Capítulo 19. Te elegí a ti.
«Te elegí a ti»
Estrella
Elias entró al ático con una sonrisa, la cual se encogió lentamente cuando me encontró con Caelum en el piano. La sangre se me heló en las venas y me puse de pie tan rápido que pareció que alguien acababa de prenderle fuego a mi lugar, pero mi instinto me empujó a crear la mayor distancia posible entre el ángel y yo.
—Hola Eli —lo saludó Cielo, ajena a la tensión que de la nada se había formado en el aire.
Elias se forzó a sonreír de nuevo, solo para ella.
—Hola Cielo, que bonito estabas bailando —la elogió, después volvió a mirarme—. No pensé que estuviera interrumpiendo algo, escuché la canción y creí que estabas tocando sola.
No estaba segura de si aquello era un reclamo o una explicación.
—Elias...
—Es tarde, ¿no? —añadió con sutileza.
Caelum se puso de pie al escucharlo, pero ni siquiera me atreví a mirarlo de nuevo. Solo alcancé a ver, de reojo, que tomó su túnica y volvió a vestirse con ella para cubrir sus tobillos. Los niños pusieron sus caritas tristes al entender que era hora de que se fuera y corrieron a abrazarlo.
—Nos veremos mañana —les recordó.
—¿No puedes quedarte y contarnos un cuento para dormir? —suplicó Cielo.
Caelum la observó con tristeza.
—Mamá lo hará por mí. —Acarició sus rostros y los contempló con ahínco. Siempre que los miraba así, me daba la sensación de que estaba grabando cada detalle de ellos en su mente—. Estoy muy, muy orgulloso de ustedes, mis niños, tocan el piano de manera maravillosa. —Besó sus frentes en son de despedida—. Pórtense bien, no peleen y no le hagan travesuras a mamá, ¿de acuerdo?
—Okay —corearon antes de darle un abrazo.
—Los amo con el alma —susurró Caelum, estrechándolos con ganas.
Cuando se separó de ellos, el ángel ni siquiera se molestó en dirigirme una mirada antes de echar vuelo y desaparecer por el portal que se formó en el techo, tal y como siempre solía marcharse.
Esa noche acosté a los niños sola y no tardaron en caer rendidos. Aun así, aproveché el silencio y la oscuridad para poner en orden mis pensamientos. Elias se había mantenido en un silencio taciturno durante la cena e incluso Noah y Aura —quienes cenaron con nosotros mientras mi hermano nos contaba los pormenores de su guardia en Sunforest— nos miraron con incertidumbre.
Mi novio se limitó a asentir cada vez que Noah le dirigió la palabra y cuando mi hermano me observó intentando encontrar una explicación, yo hice como que no me daba cuenta de nada y me concentré en hacer reír a Alba, Cielo y Evan.
Al final, Noah pareció decidir que fuera lo que fuera que sucedía entre Elias y yo, no era de su incumbencia. Y ciertamente la cena, con nuestros pequeños presentes, tampoco era momento para discutirlo.
Ahora que los mellizos estaban dormidos fue que me permití meditar acerca de lo que había sucedido en el ático. En realidad, yo no estaba haciendo nada malo cuando Elias nos encontró, pero fue su mirada atónita la que me hizo reaccionar como si mi novio acabara de encontrarnos besándonos. Una reacción que también terminó por lastimar a Caelum.
Eso sí, había interrumpido un momento tan íntimo y una mirada tan cargada de sentimientos, que tal vez yo sí le debía una explicación a Elias, aunque no tenía idea de cuál debía ser.
Gemí muy bajito y tallé mis ojos, mientras pausaba mis pensamientos durante un segundo para asegurarme que aún no existiera ninguna advertencia o canto por parte del agua, puesto que la tormenta seguía azotando las praderas allá afuera.
