él se dio cuenta y me recompensó pasando su pulgar por mi pulso. Midiéndolo. Saboreándolo. Acelerándolo. La caricia me erizó los vellos de la nuca.
—¿Por qué no dijiste que sí? —Esa vez, era una exigencia.
—Es muy pronto —me excusé.
—Te casaste conmigo en menos tiempo.
—Es diferente. Era más joven e ilusa. Y no tenía tantas responsabilidades como ahora.
Él negó, rechazando mis excusas.
—¿Por qué no dijiste que sí? Quiero la verdad.
Se acercó tanto que la separación en nuestras bocas era prácticamente de un centímetro y me encontré a mí misma deseando que me besara de nuevo.
—Esa es la verdad —resollé.
¿O no lo era?
Fue solo un segundo, pero se dio cuenta de la duda que cruzó por mis ojos y suavizó el agarre en mi cuello para subir y sujetar mi mandíbula. Me obligó a clavar mis ojos en los de él, a acercar mi rostro al suyo. La súplica que encontré en su semblante me partió en dos.
—¿Por qué no dijiste que sí? —me preguntó muy suavemente, dándose cuenta de que yo estaba a punto de quebrarme.
—Porque no quiero casarme.
Las palabras salieron por sí solas y hasta que no las dije en voz alta, me di cuenta de lo ciertas que eran. Me quedé muda después de eso, intentando asentar en mis huesos la realidad que acababa de admitir, más para mí misma que para Caelum.
Aun así, fue como si todas las barreras invisibles que existían entre nosotros se derrumbaran en un santiamén. Y él me besó de nuevo, esa vez más para comerme la boca entera que para saborearme lentamente.
Me perdí por completo en esos labios. En esa lengua y en esos dientes. Y entregué lo mismo que él me daba, hasta que una guerra de saliva y manos se suscitó entre nosotros. El ángel me reclamaba como suya y yo estaba mandando todas las consecuencias al diablo.
Cerré mis ojos cuando liberó mi boca pero bajó hasta mi cuello, tocando cada punto débil que él ya conocía. Mis manos despeinaron su cabello negro mientras las suyas corrieron libremente por mi cuerpo.
—No tienes una idea —murmuró contra mi piel— de todas las cosas sucias que pasaron por mi mente al verte con este vestido.
La sorpresa me hizo abrir los ojos de nuevo y una pequeña sonrisa tiró de mis labios.
—Lo ocultaste muy bien —reclamé.
—Diez siglos de autocontrol —resolvió jocoso—. Dime, Estrella ¿te gusta torturarnos con prendas como esta?
Sus dientes rasparon mi piel hasta llegar a mi hombro y morderlo suavemente. La punzada de dolor se convirtió en placer, tan rápido como el fuego enciende una mecha.
—Soy la reina, tengo que lucir excepcional.
Él alzó la cara para mirarme.
—Eres excepcional. Los vestidos no tienen nada que ver.
—Y aun así te gustan —jugué.
Bajó la mirada lentamente y volvió a subirla, deteniéndose un momento en mi escote. Toda mi excitación se marcaba en contra del terciopelo que asemejaba el color de sus ojos.
—Mucho —afirmó, junto con un gruñido sensual—. Y yo tengo muchas ganas de comerme a una reina.
Casi dejé de respirar cuando el ángel se arrodilló ante mí, sin despegar sus ojos de los míos. Sus alas se plegaron a cada lado suyo, cubriendo el suelo con un manto de plumas doradas.
Acarició mis piernas por encima del vestido y, mientras lo hacía, iba subiendo la tela en su recorrido hacia arriba, descubriendo mi piel lenta y sensualmente hasta llegar a mis caderas.
—¿Serías tan amable de detener esto por mí?
Cogí la tela sin chistar y me mordí el labio inferior cuando su boca se posó en la piel de mis muslos, proporcionando besos que erizaban mi piel. Utilizó su magia para jalar mis tobillos hacia los lados contrarios y abrir mis piernas para que también pudiera alcanzar la parte interna de mi sensible piel.
Y cuando llegó a la altura de mi ropa interior casi me dio algo al ver que se detuvo para dar una respiración profunda e inhalar mi aroma como si se tratara de su fragancia favorita.
