12. Veronika (☠ gore visceral warning)
☠ADVERTENCIA: Este relato puede ser muy duro para lectores sensibles. Tiene contenido de gore visceral ultra explícito y violencia sexual muy brutal (nivel Serbian Film, SAW o Holocausto canibal). Si decides leer esto es bajo tu propia responsabilidad.
https://youtu.be/UVTgrKgo2Y8
¿Seremos la pesadilla de Dios?, es lo más seguro, y eso lo sabes muy bien. Míralo, ahí está él, amordazado, esposado, amarrado y encadenado. ¿Acaso crees que gritará? No, claro que no; seguro querrá hacerlo, pero no podrá: está amordazado.
Mira qué cosa tan enorme has conseguido, qué inmortalidad, qué inocuidad. Habías leído la leyenda del hombre de máscara blanca, que secuestra y tortura gente, pero jamás pensabas poder llegar a tal acto de grandeza y amor. Ahora lo emulas y tienes a tu víctima atrapada en la silla de tu cocina. Él sólo puede limitarse a llorar y a orinar su propio cuerpo desnudo. Lo que le harás no se lo han hecho ni a Prometeo.
Te has puesto ya la máscara blanca, sólo cubre la mitad de tu rostro y deja tu boca expuesta. Él parece no estar seguro de lo que le espera, pero debe presentirlo; puedes percibir su miedo, oler su terror.
Tienes el alicate en tus manos, estás listo para el primer paso y no tardas en darlo. Un placer devónico astilla tu mente mientras le vas arrancando las uñas; intuyes su martirio, su pánico, y por eso susurras a su oído: "depravado". Él es un cerdo, y por eso le estás amputando las uñas, dejando su carne expuesta a la intemperie de un mesiánico sadismo. Primero la mano derecha, luego la izquierda; después el pie derecho y el izquierdo. El brillo escarlata de sus dedos masacrados son una felonía exquisita, la fatamorgana de tu realismo ensoñado.
Ya estás listo con el cuchillo, mirando las lágrimas aterrorizadas de tu víctima; él grita bajo la mordaza, destrozando sus cuerdas bucales con sus alaridos, deseando la muerte más que nunca, él desea morir para que termine su masacre. Pero tú no lo vas a librar tan fácil, dejándolo al descanso de la muerte; tú lo harás sufrir como mártir inflamado. Miras su pecho, sonríes, estás ansioso de deflagrar con acero ese cuerpo desnudo. Tratas de hacerlo rápido, pero lo que haces es ardoroso, nervioso; él se retuerce demasiado. Has tomado su pezón derecho con tu siniestra y lo vas cortando con la diestra; sientes como si estuvieras fileteando un trozo de carne fresca, recién extraída de la res muerta, aún caliente. Cuando fileteas el pezón izquierdo, no puedes evitar tener una erección.
Tu víctima ya no llora, sientes una fetidez inmunda y descubres que él se ha cagado sobre la silla. Puedes sentir el penetrante olor de la mierda inflamando tus pulmones, y sientes que es la fragancia del terror. Sin hacer aspavientos, rodeas su cuello en un tierno abrazo de consuelo. Abres a la fuerza uno de sus ojos con tu mano izquierda, la derecha se desliza hasta el mesón más cercano y coge el frasco de cloro para ropa. Con delicadeza, vas vertiendo el líquido corrosivo sobre la mucosa vítrea de aquellos ojos asquerosos. Tu víctima se sacude desesperadamente, lo oyes murmurar piedad, y eso te excita aún más. La esclerótica se va cocinando, secando el ojo hasta dejarlo arrugado. Abres el otro ojo con la misma paciencia que el anterior y viertes el cloro sobre él. La presión de la sangre acelerada hace que se rompan algunos vasos sanguíneos de los ojos de tu víctima que empieza a llorar sangre. Sonríes y le haces un breve cariño en su nuca.