Una vez que me aseguré de que todo seguía bien, me puse de pie para enfrentar, de una vez por todas, lo que fuera que iba a suceder entre Elias y yo. No es que no hubiéramos peleado antes, pero era la primera vez que me sentía insegura y temerosa al respecto. Y él no me había dicho nada sobre que quería hablar o algo parecido —de hecho, ni siquiera me había dirigido la palabra desde que Caelum se marchó— pero yo sabía que no dejaría pasar aquello tan fácil.
Así que cuando entré a mi habitación, no me sorprendí al encontrarlo en ella. Solo que esa vez no estaba en la cama, dedicándome una sonrisa gatuna y palmeando el edredón a su lado para invitarme a recostarme junto a él. No, esa vez estaba cruzado de brazos frente a la ventana y quieto como una estatua.
Cerré la puerta y me quedé un momento ahí, con la mano sobre el pomo y esperando a ver si diría algo, pero continuó en silencio, tan solo mirando el agua golpear contra el cristal.
—Elias... —lo llamé quedamente.
Él me ignoró, ¿ni siquiera iba a mirarme?
Algo molesta por su actitud, caminé hasta posicionarme entre él y la ventana, obligándome a entrar en su campo de visión para que dejara de tratarme como si fuera un fantasma. Solo tuvo que bajar la vista un centímetro, para poder mirarme al fin.
—¿Qué tanto piensas? —me animé a preguntar—. Solo dímelo, por favor.
Elias apretó la mandíbula ligeramente y ladeó la cabeza, observándome con atención.
—Estoy pensando en esa canción —habló por fin, sin desviar sus ojos de los míos—. Estoy recordando todas esas veces que te escuché tocarla con tanta pasión y entrega. Estoy dándome cuenta, apenas, en quién pensabas cuando la interpretabas. A quién recordabas cuando se la enseñaste a tus hijos. A mí me encantaba escucharte tocarla y ahora me doy cuenta que todos estos años siempre ha sido él...
De pronto, me sentí muy pequeña e insignificante frente a Elias. Intenté apartarme, no para huir, sino para recuperar el aire que había salido de golpe de mis pulmones, pero él colocó sus manos sobre la ventana —sus brazos a cada lado mío— para cerrarme el paso y atraparme con su cuerpo.
—Te voy a hacer una pregunta —susurró suavemente, aunque de manera calculadora—. Y tú vas a responderme con sinceridad.
—Elias —supliqué.
—¿Sigue siendo él?
—Caelum y yo no estábamos haciendo nada malo —me defendí—. Tocar juntos una canción, para complacer a nuestros hijos, no es un crimen.
—Eso no responde mi pregunta.
Tragué saliva. Escuchaba la lluvia golpear contra el cristal tan rápido como mi corazón vibraba dentro de mi pecho.
—Él no puede ser, Elias. Ya nos metimos en suficientes problemas por intentarlo la primera vez. Aunque yo no estuviera contigo, él nunca podrá volver a ser.
—Entonces, ¿soy yo con quien te estás conformando?
—No digas tonterías —exclamé, enderezando más la espalda para demostrarle mi enfado ante su acusación—. Te quiero mucho, desde antes de conocer a Caelum, y lo sabes. Yo no estaría contigo si no fuera así, no jugaría contigo de esa manera. —Me atreví a acunar sus mejillas entre mis manos, simplemente porque necesitaba sentir ese contacto—. Me haces feliz, Elias. Mucho más de lo que he sido los últimos seis años. Eres una bocanada de aire fresco y te agradezco por eso. Por favor, no dudes acerca de lo que siento por ti.
Él me miró con inseguridad.
—No te compares con él —agregué—. Te elegí a ti. Incluso cuando volvió, te elegí a ti.
Elias se pegó más a mí al escuchar aquella declaración y me apretó contra la ventana. Incluso cuando mi vestido era grueso, sentí el frío atravesar la ropa y congelar mi espalda, lo cual contrastó con la calidez de su pecho sobre el mío. Me estremecí de pies a cabeza.
—Demuéstramelo —pidió con voz ronca.
—¿Qué más puedo hacer para demostrártelo? —pregunté con un hilo de voz.
—Cásate conmigo.