Me deshice en mi pequeña tanga, literalmente.
—Y eso que ni siquiera he comenzado —comentó complacido, observando cada una de mis reacciones con atención.
Las manos que sostenían mi vestido ya temblaban de pura expectativa y aquello se volvió casi incontrolable cuando fueron sus dientes los que tomaron la delgada tira de mi ropa interior y la rasgaron en un movimiento rápido. Un jalón y los jirones empapados cayeron al suelo, dejándome desnuda ante su boca.
Una oleada de calor me recorrió entera cuando la punta de su nariz incursionó primero, de arriba a abajo, sin dejar de olfatear. Después, la punta de su lengua la sustituyó.
Fue un movimiento dulce y lento, uno que normalmente se utiliza para probar algo antes de devorarlo. Aun así todas mis terminaciones nerviosas despertaron a la vez, electrificando mi cuerpo.
—Sabes mejor de lo que recordaba —declaró guturalmente.
Jadeé cuando tomó mi pierna izquierda y la subió a su hombro, creando más espacio para su lengua traviesa y esa boca delirante, obligándome a estar abierta para él. Solo entonces me recorrió de arriba a abajo, abarcando cada centímetro que se encontraba en medio de mis piernas.
Eso me debilitó y me apoyé en sus hombros, intentando no perder el equilibrio al tener que arreglármelas solo con una pierna para mantenerme en pie. Y entonces comenzó el sexo oral más lento de mi vida. Su lengua sabía en qué punto tocar para despertarme y cuando retirarse para dejarme con ganas de más. Probó varios movimientos, pero yo sabía que el ángel podía lograr mucho más que eso y que solo me estaba torturando pacientemente.
—Caelum —me quejé. Esa era una posición cansada como para que el ángel se estuviera tomando su tiempo apropósito.
Más que verla, sentí su sonrisa extenderse entre mis pliegues. Se separó un segundo para alzar la barbilla y encontrarse con mi mirada: su barba estaba brillante y húmeda, me invadió cierta satisfacción al notarlo.
—¿Aún quieres que te suelte? —se burló.
Tiré de su cabello negro para acercarlo de nuevo a mí.
—Quiero que termines lo que comenzaste —ordené. Sus ojos se dilataron aún más.
—Su placer es mi placer, majestad.
Tal vez notó el temblor cansino en mi otra pierna o simplemente disfrutaba de recordarme lo fácil que era para él manejarme a su antojo, pero no pude reprimir un grito ahogado cuando también alzó mi pierna derecha para subirme por completo sobre sus hombros, dejando su boca en una altura precisa para no provocar más que placer. No se lo pensó dos veces cuando acató mi orden y el anterior ritmo tortuoso quedó atrás, muy atrás.
—Oh, santísimo bosque —exhalé cuando se puso de pie con un movimiento ágil, extendiendo sus alas para ayudarse a mantener el equilibrio—. Voy a caerme —advertí, observando lo lejos que había quedado del suelo. Sí que Caelum era alto.
«Recárgate por completo en la puerta»
Acepté su sugerencia y dejé que mi espalda encontrara el soporte necesario en la puerta. Mis manos se movieron de arriba a abajo, buscando algo a lo que aferrarse para sentirme más segura, pero no había nada. Tampoco me atreví a pedirle que se detuviera, no ahora que su lengua estaba arrasando con todo a su paso.
—No me dejes caer, por favor —apenas logré susurrar.
Caelum se aseguró de que yo estuviera bien acomodada sobre él antes de soltar mis muslos y ofrecerme sus manos como soporte. Las tomé inmediatamente, entrelazando nuestros dedos y apoyándome en ellas para conseguir el equilibrio que me hacía falta.
Apenas podía procesar lo que estaba sucediendo: mi ángel milenario me estaba tomando con su boca contra una puerta que prácticamente podría considerarse una reliquia, de los tantos siglos que llevaban custodiando ese antiguo salón del trono.
Si nuestros ancestros estaban viendo esto... probablemente sus tulipanes estarían retorciéndose de indignación.
—Oh... mmm.
Poco a poco, mis balbuceos comenzaron a volverse incomprensibles. A veces intentaba formar palabras y solo salían sollozos, Caelum se esmeraba aún más cada vez que escuchaba uno venir.