Has cogido el taladro y lo miras como si fuera el objeto más sagrado del mundo. Su broca es un falo perfecto, espiralado como una caracola, hermoso como una galaxia en hélice. Te acercas a tu víctima mientras enciendes el taladro. Él se retuerce inconsolablemente, ha oído el ruido del motor. Te agachas, haces una pinza con tu mano derecha sobre su rodilla y empiezas la perforación. Lo que ves parece un coito salvaje, como los de las películas porno, sólo que en lugar de un pene hay una broca, y en lugar de una vagina está la rodilla desnuda de tu víctima, que ya se ha desmayado del dolor. La sangre y el líquido sinovial han salpicado tu máscara blanca, dándole un tono rojizo y rosáceo.
Lo has despertado con agua helada. Tu víctima está a punto de morir con un infarto por el suplicio, y lo sabes, el libro que te dio las indicaciones para la "purga de la perversión" dice que, a estas alturas, la víctima estará por fallecer, debes apresurarte.
El caldo de las exaltaciones está ya preparado. Aceite y manteca en punto de ebullición, burbujeante y espeso. Dejaste la infusión al fuego hace casi media hora. La ansiedad de lo que harás te vence, debes liberar la presión y por eso frotas tu glande salvajemente; lo haces con tanta desesperación que terminas eyaculando sobre las rodillas perforadas de tu víctima. Quieres vagina, pero sólo obtendrás carne frita.
Finalmente llega la hora ansiada. Has tomado el embudo y lo has colocado en la boca de tu víctima; él no puede gritar o respirar, se está ahogando del pánico. Sonríes, estás dichoso, excitado. Necesitas masturbarte de nuevo, pero no lo harás hasta que todo acabe. Te apresuras e inicias el final. Poco a poco, vas vertiendo el caldo sobre el embudo. El aceite se desliza por el tubo metálico, que se calienta hasta cocinar los labios del desdichado; el caldo deambula por el tracto digestivo de la víctima, cocinando su tráquea y laringe; el estómago queda crujiente y se perfora con el calor. El aceite riega los intestinos, calcinándolos. Por dolor, el corazón de la víctima revienta y se detiene, matando el hombre con el horror de saber que ni su muerte podrá librarlo.
Con la máscara blanca empapada de sangre y sudor, te preparas para el acto final. Te masturbas furiosamente, con violencia, mientras recuerdas el coito que viste entre tu víctima y tu amada. Te has masturbado mucho pensando en ello. Llegas al orgasmo y eyaculas, pero no demasiado; ningún muchacho de 13 años tiene aún mucho semen que eyacular, ni mucho bello púbico que manchar. El cadáver desprende una profunda fetidez a carne quemada. Te quitas la máscara blanca de torturador, y sonríes. Estás listo para el último paso.
Unas semanas antes de convertirte en torturador, tu mente estaba llena de ilusiones y amor. Debes poder recordarlo. Ella era huérfana de padres cuando la conociste, así que no vivía con nadie más que sus hermanos. Iba todos los días a la escuela con el uniforme impecable, los zapatos bien lustrados, unas largas medias de hilo negro ocultando su piel, una azulada falda plisada tapando su cuerpo desde la mitad de los muslos hasta la cintura, una camisa blanca y nívea, un saco azul y perfumado, un corbatín con un nudo de gaza y un par de guantes blancos sobre sus manos. Su cabello tenía un aroma muy especial, olía a naranja. Su rostro era un dije perlado, adornado con dos ojos tan citrinos como el ámbar y dientes que podían confundirse con perlas. Jamás en tu vida habías visto un rostro tan inmaculado, una sonrisa tan conmovedora, o unos gestos tan delicados. Fue amor a primera vista, perdido sin remedio desde el instante que ella pisó el aula y la maestra la presentó frente a la clase: Veronika.
Era una niña callada, algo tímida, pero sabía ganarse el aprecio de los demás. No tardó en ponerse al día, tú mismo le prestaste un cuaderno de Matemáticas para tener una excusa de conocerla. Cuando ella te lo devolvió, las páginas tenían su aroma dulce y cítrico, así que lo pusiste en una bolsa de nailon para que no perdiera aquel maravilloso olor. Cada noche, antes de dormir, volvías a oler las páginas impresas de números y ecuaciones, soñando con ella, añorándola.
