17. Ausente ataraxia
https://youtu.be/d3clrkLNTSA
Julio del 2025, invierno en el hemisferio sur. Bolivia parecía poco menos que un exótico destino turístico para un francés, pero para Mathew era ya una región bastante cotidiana. Su trabajo como agregado diplomático en la Embajada de Francia en Bolivia, lo había llevado a compenetrarse profundamente con las costumbres y la vida de la ciudad de La Paz. Además, varios miembros de su familia, por parte de su padre, eran bolivianos, razón por la que Mathew no echaba de menos su Marsella natal cuando tenía que vivir en La Paz. Le ocurría lo opuesto cuando debía trabajar en Madrid o en Londres. Inglaterra le generaba especial antipatía y España, le empachaba.
Aquel invierno andino, asediado por la nieve, había traído varias sorpresas a la rutina de Mathew. Su ascenso en el trabajo llegó antes del solsticio de invierno. Aparte, se sentía muy feliz de saber que pronto podría exponer sus mejores esculturas en una galería de arte de Montpelier. Su gran pasión siempre fueron las Artes Plásticas, aunque hizo una carrera diplomática para no defraudar a su padre.
Los copos de nieve caían de manera incesante aquel 20 de julio. Las celebraciones Julias de La Paz ya habían sucedido, poco después de las fiestas por la Bastilla. Mathew celebró ambas.
A pesar de su trabajo en la Embajada, aquel día Mathew no fue a su oficina, sino que desplegó sus actividades desde la Academia de Estudios Franceses. Tuvo que salir sin avisar a nadie, debido al alto secreto que repsentaban sus tareas de ese día. Mathew tenía la orden de mantener total anonimato y trabajar en silencio.
A lo largo de toda la jornada, el trabajo lo había mantenido absorto en una concentración vertiginosa: "Comunicado de París para el Gobierno Boliviano", "se necesita traducir el informe del Senador Murillo para la cámara de Versailles", "la Alianza Francesa necesita subvención para iniciar un programa de alto rendimiento", "Francia está enviando armamento a Bolivia, a través de un convenio firmado entre París y La Paz", "por favor, fotocopie los últimos reportes de migración", "se necesitan reservaciones de hotel para el próximo arribo del Presidente Bistrot a Bolivia". La agenda de Mathew era muy apretada.
Promediaban las 21 horas, Mathew marcó tarjeta y salió exhausto de su trabajo. Sin embargo, aún tenía algunos compromisos que realizar. En su mente había una intensa inquietud, casi convertida en angustia. Había algo perforando la mente de Mathew, sentía como si alguna cosa importante se le hubiera olvidado; pero no podía recordar qué.
Eran casi las 21:16. El tráfico en el centro de la ciudad era tremendo, quizás debido a la nevada que no había parado desde el día anterior. Era extraño que cayera tanta nieve en La Paz, aunque así fueron los últimos inviernos. El cansancio de Mathew era intenso, pero tenía que asistir a la publicación del libro de un amigo. El libro en cuestión era una antología de cuentos de terror a la cual asistirían varias eminencias del campo de la literatura, tales como: Stephen King, Daniel Averanga, Cleaf Barker, entre otros. Mathew no sabía mucho de literatura, pero Daniel, su amigo, le había pedido de forma insistente que no faltara.
El evento se desarrollaba en la Vicepresidencia. Varios rostros célebres asomaban sus expresiones de etiqueta sobre el suelo de mármol, como pretendiendo realizar una adecuada performance del glamour que se debe mostrar en un evento importante. Daniel en persona recibió a Mathew que seguía siendo acosado por su mente, no podía dejar de pensar que algo importante se le había escapado.
En la noche estrechó algunas manos, conversó con algunas celebridades del mundo del cine, la literatura, la música y las artes plásticas. Luego se presentó el libro: "Gritos Demenciales XII", y se procedió al brindis de honor. El Vicepresidente en persona brindó por la publicación del libro cuyo record de ventas a nivel mundial había dejado a Bolivia en un lugar privilegiado dentro del mundo literario. Recordó los días de los Gobiernos Socialistas y recalcó que aquel nefasto pasado era parte de mundo lejano, previo a las primeras inundaciones por el deshiele de la Antártida y el Ártico.