A través de mis ojos entrecerrados alcanzaba a ver perfectamente la sombra de los tres tonos de marfil, iluminados apenas por la luz de las estrellas que entraba por los ventanales del salón. Que situación tan morbosa era esa, tan solo de imaginar que mis hermanos y yo nos sentaríamos ahí el día de mañana a resolver asuntos del reino y, que cada vez que mi mirada se perdiera en la puerta recordaría en automático el fuego húmedo entre mis piernas...
—Cael —supliqué. Sentía que me ahogaba en lava, que me quemaba viva.
«Sostente como puedas»
Chillé cuando soltó mis manos para sostener mi trasero y dejé de sentir el soporte de la puerta en mi espalda. Condenado ángel, ¿ahora que tramaba?
—Estás loco —manifesté cuando comprendí que nos movíamos en dirección a los tronos sin molestarse en bajarme primero—. ¿Siquiera puedes ver hacia dónde te diriges?
—Soy un arcángel, confía en mí —casi que lo imaginé poniéndome los ojos en blanco.
—El escalón, ¡el escalón! —grité con el corazón desbocado cuando llegamos a la tarima.
Él rio y aquello provocó unas cosquillas diferentes en el centro de mi ser, pero para nada fueron molestas. Gemí ruidosamente y él volvió a reír.
—¿A que caminar no hubiera sido tan placentero? —recalcó, accediendo a la tarima sin titubear.
Abrí la boca para reprochar quién sabe qué, pero solo pude emitir otro grito cuando me dejó caer y volvió a atraparme de nuevo antes de alcanzar el suelo. De alguna forma se las ingenió para depositarme a salvo sobre el mármol frío y mantenerme en sus brazos. Yo estaba mareada, necesitaba un minuto para reponerme.
—Hola —me saludó traviesamente al tenerme de nuevo frente a frente. Con una mano, peinó mi alborotado cabello detrás de mi oreja—. ¿Te gustó el paseo?
—Dioses, Caelum, eres...
Él jamás se enteraría de si mis siguientes palabras eran un cumplido o insulto, puesto que volvió a atraerme a su boca y me besó hasta ponerme la mente en blanco, hasta que devoré la última esencia de mi sabor impregnado en su lengua.
Envolvió mi cintura con sus fuertes brazos y esa vez me cargó con suavidad para alinearme con mi trono. Las puntas de mis pies se desprendieron del mármol apenas segundos antes de volver a hacer contacto con el suelo. Dio un paso hacia atrás y aunque nuestras bocas se rehusaban a soltarse, al final lo hicieron y nos miramos a los ojos.
—¿Sabes por qué estamos aquí? —preguntó, devorándome con las galaxias atrapadas en sus iris.
—Porque eres un ángel morboso —respondí con obviedad.
Una risa sensual.
—Tú no te quedas atrás, pequeña hada morbosa.
Una sonrisa cómplice en respuesta.
—¿Por qué estamos aquí, Caelum? —lo alenté.
—Porque la primera vez que me trajiste aquí y te sentaste en ese trono, con tu vestido verde y tu corona brillante, retándome con tus ojos plateados y tu mirada de reina, lo único que yo quería era devorarte entera.
Muy lentamente, él recorrió el camino entre mis senos hasta detenerse en mi ombligo y hacer círculos en él. El lago entre mis muslos amenazó con convertirse en río tras escuchar sus palabras.
—Y no voy a quedarme con las ganas, majestad. ¿Así que por qué no traes esa linda corona tuya a escena?
—¿Eso te gustaría? —lo provoqué con voz ronca.
—No tienes idea de cuánto. Luces condenadamente poderosa con ella. Lo eres, de hecho. La realeza te sienta bien.
—Lo haré si tú te pones tus hombreras de alas. Las de oro.
Sus cejas se arquearon ligeramente.
—¿Las de nuestra boda? —adivinó.
Asentí, mordiéndome el labio inferior. Él las apareció junto con un guiño de ojo, yo hice lo propio con mi corona de cuarzos y ambos nos observamos durante un minuto entero. Tan solo... contemplándonos como hace mucho que no nos atrevíamos a hacerlo.
