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Capítulo 24. Alas blancas.




«Alas blancas»

Estrella

Caelum volvió a Féryco una semana después.

Cielo y Evan chillaron al unísono cuando el arcángel apareció en plena hora de la comida y sus platos casi salieron volando tras echarse a correr hacia él, pero Elias —tan ágil como era usual— logró evitar el desastre a tiempo.

Sonreí con ternura al ver el reencuentro, su padre era tan grande y ancho que los dos cabían perfectamente en sus brazos y acunados en su pecho. Apenas podía imaginarlo cargándolos de bebés, al ser prematuros habían sido tan pequeños que se hubieran quedado cortos en los brazos de Caelum.

—¿Cómo se sienten? —les preguntó, acariciando sus caritas con mucha atención.

—Estamos como nuevos —lo tranquilizó Evan y el alivio cruzó por los colores de sus ojos.

Los alzó al mismo tiempo y se acercó a la mesa. A mí cada día, con cada centímetro nuevo, me costaba mucho más trabajo cargar a mis pequeños, pero él ni siquiera parecía sentir el peso de los dos juntos. Aunque en el pasado también solía cargarme a mí como si mi cuerpo estuviera hecho de aire, así que tampoco era una gran sorpresa.

Los mellizos rieron de pura felicidad y solo ese sonido me llenó de paz. Sentó a ambos en sus lugares correspondientes, luego nos miró a Elias y a mí con cautela.

—¿Interrumpo algo?

—No, siempre y cuando los niños se acaben su sopa —advertí sin borrar mi sonrisa.

Él se sentó junto a ellos.

—Ya escucharon a mamá.

Los mellizos comenzaron a mover sus cucharas y sorber con rapidez.

—¿Después jugaremos? —inquirió Cielo con emoción.

—Veremos si hay tiempo —respondió.

Observé a Caelum y mi sonrisa se encogió por la intriga, ¿habría más problemas en Paradwyse? Tenía mucho mejor aspecto que la última vez que lo vimos, pero no había que olvidar lo bueno que era ocultando lo que quería ocultar.

Sin embargo, sus ojos estaban tranquilos y no atormentados como hace una semana. De hecho, su barba negra estaba al ras de la mandíbula e impecable y su cabello, mucho más corto que la vez pasada, lo hacía ver más joven. Es decir, siempre lució joven como para tener mil años, pero ahora su rostro despejado y suave le daba un aire... más jovial y menos adulto.

Había algo familiar en su aspecto, pero no pude reconocer qué. Tal vez era que ese día traía su espada y hombreras de oro con diamantes. La capa dorada hacía juego con su piel tostada y las enormes alas que sobresalían por los espacios hechos especialmente para ellas. Además de la capa solo vestía un ajustado pantalón café, dejando a la vista los tatuajes negros que se extendían por su pecho. Ahí, sentado a la mesa, estaba un arcángel; un rey de ángeles. Sin duda, el miembro del Concejo con quien yo soñaba cuando era niña había vuelto en todo su esplendor.

Elias también pareció notarlo, lo supe cuando ladeó su rostro y miró a Caelum con la misma atención que yo. El ángel estaba tan concentrado charlando con nuestros pequeños que no se dio cuenta.

—¿Cuánto tiempo tienes? —cuestioné.

Solo entonces Caelum me miró. No se me escapó que registró rápidamente mis manos, de manera tan fugaz que por un momento me pregunté si más bien había sido mi imaginación. De todas formas las escondí en mi regazo.

—Tranquila, no fue fácil pero he logrado liberar mis tardes de nuevo.

No me animé a preguntar nada más crucial frente a los mellizos, ya hablaríamos sobre el Concejo más tarde. Él lo entendió.

—¿Entonces te quedarás? ¿Es seguro?

—No habría venido si no lo fuera —aclaró sin perder la calma.

Asentí para mí misma, sintiendo la mirada de nuestros hijos sobre nosotros. Esos dos niños eran unos listillos, incluso si continuábamos esa conversación de manera telepática ellos se darían cuenta de que algo ocurría.

—¿Tienes hambre? Hay sopa —ofrecí, en parte para cambiar de tema.

—Estoy bien —rechazó con amabilidad.

—Si no hay tiempo para juegos, ¿cuáles son los planes de hoy?

—Si estás de acuerdo, me gustaría que comencemos a entrenarlos.

