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Capítulo 21. El trono del ángel.




«El trono del ángel»

Caelum

Aterricé en la montaña flotante donde se encontraba la celda de Forcas. Un segundo después, Tadeus cayó a mi lado. Los centinelas que custodiaban la entrada nos observaron en silencio, con una interrogante en sus ojos iridiscentes.

—¿Estatus del prisionero? —exigió Tadeus de inmediato.

—Ningún cambio relevante —informó el guardia más cercano.

El arcángel y yo intercambiamos una mirada.

—Queremos hablar con él —solicité.

El ángel blanco miró a Tadeus, esperando una autorización. Bastó un leve asentimiento por parte del miembro del Concejo para que nos dejaran el camino libre.

Una vez dentro, era imposible volar por el espacio tan estrecho de las escaleras que descendían en espiral. Las celdas estaban construidas de una manera que retrasaría cualquier posibilidad de escape, así que tuvimos que bajar a pie.

—¿Por qué me seguiste? —pregunté al arcángel que iba a mis espaldas.

—Algo en tus ojos me inquietó, ¿en serio crees que Forcas está relacionado con esto?

—No lo sé —admití—. Podría ser intuición o simple paranoia, pero no me fío de él.

—No hay manera de que salga de aquí, Caelum. Y aun si lo logra, tiene la cadena perpetua.

—¿Ecanus y Akriel saben dónde está escondida la llave? —pregunté con desconfianza.

—No, conoces el protocolo y lo seguimos al pie de la letra. Solo hay un arcángel que sabe la ubicación de la llave.

—¿Quién? —lo probé.

—No lo sé. Y si lo supiera, no te lo diría.

—Bien —celebré. Esa era justo la respuesta que yo esperaba, por el momento Tadeus estaba demostrando ser inteligente—. De todas formas, no perdemos nada con saludar a nuestro viejo amigo.

El resto del camino lo recorrimos en silencio, hasta llegar a la cámara que precedía a la celda, tan oscura que las débiles antorchas apenas iluminaban el arco de piedra donde estaban tallados más hechizos proporcionados por los mismísimos dioses. Otra razón por la que ni siquiera yo pude escapar una vez que me entregué al Concejo e inició mi juicio.

Los jeroglíficos se parecían a los tatuajes que todos los ángeles llevábamos en la piel, las marcas de los dioses que nos eligieron y nos hicieron jurar servirles.

Crucé el arco y el eco de mis pasos resonó en la cámara que se encontraba al otro lado. Era pequeña, apenas tres paredes selladas con una cárcel de energía pura erigida en una tonalidad dorada que titilaba como rayos. Cubría del suelo al techo y de lado a lado, impidiendo que alguien saliera o entrara, pero lo suficiente traslúcida como para mirar adentro.

Una risa fría rebotó por el techo y las paredes: Forcas. Pude verlo a través de los hilillos dorados que emitían electricidad.

—Me preguntaba cuándo vendrías a visitarme —se burló—. ¿Me extrañas, Caelum?

Por alguna razón, Tadeus decidió quedarse algunos pasos más atrás, tan solo escuchando. Yo sí me acerqué lo suficiente para verlo y comprobar con mis propios ojos que el arcángel continuaba encerrado.

Él me sostuvo la mirada. No costaba reconocerlo, pero tampoco parecía ese arcángel impecable y feroz que fue en sus mejores tiempos. El cabello ocre seguía largo, pero tan sucio y enmarañado que lucía opaco. También estaba pálido por la falta de sol, aunque bajo la túnica raída se alcanzaba a notar que no había perdido peso ni músculo. Sin duda lo alimentaban bien y él se mantenía en forma con alguna clase de ejercicio. ¿Qué más podría hacer ahí encerrado, además de maldecirnos a mí y a Estrella por el resto del siglo?

—Lamento decirte que nadie te extraña, Forcas —espeté.

Chasqueó la lengua.

—¿Ni siquiera tu hada? —fingió lamentarlo.

—Cuidado con lo que dices —advertí.

—¿Cuántos años han pasado? ¿Cinco? ¿Seis? —Hizo cálculos para sí mismo—. Ha sido mucho tiempo. La próxima vez que la veas, salúdala de mi parte.