A la salida del evento, Mathew vio como un ebrio se peleaba con los agentes de seguridad de la Vicepresidencia. A pesar que lucía como un viejo acabado, su rostro le resultaba conocido. Aquel hombre era Gaburah Lycanon, un conocido escritor bastante odiado por sus escritos incendiarios y sinsentido. El viejo escriba clavó la mirada sobre Mathew, sonrió de manera socarrona y articuló una frase en francés; quizás la interpretación de dicha frase sería: "sigues olvidando las cosas importantes, y por ello seguirás siendo un pobre imbécil". Desde luego, tal agresión verbal no surgió de la nada. Lycanon tenía un viejo problema con Mathew, generado por causa de una discrepancia de dogma. Sin embargo, aquella sentencia de Gaburah le crispó en lo más profundo del espinazo. Aquel ebrio inmundo tenía razón, algo importante se le había olvidado a Mathew.
Eran más de las 23:30. Mathew había llegado a casa, estaba absolutamente exhausto. Sin embargo, no podía dejar de maquinar angustias en su mente, la sensación de olvido e inquietud no dejaban de asediar sus nervios. Revisó varias veces su agenda y su calendario para constatar que todo había sido cubierto, nada se le había olvidado. Aún así, la sensación no desaparecía. Entonces recordó que tenía el celular apagado desde la reunión de las 9 de la mañana. Lo encendió y entró a su bandeja de entrada para comprobar si tenía mensajes o llamadas perdidas. Oprimió el botón "play" y una sensual voz femenina habló desde la bocina del teléfono celular:
Usted tiene 34 mensajes.
10: 21. Mensaje 1
—Yahooo. Hola Mathew, soy Loresa. ¿Recuerdas que te dije que vine a La Paz? Pues espero que no hayas olvidado nuestra cita. No sé porque tienes el celular apagado, pero de cualquier forma te dejo este mensaje. Te veo en el lugar de siempre
11:29. Mensaje 2
—¿Acaso sigues ocupado? Estoy a punto de salir de mi casa. Iré a nuestro sitio de encuentro al mediodía, así que no llegues tarde. Au revior.
12:00. Mensaje 3
—Yahoop, Mathew. Ya estoy aquí. ¿Estás en camino?, no te perdonaré si te atrasas. Ja, ja.
12:20. Mensaje 4
—Oye, ya es tarde. Deberías llegar diez minutos antes cuando vas a una cita. Es la obligación de un chico no hacer esperar a la chica.
12:35. Mensaje 5
—Ya es tarde, ¡ya es tarde, ya es tarde, tarde, tarde, tarde! ¿Cuánto tiempo me vas hacer esperar, eh? Como castigo, tendrás que invitar todo hoy. Bien, apresúrate y ven aquí.
13:09. Mensaje 6
—¿Qué ocurre, no me digas que sigues ocupado? Diablos, no entiendo para qué tienes un celular si no lo vas a tener prendido. Si olvidaste nuestra cita no lo dejaré pasar así de fácil.
13:32. Mensaje 7
—¡Ma-the-w! Soy Loresa. ¿Todavía no vienes? Sigo esperando.
13:57. Mensaje 8
—Rayos, ¿en qué estás pensando, cuántas horas me vas hacer esperar, realmente estás planeando venir?
14:32. Mensaje 9
—Hola Mathew. ¿Te habrás equivocado de sitio de encuentro? Es en un banco en frente de la fuente del Prado. Deberías saberlo, ¿cierto? Si estás perdido, solo llámame. Iré a buscarte.
15:01. Mensaje 10
—Soy Loresa, ¿está todo bien, Mathew? No tuviste un accidente en el camino, ¿o sí? Contáctame justo después de escuchar esto.
15:34. Mensaje 11
—¡Suficiente, al menos contáctame, un mensaje de texto, lo que sea! ¡Estoy preocupada por ti!