—Oh —parpadeé varias veces, absorbiendo sus palabras.

Caelum debió quedarse preocupado la vez anterior como para convertir el entrenamiento en una de sus prioridades. Y después de lo que los mellizos hicieron no era para menos, la verdad, pero mordí mi labio inferior de manera pensativa antes de darle una respuesta.

—¿Qué pasa? —cuestionó sin alterarse.

—Es solo que no sabía que vendrías hoy y tengo una ronda en Sunforest —le conté.

—En ese caso, podemos iniciarlo mañana —resolvió.

Elias tomó una de mis manos, las cuales continuaban escondidas bajo la mesa.

—Cubriré tu ronda —intervino.

—¿Estás seguro?

—Esto es importante, Estrella —añadió—. Lo hablamos anoche ¿recuerdas?

Bueno, en realidad anoche yo me había desahogado con él sobre lo preocupada que seguía y él me escuchó hasta el cansancio. Después, me calmó y prometió que me apoyaría en todo lo que yo necesitara.

—Entre más pronto comiencen su entrenamiento, mejor —finalizó—. Noah y yo nos encargaremos de Sunforest.

Elias no solo era mi prometido, también seguía siendo mi mejor amigo y yo nunca dejaría de agradecer eso.

«Eres el mejor»

«Ya me lo agradecerás más tarde» —susurró dentro de mi mente con un tono coqueto.

Llamé a mis padres para que nos acompañaran durante el entrenamiento, ya que ellos tenían mucha más experiencia adiestrando a niños mágicos que yo, sin mencionar que me hacía sentir segura tenerlos junto conmigo. Ellos accedieron con gusto y se encontraron con nosotros en la sala de entrenamiento del palacio. El saludo que intercambiaron con Caelum fue bastante tranquilo y solo eso ya me pareció un gran avance para ese día.

Al principio, el ángel tomó la batuta. Me había olvidado de lo bueno y certero que era dando instrucciones y explicaciones. Tenía un talento nato para enseñar y me pregunté a mí misma a cuantos ángeles novatos habría entrenado para convertirlos en lo que hoy son.

Para mi deleite, Evan y Cielo lo escucharon con suma atención. Papá y mamá intervinieron cuando lo sintieron necesario, sumando consejos y palabras alentadoras para mis hijos.

Caelum me buscó con la mirada y fue cuando me acerqué a ellos, con los brazos cruzados pero una sonrisa tranquilizadora. Me había puesto uno de mis uniformes de entrenamiento para estar más cómoda, un sencillo traje de cuero flexible que se ajustaba mis curvas como una segunda piel. No sabía si era mi imaginación, pero me daba la sensación de que los colores dentro de los ojos de Caelum estaban más vibrantes desde que me vio vestida así.

Aparté ese pensamiento de mi mente con un manotazo invisible y me puse de cuclillas frente a Evan y Cielo para poder observarnos cara a cara. Los dos estaban temerosos respecto a su magia desde el accidente y yo sabía —incluso se lo había dicho a Elias anoche— que tenía que encontrar una manera de que no se asustaran de sí mismos.

Mamá se hincó a mi lado, como si leyera mis pensamientos y supiera que ella era la indicada para esa encomienda.

—Una vez, sin querer, creé una tormenta de nieve y prácticamente congelé a Sunforest yo sola. —Los mellizos ampliaron sus ojos, mas no dijeron nada—. Después lo descongelé en un arrebato de furia y la magia también me enfermó, como a ustedes. Me recuperé gracias a mis padres y entrené mucho para que eso no volviera a suceder. ¿Quieren saber mi secreto?

Evan y Cielo asintieron al mismo tiempo.

—Aprendí que la magia no nos controla, nosotros la controlamos a ella. Y les enseñaremos todo lo que sea necesario para lograrlo.

Acaricié las cabezas de mis niños para llamar su atención.

—Ustedes son únicos —les dije—. Tienen la fuerza de los Rey y nuestra magia de hada, pero ahora saben que también son mitad ángeles. Han aprendido a controlar sus elementos, es momento de conocer su magia celestial. Son poderosos, niños, ya lo demostraron el otro día. No dejen que este poder los domine. Siempre, cuando se sientan perdidos dentro de su magia, recuerden quiénes son. Recuerden que son míos. Recuerden que son nuestros. Y vuelvan a nosotros.