La amenaza en su tono de voz estaba implícita, haciéndome resoplar por la nariz como un dragón furioso.

—En tus sueños.

—Y en los tuyos —rio con malicia, mirando a propósito hacia el brazalete de mi tobillo—. Escuché sobre tu condena, por lo visto ni tú ni yo volveremos a ver a esa perra. ¿Tu sacrificio valió la pena?

—¿Cómo lo sabes? —pregunté con un susurro amenazador.

Se encogió de hombros, despreocupadamente.

—Los guardias son como viejas chismosas, a veces los escucho.

Gruñí. Iba a hablar muy seriamente con esos ángeles de pacotilla.

—Con tal de mantenerte alejado de ella, valió toda la maldita pena del universo.

Una sonrisa gélida acompañó sus siguientes palabras.

—Y yo que esperaba descubrir eso tan especial que tiene, ¿de verdad es tan buena en la cama para tenerte así? ¿Es sumisa? ¿O le gusta tomar el control?

Me dije a mí mismo que Forcas solo buscaba provocarme. Y maldita sea que lo estaba logrando. Si no fuera por la energía pura que nos separaba para mantenerlo encerrado, ya hubiera estrellado su cabeza contra la pared de piedra para que cerrara la boca.

Tadeus debió notar la tensión, porque salió de las sombras y dio un paso al frente.

—Ah, pero si es una de sus majestades —reconoció Forcas, no sin cierta burla—. ¿A qué debo esta visita tan espléndida?

El arcángel puso una mano sobre mi hombro, indicándome silenciosamente que era momento de irnos. Después de todo, ya habíamos comprobado que Forcas seguía en su lugar, con las manos y las alas atadas.

Él no era el asesino de Remiel.

—¿Asumo que tiene que ver con la alarma que se disparó en el reino? —continuó, demostrando su intriga—. Si están metidos en un problema gordo, puedo ayudarlos a cambio de una reducción de mi sentencia.

—Púdrete, Forcas —escupí con rabia—. Me aseguraré de que no salgas de aquí durante los siguientes noventa y cuatro años. Cumplirás cada día de tu sentencia y espero que cada uno de ellos te arrepientas de haber lastimado a Estrella de esa manera tan vil y cobarde.

—De lo único que me arrepiento, Caelum, es de no haber logrado matarla cuando tuve la oportunidad —refutó con desprecio.

Cegado por el enfado, di un paso al frente que rápidamente fue interceptado por Tadeus, pero el miembro del Concejo no me miraba a mí. Sus feroces orbes estaban sobre Forcas.

—Dame otra señal de que no queda misericordia en tu alma y yo mismo ordenaré que tu sentencia se vuelva eterna —lo amenazó, sorprendiéndome en el acto.

Forcas lo observó con recelo, pero no se atrevió a decir nada más que provocara al arcángel. Los dos sabíamos que Tadeus no se lo pensaría dos veces, los últimos años había demostrado ser un justiciero empedernido, siempre luchando por las causas en las que creía fervientemente.

Me recordaba a mí. Al menos, a ese Caelum valiente que se ofreció a bajar y regalarle una de sus plumas a una niña hada, solo porque no soportaría ver morir a una inocente.

Tadeus me hizo una seña silenciosa para que retrocediera y obedecí, demostrándole el respeto que se merecía. Probablemente era el único arcángel del Concejo que seguía teniendo mi respeto.

—No vale la pena —murmuró, para hacerme entrar en razón.

—Lo sé —coincidí.

Antes de abandonar la celda, le dediqué a Forcas una última mirada. No había más que promesas de muerte y destrucción en las profundidades de esos ojos. La razón de ser del arcángel ya no existía y me pregunté, en silencio, qué sucedería conmigo si un día yo también caía en ese abismo.

Si los ángeles estábamos condenados a volvernos así de peligrosos, ni siquiera deberíamos de existir.

Seguí el consejo de Tadeus: tranquilízate y márchate a casa. El Concejo estará nervioso los siguientes días, no llames más la atención después de esto.