Un día, su sonrisa desapareció, nadie la volvió a ver; pensabas que alguien había secuestrado aquella sonrisa y te obsesionaste con saber qué le ocurría. Ella respondía con unos pocos monosílabos y luego se alejaba. En una ocasión rompió a llorar y te pidió que no te le acercaras más. Quedaste devastado por su reacción. Sin saberlo, habías llegado a sentir que la conocías de toda la vida y no querías separarte de ella, creías que eran el uno para el otro.
Te esforzaste mucho para saber qué le ocurría, hasta que un día decidiste meterte en los archivos de la escuela para averiguarlo. Leíste el informe del psicólogo y saliste corriendo a vomitar al baño. El reporte era claro y tormentoso: violencia familiar. La pobre Veronika era víctima de una hermana mayor, solterona, que la trataba bastante mal; y de un hermano mayor, de la Preparatoria, que la ignoraba. Entonces tomaste una decisión definitiva: rescatarla.
Era la hora de salida, promediaban las cuatro de la tarde. Veronika se fue temprano y en silencio, como siempre. Tú fuiste al baño, te quitaste el uniforme, te pusiste una gorra, gafas, y la seguiste.
Cuando leíste el informe del psicólogo, te aseguraste de memorizar bien su dirección; sin embargo, ella no tomó rumbo a su casa, iba a otro lado. La viste entrar a una casa muy grande y lujosa, una que no era la suya. Se hacía tarde así que no tuviste más remedio que volver y pensar cómo averiguarías lo que hacía ella en aquel lugar.
Tu madre te recibió con azotes cuando llegaste, pero estabas acostumbrado a sus golpes y sus borracheras; incluso soportabas sus besuqueos de tufo y sus fuertes invasiones bajo tus pantalones. Era desolador, pero tu madre siempre quería follarte, y hay noches en que lo lograba. Tampoco te parecía ya extraño que tu padre se hiciera de la vista gorda cuando te veía golpeado. Él era un sujeto frío. Sin embargo, querías a tu padre porque, cuando menos, no te golpeaba. Es más, alguna vez hasta se daba el lujo de ser dulce contigo y hasta te llevaba a comprar helados. Quizás su mayor error, su debilidad, era esa adicción suya por el trabajo. Soportaba a la alcohólica de tu madre por mera obligación y tú siempre lo supiste. Ella era una puta que estaba acabando con tu padre y contigo.
Al día siguiente, adolorido pero con un plan, seguiste a Veronika de nuevo hasta la gran casa. Trepaste la barda como pudiste, con el corazón acelerado, a punto de salir vomitado de tu boca. Caminaste por un amplio jardín hasta que diste a la parte posterior. Había una ventana cubierta con una enredadera. Trepaste sobre la planta y espiaste el interior. Era un comedor en el que la cena ya estaba servida. Ella comía con sus hermanos, oías a su hermana mayor regañar a Veronika con vehemencia, mientras que su hermano comía sin hacer el menor caso a lo que ocurría.
Comieron por un tiempo breve y luego los tres se levantaron. Tomaste la oportunidad como única y, usando el cuchillo suizo que te "prestaste" de tu padre, abriste el seguro de la ventana. Entraste al comedor y te ocultaste tras una vitrina. Te cercioraste que todo estuviera vacío, cruzaste un pasillo desierto y diste con una sala gigantesca, rematada con una araña de cristal ostentosa. El ambiente entero estaba lleno de alfombras, cuadros, esculturas y toda clase de insólitos lujos. Subiste por unas graderías y te escondiste en un cuarto que, a todas luces, era de lavandería.
Pasaron pocos minutos y el gran salón empezó a llenarse de hombres vistiendo lujosos fracs y sombreros de copa. Sentías un desgarrador sentimiento de angustia en tu estómago; aparte de ser tarde, también era evidente que algo muy raro ocurría.