Dejé caer las manos de la pura impresión, puesto que esa era una propuesta que no vi venir. Abrí la boca como si quisiera decir algo, pero ni siquiera un sonido salió de ella. En realidad no importó, porque Elias volvió a sellarla con un beso salvaje.
Gemí y las piernas me temblaron por todas las sensaciones que me estaban embargando, pero cuando él rodeó mi cintura con un brazo y me ayudó a subir al alféizar de la ventana, me sorprendí a mí misma devolviéndole el beso con el mismo ímpetu.
Se metió entre mis piernas incluso antes de que yo terminara de abrirlas y con manos ágiles subió mi falda lo más que aquella postura nos lo permitió.
—¡Ah!
Ni siquiera me di cuenta en qué momento desabrochó su pantalón y movió la delgada línea de mi ropa interior para tener el camino libre, pero grité ante el dulce dolor de una firme estocada deslizándose con rapidez y furia hasta el fondo de mí.
Cogió mis muslos para obtener más estabilidad y, sin esperar a que me recuperara del primer asalto, comenzó un vaivén frenético que me hizo poner los ojos en blanco.
Elias nunca había sido tan implacable como en ese momento, cada estocada era dura y brutal. Con cada empuje lo estaba dejando salir todo: sus miedos, sus celos, su furia, su pasión. Y todo eso se estaba convirtiendo en fuego dentro de mi vientre. Me abracé a su cuello para no perder el equilibrio y lo dejé dármelo todo, agarrando con mi mano libre una de sus nalgas para mantenerlo pegado a mí.
Una vez escuché que los problemas se arreglaban en la cama, pero la ventana tampoco estaba resultando ser un mal escenario. Y la manera en la que Elias se estaba moviendo me ayudó a olvidarme de todo por un momento y me dediqué solo a disfrutar de su salvaje arrebato.
Una vez superada la invasión, mis piernas se abrieron aún más para darle la bienvenida. Y poco a poco fueron tensándose cuando un cosquilleo comenzó a emerger en mi interior, unos dedos más abajo de mi ombligo. Jadeé, colocando mis pies en punta y contrayendo los dedos cuando aquellas cosquillas tibias comenzaron a crecer como una mecha. Él me estaba dando justo en el blanco.
Elias buscó mi oreja para gruñir sensualmente y avisarme que su final había llegado, a pesar de que yo me encontraba en el borde y aún necesitaba un empujoncito más para poder llegar al mío. Desesperada, coloqué ambas palmas de mis manos en su trasero para empujarlo hacia mí.
—Un poco más —supliqué.
Él se hundió hasta el fondo, con fuerza, y sentí su calor bañar mi interior. Y su gruñido de alivio fue reprimido por la sorpresiva y potente mordida que dio en mi sensible cuello. Todo mi cuerpo se electrificó al instante y me mordí el labio para no dejar escapar el altísimo grito que estuve a punto de pegar. Me apreté a su alrededor cuando embistió una, dos, tres... mientras seguía viniéndose dentro de mí. El dolor, calor y placer se convirtieron en uno mismo y cuando Elias lo sintió venir, me besó en la boca para sofocar el segundo grito que di, esa vez por el orgasmo que me arrasó.
Todo fue tan intenso que cuando terminó, el cuerpo entero se me aflojó y solo pude abrazarme a él para no derretirme sobre la ventana. Aún sentía su respiración en mi cuello, justo en el punto que comenzaba a arder por su mordida. No me sorprendería despertar mañana con una marca, pero ni siquiera encontré la energía para reclamarle.
Elias salió de mí y besó el punto dolorido de mi garganta, como si hubiera leído mis pensamientos. Sus labios continuaron ascendiendo con suaves besitos hasta alcanzar mi oído de nuevo.
—Cásate conmigo —repitió con voz aún más ronca, recordándome de golpe lo que estaba sucediendo antes del sexo.
Salió de su escondite en mi cuello para mirarme con timidez. El enfado se había esfumado por completo de esos ojos marrones, él lo había dejado salir todo de una manera tan primitiva que las piernas aún me temblaban.