Al menos, alguien había comprendido mi sarcasmo y apostaba por mi inocencia, así que en lugar de seguir visitando prisioneros o provocando al Concejo, me fui silenciosamente a mi montaña justo cuando el amanecer se pintaba bajo las nubes a mis pies. De todas formas, no había nada que yo pudiera hacer por Remiel.

Malik me abordó en cuanto puse un pie en nuestro hogar y me exigió que le contara hasta el último detalle. Lo hice. Hablamos toda la mañana sobre el tema, dando vueltas y vueltas que no nos llevaron a ningún lado. Al final, Malik por fin dijo en voz alta aquello que yo tanto temía.

—Hoy no deberías ir a Féryco.

No lo miré, continué detallando la mesa frente a mí como si fuera la primera vez que la veía.

—Se lo prometí a Evan y Cielo —musité.

No hagas promesas que no están en tus manos cumplir... La advertencia de Estrella parecía quemarme en carne viva.

—Lo sé. —Tragué saliva, muy consciente de que mi amigo no me perdía de vista—. Y no te detendré si decides irte, aceptaré el traslado como cualquier otro día, pero como tu amigo tengo que decirte que si no rompes esta promesa te arriesgarás a ponerlos en peligro. Tadeus te lo dijo, el Concejo estará nervioso y prestando atención a cualquier movimiento inusual. Si se dan cuenta de lo que haces y por quiénes lo haces... los perderás para siempre. A los tres.

Suspiré con cansancio, sabiendo que él tenía la razón.

—Ella va a enfurecerse conmigo por romperles el corazón de esta forma. Estará tan, tan enfadada... —me lamenté.

—Se enfadará aún más si los pones en peligro —objetó—. ¿Cuál de las dos furias prefieres?

—Ninguna. —A pesar de la situación tan delicada, no pude evitar formar una triste sonrisa al recordar lo adorable que se veía enojada—. Sea como sea, ella se convertirá en loba y me arrancará la cabeza de una sola mordida.

—Ella lo entenderá si se lo explicas.

—Espero que me dé el tiempo suficiente para explicárselo —fue lo único que deseé antes de dejar caer mi cabeza sobre el respaldo del sillón y que mi mirada se perdiera en el techo.

—¿Qué? —preguntó Malik al notar que algo me inquietaba.

—No me dijo cuándo se casará y yo tampoco se lo pregunté —me lamenté, recordando lo impaciente que era y lo rápido que se había suscitado nuestra boda—. ¿Y si cuando logre volver ella ya está casada? ¿Cómo lo soportaré?

Malik me miró con seriedad.

—¿La detendrías si pudieras?

—No —dudé—. No sé.

—No seas idiota y dile que no quieres que se case, ¿qué tal si es lo que ella está esperando?

—Créeme, no estaba pidiendo mi opinión ni mi permiso cuando me lo dijo. Fue más bien un aviso.

—¿Y no piensas luchar por ella? —me reclamó.

—No, si lo que ella quiere es seguir adelante. Yo siempre respetaré sus decisiones, sin importar lo mucho que me duelan. Y ella ha elegido a alguien más.

—No te recordaba tan cobarde —me provocó.

Me enderecé en mi asiento con rapidez y lo silencié con una mirada. Él me entendió y se puso alerta, el silencio nos ayudó a comprobar el sonido de las alas que se acercaban a nuestra montaña. Sigilosas pero determinadas.

¿Ahora qué?

«Vete» —ordené a Malik. Si más problemas venían en camino, no quería que él estuviera involucrado.

«No» —se negó rotundamente.

Tampoco hubo tiempo de discutir, dos ángeles de alas blancas y armaduras plateadas aparecieron frente a nosotros, armados hasta los dientes. No se molestaron en disculparse por irrumpir de esa manera, pero tampoco lo esperábamos. Malik y yo simplemente nos mantuvimos alertas, sin mover un solo dedo hasta conocer sus intenciones.

—Caelum, el Concejo solicita tu presencia de manera urgente —informó uno de ellos.

—¿Por qué? —cuestioné con desconfianza.

—Te necesitan en una reunión, fue todo lo que se nos dijo.

