Capítulo 25. Alas sensibles.
«Alas sensibles»
Estrella
Abrí los ojos de nuevo y me encontré rodeada de rostros. Lo primero que entendí fue que el tío Aiden soplaba un ligero humo blanco hacia mi cara, me hizo toser y él lo desvaneció enseguida.
—Les dije que estaba bien —dijo, a nadie en particular.
Alguien apretaba mi mano izquierda, pero no pude ver de quién se trataba porque en ese momento mamá abrazó mi mejilla y me giró hacia ella. Me di cuenta de que me encontraba recostada sobre sus piernas, ¿cuánto tiempo me había desmayado?
—¿Cómo te sientes? —preguntó.
—Aturdida —rezongué en voz baja.
—Solo fue el shock —aseguró Aiden, colocado junto a mamá y papá—. Nada grave sucede con ella.
Mamá me liberó tras esas palabras y miré hacia mi izquierda: Elias, Noah y Alen se encontraban a mi otro costado, mi novio era quien sostenía mi mano con un semblante lleno de preocupación.
—¿Dónde están? —pregunté.
Recordaba cada uno de los minutos antes de desmayarme y me senté de golpe, buscando a mis hijos con la mirada. Me acechó otro mareo y mamá sostuvo mi espalda cuando se dio cuenta.
—Con cuidado, Estrella —advirtió papá.
Seguíamos al pie del palacio, así que no debí pasar tanto tiempo inconsciente. Tal vez algunos minutos, los suficientes para que alguien fuera a Sunforest por Aiden y de paso avisara a mis hermanos acerca del nuevo accidente.
Miré hacia arriba, como si desde mi posición alcanzara a ver el nuevo hueco en una de las torres. Noah chasqueó la lengua al seguir la dirección de mi mirada.
—Te dejamos sola cinco segundos y destruyes el palacio. ¿Por qué no me sorprende, Estrellita?
Era muy pronto para bromear, yo aún estaba débil y con el corazón desbocado.
—Técnicamente yo no lo hice —resoplé con toda la indignación que fui capaz de reunir—. ¿Dónde están? —insistí.
Alen señaló hacia mis espaldas.
—Él no dejó que Aiden lo tocara hasta que te revisara a ti primero... y ellos no quisieron separarse de él.
Mi tío apretó los labios, inconforme.
—A ver si tú lo convences de que me deje curarle la maldita ala, es aún más terco que tu madre.
—¡Oye! —A ella no le gustó la comparación.
Miré por encima de mi hombro y ahí estaba Caelum, con la espalda y el ala destrozada recargadas en el muro del palacio hecho con oro y plata. Evan y Cielo se encontraban en su regazo, quietos y abrazados a él.
Elias olió mi desesperación y me ayudó a ponerme de pie sin necesidad de que yo se lo pidiera, pero me dejaron tambalearme hacia ellos, dándonos un pequeño espacio para que procesáramos lo que había sucedido antes de que cualquier otra cosa pasara.
De cerca, pude notar que Caelum sudaba y respiraba con dificultad. La sangre se había detenido y estaba coagulando, seguramente gracias a que él sanaba más rápido que los mortales. Aun así, su ala no se veía nada bien.
Abrazaba a los mellizos con cada brazo y, a pesar de que se encontraban dormidos, ambos estaban pegados a él como sanguijuelas.
—Se desvanecieron no mucho después que tú, pero están bien. El sanador ya lo verificó —respondió a mis silenciosas preguntas. Miré a Evan, el único rastro de sus alas eran las plumas que habían quedado a su alrededor. Tomé una para evaluarla, era suave y considerablemente más pequeña que las de Caelum, aunque de color blanco a diferencia de las de su padre—. Yo tampoco me lo esperaba.
—¿Pero qué mierda pasó?
Caí de rodillas frente a él, sin poder apartar la vista de nuestros pequeños. ¿Cómo podían ser tan inocentes y peligrosos al mismo tiempo?
—Evan encontró su magia celestial.
—Mi hijo se convirtió en un ángel, Caelum —gruñí, señalando las plumas que quedaron sobre el césped como si fueran la evidencia de una catástrofe.
—Nuestro hijo es un ángel, Estrella —corrigió fríamente—. Siempre lo ha sido.
—Lo sé. —Tragué saliva—. Pero no con alas, nunca lo fue con alas.
—Bueno, las cosas han cambiado.