—Elias...
—Te amo, Estrella —me dijo por primera vez—. Fui un tonto y un cobarde por no habértelo dicho antes de perderte. No volveré a cometer el mismo error dos veces. Si me has elegido de corazón, sé mi esposa.
Esa sería la segunda ocasión en que yo me convertiría en la esposa de alguien y no sabía cómo sentirme al respecto. Ni siquiera estaba divorciada oficialmente del primero, ¿podría casarme de nuevo? ¿Mi matrimonio con Elias sería válido en caso de hacerlo? Caelum me había dicho que simplemente lo ignorara, ¿pero sería tan fácil cómo para ser capaz de jurar amar a alguien más por el resto de mi vida?
Parpadeaba como una tonta cuando me percaté de que el rostro de Elias se ensombreció ante mi silencio y me dio tanto miedo que aquello entre nosotros se desmoronara sin remedio, que la palabra salió de mi boca antes de que pudiera procesarla.
—Sí.
Elias me abrazó y me cargó con facilidad para llevarme del alféizar a la cama. Esa vez, se encargó de quitarme la ropa muy lentamente antes de hacerme suya de nuevo.
Desde la ventana donde estaba posicionada, en uno de los pasillos del palacio, alcanzaba a ver perfectamente a Caelum volando a través de las nubes con los mellizos en brazos y Kalon pisándole los talones, jugueteando tras ellos.
La tormenta del día anterior se había marchado sin dejar ningún estrago a su paso, por lo que el atardecer de ese día había pintado las nubes de rosa y durazno y los niños habían querido subir a "atraparlas".
Después de la manera en la que Caelum había manejado la pelea de los mellizos el día anterior, yo había decidido recompensarlo y dejarlo ese día completamente solo con ellos. También había sido una manera de demostrarle mi confianza, así que esperaba que no se diera cuenta de que los estaba espiando desde la ventana como una psicópata. No tenía nada contra él, simplemente siempre me ponía nerviosa al estar lejos de mis hijos.
Mamá recargó su hombro al otro lado del ventanal y miró a través del cristal con curiosidad, buscando aquello que me tenía tan entretenida. No me sorprendió su presencia, había escuchado sus pasos desde que puso un pie en el pasillo.
—¿A quién estamos espiando? —preguntó, como una niña feliz de hacer una travesura.
—A Caelum —respondí con obviedad, sin apartar la vista del ángel.
Mi corazón daba un salto cada vez que lo veía hacer una pirueta en el cielo.
—¿Y cómo va eso?
—Hasta ahora no ha dejado caer a ninguno.
Soltó una risita tan amistosa que me incitó a mirarla, ella no solía reír cuando se trataba del arcángel. De hecho, lucía bastante relajada para la ocasión.
—Es un buen papá, ¿verdad?
Alcé mis cejas con sorpresa.
—¿Cómo lo sabes?
—No eres la única que lo espía —confesó, ladeando la cabeza.
Eso tampoco me sorprendió.
—Siempre supe que sería un buen papá —admití con melancolía.
Ella me contempló, tan perspicaz como siempre.
—Hija, ¿todo está bien?
—Caelum se está comportando —prometí, evadiéndola discretamente.
—Él sabe que lo rostizaré si no se comporta.
Esa vez fue mi turno de reír.
—Me contó sobre el recuerdo que le mostraste —confesé.
Antes no me había animado a decírselo porque no quería que peleáramos más, pero en ese momento me dio la impresión de que ambas estábamos lo suficientemente tranquilas como para hablar de ello.
—¿Estás molesta por eso? —tanteó.
—¿Puedo verlo? —respondí con otra pregunta.
Ella titubeó.
—No quiero que lo veas.
—¿Tan malo es? —cuestioné, intentando entender su negativa.
—Pensé... —se calló un momento—. Pensé que iba a perderte, Estrella. Y cuando te recuperé, no eras la misma. A veces esos recuerdos aún me atormentan.
