Capítulo 18. Música mágica.
«Música mágica»
Estrella.
Inhalé hondo cuando sentí un cosquilleo en mi frente y entreabrí los ojos lo suficiente para averiguar de qué se trataba.
—¿Ya te vas? —pregunté al reconocer a Elias, vestido y toda la cosa.
—No tarda en amanecer —susurró, sentándose al borde de la cama—. Perdona, no quería despertarte.
Cubrí mi boca al bostezar.
—No te preocupes.
—Duerme otro rato, aún es temprano.
Asentí, pero alcé mi cara e hice un puchero para que me besara. Él sonrió antes de poner sus labios sobre los míos, el beso fue dulce y somnoliento.
—¿Hoy comeremos juntos? —pregunté cuando se separó.
—Me toca acompañar a Noah a Sunforest —me recordó.
—Es cierto, avísame cuando estés de vuelta.
—Claro, nena. Te veo en la noche.
Me giré en la cama cuando me quedé sola y cerré los ojos con la intención de dormir otro ratito, pero por alguna razón ya no fui capaz de conciliar el sueño. Me quedé mirando el techo y lamentando que Elias se hubiera marchado, pero decidí aprovechar la madrugada y el silencio, antes de que los mellizos despertaran. Hace mucho que no tenía un momento para mí.
Salí de la cama y me vestí solo con una bata para cubrir mi desnudez. Crucé el pasillo para entrar silenciosamente en la habitación de mis hijos y asegurarme de que estuvieran bien. En esa ocasión cada uno dormía en su propia cama y sonreí al encontrarlos babeando sobre sus almohadas. Al menos, no despertarían hasta dentro de un buen rato.
Últimamente los mellizos terminaban exhaustos y dormían como piedras gracias a Caelum. Al final, no había resultado tan difícil acostumbrarme a la presencia del arcángel, no cuando le hacía tanto bien a los niños.
Apenas habían transcurrido poco más de dos semanas desde su aparición, pero Evan y Cielo ya lo adoraban. Y el reino también estaba tranquilo gracias a su buen comportamiento.
Por otra parte, Elias y Caelum no habían vuelto a dirigirse la palabra, pero yo lo consideraba un gran avance. Y en cuanto a mi familia, todos parecían tolerarlo a excepción de mamá, pero la mayor parte del tiempo papá me ayudaba a mantenerla tranquila.
Según el arcángel, el Concejo también estaba en calma e indiferente a lo que sucedía en Féryco. Así que aquella rutina que había nacido de la noche a la mañana ya era parte de nuestras vidas y las plumas doradas sobre el buró de los mellizos me lo recordaban constantemente.
Tras comprobar que mis hijos se encontraban bien, decidí vestirme con ropa deportiva y pasar un buen rato en la sala de entrenamiento. Media hora después Alen me encontró completamente sudada y practicando con el saco de boxeo, no ocultó su sorpresa.
—Te levantaste temprano. —Mi hermano traía puesto su uniforme de entrenamiento y los rizos cenizos recogidos con una liga. Transmitía la serenidad de siempre, pero había intriga en sus ojos azules—. ¿Alguna razón por la que te levantaste con ganas de golpear?
Reí al entender la dirección de sus pensamientos.
—Solo me dio insomnio —me justifiqué.
—¿Todo bien, entonces?
—Sí, Alen. —Sonreí con sinceridad—. ¿Qué hay de ti? ¿No deberías estar retozando con tu esposo?
Alzó una comisura en media sonrisa y un perfecto hoyuelo se formó en su mejilla izquierda.
—Nathan y yo podemos retozar más tarde, hoy desperté con ganas de entrenar. ¿Interesada en un combate?
—Siempre —accedí de inmediato, ansiosa por recordar los viejos tiempos.
Un par de horas más tarde ya estaba bañada, vestida y de muy buen humor. Salté a la cama de Cielo para saludarla con alegría y alcé la voz para que Evan también me escuchara.
—¡Buenooooos días! —canté. En respuesta, el bostezo de Cielo fue enorme—. Ya es hora de levantarse, hay muchas cosas que hacer hoy.