Froté mi cara con desesperación.
—Si alguien ajeno a nosotros ve esas alas...
—Ellos también son hadas.
—¿Y? —lo miré sin comprender.
—¿No lo entiendes? Eso significa que han heredado tu poder para transformarse. No son como yo, ellos pueden esconder esas alas a su antojo. Así lo han hecho los últimos años, al parecer.
—Oh —comprendí.
—Solo debemos enseñarles a controlarlas.
—Tenemos que enseñarles tantas cosas... y hoy no fue nuestro mejor día.
Caelum suspiró.
—Mañana será mejor —prometió con voz débil. Miré su ala de nuevo.
—Deja que Aiden te cure, no puedes volver a Paradwyse así—. No me retó solo porque sabía que era verdad—. Dame a los niños.
—Nosotros nos encargaremos de ellos.
No escuché a mis padres acercarse, pero les agradecí por el ofrecimiento. Ellos los cargaron con mucho cuidado y se fueron para que, en caso de que despertaran, no vieran ni escucharan nada de lo que estaba a punto de suceder. Esa curación no sería linda.
—Iremos a evaluar los daños en el palacio —informó Noah, aunque yo sabía que solo nos estaba regalando más privacidad—. ¿Vienes con nosotros, Elias? Puede que necesitemos la magia de toda la corte para reconstruirlo.
Mi novio me miró.
«¿Estás bien?»
«Aún estoy asustada» —admití, solo para él—, «pero si sirve de algo no creo que vaya a desmayarme de nuevo. Puedes ir con ellos, estaré bien»
«No tengas miedo, lo solucionaremos» —me calmó—. «Estaré cerca por si me necesitas»
Asentí en agradecimiento, una señal para que él y mis hermanos se marcharan, dejándonos solos. Por fin, Caelum permitió que Aiden se le acercara. El sol hacía brillar el sudor de su frente y la sangre escarlata que manchaba sus plumas doradas. Tensó la mandíbula cuando el sanador tocó su ala, pero no emitió ni un sonido.
—Con cuidado —advertí yo—. Son sensibles.
El amago de una sonrisa se formó en la boca del ángel y me sonrojé al entender qué sensibilidad estaba recordando él. Aiden se limitó a asentir y estuve a punto de retroceder un paso para dejarlo trabajar, cuando un movimiento hizo que Caelum aullara de dolor.
Me congelé.
—Tengo que acomodarte el hueso.
Aiden lo dijo como si fuera una disculpa.
—Hazlo —gruñó entre dientes.
Tomé su mano por inercia y él la apretó. Ni siquiera me quejé cuando estrujó mis dedos con una fuerza descomunal. Se mordió el labio para reprimir el grito, pero un ronco gruñido de dolor escapó de su garganta cuando Aiden utilizó su magia de sanador para devolver el hueso a su lugar. Después, solo se escuchó su respiración entrecortada.
—Ya está, ahora solo falta cerrar la herida.
Caelum dejó caer sus párpados y recargó la cabeza en la pared, aún sin soltar mi mano. La sanación de Aiden fue rápida, profesional y silenciosa, tanto así que el ángel no volvió a hacer gesto de dolor alguno. Lo supe porque no me atreví a separar la vista de ese rostro ni un solo segundo, de leer cada línea de expresión para saber si estaba sufriendo.
La flor de yue terminó de hacer lo suyo y la sangre seca en sus plumas fue la única evidencia que quedó del accidente. Caelum volvió a abrir los ojos y su mirada vidriosa se clavó en la mía.
—Lo lamento —se disculpó el ángel—. Debí apartar a Cielo a tiempo.
—No fue tu culpa —respondí, intentando reprimir mi pánico al recordar lo cerca que estuvimos de perder a nuestra hija. De nada servía que yo le contagiara mis miedos—. A todos nos tomaron por sorpresa.
—Podrás volar de nuevo en un par de horas —concluyó Aiden, después de su última revisión.
—Gracias —musitó Caelum, soltando mi mano al darse cuenta de que ya no había ninguna razón para que siguieran entrelazadas.
Todavía tenía las piernas débiles y apenas lograron sostenerme tras ponerme de pie. Aiden ayudó al ángel a pararse y nos miró con incertidumbre, como si presintiera esa nueva fragilidad entre nosotros. Aquel primer entrenamiento había sido una derrota para los dos y aún estábamos temblando.
—¿Están bien?
—Sí —respondimos al unísono, aunque no estaba segura de que hubiera sido una respuesta sincera.
Aiden me abrazó sin previo aviso, supe que utilizó sus poderes porque de inmediato me tranquilicé.
—Tienes dos niños fuertes e inteligentes —me dijo al oído—. Ellos pueden con esto y más.
—Gracias tío.
Le devolví el abrazo con sinceridad.
—Iré a revisar a tus padres, solo me faltaron ellos. Avísame si necesitas algo más de mí.
—Lo haré. —Al final, solo quedamos Caelum y yo—. Ven conmigo —le dije al ángel, tomando su mano para guiarlo hacia mi cuarto en una rápida aparición.
Le hice una seña para que me siguiera hasta el baño y se quedó quieto en medio de la estancia mientras yo iba y venía, abriendo el agua caliente, buscando vendas y toallas limpias.
—Quítate todo menos los pantalones —le ordené, mirándolo por encima de mi hombro. Él se limitó a alzar una sola de sus cejas—. Estás hecho un desastre, si los mellizos te ven así se van a angustiar más.
—¿Ya te miraste en un espejo?
Me giré para hacerlo y una Estrella pálida y con el cabello hecho una maraña me devolvió la mirada. Además, estaba toda bañada en polvo blanco por el derrumbe.
—Bueno, pero yo no estoy llena de sangre —me defendí—. Tu aspecto es peor y, además, llamarás demasiado la atención si vuelves a Paradwyse así.
Eso pareció convencerlo, puesto que se desabrochó la capa rota y comenzó a quitarse las hombreras con mucho cuidado de no hacer ningún movimiento que lastimara a su ala. Volví a concentrarme en templar el agua y se escuchó el golpe del metal contra el mármol cuando desabrochó el cinturón de su espada, él se detuvo a mi lado cuando terminó.
—¿Y ahora qué? ¿Me bañaré en pantalones?
—No seas ridículo. —Puse los ojos en blanco—. Siéntate al borde de la bañera.
Él lo hizo, esa vez en silencio, y tener su ala ensangrentada frente a mí me llevó hacia un deja vú poderoso, hacia aquellos recuerdos cuando curé y vendé su ala herida por la flecha de Forcas. Reprimí un estremecimiento y mejor me concentré en humedecer la toalla para comenzar a limpiar la sangre.
Lo hice con todo el cuidado que me fue posible, muy atenta a sus expresiones o sonidos por si hacía algo que lo estuviera lastimando. Su respiración se aceleró un poco, pero pareció que aquello era soportable y continuó en silencio durante minutos, así que limpié cada pluma con suma atención.
—Detente —exclamó con voz ronca, de un momento a otro.
—¿Puedes soportar solo un poco más? Ya casi termino.
—Si no te detienes ahora, Estrella, no me haré responsable de lo que suceda después.
Me detuve solo porque entendí que no había dolor en aquella voz ronca, sino algo más oscuro y lleno de deseo. Tan ensimismada en la sangre no me di cuenta de los puntos que estaba tocando, aquellos que, según me había explicado, eran ultra sensibles para él. Espié con discreción y el marcado bulto en su pantalón confirmó mis pensamientos. Solté la toalla y di un paso hacia atrás.
—Te juro que no fue intencional.
Los colores de sus ojos se movían con ferocidad y tragué saliva, porque hace más de seis años que yo no veía esa mirada fogosa y tan encendida cayendo sobre mí. La sangre se me calentó solo con recibirla y retrocedí otro paso. Él se sujetó al borde de la bañera, como si estuviera poniendo todo su esfuerzo en mantenerse sentado y no ir tras su presa.
Hice lo único que se me ocurrió para enfriarlo. Con un movimiento de mi mano, utilicé mi magia para girar la llave y que el agua helada de la ducha cayera sobre su cabeza y espalda, empapándolo en segundos. Él ni siquiera se sobresaltó al recibirla.
—Oh, dime que no acabas de hacer esto.
Me relajé en automático cuando vi el peligro de sus ojos siendo reemplazado por pura diversión, incluso me permití sonreirle.
—Lo necesitabas —me defendí.
—¿Y tú no?
Tardé en comprender sus intenciones y sus alas se movieron mucho más rápido que yo, atrapándome en su cuna para atraerme hacia él y eliminar ese par de centímetros que yo había logrado poner entre nosotros. Sus brazos me rodearon para cargarme y meterme de lleno dentro de la bañera y justo bajo el chorro de agua fría instalada en el techo. Grité al recibirla.