—Nunca te comprendí tanto como ahora, ¿sabes? —Me atreví a confesar—. Lamento haberte hecho sufrir tanto con mi ausencia, yo no sé qué haría si los mellizos desaparecen y no los vuelvo a ver durante los siguientes seis meses. Literalmente me volvería loca.
Ella me sonrió con compasión.
—Sé que ser mamá no es fácil, pero estoy muy orgullosa de la mamá en la que te has convertido y tal vez no te lo digo tan seguido como debería. Pero la manera en la que has salido adelante, Estrella, y también como has sacado adelante a esos dos pequeños, es para reconocerse. Me llenas de orgullo, hijita.
—Gracias mamá —respondí con cariño—. Viniendo de ti, es muy importante para mí.
Ella se acercó para darme un abrazo que me hizo sentir más entera, hasta cerré los ojos para disfrutarlo.
—¿Qué dices si nos tomamos un té y disfrutamos de tu tarde libre de niños? Hace mucho que no pasamos tiempo de calidad juntas.
Se veía demasiado relajada como para estar sugiriendo dejar a los niños sin supervisión.
—Le pedirás a papá que los espíe, ¿verdad? —intuí.
Ella entrelazó su brazo con el mío y giró su rostro lo suficiente para alcanzar a ver su sonrisa malévola.
—Ya lo hice —afirmó, arrastrándome hacia las escaleras.
El té de hierbas dulces y miel estaba delicioso y hasta me ayudó a relajar el cuerpo, el cual llevaba tenso todo el día. Los ojos azules de mamá estaban tan atentos a mí que fue imposible ignorar su preocupación, así que deduje que su invitación para tomar el té no había sido una simple casualidad.
—¿Cómo lo sabes? —pregunté, dejando mi taza de porcelana sobre la mesita circular frente a nosotros. Solo ella y yo nos encontrábamos en el salón dorado, así que teníamos suficiente privacidad.
—¿Saber qué? —Esa inocencia fingida no tenía precio.
—Que algo me sucede —fui al grano.
Ella escondió la sonrisita tras su taza y la disimuló con un trago. Cuando la bajó de nuevo, decidió ser sincera.
—Noah...
—Claro —murmuré para mí misma—. Como no lo vi venir...
—Sabes que no lo hace con maldad, pero anoche se quedó preocupado. ¿Todo está bien entre Elias y tú?
—De maravilla —ironicé.
—¿Quieres contarme?
Suspiré lánguidamente. No tenía muchas ganas de hablar del tema, pero tarde o temprano mi familia se enteraría y yo prefería que lo escucharan viniendo de mí.
—Voy a casarme, mamá.
No era fácil tomarla por sorpresa, pero esa fue una de las pocas excepciones. Mamá soltó la taza de golpe, derramando el líquido en parte de su vestido y el resto sobre la alfombra, donde la porcelana se astilló al recibir el golpe.
Ni siquiera pareció darse cuenta del accidente, o tal vez no le importó, porque su entera atención estaba sobre mí.
—Con Elias, ¿verdad? —cuestionó con una nota de pánico.
Aquello me hizo comprender que por mucho que estuviera tratando de aceptar la paternidad de Caelum, ella me enterraría viva si alguna vez llegaba a enterarse de nuestra boda secreta. Y a él... Probablemente por fin cumpliría su promesa de rostizarlo vivo.
—¿Con quién más? —la provoqué, recogiendo la taza rota para ponerla sobre la mesa.
Mamá se desinfló como un globo, había puro alivio en su rostro.
—Pensé... —se calló de golpe, mordiendo su labio inferior—. No importa. Dios mío, ¡vas a casarte! ¿Te lo propuso?
—Anoche —le conté, tratando de sonreír y fracasando en ello.
Su frente se arrugó cuando frunció las cejas.
—¿Por qué parece que estás hablando de un funeral y no de tu boda?
Tomé un sorbo de té, meditando aquella pregunta. Sabía que estaba mal comparar, pero no podía evitar recordar la propuesta de Caelum; lo perfecta y sencilla que había sido, porque aun después de encontrar el anillo no me sentí presionada en absoluto.