En la cama de al lado, Evan alzó su cabeza y pestañeó con ojos somnolientos. Reprimí una sonrisa al ver su cabello negro apuntando en todas direcciones, ya era hora de un corte.
—¿Qué hay de desayunar? —murmuró.
—Seguro algo delicioso. Levántense e iremos a averiguarlo —los animé.
Les tomó algunos minutos más un baño rápido despabilarse por completo, pero después de eso la energía de mis diablillos se hizo presente de nuevo.
Ese día, el sol no salió en Féryco debido a las nubes de tormenta que se habían acercado sigilosamente durante la noche, por lo que el clima estaba más fresco que de costumbre. Debido a eso, le había puesto a Cielo un vestido liso de manga larga —ella lo eligió púrpura, su nuevo color favorito— unas mallas gruesas y unas botitas con adornos de flores. La peiné con dos colas de caballo, lo que la hizo ver monísima. Caelum iba a derretirse al verla.
A Evan también le puse unas botas y un suéter ligero —azul, para destacar sus ojos— porque sabía que tarde o temprano comenzaría a llover. Tuve que sobornarlo con la promesa de unos cuantos dulces para que me dejara cortarle el cabello sin chistar, pero al final quedó tan guapo y presentable como su hermana. Tal vez era un capricho mío, pero me encantaba que se vieran bien para su padre.
Valió toda la pena del mundo cuando Caelum apareció por la tarde y le brillaron los arcoíris de sus pupilas con solo verlos. Ese día, el ángel traía una sobria túnica gris que hacía juego con las nubes cargadas de lluvia sobre nuestras cabezas, pero eso no le restaba belleza. Al contrario, el tono neutro lograba que el fulgor de sus ojos y el brillante negro de su cabello luciera aún más.
La sonrisa era enorme y brillante mientras cargaba a Evan y Cielo —uno en cada brazo— y los hacía girar junto con él. Los depositó en el suelo antes de que se marearan y los saludó con caricias en sus cabezas.
—Te has cortado el cabello —señaló, mirando a Evan.
—Mamá me lo cortó —refunfuñó mi hijo.
—Te ves bien —lo elogió su padre—. Me gusta que no te cubre los ojos.
—Te lo dije —me metí, encantada por la defensa de Caelum.
El ángel me regaló una sonrisa cómplice. Con cada día que pasaba, él y yo aprendíamos a llevarnos mejor con esa nueva situación. Al menos frente a los niños, tal y como lo habíamos prometido.
—Y tú, mi princesa, estás vestida con tu nuevo color favorito. Y te ves preciosa.
Me llené de paz al escucharlo, porque aquellas simples palabras demostraban que Caelum ponía atención hasta en el más mínimo detalle, que con cada visita él aprovechaba para absorber toda la información que podía de ellos y lo guardaba en lo más profundo de su corazón. Él estaba aquí por nuestros hijos.
Alen y Nathan aparecieron junto a mí. Estábamos en las praderas porque habíamos acordado revisar las guardas mágicas del río para evitar un accidente como el de la última tormenta.
—Caelum —saludó mi hermano cordialmente. Él solía ser el más amable con el ángel.
—Alen —respondió el otro de la misma manera, aunque con una mirada curiosa.
—Tío Alen, ¿vienes a jugar con nosotros? —preguntó Cielo con emoción.
Él sonrió con ternura.
—Tal vez más tarde, Cielo. Tu mamá y yo tenemos algunas cosas que hacer —me miró—. ¿Estás lista?
—Te alcanzaré en un minuto —avisé.
Él asintió tranquilamente y se alejó hacia el río con Nathan fiel a su costado. Caelum me miró con ansiedad, esperando una explicación.
—Si estás ocupada, puedo volver más tarde —tanteó.
—Tengo que resolver algunas cosas —admití—. ¿Te importa quedarte con los niños mientras lo hago?
—¿A solas? —cuestionó incrédulo.
—Confío en ti —me sinceré con él—. «Por favor, no defraudes esa confianza. No en lo que respecta a ellos»
«Estarán a salvo conmigo» —prometió.