16:00. Mensaje 12
—Hola, soy Loresa. ¿Mathew? Responde el teléfono, prende tu celular. Estás ahí, ¿verdad? En realidad estás escuchando esto, ¿cierto? Responde al teléfono. Hablemos. Háblame.
16:15. Mensaje 13
—¿Por qué no vienes? ¿Por qué no contestas el teléfono? ¿Por qué no contestas mi llamada? ¿Por qué, por qué estás tan callado? ¡Por qué!
16:49. Mensaje 14
—Mathew. Contáctame por favor. Realmente no estoy molesta ni nada parecido. Te esperare hasta que llegues. Seguiré esperando hasta que escuche tu voz.
17:28. Mensaje 15
—He llamado como quince veces a tu trabajo y me dicen que no estás. ¿Dónde te metes?, dime algo, lo que sea. ¡Di algo!
17:59. Mensaje 16
—No sabes lo patética que me siento diciendo esto, pero en verdad quisiera oír tu voz. No quiero moverme de aquí y descubrir que nos desencontramos. No quiero ir a buscarte a tu trabajo o a tu casa porque yo sé que me estás escuchando. ¿Me estás escuchando, cierto? ¡Háblame!
18:30. Mensaje 17
—Por favor, te lo ruego. Ven a verme. Solo necesito ver tu rostro. Solo necesito escuchar tu voz. Por favor...
19:05. Mensaje 18
—Mathew, vendrás, ¿cierto? Debo seguir esperando, ¿cierto? Creo en ti, creo en ti.
19:32. Mensaje 19
—Por favor, respóndeme. Mándame un correo, un SMS. Aunque sea una sola palabra estará bien. Por favor, no me dejes sola. Te esperaré. ¡Seguiré esperándote!
20:16. Mensaje 20
—Por qué... ¡Por qué!... Y pensar que me lo prometiste, y yo confié en ti. ¡Por qué!...
20:18. Mensaje 21
—Hoy tenía que decirte algo realmente importante, por eso te cité. Tienes que venir, tienes que hacerlo.
20:49. Mensaje 22
—¿No soy buena para ti? ¿En serio no soy buena? ¿Me odias? Sí es así, solo dímelo, quiero que me lo digas. ¡Si me odias, dilo! ¡No te quedes callado, di algo, te lo ruego!
20:51. Mensaje 23
—Lo siento, lamento decirte todas esas cosas. No estás enfadado, ¿cierto? Siempre hago las cosas a mi manera... y sé que a veces soy algo abusiva contigo. Lo siento. ¡Lo siento!
21:01. Mensaje 24
—No conseguí quedarme dormida ayer. Estaba esperando esta cita con muchas ansias. Al pensarlo, mi corazón latía mucho. Nunca había tenido esta sensación. No sabía qué hacer. Quiero verte, solo quiero verte.
21:04. Mensaje 25
—Mañana será tarde, Mathew. En verdad tengo que verte hoy. Es importante, muy importante.
21:16. Mensaje 26
—Ayúdame, Mathew. No quiero desaparecer. ¡No quiero desparecer de tu corazón!
21:30. Mensaje 27
—Hace mucho frío, no ha parado de nevar. Sabes, creo que en verdad no vendrás. ¿Cierto?
21:31. Mensaje 28
—Bueno, aquí me quedaré.
21:45. Mensaje 29
—Mathew, quería decirte algo, no, varias cosas. No sé si fue por tu trabajo, o porque ya no quieres verme, pero el hecho es que no estás aquí. Vi la nieve caer toda la tarde, esperando ver tu rostro aparecer, pero me has dejado plantada. ¿Acaso me estás escuchando?
22:12. Mensaje 30
—Lo que quería decirte..., lo que quería decir es que ibas a ser papá, Mathew. ¿Recuerdas la última noche que pasamos juntos? Han pasado casi cinco meses desde entonces. Tengo un bebé en mi vientre, y es tuyo. Aún así no puedo tenerlo, sabes que mi madre me mataría, y a ti también.