En cambio, me daba la sensación de que la propuesta de Elias había estado llena de celos y miedo a perderme. Y yo también había aceptado por miedo a perderlo. Ahora que no tenía la cabeza nublada por el sexo, me preguntaba si la decisión que tomamos sería la correcta.
No sabía cuánto tiempo llevaba en silencio, pero volví al presente cuando sentí que tomaba mi mano. Mamá se había acercado y me daba un apretón cariñoso, intentando averiguar lo que pasaba por mi mente.
—Estrella, si no quieres casarte está bien decir no.
Exhalé.
—No quiero perder a Elias. —Se me quebró la voz—. Y si me niego a esto, sé que será el fin.
—No necesariamente —objetó—. Yo le dije que no a tu papá... y míranos ahora.
La miré en shock.
—¿Le dijiste que no a papá cuando se te propuso? —repetí, intentando procesarlo—. Eso es imposible, ustedes son el uno para el otro.
Ella soltó una risita nerviosa.
—Y eso no estaba en duda, pero a veces no se trata de la persona correcta sino del momento correcto. Y cuando tu padre quería casarse conmigo, simplemente no era el momento. Después lo hablamos con más calma, nos escuchamos, y ambos entendimos que nos amábamos y claro que queríamos casarnos algún día, pero que no había prisa para ello. Él me esperó hasta que me sentí lista. —Hizo una suave caricia en mi cabello—. Puede que me esté arriesgando a sacar conclusiones precipitadas, pero ¿no se estarán apresurando por la presencia de cierto arcángel?
—Tal vez —murmuré.
—Habla con Elias, hija. Si es la persona correcta, estará dispuesto a esperarte. Yo sé que lo hará.
Era un buen consejo pero, a fin de cuentas ¿qué era lo que yo estaba esperando? Caelum y yo nunca podríamos volver a estar juntos por culpa del Concejo y su maldito arresto domiciliario, vigente hasta el día de mi muerte.
Y yo de verdad quería a Elias con todo mi corazón, no solo me había dado su apoyo incondicional durante los últimos meses, también atesoraba valiosos recuerdos de los últimos años. Tal vez su propuesta no fue la mejor, pero casarme con él tampoco era la peor de las situaciones. Sucedería tarde o temprano, ¿qué caso tendría aplazarlo?
Era mejor si, de una vez por todas, dibujaba una línea irrompible entre Caelum y yo. Nuestros hijos serían lo único que nos uniría a partir de ahora.
—Estoy bien —musité al notar que mamá estaba esperando alguna reacción por mi parte—. Elias y yo estaremos bien.
Sonrió al entender el significado de mis palabras.
—Serás la novia más bonita de Féryco.
Y no supe por qué, pero me quebré solo al escuchar esas palabras. Me sentí tan segura y conmovida con ella que las lágrimas que llevaba semanas reprimiendo simplemente salieron a tropel y fue imposible detenerlas. Cubrí mi rostro con mis manos y mamá me abrazó para atraerme hacia su pecho. Con ese gesto entendí que iba a permitirme llorar todo lo que yo quisiera.
—Solo estoy abrumada —traté de explicar, abrazándome a ella como si fuera una niña de nuevo—. Estos últimos días han... han sido demasiado.
—Lo sé, hija —aceptó, acariciando mi espalda—. No te guardes nada.
Ya no podía, de todas formas. Mi corazón se había desbordado y yo necesitaba sacarlo todo o iba a explotar. Necesitaba descargarme, pero también que las lágrimas me limpiaran y renovaran, así que subí los pies al sofá y me acomodé en su regazo, dejando salir lágrima tras lágrima hasta que me agoté y no pude llorar más.
Mamá se quedó conmigo hasta el final, consolándome en silencio.
¿Alguien vio venir esta propuesta? 👀
¿Qué creen que sucederá con Caelum cuando se entere de la boda?
¿Nuestro ángel querrá impedirla?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro