Él, con su mirada fría y misteriosa, mostrándose tan distante y grosero con todos, sin excepciones, tan solitario y raro, tan misteriosamente hermoso, todo en él lo era, aunque eso era algo que a él nunca le hubiera gustado admitir.

La primera vez que intercambiamos miradas sentí una extraña conexión que poco a poco se convirtió en curiosidad, o eso pensaba.
Jamás había deseado tanto conocer a una persona, descubrir cada una de esas partes que se esconden detrás de esa mascara de chico malo que se esforzó en crear para protegerse a sí mismo de su único enemigo.

Él mismo.

Tan desconfiado. Ni siquiera confíaba en su propia sombra. 

Sus ojos negros e inexpresivos eran como un par de brújulas que te hipnotizaban con solo verlos.

Y yo, una simple chica rara, invisible y tímida, con un asqueroso defecto, la curiosidad.
Siempre dicen que la curiosidad mato al gato ¿No?
Aunque gracias a ese defecto...pude conocerlo.

Quien diría que nuestros caminos se cruzarían de una forma tan llamativa.

Siempre estuvimos tan cerca.
Pero a la vez tan lejos.
Yo no tenía ni idea de su existencia.
Y creí que él tampoco sabía de la mía.
Pero no era así.

Él ya sabía todo de mí desde la primera vez que me vio, y yo...

Yo apenas y sabia su nombre.