«Lo sé»
La sonrisa de Caelum fue aún más deslumbrante.
—¿Qué quieren hacer hoy? —se concentró en los niños.
—¡Volar contigo!
Mi corazón se saltó un latido al escucharlos, tal vez debería dejar que Alen y Nathan se encargaran del río para poder quedarme a cuidar que ninguno se cayera del cielo. Tal vez...
Caelum rio en voz alta al ver mi expresión de horror.
—Ya lo hemos hecho antes —me recordó.
Y, para mi pesar, a los mellizos les encantó aquella experiencia. Había que darle crédito a Caelum porque sabía maniobrar muy bien en el cielo, nunca me olvidaría de aquel orgasmo que me regaló mientras flotábamos entre las nubes y estrellas del Edén... Si él pudo lograr eso, bien podría cuidar que ninguno de los chiquillos se le cayera.
—Tengan mucho cuidado —ordené, dirigiéndome a Evan y Cielo—. Obedezcan a papá y nada de hacer travesuras estando arriba, ¿entendido?
—Sí mamá —corearon con un tonito inocente.
—A ti no hace falta que te diga nada, ¿verdad? —añadí, alzando una sola ceja en dirección a Caelum.
—No, majestad —se atrevió a responder con un tono militar—. Se los devolveré enteros.
Escondí mi sonrisa para no parecer tan blanda.
—Más te vale —advertí seriamente—. Voy a contar cada uno de sus cabellos.
—Oye —bajó el tono de su voz, solo así noté su preocupación—. ¿Está todo bien? ¿Hay algo en lo que pueda ayudar?
A él no debería parecerle normal que yo accediera a dejarlo solo con los niños, pero independientemente de mis obligaciones, aquel era un voto de confianza que se merecía.
—No, solo estamos tomando precauciones para la tormenta que se avecina —le conté, espiando el horizonte y sintiendo las ráfagas de viento cada vez más cerca—. Noah y mis padres están en Sunforest, así que Alen y yo debemos encargarnos de esto. Ten cuidado allá arriba, no está lejos.
Él realizó su propio escrutinio y asintió con la cabeza.
—Solo los complaceré un rato y volveremos al palacio.
—Gracias —respondí de todo corazón—. Te los encargo.
Me quedé ahí mientras el ángel cargaba a los dos niños y lo vi salir disparado hacia el cielo rebozando de confianza, como un rayo negro y dorado cruzando las nubes grises. Las risas de los mellizos resonaron por las praderas y escucharlos me relajó lo suficiente como para concentrarme en mis deberes.
Alen, Nathan y yo no tardamos mucho en recorrer el río para asegurar que las guardas estuvieran activas y reforzarlas con nuestra magia. Mientras lo hacíamos, agudicé el oído y puse mucha atención a cualquier canto o advertencia, pero el agua se encontraba en silencio.
Se lo hice saber a mi hermano para tranquilizarlo, pero de todas formas me mantendría atenta durante toda la tormenta. Aprovecharía ese extraño don con el que había nacido para proteger a mi reino.
Comenzó a llover justo cuando teníamos todo bajo control, así que volvimos al palacio satisfechos con las protecciones que habíamos hecho. Justo en ese momento, Caelum me habló telepáticamente.
«¿Tienen permiso de comer galletas?» —preguntó inseguro.
Le mandé una risa mental y un tanto malévola.
«Déjame adivinar: te engatusaron en la cocina»
«"Engatusaron" se queda corto» —se quejó, aunque alcanzaba a percibir cierta admiración en su voz mental—. «Estos dos me han engañado. Esa es la palabra»
«Y no cualquiera engaña a un arcángel» —me burlé. Un ronco gruñido de protesta retumbó dentro de mi cabeza.
Alen me prestó atención de nuevo ante la sonrisa que se dibujó en mi rostro, sin que yo me diera cuenta siquiera. Me ruboricé al pensar que debía verme como una boba, sonriendo ahí sola.
—¿Tienes que irte? —la pregunta fue calmada, pero reconocí en sus ojos cierta astucia silenciosa que compartía con papá, como cuando se daban cuenta de algo y se dedicaban a analizarlo para sí mismos, muy minuciosamente.