Cerré mis ojos y apreté el puente de mi nariz, sopesando aquella invitación.

—Estoy realmente cansado —me excusé. No era del todo una mentira—, así que preferiría no asistir a una reunión que no es de mi incumbencia.

—Me temo que no es opcional —debatió, colocando su mano en el puño de su espada.

Malik y yo intercambiamos una rápida mirada llena de desconfianza, la cual solo duró algunos segundos. Si yo peleaba contra estos dos guardias era muy probable que ganara, pero entonces le enviaría al Concejo el mensaje incorrecto y crearía más problemas de los necesarios.

—¿Siguen pensando que yo lo maté? —intenté averiguar.

—No soy el indicado para responder esa pregunta, pero si no tienes nada que ocultar ¿cuál es el problema con acompañarnos?

El reto estaba más que claro.

Me puse de pie y Malik casi dejó de respirar al notar que iba a marcharme voluntariamente de nuevo. Por el momento, no había otra opción.

«Si algo sucede...»

«Lo sé» —me interrumpió—. «Estaré atento a ellos»

«Gracias»

«Ten cuidado» —advirtió con un dejo de preocupación.

Asentí solo para él y dejé que los guardias de alas blancas me escoltaran durante todo el camino, hasta el estrado dentro del palacio y frente a los nueve miembros restantes del Concejo.

Y Cassida.

Me quedé muy quieto al verla, intentando leer en ese divino rostro un ápice de traición, ¿me habría delatado? La diosa vestía de un negro tan absorbente que su piel blanca hipnotizaba bajo el vestido confeccionado de gasa líquida, fluyendo sobre su piel como agua espesa. Las puntas de su cabello oscuro humeaban a su alrededor con el misticismo que sólo una deidad como ella podría emitir.

Sentada en el trono del centro —aquel que había pertenecido a Remiel— me devolvió la mirada que yo sostuve, sin dejarme amedrentar. Alzó la barbilla ligeramente, un signo de poder que escondió uno de sus parpadeos coquetos.

No dije absolutamente nada. No me atreví.

En el estrado ya no había señal alguna del cuerpo de Remiel y me pregunté, en silencio, qué habrían hecho con él. Y para qué me querrían a mí.

—Gracias por venir, Caelum —habló Tadeus, sentado justo a la derecha de Cassida.

—No me dieron a escoger —objeté fríamente.

Desde su lugar, Cass me guiñó un ojo con descaro. La complicidad de aquel gesto me relajó, aunque muy poco.

—No te pongas gruñón, mi querido Caelum. Los dioses me han mandado para elegir al nuevo miembro del Concejo, pero me llevará tiempo encontrar a alguien que esté a su altura.

Le dediqué una reverencia sincera a la diosa.

—En ese caso, ¿en qué puedo ayudarte, mi querida Cassida? —le seguí el juego.

Sonrió encantada, estirando esos labios carnosos capaces de volver loco a cualquier ángel.

—Siempre has sido uno de mis favoritos —confesó con picardía, acariciando sus dientes con la punta de su lengua.

El brillo de sus ojos me dejó claro qué, exactamente, era lo que la diosa estaba recordando. Ladeé mi cabeza, con tanta inocencia como fui capaz de fingir.

—Estoy para servir a mis creadores.

La diosa se puso de pie y su vestido se movió en ondas, como un lago rompiendo la calma, antes de señalar el trono tras ella.

—En ese caso, me parece que estoy sentada en tu lugar —ronroneó.

Me congelé hasta la punta de mis alas.

—¿Qué? —exhalé.

La calma en el estrado era casi glacial, el resto de los arcángeles así la emitían. No me atreví a mirar a ninguno, estaba claro que esta no era decisión de ellos.

—Bienvenido de vuelta al Concejo, Caelum. No podría encontrar mejor reemplazo para Remiel que tú.

Me enderecé lentamente, cautelosamente... No había rastro de broma alguna en las facciones de Cassida.

—No.

Los arcángeles se removieron en sus asientos, por mucho que no les encantara la idea de tenerme de vuelta, estaba claro que negarle algo a una de nuestras diosas era muchísimo peor.