22:14. Mensaje 31
—Estoy muy mal, me siento enferma. Iba a preguntártelo, a pedirte que me ayudes, que fuguemos juntos de Francia, de Bolivia, y que nos vayamos muy lejos. Ya no soporto a mi madre, la escuela, ni mi propia vida. Pero creo que no te interesa todo eso.
22:15. Mensaje 32
—A veces realmente pienso que me ves como una niña, pero aquella noche era una mujer para ti. Dijiste tantas veces que me amabas que yo te creí. Por eso te regalé mi primera vez, porque pensé que estaríamos juntos para siempre, pero este niño en mi ser lo cambia todo. ¿Entiendes que te amo?
22:17. Mensaje 33
—Voy a abortar, Mathew. No es que no quiera al bebé que tengo dentro, sino que no quiero traerlo a un mundo como éste. Tengo mucho miedo, pero la decisión que he tomado no la voy a cambiar. Sé que cuando regrese a Francia ya no podré hacerlo, en cambio aquí, en Bolivia, el aborto es legal. ¿Cierto que lo es? Quería ser mamá, pero no ahora, tengo tanto miedo.
22:20. Mensaje 34
—Lo siento mucho, no sabes cuánto. Lo siento por ti, por mí, pero más que todo por este bebé que no nacerá. Lo siento Mathew, au revoir.
Fin de los mensajes.
Un aluvión de pensamientos y angustias empezó a acalambrar la mente de Mathew cuando terminó de escuchar los 34 mensajes que le habían dejado en la casilla de voz del celular. Recordó a Loresa, sus sentimientos hacia ella, el peligro de enamorarse de una muchacha 10 años menor que él y la indescriptible pasión que los unió aquel día de verano en la ciudad de Santa Cruz, Bolivia.
Mathew no podía dejar de pensar y recordar. Amaba tanto a Loresa que su corazón había sido invadido por el terror de incurrir en lo prohibido, en la interdicción del sexo, en el riesgo del delito, en la condena del imposible. Él, un hombre de 26 años, había caído indefenso como una mosca en las redes de una adolescente. Y a pesar de todos los sentimientos que lo unían a ella, no podía dejar de sentir un resentimiento profundo al saber que ella había decidido abortar a su bebé.
Consternado y desesperado, Mathew se lanzó a la calle para buscar a Loresa. Quería evitar que aborte, explicarle la razón por la que no contestó el teléfono. Decirle que la amaba y que no debía tener miedo, que incluso... la... perdonaría. Y corrió entre la nieve y las tinieblas que cubrían la ciudad. El frío era terrible, pero nada detenía a Mathew. Se sentía horriblemente culpable, sabía que olvidó su cita con Loresa y aquello era imperdonable, aún más si se considera todas las promesas hechas. Él quería desposarla cuando cumpliera la mayoría de edad, quería hacer un hogar con ella, y todo parecía estarse derrumbando por un estúpido malentendido y... ¿es en serio?... ¿un embarazo?
Las calles blancas, mojadas y congeladas, exhibían la tenebrosa templanza del invierno, contrastando con el agobio de su ocasional visitante. El hombre chocaba con ebrios y prostitutas en su andar, tropezando en la escarcha del piso y cayendo pesadamente sobre el hielo. Hora tras hora, el minutero iba enterrando las agujas del reloj en las esperanzas de Mathew. Sus rodillas sangraban por tantas caídas sufridas. Sus manos estaban entumecidas por el frío y sus labios, morados. Es difícil determinar cómo logró correr toda la noche por la ciudad, a pesar de su casi hipotermia. Quizás un supremo acto de voluntad, mezclado con un amor ciego y una melancolía insufrible lograron darle a Mathew las fuerzas para superar el invierno andino. Y corrió, y corrió, y corrió; y visitó cada hospital, clínica y posta sanitaria. Fue a la Policía un par de veces e incluso terminó rebuscando entre los cadáveres del Departamento de Medicina Legal. Loresa no estaba por ninguna parte.