No me atreví a preguntar qué pensamiento cruzaba por su cabeza.
—Los diablillos están haciendo sufrir a Caelum. Debería ir en su rescate.
Nathan se tomó la libertad de reír.
—Pero si no lo dejaste solo ni media hora —puntualizó mi cuñado.
—Aún está aprendiendo a manejarlos —me encogí de hombros, divertida—. Me voy, o saquearán la cocina. Si necesitan algo de mí solo tienen que llamarme.
—Lo mismo te digo, hermanita —respondió Alen. Y pude ver que había decidido guardarse sus pensamientos para sí mismo.
Se lo agradecí en silencio y un parpadeo me bastó para esfumarme hacia la cocina. Caelum me miró con alivio, en cambio, Evan y Cielo pelaron los ojos y escondieron sus galletas a medio comer tras sus espaldas.
—Ni se molesten —los regañé, poniendo una mano sobre mi cadera—. Tienen la cara llena de migas y chocolate. ¿Qué les he dicho sobre comer galletas antes de la cena?
—Papá dijo que estaba bien —se defendió Evan, señalándolo.
Caelum se atragantó con su propia saliva.
—Dije que no sabía si estaba bien —aclaró, mirándome con miedo.
Tuve que hacer un esfuerzo enorme para aguantar la carcajada que luchaba por salir.
—Como si no te conociera, Evan.
—¡Cielo también está comiendo una! —gritó de pronto.
—¡Pero tú me la antojaste! —chilló su hermana.
—Igual eres tan culpable como yo.
Enarqué una sola ceja y observé a Caelum.
«Todos tuyos» —lo incité.
«Yo creo que tú lo estás haciendo muy bien» —trató de evadirme.
«No todo son risitas y diversión, Caelum» —rebatí, con una sonrisa malvada—. «¿Quieres ser parte de sus vidas? Eso incluye las peleas y los berrinches. No vamos a jugar a la mamá mala y el papá bueno»
Él hizo una mueca compungida.
«Ayúdame» —suplicó.
«Te ayudaré si veo que comienzan a comerte vivo» —ofrecí, recargándome de espaldas en la pared y cruzando los brazos, dispuesta a observar cómo manejaba la situación.
«Vaya, eso me da mucha tranquilidad» —ironizó.
Reí para mí misma. A esas alturas, los chillidos de los niños ya habían alcanzado un volumen demasiado elevado y sus palabras eran inentendibles.
—Niños, no griten... —pidió Caelum, pero sus palabras se perdieron en el bullicio y no le hicieron caso. Se rascó la cabeza con tanta incertidumbre que me dio ternura—. Niños...
Los gritos se alzaron aún más y Caelum me miró con súplica, pero yo negué con la cabeza y, la verdad, tuve que hacer un enorme esfuerzo para no dejarme convencer por esa nueva vulnerabilidad que él estaba demostrando.
Respiró hondo, como si estuviera intentando armarse de valor. Tal parece que Caelum acababa de encontrar su talón de Aquiles.
—Hey, Evan —lo llamó, concentrándose en él.
Por primera vez desde que se conocieron, Evan lo ignoró.
Al final mi instinto materno fue más grande que yo y di un paso al frente cuando Cielo comenzó a llorar de la nada, pero ese llanto también provocó algo en Caelum que volvió a dejarme quieta casi de inmediato.
Su rostro se contorsionó al ver a su hija llorando por primera ocasión. Se puso de pie y blandió sus alas, pero supe que no utilizó ni un cuarto de su fuerza cuando fue solo una brisa la que golpeó nuestros rostros y meció nuestros cabellos, una brisa que estaba destinada a calmar a los mellizos.
El silencio se hizo cuando la recibieron y después, solo los ligeros sollozos de Cielo interrumpieron la quietud. Su padre los observó con una intensidad desconcertante y se puso en cuclillas frente a ellos, ofreciéndole sus brazos a nuestra hija para terminar de calmarla.
—Escuchen —pidió, haciendo una seña para que Evan también se acercara a él. Cuando el niño obedeció, él acarició su cabello con cariño—. Ustedes no pueden pelear así, por la razón que sea. El destino nos dio un regalo único e inusual: quiso que nacieran juntos y así deben permanecer siempre. Son hermanos, no enemigos. Deben apoyarse y cuidarse el uno al otro, no gritarse como lo estaban haciendo hace un momento, así que van a pedirse perdón ¿de acuerdo?
Mi cuerpo se estremeció silenciosamente al escuchar esas palabras tan acertadas. Evan jugó con sus pies por un momento, pero ante la atenta mirada de Caelum el pequeño alzó su vista con timidez y observó a su hermana con unos ojos llenos de disculpas.
—Lo lamento, Cielo.
Ella sorbió por la nariz de manera ruidosa y talló uno de sus ojitos. Aún sollozaba quedamente, pero se notaba mucho más tranquila que hace un minuto.
—Perdón Evan —respondió, acercándose a su hermano para abrazarlo con cariño.
Caelum sonrió.
—¿Y qué hay de mamá? —añadió sutilmente.
Mis hijos me miraron.
—No volveremos a comer golosinas antes de la cena.
Me dejé caer de rodillas para acariciar sus rostros. Incluso, utilicé la manga de mi vestido para terminar de secar las lágrimas de Cielo.
—Creo que, por esta ocasión, podemos preparar cocoa y comer unas cuantas galletas ¿qué dicen?
Evan me echó los brazos al cuello.
—¡Eres la mejor mamá del mundo!
—Solo porque está lloviendo y no podemos jugar en el oasis —recalqué.
Caelum rio.
—¿Así se entretienen cuando llueve?
—A veces también tocamos el piano —comentó Cielo con inocencia.
Su padre perdió el equilibrio y se dejó caer en el suelo de la impresión, con un sentón que hizo eco con un ruido sordo. Evan y Cielo rieron al mismo tiempo, puesto que sí resultó algo gracioso.
—¿Saben tocar el piano? —preguntó sin aliento.
—Mamá nos enseñó —afirmó nuestra pequeña, más animada. El estómago se me hizo un nudo, imaginando lo que se avecinaba—. ¿Quieres que toquemos una canción para ti?
—Me encantaría escucharlos tocar —accedió con rapidez.
—¿Podemos, mami? —Cielo me hizo ojitos, yo besé su coronilla.
—Por supuesto, cariño.
Este día acababa de ponerse más interesante.
Preparamos la cocoa, servimos unas pocas galletas y sin más remedio subimos juntos al ático. Me sentí extraña cuando vi a Caelum de pie, en medio de aquel lugar que había sido mi refugio durante años, pero él no se dio cuenta de mi mirada nerviosa porque estaba contemplando anonadado el reluciente instrumento blanco.
«Conservaste nuestro piano» —escuché dentro de mi mente.
«Lo hice»
«Y le enseñaste a nuestros hijos a tocar en él»
«Ellos me lo pidieron» —me sinceré.
Por fin, él apartó sus ojos color universo para mirarme a mí. No supe por qué, pero me sentí completamente desnuda cuando lo hizo.
«¿Tocabas para ellos?» —adivinó.
Coloqué una mano sobre mi vientre.
«Desde que estaban aquí» —Tragó saliva con dificultad y yo señalé el piano discretamente—. «Siempre quise que fueras tú quien les enseñara, así como hiciste conmigo» —me atreví a confesar.
«Hubiera sido un honor» —comentó, mientras volvía al piano y acariciaba con las yemas de sus dedos los rasguños en la pintura.
Como si la cubierta del piano estuviera conectada directamente con mi piel, sentí el fantasma de esa caricia subir por mi espalda. Tal vez solo se trató de mi imaginación, pero se sintió tan real que me espanté y sacudí aquellos recuerdos enterrados que luchaban por despertar.
Lo dejé en el piano con los niños y me senté en el sofá adherido a la ventana, tratando de distraerme con la lluvia golpeando contra el cristal. Subí mis piernas para pegarlas a mi pecho y soplé mi cocoa, mientras miraba a Caelum charlar con nuestros hijos sobre uno de sus instrumentos favoritos.
Parecía tan irreal que por un momento temí que me despertaría de un sueño y nada de esto habría sucedido. Tal vez, Caelum seguía sin poner un pie en Féryco y todo esto era una jugarreta de mi subconsciente. Me pellizqué con discreción, mordiendo mi labio inferior al sentir el piquete en mi piel.
Bueno, al menos parecía real.
Me relajé cuando Cielo comenzó a tocar y Caelum a instruirla con amor cada vez que cometía algún error. Luego, fue el turno de Evan y la misma dinámica se repitió. Los mellizos se emocionaron mucho al descubrir que su padre también sabía tocar.
Estuvieron un buen rato así, tanto que Caelum comenzó a espiar la ventana con tristeza, dándose cuenta que estaba alargando el momento de irse. Igual no pasaba nada si por un solo día se quedaba un ratito más, así que no lo reté por ello.
Cielo se sentó conmigo cuando por fin se cansó del piano, la acomodé en mi regazo para poder abrazarla y hacer caricias cariñosas en su cabello.
—Mami, ¿puedes tocar Halellujah? —me pidió mi hija por segunda ocasión.
Al escucharla, Caelum alzó su cabeza con interés.
—¿Por qué no se la pides a papá? —sugerí—. Él me la enseñó.
Incluso desde mi lugar pude ver el brillo de entusiasmo en los ojos de Evan, más la sonrisa llena de ternura del ángel.
—¿Puedes tocarla? Por favor, papá —suplicó nuestro pequeño.
—Estoy algo oxidado —replicó Caelum, contemplando las teclas de oro blanco. Un momento después me buscó con la mirada—. Aunque mamá podría ayudarme.
La petición me tomó por sorpresa y lo miré como si estuviera loco, pero los mellizos estallaron en vítores de emoción y no me quedó de otra que aceptar. Ignoré el temblor de mis piernas cuando me puse de pie y me senté en el banco, a un lado de Caelum. Reprimí un gemido cuando sentí el calor de su ala izquierda abordando mi espalda.
Evan se unió a Cielo en el sillón y se sentaron bien rectos y atentos, teniendo un lugar en primera fila. Caelum me dio una orden silenciosa sobre las notas de las que cada uno se ocuparía, las cuales ambos nos sabíamos de memoria. Posicioné mis dedos, concentrándome en las teclas para no mirarlo. Él acomodó sus grandes manos y sus dedos flexibles a mi lado, casi pude sentir su calidez de nuevo como cuando solíamos entrelazarlas en el Edén mientras dábamos un paseo, o cenábamos, o hacíamos el amor.
—¿Estás lista?
Respiré. Muy hondo. Una sola vez.
—Lista —confirmé.
Nuestras manos se movieron al mismo ritmo y todo fue música, mágica música. Juntos, logramos que el eco de nuestro himno rebotara en las paredes y creamos una melodía exquisita que se llevó todos mis miedos e inseguridades. De pronto solo fuimos nosotros hundiéndonos en un mar de notas llenas de sentimiento.
Oh, la música era el lenguaje universal de todas las dimensiones existentes y por existir. Y esbocé una enorme sonrisa cuando Cielo se puso de pie con un salto y comenzó a bailar por todo el ático, saltando y girando, haciendo que su vestido púrpura se inflara y flotara a su alrededor. Evan la imitó enseguida y sentí como si el alma se me saliera del cuerpo cuando se tomaron de las manos y comenzaron a bailar juntos por primera vez.
Fue eso lo que me ayudó a reunir la valentía suficiente para alzar la vista y mirar al magistral arcángel acomodado a mi lado, solo para descubrir una sonrisa aún más enorme que la mía, nacida del espectáculo que nuestros hijos nos estaban dando.
Al sentir mi mirada, él bajó la suya. Y nos sonreímos y nos miramos, ambos con lágrimas al borde de los ojos porque aquello simplemente era demasiado...
La puerta se abrió y nuestras manos se congelaron, cortando de golpe la música, la magia y las miradas.
Elias estaba de pie en el umbral.
¿Les gustó el capítulo? ¿Huelen el drama venir?
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