—No recuerdo habértelo preguntado —zanjó Cassida.

—No quiero ser parte del Concejo —pedí, con toda la amabilidad que pude reunir.

—La primera vez que te elegimos, dijiste que este era tu más grande honor —me recordó con astucia.

—Eso fue hace más de quinientos años —me defendí—. ¿Qué hay de mi traición?

—Estoy segura de que has aprendido de tus errores. —Señaló mi brazalete—. ¿O no?

Hubo una advertencia silenciosa en su mirada.

—Por supuesto —acepté seriamente, fingiendo un remordimiento que en realidad no sentía—. «¿Qué estás tramando, Cass?»

«Pensé que te hacía un favor. Si eres parte del Concejo, te resultará más fácil desviar la atención de Féryco, proteger a tus niños...»

La idea no sonó descabellada. Todo lo contrario, resultó muy, muy tentadora.

—Valoramos la manera en la que ofreciste tu ayuda ayer —añadió en voz alta—. Sería una tontería ignorar tus aptitudes y poderes por un error del pasado. Alguien nos ha declarado la guerra al asesinar a uno de nuestros arcángeles, así que necesitamos reunir toda la fuerza posible. Los dioses te devolvemos tu trono, Caelum.

Parpadeé para demostrar mi desconcierto ante la inesperada propuesta. No deseaba ser parte del Concejo ni quería tener nada que ver con esos arcángeles que demostraron, a última instancia, que sus intereses estaban por encima de cualquier bien que pudiéramos lograr.

Por otro lado yo le había jurado a Estrella que siempre protegería a Evan y Cielo, nuestros hijos. Y Cassida tenía razón, como miembro del Concejo tendría más oportunidades de cumplir mi promesa, de conocer sus planes y desviar la atención de mis pequeños cuando fuera necesario, si yo estaba dentro del círculo. Así, podría ir un paso adelante. Así, mi familia estaría a salvo.

Tal vez, la diosa realmente me estaba haciendo un favor a cambio de mi poder. Tal vez, esta era la manera de pagarle por ayudarme a burlar mi sentencia.

—No me mudaré al palacio —condicioné—. Prefiero quedarme en mi montaña.

—No creo que nadie tenga una objeción con eso. —El silencio lo confirmó y Cassida se alejó un paso para despejar mi trono—. ¿Aceptas?

Inspeccioné cada detalle del trono hecho de cristal; puro y brillante, grande y traslúcido, lujoso y ornamentado. No lo había extrañado en absoluto.

Sin embargo, me encontré a mí mismo caminando hacia el frente y subiendo a la tarima. Girando muy despacio sobre mi mismo eje y ajustando mis alas para poder sentarme en él. Dejé fluir mi poder al hacerlo y el suelo de cristal vibró ante mi energía, solo para recordarles a los demás miembros quién había vuelto.

—Acepto.

Cassida sonrió y me evaluó con satisfacción. Después, hizo lo mismo con los demás.

—El Concejo está completo de nuevo, solucionen el problema y manténganos informados —exigió antes de desaparecer en un remolino de tinieblas y luz, dejándonos en medio de un tenso silencio que duró varios minutos.

No me molesté en romperlo, no cuando vi a través de los tragaluces de los costados que la luz dorada del atardecer coloreaba el estrado de cristal. Y yo, en lugar de estar en Féryco, me encontraba sentado en un trono frío y aborrecible.

Justo en ese momento mis hijos esperaban por mí, seguramente muy ilusionados por verme. Se me partió el corazón de una manera irreparable cuando imaginé sus rostros al comprender que yo no iría a verlos, que no llegaría, que rompí mi promesa...

Y no me quedaba duda alguna de que Estrella me haría pagar muy caro por ello.

¿Qué tal fue volver a ver Forcas? 👀

Si ya comprobamos que él sigue encerrado y no es el asesino de Remiel, entonces quién será el nuevo antagonista?

¿Qué opinan de Caelum recuperando su trono? ¿Esto se va a descontrolar?

¿Qué tan enfadada estará Estrella porque Caelum rompió la promesa hacia sus hijos?

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