Caelum puso una mano sobre mi hombro y apretó ligeramente, una señal de lo conmovido que estaba por mis palabras. Los mellizos alzaron su vista para mirarlo con una combinación de admiración y añoranza.

—Y recuerden que los amamos, por encima de todo —agregó él.

Sonreí para confirmarlo.

—¿Listos para entrenar?

Evan apretó la mano de Cielo antes de asentir con determinación. Después, su hermana lo imitó. El orgullo que sentí por ellos fue gigante y cuando me puse de pie para mirar a Caelum, pude ver el mismo sentimiento reflejado en sus ojos.

Estuvimos una hora en la sala de entrenamiento antes de que los niños se agotaran. Solo habíamos hecho ejercicios simples y que no requerían tanto esfuerzo, pero a ellos les estaba costando trabajo encontrar ese núcleo de magia celestial en su centro. Y por ende, estaban drenando su energía.

De todas formas, Caelum no los presionaba. Iba con pasos lentos y cuidadosos, intentando despertar, sin prisa alguna, esa magia. Mis padres y yo habíamos sentido un par de destellos en la última media hora, como si ese poder inmenso hubiera abierto un ojo perezoso y cerrado de nuevo casi de inmediato. La esencia se sentía... Antigua. Fuerte. Inagotable.

Se sentía como Caelum.

Por supuesto que la reconocí, yo misma había cargado un pedacito de esa magia durante diecisiete años, sin siquiera darme cuenta. Y antes de poder devolverla a su dueño había meditado, peleado y jugado con ella. La había sentido vibrar en mi corazón cuando él y yo nos uníamos físicamente. Me había quemado cuando intentaba contenerla. Casi me había matado cuando traté de atacarla en el risco. Y me había aceptado solo cuando yo la acepté.

También, no había que olvidar que Caelum y yo teníamos a nuestros hijos gracias a ella, a la compatibilidad que surgió entre nosotros debido a esa magia compartida.

Caelum me miró, sacándome de mis pensamientos repentinamente.

«Están cansados» —Él también lo notó.

«Lo sé, tal vez deberíamos dejarlo por hoy»

El ángel estuvo de acuerdo y le dio indicaciones a los niños para que se detuvieran. Cielo se relajó de inmediato, pero Evan continuó con el ceño fruncido y los puños apretados.

—Evan —fue mamá la que pronunció su nombre, con una clara advertencia en su tono de voz—. Detente.

Descrucé mis brazos y di un paso hacia mi hijo, pero Caelum alzó su mano y con un empujón mágico me obligó a retroceder de nuevo.

—No te acerques.

—¿Qué sucede? —pregunté alarmada.

—Cielo, aléjate de tu hermano —ordenó su padre, caminando lentamente hacia ella.

Cielo parpadeó con confusión al mismo tiempo que Evan abrió sus ojos. Mamá, papá y yo jadeamos al mismo tiempo al ver que no había rastro de sus iris azules, eran los colores del universo los que giraban sin control dentro de los orbes de mi hijo.

—Oh por...

La frase quedó inconclusa porque Evan estalló en mil colores de un segundo a otro, ocasionando un destello de luz que me dejó ciega. Grité. No fui la única. Alguien me abrazó y tumbó al suelo para protegerme, fue lo único que alcancé a comprender antes de que un crujido ensordecedor cruzara el aire y el piso del palacio temblara.

Santísima mierda.

La luz se apagó y parpadeé varias veces para recuperar la vista. Una nube de polvo y humo blanco descendía sobre nosotros lentamente, olía a tierra, magia y... sangre.

—¿Estás bien?

Mamá estaba sobre mí, aún protegiéndome con su cuerpo. Por encima de su hombro alcancé a ver a papá, cubriéndonos a ambas con un escudo agrietado que apenas se había sostenido en pie.

—Evan...

Mierda, mierda, mierda.

Empujé a mamá sin pensar realmente lo que estaba haciendo, pero mi desesperación por encontrar a mis hijos fue mayor. La sangre se me congeló cuando miré a mi alrededor: prácticamente la mitad de la sala de entrenamiento había desaparecido, ahora se veía el cielo a través de un hueco enorme lleno de escombros. Mi hijo estaba justo al borde de él.

—¡Evan!