—¡Está helada!
—¿Y es mi culpa?
Me retorcí entre sus brazos intentando huir, pero sentí una ligera capa de su magia rodearnos como una burbuja invisible para que yo no pudiera desaparecer. La risa nació de mi pecho sin que pudiera detenerla y él se contagió de inmediato, así que nos reímos y reímos hasta que el estómago nos dolió, haciéndonos olvidar ese mal sabor de boca que ambos teníamos por el entrenamiento mientras el agua seguía cayendo sobre los dos, relajándonos.
Sus brazos dejaron de ser una prisión y me estrecharon con más suavidad, sentí los roces cuidadosos por encima de mi ropa mojada y recargué mi mejilla en su pecho desnudo, cálido a pesar del agua fría de la ducha que seguía cayendo sobre nosotros. Pero ese abrazo despertó una alarma en mí que no pude ignorar, tal vez porque esta vez estábamos solos y mi familia no se encontraba ahí para hacerme entrar en razón. Y si alguien nos descubría así... las cosas podrían malinterpretarse de forma peligrosa.
—Caelum... —susurré.
—No te cases.
Me congelé y nada tuvo que ver con el agua. Me aparté hacia atrás para finalizar con el abrazo y poder observarlo con atención, pero su rostro se mostraba inescrutable.
—¿Qué?
—No quiero que te cases —repitió.
Llevé mi cabello mojado hacia atrás para despejar mi rostro y lo coloqué detrás de mis orejas, tal vez con un gesto nervioso.
—No compliquemos más las cosas —pedí, asustada por la dirección que esa conversación acababa de tomar.
Él extendió su mano para cerrar la llave y detener el agua, sumiéndonos en un silencio glacial. Yo no estaba segura de si temblaba del frío o por otra cosa, pero los ojos de Caelum estaban... vacíos, y eso también me afectaba de una manera casi energética.
—Seguiré respetando cualquier decisión que tomes —aclaró con cautela— pero pensé que deberías saberlo, Ella: no quiero que te cases. Él no es tu única opción, no ahora que estoy aquí.
—Pero tú no estás aquí siempre —le recordé—, eso sin mencionar que tenemos prohibido estar juntos.
—¿Es esa tu decisión?
—Mi decisión ya estaba tomada, esto no cambia... nuestra situación. Yo hice un juramento hacia mi reino y tú tienes que cumplir una condena hasta el día de mi muerte, sin mencionar que ahora perteneces al Concejo de nuevo. Ni tú ni yo podemos escapar de nuestras responsabilidades, Caelum, así que no nos engañemos con esto.
No pude ocultar del todo la tristeza con la que pronuncié mis últimas palabras, pero ignoré las náuseas y me mantuve firme en mi respuesta. Él alzó una mano y pensé que iba a tocarme, pero la cerró en un puño antes de lograrlo y la devolvió a su costado.
—Lo que dije antes sigue siendo cierto: espero que seas muy feliz, sin importar a quién escojas.
Cerré los ojos para reprimir las lágrimas que amenazaban con salir.
—Sé que lo dices en serio —murmuré, armándome de valor para mirarlo de nuevo a los ojos—. Y te deseo lo mismo, Cael. Tú también tienes derecho a seguir adelante.
El ángel no esperó a escuchar más para salir de la bañera, tampoco se atrevió a decir otra cosa. Lo bueno de ese pequeño juego es que su ala había quedado reluciente y sin rastro de sangre, así que comenzó a recoger sus cosas sin que yo lo detuviera.
—Ellos nos necesitan, Cael. A los dos —añadí—. Hagamos esto por ellos. Seamos fuertes por ellos.
Él me miró.
—Haría cualquier cosa por ellos, Ella, pero también por ti. Iría al cielo o al infierno por ti.
Algo despertó en mi pecho al escuchar esas palabras y quedé prendida a sus ojos hasta que él se dio media vuelta y se marchó, dejándome sola y fría, por dentro y por fuera. No me permití llorar por su ausencia.
¿Creen que después de esto Caelum seguirá adelante como Estrella lo sugirió? ¿Con quién?
¿Faltará poco para la boda de Elias y Estrella?
¿Evan aprenderá a controlar sus alas?
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