—Siéntate en tu trono —ordenó.
Lo hice, lenta y sensualmente, sin apartar la vista de él.
—Abre las piernas.
Aquella orden casi me corta la respiración, pero lo obedecí con una sonrisa que cualquiera podría considerar malévola.
—Más.
Lo hice, separé mis muslos hasta que el vestido se enroscó en mis caderas y me dejó completamente expuesta. El peso de la corona en mi cabeza lo hacía todo más interesante.
Caelum me alcanzó dando un paso al frente y volvió a ponerse de rodillas, pero esa vez sin dejar caer sus alas. Estás permanecieron abiertas a lo largo y ancho, regalándome una imagen poderosa y sexy del ángel que yo tanto amaba. Las hombreras con las que me había complacido le daban un toque especial y magnífico.
Jaló de mis pantorrillas para posicionarme justo al borde del trono y peligrosamente cerca de su boca. Casi levanté mis caderas hacia él, rogando silenciosamente.
—Esta vez sí voy a terminar lo que comencé —prometió.
—Más te vale —fue todo lo que pude responder.
Para mi deleite, Caelum no se anduvo con juegos y comenzó donde se quedó. Y fue rápido, intenso y no tuvo más piedad de mí. Los recorridos de su lengua fueron largos y calientes, abarcando milímetros que yo ni siquiera sabía que podían sentirse tan bien. Subía. Bajaba. Daba vueltas. Firme. Delicado. El ritmo cambiante me transportó a otra dimensión.
Cerré mis ojos y eché la cabeza hacia atrás, acariciando su cabello para invitarlo a seguir. De vez en cuando bajaba hasta su nuca y al inicio de sus alas, con caricias tiernas y lujuriosas que demostraban lo mucho que me gustaba su boca consintiéndome.
Sus manos subieron hasta mis hombros para arrastrar los tirantes de mi vestido hacia abajo. Descubrió mis pechos mientras lo hacía y le facilité el trabajo al liberar mis brazos y dejar que el terciopelo continuara descendiendo hasta mi ombligo.
Estábamos ofreciendo un espectáculo erótico completo sobre ese trono y si alguien entraba al salón en ese momento... Madre mía.
Alcancé un nivel nuevo cuando las manos de Caelum atendieron la piel recién descubierta y las yemas de sus dedos apretaron sin piedad las puntas de mis senos. Eso era demasiado, sollocé y mi espalda pasó de estar completamente recta a desparramarse sobre el trono. Subí mis pantorrillas por encima de sus hombros y crucé mis tobillos detrás de su nuca en un intento de acercarlo más a mí.
Él gruñó, haciéndome vibrar.
—Cael... Oh, Cael —me restregué contra su boca, suplicando por más.
Había coordinación perfecta entre sus manos y sus labios y yo estaba sudando debido a ellos, sin reprimir los gemidos y vocales que aullaba a cada rato. Mis manos, desesperadas, tiraban de su cabello con fuerza y lo acercaba más y más y más hacia mí.
—Sí —supliqué al sentir que él imitaba con la lengua a las alas de un colibrí y las cosquillas se volvían insoportables —. Así, justo ahí.
Caelum gruñó en aprobación y aceptó mis indicaciones con tanta exactitud que todo mi cuerpo comenzó a temblar de manera incontrolable. Tuvo que abandonar su exploración superior para sujetar mis muslos y mantenerme lo más quieta posible, porque yo me había desconectado de mi cuerpo por completo y lo único que sentía era un cosquilleo cada vez más potente que crecía en el nudo entre mis piernas.
Todo se volvió descomunal cuando sentí que dos dedos se abrían paso en mi interior, largos, anchos y exquisitamente curvados. Bombearon en el punto justo que él ya parecía conocer de memoria. El grito de éxtasis que solté fue salvaje.
Vagamente fui consciente de que mis garras y colmillos emergieron sin mi permiso y en medio de un arrebato salvaje; una transformación a medias que solo él solía provocarme. Fue ese momento en el que supe que no podía más: me rendí y dejé de luchar con lo que yo pensaba que sería insoportable. Inconmensurable. Inigualable.
Y me dejé llevar por la ola perfecta.
Con ganas de leer todo lo que opinan de este cap 😈
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