Esperaste otro poco y viste a varias mujeres, hermosas y voluminosas, entrar al salón. Vestían corsés, portaligas y negligés. Cada hombre se emparejó con alguna de las mujeres y subieron por las graderías. Los viste pasar frente a tus ojos mientras reían profusamente. Las parejas se perdieron entre la inmensidad del pasillo, entrando por diversas puertas y cerrándolas tras de sí. Miraste de nuevo al gran salón y notaste que solo un trío de hombres permanecía allí, eran los que vestían con más lujo. Reían y bebían, aparentemente, esperando algo.
A los pocos minutos viste lo que crispó tu espinazo. Ingresaron dos niñas vistiendo mínimos trajes de baño y sandalias playeras. Dos de los hombres, sonriendo libidinosamente, las abrazaron y subieron al gran pasillo con ellas. Pasaron cerca de ti y se perdieron por dos puertas distintas. Quedaba un tercer hombre cuyo rostro estaba cubierto por el sombrero de copa. Transcurrieron otros minutos y una chica más apareció, era Veronika.
Sentiste la erección más dolorosa y desesperada de tu vida cuando la viste. Ella llevaba encima una pequeña falda plisada de color plomo, que apenas tapaba su piel. Sus pies estaban cubiertos por un par de zapatos negros y brillosos, bajo los cuales resaltaban un par de calcetines blancos que le llegaban hasta la mitad de sus pantorrillas. Su cuerpo estaba vestido por una diminuta camisa blanca de manga corta, que dejaba su ombligo y su busto creciente al aire. Su cabello estaba sujeto por un par de coletas a los costados y su rostro, a diferencia de todas las mujeres que viste, estaba maquillado de lágrimas.
El hombre, el último que quedaba en el gran salón, abrazó a Veronika y empezó a subir por las escaleras. Ambos pasaron frente a tus ojos, enmarcando un infortunio que jamás soñaste vivir. Desviaste la mirada y empezaste a llorar en silencio, oculto tras una máquina lavadora. Te masturbaste allí, mojando tu glande con tus lágrimas. Cuando acabaste, decidiste que era tiempo de irte de allí, o terminarías perdiéndote entre la bruma de tu mente, de tu histeria, de tu ansiedad.
Sin saber cómo salir, revisaste el cuarto de lavandería, buscando alguna forma de escabullirte al exterior de la casa sin ser visto. Notaste que había un ducto de ventilación y pensaste que aquella sería la mejor ruta para escapar.
Entraste por los intrincados ductos en busca de la salida, pero el laberinto oscuro era imposible de resolver. Viste una luz que provenía de un túnel y la seguiste, lo que hallaste fue un estrecho pasillo, lleno de bifurcaciones. Te arrastraste y viste que cada bifurcación daba a alguna habitación. En tu trayecto, viste a una mujer de grandes senos practicando una felación a un hombre desnudo. Otra pareja ya se encontraba teniendo sexo salvaje sobre una enorme cama. Más allá notaste a una mujer amarrada mientras su pareja dejaba caer cera derretida de una vela sobre los pezones de la desdichada. No tan lejos, un hombre estaba siendo azotado por su pareja, amarrado y amordazado. Seguiste avanzando y viste a uno de los sujetos que se fue con las niñas, besando acaloradamente a la chiquilla, que respiraba angustiosamente. Estabas a punto de vomitar, pero a la vez tenías otra terrible erección, culposa y vilipendiada.
Al final del pasillo había una corriente de aire fresco, seguro sería la salida y aceleraste el paso, pero la última bifurcación del túnel te llevó a la escena más temida de todas. Allí, a pocos metros de ti, viste a tu amada Verónika besuqueándose con aquel hombre. Ella estaba desnuda con él arriba, moviendo sus caderas con una rítmica casi perfecta. Jamás habías pensado que verías algo como aquello, tu indignación no tenía límites, y tampoco tu ardor. Así, sin remedio a tus propios instintos, te masturbaste con brutalidad mientras veías a Verónika tener sexo. Sus jadeos te enloquecían, sus cuerpos bañados de sudor te llenaban de furia, sus gemidos destruían tu mente y tu corazón. Cuando tuviste el orgasmo del onanismo, ella se encontraba cabalgando a su cliente, como una actriz de película porno.