Los minutos del alba llegaron y el amanecer empezó a trasfigurar con su luz las nubes que lo cubrían. El cielo se tornó de un blanco deslumbrante, la tierra se fundía con los nubarrones y los edificios parecían torres sin final, cubiertos por la densa neblina que vestía la ciudad. Las calles, entumecidas por el frío, reclamaban la clemencia del sol para desprenderse del hielo que las hostigaba. La nieve, un inmensurable manto blanco, se mostraba como una alfombra incorpórea sobre La Paz, una ciudad que se había maquillado de fantasma.
Mathew estaba monstruosamente cansado y enfriado. Regresó a casa con la derrota a cuestas y se tomó un largo baño caliente en la tina. Luego se bebió media botella de ginebra, se abrigó y salió nuevamente. Repasó por segunda vez todos los hospitales y clínicas de la ciudad, abrigando la esperanza de encontrar a su amada Loresa. Quería disculparse desde lo más profundo de su ser, pero también deseaba regañarla por su idea de abortar. Por ello por... algo... algo más. Una herida abierta en su pecho que manaba el hedor del incierto por doquier.
Promediaban las 9 de la mañana del 20 de julio del año 2025. Mathew estaba por darse por vencido cuando una llamada entró a su celular. El desesperado caminante contestó con ansiedad.
—¡Alo!
—Math, te habla Daniel —era la voz de su amigo, el escritor.
—Qué sucedió, estoy ocupado ahora —replicó Mathew, tratando de terminar rápido la conversación.
—Oye, ayer uno de los guardias del salón me dijo que desalojaron por la fuerza a Gaburah Lycanon. Dijeron que quería entrar sin invitación con la excusa de que quería decirte algo importante.
—Sí, lo sé. Ayer lo vi peleando con el personal de seguridad. Solo me insultó —la conversación empezaba a cansar a Mathew.
—Qué será, el tema es que dejó una nota para ti en recepción de la Vicepresidencia. Dice algo de una tal Loresa —el corazón de Mathew saltó cuando oyó a su amigo.
—¡Voy para allá!
Mathew corrió sin detenerse ni para descansar. Intentó tomar algún bus, o un taxi, pero las calles continuaban vacías debido a la nevada del día anterior. Cuando llegó a la Vicepresidencia, la secretaria le dio el mensaje a Mathew. Era una sucia hoja cuadriculada que contenía un solo párrafo:
Loresa está internada en una clínica clandestina. La dirección es: Calle Copacabana, Alto Pampahasi. A la salida del viaducto que une Samapa con la ciudad de El Alto, #2242.
Sin pensarlo dos veces, Mathew tomó rumbo a la dirección que indicaba la nota. Abordó uno de los teleféricos de la ciudad y recorrió la larga y empinada subida que comprendía la ruta entre la Avenida Montes y Pampahasi.
Cuando llegó a su destino notó que la niebla era tan espesa que apenas se podía ver en un rango no mayor a tres metros. Corrió nuevamente por las intrincadas calles de Alto Pampahasi hasta dar con la calle Copacabana. Hallar la casa #2242 le costó un esfuerzo supremo, pero luego de muchos tropiezos, lo logró.
En efecto, la casa lucía como un domicilio privado, razón por la cual era difícil imaginarse que la infraestructura contendría una clínica ilegal. Por unos instantes dudó en entrar, temió que fuera demasiado tarde. Suspiró para darse valor y tocó el timbre. Una mujer vestida de pollera le abrió la puerta. Mathew le explicó la razón de su presencia y el nombre de la persona que buscaba. La mujer le permitió el ingreso a regañadientes.
El lugar, a pesar de tener el aspecto de una casa, se trataba de una clínica bien montada, con médicos y enfermeras. Mathew recordó un reporte del Programa Internacional de la Salud que señalaba la existencia de clínicas clandestinas en Bolivia, muy frecuentadas por adolescentes que querían abortar sin que sus padres lo supieran. Aquella era una de esas clínicas.