Aparecí junto a él y abracé su rostro para obligarlo a mirarme. Estába pálido y con el cabello negro lleno de polvo blanco. Sus ojos aún eran de colores, pero ahora la magia se movía lenta y espesa dentro de ellos. Lo abracé con fuerza y por encima de su cabeza encontré a Caelum, tumbado entre los escombros y con un ala rota por las vigas que habían caído sobre esta; se alcanzaba a notar un hueso roto y mucha sangre, el olor provenía de él.

Un rápido registro a mi alrededor me hizo comprender quién faltaba.

—¿Cielo? —temblé— ¿Dónde está Cielo?

Caelum palideció.

—No... no lo sé —farfulló débilmente.

Solté a Evan para ponerme de pie y mirar entre los escombros, ¿ella estaría enterrada ahí? ¿Estaría viva? El estómago se me encogió.

—Mamá —murmuró Evan, tan lívido como su padre—. La escucho gritar.

Fruncí mi ceño justo cuando me di cuenta que mi oído aún estaba aturdido por la explosión, pero lo ajusté intentando deshacerme de ese pitido que chillaba dentro de mi cabeza. Caelum lo comprendió primero que yo y miró hacia el enorme hueco que antes era la pared, Evan siguió la dirección de su mirada.

—No...

Cielo estaba cayendo y no nos quedaba mucho más tiempo para reaccionar, para salvarla. Los minutos estaban contados.

Caelum se arrastró hacia adelante e hizo un intento de agitar sus alas, pero le fue imposible elevarse con la que estaba rota y sus ojos se pusieron vidriosos por el dolor. Antes de que pudiera detenerlo, fue Evan quien se lanzó al vacío detrás de su hermana.

—¡EVAN!

Una rápida desaparición me llevó hacia el final del palacio y busqué en el cielo desesperadamente, intentando ubicarlos. Giré y giré sin control, buscando, rezando, llorando. Todo en silencio. El corazón me saltó hasta la garganta cuando logré identificarlos, cayendo a una velocidad violenta que de pronto se redujo.

No me di cuenta que mis padres siguieron mis pasos hasta que los escuché jadear, un sonido que también hubiera emitido de no haberme quedado helada ante la escena.

Evan había alcanzado a Cielo y la sujetaba de sus axilas como podía, agitando sus alas de manera torpe y descoordinada para mantenerse a flote. Sus alas. Dos extremidades que salían de la espalda de mi hijo, tapizadas con plumas tan blancas como la nieve pura.

Sus alas.

Las alas de Evan flaquearon y solo eso me hizo reaccionar de nuevo. Por mucho que mi hijo acabara de convertirse en un ángel, no tenía entrenamiento y no sabía utilizar esas alas, mucho menos sosteniendo el peso de Cielo.

Alcé mis manos y dejé salir a mi viento con fuerza. La ráfaga alcanzó a los mellizos en un par de segundos y las alas de Evan se abrieron como un paracaídas, ayudándole a suspenderse en el aire. Dejó de moverlas y las mantuvo quietas mientras mi viento subía y subía y subía para terminar de detener su caída y ayudarlos a bajar con un flote suave.

No vi a Caelum, pero supe que estaba detrás de mí por el olor de la sangre, también velando para que ese aterrizaje saliera lo mejor posible. Cuando nuestros hijos estuvieron a unos cuantos metros del suelo, papá y mamá saltaron para sujetarlos con habilidad. Mi viento se detuvo al verlos protegidos entre sus brazos, el alivio fue de tal magnitud que las piernas me temblaron.

Mis padres aterrizaron sobre el césped, mamá con una Cielo pálida como el papel y papá con un Evan... con alas.

—Mierda —susurré, completamente en shock por lo que veían mis ojos.

—Abuela, ¿qué significa mierda? —preguntó Cielo con su típica inocencia.

Habría sido gracioso en otras circunstancias. Fuera cual fuera la respuesta de mamá, me la perdí. El volumen en mis oídos bajó y mi vista se tornó negra conforme mi cuerpo cedió al shock y me desvanecí. Ni siquiera sentí el golpe de mi cabeza contra el césped.

Ciertas alas por fin han aparecido, ¿creen que esto cambiará el curso de la historia? ¿Creen que Cielo también heredó las alas de su padre o solo Evan? ¿Los mellizos aprenderán a dominar sus poderes antes de que sea demasiado tarde?

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