Saliste de aquella casa con el rostro empapado de lágrimas, los pantalones manchados de semen y los genitales adoloridos. Corriste por las calles oscuras y te masturbaste una vez más en un negro callejón.
Cuando llegaste a casa, tu madre te golpeó con violencia de nuevo. Azotó tu espalda con el palo de la escoba; estaba furiosa por tu anormal atraso. Tú no tenías valor para contarle lo que habías visto. Te encerraste en tu habitación y te dedicaste a masturbarte hasta que los genitales te ardieron. Era tarde cuando tu padre arribó, sabías que era él por su forma de caminar; no saliste a verlo. Entró a la habitación de tu madre y empezaste a oír gemidos; eso era todo.
A media noche, cansado y abatido, fuiste a tu cocina, te quitaste la remera y empezaste a dar devastadores azotes de cinturón sobre tu espalda. Las heridas estaban sangrantes, mordiste tu labio inferior y echaste sal en todo tu cuerpo; un aullido de dolor quedó ahogado en tu garganta. Te habías vuelto adicto a las drogas salinas que queman el cerebro. Luego tomaste uno de los cuchillos de tu cocina y empezaste a rayar tu pecho y estómago con él. Tu sangre salía de forma profusa, regando el suelo. La sal había cocinado tus heridas, generándote un dolor que solo podía compararse con la decepción que sentías. Te masturbaste una vez más, y metiste tu glande húmedo en el salero, haciendo que te estremezcas de placer y dolor.
No podías aguantar más. Regresaste a tu habitación, cerraste con llave y tapaste la puerta con tu cama. Te recostaste y, por el dolor, finalmente te desmayaste.
Unos fuertes golpes a la puerta te despertaron. No hiciste caso. Pasó poco tiempo y notaste a tu padre entrar a tu habitación por la ventana. Gritó horrorizado cuando vio la orgía onanista de sangre que habías protagonizado en tu habitación.
En la clínica fuiste visitado por varias personas, incluso amigos, pero no Veronika. Fuiste revisado por médicos psiquiatras y psicólogos, pero no les dijiste lo que habías visto en aquella casa, ni lo que sufrías en la tuya.
Un día recibiste la visita de un amigo que te dio un libro, éste hablaba de gente como aquel hombre que lo hizo con Veronika, hombres maduros que sólo pueden hallar satisfacción sexual haciéndolo con niñas. Sonreíste y, luego de leerlo a conciencia, supiste qué hacer.
Cuando saliste de la clínica, preparaste todo para realizar tu preciada venganza. Ni hablar de todas las complicaciones que tuviste para acorralar a aquel sujeto, pero lo hallaste y lo secuestraste. Ahora está muerto, cocinado frente a ti, y tú estás satisfecho.
Ahora ya no ha quedado nada más que el paso final. Si no lo hacías, tú también terminarías convirtiéndote en alguien como tu víctima, acabarías violando a Veronika tarde o temprano; después de todo, eso era lo único que habías aprendido de tu madre. Pero la perra está muerta. Tú mismo la has matado, envenenándola con raticida. Flaco favor le hiciste a tu padre.
Ahora tienes la cuerda amarrada de un extremo a una viga en la cocina, y el otro a tu cuello. Estás feliz, y excitado; saltas y la cuerda empieza a cortar tu respiración. Sabes que dormirás el sueño eterno con satisfacción. Mientras mueres, regresas a aquella casa, recuerdas a Veronika cabalgando a su cliente, pero en lugar de él te imaginas a ti mismo haciéndolo con ella. Mientras el frío abrazo de la muerte te embarga, sueñas que fuiste tú quien copuló con Veronika y no tu padre; e imaginas que no tuviste que torturarlo hasta la muerte, porque tu padre era el cliente de tu amada Veronika, porque él era el perverso depravado, y tú tienes esa misma degeneración en tu sangre... ¿o es que acaso no hay ninguna perversión? No importa, de cualquier forma estás muerto.
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