Con recelo y angustia, Mathew caminó por los pasillos del edificio. Había varias enfermeras y médicos caminando de un lado al otro. De manera ocasional se topaba con algún joven muchacho agobiado por la angustia, quizás acompañando a una novia con la esperanza de solucionar un "embarazoso" problema. ¿Infanticidio?, no, solo aborto; una solución al conflicto de los niños no deseados.
Luego de dar un par de vueltas por el lugar, un rostro desagradablemente conocido se mostró ante Mathew. Era Gaburah Lycanon, clavando una mirada inquisidora sobre el incasable caminante. Sus ojos no mostraban la inefable hostilidad que lo caracterizó siempre, sino un dolor profundo y denso. Gaburah se puso de pié y caminó hacia Mathew.
—Has tardado demasiado —dijo Gaburah. Mathew no podía entender las palabras de aquel insospechado interlocutor.
—No lo comprendo, ¿qué hace usted aquí?, ¿acaso conocía a Loresa?
El viejo Lycanon suspiró, conteniendo, a su vez, quizás el llanto, o las infinitas ganas de estrellar sus puños contra el rostro de Mathew hasta desfigurarlo por completo.
—Loresa era mi sobrina, Mathew. Era como una hija para mí.
La confesión del viejo adefesioso había dejado sin palabras a Mathew. No podía comprender qué clase de broma surrealista le jugaba el destino. Sintió deseos de que todo fuera un mal sueño.
—Pero... pero.... —Mathew trataba de articular sus palabras—. Yo pensé...
—Su madre abandonó a Loresa cuando nació. Su padre, mi primo, se hizo cargo el solo de ella. Pero yo siempre estuve para ellos. Eran mi única familia. Yo jamás me casé ni tuve hijos, así que Loresa y su padre lo eran todo para mí —dijo el viejo—. Cuando se fueron a Paris para buscar un mejor futuro, acepté que me quedaría solo, pero me consolaba pensar el que ambos tendrían un provenir lejos de estas tierras malditas, llenas de sucios socialistas y gobernantes corruptos. Entonces supe que Loresa estaba embarazada y que vino a ocultas hasta aquí solo para buscarte. Pero tú no estabas para ella, te esperó por horas hasta congelarse. Tu apatía la lleno de temor y entonces quiso abortar... —un gimoteo le ahogaba la voz—. Sabrán los dioses cómo consiguió el dinero. Vino hasta este lugar maldito y pagó por adelantado. Ella falleció durante el aborto. Arrestaron al médico anoche y en minutos también clausurarán este lugar.
Mil pensamientos, sentimientos y culpas caían como dagas envenenadas en el pecho de Mathew. No pudo evitar dejar escapar algunas lágrimas, pero lo que más sentía era rabia, rabia contra Loresa.
—Asqueroso depravado —insultó Lycanon a Mathew—. Ella era sólo una niña, tenía 16 años. Por qué demonios no te metiste con una mujer madura, infeliz fauno degenerado.
—Se equivoca, Gaburah —replicó Mathew—. Yo amaba a Loresa con todas las fuerzas de mi ser.
—¡Y la embarazaste! ¿Entiendes que está muerta por tu culpa?
Mathew negó con la cabeza, suspiró y miró a Gaburah con una expresión de infinita desilusión.
—Esto es patético —masculló Mathew—. Creo que ahora solo puedo sentir ataraxia, esa ausencia total de todo, sin dolor ni alegría, un sentimiento gris y aburrido. Toda mi vida deseé sentirme así, pero la ataraxia estuvo ausente en mí durante toda mi existencia carnal hasta hoy.
Lycanon frunció el ceño.
—Gaburah, lo del aborto de Loresa es trágico. Aún más lo es el que no haya logrado salir de la intervención. Pero realmente, yo no la pude embarazar. Por mucho que me hubiese esforzado, Loresa y yo jamás habríamos tenido familia, ni casándonos. Como parte de mi entrenamiento para formar parte del cuerpo diplomático, el Gobierno Francés me esterilizó con una inyección de Cesio 55 a mis 19 años. Soy esteril desde hace mucho. Desde antes de conocer a Loresa...
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